AFORISMA

Meglio aggiungere vita ai giorni, che non giorni alla vita
(Rita Levi Montalcini)

Nostra Signora del Carmelo

Nostra Signora del Carmelo
colei che ci ha donato lo scapolare

sabato 21 settembre 2013

21 settembre 1614: moriva a Bruxelles P. Gerolamo Graziano

Compartiendo una publicacion sobre el padre Gracian
Un saludo desde Guatemala deseandote la gracia y la paz de Dios.
El próximo sábado 21 de septiembre, iniciamos el IV Centenario de la muerte del P. Jerónimo Gracián. Con este motivo, los AMIGOS DE GRACIAN hemos publicado un libro sobre el P. Gracián titulado "Las enseñanzas espirituales del Maestro Gracián", escrito por el P. Vicente Martínez Blat, OCD, el cual te enviamos en formato PDF como obsequio. 
El P. Vicente, presenta de manera temática las "enseñanzas espirituales" que encontramos "dispersas" en los escritos de Gracián. No se trata, por tanto, de un estudio crítico sobre la espiritualidad de Gracián sino de una presentación temática de textos de Gracián.
Al elegir los temas, el P. Vicente ha tomado como telón de fondo el esquema del Catecismo de la Iglesia Católica. Siguiendo el Catecismo se nos van presentando las enseñanzas de Gracián sobre Dios, la Trinidad, Jesucristo, el Espíritu Santo, la Virgen María, la Oración...
Recordemos, al ir leyendo cada uno de los temas, que el P. Gracián es hijo del siglo XVI y que habla desde la teologia, eclesiologia y espiritualidad de su tiempo, lo cual no quita profundidad y vigencia a lo que dice, pero nos ayuda a nosotros a ubicar su experiencia y su enseñanza en un momento historico concreto.

Que la lectura del libro sea un primer acercamiento a las "enseñanzas espirituales" del Maestro Gracián.
Con nuestra amistad y nuestra oracion


Los Amigos de Gracián

Informati da Padre Nicola Galeno che una terziaria legnanese (la sottoscritta) ha pubblicato per esteso il loro libro, hanno così risposto: 


Si, contenti, molto. Agradezco la publicacion para dar a conocer al P. Gracian.

I N D I C E

PRIMERA PARTE

CAPITULO PRIMERO........................................................................
CAPITULO SEGUNDO............................................................................
CAPITULO TERCERO.........................................................................
CAPITULO CUARTO..........................................................................
CAPITULO QUINTO..............................................................................
CAPITULO SEXTO....................................................................................

SEGUNDA PARTE

1. Dios y sus atributos
2. El misterio de la Trinidad
3. Jesucristo
4. El Espíritu Santo y sus dones
5. La Iglesia
6. El estado religioso
7. La vida sacramental
8. Las virtudes teologales
9. Las virtudes cardinales
10. Las virtudes morales
11. Los frutos del Espíritu
12. Pecados e imperfecciones
13. Las pruebas y la tentación
14. Los novísimos o postrimerías
15. La vida de la gracia
16. El mérito temporal y el eterno
17. La Santidad cristiana
18. Medios internos de perfección
19. Medios externos de perfección
20. La vida de oración
21. Las moradas del castillo interior
22. La alabanza y la acción de gracias
23. La petición y la intercesión
24. La meditación
25. Métodos de oración mental
26. La lección o lectura
27. Las restantes partes del método
28. La vida contemplativa
29. Un preludio del Catecismo
30. Los fenómenos extraordinarios
31. Éxtasis, raptos y arrobamientos
32. Otros fenómenos místicos
33. La unión divina
34. El misterio de María
35. Teología y espiritualidad de San José
36. Historia de la Sagrada Familia
PROLOGO

 La Asociación “Amigos de Gracián” está de enhorabuena, de plácemes. Esta Asociación se fundó con ánimo de dar a conocer la figura y espiritualidad del Venerable Padre Jerónimo Gracián, y ello con vistas a su futura canonización. Con tal finalidad se compuso una oración de carácter privado y se pensó en elaborar algunas oportunas publicaciones. Entre otras: una biografía y un florilegio de sus escritos.

Con el libro que presentamos hoy podemos decir que ya tenemos esas dos cosas, aunque a pequeña escala. De hecho, el libro se titula “LAS ENSEÑANZAS DEL MAESTRO GRACIÁN”, y consta de dos partes. La primera, más breve, sirve de soporte a la segunda, que es la fundamental. Así, pues, la primera es una sucinta biografía de Gracián, pero escrita exclusivamente por la pluma de Santa Teresa. En la segunda parte se nos ofrece una síntesis de la teología y espiritualidad del Padre Gracián.

La aludida biografía se detiene en recordar las entrañables relaciones del P. Jerónimo con la Madre Fundadora, relaciones que tanto lo llenaron humanamente y lo enriquecieron espiritualmente.

Por lo que hace al florilegio (que está articulado de una forma amena en plan de diálogo), algún lector habría esperado más pensamientos de su espiritualidad (o solos ellos) y menos de teología y mística. Pero, de hacerlo así, habríamos recortado y reducido su riquísimo magisterio lamentablemente. Por lo mismo, los lectores tendrán que hacerse a su estilo literario, que dista mucho de los gustos de nuestros contemporáneos.

Como iniciador de la Asociación “Amigos de Gracián”, tengo el gusto de ofrecer el presente escrito, no solo a todos los miembros de la Asociación, sino a todos los simpatizantes y admiradores de Gracián. Que él nos bendiga abundantemente en este cuarto centenario de su muerte que vamos a celebrar.

Fray Luis David Pérez OCD


Guatemala de la Asunción, 26 agosto 2014
en la fiesta de la Transverberación de Santa Teresa


OBSERVACIONES


1. Este libro no es para leerlo de un tirón. Si, no obstante, alguien se empeñara en ello, pronto se le caería de las manos.

2. El libro tiene que ser leído a capítulo por día, meditándolo sin prisas, para sacar de su lectura las pertinentes aplicaciones espirituales.

3. Las obras de Gracián, que he utilizado para la elaboración de este libro son las siguientes: Dilucidario del verdadero espíritu; Mística teología; Itinerario de los caminos de la perfección; De la oración mental y de sus partes y condiciones; Vida del alma; Apología; Espíritu y modo de proceder en la oración; Lámpara encendida; Del espíritu y devoción; Declaración del Paternoster y del avemaría; Sumario de devociones; Suma breve de la confesión y comunión; Conceptos del divino amor; Arte breve de amar a Dios; Música espiritual; Arte de bien morir; Discurso del misterioso nombre de María; Regla de la Virgen María; Josefina; Sermones; Manera de proceder de la Madre Ana de San Bartolomé.- Todos estos libros están publicados en “Biblioteca mística carmelitana”, en tres tomos (BMC 1,2,3), Burgos, 1931, 1932, 1933 respectivamente. Obviamente, también he utilizado su obra cumbre: “Peregrinación de Anastasio” (PA), pero no a través de BMC, sino sirviéndome de la estupenda edición de Juan Luis Astigarraga, en MHCT 9, Roma 2001.

4. Nosotros, al copiar algunos -bastantes- pasajes de las mencionadas obras de Gracián, nunca las citamos por su nombre, sino que indicamos el lugar donde se encuentran los pasajes señalando únicamente la correspondiente página de BMC. Con esto pretendemos hacer más fluida y agradable la lectura, sin lastrarla con citas demasiado explícitas que no casan con la finalidad de las presentes páginas. Por el mismo motivo, algunos pasajes no tendrán la cita acostumbrada. Sepa el lector entonces que ello obedece a que el lugar donde se encuentran estos pasajes, en la BMC, es el mismo de la cita que los precede. Más aún, y siempre por idéntico motivo: en los capítulos dedicados al tema de la oración apenas se ponen citas en los pasajes, pues el lector fácilmente puede adivinar a qué libros (de los que hemos enumerado antes) debe acudir para encontrarlos.

5. La última observación, que hacemos, es muy importante para gustar más la lectura de nuestro libro: los pasajes de los escritos de Gracián que se citan (o mejor diríamos, que se reproducen en este libro) son rigurosamente textuales. Solo las dos o tres primeras palabras (a veces una; la mayoría de las veces, ninguna; y que se separan del texto de Gracián por un punto y seguido), son meros recursos literarios. Y ello a fin de que los diálogos o conversaciones (que constituyen la urdimbre de este libro) puedan funcionar con normalidad




PORTICO

 Residía yo por aquel entonces en el monasterio del Desierto de las Palmas cuando recibí un correo electrónico de fray Luis David, religioso carmelita descalzo nicaragüense. Apreciaba éste mi afición a redactar vidas de Santos, pues ya conocía estas cuatro: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Santa Teresita y la Beata Isabel de la Trinidad. Me sugería en su correo que haría una buena obra si me decidiera a componer, con ocasión del cuarto centenario de su muerte, una biografía del Venerable Padre Jerónimo Gracián. Ignoraba fray Luis que estaba lloviendo sobre mojado. Es decir, que también a mí, desde mi juventud, me había seducido la entrañable figura del amigo especial de Santa Teresa. Había sucedido eso exactamente en mis años de teología cuando tuve la suerte de que cayera en mis manos la deliciosa “Peregrinación de Anastasio”.

 Así que, recibido el encargo, puse al punto manos a la obra. La biografía, al igual que en todas mis obras anteriores, me exigiría el empeño por lograr darle tres características: rigor científico, calidad literaria y amenidad. Esto último me obligaba a no narrar escuetamente los hechos, sino a insuflarles dinamismo. Es decir, que debía penetrar en los entresijos del biografiado para detectar sus pensamientos y sentimientos en los momentos más importantes de su vida, y consignarlos por escrito. Ardua tarea, sin duda. Y es que, para satisfacer tamaño requisito, debía empezar por leerme todos los escritos de Gracián y extraer de ellos las notas pertinentes.

 Pero no lo pensé dos veces: me dirigí, raudo, a la biblioteca del monasterio, y allí topé con la estupenda “Biblioteca mística carmelitana”, que contenía lo que deseaba y buscaba: todos los libros de nuestro Padre Gracián publicados hasta hoy. En un par de meses me los zampé todos. Una noche estaba devorando el último, llamado “Josefina”, cuando, rendido por el cansancio, dejé caer mi cabeza adormecida sobre el libro. Fue sobre el penúltimo capítulo, que se intitulaba: “San José fue varón angélico”.

 Y tuve un sueño. Se me apareció un fraile carmelita calvorota, de rostro ovalado, frente despejada, ojos vivos, tez cetrina, sonrisa apenas esbozada, que parecía mirarme con cariño. Pensé enseguida que podría ser el Venerable Gracián, pues tenía el mismo aire de los cuadros en que lo había visto representado tantas veces.

Sin darme tiempo para más especulaciones, el fraile, ahora con una sonrisa franca, me dijo que me daba las gracias por la biografía que pensaba escribir, y me deseaba que llegase a buen puerto; pero que, eso no obstante, él me agradecería que, antes de esa obra, acometiese otra en que diese a conocer una síntesis de su doctrina espiritual. Al fin y al cabo -vino a decirme- mi vida ya la resumí yo mismo en mi “Peregrinación de Anastasio”, que se ha reeditado varias veces. En cambio, los escritos que compuse con tanta ilusión para que sirvieran de alimento espiritual a los católicos de todos los tiempos, apenas si se han reimpreso, y hoy son unos perfectos desconocidos.

 Le pregunté qué cómo sabía él que sus libros no se habían leído. Me respondió que, sin duda, se había cumplido lo que él, premonitoriamente, había escrito años atrás: “Bien seguros estarán mis libros de ir a manos de los carnales [poco espirituales]; porque ni ellos gastarán dineros en los comprar, ni tiempo en los leer; ni fatigarán su ingenio para los entender, contentos con su cieno de los gustos y regalos del mundo; que por nuestros pecados más gustan estos tales de leer libros de caballerías y de vanidades que libros de espíritu y devoción (BMC 1, 20).

 Me sorprendió ese discurso, tan pesimista, que no me esperaba. Pero no tardé en reaccionar y, con cierto rebozo, le objeté que su doctrina, después de pasados cuatro siglos, tenía para los lectores de hoy serios inconvenientes. El primero era éste: que tales escritos carecían de actualidad y, de publicarse, resultarían más bien obsoletos. Cogió Gracián mis palabras al vuelo, y no dudó en contradecirme, con cierta vehemencia, asegurándome que su doctrina no era más que una glosa de los Evangelios: y, por consiguiente, sus escritos estaban hoy tan obsoletos como los mismos Evangelios.

Me dejó descolocado. No obstante, aún le puse una segunda objeción: que, aparte la mayor o menor actualidad de sus escritos, el problema radicaba en que su lectura no sería del agrado de los lectores de hoy. Y ello tanto por la densidad cuanto por la profundidad de su doctrina. “No sucederá así, -me replicó de nuevo- si se sabe presentar mi doctrina de una manera amena, a modo de diálogo, como lo hice yo en mi autobiografía. Que ya dije al principio de ella: “Escribo este discurso en estilo de diálogo, porque es más apacible” (PA 2).

Aún iba a ponerle otra pega, tan osada como las anteriores, cuando me desperté suave y placenteramente, y la visión, como era lógico, se esfumó como por ensalmo.












PRIMERA PARTE




























CAPITULO PRIMERO

 Como yo no atribuyo a mis sueños un carácter sobrenatural, pero me sirven de estímulo y acicate, lo primero que hice al día siguiente, después de las oraciones y rezos acostumbrados, fue proveerme de una buena libreta y de una buena pluma, y me dirigí a la ermita más próxima. Era la ermita de Los Desamparados. Ya allí, me acomodé en un rústico banquillo (que había puesto exactamente 43 años atrás, lejana época en que había vivido en este monasterio) y extendí mi mirada ávidamente hacia el lejano horizonte, que se dividía entre el cielo azuleado y la mar azulenca, casi a partes iguales. Ese mar mediterráneo que Gracián había surcado tantas veces, unas con el ánimo encogido por la tristeza (recién expulso de su Orden), otras con el corazón rebosante de júbilo, cuando regresó de su cautiverio africano.

Me reconcentré enseguida y le pedí al querido Padre Gracián que, aunque invisible, se sentase a mi lado para responder a todas las preguntas que pensaba hacerle sobre sus enseñanzas espirituales. Entre los dos mantendríamos un vivo y esclarecedor diálogo a lo largo de todo el tiempo que hiciera falta.

Y antes de comenzar con el tema propiamente dicho, nos pareció bien a entrambos que sería provechoso para los lectores recordar, a grandes rasgos, las relaciones de Gracián con la Madre Teresa, la fundadora del Carmelo; relaciones que moldearon definitivamente la poliédrica personalidad de nuestro carmelita. Para romper el fuego, me adelanté a decirle con toda ingenuidad:

Supongo que todo comenzó aquel feliz día en que se encontraron los dos, cara a cara, en el conventito de Beas, ¿O no fue así?

Pues no, no fue así -me respondió rápidamente. Y enseguida me aclaró que su felicidad había comenzado, no en Beas, sino en la diócesis de Alcalá, recién ordenado sacerdote. Y sin que yo se lo pidiera, se puso a desgranar sus recuerdos emocionadamente:

Cuando salí del Colegio teólogo era de 24 años cum­plidos, y aquel año me había ordenado de misa y ejercitaba el oficio del púlpito en Alcalá y algunos lugares a la redonda, y confesaba a al­guna gente espiritual y otras almas de toda suerte.

Hizo un pequeño silencio como para saborear la evocación de aquellos felices días de misacantano, y prosiguió:

Acaeció que un día del señor San Francis­co, a quien quiero mucho, me dio gana de ir a decir misa a un monasterio de monjas Franciscas que se dice San Juan de la Penitencia. Y como llegase allí, hallé cerrada la puerta de la iglesia y el sacristán ido a su casa. Supe que allí cerca había otro monasterio de Descalzas que se decía la Concepción. Fuíme allá a decir misa, y hallé que no la habían oído ni tenían quien se la dijese y que tenían obligación de una cantada aquel día.

Le interrumpí para asegurarle que aquello había sido una feliz coincidencia. Pero Gracián me corrigió afirmando que, más que coincidencia, había sido un hecho providencial.

Rogáronme -continuó- les cantase la misa; me excusé con que no sabía cantar. Porfiaron que bastaba que lo hiciera en tono llano; hícelo. Y les prediqué del Santo del día, asistiendo al sermón sola doña Catalina de Mendoza, que después fue suegra de don Francisco de Cepeda, sobrino de la Madre Teresa de Jesús.

Acabada la misa, me pidió la Priora que pasase al locutorio, que quería hablarme, y contándome la soledad y necesidad que pasaban, me rogó que tornase allá para predicarles algunas veces, y me añadió no sé qué de Elías y San Án­gelo. Como yo nunca había oído hablar de esos Santos a ningún franciscano, y menos con tanto ímpetu, le pregunté que por qué ella sí lo hacía, y qué tenían que ver esos Santos con la orden franciscana. Me dijo entonces que ellas no eran Descalzas Franciscas, como yo había creído, sino que eran Carmelitas Descalzas. Me admiré de oír el nombre de tal Orden (que no conocía, y que me parecía una invención nueva), y entonces caí en la cuenta del ridículo que había hecho hablándoles a unas carmelitas todo el tiempo de nuestro Padre San Francisco.

 Me hizo gracia ese error del bueno de Gracián, pero no se lo comenté porque quería que llegase cuanto antes a la conclusión de su curioso relato. Él continuó con la felicidad pintada en su rostro:

Una de las monjas me rogó que la confesase. Le respondí que no sabía su Regla y Constituciones, y que mal podía hacer aquel oficio no sabiéndola. Dijo que en secreto me las prestaría para una noche. Lo hizo así, yo la estudié en puntos y me agradaron Y como decían allí de la Madre Teresa de Jesús, co­mencé a tenerle afición. Y acudí algunas veces a decir misa y a pre­dicar y confesar a aquellas Hermanas.

Acaeció que predicándoles un día de la Presentación de Nuestra Señora, dije en el sermón que Nuestra Señora había sido Fundadora y Madre de esta Orden. Después del sermón quedé con grande escrúpulo de haber dicho aquello, por no lo haber 1eído, sino imaginado de mi ca­beza. Y por penitencia de aquel descuido propuse de leer y escudri­ñar todas las cosas que tocasen a esta Orden y saberlas de raíz.

Y ¿cómo hizo para adquirir ese conocimiento?- le interrumpí ahora, picado por la curiosidad. Me respondió con aire de satisfacción:

Un día me fui al Carmen de los Calzados y pedí que me diesen algún libro si tenían del origen e historias de su Or­den. Diéronme el Speculum Ordinis con mucho contento. Tomando, pues, este libro entre ma­nos, en pocos días le estudié y puse en puntos todo el suceso de esta Orden desde que comenzó de Elías hasta el estado en que estaba. Y comencé con este cuidado a escribir cosas de esta Orden y sobre la Regla; y escribí un tratadillo de la vida de los Profetas de la Orden.

¿Y se puede saber qué hizo con esos escritos?

Se los envié a la Madre Teresa de Jesús. Y ella me respondió agradeciéndome el envío.

Afortunado ciertamente. ¿Y qué ocurrió después?

Supe de las casas de Pastrana y Mancera y el Colegio que poco antes se había fundado allí de Descalzos, y diome grandísimo deseo de que fuese muy adelante esto de los Descalzos. Y andando con estos pensamientos, diome gana muy grande de tomar el hábito de esta Orden, la cual vocación me duraría más de un año, con continua batalla interior, hasta que aquel gran Cazador que roba corazones, Dios de majestad y poder infinito, me rindió.

Intervine en este momento para expresarle que me había interesado muchísimo todo lo que me había referido. Pero que, con todo y eso, estaba ardiendo en deseos de oírle ya el relato del primer encuentro personal con la Madre Teresa. Se avino a satisfacer mi curiosidad, y continuó:

Aunque por cartas me había comunicado con la Madre Teresa de Jesús, no nos habíamos visto y deseábamos conocernos. Ofrecióse a este tiempo que estaban fundados en Andalucía los conventos de Granada, La Peñuela y Sevilla, venir la Madre a la fundación del convento de monjas de Beas y haber de ir yo a Madrid, desde Sevilla, por causa de la Visita apostólica.  Sucedió, pues, que lle­gando a Beas por el principio de mayo, me vi con la Santa Madre. Y estuvimos más de un mes tratando los negocios de la Orden y mu­chas cosas de espíritu, examinando ella lo que yo sabía, y haciendo yo pruebas de su perfección y obediencia, unas veces con mortificaciones, otras con preguntas dificultosas de oración; y de todas maneras experimenté no haber conocido jamás alma que así me satisficiese como la de la Santa Madre, y fue muy grande el amor que Dios puso en mi corazón a ella y en ella para conmigo.

¿Y recuerda algo en concreto de esos gloriosos días?

Sí, especialmente dos sucesos inolvidables. He aquí el primero. En este mismo monasterio de Beas quise experimentar qué sentía la Madre si la dejaba de dar la comunión y mortificarla en este caso. Y así, concerté con una religiosa que estuviese aparejada para comul­gar; y al tiempo que llegó la Madre a comulgar, no le quise dar a Nro. Señor y mandé que se llegase la otra y comulgase. Ella se puso en un canto del coro en oración, y como después contó, fueron grandes los regalos y mercedes que Nro. Señor le hizo en la consideración de su bajeza y de la indignidad que tiene un alma para recibir tan alto huésped, y experimentó las mercedes que Dios hace a quien se quieta dejando de comulgar por obediencia, y decía que en muchos tiempos no recibió tantos favores del Señor.

Y la otra anécdota, ¿en qué consistió?

Ya que era Pascua del Espíritu Santo, para experimentar la obediencia de la Madre Teresa, díjele que tratase con Nuestro Señor y le pidiese luz para que declarase cuál sería mejor: ir desde allí a fundar a Madrid, que se ofrecía entonces ocasión, o a Sevilla, donde tanto importaba monasterio de monjas reformadas. Ella, después de haber tenido sobre este caso oración, respondió que ya tenía luz de que convenía ir a Madrid, porque teniendo allí casa de mon­jas se harían mejor los negocios de la Orden. Le dije yo, con todo eso, que fuesen a Sevilla. Como pasaron dos o tres días, después de haberle dicho que fuesen a Sevilla, sin que replicase por parte de la fundación de Madrid, díjele que pues tenía hecho voto de hacer lo más perfecto en negocios graves, y de su espíritu le habían asegu­rado los hombres más doctos, más graves y más Santos de toda España que era bueno, y Nro. Señor de la manera que solía hablarla la había dicho que fuese a fundar a Madrid, y yo la mandaba ir a Sevilla, por qué no me había replicado. Respondióme que ni aquella revelación ni todas cuantas hay en el mundo que tuviera le aseguraba tanto de la voluntad de Dios como lo que el Prelado decía, porque la obediencia tenía ella por fe ser voluntad de Dios y las revelaciones no.
¿Se redujo a esos dos hechos su primer encuentro con la Madre?

No, que hubo algo más. Sólo que esotro lo supe poco después por unos papeles que ella misma me entregó. Estaban escritos de su puño y letra. He aquí lo que decían.

 Y al punto Gracián procedió a su lectura: “Año de 1575 en el mes de abril, estando yo en la fundación de Beas, acertó a venir allí el Maestro fr. Jerónimo Gracián de la madre de Dios, y habiéndome yo confesado con él algunas veces, aunque no teniéndole en el lugar que a otros confesores había tenido para del todo gobernarme por él, estando un día comiendo sin ningún recogi­miento interior, se comenzó mi alma a suspender y recoger de suerte que pensé me quería venir algún arrobamiento, y representóseme esta visión con la brevedad ordinaria, que es como un relámpago.

Parecióme que estaba junto a mí Nuestro Señor Jesucristo de la forma que su Majestad se me suele representar, y hacia el mismo lado derecho estaba el mismo maestro Gracián y yo al izquierdo. Tomónos el Señor las manos derechas y juntólas, y díjome que éste quería tomase en su lugar mientras viviese y que entrambos nos conformá­semos en todo, porque convenía así. Quedé con una seguridad tan grande de que era de Dios, que aunque se me ponían delante todos los confesores que había tenido mucho tiempo y a quien había se­guido y debido mucho y que me hacían mucha resistencia, la seguridad con que aquí quedé de que me convenía aquello, y el alivio de parecer que había ya acabado de andar por el camino que iba con diferentes pareceres y algunos que me hacían padecer algo por no me entender, aunque jamás dejé a ninguno pareciéndome estaba la falta en mí, hasta que se iba o yo me iba.

Tornóme otras dos veces a decir el Señor que no temiese pues El me le daba, con diferentes palabras. Y así me determiné no hacer otra cosa, y propuse en mí llevarlo adelante mientras viviese, siguiendo en todo su parecer como no fuese notablemente contra Dios, de lo que estoy bien cierta no será, porque el mismo propósito que yo tengo de seguir en todo lo más perfecto creo tiene, según he entendido. He quedado con una paz y alivio tan grande que me ha espantado.

 El 2º día de Pascua de Espíritu Santo después de esta mi deter­minación, viniendo yo a Sevilla, oímos misa en una ermita en Écija, y en ella nos quedamos la siesta. Estando mis compañeras en la er­mita y yo sola en una sacristía que allí había, comencé a pensar la gran merced que me había hecho el Espíritu Santo una víspera de esta Pascua, y diéronme grandes deseos de hacerle un señalado servicio; y no hallaba cosa que no estuviese hecha. Y acordé que, puesto que el voto de la obediencia tenía hecho, no en la manera que se podía hacer de perfección, y representóseme que le sería agradable prometer lo que ya tenía propuesto con el padre fr. Jerónimo; y por una parte me parecía no hacía en ello nada, por otra se me hacía una cosa muy recia, considerando que con los prelados no se descubre lo interior, y que en fin se mudan y viene otro si con uno no se hallan bien, y que era quedar sin ninguna libertad interior y exteriormente toda la vida. Y apretóme un poco y aun harto para no lo hacer. Esta misma resistencia que hizo a mi voluntad me causó afrenta y parecerme que ya había algo que no hacía por Dios ofreciéndoseme, de lo que yo he huido siempre.

El caso es que apretó de manera la dificultad, que no me parece he hecho cosa en mi vida, ni el hacer profesión, que me hiciese más resistencia, fuera de cuando salí de casa de mi padre para ser monja. Y fue la causa que no se me ponía delante lo que le quiero, antes entonces como a extraño le consideraba, ni las partes [cualidades] que tiene, sino sólo si sería bien hacer aquello por el Espíritu Santo. En las dudas que se me representaban si sería servicio de Dios o no, creo estaba el detenerme. A cabo de un rato de batalla, dióme el Señor una gran con­fianza, pareciéndome que yo hacía aquella promesa por el Espíritu Santo, que obligado quedaba a darle luz para que me la diese, junto con acordarme que me le había dado Jesucristo Nuestro Señor; y con esto me hinqué de rodillas y prometí de hacer todo cuanto me dijese por toda mi vida, como no fuese contra Dios ni los prelados a quien tenía obligación. Advertí que no fuese sino en cosas graves por quitar escrúpulos, y que de todas mis faltas y pecados no le encubriría cosa a sabiendas, que también es esto más que lo que se hace con los prelados; en fin, tenerle en lugar de Dios interior y exteriormente... Bendito sea el que crió persona que me satisficiese de manera que yo me atreviese a hacer esto. Paréceme ha de ser para gloria de Dios, y así torno a pro­poner ahora de no hacer jamás mudanza.”

Acabada la lectura de tan preciosos documentos, Gracián me comentó que, desde Beas se fue derecho a Madrid, donde estaba ya negociado que el nuncio Ormaneto le diese un Breve para visitar y reformar los conventos de todos los Descalzos y Calzados de Andalucía. Por su parte, la Madre se partió para Sevilla a la fundación de aquel convento, llevando consigo las Madres María de San José, Isabel de San Gabriel y otra que murió supriora de Sevilla, acompañándolas el padre fray Gregorio Nacianceno.


























CAPITULO SEGUNDO

Ayer, Gracián me había contado que el primer encuentro que tuvo con la Madre fue en la villa de Beas, a la que ella había ido a fundar un monasterio. Corría el año 1575. La Madre tenía ya 60 años, y él apenas 30, y hacía muy poco que había tomado el hábito de Descalzo en Pastrana. En realidad, yo sabía de él muchas cosas que ahora voy a referir, pues creo que aunque las tendría bien conocidas, por modestia, no me las querría contar. Como que la misma Madre Teresa, al escribir sobre él dejaba de decir muchas cosas pensando pudiera venir a sus manos y apenarle. Y es que desde el primer momento la Madre quedó prendada de él. Le veía hombre de muchas letras y entendimiento y modestia, acompa­ñado de grandes virtudes toda su vida. Según le contentó, no le parecía le habían conocido los que se lo habían loado (1) [1]. Tan era así que tocar su fama era herirla a ella en la niña de sus ojos. Oír una palabra contra él, no lo podía llevar (2). Alguna vez le dijo que no querría que hi­ciese cosa que nadie pudiese decir que fue mal, que esto le daría mucha pena (3).

 En el extremado aprecio que la Madre le profesaba no era ajeno el mismo Jesucristo. Por aquellos mismos días de Beas -abril de 1575- a Te­resa le vino un arrobamiento y tuvo una visión: se le representó Jesu­cristo. Al lado derecho estaba el maestro Gracián y, al izquierdo, Teresa. Tomó el Señor las manos derechas de ambos y las juntó, y le dijo que quería tomase a Gracián en su lugar mientras viviese, y que entrambos debían conformarse en todo (4).

Al mes siguiente -camino de la fundación de Sevilla-, Teresa se en­contró en Écija. Después de oír misa en una ermita, donde se quedaron las religiosas que la acompañaban, ella, sola, permaneció en la sacristía. Era la hora de la siesta. Como era el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, comenzó a pensar la gran merced que le había hecho el Espíritu Santo una víspera de esta Pascua, y le dieron grandes deseos de hacerle un señala­do servicio. Al cabo de un rato, le dio el Señor una gran confianza, se hincó de rodi­llas y prometió hacer todo cuanto Gracián le ordenase, como no fuera pecado. En otras palabras: tenerle en lugar de Dios, no sólo exterior sino interiormente. A Te­resa le pareció que había hecho gran cosa por el Espíritu Santo, y así quedó con gran satisfacción y alegría (5). Ya en Sevilla, y a los pocos días de estar en la ciudad, se halló muy recogida pidiendo a Dios por Gracián. Entonces entendió estas palabras: “Es mi verdadero hijo, no le dejaré de ayu­dar” (6).

El 9 de agosto de 1575 -también en Sevilla- súbitamente le vino un recogimiento. Y su espíritu se halló (dentro de sí) en una floresta y huerto muy deleitoso. Vio allí a Gracián, nonada negro, sino con una hermosura extraña. Encima de la cabeza tenía como una guirnalda de gran pedrería. Y muchas doncellas andaban delante de él con ramos en las manos, todas en cánticos de alabanzas a Dios. Había una música de pajaritos y ángeles, de que gozaba su alma, aunque Teresa no la oía. Pero sí oyó estas palabras: “Este mereció estar entre vosotras, y date prisa si quieres llegar a donde está él” (7).

Estos y otros favores divinos explican que la Madre se deshiciera en elogios cuando hablaba de él. Al jesuita Pablo Hernández, su confesor en To­ledo y viejo amigo, le decía que era uno de los grandes siervos de Dios que había tratado y de más honestidad y limpieza de conciencia (8). Al P. Ru­beo, General de la Orden, le aseguraba que Gracián era como un ángel, y que si le co­nociese, se holgaría de tenerle por hijo (9). Y a Isabel de Santo Domingo (que siendo Priora de Pastrana, en 1572, le había conquistado pa­ra la Descalcez) le certificaba que, por más que le trataba, “no había entendido aún el va­lor de este hombre.” Era cabal en sus ojos, y para las monjas mejor que lo supieran pedir a Dios (10).

Ni que decir tiene que, aparte de las cualidades morales, la Madre estaba prendada de sus dotes intelectuales. No sabía adónde tenía cabeza para tanta trapaza e ingenio (11). Actuaba con tanto talento que las cosas, tal como las hacía, no parecían creederas (12). Y no sólo ella, también Julián de Ávila -y todos en general- estaban perdidos por él (13). Con todo, decía, “el tiempo le quitará un poco de la llaneza que tiene, aunque, cierto, es fruto de su Santidad” (14).

Todavía más: sus dotes de gobierno no eran para descritas, siempre según la Madre. No habrá ningún Superior “como su Padre Gracián” (15). Siempre acertaba en mandar (16). Le habían dado po­der sobre todos los descalzos y descalzas, y no les podía venir cosa mejor (17). Ni ahora ni nunca habrá otro con quien así se pudiera tratar. Todo lo cual se entendía porque, como le había escogido el Señor para los principios de la Descalcez, y éstos no los habrá cada día, así tampoco habrá otro semejan­te a él (18).

Mientras la Madre le prodigaba tantas alabanzas, sus enemigos comenzaron a tramar su destrucción y ruina. Y, a fuerza de delaciones y calumnias, lograron derribarle parcialmente. Era el año 1577. El Nuncio Sega le sen­tenció y castigó con dureza. Entre otras cosas, le prohibió taxativamente escribir a la Madre o recibir cartas de ella. Por supuesto que obedeció. Pero, en espera de la intimación de la sentencia, le escribió, profundamente dolido, una última misiva. La Madre la recibió el día de Navidad, y contenía unos acentos tan dramáticos, que, como ella misma confesó, "aunque tuviera muchos años de su vida, no se le olvidara" (19). El contenido exacto de esta carta se perdió; pero podemos rastrearlo gracias a la misiva que, sobre el mismo asunto, y con infinita pena, él mismo envió a las carmelitas, y que por habérselo yo suplicado, accedió a leérmela ahora. Decía así:

Por el encerramiento perpetuo y no permitir que aun los parientes vean el rostro, permite Dios que sean tenidas por libres; en pago del continuo silencio y perpetua oración y pre­sencia de Dios, que sean tenidas por vanas; en pago de la perpe­tua mortificación, por livianas y chocarreras; huelgo de ver este premio en esta vida porque espero de ver las coronas de ello en la otra. Mas pésame de ser yo la ocasión por haber entendido yo en esta Reforma, aunque forzado de la obediencia del Nuncio y mandado del Rey, que de necesidad había de tener émulos en ella, y así les suplico me perdonen por las entrañas de Jesucristo.

 Y si los falsos testimonios que han dicho tocaran solamente a mí, alegrárame mucho y agradeciérales a los que los dicen, que me acuerdan estas faltas que mi amor propio me hace olvidar y mis vicios ignorar. Mas porque sé cuán sin culpa están Vuestras Reverencias, a quienes juntamente infaman, me pesa en el alma con presupuesto de hacer lo que pudiere por no volver a entender con semejante gente, y rogar siempre a Nuestro Señor en mis oraciones y sacrificios les dé tanta gracia y amor suyo como yo de­seo. Amén. De Alcalá de Henares, 22 de octubre de 1577. Menor hermano de Vuestras Reverencias, FR. JERONIMO GRACIAN DE LA MADRE DE DIOS” (20).

Leída la carta, que antaño había mandado a las religiosas, Gracián dio un suspiro. Como yo lo noté fatigado a causa de la lectura de un documento que le recordaba cosas tan tristes, le sugerí que podríamos dejar para otro día el resto de su narración. Le pareció de perlas, y así nos retiramos a descansar.

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Las 20 citas de este capítulo se refieren a los escritos de Santa Teresa, en concreto, el Epistolario y Cuentas de conciencia: E 23, 1 y E 24,1; E 159,7; E 113, 1; CC 29; CC 30;CC 32; CC 34; E 342,4; E 45,2; E 298, 2; E 88,2; E 220,2; E 298,3; E 90, 1; E 159,2; E 109,2; E 26,4; E 220, 1; E 144, 4; BMC, 12, 289.







































CAPITULO TERCERO


Al día siguiente enhebró su apasionante relato con un halo de tristeza reflejado en su rostro. Y es que, cuando evocaba ciertos acontecimientos dolorosos de la vida de la Madre no podía evitar ponerse mohíno. Siguió, pues, contándome:

─La Madre, tras haber leído mi carta, pasó dos días -el 25 y 26 de diciembre- con harta pena. Y no era para menos. Era tal el cariño que me tenía que todo lo que a mí me dañaba le repercutía a ella. Me lo había demos­trado con gran claridad muchas veces. Entre otras, éstas: estando yo en Peñaranda se me quejó de que ahora ya no merecía padecer ella, sino era sentir lo que padecía quien bien quería, que era harto mayor trabajo (21) [2]; en otra ocasión me confió que había buscado el Señor buen término para que ella padeciera en querer que se diesen los golpes donde le dolían más, que era en mí (22); más aún: el temor que tenía siem­pre era que la habían de tocar en este "Sancta Sanctorum" (así me llamaba), y era tentación harta lo que en esto tenía, y a trueque de que no se hiciera esto, pa­saría con que todo lloviera sobre ella (23)…

 Fueron días nefastos para la Madre. Y lo que le daba mayor pesadumbre era que de los dichos -en especial los deshonestos- que se habían le­vantado contra nosotros, yo pretendía hacer probanza, es decir, excusar­me. Pensaba ella que, puesto que eran disparates, lo mejor era reírse de ellos, y dejarlos decir. A ella, en parte, le daban gusto. Hasta el punto de permitirse, incluso, alguna que otra chanza al respecto. Cierto día en que yo me encontraba muy abatido por las cosas tan feas que decían de entrambos, ella comenzó a reírse diciéndome: “¿No me afrento yo, y háse de congojar él?” (24).

No obstante esta actitud tan pusilánime de Gracián, la Madre Teresa decía que su perfección “la tenía espantada”. Y ello porque gran tesoro tenía Dios encerrado en su alma, ya que él hacía oración especial por quien le levantaba esos testimonios falsos (25). Tan falsos que, si fuere menester, todas las monjas descalzas -con la Madre a la cabeza- jurarían que nunca le habían oído palabra ni se había visto en él cosa que no fuera para edifi­carlas (26).

─Por fortuna, -dijo Gracián retomando la palabra y ruborizándose un poco- pasada la tormenta, y remansadas las aguas momentáneamente, la prueba no dejó otra cosa que un aquilatamiento del amor de la Madre por mí.

Y estaba en lo cierto. Sabía yo por las cartas de la Madre que, de hecho, encontrarse lejos de él le hacía cada día más soledad para su alma (27). En parte también porque, después que él andaba en esas ausencias, ella no había podido tratar de su alma cosa que le diese alivio (28). A veces, dejada la soledad que le ha­cía haber tanto que no sabía de él, le era cosa recia no saber a dónde estaba (29). Por eso deseaba estar donde se pudieran ver a menudo, que se consolara mucho su alma (30). Pero, ya que esto no era posible, le recomendaba alabar a Dios que le hizo tan agradable con los que le trataban, que a “la pobre Teresa” todo le cansaba, ya que nadie parecía henchir el vacío que él había dejado; que no había apaciguar ni sosegarse su alma si no era con Dios y con quien, como él, la entendía; que lo demás le era tanta cruz que no lo podía encarecer (31).
Es comprensible, por tanto, que envidiara a quienes tenían la dicha de convivir con él. Era la dicha que tenían las descalzas de Sevilla. Él se encontraba allí por ra­zones de su oficio. La Madre escribió a las monjas diciéndoles que les tenía harta envidia la buena y descansada manera con que gozaban de él; que no merecía ella tanto descanso, y así no tenía por qué quejarse (32). Al año justo -y pasadas las Navidades- volvió a escribirles con la misma cantinela: que qué buenas pascuas habrán tenido, pues tenían a­llá a su padre, que así lo fueran para ella (33).

─Felizmente, -siguió diciendo Gracián en tono confidencial que yo acogí con gran respeto-, la soledad y lejanía se rompían o quedaban atenuadas de tanto en tanto. Causaba este efecto el esporádico carteo entre los dos. Cuando ella me escribía, “no sabía acabar” (34). Aunque hacía mucho que no recibía carta mía, y se quejaba por ello, ella no hacía sino escribirme (35). Cuando yo le escribía, le era gran regalo a ella ver que “su Gracián” no la olvidaba (36). Ca­da vez que veía cartas mías a menudo, querría besarme de nuevo las manos (37). Si en alguna ocasión, yo pasaba por alto responderle algo, me acusaba de haberme “tornado muy vizcaíno” (38). Por lo demás, decía que mis cartas eran de provecho, no sólo para su alma sino para las demás religiosas que, “como unos sermones se leían estando juntas todas” (39).

 A través de sus cartas, la Madre, no sólo se preocupaba de mi bien espiritual (llegó a decirme que en lo que iba todo su descanso era en que Dios me guardase con mucha Santidad), sino también de mi misma salud física. En esto era de una solicitud rayana en el escrúpulo, un desvelo casi obsesivo (40).

Por ejemplo, encontrándose en Alcalá en 1578, me confió que harta merced le ha­cía en estar tan gordo con todo el trabajo que tenía (41). Al año siguiente, y estando todavía en la misma ciudad, me confesó que, con la calor que hacía, no me querría ver en ese lugar (42). En el mes de diciembre de 1581 me es­cribió a Salamanca rogándome que le hiciera saber cómo estaba de los pies, que buen frío debía sufrir, y sospechaba que debía de tener “frieras”, que no era otra co­sa ese mal del que le había hablado. Además, estaba con pena si había caído en ponerme más ropa, que hacía ya frío (43). A mediados de octubre, y residiendo yo en Toledo, me recomendó que durmiera más, y que me dejara de oración las horas que había de dormir (44). Por la Cuaresma de 1581 se acordó mucho qué de mala color estaba el año pasado y me suplicaba, por amor de Dios, que no me diese tanta prisa a sermones esa cuaresma ni comiera pescados muy dañosos, porque aunque yo no lo echaba de ver, luego me hacía mal (45).

No quise interrumpir estos recuerdos de Gracián que él rememoraba con profunda humildad, pues curiosamente, aunque hablaba de él, parecía hacerlo pensando solo en esa mujer Santa que tanto le había amado. Así continuó diciendo casi en tono divertido:

Le preocupaba también que yo fuera tan mal jinete. Le daban enojo tantas caídas;…me aconsejaba que sería bien me atasen para que no pudiese caer. También le parecía “una lo­cura” andar diez leguas en un día, que en una albarda era para matar (46). Esto me lo escribió en 1575. Cinco años después volvió sobre el mismo tema: traía temor que el machuelo que montaba no había de ser bueno para mí, y creía sería bien que me comprase otro. Sólo temía no comprase algo que “me derrocase”, que con el que tenía, como era chiquillo, no se le daba tanto que cayese (47). En fin, que como ella no podía atenderme personalmente, me pedía que me dejase cuidar de las monjas; y a su hermana, Juana Ahumada, le aseguraba que, si fuera por allá “su Padre Gracián”, todo el regalo y voluntad que me mostrare será hacérselo grande a ella (48).

 Como se habrá observado, ternuras más que de madre. Y es que así era como ella se sentía a mi respecto. Tanto que, al año de haberme conocido, llegó a escribirme con increíble desenvoltura: “Estaba yo pensando cuál querría más a vuestra pa­ternidad de las dos: hallo que su madre tiene marido y otros hijos que querer, y yo no tengo cosa en la tierra sino este padre” (49).

Ese amor tan sin doblez, tan espontáneo, no podía dejar de causarme extrañeza. Sobre todo, porque no me creía digno de él. Por eso, un día me atreví a reprenderla advirtiéndole que no me quisiera tanto ni me mostrase tanto regalo. Su reacción me espantó todavía más. Me dijo entre risas socarronas y maliciosas sonrisas: “¿No sabe que cualquier alma, por perfecta que sea, ha de tener un desaguadero? Déjeme a mí tener éste, que por más que diga, no pienso mudar el estilo que llevo" (50).

Si a mí me espantaban tales salidas de la Madre, lo que a ella le espantaba era que yo, siendo tan mozo, no me cansase de ella, que era tan vieja. Pero ella misma daba la explicación: lo hacía Dios porque se pudiera pasar la vida que le daba con tan poca salud y contento, si no era en esto (5l).

Pero, en fin -y ya termino- para que nunca me alarmara por ese amor tan especial que me profesaba, me dijo algo en dos ocasiones que me tranquilizaron definitivamente. Lo primero: que no le hacía impedimento lo que me quería más que si no fuese persona (52). O sea, que me veía más como un ángel que como un hombre mortal. Lo segundo me lo escribió desde Toledo: “Bien puede estar sin pena, que el casamentero [Dios] fue tal y dio el nu­do tan firme, que no llega a tanto la bobería de la perfección, porque antes ayuda su memoria a alabar al Señor” (53). Todo esto me lo reafirmó solemnemente más tarde al asegurarme, con palabras que no tenían precio, que “siempre le había parecido un enviado de Dios y de su bendita Madre, la cual me había traído a la Orden para ayuda suya” (54).

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 Las presentes citas se refieren al epistolario de Santa Teresa y a su libro Fundaciones: E 121,9; E 122,1; E 165,2; E 227; E 63,6; E 57,7; E 137,5; E 136,2; E 171,1; E 129,8; E 165,6; E 216,5; E 223,1; E 109,12; E214,1; E 88,4; E95,1; E 120,4; E405,3; E 86,4; E 118,7; E 137,5; E 174,3 y E 72,5; E 104 1 E 106,2 y E 106,7; E 157, 3; E 72,5; E 154,9; E 26,5; E 82,7; Esc p. 388; E 269,9 y 270; E 99,5; F 23,5;










CAPITULO CUARTO

 Casi toda la noche me la pasé en blanco. Dándole vueltas a todo lo que Gracián me había contado: ¡una amistad tan especial e inaudita con la Madre Teresa! ¡Un trato más que de amigos, más que de hermanos! ¡Como el de una madre con su hijo o el de un padre con su hija!

Apenas vi a Gracián aquella mañana le manifesté mi profunda gratitud por haberme contado con tanta sencillez y humildad la historia de sus relaciones con la Madre. Y, puesto que se habían querido tanto, quise saber si él había sentido mucho su partida al cielo, y dónde se encontraba cuando se enteró de la luctuosa noticia. Me explicó con cierto aire nostálgico reflejado en su rostro:

─Estaba yo visitando el convento de Beas cuando vino la nueva de haberse ido al cielo la Santa Madre Teresa de Jesús; y al tiempo que me dieron la carta, estaba allá dentro de la clausura, por estárseles muriendo la Priora del convento llamada Catalina de Jesús. Las monjas con esta nueva, y yo mismo, nos afligimos mucho, haciendo demostración de gran sentimiento; pero recatábamos de mostrarle por amor de la priora que, como estaba tan al cabo, temíamos le acabaríamos la vida, si le dijésemos esto. Pero entendiendo la dicha priora la tristeza que tenían las monjas y yo, hízonos llamar y díjome con gran instancia que dijese de qué estaba triste. Y como yo lo encubriese por no darle pena, replicó ella: “No dejen de decirme la verdad de todo; y si la tristeza que tienen es por haberse ido al cielo la Santa Madre Teresa de Jesús, no es eso cosa nueva para mí; no me dará pena, aunque me lo digan.”

Preguntéle yo muy de propósito por qué decía aquello. Respondió que el mismo día que vine y dije misa en el monasterio, que fue otro después del glorioso San Francisco, al tiempo que la quería comulgar a la misma priora, le pareció que de hacia la parte del altar vio venir visiblemente a la Santa Madre Teresa de Jesús con aquella misma forma que ella solía venir a comulgar, y la dijo: “Hija, ya me voy al cielo; di que no tengan pena de mi ausencia, que más ayudaré a la Orden desde allá que desde acá, y no echen juicios sobre la causa de mi muerte, que lo último con que se me salió el alma fue un ímpetu de oración.” [3]

Tras un relato tan emotivo, le pregunté si ese mandato de la Madre de que no tuviesen pena de su ausencia se había cumplido en su caso. Me respondió que sí, que no tuvo gran pena de su ausencia, sino alegría de saberla ya en el cielo. Que la única pena que había sentido había sido la de no haberse hallado presente en la hora de su muerte. No obstante, incluso esa pena le había sido atenuada oportunamente. Y ello gracias al relato que le hicieron de aquella dichosa muerte algunos testigos presenciales. Quise saber de qué testigos se trataba, y me declaró que habían sido las monjas de Alba y, en especial, la hermana Ana de San Bartolomé, pues con ella conversó sobre esto estando en Amberes. Deseoso de conocer ese relato, ya que, por venir de quien venía, debía de ser muy interesante, le pregunté si lo recordaba, porque me gustaría oírlo de su boca. Me respondió que, para él, era imposible olvidarlo y que, con mucho gusto, me lo regalaría, si tenía la paciencia de escucharle.

 Y este es el relato sobre la muerte de la Madre Teresa con que me obsequió Gracián:
─Llegó la Santa Madre Teresa de Jesús a la casa de Alba día de San Mateo apóstol a las seis de la tarde. Recibiéronla las Hermanas con la reverencia y devoción que solían, tomando su bendición y besándole la mano, la cual ella la daba con mucha alegría y apacibilidad, que lo solía hacer pocas veces, diciéndoles palabras muy amorosas. Venía muy cansada del camino y fatigada de muchos dolores; y así, se acostó luego importunada de sus hijas, diciéndoles: Oh, válame Dios, hijas, y qué cansada me siento y qué de años ha que no me acosté tan temprano. Bendito sea Dios que he caído mala entre ellas».

 Anduvo ocho días levantada, y rezaba el Oficio divino aunque andaba muy mala y era tanta su flaqueza, que no dejaba a los médicos entender la calentura que tenía. Pidió que la Sangrasen por el quebrantamiento que traía. Hiciéronlo, y mandaron que se estuviese en la cama, porque eran grandes las congojas y dolores que padecía. Pidió la subiesen a una enfermería alta que tiene una reja al altar mayor para ver misa, de donde la vio, y todo un día estuvo embebida en oración.

 Estuvo en esta enfermería dos días y una noche, y desde esta oración nunca más hizo caso de lo que los médicos decían de su vida, y salió de ella pidiendo que el Padre fray Antonio de Jesús, vicario provincial, que estaba allí, la entrase a confesar. Entró luego, diciéndole que no nos dejase, sino que pidiese a Dios muchos años de vida, pues era tan necesaria. Respondió que no era ya necesaria su vida, que no se cansasen en esto, que ya tenía cerca su partida.

 Estando en estas pláticas, le dio una gran congoja, de manera que se le comenzó a levantar el pecho. Vinieron los médicos con gran prisa y mandáronla bajar donde antes estaba, por estar fría la enfermería. Dábanse prisa a aplicarle medicinas; ella sonreíase, haciendo un ademán con la mano, diciendo: “Quítense de ahí, que lo que no es no es.” Dióle perlesía en la lengua, que con dificultad hablaba. Esto fue el martes. Y el miércoles por la mañana la echaron unas ventosas sajadas, que admitió de muy buena gana por ser medicina penosa. Y desde esta hora comenzó a decir con mucho espíritu, repitiendo muchas veces estos versos: Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies; y Cor mundum crea in me, Deus; y Ne projicias me a facie tua, el spiritum Sanctum tuum ne auferas a me. Y este mesmo día en la tarde pidió el SSmo. Sacramento.

Estaba a este tiempo tan caída y mortal, que no se podía levantar de la cama sin mucha ayuda de las Hermanas, mas así como entró el SSmo. Sacramento, se sentó con mucha ligereza y grande fervor, y se le puso el rostro tan encendido y grave, que no se dejaba mirar; estaba venerable y hermosa, no como de la edad que tenía, sino como si fuera mucho más moza.

 Acabado esto, preguntóla el Padre que si Dios la llevase de esta enfermedad, ¿quería que la llevasen a Ávila o quedarse en Alba? A esto respondió como que le daba pesadumbre oírlo, diciendo: “¿Tengo yo de tener cosa propia? ¿Aquí no me darán un poco de tierra?” En toda esta noche no dejó de padecer muchos dolores. Y a las siete de la mañana, el jueves, que era día del señor San Francisco, se echó de un lado, el rostro sonrosado en la oración, en la cual estuvo con tanto sosiego y quietud, que no se meneó más hasta las nueve de la noche, que expiró, que fue a cuatro de octubre del año del Señor de mil y quinientos y ochenta y dos, en el mismo día que se hizo el salto del año de los diez días, por­que luego otro día se contaron quince.

─¿Y qué hay de eso que se corre de que ella conoció con antelación el día de su muerte?

─A ese propósito sé yo de esta Santa Madre, que más de diez años antes que muriese sabía el tiempo de su muerte y lo traía escrito en su breviario, y aunque no se colige con claridad, porque hay algunas cifras suyas, pero sácase que de la edad que dicen algunos que subió al cielo Nuestra Señora, le reveló Cristo que había de morir, que fue sesenta y ocho años. Y sin duda ninguna, aunque la enfermedad no parecía grave a los ojos de los médicos, desde aquella oración grande que tuvo en el coro, ella se desahució de la vida para comenzar a vivir.

No se contentó Gracián con hacerme esa escueta confidencia, sino que, acto seguido, añadió como para restarle importancia a la noticia:

─Hace Su Majestad que los fundadores que dan principio a alguna religión o congregación o manera de vivir, tengan vida y muerte maravillosa para el bien de sus súbditos y para que hagan provecho los preceptos que dejaren.

─Aparte eso -apostillé yo muy convencido-, lo que más me admira aquí y ahora en la Madre es su actitud, tan alegre, ante la muerte.

─Es lógico. Del Santísimo Sacramento del altar dice el glorioso San Juan, que es verdadero pan que bajó del cielo y da vida al mundo. Y pues esta sierva de Dios muy muchos años comulgó cada día con licencia de los más doctos y graves hombres de España, ¿qué mucho que al tiempo de su partida tuviera tal vida y fuera abrazada con su Vida, sin que se le hiciera nuevo el partir de esta vida?

─También he oído decir que la muerte de la Madre fue parecida a la de San Jerónimo.

─Sí, fue como la de San Jerónimo al pie de la letra, pues como él, la Santa Madre despreció su sepultura, dio consejo a sus hijas, recibió el SSmo. Sacramento con gran devoción, dijo versos de los salmos, viéronse cosas celestiales a la hora de su partida, apareció a muchas personas y quedó su cuerpo con gran fragancia de olor, como te quiero contar.

─Cosa que le agradezco mucho, pues le estoy escuchando con sumo interés.

─Quedó, en acabando de expirar, su rostro hermoso a maravilla y blanco como de alabastro, y las manos y pies con la misma blancura, que parecía que se transparentaban, y tan tratables y agradables al tacto de los vivos como si estuviera viva, que suele ser bien extraor­dinario en los cuerpos muertos. Fue tan grande la fragancia de olor que salía de su Santo cuerpo al tiempo que la aderezaban, que transcendía en toda la casa, y a las hermanas que con ella estaban les fue necesario abrir las ventanas por no poder sufrir la fuerza y demasía del olor, el cual quedó en todas sus vestiduras y ropa y en las demás cosas que sirvieron en su enfermedad, en tanto extremo que de a muchos meses una hermana lega, oliendo continuo aquel olor en la cocina y buscando de dónde salía, halló debajo de una arca una salserita de sal con los dedos señalados en ella, que le llevaban cuando estaba enferma, y de allí salía aquel olor. Y otra hermana bien sierva de Dios de aquella casa carecía del sentido del olfato; y afligiéndose, como ella no olía lo que las demás, llegóse a sus Santos pies, y abrazada con ellos, los olió y quedó con su sentido vivo para oler aquel mismo olor, y duróle en las manos la misma fragancia mucho tiempo, de tal suerte, que aun en acabando de fregar le olían.

─¿Y no hubo algunas otras señales?

─Muchas más. Y me gustaría contártelas, especialmente las que acontecieron en su Santo cuerpo, ropa y vestiduras. Que así como fue compañero en los trabajos y lo será después de resucitado el día del juicio en el resplandor de la gloria, lo fue también en algunas maravillas que Dios obró con él al tiempo y después de la muerte.

En Valladolid, en casa de la Condesa de Ossorno y en otras partes, se enseñó un palillo pequeño de orozuz que la Santa Madre metió en su boca para hacer como hisopillo poco antes que muriese; y quedó con tanta fragancia de olor, que estando muchas señoras con cuentas y guantes de ámbar, sobrepujó el olor del hisopillo.

Yo mismo, siendo Provincial, y mi compañero fray Cristóbal de San Alberto, en el monasterio de Alba fuimos importunados de las religiosas que descubriésemos el cuerpo, porque tenían sospecha que le habían puesto desacomodadamente. Y yo, aunque lo rehusé mucho, al fin le descubrí; y cavando de sobre el sepulcro más de una carretada de cantos, cal y ladrillos, vimos cosas maravillosas que te quiero contar.

Cuanto a lo primero, las piedras y ladrillos que sacaban echaban de sí un olor suavísimo; y llegando cerca unos guantes de ámbar, perdieron el olor de todo punto y quedaron con el olor del cuerpo. El ataúd hallamos rompido, y que se había entrado toda el agua y humedad de la cal; y sacándole, estaba la madera y vestidos podrida y el cuerpo ennegrecido de la cal. Llegando cerca del cuerpo, olía con una fragancia muy grande y un olor tan fuerte, de suerte que casi no se podía sufrir sin hacer daño a la cabeza, de la manera que huele el ámbar o almizcle o algalia cuando está en la bujeta; pero de más lejos y aparte era suavísimo olor. Estaba todo el cuerpo entero, sin falta de cosa alguna; y tan grueso como si acabara de expirar, sin haberse enjugado nada, tanto que aun los pechos estaban tan llenos como cuando estaba viva, y la Sangre como si fuera fresca, habiendo ya más de dos años que estaba sepultada. Pusímosle hábito y capa nuevo y en una arca grande de la sacristía, la cual quedó en el hueco en el mismo lugar que antes estaba, tabicándolo, que estaba macizo; y las vestiduras con que fue sepultada, que juntas con el cuerpo olían muy bien, apartadas de él quedaron con el olor malo de la humedad.

─Y dígame ¿era éste el mismo olor de cuando murió?

─No, que más suave era, como a la manera del poquito de orozuz. Y más tarde en el sepulcro no olía siempre de una suerte, porque en diversos días de Santos tenía diversidad de olores: unas veces a azucenas y rosas, otras a bálsamo, y otras a olores celestiales de que gozaban aquellas hermanas: cuando estaban en maitines junto a su sepulcro. Y unos días olía más que otros, que no estaba siempre en un ser, y con más eficacia unas veces que otras.

─Y una vez que la Madre se fue al cielo, ¿ya no se hizo presente más en este mundo?

Gracián tardó un poco en responderme como si estuviese midiendo las palabras. Tras esa breve pausa, me dijo que sí, que, incluso a él mismo se le había aparecido en varias ocasiones; o, al menos, que él la había sentido presente. Al manifestarle mi deseo de que me contase algunos casos, se explayó así:

─Diré lo primero lo que me acaeció una domínica cuarta de cuaresma estando rezando maitines como a las tres de la mañana; y ninguna cosa estaba devoto, sino antes cansado y soñoliento. Parecióme que alzando los ojos vi con ellos un rayo de luz, de figura piramidal, que comenzaba la punta desde mis ojos y se iba dilatando hasta llegar al cielo; y al cabo de esta luz, vi claramente a la Santa Madre Teresa de Jesús muy resplandeciente con la misma luz, de edad más moza que ella murió, que sería como de edad de cuarenta años, con su manto blanco. Y en un instante que esto pasó, parece que me dijo estas palabras: “Los de acá y los de allá seamos unos en pureza y en amor: los de acá gozando, vosotros padeciendo; y lo que nosotros hacemos con la esencia divina, haced vosotros allá con el SSmo. Sacramento.” Todo esto pasó en un momento.

─Mas quiero proseguir adelante contando otro suceso. Otra vez, diciendo misa en un monasterio, paréceme haber tenido la misma asistencia de la Madre juntamente con Nuestra Señora y Jesucristo nuestro Señor crucificado. Y con mucha fuerza y veras me hicieron proponer que en todas las cosas buscase la mayor honra y gloria de Dios. Lo segundo, que procurase la mayor atención que pudiese a la misa. Lo tercero, que tuviese gran cuidado de los negocios de la Orden. Lo cuarto, dióseme a entender esta regla de espíritu: que no todo lo extraordinario de espíritu es de Dios ni todo es del demonio, aunque quien lo tenga sea muy Santo o muy pecador, y que hacer regla general en esto es principio de grandes engaños.

 ─A lo que veo, la Madre solo se le aparecía en el coro o en la iglesia...

─No solo ahí, porque otra vez, estando pidiendo a la misma Madre que no se apartase de mí, parece que respondió: “No te apartes tú de Dios y no me apartaré yo de ti”. Razón clara es esa, que pues los bienaventurados están en la eternidad transformados en el mismo Dios, gozando de su divinidad, quien quisiere estar con ellos, no se aparte de su Dios. Y cosas de este jaez, es decir, acordarme de la Madre y sentir su presencia me acaeció otras veces.

─Le di a entender que me encantaría conocerlas. Él, aunque se sentía incómodo por tener que hablar tanto de sí mismo, tampoco quiso defraudarme. Con todo, me precisó que, puesto que se trataba de algo accesorio y en lo que no valía la pena insistir demasiado, me referiría solo dos sucesos. Fueron estos:

─Otro día, estando rezando las Horas canónicas, y acordándoseme que las solía rezar muchas veces con la Santa Madre, y procurando tenerla en la misma presencia como si me ayudara a rezar, paréceme se me daba una luz para entender los salmos que iba diciendo, tan grande que de cada palabra pudiera escribir muchos pliegos de papel. Y particularmente se me declararon estos versos: Nisi quod ex tua meditatio mea est, tunc forte periissem in humititate mea, que quiere decir: si no me acordara de tu ley, perdiérame en mi humildad. Donde se me declaró el daño que se hace con una pusilanimidad en los que gobiernan, bautizada con título de humildad, porque la verdadera perfección consiste en un deseo grande de que se guarde la ley de Dios con perfección.

Finalmente, otra vez, diciendo misa, acordándome de los grandes ímpetus que solía tener la Santa Madre de morirse por ver a Dios, que le eran más duros que la misma muerte, paréceme que me dio a entender que procurase los mismos ímpetus en el deseo de hacer la voluntad de Dios y lo más agradable a Su divina Majestad en esta vida, y que esto sería de gran fruto. Asentóseme entonces este deseo con mayor eficacia y procuré ejercitarme en este deseo.

 Hizo un breve silencio y, dando muestras de que ya no quería seguir hablando de sus cosas, concluyó:

─Innumerables otras cosas son las que me han pasado, que nunca acabaría de contar. Mas como entiendo que ninguna de estas que he dicho son sobrenaturales sino ordinarias y agudezas de mi proprio ingenio, no quiero ocupar más tiempo en decirlas, que hago agravio a muchas personas de verdadera oración y espíritu, de quien sé haberles acaecido cosas sobrenaturales y altísimas que os pudiera contar. Mas porque ahora es tarde, quédese para otro día.

































CAPITULO QUINTO

 Como por las últimas palabras de Gracián, intuí que quería cambiar de tema, le propuse que podíamos dejar esas “cosas sobrenaturales y altísimas, que les acaecieron a muchas personas de verdadera oración y espíritu” (según me comentara ayer) para rastrear, siquiera someramente, la influencia que en la doctrina espiritual del propio Gracián habían ejercido los escritos de la Madre. Que para ello debíamos comenzar por establecer cuántos libros había escrito, por qué los había hecho, cuál era su contenido y si él había tenido algo que ver en su redacción o difusión. Aprobó cálidamente mi propuesta y, apenas hube terminado de hablar, tomando él las aguas de más arriba, puntualizó:

 No soy yo tan pertinaz ni el que menos quiso a la Madre Teresa de Jesús, pero entiendo que no hará tanto al caso decir sus maravillas, como sus virtudes; ni sus visiones y aparecimientos, como su oración y continua obediencia; ni la doctrina que haya revelado en muerte, como la que dejó escrita en vida. Que, según dice San Juan Crisóstomo, las maravillas y milagros de un justo son como la leche y la miel, y sus virtudes y fe como el pan y la carne. Y la leche y la miel son dulces, pero no sustentan, antes, si se come mucho, hinchan y corrompen, pero el pan y la carne sustentan y fortalecen. Así, las maravillas y cosas extraordinarias de espíritu de esta sierva del Señor daránnos deleite, pero el conocimiento de sus virtudes, eso es lo que más nos ha de hacer al caso.

Tardé en apercibirme de que ese improvisado panegírico que acababa de endilgarme no era más que un pequeño desahogo. En efecto, sin solución de continuidad, prosiguió con toda llaneza:

 Y pasando ahora al tema de los escritos ha de saber que una de las cosas en que más me caen en gusto los libros de la Madre Teresa de Jesús es que al tiempo que va en una doctrina provechosa, parece que se le olvida y se divierte a unas exclamaciones y a otra doctrina, no menos necesaria pero no a propósito de lo que iba diciendo, y vuelve de a gran rato como olvidada de lo que trataba. Vese claramente en el estilo, no ir escribiendo con el artificio del entendimiento sino movida con la fuerza del espíritu y luz sobrenatural, cuya orden es no tener orden sino provecho. Y ¿queréis ver a la clara cómo libros que nacen de espíritu no tienen orden? Ninguno hay de los de romance más espiritual que el Contemptus mundi, y no tiene orden ni principio ni cabo, sino que dondequiera que abriéredes, aquello parece que es principio y cabo de lo que el alma ha menester.

También me cae en gracia ver unas ignorancias en que cae al cabo de haber escrito altísimas delicadezas, que da bien a entender no nacer lo que escribe de la ciencia natural adquirida por vía de discurso del entendimiento, sino de la ciencia sobrenatural dada al entendimiento sin discurso y con quietud por vía de la voluntad; como es al cabo que ha escrito grandes delicadezas y modos que tiene el entendimiento en la parte superior, cae en que no es todo uno la imaginación y el entendimiento, y el pensamiento que es la obra de la imaginación, y el concepto que es la del entendimiento, siendo cosa muy sabida; y otras a este tono. También me cae en gracia algunas proposiciones que dice arrojadizas, que nacen de la confianza o gran fuerza del amor y parecen malsonantes en los oídos de los que no han llegado a aquella alta cumbre de espíritu que ella tenía; mas bien entendidas y declaradas al propósito que ella las dice son admirables y católicas.

Tras una breve pausa, ya entró decididamente en materia:

─El primer libro que la Madre escribió, se llama el libro grande de su Vida. Contiene cuarenta y un capítulos en los cuales declara cómo el Señor la comenzó a llamar desde niña, y la vocación que le dio a la Religión y de la manera que fue procediendo en su espíritu y devoción estando en ella, y las grandes mercedes que en ella recibió. Trata por una admirable comparación del agua (de quien era muy aficionada) y las cuatro maneras que hay de regar con agua, que son agua sacada del pozo, agua de noria, agua de pie y agua del cielo, y las cuatro maneras que hay de modos de espíritu y oración, pone al cabo grande multitud de visiones y revelaciones que tuvo, y cómo se fundó el convento del glorioso San José de Ávila. Lleva un estilo tan excelente y unas palabras tan sabrosas, que parece bien dictado por el Espíritu Santo. Y si de alguna cosa se podría desagradar en algo, es en hacer demasiada instancia escribiendo sus pecados y en quererse abatir y humillar exagerando demasiadamente sus faltas; pero quien conoció su humildad, sabrá lo que padeció en contar las mercedes grandes que recibió del Señor que en alguna manera pudiera recibir tal mortificación de hacérselas contar si no es con el alivio de exagerar sus faltas.

 La ocasión que la Madre tuvo de escribir este libro fue porque como le daba Dios tantas cosas de visiones, revelaciones y, arrobamientos y ella era amiga de no ser engañada, trataba con los más letrados que podía acerca de su espíritu: unos la aseguraban; otros que diera higas a aquella visión que veía, que era una figura de Jesucristo resucitado con una corona de espinas en la cabeza, que le decía muchas cosas, así acerca de los monasterios que había de fundar como de otros particulares sucesos; otros la aseguraban en que era Dios.

Ella buscaba siempre los hombres más doctos que podía haber que fuesen menos aficionados a cosas extraordinarias de espíritu; y como también éstos la asegurasen en que era bueno el espíritu que llevaba, parecióles que los inquisidores le darían más luz.

 Y así, trató estos negocios con el in­quisidor Soto, que después fue Obispo de Salamanca. Respondióle que ellos no se entremetían en examinar esas cosas, sino en castigar lo que fuese contra la fe; que hiciese un memorial de todas ellas y le enviase al Padre Maestro Ávila, que estaba entonces en Montilla y era varón muy espiritual, y le daría luz de todo. Ella, por esta ocasión y por mandado de los confesores, escribió, en lugar de la relación de lo que pasaba en su espíritu, este libro grande. Y el Padre Maestro Ávila le leyó, y en respuesta le envió una carta.

─También escribió un libro especialmente para sus monjas ¿verdad?

─Así es: el segundo libro que la Madre compuso fue un libro de exhortaciones y avisos a las hermanas Descalzas Carmelitas de Ávila, llamado Camino de Perfección, donde bien pro­vechosamente para las almas escribe del amor de Dios y del prójimo, de la mortificación, oración, contemplación, y da muchos avisos para ser verdaderas religiosas; declara en él el Pater noster y es libro de grande erudición y provecho.

 Yo leí ese libro que hizo imprimir en Évora el Ilmo señor don Theotonio, arzobispo de aquella ciudad, y luego se imprimió en Madrid con licencia que el Consejo real tuvo concedida para ello. Y me contentó grandemente, porque la doctrina que allí pone de perfección y costumbres de religiosas, bien parece que nace de un alma experimentada 40 años en religión, y ejercitada en la perfección y vida espiritual y con luz interior del Espíritu Santo, porque de otra manera no se acertarían a decir cosas tan altas y a propósito.

Llegado a este punto me permití interrumpirle para recordar cómo algunos habían criticado el libro porque decían que llevaba estilo muy de mujer, sin orden ni artificio, haciendo unas digresiones largas y bajando a algunas menudencias que no eran para impresas.

Ninguna cosa tiene a mi parecer mejor -replicó Gracián- que ese estilo que reprehenden, porque se va de tal manera acomodando al ingenio de las mujeres y respondiendo a todas las menudencias que pasan en sus corazones, que ningún hombre se supiera declarar de aquella manera, y cualquier otro estilo artificioso no hi­ciera tanto fruto. Y a este propósito diré que un librito, llamado Avisos, que daba a sus hijas y los guardaba con mucho rigor, no sé si los compuso ella o se los dieron los Padres que la confesaban. Mas ya hemos dicho harto de este libro, vamos al tercero.

Otro libro escribió la Santa Madre declarando muchos lugares de los Cantares de Salomón, con tanto espíritu y soberano estilo, que admiraba a quien le leyó. Era libro grande, y aunque no iba por el orden que la sagrada Escritura lleva en los Cantares, declaraba algunos versos con mucho provecho de las almas. Acaeció que comunicando con un confesor el haberle escrito, se le mandó quemar, a lo cual obedeció sin réplica, y quemóle. Habíanse trasladado de él dos o tres capítulos de la paz del alma que andan entre sus papeles y son dignos de admiración, de los cuales se colige lo que debía de haber en el libro.

No pude dejar de reiterarle a Gracián mi pena porque la Madre Teresa hubiera quemado aquel escrito. Me replicó entonces que, por asociación de ideas, ese lance le había traído a la memoria a la famosa Maridiaz. Quise saber de quién se trataba:

Era una labradorcita de cerca de Ávila, que vivió en tiempo de la Madre Teresa de Jesús, de quien pudiera escribir grandes cosas, alcanzó por la oración puntos tan altos y delicados de teología, que venían a comunicar con ella grandes letrados de Salamanca. Y así no tuvo razón el confesor que mandó a la misma Madre Teresa de Jesús quemar un libro que había escrito sobre los Cantares, haciendo escrúpulo sin por qué, y un pedazo que de ellos quedó (como dije antes), que había trasladado una monja, da muestra cuál sería todo el libro (BMC 1, 182).

 Ante mi repetido lamento a causa de la quema realizada por la Madre, Gracián se creyó en la obligación de hacerme ver el lado positivo:

Podría ser que haya hecho más fruto ese libro quemado que leído, porque ese ejemplo vivo de obediencia y humildad, no replicando al confesor y teniendo tan en poco sus trabajos y conceptos que luego quemase el libro, enseña más que cuantos conceptos ella pudiera hacer sobre los Cantares. Porque por la mayor parte, somos amigos de la honra y estimar nuestras cosas y no fáciles en arrojar y quemar lo que ha costado algún trabajo de escribir y componer; y así, acaece que si un confesor nos dice lo que no querríamos, mudamos uno y otro hasta que hallamos quien nos aconseje al gusto de nuestro paladar. Por otra parte, si supieras de la manera que la Santa Madre Teresa de Jesús escribía estos libros, ni te admirarías de haber quemado el que compuso sobre los Cantares, ni tendrías temor de que haya error alguno en los que quedaron enteros. Y esto quiero yo decir tratando del cuarto libro que compuso, que es de Las Moradas, que lo que pasó en ello sé por experiencia. Pero de todo esto hablaremos mañana cumplidamente.














































CAPITULO SEXTO

 Como yo ya conocía la providencial intervención de Gracián en la composición del libro de Las Moradas y, por otro lado, había oído decir que era el mejor libro que se había escrito después de la Biblia, puse mis cinco sentidos en escuchar, sin perderme una sola sílaba, lo que prometió ayer contarme sobre el referido libro. Comenzó con cierto engolamiento en la voz:

─El libro de Las Moradas escribió la Beata Madre Teresa de Jesús por mi causa, que siendo yo su prelado se le mandé escribir estando en Toledo. Mandéle yo, su Prelado, por obediencia muy estrecha, que lo que se le acordase de cosas de espíritu y oración lo escribiese, aunque fuesen algunas cosas ya dichas en el libro grande [el libro de la “Vida”], para provecho de las hermanas y para entender sus espíritus; y que llevase diferente estilo del que llevaba en el libro grande de quien hablamos antes, porque allí particularizaba cosas que a ella le habían acontecido, y el Prelado quería que fuera con doctrina llana y universal. Ella obedeció y fue escribiendo el libro de Las Moradas. Y ninguna obediencia se le hacía pesada sino ésta, por la vergüenza y confusión que le daba de ver que se hiciese caso de ella y de lo que escribía, y ninguna cosa tenía de mayor gusto que mandárselo quemar; y así, muy fácilmente obedeció cuando le mandaron quemar el libro sobre los Cantares.

Y ninguno de sus libros escribiera si la obediencia no se lo mandara, porque los confesores o los prelados le hicieron escribir lo que escribió, y nunca se fiaba de cosa que hubiese escrito, sino luego lo daba al mismo confesor o a otros teólogos para que le viesen, gustando mucho que le quitasen y enmendasen y la tratasen como a ignorante: como acaeció en este libro de Las Moradas, que le leyeron delante de ella dos teólogos, y si alguna palabra había a que se pudiese dar mal sentido, se la borraban con gran contento suyo.

─Pero, ¿de qué trata el libro? -inquirí con cierta impaciencia. Él prosiguió sin alterarse:

En este libro finge que el espíritu de la oración es como un castillo en el cual hay siete moradas, que son siete estados de espíritu en que el alma puede tener oración. Y porque en cada uno de estos estados acaecen muchas cosas y hay diversidad de modos de oración, por eso llama a cada uno de ellos moradas primeras o moradas segundas, y no morada. Y porque mientras más va el alma entrando en Dios, más va entrando en sí hasta llegar a la suprema y soberana unión, y mientras más fuera de sí está, más imperfecciones tiene que se van quitando cuando va entrando más dentro de sí, va procediendo este libro con un artificio maravilloso en la sabiduría y teología mística, llevando desde sus principios la doctrina con un estilo tan alto y comparaciones, que admira a quien lo lee. Declara muy en particular todo lo que pertenece a la doctrina de los arrobamientos y paz del alma y la soberana unión, que por mucho que de ello hayan otros escrito quizá no les habrá comunicado el Señor tanta claridad para explicar estas cosas como allí están declaradas.

 ─¿Queda algún otro libro importante? -le pregunté.

Sí; también escribió la Santa Madre un libro que llaman de las Fundaciones, en el cual escribe lo que le sucedió al tiempo de las fundaciones de los conventos que ha hecho, nombra las personas que las favorecieron, sucesos raros que le acaecían y los grandes trabajos que padecía. Es libro para gran consuelo de sus hijas, viendo las mercedes que Dios le hacía cuando las fundaba; de grande ánimo para los flacos, por el ejemplo de tan valerosa mujer, y que con tan poca hacienda y favor hiciese cosas tan grandes; y pone confusión a los pusilánimes y tibios, y finalmente, admiración a todo el mundo. Es el estilo por vía de historia y que deleita a los que le leen con la suavidad de los sucesos que lleva; y también declara doctrina de perfección y virtudes. No está en este li­bro la fundación de Ávila, porque de eso trata en el libro grande, de quien hablamos antes.

¿Se acabaron ya los escritos?

 No, porque, demás de estos libros, escribió algunos tratados breves aunque bien compendiosos y provecho­sos de todos los cuales se puede recopilar un libro que se intitula “De diversos tratados”. Uno de estos es de cómo ha de visitar el Provincial que fuere las monjas Carmelitas Descalzas. Dale para esto avisos de mucho provecho y es doctrina de grande utilidad porque quien no hubiere tenido mucha experiencia, pensando hacer fruto en la visita de estas hermanas, les hará mucho daño y dificultosamente cualquier hombre que sea, por más ingenio que tenga, puede de raíz entender las condiciones de las mujeres y allí se pintan de tal manera y se dice cómo el Provincial se ha de haber con ellas que con mucha facilidad irá haciendo fruto.

 Finalmente compuso otro de unas Exclamaciones después de haber comulgado. Es gran motivo para mover a devoción a cualquiera que lo leyere; comienza por estas palabras “Oh, vida vida” etc. Otro compuso de unos efectos de oración que comienza “El día de Ramos”; y otro de otros efectos de oración que tuvo que comienza “Acabando de comulgar el 2° día de Cuaresma”; otro de lo que le acaeció en el camino desde Beas a Sevilla, cuando iba a aquella fun­dación. Y semejantes cosas están escritas en este libro, lo cual es para darte motivo de alabar a Dios viendo lo que Su divina Majestad hace con un alma. Finalmente, recuerdo que, al fin de las anotaciones que escribí sobre los Conceptos que hice imprimir de la B. Madre Teresa de Jesús, recopilé la doctrina del amor de Dios, de que allí se trataba, con un ejemplo del árbol, en que se hallan raíces, tronco, brazos, ramos, hojas, flores y fruta, porque la doctrina abreviada y asentada sobre algún buen ejemplo suele ser más clara y provechosa (BMC 1, 222).

Aparte los libros susodichos, sabemos que escribió muchas cartas, ¿cuántas, más o menos?

Si se hubiesen de colegir las cartas que la Santa Madre Teresa de Jesús escribió a diversas personas y la doctrina y avisos que en ellas da con la mucha devoción que pone a quien la lee, sería un libro de los más provechosos y deleitosos que hubiese. Gustaba harto nuestro católico rey don Felipe cuando leía alguna carta suya, y no me­nos la serenísima princesa de Portugal doña Joana, y los excelentísimos Duques de Alba, a quien ella escribía muy a menudo, y otras muchas personas que guardan sus cartas como una viva doc­trina para su bien. Imitaba al glorioso apóstol San Pablo, de quien era muy devota, en gobernar sus monasterios con cartas que de or­dinario escribía a todas las prioras, y a cualquiera otra monja que tuviese necesidad de algún consuelo y aviso; y demás de esto, a los prelados y otros particulares religiosos, para avisarlos y animarlos a las cosas de la Religión, les escribía ordinariamente.

 Y a todos los amigos y personas principales que hacían los negocios de la Provincia, ella era quien con cartas las incitaba, granjeaba y tenía contentos, cumpliendo con todos con tanta cortesanía, discreción, aviso y espíritu, que pocas cartas he visto en mi vida que sean más de estimar que las suyas. Escribía siempre por su mano una letra muy legible y agradable, con tanta facilidad y velocidad como se suele escribir la procesa­da. Y eran tantas las cartas que escribía, que muchas veces estaba hasta las doce y la una de la noche escribiendo cartas y despachando correos.

Hizo una breve pausa, y prosiguió columpiándose con este deseo:

Bien quisiera yo que se recopilasen las cartas más importantes, y se hiciese de ellas un libro, porque en tiempos venideros aprovecharán harto aquellos avisos. Y vemos que aprovechan ahora las cartas que escribió Santa Catalina de Sena al papa Gregorio onceno y al papa Urbano VI y a otras muchas personas; y las epístolas de Constancia, hija del príncipe Camarín, y las de Baptista, princesa de Flaminia; y no menos las de la damisela milanesa; y aquel tratado de cartas de Genebria, hija de Leonardo Noguerola, y las cartas de Santa Hildegardis[4] y otras muchas, que no me quiero parar a contar, hicieron mucho provecho en su tiempo, y también ahora en quien las lee. Y no menos, por cierto, hicieran fruto las cartas de la Madre Teresa de Jesús.







































SEGUNDA PARTE


























I

DIOS Y SUS ATRIBUTOS

 Familiarizados un poco más, gracias a las páginas precedentes, con la personalidad de Gracián, nos resultará más fácil ahora captar el significado que va a imprimir a sus respuestas en nuestros sucesivos diálogos. Y para comprobar lo que antes nos dijo él mismo sobre la actualidad de su doctrina, vimos lo más pertinente hacerle las preguntas basándonos en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. Y es que, como sabemos, el Catecismo es el documento que actualiza como pocos la doctrina y enseñanzas de los Evangelios. La armonía de la doctrina de Gracián con el Catecismo constituirá la mejor piedra de toque de su vigencia. Así, pues, al iniciar aquel día nuestro primer diálogo puse delante de Gracián esta elemental constatación:

─El Catecismo comienza hablándonos de Dios: su naturaleza, sus atributos, etc. Y nos enseña que es fácil conocerle ¿Es así?

─Sí, el conocimiento de Dios se alcanza por las criaturas (BMC 1, 291).

─Y ¿cómo sucede eso concretamente?

─De dos modos.

─Veamos el primero.

─El conocimiento de Dios se alcanza por las criaturas cuando quitando las imperfecciones y faltas que en ellas conocemos, venimos en una noticia secreta y oscura de quién es el Criador. Conocemos ser falta en el hombre ser mortal, en el cielo ser finito, etc. Y llamamos a Dios inmortal, infinito, etc. Y llámase esto teología mística a diferencia de otra que se llama simbólica.

─Y la simbólica, ¿en qué consiste?

─En ella conocemos al Criador por los bienes y perfecciones que vemos en la criatura, atribuyéndolos a Dios en perfectísimo grado. Conocemos que un rey es poderoso en algunas cosas, llamamos a Dios poderoso en todas, diciéndole omnipotente.

─¿Cuál es la diferencia que hay entre ellas?

─Difieren estas dos teologías, mística y simbólica, en lo que se diferencia la escultura y pintura; que en la escultura se forma la imagen de bulto, quitando y desbastando rajas y partes del madero; la pintura hace la imagen añadiendo colores sobre la tabla que se pinta (BMC 1, 291).

─Por la teología sé que esos dos modos son conocidos como de remoción y de sublimación. Con todo, le agradecería que, para hacerlo más comprensible, nos resumiese un poco lo que acaba de decirnos. Gracián accedió gustoso:

─Así como hay dos maneras de hacer una figura; la primera, añadiendo algo, como hace el pintor cuando añade colores sobre la tabla; la segunda, quitando y desbaratando para hacer la estatua; así acaece en el conocimiento de Dios.

─Curiosa y simpática explicación.

─Sí, cuando vamos poniendo en Dios los colores de las virtudes que conocemos en las criaturas, se llama teología simbólica, y de esta manera llamamos a Dios sabio, fuerte, león, etc. que es como quien le está pintando con colores; pero el conocimiento de Dios cuando quitamos las imperfecciones que conocemos en la criatura, se llama teología mística. Vemos que es imperfección en la criatura morir, quitámosla de Dios llamándole inmortal, infinito, porque no tiene fin, etc. (BMC 1, 169).

─¿Qué se desprende de todo esto?

─Dos cosas muy importantes.

─¿Cuál es la primera?

─Pensar que el alma que está en este mundo metida en carne mortal, cuyo conocimiento depende de la imaginación y sentidos y de la obra del entendimiento, y cuya inclinación es a las cosas de esta vida, pueda unirse y juntarse con Cristo inmediatamente y subir a esta divina unión sin el medio de las criaturas y sin pasar por el conocimiento de ellas, es dificultosísimo y camino muy peligroso, como quien quiere subir a lo alto sin escalera (BMC 1, 412).

─¿Y la segunda?

─Que de todo lo que viéremos y oyéremos, tomemos luz para nuestro aprovechamiento, moviéndonos por las criaturas al conocimiento del Criador, y hagamos cuenta que todo este mundo es un libro grande en que leemos por las letras de las cosas visibles el conocimiento de las invisibles y la sempiterna virtud y divinidad de Dios, como dice San Pablo (BMC 1, 308).

─¿Podría detallar algo más todo eso?

─Sabiendo por regla del apóstol San Pablo que las cosas altas e invisibles de Dios, pueden venir en nuestro conocimiento por la contemplación de las criaturas, en quien la luz divina resplan­dece, por el cual conocimiento llegamos a la unión del amor de este mismo Señor en la cual consiste nuestra última perfección en esta vida, es de saber, que el modo de proceder para más presto alcanzar la unión, es este. Que vista con los ojos corporales alguna criatura, debes buscar con el entendimiento, según que mejor pudieres y supieres, alguna de las propiedades naturales que Dios le dio, y luego aplicar la misma propiedad natural a algún bien que a semejanza de ella nuestra ánima deba tener, y luego sentir que aquel bien se hallará en el ánima si tuviere el amor divino, lo cual conocido, subir con el afecto deseando el tal amor en quien aquel bien se halla.

─¿Algún ejemplo concreto?
─Aquí lo tienes. Paseándote viste un árbol hermoso, con­sideras que aquel árbol lleva verdura de hojas, hermosura de flores y provechosos frutos; esta es la propiedad natural. Refiérelo luego al espíritu considerando que así el ánima había de tener ramos verdes de buenas palabras, hermosura de flores olorosas, de buenos ejemplos y provechosos frutos de buenas obras. Y considerando lue­go que sólo el amor causa todos aquellos en el alma adonde mora, levanta el afecto a desear aquel amor que tantos bienes en el áni­ma trae, diciendo con la cara y corazón levantado: ¡Oh, buen Jesús!, cuando te amaré? ¡Oh Rey de los cielos!, ¿cuándo será que de tantos bienes me vea yo lleno? Bien sé que tu amor es mi hermo­sura y fragancia, y carecer de él intolerable hedor y fealdad abo­minable. ¡Oh!, ¿cuándo te amaré con amor ardentísimo?

─Pero, ¿cómo debemos actuar si las criaturas que se ven no son tan hermosas?

─Si la criatura que vieres fuere tan fea que no puedas de ligero hallar en ella algún bien que apliques al espíritu, levanta tu afecto en la manera ya dicha por meditación contraria, conviene a saber, que vista aquella fealdad que en la criatura parece, te acuer­des que muy más abominable y fea está el ánima que carece de este amor, y por consiguiente de la tal fealdad se debe levantar al deseo del amor divino; el cual sólo puede quitar la tal fealdad y dar hermosura cuando está presente, diciendo como arriba: ¡Oh, Se­ñor!, ¿cuándo te amaré para que sea yo ajeno de esta fealdad?

─Me gustaría escuchar otro ejemplo, pero éste referido a un ser humano.

─Helo aquí. Si vieres un caballero encima de un caballo y conoces que el freno lo rige para que no vaya desbocado según su apetito, y las espuelas le aguijan para que no se pare cuando quisiere, mas que corra con ligereza cuando el caballero quisiere, refiere luego al espíritu estas propiedades del freno y de las espuelas y de la silla, aplícalo todo al amor considerando que él solo causa estos efectos en el ánima donde mora, y endereza tu afecto al deseo del amor, diciendo con corazón y ojos levantados al cielo: ¡Oh freno sabroso, quién te poseyese o quién fuese enfrenado de amor! Y nota que el principal intento de estos ejercicios consiste en aquel final movimiento afectivo con que concluyes levantando tu voluntad a solo desear, porque el fin de esta vía es acostumbrar la voluntad a que se aproveche de sus actos propios de amar y se despegue de los que son fuera de ella.

─Además del conocimiento de Dios por las criaturas, ¿se puede alcanzar por otros medios?

 ─Sí: por la Escritura y por la teología.

─Veamos lo de la Escritura.

Así como en la manera ya dicha de las criaturas, ahora sean hermosas, ahora feas, se ha de levantar el afecto, así también por la meditación de las Escrituras, así de las que hablan y prometen bienes como de las que relatan o amenazan con males. Y lo primero se ha de entender el sentido de la letra de ellas. Lo segundo aplicar aquel sentido a alguna cosa espiritual del alma. Lo tercero referirlo todo al amor. Lo cuarto levantar el afecto al deseo del amor por la me­ditación precedente, diciendo levantada la cara, así del cuerpo como del ánima. ¡Oh, buen Jesús!, ¿cuándo te amaré? ¿Cuándo te desearé?, ¿cuándo me convertiré en ti? pues todos los bienes están en ti, mi Dios.

─¿Y cómo es por la teología?

─Teología, nombre griego, se dice de Theos, que quiere decir Dios, y logos, que es lo mismo que palabra, razonamiento, ciencia o razón. Y llámase razón los pensamientos y deseos del libre albedrío, cuando van reglados con la voluntad de Dios: que eso es vivir conforme a la razón. Mística, es lo mismo que misteriosa, alta y excelente, secreta o escondida; y así mística teología quiere decir ciencia de Dios misteriosa y secreta (BMC 1, 291).

─El evangelista Juan da la definición de Dios diciendo que es Amor, ¿cómo se puede justificar esta afirmación?

─Porque lo que Dios más ama en esta vida es al hombre, pues murió por él (BMC I, 318).

─Por otro lado si, como suele decirse, amor con amor se paga, ¿cómo puede corresponder el hombre a Dios?

─Cuando deseamos a Dios que sea Dios, de dos maneras lo deseamos. La primera, alegrándonos de que Dios sea Dios y dándole gloria porque es Dios. La segunda condicionalmente, diciendo: Señor, si vos no fuerais dios y en mi mano estuviera daros el ser Dios, de muy buena gana os le diera, conforme aquello que decía San Agustín: Señor, si yo fuera Dios y vos fuerais Agustín, yo os diera el ser de Dios y me quedara con el ser de Agustín: y estos son los altísimos actos y heroicos de amor en que se ejercita el alma y por ellos sube a la soberana unión (BMC 1, 322).

─¿Aman normalmente los hombres así a Dios?

─No, porque muchos aman a Dios, pero no llegan a tanto grado que le den todo el corazón, que es darle toda la voluntad, de suerte que saquen de ella todo el amor propio de sí mismos y el de todas las criaturas: mas quien la ama en supremo grado, ámale ex toto corde, porque en el corazón y voluntad no admite amor de criatura que no sea en Dios y para Dios (BMC 1, 65).

─Después de enseñarnos el Catecismo que Dios es Amor, nos habla de sus atributos. Y comienza por el de Creador. ¿Qué puede decir al respecto?

Gracián agarró con fuerza el hilo del nuevo discurso, y sentenció:

─Crió Dios todas las cosas y entre ellas al hombre a su imagen y semejanza para que en ellas resplandeciesen sus atributos; en unas su sabiduría en otras su omnipotencia y en otras su bondad y así las demás virtudes. En María y en José según la perfección de sus almas resplandecen en tan alto grado los atributos divinos, que, aunque no hubiera criado otra ninguna criatura, bastaban estas dos para muestra de que su Criador es infinito y omnipotente, y tiene en sí los demás atributos que resplandecen en todas las otras criaturas (BMC 2, 396).

─Pero, en última instancia, ¿para qué creó Dios al hombre?

 ─Cuando Dios crio las almas, las ordenó para el fin de la gloria (BMC 1, 2929).

─¿Sólo las ordenó para la gloria, es decir, para la eterna bienaventuranza?

─Vayamos por partes. Antístenes puso la suma felicidad en la alegría y contento, y que nunca entre tristeza en el corazón. Epicuro en los deleites de la gula y carne. Timón en la tranquilidad del ánimo y no padecer trabajos. Aun más acertados anduvieron Anaxágoras que llamó bienaventurados a los que consideren las cosas de esta vida y alcanzan saber sus causas: y Herilo a los que saben muchas curiosidades y delicadezas de ingenio; y Pitágoras que llamaba bienaventuranza el entender aquellos sus números que eran unas conveniencias de las esencias criadas; y mucho más acertó, Aristóteles que usó la bienaventuranza en el conocimiento de las cosas universales y de Dios, como primera causa de ellas; y el divino Platón que dijo ser el conocimiento de la virtud, porque nos lleva a Dios. Pero como Cristo es verdadero filósofo que el Padre Eterno, como dice Isaías, le puso por preceptor de las gentes, él nos declaró que la bienaventuranza en la otra vida es ver a Dios y a su Hijo Jesucristo: y en esta vida el conocimiento de Dios y de Jesucristo, junto con el amor y caridad de Dios y del prójimo (BMC 1, 37).

─Algunos pregonan que redunda en menoscabo de la dignidad del hombre su sumisión a Dios ¿Están en lo cierto?

 ─Al contrario. Es reinar el servir a Dios; son reyes señores los que le obedecen; libertad es el vasallaje y servidumbre que le rinden sus amigos (BMC 2, 439).

 ─Según el Catecismo, otro atributo divino es la conservación o providencia.

 ─Aunque algunas veces Dios se hace del dormido y nos deja caer en la tormenta para que le despertemos y acudamos a él desconfiando de nuestras fuerzas y no atribuyendo el fruto de la oración a nuestros talentos, siempre despierta cuando le llamamos, y envía serenidad en el corazón o mayor fruto de merecimiento con la perseverancia (BMC 1, 341).

─¿Qué se sigue de adorar el atributo de la Providencia?

─Acaece que algunas almas ponen toda su oración y espíritu en conformarse con la voluntad de Dios y alegrarse de los bienes que Dios tiene, habiéndose resuelto de no tener otro deseo sino de Dios. Y de aquí viene que viviendo ellos con pureza y contemplando cuán gran bien es que Dios sea quien es, y cuán bien les viene tener un Dios tan bueno y misericordioso, y no queriendo otra cosa sino lo que Dios quiere, consideran que todos los sucesos nacen de la voluntad de Dios; porque si son buenos, Dios los hace, y si malos, Dios los permite, y no se mueve la hoja del árbol sin esta divina voluntad. De aquí es que ninguna cosa que suceda les da pena; y como el alma está contenta y alegre con la consideración de los bienes y gloria que tiene Dios, de este contento redunda en el cuerpo la salud y fuerzas (BMC 1, 222).

─¿Cómo se explica eso?

─A los que ya se han resuelto en no querer más que a Dios o su divina voluntad, ningún suceso les da pena sino sólo el pecar, porque todo lo demás o Dios lo hace o Dios lo permite, y así Dios lo quiere; y como ven que Dios lo quiere y se cumple su voluntad, todo les da gusto (BMC 1, 416).

─Esto me hace pensar en la siguiente pregunta, repetida hasta la saciedad: ¿por qué permite Dios el mal?

─Es un misterio. Y en todo caso, a nosotros nos toca más que hacer esta oración: “¡Oh, Dios mío, que ya sabemos ser condición vuestra para hacer bienes permitir penas; para dar consuelos, comenzar por disgustos; para animar, favorecer y regalar, entrar al principio de la oración reprendiendo y afligiendo el alma!” (BMC 2, 160).

─Se ha dicho que los sufrimientos, aceptados con amor, redundan en bien tanto del que los sufre como de los demás. Explique esto un poco.

─Vamos allá. En cuanto a lo primero: son de mucho provecho los trabajos para alcanzar perdón, pues son obras penales, y para andar un alma ceñida con la mortificación y no se desvanecen con los bienes de esta vida. Y por lo que hace a lo segundo: las almas a quien da Dios excesivos trabajos y persecuciones reciben en recompensa inefables gustos y regalos espirituales, luz, entendimiento y doctrina con que otros perseguidos se aprovechen y consuelen. Por todo lo cual me resuelvo en que es más seguro y cierto espíritu el del padecer que no el del gozar en esta vida (PA 127; 337).

─Similar al atributo de la providencia es el de la misericordia...

─Sí, y se glorifica el Señor cuando cantamos sus misericordias (PA 5).

─¿Cuáles son las características de la misericordia?

─Dos.

 ─¿La primera?

 ─Que es efectiva. Y se prueba de este modo: si Dios por amor de las almas dio un salto tan grande, como es del cielo a la tierra, ¿qué mucho que las enriquezca con grandezas espirituales, levantándolas de la tierra al cielo después de esta vida, y en ella a una celestial vida, dotada de soberanos dones y raras misericordias? Pues no hay, dice Paciano, oficial que no se deleite en perfeccionar, enriquecer y adornar las obras de sus manos, y la más principal es el hombre criado de Dios a imagen y semejanza suya (BMC 1, 133).

─Conozcamos ahora la segunda característica.

─La misericordia es infinita. Dice el glorioso San Ignacio, discípulo del discípulo amado San Juan Evangelista, que siendo Dios, como es, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, y no teniendo número, fin ni tasa sus misericordias, ¿quién duda sino que abre su mano con algunas almas sus queridas, y las llena de bendiciones, dádivas y grandezas interiores, tan altas y excelentes, que la lengua humana no las acierta a contar? (BMC 1, 133).

─¿Cómo debe incidir este atributo divino en nuestra vida cristiana?

─Líbreme Dios de algunos que se tienen por muy espirituales y contemplativos, y tienen un corazón tan duro, tan seco y tan cruel con sus hermanos, que por no perder un punto de su reputación y quietud, dejarán ir las almas al infierno, o morir de hambre y padecer otros trabajos por no les acudir con doctrina, consuelo, favor o sustento. No han bebido éstos de la fuente de misericordia ni saben que es propio de Dios, misericordia y perdonar (BMC 1, 40).

─Otros atributos divinos son la eternidad y la inmutabilidad. ¿Qué puede decirnos de ellos?

─Que los dos tienen su aplicación en la vida espiritual. Pues así como Dios es eterno e inmutable, así el verdadero espíritu causa en lo interior de la conciencia la longanimidad, perseverancia y firmeza de corazón en el amor de Dios y del prójimo, y en el ejercicio de las virtudes (BMC 1, 49).

─Finalmente, una pregunta fundamental ¿qué utilidad puede reportarnos la consideración frecuente de los divinos atributos?

─Es de advertir, que pues entre otras excelencias que la oración tiene, una de ellas es ser medicina de nuestras pasiones, para que curemos la que de presente más nos atormenta, y para que alcancemos victoria contra aquel vicio en que el apetito en aquel tiempo que vamos a la oración está más desenfrenado, hemos de pensar de Dios según aquel atributo que más conviene para nuestro bien, y hemos de considerar en Dios aquella virtud y excelencia divina, que hemos menester para adquirir en nuestra conciencia la virtud que nos falta, según el viento de la pasión que en ella corre y la tentación que más nos aprieta (BMC 1, 337).

















II

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 Después de habernos expuesto el Catecismo el misterio de la existencia de Dios y de su esencia, pregunta cuál es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Y responde que el misterio de la Santísima Trinidad. Le sugerí a Gracián que podríamos centrar hoy nuestro diálogo sobre esta trascendental verdad, y le pareció bien. Y yo, para romper el fuego, le pregunté a bocajarro:

─¿Cómo se podría hablar de este misterio de forma que resultase interesante para las gentes de hoy?

─Dios es uno en esencia y tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y antes que criase las almas estaban todas en él como está la casa en la mente del artífice antes que la fabrique, y allí las almas estaban con pureza, porque eran la misma esencia purísima de Dios, según aquellas palabras de S. Juan: Lo que se hizo en él era vida, y estaban entendidas y alumbradas con la luz infinita de Dios (BMC 1, 292).

─¿Cómo explicar hoy el misterio de la Trinidad?

─Como siempre se ha hecho. El Verbo divino, que es el Hijo, procede del Padre por vía de entendimiento y conocimiento de su esencia y de las criaturas; y con el mismo amor con que el Padre e Hijo se aman espiran el Espíritu Santo (BMC 1, 292).

─¿Podría declarar esto un poco más?

El gusto que tiene el Padre Eterno de entender su esencia divina es tal, que por este gusto y acto de amor procede de él y de su Hijo la persona infinita del Espíritu Santo (BMC 2, 458).

─¿Cómo se explica la unidad de las tres personas distintas?

─Porque la esencia del Padre y del Hijo se comunica al Espíritu Santo.

─¿Tiene este sublime misterio alguna derivación práctica para el creyente?

─Dos, por lo menos.

─Veámoslas.

─He aquí la primera. Así como en la bienaventuranza está el alma harta, llena de todos bienes, que le nace de ver la esencia divina, amarla y de estar unida con Dios, así en esta vida, cuando a una alma le viene luz de la bondad de Dios y de la gloria esencial que las tres divinas personas tienen entre sí, y la voluntad no desea otra cosa sino el bien para Dios, sin hacer caso de sí ni de sus cosas, como esta luz y deseo la hinche el entendimiento y voluntad, y Dios es tan grande, que en su comparación todas las cosas criadas son nada, queda el alma harta y satisfecha (BMC 1, 201).

─¿La segunda?

─Todos deberíamos considerar al prójimo como si fuese un trono de la Santísima Trinidad, en quien Dios está, pues está en todas las cosas criadas y principalmente en nuestras almas por esencia, presencia y potencia. Y donde está Dios está toda la Corte celestial acompañándole (BMC 1, 318).

─Concluyamos nuestro apasionante diálogo con una pregunta de tipo teológico. ¿Está la Santísima Trinidad del mismo modo en cualquier persona?

─No, sino que lo está especialmente en el alma en gracia. El que ama, dijo el Señor, guardará mis mandamientos y mi Padre y yo le amaremos y vendremos a él y haremos morada en su corazón. En estas palabras se contiene el camino derecho de la perfección del alma que comienza con deseo de servir y amar a Dios (BMC 1, 303).


































III

 JESUCRISTO

 Ya sabemos que el Catecismo, que tiene cuatro partes, dedica la primera a la explicación del símbolo de la fe. Por eso, después de “Creo en Dios Padre” (que es lo que ya hemos visto) pasa a la afirmación “Creo en Jesucristo hijo único de Dios”. ¿Seguimos también nosotros ese orden? -pregunté a Gracián.

─Es lógico -me respondió-. Pues, como ya dijo San Juan, nuestro Cristo es alfa y omega, principio y fin; y así como es principio y fin de todo el mundo, lo es de los espíritus (BMC 1, 89).

─Pues, para empezar, una pregunta clave: ¿Quién es Jesucristo?

─Ego sum via, veritas et vita, dice Nuestro Señor Jesucristo (BMC 1, 375).

─¿Qué quiso darnos a entender con lo de via o camino?

─Que el que quisiere ir camino derecho a la gloria y en esta vida a la perfección, no siga otros pasos que los de Cristo Jesús (BMC 1, 375).

─¿Y con lo de veritas o verdad?

─El que desea aprender verdadera doctrina, atienda a la que el Señor nos enseñó en obras y palabras; y quien quisiere para su alma vida de gracia, de espíritu y de gloria, imite lo más que pudiere en obras, palabras y pensamientos la vida de Cristo, en quien, como dice el real Profeta, está la fuente de la vida (BMC 1, 375).

─Esto nos lleva a la tercera afirmación, vita o vida.

Escucha a San Pablo. Vivo ego; jam non ego; vivit in me Christus. En estas palabras se contiene el principio, fin y medio de la perfección. El principio es el amor de Dios; el medio la total aniquilación de sí mismo, y el fin la unión con Cristo. Y es que el conocimiento de Cristo es lo que más mueve a su amor. Que no deja Dios de ser amado por no ser amable y bueno, sino por no ser conocido (BMC 2, 164; 1, 376).

─Así, pues, Cristo se llama camino, verdad y vida. Pero ¿solo es eso?

─El alma enamorada dice a su Jesucristo: “Yo conozco, Señor, y confieso que vos sois mi Padre y como a Padre os tengo de reverenciar, pues me decís: Si ego Pater, ubi est honor meus. Sois también mi hijo, pues decís que el que hiciere la voluntad de mi Padre es vuestra madre. Sois mi esposo, mi galán, mi maestro, mi prelado, mi capitán, mi compañero, mi Señor, mi rey y mi Dios: yo, vuestra hija, vuestra madre, vuestra hermana, vuestra esposa, vuestra enamorada, vuestra discípula, vuestra súbdita, vuestro soldado, vuestra compañera, vuestra esclava, vuestra vasalla y vuestra criatura. Dadme vos, Señor, que yo os ame con reverencia, ternura, confianza, unión, fervor, luz, obediencia, fortaleza, suavidad, humildad, temor y adoración, etc. (BMC 2, 213).
─Cristo, en los Evangelios, también se llamó nuestro amigo.

─El verdadero amor causa que el alma se aparte del amor de todas las criaturas y sólo se abrace con Cristo, poniendo en él solo toda su confianza con desengaño de que es vanidad amar a ningún otro hombre, y de los daños que del amor de las criaturas se siguen, pues en comparación de Cristo u otra persona del mundo es como árbol silvestre, dañoso y de mal fruto (BMC 2, 166).

─Y, asimismo, en la Biblia se presenta como nuestro esposo.

─El más hermoso, más noble, más rico y más principal hombre que se puede amar, en comparación de la hermosura, riqueza, nobleza y bondad de mi Esposo, Cristo Jesús, es como la adelfa, que aunque me parezcan hermosas las flores de su conversación, me causan muerte de pecado; o como la retama, cuyo fruto es amargo, o la encina que lleva bellotas, manjar de puercos, o el roble que da agallas de vanidad (BMC 2, 166).

─Por otra parte, repetidas veces nos dice que hemos de aprender de él, que es nuestro modelo.

─Pensando un día sobre una doctrina que sembraban algunos hombres espirituales, que la perfección consistía en la unión inmediata con Dios sin acto ninguno exterior e interior, me vino una luz: que la verdadera perfección consiste en la imitación de Cristo. Y es que no hay cosa que más importe para el verdadero amor y para lección del alma que la imitación de Cristo, y tenerle por blanco y señal de todos nuestros pensamientos y deseos que nacen del corazón y de las obras que hacemos con nuestro brazo, imitando lo que él interior y exteriormente obró (PA 299; BMC 2, 381).

─¿Cuál es el punto básico de la imitación?

─La primera imitación de Cristo crucificado y primera parte del amor perfecto es juntar la pureza y amor: que el alma sea blanca por la pureza y colorada por el amor; blanca, que no admita cosa contra la voluntad de Dios, y colorada, porque se ha de determinar de padecer hasta derramar Sangre por él, y por no le ofender y hacer siempre su voluntad (BMC 2, 192).

─¡Qué dicha alcanzar esa imitación! Pero, ¿cómo lograrlo?

─Cuando la misma conciencia con su meditación y discurso va haciendo esta transformación, sacándose de sí su voluntad, y en lugar de ella poniendo la voluntad de Cristo, ayudándole la divina mano del Espíritu Santo, porque sin ella aun para decir Jesús con la boca no tiene poder (BMC 1, 143).

─Sin olvidar lo que antecede, también se ha dicho que Cristo es la puerta de la oración.

─Sí. Es de advertir que nuestro Cristo es principio de la vida espiritual, porque los que comienzan a tener oración, muy bien encaminados van, cuando meditan un paso de la pasión de Cristo, y con ella se enternecen y mueven; luego van entrando más en la contemplación, y suéleles levantar el espíritu la grandeza de la divinidad. Y cuando éstos dicen que les estorba la humanidad de Cristo, no quieren decir otra cosa sino que no llevan ya aquel primer modo de meditar, que era de principiantes; pero después de esta soberana contemplación, entran otra vez en Cristo crucificado, juntándose y haciéndose una cosa con él (BMC 1, 89).

─Sin embargo, algunos sostuvieron -y aún sostienen hoy-, que la humanidad de Cristo estorbaba en los altos grados de oración, y hasta la Madre Teresa de Jesús se vio precisada a  intervenir en esa polémica...

─Así es. Algunos hay que dicen que es dañosa para la contemplación la meditación y discurso de los misterios de Cristo. Y engáñanse estos, porque este es el principio por donde comienzan las almas, y nunca se ha de quitar a los principiantes (BMC 1, 381).

─¿Acaso no enseña la teología que es Cristo, Dios y Hombre, el que propicia nuestra unión  con Dios?

─Ciertamente. Así como la nube recibiendo los rayos del sol, queda arrebolada y trasformada en el sol; el hierro, aunque sea duro y frío, con el fuego queda hecho fuego; y la pera cocida en azúcar queda azucarada; y cuando un representante se viste vestiduras reales, hace la figura de un rey: así el alma cuando recibe los del sol Cristo Jesús, el calor del fuego abrasador, Dios Eterno, y se entrega toda a la dulzura del suavísimo amor, y se viste de Cristo uniéndose con él, queda transformada y transfigurada en Cristo (BMC 1, 400).

─Finalmente, nuestra unión con Jesucristo, ¿qué frutos espirituales nos reporta?

─Así como Moisés de la costumbre de tratar y hablar con Dios en el monte tenía el rostro tan resplandeciente que deslumbraba los ojos que le miraban; así el alma que más tratare con Cristo alcanzará mayor pureza. Porque la pureza del corazón es un resplandor que nace del sol de la divina justicia; y ninguna cosa más se parece a la pureza que la luz (BMC 2, 447).



















IV

EL ESPIRITU Y SUS DONES

 Tras exponernos el misterio de Cristo, el Catecismo llega a este artículo de nuestra fe: “Creo en el Espíritu Santo”, e inmediatamente enlaza con él los temas de la Iglesia y del apostolado. Le pregunté a Gracián si era éste un orden adecuado, y si nosotros podíamos seguirlo en nuestra conversación de hoy.

─Perfecto -me respondió sin más-. Y añadió: Porque Espíritu en las divinas letras se llama Dios, según aquellas palabras de Cristo por San Juan: “Dios es espíritu, y los que adoran, conviene que adoren en espíritu y verdad”. La tercera persona de la Santísima Trinidad se llama Espíritu Santo, conforme a lo que dijo el ángel a la Virgen: “El Espíritu Santo vendrá en Ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra” (BMC 1, 21).

─¿Es muy importante el Espíritu Santo para la vida cristiana?

─Importantísimo. Dice el Espíritu Santo que nuestras buenas obras las hace Dios en nosotros, y que Él solo es ayuda de Israel, siendo uno de sí mismo la perdición, pues no tenemos de nuestra cosecha sino –como dice un Concilio- pecado y mentira (PA 211).

─Y, sin duda, el Espíritu nos ayuda con sus dones.

─El profeta Isaías escribe los siete dones en el capítulo once y en el capítulo cuarto, cuando los llama “siete mujeres que se abrazaron con un buen varón” y declara la glosa, que los siete dones del Espíritu Santo se abrazaron con Cristo; porque en ninguna alma se hallaron más perfectamente como en la del Señor; y él nos los dio y los tenemos por él, y a él se los debemos, que según dice el Salmo: “Subiendo Cristo a lo alto, llevó cautiva la cautividad y dio dones a los hombres”. Pero, por otra parte, es imposible que quien no guardare recogimiento interior y exterior y no escondiere las gracias, misericordias y dones que de Dios recibe, persevere mucho tiempo en el amor de Dios. Porque la vanagloria o las alabanzas humanas o la conversación mundana la harán entibiar y distraer del amor y caridad (BMC 1, 51; 2, 181).

─¿Cuántos son los dones del Espíritu Santo?

 Lo acabo de decir. Los dones del Espíritu Santo son siete: sabiduría, entendimiento, ciencia y consejo, piedad, fortaleza y temor; y así como en siete días crio Dios el mundo, con los siete dones cría el espíritu sobrenatural, que es un mundo interior (BMC 1, 131).

─¿Hay otros pasajes bíblicos en que se mencionen los dones?

─Entre siete candeleros de oro vio S. Juan en el Apocalipsis al varón perfecto, a quien llama “semejante al hijo del hombre” Estos siete candeleros son los dones, que también se llaman “siete ojos en una piedra” por el profeta Zacarías, y las siete columnas sobre que la divina Sabiduría edifica su casa. A estos siete dones, dice San Cirilo van a parar todos los ejercicios espirituales que disponen el alma para la perfección (BMC 1, 51).

─¿A quién concede el Espíritu Santo sus dones?

─Los dones del Espíritu Santo, aunque los da Dios a todos los justos en algún grado, aunque no tengan oración, pero en grado más heroico dalos a los varones espirituales; que a quien persevera en buena oración, con pureza de alma, luz interior y fuego de amor divino, muy ordinariamente le da Dios don de sabiduría y de consejo (BMC 1, 23).

─Me gustaría que hablásemos de cada uno de los siete dones en particular. Podríamos empezar por el primero: la sabiduría.

─Las verdades de la fe no se ven con luz del sol de la evidencia hasta que vamos al cielo, donde en el sol de la esencia divina resplandecen; mas acaece que el Espíritu Santo, mediante el don de la sabiduría, da tanta luz en algunas almas, que les parece tienen evidencia de ellas (BMC 1, 52).

─¿Algo más sobre este don tan importante?

─El don de la sabiduría pone más eficacia, fuerza, ímpetu y peso en lo que entendemos. Pongamos por caso; entendía yo esta verdad, Cristo murió por mí; infierno hay, etc. y era como quien ve un león pintado; más con el don de la sabiduría en la buena oración, añade el Espíritu Santo en esta misma verdad tal ímpetu, que me hace la moción y eficacia que si viese un león vivo, y va tanta diferencia de lo uno a lo otro, cuanta hay de lo vivo a lo pintado (BMC 1, 52).

─El don de entendimiento...

─Todos los actos interiores y deseos y pensamientos de la oración nacen del entendimiento y voluntad; y cuando el entendimiento está enriquecido por el Espíritu Santo para entender con modo más gustoso, más cierto, más claro y más eficaz lo que sabe por fe o lo que se alcanza por razón natural o por sobrenatural luz, entonces tiene el don de entendimiento (BMC 1, 51).

─¿Querría decirme algo más sobre este don?

 ─Así como quien sube por una cuesta arriba, que va mirando las piedras, yerbas y fuentes que tiene delante de los ojos, y acaece subir a la cumbre, donde con sola una ojeada descubre tantos ríos, campos, montes, fuentes y arboledas, etc., que tiene bien que contar y que escribir en muchos años de lo que vio con sola aquella vista; así acaece a las almas a quien Dios quiere enriquecer con el don del entendimiento, que aunque nunca hayan estudiado, y sean simples e ignorantes mujeres, que las sube a una alteza de conocimiento tan grande, y abre una ventana en lo interior de su conciencia, con que entienden tantos, tan altos y soberanos conceptos, que pone admiración (BMC 1, 52).

─Pasemos al don de ciencia.

─El don de ciencia es como hermano del don del entendimiento, descubre conocimiento de virtudes y perfecciones que el alma ha menester para salvarse, y así acaece, que una persona ignorante dada al espíritu, llegando a tratar de oración y virtudes, habla mejor de ellas que grandes letrados en filosofía moral ofuscados en vicio (BMC 1, 53).

─Y ahora el don de consejo.

─El saber juzgar bien de los medios, viene del don del consejo, como el entender y aprender las virtudes, viene del de la ciencia. Con el don del consejo descubre Dios el modo de proceder el alma en lo más perfecto, y los medios más fáciles, más claros, más breves y más derechos para la salvación y perfección de esta vida (BMC 1, 53).

─Veamos el don de fortaleza.

─El don de la fortaleza es un ánimo que el Espíritu Santo da al que tiene buen espíritu, con que se determina a hacer y padecer cosas grandes por Cristo; y tiene en poco cualesquier que haga, por grandes que sean, y cualesquier trabajos que padece, por insufribles que parezcan  (BMC 1, 54).

─Llegamos ahora al penúltimo de los dones.

─Es el don de piedad una ternura interior que el alma tiene para con Dios con que se ablande a todo lo que Dios quiere hacer de ella, y se pone como una cera derretida a la impresión de cualquier sello divino, o una masa “de barro blanda en las manos del alfarero” como dice Jeremías, para que haga de nosotros el vaso que fuere servido. Para con el prójimo ablanda esta piedad nuestro corazón, sintiendo cualquier trabajo y daño del prójimo como propio, y deseándole hacer todo el bien que pudiéremos espiritual o corporalmente; y de aquí nacen todas las obras de misericordia (BMC 1, 54).

─Y ya, por fin, el último.

─El temor es en tres maneras: la primera, temor servil, y lo principal de este temor es de las penas del infierno y purgatorio; el cual para los nuevos y que comienzan el camino del espíritu, es de mucha importancia; y así cuando tienen algún dolor o trabajo, acuérdense cuán mayores y más intolerables son los del infierno; y es a propósito llegar alguna vez el dedo al fuego y, viendo que no se puede sufrir aquel dolor por un solo momento, moverse a temor del fuego eterno. La segunda manera de temor se llama filial; que es temor de apartarse de Dios, de darle disgusto y tenerle por enemigo. La tercera se llama temor reverencial; que es el respeto y reverencia que se debe tener a Dios, como a Criador Universal de todas las cosas, infinito, inmenso y omnipotente, etc (BMC 1, 404).


─Aunque el temor servil no es malo, el temor filial que tienen los Santos y el reverencial que tenía la Virgen, es lo sumo a que puede llegar un buen espíritu; que si Dios “derribó de las sillas del cielo a los poderosos ángeles y quitó aquel reino a los que fueron soberbios de corazón, obrando castigó con su poderoso brazo” ¿quién no andará atravesado el corazón con clavos del temor? (BMC 1, 34).

─El temor de Dios, que es “principio de sabiduría” y por eso cuando los Santos escriben de estos dones, comienzan por él es un encogimiento que tiene la conciencia, mirando sus miserias, pecados, flaqueza y sus pocas fuerzas, con el cual vive con recato para no se poner a peligro; calla con silencio para no tropezar en la lengua, y guarda encerramiento para huir de las ocasiones. Porque así como mirando la grandeza de Dios, que obra nuestras cosas en nosotros, como dice San Pablo; “Todo lo puedo en aquel que me conforta”; y este es efecto del don de la fortaleza así también poniendo los ojos en su poca virtud, su nada y poco valor, y mirándose a los pies, como hace el pavón, deshace la rueda y confiesa, que aún no puede decir “este nombre Jesús, sino con virtud del Espíritu Santo” (BMC 1, 54).

─Magistral es la lección que acaba de darnos sobre la teología de los dones. Tanto, que mucho le agradecería que nos resumiese todo ello en términos breves y apodícticos.

─Con mucho gusto. Comencemos por decir que llámase Santo el varón enriquecido con dones del Espíritu Santo, que son siete, conviene a saber, sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza y temor de Dios (BMC 2, 429).

─El don de la sabiduría es un sobrenatural conocimiento de las cosas del cielo, recibido con gusto y sabor de la voluntad; dase a los que son más humildes y cercanos de Dios (BMC 2, 430).

─El don del entendimiento es la noticia y luz de los secretos espirituales que pasan dentro de nuestras almas (BMC 2, 430).

─El don de la ciencia es una soberana luz, con la cual, sin trabajo del estudio, sin la dificultad de aprender y sin espacio de discurrir, se entiendan las ciencias criadas, principalmente la que trata de Dios y de las virtudes con que se ahuyenta la ignorancia y el alma se fortifica en la fe (BMC 2, 430).

Vengamos a los dones de la voluntad; el primero de éstos es el de la fortaleza con la cual se resiste en las adversidades y se vencen los enemigos y se defiende lo que bien queremos de sus adversarios (BMC 2, 431).

─Tener el corazón inclinado a obras de misericordia y para las inspiraciones divinas muy blando, esta blandura e inclinación causa el don de piedad en las almas justas (BMC 2, 431).

─Hay temor natural, como cuando se teme la muerte o infamia; temor servil, cuando se teme castigo y pena; temor filial, que nace de la caridad, con que teme el alma apartarse de Dios y darle disgusto y temor reverencial, que es el supremo de todos y nace de la profundísima humildad, madre de toda la perfección, el cual temor es principio de la sabiduría y cumbre de todas las virtudes, que son partes de justicia. Porque con este temor se ejercita la religión, de él nace la observancia y obediencia, y es principio del agradecimiento a las mercedes recibidas de Dios y primera raíz del amor perfecto del prójimo, que da ser a la piedad, amistad y liberalidad (BMC 2, 419).







V

LA IGLESIA APOSTOLICA

 El Catecismo da esta espléndida definición de la Iglesia: “Con el término “Iglesia” se designa al pueblo que Dios convoca y reúne desde todos los confines de la tierra, para constituir la asamblea de todos aquellos que, por la fe y el Bautismo, han sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo (nº 147). Le pareció también a Gracián espléndida esta definición, y convinimos los dos en que ese sería el tema de nuestro diálogo; aunque él quiso completar antes lo dicho por el Catecismo con unas palabritas sobre su fundación:

─Cristo Jesús para fabricar la Iglesia Católica escoge por oficiales a los apóstoles y evangelistas, por peones a los mártires, confesores y vírgenes y los demás que le ayudaron; pone los materiales de su Sangre y Sacramentos; y primero que se dé martillada, o por mejor decir, que le den las martilladas en pies y manos, enclavándole en la cruz, escoge a José, carpintero viejo y experimentado, para que en compañía de su Madre, todos tres estén tratando y platicando cómo se ha de hacer la fábrica de la Iglesia y la obra de nuestra redención (BMC 2, 413).

─El Catecismo -dije yo para comenzar- llama a la Iglesia el cuerpo místico de Cristo.

─Así como Cristo tiene dos cuerpos, el cuerpo propio y el cuerpo místico, que es su Iglesia, así el alma se hace una cosa con el cuerpo de Cristo, así con el cuerpo herido como con el cuerpo místico de todos los estados de la Iglesia atribulado (BMC 1, 89).

─La Iglesia se llama y es Madre y Maestra.

─Ciertamente es Madre. Más anda el niño y más alto ve cuando no anda en sus pies sino en los del gigante que le lleva, y más mira desde los hombros del gigante; así el alma más alto entiende y más camino anda de conocimiento de Dios cuando se rinde y ciega, creyendo lo que Dios le tiene revelado en su Iglesia (BMC 1, 179).

─Pero decíamos que también es Maestra...

─También. A la luz inaccesible se camina por la viva fe y actos de ella y por el verdadero rendimiento a lo que Dios nos tiene ya enseñado, y a todo lo que tiene, cree y confiesa la Santa Madre Iglesia católica, romana, no queriendo ni deseando ninguna otra luz particular (BMC 1, 73).

─Si la Iglesia es maestra. ¿Qué hacer para no dudar de su magisterio?

─Así como el rostro de Cristo se puso resplandeciente como el sol, así al alma transfigurada en Cristo le viene una nueva luz y un nuevo resplandor de la divinidad en la porción superior, que no se puede declarar en particular cómo es, más de que aumenta tanto la certidumbre de la fe, que aunque no llegue a evidencia, que esa no la puede haber en esta vida, cobra el alma tanta seguridad de ser verdad lo que la fe de la Iglesia Romana enseña, que no le queda rastro de duda en su corazón (BMC 1, 401).
─Siempre se ha dicho que del amor a la Iglesia fluye el apostolado.

─El alma herida del divino amor, unida con Cristo crucificado, que dio su vida y derramó su Sangre por la salud de todas las almas del mundo, no puede dejar de dar voces interiores como Raquel, diciendo a su Esposo Cristo: Da mihi liberos, alioquin moriar: Señor, dadme hijos espirituales y que yo gane almas para vos, y que vaya predicando por el mundo vuestra Santa fe, que me muero, y el celo de vuestra honra y gloria y del bien de vuestra casa e Iglesia me come las entrañas (BMC 1, 398).

─Se habla de dos clases de apostolado: el de la oración y el de la acción. ¿Qué argumentos hay para fundamentar este último?

─En personas públicas que están puestas para dar ejemplo en la Iglesia de Dios, conviene muchas veces que las obras se hagan públicamente para que otros tomen buen ejemplo, y viendo las buenas obras glorifiquen al Padre celestial, que está en los cielos, y que por esconder el talento fue condenado el mal siervo (BMC 1, 409).

─¿Solo existe la razón del ejemplo?

─También está la voluntad de Cristo de predicar por todo el mundo. Si la Madre Teresa de Jesús, que fue atormentada con este celo, siendo monja y profesando clausura, no hubiera salido de un convento, como algunos decían que hiciera, no hubiera hecho tanto fruto en la Iglesia de Dios. Da mihi liberos, alioquin moriar, decía Raquel llorando a su marido Jacob; y así dice el alma celosa a su Cristo; Señor, dame hijos de gracia que yo lleve al cielo, que me muero por hacer fruto en las almas (BMC 1, 216).

─¿Es obligatorio el apostolado?

─Nadie duda de cuán lejos están de verdadero y perfecto espíritu, los que pudiendo hacer fruto en las almas, por no perder un poco de quietud o reputación, las dejan de ayudar, especialmente si tienen oficio y talentos para ello, o los que andan con sus hermanos en disensiones, y los tratan con fingimientos, dobleces, calumnias, sequedades y otras señales y efectos de desamor, buscando por otras partes otras riquezas espirituales, que aunque adornan el alma, no son el fundamento y la vida del buen espíritu (BMC 1, 65).

─Pero no me negará que hay ciertos apostolados peligrosos...

─No lo niego. Por eso es verdad que ha de haber recato para que, con título de hacer bien, consolar o animar a personas peligrosas, no se ponga nadie a peligro de ofensa de Dios; porque quid prodest homini, si universum mundum lucretur, animam vero suam detrimentum patiatur? ¿qué le aprovecha aunque gane todo el mundo, si su alma padece detrimento en la gracia, pureza y castidad?

─¿Cómo tendría que actuar el que quisiera ser un buen apóstol?

─El que quisiere aprovechar con su predicación y doctrina, imite a Cristo y siga sus pisadas. Que así como Cristo en treinta años calló, con que era la infinita sabiduría del Padre Eterno, estando recogido con su Madre la Virgen y su padre José, así primero que salga uno para aprovechar y dar fruto a otros, aprovéchese a su alma, ganando gracia y virtudes con el recogimiento (BMC 1, 397).














































VI

EL ESTADO RELIGIOSO

 Después de hablar de la Iglesia misionera, declara el Catecismo que los fieles pertenecen a un triple estado según su vocación: jerarquía, laicos, vida religiosa. La mayoría de los católicos desconocen la naturaleza de la vida religiosa. Por ejemplo: cómo se pertenece a ese estado; si, para abrazarlo, hay que sentir inclinación hacia él; si debe, o no, preceder la llamada de Dios, etc. De todas estas cosas podríamos hablar hoy. ¿Qué opina? -le espeté a Gracián aquella mañana, apenas nos saludamos. Su opinión, no solo fue favorable, sino que, incluso, manifestó que quería reflexionar sobre este tema a partir de su propia experiencia. Y comenzó así:

─Tomé el hábito en Pastrana, año de 1572 habiendo peleado casi año y medio con mi vocación que no es pequeño tormento.

─Pues, ¿qué le sucedió?

─Todas las razones naturales eran contrarias en mí a este estado; falta de salud, flaqueza natural, obligación a mí y hermanos, y que había estudiado y experimentado algunas dificultades que hay en las religiones, que me ponían muy lejos de esta voluntad.

─Y entonces, ¿qué pasó?

─Ocurrió que todo esto peleaba, de una parte contra un encendido deseo que tenía de servir a Nuestra Señora, y, de la otra, como comenzaba entonces la reformación de esta su Orden, parecíame que me llamaba mi Señora para ella. Y era con tanta fuerza este pensamiento, que me acaeció muchos meses tener cubierta con un velo una muy hermosa imagen de la Virgen que tenía, porque parece que visiblemente me hablaba para que en este nuevo ministerio la sirviese (PA 8).

─Tremendo dilema el suyo.

─Y tan tremendo. Porque esta irresolución, esta niebla, indeterminación, fluctuación y dificultades, este mar de sospechas, esta batalla y reencuentro de propósitos diversos, es una de las mayores congojas interiores que se hallan en la almas; porque no se puede sufrir el estruendo que allá dentro pasa, las razones contrarias las unas a las otras, en todo se ofrece dificultad, deséase acertar y en todo parece que se yerra, con el parecer de los amigos no se asegura porque la batería interior no admite consejo; falta la luz del espíritu, siéntese desamparo interior, hállase la conciencia a solas entre las dos cercas de las viñas, y por más palos que da la razón a la asnilla de la sensualidad, como daba a la suya delante del ángel Balaam no quiere obedecer ni cesan las tentaciones (BMC 2, 452).

─¿Y en qué quedó la cosa?

─Que di el paso en el buen camino y escogí Religión áspera en principios de reformación, sabiendo que no me habían de faltar tribulaciones y afrentas y no me arrepiento de haberlas pedido, puedo decir al Señor: Bonum mihi quia humiliasti me, ut discam justificationes tuas (PA 128).

─Según eso, ¿en qué consiste esencialmente la vida religiosa?

─Escuche bien. Un Santo de los del Yermo, pidiéndole un su discípulo regla y constituciones para bien vivir, le puso un crucifijo en las manos, diciendo que aquella era su regla en que había de leer y guardar las virtudes religiosas: la obediencia, con ver a Cristo obediente hasta la muerte y muerte de la cruz; la pobreza, mirarle sin tener en qué reclinar su cabeza, teniendo las vulpejas cuevas y las aves nidos; la castidad, viéndole tan ajeno de deleites y gustos que lo llama Isaías varón de dolores (BMC 1, 383).

─¿Solo en eso estriba la vida religiosa?

─Por supuesto que no. Porque la buena religión consiste en la verdadera imitación de Cristo crucificado, que allí se aprende la obediencia, castidad, pobreza, penitencia, oración, paciencia, silencio, celo de almas y amor de Dios con todas las demás virtudes necesarias en la Religión (BMC 2, 182).

─Y semejante género de vida, ¿acaso no perjudica a la salud?

─Tiene la respuesta en el siguiente ejemplo. Entre los primeros religiosos de Pastrana, hubo uno llamado fray Benito de Jesús y la Virgen, que desde que entró en la orden para fraile lego, se determinó a no hablar palabra ni tener pensamiento que no fuese de amor de Dios y de Nuestra Señora, devoción del Santísimo Sacramento y de las ánimas del purgatorio. Vino este a términos, que solamente dormía tres horas de noche, y todo lo demás del tiempo o trabajaba a tejer seda o estaba en oración delante el Santísimo Sacramento, y su comida era de continuo pan y agua y con esta vida andaba tan gordo, colorado y contento, como si tuviera los mayores regalos del mundo (BMC 1, 222).

─Vayamos a examinar el primero de los votos.

─Es la obediencia el primer voto de la Religión y el principio y como fundamento de toda la vida religiosa, según dice el Santo Concilio Tridentino. Y por la fe sabemos que la voluntad de la obediencia es voluntad de Dios, conforme a aquellas palabras: El que a vosotros oye, a mi oye, etc.

─¿Cómo se entiende este voto?

─Si amamos a este tan buen Dios, queriendo hacer su voluntad, esa es la del prelado que es el arcaduz por do viene la voluntad de Dios (BMC 1, 342).

─Es muy duro tener que someter nuestra voluntad a otro.

─Lo parece, pero no es así. Porque no ha de tratar ningún superior con más imperio, insolencia y arrogancia a su inferior que si fuese su hermano (BMC 2, 218).

─Se dice que la obediencia es una virtud muy querida por Dios.

 ─Así es. Dije una vez yo a la Madre Teresa de Jesús, que pidiese a Dios muy de veras le diese luz, si convenía hacer una cosa de que tratábamos, que era muy importante, o dejarla de hacer; respondióme, que tenía clara revelación que se hiciese. No obstante esto yo ejecuté lo contrario guiándome por lo que me dictaba la razón. Ella calló y obedeció, que era entonces mi súbdita, y después estando yo temeroso si había acertado en ir contra la revelación de la madre, tornéla a mandar que pidiese al Señor nos descubriese si íbamos bien. Respondió que el Señor le dijo estas palabras: Bien hiciste en obedecer que por ese camino no se puede errar: lo que yo te había dicho era muy bueno, mas por esto otro yo haré que suceda mucho mejor, aunque os ha de costar muchos trabajos: sucedió así al pie de la letra (BMC 1, 192).

A este propósito se me ocurrió comentarle el dicho popular (muy común en la vida religiosa) de que la obediencia hace milagros. Él me contestó que, por lo menos, a veces obtenía el milagro de la humildad heroica. Y me hizo esta divertida reflexión a modo de estrambote:

─¡Con cuánto rigor y cuidado hacía guardar la Madre Teresa de Jesús a sus religiosas una constitución que les puso, de que diesen a sus preladas cuenta de su espíritu; y cuánto provecho halló una cierta alma, que teniendo repugnancia a esto por estar tentada contra su mayor, la mandaron, y lo cumplió, dar cuenta de su espíritu al gato, que aún la costaba trabajo tomarle porque era arisco, que no hace Dios los milagros de andar sobre el estanque por sola la excelencia del prelado, sino también por la obediencia y humildad del súbdito, como dijo San Benito a San Plácido (BMC 1, 114).

─El segundo voto es la castidad. Normalmente los autores espirituales sólo consideran su aspecto negativo: reprimir los pensamientos, deseos y actos deshonestos y practicar el celibato. Pero, ¿acaso no es eso una visión muy pobre del voto?

 ─Gracián me dijo que sí, que era muy pobre esa visión, pero que no todos los autores espirituales actuaban así. Y me citó a la Madre Teresa de Jesús que insistía siempre a sus monjas que, por el voto de castidad, la religiosa se desposaba con Cristo. Y para mostrarme cómo en aquel tiempo esa era la idea general, me refirió cómo Ana de San Bartolomé le había contado el comienzo de su vocación religiosa en estos términos: “Cuando llegué a la edad de trece años cumplidos me querían mis hermanos casar que ya mis padres eran muertos, y andando tratando de esto, vime afligida, porque siempre había tenido deseo de la castidad. Mas un día determinéme a que si yo hallara un hombre muy rico, muy hermoso, muy agradable, muy Santo y que me ayudara al servicio de Dios y guardara castidad, que me holgara con tal compañía. Estando en estos pensamientos, aparecióseme nuestro Señor Jesucristo, hermosísimo, como lo había visto en el cielo, y hablándome con mucha ternura y amor, me dijo: “Yo soy el hombre que tú buscas”. Desde entonces determiné de no me casar y procurar cuanto pudiese ser monja”[5]. Y para completar su argumentario terminó contándome esta graciosa anécdota que le acaeció estando preso de los turcos: “Díjome un moro, estando yo cautivo en Berbería, disputando con él de la verdad de nuestra fe y de la falsedad de su secta; mirad, dijo, cuán engañados estáis los cristianos, que a las vuestras monjas que tenéis por más Santas y esposas de vuestro Cristo, consentís que hablen y parlen en los locutorios desenvolturas, que nosotros a nuestras mujeres, ni esclavas y negras no consentimos que nadie nos las vea el rostro” (BMC 1, 102).
─¿Tiene, pues, su importancia este voto?

─Entre las virtudes que más resplandecen, la castidad puso sobre todas su silla, porque ella es la hermosura del alma, la salud de las potencias, luz del entendimiento, pues dice el Sabio: Que no mora la sabiduría en cuerpo sujeto a pecados; corona en la lu­cha más fuerte que tenemos, que es la de nuestra carne, y lo que más agrada a los ojos de Dios en nuestras conciencias. Los que si­guen al Cordero en la bienaventuranza adonde quiera que va, son vír­genes; las desposadas del buen varón, que es Cristo, castas son y vírgenes, como dice San Pablo; la Madre Virgen de almas castas quiere ser servida; no hay cosa que haga parentesco entre los án­geles y los hombres mejor que la castidad, como dice S. Ambrosio. Estos limpios de corazón verán a Dios, y le cantarán cantar nue­vo de alabanza.

 ─Se agradecería un consejo para ayudarse en la práctica de este voto.

─La experiencia enseñará a los que quisieren ser devotos de San José, que en las batallas que se les ofrecieren contra los enemigos de la castidad, teniéndole por particular patrón, alcanzarán victoria. Y así aconsejo a los que desean ser perfectamente castos que tengan con él gran devoción (BMC 2, 444).

─Pasemos al tercero de los votos. ¿Por qué la pobreza?

─Los religiosos, demás del voto que de la pobreza tienen hecho, profesan de adorar, seguir e imitar a Jesucristo, Salvador del mundo, que escogió ser tenido por hijo de un pobre carpintero y de una Madre tan pobre, que, como dice San Ignacio, no tenía sino lo que ganaba de comer con el trabajo de sus manos, de quien nació, envuelto en unos pobres pañales, en un pesebre, sin tener hasta que murió desnudo en la cruz donde poder reclinar su cabeza; que si considerasen de veras esto, acabarían de amar esta soberana virtud de la pobreza (BMC 2, 34).

─También le agradecería aquí algún consejo para la práctica de este voto.

─Pobre se llama el que no tiene hacienda superflua, y más pobre el que tiene deseo de no tener ninguna, y mucho más pobre el que la poca que tiene la da a los pobres y sumamente pobre el que no tiene nada y suda, trabaja y afana y da su misma persona para sustento de pobres (BMC 2, 434).

─Parece muy dificultoso este género de vida.

─Si apretare la pobreza, pongan los ojos en Cristo crucificado, que no tenía sobre qué reclinar su cabeza, teniendo las vulpejas del campo cuevas y las aves nidos (BMC 1, 405).

─¿Cuáles son los beneficios de la pobreza religiosa?

─Tenga por muy cierto el religioso que de veras abrazare esta soberana virtud de la pobreza y fuere verdadero pobre de hacienda y de voluntad, que alcanzará el desposorio de Lía, que es la vida activa, y de Raquel, la vida contemplativa, y las riquezas espirituales de la gracia: podrá ser caudillo de otras almas y llevarlas al cielo, como Moisés; será esposo de Cristo nuestro rey, que es más excelente que el esposo de Rut, y ungido por rey de la bienaventuranza, que es mejor reino que el que alcanzó David; alcanzará el celo y espíritu de Elías y abrírsele han los ojos del conocimiento con que vea enriquecido el hijo de su libre albedrío más que el hijo de Tobías; y será verdadero sacerdote, sucesor de San Pedro y predicador del Evangelio, como San Pablo y los demás apóstoles.

─Por último, ¿qué hemos de entender por el bíblico “Bienaventurados los pobres en el espíritu?”

─Pobres de espíritu se llaman tres suertes de personas. Lo primero, los que con espíritu y voluntad desechan la hacienda. Lo segundo, los que no tienen ni quieren vanidades, honras ni viento en que fabricar castillo, cuales son los humildes. Lo tercero, llamando espíritu a los deseos, los que tienen solo un deseo, que es el agradar a Dios y al prójimo y desechan los demás.



































VII

LA VIDA SACRAMENTAL

 El catecismo enlaza el tema trasanterior de la Iglesia con la doctrina de los Sacramentos mediante estas palabras: “Cristo ha confiado los sacramentos a su Iglesia. Son de la Iglesia y para la Iglesia”. Mi primera pregunta de hoy sería: ¿Qué se entiende por sacramento?

─Defínese el sacramento: señal sensible que Santifica el alma (BMC 2, 428).

─¿Son importantes los sacramentos?

─Ninguna cosa tanto aprovecha para la pureza del alma como frecuentar los Sacramentos, que con ellos se lavan las manchas que cada día, por nuestra flaqueza, nos ensucian (BMC 1, 28).

─Sabemos que los sacramentos son siete. De ellos hay dos (la confesión y la Eucaristía) que ofrecen, en la práctica, una mayor dificultad para los fieles. Hablemos, pues, de ellos. ¿Qué es la confesión? ¿Por qué frecuentar este sacramento?

─Después que el Señor Sanó los leprosos, mandó que se fuesen a mostrar a los sacerdotes, dando por esto a entender que habiéndose puesto el alma en gracia por la verdadera contrición, es necesario confiese sus pecados ofreciendo al Señor los becerros de sus labios, que dice el Profeta en sacrificio y mostrándole el rostro de su conciencia, que le es muy agradable, como dice el Esposo (BMC 1, 297).

─¿Habrá que confesarse después de cometido un pecado mortal o podrá diferirse la confesión?

─Por ser caso que pasó por mis manos y muy a propósito de esta materia, diré lo que ha pocos años me acaeció estando en cierto pueblo a predicar. Vino allí un bandolero de los más afamados revoltosos y estragados de aquella tierra, que había cinco años que no se confesaba, y persuadiéndole se confesase porque andaba en peligro de la vida, respondió como responden otros semejantes, que él no podía morir sin confesión, porque traía consigo una oración impresa que fue revelado por uno que mataron bandoleros en Cataluña y cortaron la cabeza, y la cabeza cortada pidió confesión y se confesó, que quien aquella oración trajese consigo, no podía morir sin confesarse primero, que en este caso de nóminas supersticiosas hay harto daño entre gente vulgar; no aprovechó porfiar con él, que no creyese en aquellas revelaciones; y de ahí a pocas horas caminando él y otros tres o cuatro encontraron una tropa de sus enemigos y arcabuceándose, al desventurado le dieron en la cabeza a los principios de la escaramuza con que cayó muerto sin decir, Dios valedme, quedando otros dos mal heridos que de ahí a poco murieron (BMC 1, 237).

─¿Por qué, a pesar de confesarse a menudo, algunos no dejan el pecado?

─Muchas personas, aunque confiesan a menudo, no alcanzan espíritu ni salen de pecado por una de tres faltas: la primera, porque la confesión no es entera, dejándose de confesar algún pecado o circunstancia de las que es necesario declarar, por vergüenza, por temor o por negligencia y mal examen. La segunda, por falta de contrición y dolor de haber ofendido a Dios; que hay muchas personas tan metidas en su amor propio y entregadas a sus pasiones, que siempre se están en los pecados, sin arrepentirse como conviene. La tercera, por falta de propósito firme de nunca más pecar, como acontece a los que se confiesan sin querer salir de las ocasiones (BMC 1, 27).

─Esta tercera causa, ¿es, por ventura, la fuente más habitual de las recaídas?

─Lo es. Pero hay que estar atentos para no atribuir siempre las recaídas a esa causa. Y así tropiezan algunos escrupulosos que viéndose flacos en el resistir a las tentaciones o llenos de pasiones fuertes o de malas costumbres, con que tornan luego al vómito, piensan que cuando se confiesan no tienen propósito firme, pues luego tornaron a caer, y que las confesiones que han hecho no han sido válidas y querrían les dejasen hacer muchas confesiones generales. Pero aunque este tal conozca su flaqueza y poca perseverancia, no por eso deja de tener propósito de no pecar cuando se confiesa, y esto basta, que por eso mandó el Señor a San Pedro que no solamente absolviese del pecado siete veces sino setenta veces siete (BMC 1, 298).

─En este momento me pareció oportuno preguntarle a Gracián qué tendría que hacer el cristiano para no recaer tanto en el pecado. Me respondió que la clave estaba en hacer un buen acto de contrición. Y añadió:

─Es la contrición dolor de la voluntad por haber ofendido a Dios amado sobre todas cosas del mundo. Y digo dolor de la voluntad que no es necesario que sea del cuerpo, como dolor de la cabeza, etc. Ni dolor del apetito, como el que siente una madre que se le ha muerto su hijo, que llora con ternura, aunque si hubiese este dolor no es malo, sino dolor de la razón, que es aborrecimiento del pecado cometido, enojo e indignación contra el pecado y no querer haberle hecho con tristeza de haberle cometido, como tiene un avariento cuando pierde su hacienda, un soberbio cuando le afrentan y quitan su honra. Y digo dolor de los pecados por ser ofensa de Dios; porque el que se duele del daño o le pesa de apartarse de la ocasión del pecado, como la mujer que se aflige y llora por haberse ausentado su galán y con solas esas lágrimas se viene a confesar, no trae buena contrición (BMC 1, 296).

─Demos ahora un gran salto y pasemos a la Eucaristía -le propuse a Gracián-. Al exponer este sacramento, el Catecismo distingue tres aspectos o realidades: la Santa misa, la comunión y la presencia real. ¿Por cuál empezamos?

 ─Por la Misa, que es raíz de las otras dos, y la de mayor importancia.

─¿Por qué tiene tanta importancia?

─El alma herida del amor de Dios desea hacer por él la mayor obra que puede; y no se puede imaginar obra mayor, que la misma obra que Cristo hizo en la cruz, pues con ella redimió el linaje humano. Esta obra hace el sacerdote cuando celebra la misa, y por eso se llama Cristo sacerdote eterno según el orden de Melquisedec (BMC 1, 420).

─Pero vayamos ahora al meollo de nuestro asunto: ¿qué es la Misa?

─Todas las naciones del mundo hacían sacrificios a sus dioses; los egipcios sacrificaban espigas a la diosa Isis, como cuenta Heliodoro, los escitas, caballos, al dios Marte, como refiere Herodoto, los atenienses, como dice Pausanías, mezclaban trigo y cebada, y llegaba un buey a comer de ello, el cual sacrificaban; los tebanos sacrificaban estatuas de sus hijos y mujeres, como se colige de Alejandro ab Alexandro, los griegos, dos partes de ovejas, unas blancas y otras negras, como dice el mismo autor, los romanos una cordera coronada, y, finalmente, los hebreos, los corderos y becerros de que hablan las divinas letras, y con estos sacrificios quedaban ellos satisfechos. ¿Pues qué tiene que ver todo esto con el altísimo sacrificio del Altar, Cristo crucificado, tan infinito como el Padre Eterno, que ofrecemos a Dios en la misa? (BMC 1, 420).

─Quisiera conocer los frutos que se siguen de participar en la Santa Misa.

─Así como si a un hombre hambriento le ponen una mesa llena de buenos manjares, come de ellos lo que quiere hasta que quede harto, así acaece que el alma unida con Cristo, mientras más le crece el amor, más se le aumenta el deseo y el hambre de hacer obras mayores, padecer mayores trabajos y recibir las mayores dádivas que pudiere por Cristo; y como todas las cosas criadas no llegan a henchir este vacío y deseo, siempre se queda el alma hambrienta; mas en la misa se le pone una mesa y banquete delante con los mayores manjares que le pueden hartar (BMC 1, 419).

─¿Por qué la Santa misa agrada tanto a Dios?

─Por varias razones. Comienzo por la primera. No hay vasallo ninguno ni criado, súbdito ni amigo que no guste de hacer un buen presente y dar una buena dádiva a su señor, a su amigo y a su rey, y como el alma ve lo que merece Dios y lo mucho que se le debe, querríale dar todo el mundo, si pidiese y fuese suyo, y cuando en la misa ve que lleva al Padre Eterno por dádiva y por presente a su Unigénito Hijo y todos sus merecimientos, muerte y pasión, y que no hay don ni presente que le sea más agradable, con esto se harta y satisface (BMC 1, 421).

─¿La segunda razón?

─Así como el Sacramento del Altar no se diferencia de Cristo crucificado en otra cosa más que en la forma y especies sacramentales, que en lo demás es el mismo Cristo, así el sacrificio de la misa no difiere de la obra de la redención que hizo Cristo, más que en la forma con que se hace, porque no es Sangrienta como fue aquélla; y por esta causa dice el papa Alejandro: no hay obra mayor en el mundo que el sacrificio de la misa, en la cual se ofrece al Padre Eterno el cuerpo y Sangre de Cristo (BMC 1, 420).

─Oigamos ya la última razón.

─Desea el alma unida con Cristo padecer por él las mayores afrentas, dolores, tormentos y muerte que pudiere y desea que estas pasiones, dolores y trabajos, sean agradables a Dios y viendo que en la misa se ofrecen al Padre Eterno todas las afrentas, dolores y trabajos de Cristo, y que no hay cosa más agradable a Dios para remisión de los pecados que ofrecerle esta muerte y Sangre, haciendo el alma lo que es de su parte para incorporarse con ella; de aquí es que con la misa, en la cual se ofrecen al Eterno Padre todas las pasiones y muerte de Cristo por nuestros pecados, se harta y satisface, y así decía el papa Julio escribiendo a los obispos de Egipto: con la pasión y muerte de Cristo se deleita Dios y se nos perdonan los pecados (BMC 1, 420).

─La otra realidad eucarística es la comunión. ¿Cuáles son sus principales efectos?

─Son de tres clases: espirituales, físicos y místicos.

─Veamos los primeros.

─Así como el que entra en la bodega donde hierve el mosto, y, con el gran tufo que recibe queda fuera de sí, o el que bebe vino muy fuerte de muchas cubas que hay en la bodega queda borracho, así el alma, cuando comulga con mucho espíritu, queda embriagada, fuera de sí y dentro de Dios, y allí le dan luz cómo ha de ordenar la caridad y por el orden que ha de ir amando a Dios y a las criaturas (BMC 2, 167).

─¿Cómo se notan los efectos físicos?

─Se ve muchas veces que almas que acaban de comulgar y cuando llegaron al altar, llevaban pesadumbre y mala disposición en el cuerpo, e iban con dolores de cabeza y estómago, etc. Saliendo de la comunión, quedan tan aliviadas y de buena disposición, que ellas mismas se admiran de sí, porque parece que los mismos pies se les van para andar en buenos pasos, y las manos para hacer buenas obras, y se les quita toda la pesadumbre que antes tenían.

─Por último, ¿en qué consisten los efectos místicos?

─Algunos refieren para este propósito una opinión de S. Cirilo, que dice que el Santísimo Sacramento en algunas almas que bien le reciben, demás de los efectos espirituales, causa una calidad corporal en el cuerpo de donde nace esta salud y contento, la cual en la otra vida se vuelve en lumbre de gloria.

─Algo peregrina parece esta sentencia...

─En algún tiempo yo la defendí en escuelas, en la universidad de Alcalá de Henares, con harta gritería y contradicción de muchos doctores que la extrañaron, y ahora no me parece que atribuyamos esta salud, fuerzas y contento de algunos siervos de Dios a esta calidad real, sino de la simpatía que nace de la hermandad que hay entre el alma y cuerpo que, como están tan juntos y unidos, de los efectos del alma redundan efectos y muestras en el cuerpo (BMC 1, 222).

─Es una rectificación que le honra. Pero platiquemos ya sobre el tercer aspecto: la presencia real de Jesús en el tabernáculo.

─Cristo en el Sacramento es el que harta el alma y se llama pan, y este nombre de pan en griego quiere decir todo, así este todo que hinche el alma y la pone en su centro y causa esta hartura, es el Santísimo Sacramento del Altar (BMC 1, 315).

─De aquí se desprende que el católico debería ser un alma profundamente eucarística.

─Debería. Que así lo fueron los Santos. En abono de esto recuerdo que tuvimos entre los Carmelitas descalzos un religioso llamado fray Francisco de Jesús, el Indigno, que sirvió cuando mancebo al padre maestro Ávila, y después ejercitó oficio de enseñar la doctrina cristiana a los niños; yo le di el hábito para fraile lego, y le envié a los reinos de Congo en Etiopía con otros dos compañeros sacerdotes, que bautizaron gran número de almas de aquella gentilidad; ordenándole de misa el obispo de Santo Tomé en aquellas partes, y volvió a España, donde hizo fruto con su predicación, supliendo con su mucho espíritu las letras que le faltaban. Este siervo de Dios tenía grande afecto al Santísimo Sacramento, y cuando se celebraba la fiesta de Corpus Christi, salía de sí de regocijo interior, y siendo seglar, enseñando los niños, juntábalos, y él se disfrazaba e iba con ellos delante de la procesión, danzando como un David delante del arca del Señor (BMC 1, 197).



































VIII

LAS VIRTUDES FUNDAMENTALES

 Concluido el tema de los Sacramentos, el Catecismo comienza la tercera parte de su tratado, y la titula: “La vocación del hombre: la vida en el Espíritu”. Y es en este lugar donde estudia específicamente el asunto de las virtudes. Mi primera pregunta para Gracián hoy, apenas nos vimos, fue directa, elemental, sin ningún embozo: ¿Son realmente necesarias las virtudes para la vida en el Espíritu?

─Es imposible que el árbol nacido de buena planta, plantado en tierra fértil, bien regado y visitado del cielo, cultivado con mucha diligencia dé mal fruto y le deje de dar bueno. De la misma suerte, dice Filón, un hombre de buen linaje, empleado en oficios y ejercicios, virtuosos, visitado con gracia e inspiraciones del cielo, cuyo trato es con personas Santas, no dará mal fruto de pecado ni dejará de tener pureza, caridad y perfección (BMC 2, 448).

─La teología siempre nos ha enseñado que las virtudes teologales son tres, y cuatro las cardinales ¿Es lo correcto?

─Lo es. Creamos en esto a los Gregorios: Niseno y Nacianceno, que nos dicen que cuando en la oración nos moviéremos a hacer actos de fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, y de cualquiera de sus especies o partes, asegurémonos que vamos caminando con buen espíritu (BMC 1, 31).

─No faltan quienes sostienen que serían preferibles las gracias místicas a las virtudes.

Grave error. Quien quisiere ver si va aprovechando en espíritu, vea si aprovecha en las virtudes, que sin ellas, por más visiones, revelaciones y raptos que tenga, su espíritu será flaco o engañoso (BMC 1, 31).

─Hablemos de la fe. ¿Dónde radica su importancia?

─La fe viva es principio de todo bien, la falta de esta fe viva es principio de grandes abominaciones (PA 310).

─Dice la teología que la fe tiene estas tres características: razonable, cierta y oscura. Podríamos reflexionar un poco sobre ellas. ¿Por qué es razonable?

─Es razonable porque el alma tiene dos ojos: el uno es el de la razón natural y el otro el de la fe viva. Con el uno alcanza la sabiduría, prudencia y discreción humana, y con el otro la sabiduría divina y el amor y caridad de Dios (BMC 2, 180).

─Es también cierta.

─Sin duda. Que por algo dijo Santo Tomás de Aquino que es más sabia una viejecita cristiana que los sabios gentiles; porque ellos no saben esta verdad, que Dios es trino y uno y que encarnó, y la viejecita cristiana, aunque sea rústica, lo cree (BMC 1, 179).

─¿Por qué es oscura?

─Dice San Dionisio: Caligo divina est inaccesibilis lux. Corresponde esta divina oscuridad al rendimiento de la fe que tiene el alma, cuando sabiendo que no puede alcanzar por sus propias fuerzas los misterios de la fe católica, se ciega y rinde a no los querer escudriñar ni entender sino creerlos a pie juntillas (BMC 1, 329).

─Se dice, por otra parte, que la fe es el fundamento de las otras dos virtudes.

 ─Ciertamente. El que entra por la puerta de la fe y sube por las escaleras de la meditación y contemplación ordinaria y natural al trono de la caridad y deseo de hacer la voluntad de Dios, o habla y se encomienda a una imagen de Cristo, como la Iglesia lo acostumbra, o va al Santísimo Sacramento del altar a pedirle mercedes, va más seguro (BMC 1, 370).

─Ocupémonos ahora de la esperanza. Se afirma que un sinónimo de esta virtud es la confianza.

─Y es una buena afirmación. Hay que tener una verdadera confianza en que Dios nos quiere tanto, que cualquier suceso que nos viene es para mayor bien nuestro (PA 384).

─Algunos consejos para ejercitar la esperanza...

─Aunque parezca que falta lo necesario para la vida, no te apartes de Dios y haz lo que te manda, que pues sustenta las avecillas y viste los lirios del campo, y no hay padre que, si su hijo le pide pan, le dé piedra, y si le pide huevo, le dé escorpión, y él es tu verdadero padre, sé cierto que no te faltará convirtiendo el agua de tus trabajos en vino de refrigerio, si esperas en él con verdadera confianza (BMC 2 , 369).

Haciendo ahora un paréntesis, le pregunté a Gracián por qué, según algunos autores, la cima de la esperanza es el abandono. Me contestó:

─El abandono consiste en una aniquilación total, es decir, en un cesar la voluntad de todo punto de querer cosa que no sea Dios, olvidando y dejando todas las criaturas y arrojándose en los brazos de solo el Criador, y así dice: Deus meus, et omnia; dilectus meus mihi, et ego illi. No quiero decir en esta doctrina que el alma aparta la voluntad del amor de la Virgen María y de los Santos y del cumplimiento de la ley divina, aunque esté unida con Cristo, sino que después de estar así unida, a todas estas cosas y a todos los prójimos ama y conoce dentro del mismo Dios y en Dios y para Dios (BMC 1, 329).

─Entremos ahora en el campo de la caridad. Y antes que nada, ¿cómo podría definirla?

─La caridad y divino amor, según el Apóstol San Pablo, es el fin del precepto que nace de puro corazón, buena conciencia y fe no fingida; es cumplimiento de la ley y la mayor de todas las virtudes y el preciosísimo tesoro y oro encendido que nos aconseja San Juan que compremos; el fuego que Dios vino a poner al mun­do, madre de las virtudes y la que hace que los hombres sean más semejantes a Dios que ninguna otra virtud, y, según dice San Próspero, es propia virtud de los Santos y el calor natural que da vida, sin la cual quien no ama queda en muerte, y sólo con ella, dice San Bernardo, puede el alma de alguna manera pagar a Dios lo que le debe.

─Se la ha llamado la reina de las virtudes.

─Con toda razón. En ninguna cosa tanto se agrada a Dios, como en que amemos al prójimo como a nosotros mismos (BMC 1, 117).

─También dice el Apóstol que la caridad es el carisma más excelente.

─Y dice muy bien. Éxtasis, raptos, visiones, milagros, gustos de la oración, etc. son atavíos de la caridad, que es reina de las virtudes y no la esencia de ella; y puede ser que en una alma se hallen verdaderas revelaciones y raptos, que son piedras preciosísimas, y no por eso tendrá mayor caridad y mayor gracia que otra, cuando sin tener rapto, visión ni gusto, con mayor deseo se emplea en el servicio de Dios y en el amor del prójimo por Dios, porque esta tal tendrá más gracias, más caridad, mayores virtudes y merecimientos (BMC 1,159).

─Enseñando como enseña el Catecismo que la caridad es una virtud con que se ama a Dios sobre todas las cosas, ¿qué acto de caridad sería el más excelente?

─Lo más perfecto del amor es arrojarse el alma a todo lo que fuere voluntad de Dios, y una verdadera determinación de hacer y padecer por Cristo mezclada con la contemplación, afecto y gusto de amor, y amar y contemplar y juntamente hacer y padecer por Cristo.

─¿Se quiere decir con esto que el amor tiene grados?

Sí, y son doce los grados de caridad que los Santos escriben para que procuremos ir subiendo de grado en grado hasta la soberana unión; la cual es la cumbre de la caridad, y la perla preciosa y el más excelente deseo del que quisiere llegar al fin que pretende de la perfección[6].

─Le pedí a Gracián que me los desgranara con calma; que yo, por mi parte, y dado el interés que había despertado en mí la noticia, prometía no interrumpirle lo más mínimo. Me agradeció el gesto; pues me contó que él, cuando tocaba este tema, se trasponía de tal forma que se olvidaba de lo que tenía alrededor. Pronto pude comprobarlo. Comenzó fogosamente:

─El primer grado de amor es en el cual el amor facit languere utiliter; hace enfermar con provecho. Esto es un descaecimiento y un cesar de las cosas del mundo, con que el alma ya no anda tan bulliciosa y ganosa de ellas como solía, sino que cayendo en la cuenta de la bajeza que son, se le caen los brazos para tratarlas. Nace del deseo de servir al Señor y del conocimiento de la vanidad que tienen en sí las cosas perecederas.

─El segundo quaerere Deum incesanter: buscar a Dios y su San­to servicio sin cesar jamás. Y esto se ve que hace cuando en todo lo que trata querría hallar a Dios y su servicio. Con este amor se le­vantaba la esposa de su cama, donde no podía reposar porque no hallaba allí a su amado de noche, y decía a los que topaba preguntando por él: ¿Habéis visto por ventura al amado de mi al­ma? Quiere decir que el alma que busca a Jesús en la cama de su propia voluntad echada y descuidada, no le hallará; por tanto es menester que levante el espíritu, y que ande preguntando por él.

─El tercero, operari indesinenter: obrar sin cesar, porque en las obras que se hacen por Dios, se ve quién le ama, y cuando de ve­ras ama, que no se le hacen un día los siete años de servicio de Labán por alcanzar la hermosa Raquel de la quietud de espí­ritu. Mi trabajo, dice San Bernardo, no es de una hora, y si más fuere, no lo siento según el gran amor que tengo.

─El cuarto, sustinere infatigabiliter, sufrir muchos trabajos sin can­sarse. Dice San Agustín que aunque haya muchas cosas grandes y pesadas que hacer, el amor las hace fáciles, pocas y livianas; y la razón es porque el que ama a Jesús trabajado, siempre está de­seando trabajos por él.

─El quinto es, appetere impatienter, apetecer a Dios sin paciencia cuando no tiene paciencia para aguardar, sino conociendo cuán bue­no es, querría luego gozar de él, o no tiene paciencia para esperar ni dilatar las cosas de su Santo servicio. Desea y falta mi alma en los palacios del Señor, decía David. Quiere decir, que tiene tan gran deseo que le falta la paciencia para esperar, y se aflige y desfallece viendo que no se cumplen sus deseos. Decía Raquel a Jacob: Dame hijos, si no moriréme. Otro tanto dice cualquier alma que ama de veras a Jesucristo, pidiéndole hijos de merecimien­to; y de aquí nace quitar toda la ociosidad y andar diligente en el servicio de Dios.

─El sexto, currere velociter, que es correr con gran ligereza en el camino de Dios, aumentando más y más buenas obras del servicio de su divina Majestad. De esta yerba estaba herido el corazón del Real Profeta cuando decía: Así como el ciervo desea las corrientes de las aguas, así desea mi alma a ti mi Dios. Dice S. Bernardo: El que ama ardientemente, corre con mayor ligereza y alcanza a Dios con mayor presteza.


─El séptimo, audere vehementer, que es un gran atrevimiento que recibe el alma con Dios, porque la perfecta caridad, según dice el Apóstol, lanza de sí el temor. A este atrevimiento se llega por el camino de mucho respeto y temor de Dios, considerando la gran­deza de la divina Majestad, y yendo poco a poco entendiendo ser infinita su bondad y misericordia como lo es la justicia y majestad, se va atreviendo hasta llegar a la consideración de la infinita bon­dad, que le hace perder todo el temor y cobrar un gran atrevi­miento. No de otra suerte la Santa Ester iba temblando y turbada al principio que entró en la presencia del rey Asuero, más después que le vio extender el cetro y reconoció la gana que tenía de hacerle mercedes, sentóse a su lado y libró su pueblo, y con imperio mandó ahorcar al traidor de Amán. Dice el bienaventurado San Ber­nardo estas palabras, hablando de este atrevimiento: ¡Oh, Santa ánima!, ten reverencia, porque éste es tu Dios, y ¿por ventura no has de llegar a él sino a adorarle, porque la honra del rey ama el juicio y respeto?; yo confieso que eso es verdad, mas cuando el amor corre a rienda suelta, ni aguarda juicio ni se templa con con­sejo ni se refrena con vergüenza ni se sujeta a la razón. Hasta aquí son palabras de San Bernardo.

─El octavo, astringere indissolubiliter, que es abrazar apretan­do fuertemente a Dios con los dos brazos del entendimiento y vo­luntad, y cuando el mismo Señor abraza consigo al alma, la causa de este abrazo es el amor, según dice el gran Dionisio, porque hace abrazar y juntar los dos corazones que se aman; y si el alma es discreta, no ha de soltar a su Dios hasta que le dé la bendición de la manera que el buen Jacob luchaba, abrazado fuertemente con Dios, y aunque le quedó coja la pierna izquierda y él trasudando y cansado de luchar, con ánimo fuerte le decía: Vive el Señor, que no te tengo de soltar hasta que me eches la bendición.

─El nono, ardere utiliter, que es abrasarse el corazón y el alma con fuego del amor; y aunque cuando se comienza sea poco el ca­lor, vase después afervorando el corazón hasta que lanza de sí llamaradas de amor, que no solamente abrasan las potencias inte­riores haciéndolas andar conforme a la voluntad del Señor, pero también salen a componer lo exterior, y después que está el alma bien encendida en sí, salta la llama hasta encender los corazones de los prójimos. De este fuego habla el Real Profeta cuando dice: Encendióse mi corazón dentro de mí y creciendo la meditación, dio llamaradas de fuego de amor; y el glorioso Apóstol: Anden hirviendo en amor vuestros espíritus. Y no es mucho, que si Nuestro Señor es fuego abrasador y vino a traer fuego a la tierra de los hombres dando su espíritu en lenguas de fuego, que el alma que de veras le ama se le abrase el corazón.

─El décimo y último grado de amor, que es la perfección de la vida cristiana, es la unión perfecta con Dios y la imitación y semejanza perfecta de Cristo, de que muy a la larga escribí en otras partes (BMC 2, 43-45).

Al concluir una exposición tan brillante, felicité efusivamente a Gracián. Y le rogué que, como complemento, tuviese a bien despejarme dos dudas. La primera fue ésta:

─¿Por qué dice San Pablo que la caridad, entre otras cosas, es educada y afable?

─Porque si de razón del amor es el gusto, dice San Agustín, y los que se aman con mal amor se tratan con afabilidad sensual; los que se aman con amor espiritual, ¿por qué se han de tratar con disgusto y acedia? (BMC 1, 126).

─La segunda duda es un interrogante, que no pocos se hacen con frecuencia: si uno estuviera con Dios en la oración, y se le atravesara una obra urgente de caridad ¿qué sería preferible: seguir hablando con Dios o dejar a Dios para atender al hermano?

─Dios nos libre del amor propio que suele engañar a muchos en la oración, cuando con título de algún bien se apartan de la caridad. Tanto más cuanto el hacer la voluntad de Dios es el primer fruto del amor, como dijo el Señor a los discípulos cuando le querían dar de comer habiendo estado con la Samaritana: mi manjar es hacer la voluntad de mi Padre que me envió (BMC 1 49; 2, 207).









IX

VIRTUDES CARDINALES

 Al día siguiente le propuse a Gracián el tema de nuestro diálogo con estas escuetas palabras: el Catecismo nos enseña que las cuatro virtudes cardinales se llaman así porque agrupan a todas las demás y constituyen las bases de la vida virtuosa. Tratándose de un tema tan importante, valdría la pena que examinásemos despacio cada una de esas virtudes. ¿Qué le parece? A él, como de costumbre, le pareció muy bien. Así que comencé, sin más demora, a formularle la siguiente pregunta: ¿qué debemos entender por la virtud de la prudencia?

─Lo explicaré con un ejemplo. Así como el caballo duro de boca que no obedece al freno, fácilmente despeña al que va encima, así el libre albedrío, aferrado con su propio parecer, muy a peligro va de ilusiones y de perder el buen espíritu (BMC 1, 127).

Me satisfizo una respuesta tan clara y didáctica; y, por eso, pasé enseguida al examen de la segunda virtud: la justicia. Pero aquí Gracián me puso sobre aviso diciéndome que tenía que saber que esa virtud merecía una consideración más amplia que las restantes. Y ello porque debíamos hablar de justicia, no solo en sentido abstracto y concreto, sino también en el sentido general y particular.

Le agradecí la aclaración, y le invité a que comenzásemos por acotar el sentido abstracto.

─En este sentido justicia se llama aquella rectitud que tenía el hombre antes que cayese en pecado original, con la cual la razón estaba perfectamente ajustada con Dios y los apetitos sujetos a la razón sin la rebeldía con que quedaron después del pecado, que es la ley de los miembros y de la carne repugnante a la ley del espíritu, que dice San Pablo (BMC 2, 422).

─Veamos ahora el sentido concreto.

─En este sentido justicia es la observancia de la ley natural, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, y en los propósitos primeros: apártate de mal y haz bien; y en la regla: Lo que no quieres para ti, no quieras para otro: que todo esto es lumbre impresa en nuestra alma del rostro de Dios, con que nacemos (BMC 1, 29).

─Ya hemos visto los sentidos abstracto y concreto, ¿cuál es el universal o general?

─Consiste en pagar el hombre a todos lo que les está obligado. Debe a Dios reverencia como a criador, amor como a padre y temor como a juez. Debe a su prójimo, obediencia a los mayores, benevolencia a los iguales, beneficencia a los inferiores. Para consigo mismo está obligado a guardar pureza en los pensamientos, verdad en las palabras y recta intención en las obras. Y cuando en ninguna cosa de estas nueve faltare, entonces anda al justo y vive con rectitud (BMC 2, 423).

─Finalmente, ¿qué se entiende por justicia particular?

─Es no hacer agravio a nadie y dar a cada uno lo que se le debe. Divídese en distributiva, que es aquella que distribuye el premio conforme al merecimiento de cada uno, y conmutativa, cuando se anda al justo en los contratos sin agraviar al prójimo. Ponen por partes de la justicia a la religión, piedad, observancia de leyes, obediencia, agradecimiento, castigo de culpas, verdad, amistad y liberalidad; que son virtudes contrarias a la superstición, impiedad, menosprecio de leyes, desobediencia a los superiores, ingratitud de los beneficios, disimular sin castigo las culpas, mentira, adulación y avaricia (BMC 2, 415).

─Le agradecería que me resumiera toda esta doctrina en pocas palabras.

─Así como una viga está justa cuando no falta ni sobra del lugar y sitio donde se ha he asentar, que es su fin, o cuando viene al justo de la medida y regla por donde se labró; así el alma entonces está justa cuando en todo busca el servicio de Dios, que es su fin, o cuando viene conforme a la regla por donde ha de vivir, que es la ley (BMC 2, 421).

─Entremos ahora en el reducto de la fortaleza. Como todas las virtudes, se infunde en el alma por el bautismo, ¿no es así?

─Merced a esta virtud, aunque grande es la fuerza del demonio en acometer a los que ve que siguen oración y espíritu, no se descuida el Señor de comunicar fortaleza sobrenatural a los que con amor se procuran unir con él, con la cual dicen: In te inimicos nostros ventilabimus cornu (BMC 1, 395).

─Dicen que la fortaleza es la madre de la paciencia...

─Sí. Y los medios para alcanzar paciencia y para perseverar y caminar adelante en el espíritu, son cinco. El primero, desconfianza propia de sus fuerzas y confianza en Dios. El segundo, tratar con personas espirituales experimentadas que le vayan dando luz. El tercero, desear cruz por Cristo y no apetecer regalos interiores ni exteriores. El cuarto, no se espante de sus caídas, ni por ellas desespere ni se abandone, sino acuda a la confesión y vaya adelante con los ejercicios espirituales. Finalmente, resuélvase muy de veras en que haga Dios en él su voluntad (BMC 1, 81).

─A lo que veo, la paciencia es una virtud de primer orden...

─Ninguna cosa puede dar más gusto a Dios que padecer trabajos y llevar su cruz con paciencia, pues la caridad, como dice el Apóstol, no consiste en hablar con lenguas de hombres, ni ángeles, ni en tener visiones, revelaciones y profecías, hacer milagros, ni en dar muchas limosnas ni hacer grandes penitencias, aunque sea dando su cuerpo para que arda, pues todo esto sin caridad no es nada ni vale nada, sino en tener paciencia, benignidad y no irritarse contra los que persiguen, etc. (PA 196).

─Deme algún consejo para ejercitar la paciencia.

─El que no sufre sus trabajos y murmura contra los perseguidores, anda buscando venganzas y procura volver por su honra, cuando es bueno abandonarla por Dios: aunque haga milagros y tenga cuántas éxtasis y revelaciones quisiere, no le tendré en tanto ni de tan buen espíritu, como al que con paciencia sufre las persecuciones (BMC 1, 49).

Como veía que Gracián se refería con tanto entusiasmo a esta virtud, tuve prisa (lo contrario de la paciencia) por conocer cuáles eran sus principales efectos. El me aseguró que eran dos. Le rogué entonces que me hablase ya del primero:

─Cuando Dios da las enfermedades y dolores y el alma con paciencia y mansedumbre las recibe, agradeciéndoselas como soberanas mercedes, porque traen a la memoria los dolores de Jesucristo crucificado, entonces con las enfermedades suele en muchas personas crecer el espíritu por vía de la participación de la Cruz (BMC 1, 111).

─¿Y el segundo efecto?

─Son también causa del amor de Dios las persecuciones, tribulaciones y afrentas sufridas con paciencia por Cristo, así como del movimiento de dos palos o de los golpes del eslabón y pedernal se engendra el fuego (BMC 2, 158).

─Para concluir este apartado, me gustaría una sentencia, aforismo o apotegma que resumiese toda esta doctrina tan necesaria.

─Sufre tus tribulaciones corporales o espirituales, y principalmente la sequedad de espíritu, si quieres hallar a Dios. Porque no corona sino a los que pelean, ni le hallan amoroso sino los que en las mayores contradicciones le buscan con paciencia (BMC 2, 368).

─Por último, hablemos de la templanza, que es definida por el Catecismo como la virtud que asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos.

─No hay señal más verdadera del espíritu, que cuando un alma se siente afligida, perseguida, atribulada y trabajada, ahora sea con trabajos exteriores, cuales son hambre, sed, frío, calor, cansancio, dolores, afrentas, calumnias, infamias y otros muchos, ahora sea con interiores, cuales son las melancolías, tristezas, sequedades de espíritu, escrúpulos, miedos, turbaciones, imaginaciones importunas y el que llaman espíritu de blasfemia y los demás, se va a la oración y se consuela con Cristo crucificado y de allí saca espíritu de paciencia y sufrimiento (BMC 1, 42).

─Luego la templanza exige refrenar nuestra inclinación a los placeres, así como aceptar los dolores con resignación, ¿no es así?

─Perfectamente. Para ello debemos recordar que hay tres maneras de dolor. El primer dolor es del cuerpo, que experimenta quién tiene una herida, llaga, postema u otra enfermedad. El segundo es el dolor sensible del apetito, como lo que duele una afrenta, lo que siente una madre cuando se le muere su hijo, aunque el cuerpo no tenga dolor alguno. El tercero es el dolor del espíritu, que es muy más interior, más agudo, más sutil y más fuerte que cualquiera de los dolores que he nombrado, cuanto es mayor y mejor el alma que el cuerpo y más delicado el espíritu que la carne (BMC 2, 455).






X

VIRTUDES MORALES
La humildad

 Aparte de las virtudes cardinales, que son las principales, sabemos que existe una amplia gama de otras virtudes, llamadas propiamente morales. Puesto que es imposible examinarlas todas, una a una, detengámonos solo en la humildad: una virtud moral tan importante que la Madre Teresa ya nos regaló en su tiempo con aquella insuperable definición: “Humildad es andar en verdad” (6 M 10, 7). Cuando yo terminé de hablar, Gracián apostilló:

─Es la humildad primer principio y fundamento de todos los espirituales bienes, y así mientras el alma no bajare y se apartare de su soberbia, propia estima y vanagloria, no será coronada (BMC 2, 180).

─Y de esta afirmación, ¿qué se desprende?

─Se desprende que quien quisiere ir muy seguro en todas las cosas espirituales, dese lo más que pudiere a la humildad, que ella es el lastre que tiene firme el navío de nuestro espíritu y la que asegura todos los caminos de la oración (BMC 1, 372).

─¿Por qué es tan provechosa la humildad?

─Cuando el alma baja al abismo de la nada, trayendo a la memoria que de nuestra cosecha somos nada y valemos nada, y que todo el bien que tenemos son beneficios recibidos de la mano de Dios, por los cuales estamos obligados a servirle más, en lo cual siempre faltamos, se humilla con una perfectísima y Santísima humildad, que se hallaba en Cristo y en su Madre la Virgen en quien no había habido pecado alguno (BMC 1, 409).

─Quisiera saber qué pasos tenemos que dar para alcanzar la humildad...

─El primer paso que el alma que quiere amor verdadero de Dios ha de dar y primer escalón donde ha de poner el pie es el conocimiento propio, conocer sus pecados pasados que cometió, las faltas presentes que cada día hace, las pasiones fuertes y las ocasiones urgentes que tiene, y la inconstancia de sus deseos, la rebeldía de su corazón, la instabilidad en sus propósitos, la fuerza de su amor propio, sus inclinaciones y malos hábitos y costumbres y todo lo demás que le estorba de subir al perfecto amor. Que de este propio conocimiento nace la humildad, donde se funda todo el edificio del espíritu, y el cuidado de purificarle y deseo de comenzar a amar a Dios. Y el que no le tiene ni le está arraigado en él, fácilmente sale de la caridad y de la gracia, sigue sus apetitos y aún admite pecados que van creciendo en algunas personas de falso espíritu en tal manera que llegan cerca de ser herejías (BMC 2, 160).

─¿Cómo hacer para progresar en esta virtud y perseverar en ella?

─Para lo primero basta tener presente que la humildad profunda conserva todos los bienes del corazón, y nace del conocimiento de nosotros mismos, que nos viene con la luz de la verdadera oración. En cuanto a lo segundo es muy buen espíritu aprender de Cristo, que es manso y humilde de corazón, y cuando una persona sigue oración, que aunque sea de su naturaleza colérica y airada, con el espíritu que de ella saca, se hace mansa, habla con blandura a sus prójimos y les trata con benignidad, esta alma va aprovechada en espíritu verdadero (BMC 1, 35; 1, 38).

A este punto se me ocurrió comentar con Gracián que los frutos de la humildad deberían ser muchos y muy sustanciosos. Él me explicó que todos esos frutos se podían reducir a dos categorías: frutos de orden psicológico y frutos de orden moral.

─Vemos el primero, si no tiene inconveniente.

─Maravillosa cosa es de ver cómo del abatimiento y aborrecimiento propio, se levanta en el alma una grandeza y excelencia interior que siente dentro de sí, con la cual no se trocaría por todos los príncipes y reyes del mundo, antes los tiene a todos debajo de los pies, porque ya ni tiene que temer ni qué esperar de los hombres (PA 189).

Luego le pedí la explicación del segundo, es decir, los frutos de orden moral; y ésta fue su respuesta:

─Así como el fuego derrite la cera, así el buen espíritu ablanda el corazón, causando la benignidad y apacibilidad para con todos, bien contraria a la dureza y esquiveza que tienen algunos que piensan son espirituales, mas están tan lejos del verdadero espíritu, cuanto lo están de la benignidad que fue tan amada del benignísimo Jesús, que de sí mismo dice: Que deprendamos a ser mansos y humildes de corazón (BMC 1, 50).

─A este respecto Cristo pronunció esta definitiva sentencia: “El que se humillare será enaltecido”. ¿Cómo y dónde podemos comprobar la realización de estas palabras?

─Puede comprobarse en el mismo Cristo y en su Madre. Primero, en Cristo. No sin causa dice Job: Que Dios fundó la tierra sobre la nada, dando a entender, que la humildad es principio de toda la vida de amor, y sin ella no se conserva el buen espíritu. Por causa de esta virtud ensalzó el Padre Eterno a Cristo, porque se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, y mientras más profunda fuere en la humildad, más firme y más alto se levanta el edificio de la vida espiritual (BMC 1, 409).

Sin darme la posibilidad de intervenir (pues aún estaba él en el uso de la palabra), Gracián terminó su discurso:

─Luego, en María. En el cielo el trono de la Virgen está colocado sobre todos los tronos de los apóstoles y serafines, y ninguna otra criatura merece asentarse en él; y así como en el cielo, siendo grande es humilde, en la tierra, siendo humilde es grande y no pierde punto de su grandeza por su humildad (BMC 2, 393).

─No quiero que termine nuestro diálogo sin hacerle antes una última y difícil pregunta: ¿puede haber mixtificaciones en la humildad? Y en caso afirmativo, ¿cómo detectarlas?

─La humildad falsa y engañosa, que más verdaderamente es pusilanimidad, hace que el hombre ponga los ojos en sus fuerzas y talentos, y con ella mida sus deseos y pensamientos, y como las ve tan flacas, pierde el ánimo para emprender cosas grandiosas (BMC 1, 398).















































XI

LOS FRUTOS DEL ESPIRITU

 Como coronamiento de la doctrina sobre las virtudes el Catecismo trae la enseñanza de los dones y los frutos del Espíritu. De los dones ya se habló bastante cuando reflexionamos sobre el Espíritu Santo. Ahora debemos tratar sobre los frutos; teniendo, sin embargo, bien presente que el Catecismo dedica al tema muy poco espacio: solo un parágrafo. Que exactamente dice así: “Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones plasmadas en nosotros como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (Ga 5, 22-23).

 Dado que el Catecismo trata el asunto tan escasamente (señal de la poca importancia que le concede), no tiene sentido que nosotros le dediquemos mucho tiempo. Por eso, más que detenernos en la explicación de todos los frutos, será conveniente centrarnos solo en dos, los dos que tienen una mayor actualidad: el gozo y la paz. Nuestro mundo tiene una urgente necesidad de ambos: un mundo que va a la deriva y naufraga a diario en un océano de tristezas, pesimismo y angustias, y un mundo que cruje y se despedaza en una diabólica cadena de guerras interminables. Aplaudió Gracián, complaciente, mi improvisada perorata, y se aprestó a escuchar mi primera pregunta. Se la formulé así:

─¿Por qué se dice que el gozo es fruto del Espíritu?

 ─Porque el verdadero espíritu causa gozo interior. Es imposible, siendo Dios tan amoroso, dulce y suave, dejar de dar contento a quien trata con él; pero los que andan llenos de amargura de corazón, no los juzgaré por de buen espíritu (BMC 1, 49).

─¿Es el gozo espiritual propio de la condición cristiana?

─Y tanto. La alegría espiritual es contraria al espíritu triste, de quien dice el sabio que seca los huesos, y tiene su origen en el rendimiento de la voluntad de Dios, y deseo de darle en todo gusto y contento, según aquellas palabras del real Profeta: alegraos en Dios, y regocijaos los justos y gloriaos en él los que tenéis rectitud de corazón (BMC 1, 195).

─¿Quiere decir eso que la aflicción de espíritu destierra el gozo del alma?

─A veces la produce. Cuando un alma está afligida y le parece que se le abre el cielo, y se serena el aire y que el mismo Señor le limpia las lágrimas de los ojos con sus divinas manos, este gusto, regalo y alegría se llama consuelo divino, porque viene después de aflicción, trabajo y tribulación; y tanto es más sabroso cuanto con él más se mitiga la pena, aflicción y tristeza pasada (BMC 1, 198).

─Pero eso no significa que el gozo permanece siempre en el mismo grado...

─No. Porque cuando la alegría espiritual crece con unos ímpetus de gozo interior, no continuado, sino a tiempos, como unas risadas que da el alma dentro de sí cuando recibe buenas dádivas el corazón, entonces se llama júbilo. Es más fuerte este ímpetu que el de la alegría, y dura poco tiempo, pero en lo que dura, ensancha el corazón, dilata las venas del alma, afervora los deseos y engendra la devoción (BMC 1, 196).

─Ha dicho que el júbilo dura poco. ¿Nunca tiene una duración larga?

─Depende. Así como la alegría espiritual es una continuada paz y serenidad del alma en hacer la voluntad de Dios, así los continuados júbilos y risadas interiores, que duran mucho tiempo y traen el alma con impetuosa alegría, que parece que da saltos de placer, se llama regocijo interior, porque el gusto es más crecido, el placer más abundante, la suavidad mayor y el contento más grande (BMC 1, 197).

─Cambiemos de tema y vayamos a la paz. ¿Por qué es fruto del Espíritu?

─El profeta Isaías, declarando el fruto del verdadero espíritu, pone la paz, cuando dice: erit opus justitiae pax: será la obra de la justicia la paz (BMC 1, 41).

Añadió enseguida Gracián que debía saber que había tres clases de paz: paz para consigo mismo, paz para con el prójimo y paz para con Dios (BMC 1, 41). No las conocía y le pedí que me las explicase. Fue breve en su explicación:

─La paz para con Dios consiste en rendirse en todo a su divina voluntad; la paz para con el prójimo, no querer contienda con nadie, y paz para consigo mismo cuando causa quietud dentro del corazón. Todo esto es fruto del buen espíritu; mas los amigos de revueltas, bandos, enemistades y que siempre andan inquietos y perturbados en el corazón, no proceden con buen espíritu (BMC 1, 49).

─Según eso, ¿hay paces que no son fruto del Espíritu?

─Muchas veces el demonio, transfigurado en el ángel de luz, pone paz y alegría falsa en gente engañada, que no hacen caso de las ofensas y faltas en que están caídos, por haber llegado a la dureza e insensibilidad de corazón; y esta paz no la quiere el Señor, sino el cuchillo de la mortificación y penitencia, y no hay mayor señal de ser alegría verdadera, que cuando ha precedido mucha tristeza de contrición, mucho temor de Dios y mucha guerra de mortificación (BMC 1, 196).














XII

LOS PECADOS Y LA IMPERFECCION

 Le hice notar a Gracián, al inicio de nuestro diálogo de hoy, que el Catecismo, del florido campo de las virtudes, dones y frutos del Espíritu ingresaba directamente, sin solución de continuidad, en el oscuro mundo del pecado. Que nosotros también podríamos hacerlo así, y preguntarnos, de entrada, en qué consiste el pecado y cuántas clases de pecados hay. Estuvo Gracián de acuerdo con mi propuesta, y antes de que yo pudiera formularle ninguna pregunta, quiso él adelantarse y, a modo de premisa, me hizo esta somera exposición:

─Pureza de alma es carecer de pecados y faltas y manchas que ensucian el corazón. Y para tratar de la suma pureza y dar luz a quien quisiere alcanzarla, dividamos las manchas del alma en dos maneras. Primeramente pecados, que se dividen en original, mortal y venial. Lo segundo, imperfecciones, que se llaman así las faltas que aunque no sean culpables, impiden el aumento de la perfección del espíritu, cuales son el dejarse llevar de condiciones naturales dañosas, la tibieza que no llega a ser culpa, y el perdimiento de tiempo y dejar pasar las ocasiones de merecer (BMC 2, 446).

─De esas tres clases de pecado, sabemos que el más grave es el mortal. Pero, ¿qué consecuencias acarrea?

─Con el pensamiento consentido de pecado mortal pierde el alma la gracia y se condena para siempre... Y es pecado mortal dejarse infamar un hombre público y que está obligado a volver por su honra (BMC 2,78; PA 40).

─Por lo que acaba de decir, ¿cuál debe ser la principal preocupación del cristiano?

─La primera cosa que ha de hacer quien quisiere salvarse y alcanzar el verdadero espíritu con perfección, es limpiar y purificar su alma de todo pecado mortal, y en cuanto le sea posible, de venial e imperfección; porque si la quiere tener en pecado mortal, despídase de todo bien, y mientras más limpia estuviere de pecados veniales e imperfecciones, más aparejada estará para recibir los rayos de “la luz del sol de la divina Justicia” (BMC 1, 26).

─Los pecados veniales, ¿también son relativamente graves?

─Responde tú mismo sabiendo que en ninguna cosa puede ser el alma más agradable al Señor que en cumplir sus leyes, deseando con esto hacer la voluntad de Dios, y que ninguna ley hay pequeña, pues se encierra en el cumplirla tan gran bien como es dar contento a su Criador y hacer su voluntad (BMC 1, 306).

─Entonces, ¿hay que esforzarse seriamente por evitar los pecados veniales?

 ─Atiende bien: quien no pusiere diligencia en apartarse de los pecados veniales cuanto pudiere, no sentirá en sí el olor divino del bálsamo del espíritu que se destruye por las moscas de los pecados veniales que en ellos caen y se mueren (BMC 1, 301).

─Pero ¡es tan fácil caer en ellos!...
─Sería yo muy necio y muy soberbio si jurase que de las culpas livianas y pecados veniales-que se absuelven con agua bendita- en que cae el justo siete veces al día, haberme yo librado toda la vida.

─¿Y qué decir de las imperfecciones?

─Raposillas pequeñuelas son las imperfecciones que detienen el alma para que no ame más a Dios, las cuales se han de buscar y cazar con mucha diligencia, si quisiere florecer en perfección y virtudes heroicas (BMC 2, 172).

─Pero, como dije antes respecto de los pecados veniales, ¡es tan difícil verse libre de imperfecciones!...

─Difícil, pero no imposible. Tenga cada día su examen de conciencia para ver en lo que ha caído, y examine sus imperfecciones para irse en ellas a la mano. Recátese de no ponerse en ocasiones (BMC 1, 27).

─¿Cuál es la causa de que cometamos tantas imperfecciones?

─La ociosidad dañosa es polilla del espíritu. Hay obras ociosas, palabras ociosas y pensamientos ociosos; llámanse palabras ociosas, las que no aprovechan para el bien de sí mismo, o para la honra de Dios o provecho del prójimo (BMC 1, 302).

Me agradó sobremanera cómo Gracián había definido las imperfecciones, así como el remedio para evitarlas. Le propuse entonces que excogitara otro remedio similar para evitar los pecados veniales. A esto me dijo que lo que yo pretendía era imposible, y por esta razón:

─Siete veces al día cae el justo, y es nuestra naturaleza tan flaca, las ocasiones tan grandes, las pasiones tan fuertes, los demonios tan diligentes, que no solamente en pecados veniales pero en otros más graves suelen caer algunos de los que estaban más ejercitados en la virtud y espíritu, y así bienaventurado el que siempre anda temeroso, que aunque sea más espiritual que David, más sabio que Salomón y más fuerte que Sansón, si se descuida, una mujercilla le hará negar a Cristo, como hizo a S. Pedro: El que está en pie, dice el Señor, mire no caiga (BMC 1, 410).

Le pregunté si con lo que acababa de decirme quería significar que los pecados veniales eran inevitables; y que, por lo tanto, eso explicaría la multitud de pensamientos y sentimientos pecaminosos que nos asaltan continuamente. Se apresuró a sacarme del error:

─Los primeros movimientos cuando el alma no consiente ni con negligencia y pereza los detiene, no es pecado, antes en aquella batalla se merece, y es gran consuelo para algunos saber, que, aunque dure el pensamiento mucho espacio, si el alma da pena y está batallando, ni peca con este pensamiento ni aún le estorba el buen espíritu, antes con esta pelea se hace robusto y después de la tentación vienen grandes bienes espirituales, como vinieron los ángeles a servir a Cristo cuando venció al demonio (BMC 1, 102).

─Según todo eso, lo malo no es caer, sino no levantarse, ni arrepentirse ¿es así?

─Así es. El que parte o se aparta del pecado mortal para caminar a la perfección, la primera jornada que ha de andar es la penitencia; que esta es el crisol donde se afina la plata y el oro, quitando la escoria del pecado, como se colige de Isaías; la agricultura que despedrega la tierra del alma y escarda las malas yerbas para dar buen fruto, como dice Jeremías; medicina con que Sana el alma enferma en pecados y lavatorio con que se limpia de la Sangre de las ofensas divinas en que se revolcaba, como se colige de Ezequiel; vuelo del águila espiritual con que se renueva, mediante el calor que recibe con el amor, bajando al estanque del agua fría del temor y contrición con que se caen las plumas viejas de los pecados, y salen los cañoncitos nuevos de buenos propósitos, y donde la culebra deja el cuero viejo de la mala vida, haciendo fuerza para entrar por los agujeros de la piedra que es Cristo y quedar remozada (BMC 1, 296).

─¿Algunos consejos para no caer en el pecado?

─Procure el alma un verdadero deseo de agradar a Dios y de amarle, que el amor de Dios es verdadero principio de la conversión; y aunque sea como pudiere, haga algunos actos de amor de Dios (BMC 1, 411).

─¿Tan poderoso es ese deseo?

─Tan poderoso. Los actos interiores de las virtudes, que son pensamientos y deseos de ellas, es muy alta y excelente oración y seguro espíritu, y esto se hace poniéndose en presencia de Dios y de los Santos, y aunque no hable nada con la boca, ejercitándose en pensamientos y deseos de las virtudes; como es pensar y desear, quien quiere hacer actos de la fe, que si se hallase entre herejes, por no faltar un punto de la fe, se dejaría martirizar, etc., y así en las demás virtudes (BMC 1, 31).

─¿De dónde le viene al deseo tanta fuerza?

─Es verdad que nuestras fuerzas son cortas, y la carne es flaca, mas el espíritu es pronto, y el deseo del hombre puede caminar muchas más leguas que lo que pone en ejecución (BMC 1, 418).

─Tenga a bien explicarme eso un poquito.

─Así como se mezclan dos aguas, la que llueve del cielo con la de la fuente, así se mezclan nuestros deseos con los de Dios, y se hacen todos unos, según aquello que dijo el Señor a la Samaritana; Harásele una fuente de agua viva que salta hasta la bienaventuranza. Y por San Juan: El que creyere en mí, manarán de su alma ríos, y esto decía del espíritu que habían de recibir los que creyesen en él. Donde se ve que el espíritu de Dios es como agua añadida a otra agua, o como cuando se mezcla una gota de agua con el vino; que así como aquella gota de agua cae dentro del vino, y luego se dilata, y se torna y convierte en vino, así la poquedad de nuestros deseos, cuando nos resolvemos a no hacer cosa que Dios no desee, cae sobre los deseos de Dios, y se van dilatando y haciéndose uno (BMC 1, 175).

Llegados a este punto, le pedí a Gracián que me indicase cuál debería ser, en su opinión, la actitud habitual del cristiano en su lucha contra el pecado. Me trazó este hermoso programa:

─Sería bien que se dispusiese el alma a tal grado de pureza, que esté como está el fuego en su esfera. Verdad es que siempre hay que llorar de que siete veces al día cae el justo. Este grado de pureza es, cuando se pretende vivir sin pecados mortales, sin veniales, sin imperfecciones y sin desemejanzas de Cristo. Llamo desemejanzas de Cristo, obras, palabras y pensamientos que parece no hiciera, dijera, ni tuviera Cristo si viviera en esta vida en el mismo estado, oficio, ejercicio, y tuviera los mismos intentos, salud y complexión que tiene la persona espiritual que pretende esta pureza (BMC 1, 161).

─Cambiemos ahora la perspectiva. Y puesto que una de las exigencias del pecado perdonado es la penitencia, hablemos de ella. ¿Cuándo y cómo habría que hacerla?

─La penitencia es de dos clases: activa y pasiva.

─¿Quién hace penitencia activa?

─El que llora bien sus pecados y toma gusto en las asperezas y penitencias del cilicio, disciplina y ayunos, porque le parece satisface en esta vida y evita las penas eternas.

─¿Cómo hacer la penitencia pasiva?

─Tomando las afrentas, desprecios y tribulaciones por penitencia de los pecados de la vida pasada, y con eso recíbese gran alivio y quítase la pena y amargura de corazón que pudieran causar (PA 190).

Conociendo la vida de Gracián, adiviné enseguida que, tanto por lo dicho como por la forma de decirlo, estaba respirando por la propia herida. No quise mortificarle insinuándoselo, sino que seguí con mis preguntas, y así le dije:

─¿Y cuándo hay que actuar así?

─Cuando la tristeza está ya en campaña, las lágrimas en los ojos y el dolor en el corazón por las afrentas recibidas -que, al fin, se sienten y de otra manera no serían cruz-, acuérdase el alma de sus pecados, y junta esta memoria con sus penas; y de todo esto, a río revuelto, pesca buenos peces de verdadera contrición y verdadera penitencia (PA 190).

─Para finalizar, ¿bastaría con que esa penitencia fuera superficial, o ha de ser profunda?

─Qué tal haya de ser la verdadera penitencia y conversión, ninguno nos lo enseña mejor que Cristo resucitado. Porque así como cuando resucitó tornó a la vida y venció la muerte, así el alma que hace verdadera penitencia, sale de la muerte del pecado y alcanza la vida de gracia: levántate tú, que duermes y resucita de los muertos, y alumbraráte Cristo, dice el Apóstol (BMC 1, 410).






XIII

 LAS PRUEBAS Y LA TENTACION

 Muy unido con el tema del pecado está el de la tentación. El Catecismo no se refiere a la tentación dentro de la explicación del “Credo”, sino a la hora de comentar estas dos peticiones del padrenuestro: “No nos dejes caer en la tentación” y “Y líbranos del mal”. Respecto de lo primero explica que debemos discernir entre la “prueba”, que nos hace crecer en el bien, y la “tentación”, que conduce al pecado y a la muerte. En cuanto a lo segundo afirma que el mal designa la persona de Satanás, que se opone a Dios y que es el “seductor del mundo entero” (nºs 596-597).

Sospeché yo que el doble tema de hoy -las pruebas y la tentación- irían a darnos mucho juego, es decir, a procurarnos una conversación agradable y provechosa. Por la sencilla razón de que Gracián, a lo largo de su vida, había acumulado una profunda y dilatada experiencia sobre ambos temas. No me lo desmintió; y entonces decidimos empezar nuestra plática con el enojoso tema de la tentación y el tentador. ¿Con qué objeto? Para luego dedicarnos con sosiego al estudio teológico de las “pruebas”, que en Gracián se caracterizaron por un larguísimo rosario de tribulaciones y persecuciones. Comencé por una pregunta que nos sirviese como telón de fondo de todo nuestro coloquio:

─El demonio, pues es su oficio, se esfuerza por hacernos caer en la tentación. Pero nosotros, ¿podemos resistirle fácilmente?

─Procure el siervo de Dios de no se dejar llevar de la avaricia, raíz de todo mal, como dice el Apóstol, aunque le prometan todos los reinos del mundo, para que caiga; que haciéndose un poco de fuerza, saldrá vencedor, pondrá los demonios debajo de sus pies y gozará de la compañía de los ángeles en la bienaventuranza (BMC 1, 396).

─¿Cuándo tienta más el demonio: después de la conversión, en la juventud o al final de nuestra vida?

─El verdadero siervo de Cristo no dejará de tener pelea mientras le durare la vida sobre la tierra, pues fue tentado su capitán; es tan desvergonzado, insolente y atrevido el demonio, que, como dice el mismo Job, sórbese los ríos de la gente mundana, y no se maravilla, espera que el Jordán, que es Cristo, después de bautizado en el río Jordán, le entre por la boca. Lo que hace al caso es que el que se llega al servicio de Dios, esté con temor y apareje su alma para la tentación, como dice el Sabio (BMC 1, 395).

─¿Qué motivo tiene el demonio para tentarnos?

─Lo que más pretende el demonio es desviarnos del verdadero camino de la gloria y perfección; y no tiene mejor traza que transfigurarse en ángel de luz para hacernos quebrantar alguno de los mandamientos de la ley, que por mínimo que sea, mínimo será llamado en el reino de los cielos el que le quebrantare (BMC 1, 236).

─¿Qué virus nos inocula o cómo actúa el demonio a la hora de tentarnos?

─Gracián me dijo que todo dependía del estado del alma, de si se trataba de principiantes o aprovechados en el camino de perfección. Le pedí que me explicitase un poco todo eso, y comenzó con el caso de los principiantes:

─Tengo por trazo del demonio que uno encubra los pensamientos, solape las tentaciones y con una engañosa soberbia o desesperación, calle su interior, que entonces se pudren allá dentro; y con los vapores podridos que de ellos salen, y van a la imaginación, se han destruido muchas almas (PA 160).

Luego se refirió a los aprovechados:

─Para quitar la oración y el espíritu, usa el demonio una traza que parece para engañar niños, y es, que hace espantosos ruidos en el oratorio para sacer de él. Otras veces pone temor de las calumnias y persecuciones de los hombres para traer el alma afligida y desconsolada, y que ande buscando reparos y defensas y juzgando malicias de sus émulos, que quizá no les pasa a ellos por el pensamiento y que gaste en esto el tiempo de su oración. Otras veces, como el que quiere hacer caer un niño que corre por una sala, le da un gran grito diciendo, ¡ábate! Que caerás, así pone temores de no poder perseverar en la virtud o de no salvarse (BMC 1, 120).

─Ha dicho antes que podemos resistir al tentador, ¿cómo lograrlo eficazmente?

─De dos maneras -me explicó Gracián-: con la oración y con el amor.

Y sin que yo llegase a pedírselo, me detalló cada una de esas dos maneras. Primero, la oración:

─Si se levantaren contra mi todas las batallas y poderíos del mundo, no los temeré; porque mi Cristo está a mi lado derecho para que no me hagan volver el pie atrás; una cosa sola pediré al Señor, que siempre more yo en su casa todos los días de mi vida y con oración y espíritu me dé fuerzas para resistir las tentaciones del enemigo (BMC 1, 395).

Respecto del amor, dijo:

─Es cosa maravillosa que así como con el fuego se abrasan todas las espinas, así con el amor de Dios en las personas espirituales que viven en Cristo, se deshacen todas las tentaciones (BMC 1, 395).

Estábamos cansados ya ambos de tanta plática sobre el tentador y las tentaciones; así que convinimos en pasar al tema de las pruebas. Y antes de entrar en materia, Gracián me hizo esta interesante observación: que no solo existían las pruebas individuales, sino que también pasaban por muchas clases de pruebas los países, las sociedades, las familias y los grupos de toda índole. Y me añadió: “Muchas veces permite Dios sucesos gravísimos de donde se siguen grandes daños, o los trama el demonio sin culpa ninguna de las partes” (PA 26). Agradecí la información, y di entonces en preguntarle algo del abecé de la ascética: que por qué Dios permitía las pruebas. Él me contestó recurriendo, una vez más, a su vena mística:

─Así como es buena la esterilidad en el campo donde nace el tesoro, meter las uvas y las aceitunas en el lagar para sacar el vino y aceite, azotar el gato para que dé el algalia, así lo es permitir Dios tribulaciones y trabajos en esta vida, por los grandes bienes que en ellos nacen y quien los cuenta canta sus misericordias (PA 2).

─¿Qué efectos positivos se le siguen al alma de sufrir las pruebas?

Aquí Gracián acudió a su propia experiencia, pero no quiso confesarlo abiertamente; sólo me dijo:

─Conozco una persona que viéndose en una de estas congojas nacida de dificultades e irresolución, le sucedió hallarse desnudo con esposas en las manos, cautivo en poder de turcos, sentenciado, a su parecer, para acabar la vida remando en una galeota, que es tal vida, que muchos escogieran antes la muerte, y, si no pecasen, se la tomarían por sus manos, y con todo eso, porque aquel suceso le quitaba la congoja de la irresolución que tenía, y le pareció que entrando Dios de por medio, determinaba lo que había de ser de sí mientras viviese sin que su voluntad propia tuviese parte en esta resolución, no sólo no se afligió con el cautiverio, antes recibió sumo contento y alegría (BMC 2,452).

Me llamó la atención el final de su discurso. Y entonces se me ocurrió hacerle una pregunta algo capciosa: ─¿Acaso para tener contento y alegría hay que pasar necesariamente por sufrir pruebas?

El no atendió a la materialidad de mis palabras, sino a su sentido, y me contestó tirando por elevación:

─Así como no hay cosa gustosa y sabrosa en el mundo que no nazca de asperezas, desabrimientos, vilezas y cosas semejantes, así los regalos y gusto del espíritu nacen de tribulaciones y trabajos espirituales y corporales. La miel se labra en un corcho áspero por las abejas que tienen aguijones con que pican. El ámbar gris es vómito de la ballena, cuando ha comido ningún manjar asqueroso para su estómago. El almizcle nace de un animalejo como perrillo enterrado y podrido debajo de la tierra. El algalia se saca de una parte asquerosa de un gato disforme. El oro más fino se coge en los desiertos llenos de leones de Arabia. El cristal de roca nace en los montes más elevados de Finlandia. Los diamantes y piedras preciosas en los lugares más ásperos de la India. La seda nace de las babas de unos asquerosísimos gusanos. Finalmente al trigo, vino y aceite, principal sustento de los hombres, precede el trillo, molino, prensa y lagar. De la misma manera la miel de los gustos interiores, los aguijones de los calumniadores: nace de los trabajos y tribulaciones. Quien quisiere gozar del vino divino que embriagó los Apóstoles, comprar aceite con que su lámpara encendida con luz de desengaño, y comer del pan y trigo de las escogidos, apercíbase para padecer en esta vida persecuciones y trabajos.

Otra vez me chocó el final de su discursito, y, en consecuencia, de nuevo le lancé una pregunta maliciosilla. Fue ésta:

─Además del vino embriagador, del aceite y del trigo, que acaba de mencionar, ¿no podría explicarnos lo mismo con un poco más de concreción y realismo?

─Puedo hablar, gloria a Dios, con alguna experiencia, y no me pesa decirlo así, porque si tribulamur pro vestra exhortatione, et salute es por de los muchos frutos, grandes bienes, innumerables e inefables consuelos y regalos que de las tribulaciones se siguen. Quiero contar algunos: causan lo primero luz y desengaño en el entendimiento, según aquellas palabras: Vexatio dat intellectum: Acuérdase el alma de Dios acudiendo a él, cuando se ve afligida de quien en los buenos sucesos temporales se olvida. Causan los trabajos firmeza en la fe, porque así como a una mala mujer para deshonrarla de ser muy pública decimos, es una tal probada, así en los trabajos se prueba si uno es verdadero cristiano, según aquellas palabras de Santiago: Ut probatio fidei vestrae, multo pretiosior auro, inveniatur in gloriam, laudem, et honorem in tempore retributionis, para que vuestra fe probada como el oro en la fragua de la tribulación sea para honra y gloria de Dios. Con las tribulaciones se ejercita la esperanza como la ejercitaba el que dijo: Etiam si me occiderit, sperabo in eum. Enciéndese la caridad, como cuando se sopla y enciéndese la lumbre, para que más arda, se rocían las brasas en la fragua del hierro. Con ellas se alcanza la paciencia de quien se dice que, opus perfectum habet, que en ella consiste la perfección (BMC 1, 206).

Ciertamente Gracián fue más realista ahora al describir los efectos positivos de las pruebas, pero estropeó su exposición con tanto latinajo a troche y moche. De todos modos, satisfecho con su respuesta, le propuse cambiar de tercio, y que, dejando el lado místico de nuestra conversación, nos centráramos más en el aspecto práctico; y a poder ser, lo ejemplificáramos con su vida y experiencia. Aceptó el envite, resignado, y como para demostrármelo, exclamó con viveza: “¡Oh si entendieses las delicadezas de las trazas de Dios y cómo suele perseguir a uno por medio de justos, Santos y hermanos -que es la mayor de todas las persecuciones- sin culpa de ninguna de las partes!” (PA 72).

Le pregunté que a qué venía aquello, y él, por toda respuesta prosiguió con su discurso:

─Entre las persecuciones y afrentas que ennegrecen más la honra en este mundo llevan la ventaja las causadas por los propios hermanos, especialmente si son tenidos por Santos y no persiguen con mala intención, sino por llevar adelante sus opiniones contrarias en los negocios a la opinión del perseguido, porque como todos les creen por ser muchos, no puede la persona perseguida alzar cabeza ni se osa disculpar por no culpar a sus hermanos dando a entender que le persiguen sin culpa, y así se resuelve de abrazarse con las afrentas, vivir toda la vida sin honra ni estima de los hombres, recogiéndose en lo interior de su corazón para amar, temer y esperar en solo Dios (BMC 2,158).

Haciendo un paréntesis le pregunté si, acaso, ese tipo de pruebas podía evitarse. Me contestó con la voz algo apagada:

─Cuando la persecución viene [la permite] de Dios, el alma no tiene reparo [defensa] ninguno. Y Dios persigue cuando quiere, no solo permitiendo que los malos maltraten a los que no lo son -que claro está que no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios- sino también ayudando a la persecución por medio de buenos (PA 70).

Cuando recordaba todas estas cosas (de las que él había sido infeliz protagonista), Gracián parecía amohinarse. Para levantarle el ánimo, le dije que tantas pruebas superadas habrían tenido su recompensa. Me lo confirmó diciendo:

─Quien hubiese padecido muchas afrentas con silencio y amor de los que le persiguen, y no pusiere los ojos en cosa criada y perseverare en la oración, con pureza, luz y caridad, podrá decir algo de esta grandeza de ánimo y riqueza de espíritu que por palabras no se sabe declarar que sea, más de que son bienaventurados los pobres y los que padecen; que suyo es este reino de los cielos.

─¿Por qué ha dicho que “por palabras, no se sabe declarar”?

─Porque la maravillosa transfiguración del alma, aunque la da Dios como quiere y cuando quiere, lo más ordinario es venir después de algún gran trabajo, afrenta e infamia, padecida por Cristo, así como la gloria viene después de los trabajos de esta vida, y la gracia habiendo precedido la penitencia, y la salud después de la purga amarga, que es como el consuelo con que Dios limpia las lágrimas de los ojos con sus benditas manos a los que hace llorar con alguna gran persecución (BMC 1, 401).

─¿Cómo hizo para arrostrar tanta afrenta y persecución?

─Sé que en el que me persigue está Dios por esencia, presencia y potencia; bien quisiera yo que para mí el sagrario fuera más agradable, pero cierro los ojos a lo externo y no a lo que contiene (PA 185).

─¿Sólo basta un acto de fe? ¿No hace falta nada más?

─Cuando Dios quiere animar a un siervo suyo, para padecer algún gran trabajo por él, lo previene con bendiciones y dádivas de dulzura; como se transfiguró su Hijo antes que entrase en la batalla de su pasión (BMC 1, 401).

─Antes de despedirnos querría que me contestara a unas cuantas preguntas bien precisas sobre el complejo mundo de las pruebas y tribulaciones. Aquí va la primera: Estas pruebas, ¿tienen siempre un efecto positivo?

─Estas tribulaciones interiores y exteriores suelen ser causa de caídas en pecado a quien de ellas no se sabe aprovechar; mas para el siervo de Dios que las lleva con paciencia son espinas en que nace la rosa del amor divino (BMC 2, 165).

─Y ahora una cuestión más difícil, pero que tiene tanto sus defensores como sus detractores: ¿Podemos desear las pruebas y tribulaciones?

─Las tribulaciones en esta vida, por ser fruto de la cruz de Cristo, han de ser más estimadas que las honras, riquezas, descansos y todos los bienes temporales y gustos espirituales que pueden al hombre suceder (PA 2).

─Más de uno diría que eso es egoísmo; quizá hasta encubierto masoquismo.

─No hace mal el enfermo que pide y da dineros por la purga, jarabes y Sangrías, sabiendo que son medios con que se alcanza la salud. ¿Qué medios hay más claros para la salud eterna, que las tribulaciones, con que se alcanza la y paciencia? (PA 128).

─¿Luego  me confirma que no peca de masoquismo quien apetece las pruebas?
─Lo confirmo. Y aún digo más: hay quienes desean y piden las cruces, dolores, afrentas y trabajos con tanto ímpetu, como desean los avarientos el oro, los soberbios la honra y los flojos el descanso; y Dios, que sabe muy bien la ganancia que en esto hay, les suele cumplir sus peticiones y algunas veces en tanta abundancia de tribulación, que ya les pesa de haber pedido cruz. Mas este deseo y petición nunca es dañosa, que nunca permite el Señor que nadie sea tentado más de lo que puede llevar (BMC 1, 406).

─Siendo esto así, ¿qué es preferible: una vida repleta de consuelos espirituales o una vida plagada de tribulaciones?

─Yo vi en Nápoles dos almas, la una que siempre gozaba, llamada Sor Ursula, que desde la hora que comulgaba por la mañana hasta cerca de la noche estaba en un continuo arrobamiento gozando del amor, y había veinte y cinco años, y, aunque el papa Sixto V la hizo examinar muy bien, no se descubrió ser falso. La otra, llamada Sor Isabela, había más tiempo que padecía increíbles enfermedades, dolores, persecuciones y tribulaciones interiores, y a esta segunda vi hacer milagros, y a la otra no, y así me resuelvo en que es más seguro y cierto espíritu el del padecer que no el del gozar en esta vida (BMC 1, 207).

─Y ya lo último. ¿Qué actitud hemos de adoptar ante las pruebas y la tribulación?

─Cuando el alma está atribulada de veras, el mayor daño de la tribulación es la ceguedad, porque parece que se ciega la razón y falta la luz del entendimiento; y con los golpes de los trabajos vienen ímpetus de venganza y de hacer cosas tan contrarias a lo que conviene, que si el alma los pusiese por obra siguiendo su propio parecer, se hallaría muy engañada y caída en pecados (PA 202).























XIV

LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS

 Cuando en la Profesión de la fe se llega al artículo “Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna”, el Catecismo expone el tema de los Novísimos, y afirma que son cuatro, a saber: muerte, juicio, infierno y gloria. Y luego, al punto, añade un cuarto: el Purgatorio (202 ss). Al mostrarle a Gracián la temática de hoy, me advirtió enseguida que, de los cinco novísimos, él se había dedicado a escribir especialmente sobre los dos que juzgaba más positivos: la muerte y la gloria; pero que de los otros apenas si había alguna mención en sus escritos. De esa manera me estaba indicando por qué cauces debería discurrir nuestra conversación. Se lo agradecí sinceramente, y me apresté a hacerle la primera pregunta:

─¿Cuál es la principal característica de la muerte?

─Que es imprevista. No sabemos en qué tiempo nos tomará la muerte, mas sabemos cierto que es bueno prevenirla y ejercitarnos en las diligencias que para tenerla buena conviene se hagan. Y así, es muy importante cosa para que ya que sea subitánea no sea improvisa, que entre los siete días de la semana escojamos uno para morir, y en los otros seis hagamos todas las diligencias que hemos de hacer cuando viniere la verdadera muerte (BMC 2, 274).

─¿Qué utilidad se sigue de meditar en la muerte?

─La memoria de la muerte, dice San Juan Clímaco, meditar en ella y traerla delante de los ojos, nos es más necesario que el pan que comemos, y aunque es amarga su memoria dice Diógenes, que se hace muy dulce al que se ejercita en su meditación. Hartas cosas nos trae la muerte a la memoria; las miserias y dolores que sentimos, los muchos que vemos enterrar cada día y las muertes repentinas y desgraciadas, que si tuviésemos entendimiento, nunca nos habíamos de olvidar de la muerte, y con esta memoria la tendremos buena (BMC 2, 274).

─Sería muy útil conocer algún recurso para tener frecuente memoria de la muerte.

─Es muy acertada regla para vivir bien, cuando el alma por la mañana despierta, decir y pensar muy de veras: ahora nazco al mundo, a la noche me tengo de morir, no me queda más de este día para hacer penitencia de mis pecados y granjear la gloria, pues todo el tiempo que hasta ahora he vivido ha sido tiempo perdido y mal gastado (BMC 1, 393).

─¿Habría que hacer esto todos los días?

─El que no lo está hoy, mañana estará menos aparejado, y si hoy oyeres la voz de Dios no te endurezcas ni te tardes de convertir al Señor difiriéndolo de día en día, y según dice Horacio: Omnem crede diem tibi diluxisse supremam. Grata superveniet quae non sperabitur hora. Como quien dice, si tú tienes cada día por la última, te vendrá la hora de la muerte, aunque no la esperabas, muy agradable (BMC 2, 276).

─Agradecería que me iluminara eso con algún ejemplo.

─Estábase muriendo mi madre que fue gran sierva de Dios, y poco antes que ella expirase me levanté de su cabecera, que le ayudaba a bien morir, porque expiraba y moría una niña de siete años, su nieta y mi sobrina a quien ella amaba tiernamente, y cuando volví, preguntóme: ¿Es muerta la niña? Y yo no le respondí a propósito por no darle pena, entremetiendo otras razones de Dios de las que son buenas en aquella hora; dijo con mucha quietud y rostro alegre: Hacienda somos de Dios, tome su hacienda y llévela cuando él quisiere, y con mucha paz y sosiego dio su alma al Criador, cumpliéndole su divina Majestad un deseo que había tenido, con esperanza muy viva, de que cuando ella muriese me había de hallar yo a su cabecera, y así viniendo pocos años antes a punto de muerte de otra enfermedad, decíanle que la querían olear y que se aparejase para morir, dijo: Oleen en hora buena, mas yo no me tengo de morir sin tener a mi maestro a la cabecera; estaba yo entones cautivo en poder de turcos, sin esperanza de rescate (BMC 1, 151).

─¿Por qué es bueno estar preparados, ya desde ahora, para la muerte?

─Pues estando con la congoja de la enfermedad, con los dolores y cuidados de las medicinas no tenemos tanto lugar, entendimiento ni fuerzas para prevenir tan dificultosa jornada, hagamos la prevención cuanto tenemos más salud y aprovechémonos del tiempo que Dios nos da y no durmamos con la lanza de la imaginación de larga vida y jarro de agua del deleite, como dormía Saúl. Por otra parte, quien en la vida pasada se ha descuidado de servir a Dios, apetece restaurar todas las pérdidas con un bien morir, que “tota la vita honora”[7] (BMC 2, 275; 1, 212).

─Ya hemos visto, pues, cómo comportarnos con vistas a nuestra propia muerte. Pero, ¿cómo actuar ante la ajena?

─Las demasiadas lágrimas, sentimientos y aflicciones y malos tratamientos de la persona, no son de provecho ni para el difunto ni para quien le llora (BMC 1, 199)

─En este mismo orden de cosas, respóndame a esta pregunta tan actual: ¿Es lícito desearse la muerte?

─El simple deseo no es pecado. Porque así como los pollitos de las gallinas, cuando tienen vida, desean impetuosamente que se rompa la cáscara del huevo para salir a ver la luz del sol y gozarse de andar en compañía de su madre, así algunas almas que vienen con vida de espíritu, desean sumamente que se rompa la cáscara de este cuerpo para gozar de la vista del sol de la divina esencia en compañía de Cristo Jesús que se compara a la gallina, diciendo: qué de veces quise amparar tus hijos como la gallina ampara sus pollitos debajo de sus alas, etc. (BMC 1, 212).

─¿Solo hay esa razón?

─Hay muchas más. Por ejemplo: es tan amable la hermosura divina y la compañía de Cristo y de la Virgen y de los ángeles y bienaventurados del cielo, y es tan enfadosa y aborrecible esta vida, llena de peligros, engaños y disgustos, y da tanta pena que un tan buen Dios sea ofendido de muchas almas, y que la propia no acaba de amar a Dios como querría, que de todas estas avenidas y arroyos corre un impetuosísimo río de deseo de morir que mata, por muriendo ir a gozar de la vida eterna que se espera. Con este fue atormentada la Madre Teresa de Jesús algún tiempo, cuando cantaba con muy buena voz y mucha gracia y espíritu: Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero (BMC 1, 212).

Con mis anteriores preguntas yo había intentado que Gracián dijese algo sobre la eutanasia, pero él no se dio por enterado. Y con razón, ya que, en su tiempo, el tema carecía de actualidad. Por eso me limité a subrayar ahora lo interesadas que me parecían las razones que me acababa de dar. Y le pregunté si no existían otras más desinteresadas, más altruistas, por decirlo de alguna manera.

─Sí que existen -me dijo.- Por ejemplo, si nos acordásemos de la muerte tan cruel e ignominiosa que Cristo padeció por nuestro amor, ¿quién hay que no desease muy de veras dar la vida por Cristo? Y sabiendo que el camino de trabajos, muertes y martirios es el que han llevado los más Santos del cielo, sin duda no aborreceríamos la muerte, antes la desearíamos con muchas veras, como desea el cautivo y encarcelado salir de la cárcel a la libertad y reino. Y de aquí es que abrasada, en el amor de Dios decía un alma: Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero (BMC 2, 275)[8].

─Examinada ya suficientemente la teología de la muerte, es hora de reflexionar sobre los restantes novísimos o postrimerías. El Purgatorio es el primero. ¿En qué consiste?

 ─En sufrir intolerables penas por faltas pequeñas (BMC 1, 316).

─¿Podemos evitarlo?

─Recibidas las tribulaciones como penitencia de los pecados pasados, son muy buen género de satisfacción, porque mejores azotes son los dados por la mano de Dios, que van más libres de amor propio, que los que nosotros nos damos muchas veces por nuestro gusto. Las tribulaciones purifican el alma quitando de las penas que había de pasar en purgatorio por los pecados pasados, límpianla y lávanla de los veniales e imperfecciones presentes (BMC 1, 206).

─Esto, respecto de nosotros. Pero, ¿podemos acortar el purgatorio a los demás?

─Habíasele muerto a una madre un hijo único que tenía; derramaba por él muchas lágrimas indiscretas, olvidada de favorecer su alma con los sufragios de la Iglesia; aparecióle el mancebo con una ropa muy larga, llena en la falda de mucha agua que le impedía el caminar y no alcanzar a otros compañeros que iban delante de él muy resplandecientes, y dijo: Dios os lo perdone, madre, que si el tiempo que habéis gastado en derramar estas lágrimas, hubiérades empleado en hacer bien por mi alma, ya estuviera fuera de purgatorio, y alcanzara a mis compañeros que se van delante de mí a la gloria (BMC 1, 199).

Cambiemos de tono. Hemos visto que el Purgatorio es temporal, y el infierno eterno. Y, según el Catecismo, consiste en la condenación eterna de todos aquellos que mueren, por libre elección, en pecado mortal (nº 212). A partir de esto, ¿cómo es posible que, según refiere la historia, ha habido almas piadosas que han deseado ser sepultadas en el infierno?

─He visto almas que con ímpetu de amor de padecer por Cristo desean y dicen que querrían ir al infierno por padecer los tormentos de los demonios, y he conocido quien reprende este ímpetu diciendo que el infierno por ninguna cosa se ha de desear. Mas quien esto reprende no entiende que el que tiene este deseo para agradar a Dios, no apetece la culpa sino la pena del infierno, como la apetecían los Santos por más padecer (BMC 1, 213).

─Finalmente, ¿qué es el cielo?

─La junta del alma con Dios en la gloria con la unión que se llama beatífica, de la cual unión resulta la vida eterna (BMC 1, 135).

─Me gustaría que ampliase esta idea.

─Las partes de la bienaventuranza de la gloria se pueden reducir a siete, que se llaman: la primera, unión beatífica, que es la que otros llaman comprehensión y juntarse el alma del bienaventurado con la esencia divina, consumando el matrimonio espiritual que comenzó por la fe y se celebró en la gracia. La segunda, la elevación del alma con la lumbre que llaman de gloria para poder ver a Dios. La tercera la visión de la divina esencia en que dicen algunos de los teólogos que consiste la esencia de la bienaventuranza. La cuarta, la fruición y gozo, contento, regalo y gloria eterna que nace del amor de Dios, visto cara a cara. La quinta, la compañía y conversación con los bienaventurados en el cielo empíreo. La sexta, las coronas que llaman laureolas, que se dan por premio accidental, la colorada, como de rubíes, a los mártires, la blanca, como de diamantes, a las vírgenes, y la verde, como de esmeraldas, a los confesores, que son gozos particulares que reciben. La séptima y última, los dotes que Dios da al cuerpo glorificado en pago de lo que padeció sirviendo al alma y padeciendo trabajos en este mundo. Porque tendrá claridad siete veces mayor que el sol, ligereza más que el viento, sutileza como el pensamiento, impasibilidad con que no siente trabajo ni dolor (BMC 1, 134)[9].

─Se dice que los bienaventurados tienen en la gloria bienes del alma y bienes del cuerpo...

─Tiene el bienaventurado doce bienes en la gloria, que se llama visión de la esencia divina, amor fruitivo, seguridad eterna, que los teólogos las nombran visio, fruitio et comprehensio. Tiene demás de esto cuatro dotes el cuerpo glorificado que son claridad, ligereza, sutileza e impasibilidad. Gozan los Santos del cielo de tres laureolas y coronas: la una es blanca de las vírgenes; la segunda colorada, de los mártires, y la tercera verde, de los confesores. Gozan finalmente de la compañía de los Santos y de la serenidad del cielo empíreo, que es el lugar de los bienaventurados (BMC 2, 198)[10].

─Esas dotes del cuerpo, ¿son exclusivas de los bienaventurados?

─Es Dios tan bueno y misericordioso que no solamente enriquece las almas de sus siervos, sino también concede dádivas y mercedes a los cuerpos, que sujetándose a ellas como esclavos se emplean en su Santo servicio. Y así como en la gloria concede a los cuerpos de los bienaventurados cuatro dotes, llamados claridad, ligereza, sutileza e impasibilidad, así en esta vida comunica a algunos cuerpos de almas muy espirituales semejantes dádivas milagrosas (BMC 1, 217).

─¿A quiénes se conceden tales dotes?

─Parece que alcanzan tales disposiciones los que viven con salud que les nace del contento de la oración, y sienten ligereza para las obras de la virtud y una sutileza y claridad en sí mismos, que les parece que ya son otros de los que eran (BMC 1, 326).

─A tenor de lo dicho, ¡es indudable que podemos vivir el cielo en la tierra!

─Los que no andan en espíritu ni se les levanta el pensamiento a más de lo que ven por los ojos, no acaban de creer ni atinar cómo sea que un siervo de Dios, viviendo en esta vida con trabajos y estando encerrado en la clausura de un convento o cargado de hierros en una prisión oscura, o cuando camina por la calle o por el campo, tenga mayores regalos, gustos y contentos, que si se pasease por los huertos pensiles de Babilonia, y gozase de los jardines, florestas y palacios suntuosamente adornados del mundo, gozando de la fragancia de las flores, canto de las aves, frescura de las fuentes y deleite de las delicadas pinturas y tapicerías. Más quien anda en espíritu y verdad y mete los ojos dentro de los reales palacios que tiene en el reino interior de su corazón; y aunque esté encerrado en una pequeña celda o cárcel, sabe enviar el pensamiento a pasear por los jardines de la bienaventuranza, este tal goza verdaderamente de la conversación celestial (BMC 1, 227).


























XV

LA VIDA DE LA GRACIA

  Una vez que ha expuesto el tema de las virtudes y del pecado, el Catecismo toca el de la gracia, y comienza con esta pregunta: ¿Qué es la gracia que justifica y qué otros tipos de gracia existen? (nos 423-424). Nosotros podríamos proceder de la misma manera y, en consecuencia, preguntarnos, de entrada, qué es la gracia. Aceptada por Gracián mi sugerencia, contestó así a la pregunta que yo acababa de hacer:

─Está dentro del alma enamorada de Cristo la divina gracia, el favor, inspiración, luz y vocación interior de Dios con que se riegan las potencias y crece el fruto de las virtudes y merecimientos. Esta gracia es agua viva porque da vida al alma; nace de la fuente de la vida, que es Dios, y es principio de la vida eterna (BMC 2, 183).

─¿Cuántas y cuáles clases de gracia hay?

─A quien sirve a Dios, y se convierte y deja los pecados, haciendo verdadera penitencia, dale Dios la gracia habitual que Sana el alma y quita el pecado, porque así lo tiene prometido; y al que obra con esta gracia, dale por premio y salario el aumento de ella, y de las virtudes y el merecimiento de la gloria; y aunque es gracia de Dios y procede de la divina inspiración y gracia preveniente, que puede Dios dar a quien quisiere y también negarla; pero supuesta la ordenación y palabra divina, en cierta manera podría pedir a Dios por justicia la gracia el que se convierte con verdadera penitencia y el aumento de ella y mayor gloria quien más le sirve (BMC 1, 55).

─Sería provechoso recordar algunos frutos de la gracia.

─El hombre que vive en estado de gracia, ejercita tres vidas, conviene a saber, vida activa, con que hace obras de virtud, principalmente las de la penitencia con que se purifica; vida contemplativa, empleándose en considerar y conocer las cosas divinas; vida unitiva, que es vida de amor (BMC 1, 293).

─¿Podemos adquirir la gracia con solo desearla?

─La gracia es don de Dios y no se puede alcanzar por nuestras fuerzas, con todo eso es necesario que se disponga el alma con la penitencia para recibirla (BMC 1, 338).

─Según el Catecismo, nadie puede saber si está en gracia, sino es por especial revelación...

─¡Gran bondad de Dios!, que así como no quiso que supiésemos si estábamos en gracia, o no, pero con mucha certidumbre sabemos si hemos pecado; y no viendo la gracia, vemos los pecados: y el encubrirnos la gracia, es porque no nos aseguremos ni desvanezcamos ni nos descuidemos con ella (BMC 1, 62).

─Presénteme algún medio o recurso para aumentar la gracia.

─El alma que ama merece mucha gloria, mucha gracia y aumento del mismo amor (BMC 1, 316).

─¿Podría apuntarme otros medios?

─Hay almas deseosísimas de padecer afrentas, enfermedades, dolores y hacer penitencias y asperezas por Cristo, sabiendo ser aquel el camino más derecho de alcanzar más gracia y más gloria (BMC 1, 213).

─También enseña el Catecismo que la gracia habitual puede perderse. ¿Cómo sucede?

─Está Dios unido en las almas por gracia, porque demás de darles el ser y vida natural, se junta con ellas por amor, y las está amando y dando vida de gracia, y de esta suerte no está Dios unido con las almas de los pecadores y condenados, y se dice; “Longe a peccatoribus salus”: lejos está Dios de los pecadores, porque los pecados hacen esta división y apartamiento. Nuestros pecados han hecho división entre nosotros y Dios, y la vida que de aquí resulta se llama vida de gracia (BMC 1, 135).

─¿Qué impedimentos existen para el don de la gracia?

─El desagradecimiento cierra las puertas de la gracia. Por eso más de una vez me he dicho que si la más mínima cosa que Dios ha usado conmigo recibiera un turco de Berbería, bastara para hacerle gran Santo, y yo he destruido la hacienda de mi Señor (PA 310; PA 6).

─Si la ingratitud impide la infusión de la gracia, ¿hay algo que impida también su crecimiento?

 ─Lo que estorba para el amor de Dios y para el aumento de la gracia y virtudes es el pecado, el demonio, la frialdad de espíritu y todo lo que es contrario al fervor (BMC 2, 183).

─Los teólogos hablan de la gracia curativa y de la repentina o tumbativa. ¿Cómo puede explicarme la primera?

─Sabemos que, aunque no hemos estado en el infierno, hemos caído en pecados por los cuales estamos obligados a padecer la pena eterna, y no sabemos si nos los han perdonado; sabemos de cierto que, mediante la gracia divina, y nuestra diligencia y penitencia y obras que hiciéremos, confiados en Dios, alcanzaremos perdón: no se nos pase este día, que no sabemos si es el postrero, y pues esperamos eternidad de gloria y por cualquiera obra buena se merece, hagamos las buenas que de presente pudiéremos sin esperar a la mañana (BMC 2, 276).

─¿Y qué puede decirme de la gracia repentina?

─Bien sabemos que aunque en tiempos pasados haya sido Pablo perseguidor de la Iglesia, Magdalena pecadora en la ciudad, Mateo publicano y Dimas ladrón y salteador de caminos, con un solo acto y disposición y un fuerte, vehemente y eficaz llamamiento puede Dios derribar del caballo, absolver de las culpas, hacer apóstol y poner en posesión del paraíso. Porque siendo Dios infinito, en un instante puede obrar pureza en cualquier corazón por rebelde y manchado que haya sido (BMC 2, 446).
─Y ya para terminar, ¿cómo es posible conservar la gracia?

─Conviene que el que quisiere conservar las gracias y mercedes que recibe y recibir otras mayores, las guarde dentro de su corazón y las selle con el sello del secreto, si no es cuando a causa de que el demonio no le engañe con ilusiones, diere parte de su espíritu a otras personas, que ha de ser a pocas, doctas, espirituales y experimentadas para que le aseguren en su modo de proceder (BMC 2, 182).









































XVI

EL MERITO TEMPORAL Y EL ETERNO

 Después del tema de la gracia, el Catecismo presenta la doctrina sobre el mérito. Y lo define de esta manera: “El mérito es lo que da derecho a la recompensa por una obra buena (nº 426). Le confesé a Gracián que el tema me parecía de escaso interés. Pero que, con todo, como era un corolario de la teología de la gracia, no podíamos pasarlo por alto, si queríamos ofrecer una panorámica completa de la vida espiritual. Vio Gracián con buenos ojos mi razonamiento, y me apresté a iniciar el diálogo preguntándole qué entendía por mérito. Dio un pequeño rodeo para explicarse:

─Los provechos que se siguen de amar a Dios obrando las potencias en el ejercicio de las virtudes, son ciertos, son claros, son seguros, son aprobados con innumerables palabras de la Sagrada Escritura; y pues las obras del que está en estado de gracia, siendo buenas, son meritorias de gloria ¿qué cosa más clara que obrar bien? (BMC 1, 161).

─Además de por el ejercicio de las virtudes, ¿de qué otra forma se merece?

─No huelen los ungüentos sino desmenuzados, ni el grano de fruto a treinta, sesenta y ciento, dice San Gregorio papa, sino habiendo pasado por vientos, nieves y soles; así nadie piense que ha de venir a recibir los premios sino por grandes trabajos, “ni será coronado sino quien legítimamente peleare” (BMC 1, 42).

─Ha hablado de grandes trabajos. ¿A qué se refiere?

─Por San Mateo en el capítulo quinto declaró el Señor las bienaventuranzas que son: pobreza, mansedumbre, lloro, hambre y sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, paz y paciencia en las tribulaciones. Y aunque estas ocho parecen ásperas y desabridas a la carne, inclinada a la riqueza, venganza, contento, descanso, amor propio, odio y poca paciencia, tienen escondidos en sí, demás del premio de la gloria, a los que las siguen, tan soberanos premios en esta vida, que no hay lengua humana que los acabe de declarar (BMC 1, 42).

─En igualdad de condiciones, ¿quién merece más por las mismas obras?

─Acaece que un alma con las virtudes y trabajos que otra, y quizá no tantos, hace sus obras con tal fervor y espíritu y tan agradables a Dios, que merece más en un día que la otra en un año (BMC 1, 24).

─¿Significa eso que la medida del mérito es la caridad?

 ─Exactamente. Tanto cuanto un alma ama a Dios, tanto es amado de Dios y tanta mayor gloria tiene; pues a la medida de la caridad se da la bienaventuranza de la gloria (BMC 2, 460).

─Todo esto es la doctrina perenne de la Iglesia. Pero ¡cuán pocos cristianos han obrado en consecuencia!
─Lamentablemente. Y si bien miramos en ello, el principal engaño de los luteranos y principalmente de los herejes llamados puritanos, es quitar el merecimiento de la gracia y las obras del libre albedrío, y dejarlo todo a lo pasivo y al merecimiento de la pasión de Cristo con sola la fe, diciendo: sola FIDES sufficit (BMC 1, 386).

Como estábamos ya para concluir nuestro diálogo, solicité de Gracián tres cosas: que me resumiera un poco todo lo que habíamos platicado, que señalara brevemente los principales enemigos del mérito y que indicara cómo éstos podrían ser identificados. No tardó en complacerme atentamente, y me regaló estas tres cautelas:

─Primera. Al alma que flacamente ama a Dios y tiene por último fin las dulzuras y regalos del amor, no se le levantan sus pensamientos a obras grandes ni a sufrir grandes trabajos (BMC 2, 193).

─Segunda. No basta la pureza interior de los buenos deseos, si las obras son malas, ni las buenas obras, si son malos los deseos del corazón (BMC 2, 177).

─Tercera. Por el son que hace el músico, dice Laurencio Justiniano, se entiende la música que alcanza, y si sabe bien el arte, tañe y canta agradablemente; así de la oración salen las buenas obras y las mismas son muestra de la oración que está en el espíritu (BMC 2, 462).




























XVII

LA SANTIDAD CRISTIANA

 Cuando llega el Catecismo a las palabras del CREDO: “Creo en la Santa Iglesia católica” comenta que la Iglesia es Santa porque “Dios Santísimo es su autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por ella, para Santificarla y hacerla Santificante; el Espíritu Santo la vivifica con la caridad”. Y acto seguido hace esta afirmación: “La Santidad es la vocación de cada uno de sus miembros y el fin de toda su actividad” (nº 165). Partiendo de estos presupuestos, acordamos Gracián y yo que hoy nuestro diálogo versaría sobre la Santidad o perfección cristiana. Y, para ir directamente al grano, comenzó él mismo haciendo una exhaustiva descripción de la Santidad:

─La perfección, según se colige de los doctores sagrados, es la nata de todas las virtudes, cumbre de la caridad, remate de la ley, fin de la religión, excelencia del espíritu, paradero de los ejércitos de oración, puerto de la navegación del alma y lo sumo de bien a que puede llegar en esta vida. Y hablando más en particular, perfección es unión entre Dios y el alma. Porque así como Dios es el fin, la excelencia, la suma, el remate, paradero, puerto y principio de todo lo que tiene ser, y es infinitamente bueno y perfecto, así en juntarse y llegarse el alma a él consiste su perfección. Y aquel será más perfecto que más se juntare con Dios y más malo el que más se apartare de él (BMC 2, 424).

─¿Cuáles son los fundamentos de la perfección?

─El principio de toda la perfección es la oración y luego el menosprecio del mundo, de ahí se va al aborrecimiento propio, de donde nace la caridad, cuyo fin es la unión (BMC 2, 425).

─También dijo antes, si recuerdo bien, que la perfección es cumbre de la caridad.

─Sí, y en su doble aspecto: caridad para con Dios y caridad para con el prójimo.

─Hablemos del primer aspecto.

─Es el amor de Dios principio de todo nuestro bien, consumación y fin de las perfecciones; y así como Dios es alfa y omega, principio y fin, así el divino amor, aunque en grado imperfecto, es principio de todas las vías y caminos de la perfección, y en grado perfecto es el fin de todas ellas (BMC 1, 315).

─Veamos ahora el segundo aspecto.

─Cristo nuestro bien, que entiende mejor que nadie en qué consiste la perfección del alma, la puso en amar a los enemigos cuando dijo: Amad a vuestros enemigos. Y así este camino del amor de los enemigos es el más claro y el más derecho para el cielo, aunque más dificultoso a los que vivimos en esta vida, llenos de pasiones y de miserias de Adán (BMC 1, 218).

─¿Por qué pone tanto el énfasis en el amor a los demás?

─Llama Platón unidad a la unión y bien a la perfección, y tiene andado mucho camino para alcanzarla quien es dado a la piedad y misericordia con los prójimos (BMC 2, 425).

─Se ha referido hace poco a las vías y caminos de perfección. ¿De qué se trata?

─En la distancia desde el pecado a la perfección, hay tres vías o caminos más dificultosos de entender y obrar que el camino de la culebra sobre la piedra y de la nao sobre la mar y del águila cuando sube al cielo, de que hace mención el sabio Rey. La primera vía o camino se llama purgativa, porque en ella se purga y limpia el alma del pecado y alcanza pureza. La segunda, iluminativa, con que se alumbra el alma de la ignorancia y alcanza luz. La tercera, unitiva, con que sale de la frialdad y tibieza de corazón y alcanza el fin de amor, que es unir y juntarse con Dios. Es la vía purgativa como la que hace la culebra sobre la piedra cuando deja el cuero viejo y se remoza. La iluminativa, como la que hace la nao sobre las aguas de la sabiduría, y la unitiva, como la del águila cuando sube a lo alto de la perfección, porque en el discurso que el alma lleva en esta vida lo que pretende es pureza, luz y amor (BMC 1, 292).

Tras esta disertación tan hermosa, Gracián no quiso tocar otro punto sin ahondar antes en la necesidad e importancia de la vía purgativa. Comenzó aludiendo a su necesidad:

─Procure el siervo de Dios que quisiere camino derecho examinar en sí las faltas nacidas de su mal hábito y costumbre o de sus pasiones y apetitos o de la ignorancia, y váyase purificando en quitar de sí estas faltas, si quiere llegar a la perfección (BMC 1, 304).

Luego recalcó la importancia de este modo:

─Es de tanta importancia esta verdadera guarda de las leyes natural, divina y humana, y el purgarse y limpiarse el hombre de los defectos y faltas de ella, que aunque no tuviésemos otro ejercicio y cuidado, bastaría este solo para alcanzar la salvación y perfección (BMC 1, 305).

Cuando terminó momentáneamente de hablar, aproveché el resquicio para saber en qué fundaba todo lo que acababa de explicarme. Me respondió con esta impagable sentencia:

─Como fue el hombre criado para Dios como para su último y verdadero fin, cuando todas sus obras, palabras y pensamientos se encaminaren a la gloria de Dios, entonces viene al justo y está labrado a compás y nivel de la divina voluntad y es perfecto; y esto no lo hace una sola virtud sino todas juntas (BMC 2, 421).

Cambié rápidamente el sesgo de la conversación, y le formulé esta pregunta bien comprometida:

─¿Se puede realmente alcanzar la perfección en esta vida?

─Ninguna alma tiene tanta luz y sabiduría que no tenga alguna ignorancia y le falte muchas cosas que saber; y ninguna ama tanto y se une a Cristo y se quieta y vive, que llegue a lo sumo del amor, unión, quietud y vida; que por más Santo y perfecto que uno sea, siempre le queda que andar y que subir en el camino de la perfección (BMC 1, 60).
─Pero, en definitiva, su obtención, ¿es fácil o difícil?

─Poco a poco se va entrando en las cosas del espíritu, y con paciencia, y perseverancia todo se viene a alcanzar; que Zamora no se toma en una hora, ni a los Santos les ha costado poco trabajo y poco tiempo alcanzar las riquezas espirituales que alcanzaron; y mientras el alma anduviera peleando y sufriendo las repugnancias interiores, más se dispone para que Dios obre con ella sobrenaturalmente y la dé en un instante todo lo que desea (BMC 1, 155).

─Ya que ha citado a los Santos, hablemos de ellos. Su recuerdo, ¿puede sernos útil para crecer en la Santidad?

─Los Santos, como dice San Gregorio Nacianceno son nuestros capitanes y maestros; son nuestros médicos, dice Laurencio Justiniano y los puertos donde nos acogemos en las tempestades espirituales, dice el mismo Crisóstomo, y fuentes de donde bebemos la buena doctrina y ungüentos con que curamos las llagas y heridas, como refiere San Juan Damasceno, y son nuestros pastores que nos apacientan con las yerbas más Sanas de las virtudes, y abrevan con el agua más clara de la buena doctrina, como dice Clemente Alejandrino. Y finalmente son los rayos del sol de divina justicia, por donde nos comunica la luz de su sabiduría y el calor de su caridad. Pues quien quisiere esta luz, este amor, este reparo en sus tempestades y peligros de alma, salud en sus llagas espirituales, y ser guiado, enseñado y amaestrado para no errar el camino de la bienaventuranza, tome el consejo que sus amigos dan al Santo Patriarca Job, diciendo: Llama si tienes algún Santo abogado en el cielo que te favorezca y ayude en tus tribulaciones (BMC 1, 225).

─Hay tantos Santos como caminos de Santidad, ¿no es cierto?

─Así es. Puesto que, diciendo los Santos que la honra es como la sombra de la virtud, algunos caminan sin honra, con afrentas, infamias, desprecios y abatimientos porque no desean otra cosa en este mundo, y Dios les lleva por ese camino, no por falta de virtud, sino antes en señal de gran perfección, porque les da el sol sobre la cabeza y caminan al mediodía, como Cristo, que siendo quien era, le afrentaban y calumniaban los fariseos (BMC 1, 59).

─En última instancia, ¿qué función desempeñan los Santos en la vida cristiana?

─Primeramente, los Santos son como antorchas encendidas, que nos dan luz en las tinieblas de esta vida; y así como quien quisiere salir buen pintor, dice San Macario, busca las pinturas más perfectas de que retratar e imitar, así el alma que en esta vida quisiere tener luz y hacer una viva pintura en su alma, converse con los Santos del cielo; tráigales delante de los ojos, y cuando celebra sus fiestas, imite sus virtudes. Y en segundo lugar, quien va por un camino dificultoso y áspero, donde hay diversas sendas y traviesas en que fácilmente se puede perder, busca un buen caminante que por haberle andado, sabe bien el camino, y le lleva consigo por guía para que le enseñe y diga los malos pasos y le acompañe como hizo el ángel Rafael a Tobías, así quien no se quisiere perder en las muchas traviesas de esta vida, busque algunos Santos de los de la otra a quien procure imitar; lea sus historias, considere sus costumbres, que esto propiamente es tener devoción de los Santos  (BMC 1, 224).

─Se suele decir que las apariencias engañan. ¿Se aplica este refrán también a los Santos?
─No es bien juzgar a nadie de bueno o mal espíritu por las muestras exteriores del cuerpo; aquel es más Santo que más amare a Dios y al prójimo y tuviere más luz y pureza, siquiera vaya por un camino, siquiera por otro (BMC 1, 223).

─En conclusión, que tampoco se debe juzgar a nadie por su temperamento o carácter.

─No se puede juzgar por lo exterior quién sea más Santo. San Jacobino, de la orden de San Francisco, cuyo cuerpo está en Santa María la Nova de Nápoles, que hace muchos milagros, andaba siempre flaco, enfermo y lloroso, y San Bernardino que era su contemporáneo, siempre le veían riendo, Sano y colorado; díjole un día: ¿cómo andáis, Bernardino, tan alegre y Sano? ¿No veis los muchos pecados que se hacen contra Dios, etc.? Respondíale San Bernardino: andad que primero me canonizarán a mí que no a vos, y así fue. No era menos Santo en Valencia fray Nicolás Factor, de la orden de San Francisco, que el padre fray Luis Beltrán, de la de Sto. Domingo; el Factor andaba siempre alegre, Sano y riéndose, y el fray Luis Beltrán afligido, macilento y triste; y todo nacía de una misma fuente y principio de amor de Dios y del prójimo, aunque corrían por diversos caños, así como Heráclito y Crátilo de la misma consideración de la vanidad del mundo, uno siempre lloraba y otro siempre reía (BMC 2, 223).

─En resumen, que, por lo que veo, lo único que cuenta es la Santidad interior, la cual sólo es conocida por Dios....

─Son los Santos rayos del sol de la divina Justicia, por donde nos viene la luz, como dice Basilio, arroyos que manan del río de cristal, que tiene dentro de sí el abismo de misericordia, Cristo Jesús, y del mar abundante de gracia, María, por donde nos comunican sus bienes, como dice San Juan Damasceno; centellas del fuego infinito que vino a poner fuego de amor de Dios en la tierra y quiere que las almas se abrasen, como refiere el mismo Basilio: son siervos y vasallos amados del Señor y Señora del mundo. Son, finalmente, los privados del Rey eterno, Cristo Jesús y de la Reina Virgen Santísima, su madre, con cuyo medio alcanzamos favor; y teniéndolos por medianeros y abogados ante nuestro Juez eterno, esperamos alcanzar buena sentencia en el juicio final (BMC 2, 373).

















XVIII

MEDIOS INTERNOS DE PERFECCIÓN
Presencia. Inhabitación. Jaculatorias.

 Aquel día comencé mi encuentro con Gracián con estas palabras: “Los autores espirituales siempre han enseñado que, para alcanzar la perfección, tenemos a nuestra disposición varios medios, tanto internos como externos. Hoy podríamos conversar sobre los internos, que son tres, y que no son distintos entre sí radicalmente, sino complementarios. Son los siguientes (y tienen una larga tradición a sus espaldas): la presencia de Dios, la inhabitación trinitaria y el uso de las jaculatorias.” Gracián, como de costumbre, aceptó a carga cerrada mi planteamiento; por lo que, sin pérdida de tiempo, me dispuse a hacerle la primera pregunta:

─El ejercicio de la presencia de Dios, ¿en qué se funda?

 Está Dios en el alma y dentro del alma por esencia, presencia y potencia, como está en todas las cosas del mundo dándoles ser; y si de ellas se apartase, se aniquilarían, que por esta causa llamaron los filósofos a Dios, alma del mundo, no porque Dios reciba ser de la criatura ni se sustente en ella, como el alma se sustenta en el cuerpo, sino de la manera que la esponja está dentro del mar, que la mar la sustenta y penetra, y en cualquier parte de la esponja hay agua del mar (BMC 1, 135).

¿Cuándo, especialmente, habrá que ejercitarse en la Presencia de Dios?

─De la manera que una hermosa doncella, mientras más despacio y con más curiosidad se viste y atavía por la mañana, sale más galana y agradable para las bodas que la esperan; así el alma que a la media noche se levanta a orar y a la mañana torna a su oración, y en todos tiempos procura la presencia de Dios (BMC 2, 462).

─Deben de ser notables los efectos de vivir esa Presencia...

─Los que viven de esa forma, en lo exterior traen el rostro alegre con modestia y una risa en la boca sin descompostura, porque la presencia de Dios refrena el exceso de la alegría exterior, y en lo interior de ninguna cosa se perturban, afligen y escandalizan, porque están en el centro de sus deseos, que es la guarda de la divina ley (BMC 1, 196).

─¿Cuántas clases hay de Presencia?

─Cuatro presencias hay de Dios, que se llaman: presencial real o exterior, cual es la de las imágenes y del Santísimo Sacramento, presencia imaginaria interior, presencia intelectual y presencia unitiva; la más alta es ésta postrera (BMC 1, 34).

─Dejemos a un lado la presencia exterior y la imaginaria (ya que sus mismos nombres nos muestran lo que son) y oigámosle hablar de la presencia interior.

 ─Atención interior llamamos una presencia de Dios, conociendo su infinita bondad, majestad y misericordia y las demás perfecciones; la cual levanta el alma sobre sí y la pone atentamente contemplando las cosas de su Señor; y cuando así está atenta, no osa rebullirse ni quitar los ojos de aquel divino espectáculo, con la cual atención se va poco a poco encendiendo y afervorando y como penetrándose toda de luz y deseos, recibiendo la abundancia que de la divina presencia le nace; y es tan grande el ímpetu que algunas veces aquí se ofrece, que no pudiéndolo sufrir, prorrumpe en actos interiores, grandes y fervorosos, o en palabras tiernas y amorosas que dice (BMC 1, 355).

─Habíamos quedado en que la presencia interior es de dos clases: intelectual y unitiva. ¿En qué consiste la intelectual?

 ─Acaece en la oración, que habiendo el alma peleado algún tiempo con la sequedad del espíritu, frialdad de corazón o alguna tentación fuerte que la apretó con aflicción y tristeza demasiada, sobreviene una presencia de Dios con luz de su infinita bondad, omnipotencia, sabiduría, o una asistencia de Cristo dentro del alma, que consuela, anima y alegra el corazón, pero con mezcla de una ternura y queja amorosa al mismo Señor, porque le ha dejado padecer (BMC 1, 199).

─¿Sólo se da la Presencia intelectual en tales circunstancias?

─No solo. Porque hay una manera de quietud de espíritu o atención interior en la cual los sentidos no están abiertos, perdidos ni arrobados, pero cesan de sus operaciones porque les hace fuerza una cierta presencia interior de Dios vivo, que parece arrobamiento, aunque en realidad de verdad no lo es, porque no hay alienación de sentidos ni es menester ninguna fuerza para despertar al alma (PA 307).

─¿En qué consiste la Presencia unitiva?

─Cuando en nosotros mismos traemos a Cristo y andamos unidos y juntos con él, haciendo las obras, diciendo las palabras y teniendo los pensamientos que Cristo haría, diría y tendría si estuviese en nosotros mismos y en nuestro lugar, como el representante que se viste las vestiduras de rey y, representando su figura, hace las obras y meneos y dice las palabras que diría si fuese el rey. Y esta manera de presencia de Dios que llaman unitiva, es la más excelente y provechosa de todas (BMC 1, 313).

─¿Qué utilidad reporta el ejercicio de la Presencia?

─Para la oración aprovecha procurar andar entre día en la presencia de Dios porque presto se recoge el que nunca se derrama (BMC 1, 341).

─¿Podemos malograr esa Presencia divina en nosotros?

─La amargura del corazón, que es una demasiada tristeza, distrae de la presencia de Dios e impide los actos interiores del amor divino (BMC 1, 302).


LA INHABITACIÓN TRINITARIA

─De un tiempo a esta parte, a la presencia del Dios trino en nuestras almas los autores espirituales le han dado el nombre de “Inhabitación trinitaria”. Le hago la misma pregunta que antes, ¿cuál es el fundamento de la Inhabitación?

─El que ama, dijo el Señor, guardará mis mandamientos y mi Padre y yo le amaremos y vendremos a él y haremos morada en su corazón. En estas palabras se contiene el camino derecho de la perfección del alma que comienza con deseo de servir y amar a Dios (BMC 1, 303).

─¿Por qué dice “Vendremos”? ¿Es que Dios va y viene?

─Dícese que viene Dios al alma, aunque nunca se aparta de ella según aquello de San Pablo: Dios no está lejos de nosotros porque en él vivimos y nos movemos y estamos, así como está en todas las cosas criadas por esencia, presencia y potencia; sino dícese que viene Dios al alma, porque el alma misma se mueve y va para Dios (BMC 2, 184).

─¿Y cómo sucede esto?

─Este ir el alma a Dios y venir Dios al alma, acaece de muchas maneras. Lo primero, por fe; lo segundo por gracia; lo tercero, por amor; lo cuarto, por actual contemplación; lo quinto, por afecto de la voluntad y acto interior de caridad; lo sexto, por una manera de sentir dentro de sí el alma la presencia de Dios que la hace estar atenta, reverenciándole, amándole y temiéndole (BMC 2, 184).

─¿Cuáles son los frutos de la Inhabitación?

─Piensan algunos que el verdadero espíritu consiste solamente en sentimientos del corazón, ternuras del alma, visiones, revelaciones, raptos y cosas semejantes; el verdadero espíritu nace de la pureza, luz y caridad. Estas da el Padre, Hijo y Espíritu Santo a quien guardare sus mandamientos, viniendo a su corazón (BMC 1, 29).

─¿Podría ampliar esta idea tan hermosa?

─Sí, escuche de nuevo: “El que me ama a mí, guardaría mis mandamientos, y mi Padre le amará y yo le amaré, y vendremos a él y haremos morada en su corazón.” En estas palabras es de notar que el principio de esta vida en Cristo es el amor con que el alma ama a Dios, el medio, que Dios ame al alma, y el fin que Dios venga a morar en ella. Vienen las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo a morar en el alma que vive en Cristo enriqueciéndola el Padre con pureza, fortaleza y firmeza, el Hijo con luz, atención a la oración vocal y presencia de Dios, el Espíritu Santo comunicándole más amor de Dios, amor del prójimo y amor de los enemigos en más abundancia que antes tenía (BMC 1, 324).


LAS JACULATORIAS

─Ya es hora de acometer el estudio sobre al tercer medio interno de perfección: las jaculatorias. Y antes que nada, ¿qué papel juegan las jaculatorias en el camino de la perfección?

─Creo que hay gran engaño en muchos que toman a destajo acabar gran número de oraciones vocales y devociones que tienen, aunque sea diciendo sin atención. Yo más querría, como dice San Pablo, decir cinco palabras con espíritu que diez mil con sola la lengua (PA 283).

─¿Cuándo se deben hacer las jaculatorias?

─Cuando el alma se ve tibia y fría, y que no puede tener oración y levantar su espíritu, y no sabe por dónde entrar ni qué tratar con Dios, calla y hace cuenta que oye a Cristo que habla con su Padre, y aunque sea con la boca, dice muchas veces las palabras que dijo Cristo a su Padre Eterno: Pater, ignosce illis, etc. In manus tuas Domine, etc y las demás (BMC 1, 149).

─¿Qué clase de jaculatorias recomendaría?

─Sería muy buena curiosidad colegir de los Evangelios y escribir en un cuadernito todas las palabras que Cristo habló con su Padre Eterno, y saberlas de memoria para decirlas con la boca, que con esto se despierta mucho el espíritu (BMC 1, 149).

─Finalmente, ¿son tan útiles las jaculatorias?

A esta pregunta mía, tan superficial, Gracián no quiso contestarme directamente, sino acudiendo a su propia experiencia; y lo hizo con esta deliciosa confesión:

─He hallado gran fruto en las oraciones vocales que llaman jaculatorias, especialmente en las palabras del Padre Nuestro, que se me pasaban muchas horas repitiendo con la boca Sanctificetur nomen tuum, teniendo en el corazón el deseo de lo que allí se encerraba (PA 283).






















XIX

MEDIOS EXTERNOS DE PERFECCION
Dirección. Lectura. Ejemplo. Amor a la cruz.

 Como el diálogo de hoy era continuación, o mejor dicho, la segunda parte del de ayer, sin ningún preámbulo le presenté a Gracián el temario que nos tocaba desarrollar. Dio afablemente el visto bueno, y se dispuso a escuchar mi proposición:

─Los medios externos de la perfección son cuatro -precisé-, y obedecen a estos nombres, ya clásicos: la dirección espiritual, la lectura espiritual, el ejemplo o testimonio, el amor a la cruz. Podríamos comenzar por el primero, que siempre ha sido considerado como uno de los principales, y al que actualmente algunos prefieren darle el nombre de “Acompañamiento”. ¿Por qué es necesaria la dirección espiritual o el Acompañamiento?

Gracián, que de este asunto tenía una superlativa experiencia, me contestó con cierto sentido del humor:

─Ninguno nació enseñado del vientre de su madre, y todos estamos llenos de ignorancias y tinieblas que nos quedaron del pecado original y si para las groseras, fáciles, como las corporales, hemos menester buenos maestros y perfectos preceptores; para alcanzar espíritu que es salud, necesario es buen médico y para aprender esta cortesía espiritual de tratar con Dios, buen ayo, como declara Clemente Alejandrino (BMC 1, 112).

─Me gustaría escucharle otras razones, si las hubiere.

─No podemos caminar, dice Basilio, por estos caminos y sendas tan intrincadas del espíritu sin llevar buena guía, ni acertar a cultivar la tierra de nuestra conciencia, dice San Gregorio Nacianceno sin buen labrador que nos industrie, ni salir, dice Ruperto de las tinieblas e ignorancias interiores sin luz de buen maestro, confesor y padre espiritual. Dichoso quien le hallare tal, que le anime para empresas grandes, desengañe y dé luz en sus ignorancias (BMC 1, 112).

─A propósito de esto, respóndame a la siguiente cuestión de orden práctico: cuando no tenemos a mano un buen director, ¿habremos de buscarlo necesariamente en otra parte?

─Si los filósofos rodeaban el mundo por hallar quien les diese luz de la filosofía, como hizo Platón dando vuelta a Italia, y Apolonio Tianeo a toda la India, por buscar aquellos maestros que llamaban de la mesa del sol, y los padres antiguos caminaban muchas leguas en los yermos por buscar maestro, habiendo tan pocos verdaderamente obreros en tanta mies, quien no buscara con diligencia maestro que le haga al caso, quéjese de su descuido (BMC 1, 113).

─Se observa hoy cierta reticencia hacia la dirección espiritual. ¿Cuál podría ser el motivo?

─Es la soberbia y presunción la polilla que deshace todo el espíritu y el gusano que roe esta yedra de la verdadera oración, y de una hora para otra la seca. Por tanto tome cualquiera mi consejo, o por mejor decir el de nuestro Señor, escrito por Ezequiel, y en sus cosas nunca se asegure de sí mismo, que es el amor propio gran embustero, sino vaya al Profeta que es el confesor o padre espiritual, con sinceridad de corazón dele cuenta de su espíritu, que su Divina Majestad dice por Ezequiel: “que se pondrá en la boca del Profeta para que acierte a darle buen consejo” (BMC 1, 113).

─Y supongo que esa polilla y ese gusano (que acaba de mencionar) hacen mucho daño.

─¡Qué de hombres han caído del espíritu verdadero por hacer caso y asegurarse de su sabiduría y experiencia! Que por el mismo caso que a uno le parece que sabe de cosas de espíritu y se puede asegurar consigo mismo, aunque sea un altísimo serafín como lo era el lucero de la mañana, de quien dice Isaías que cayó del cielo aunque se adornaba de piedras preciosas, se hallará, sin saber cómo en grandes miserias y desventuras (BMC 1, 113).

Me interesé entonces, a causa de todo lo oído, por conocer las cualidades que debía tener el buen director espiritual. Gracián me señaló dos principalmente: el sentido común y el sentido pedagógico. La curiosidad me empujó enseguida a preocuparme por el primero. La explicación que me brindó me hizo mucha gracia:

─Es yerro en la teología mística querer llevar un maestro espiritual a todos los otros por el camino que Dios a él le lleva, pues los caminos del espíritu son diversos (BMC 1, 387).

─Esto, por lo que hace al sentido común. Pero, el sentido pedagógico, ¿a qué se refiere?

─El niño no se ve ir creciendo, sino al principio mama leche y empáñanle y tráenle en brazos, y después comienza a comer manjares blandos, hasta que viene a ser hombre y trabaja y obra, mas al cabo que llega a la vejez torna como niño a los manjares blandos, tiernos y dulces. Así el alma a los principios tiene necesidad de maestro que la vaya llevando poco a poco; dale Dios la leche de dulzuras espirituales para que persevere, y cuando va más adelante, cobra más fuerza, hasta venir a estado que come el pan duro, y sin regalos se ejercita en hacer y padecer cosas heroicas por Cristo. Mas cuando persevera mucho tiempo, se halla con verdadero espíritu y con la dulzura de la plenitud e hinchimiento que se da por corona a los que perseveraren hasta el fin (BMC 1, 122).

─Con eso que dice parece suponer que hay directores malos...

─No cabe duda. Dice San Agustín que así como los sordos cuando ven hablar, como no oyen las palabras, les parece que el menear de los labios es sin provecho, o juzgan que dicen mal de ellos, y casi siempre son maliciosos, así confesores ignorantes que no saben de espíritu, guiando almas espirituales” (BMC 1, 128).

─Preocupémonos ahora del dirigido, ¿qué cualidades deberían adornarle?

 ─Dos principalmente: la humildad y la perseverancia.

─¿Por qué la humildad?

─Dice el glorioso San Bernardo que hasta que San Pablo cayó del caballo abajo, no dijo: Domine, quid me vis facere? Cuando se rindió, entonces se convirtió y se le cayeron de los ojos las escamas. Mientras no hubiese blandura interior a las divinas inspiraciones, a los mandatos de los superiores, consejos de los amigos y doctrina de los que más saben, tenga por sospechoso su espíritu; ciego va y engañado (BMC 1, 127).

─Y lo de la perseverancia, ¿a qué alude?

─Quien tiene buen maestro de espíritu y ha comenzado un camino y modo de oración con que se halla bien, sígale y continúe sin andar mudando a casa paso devociones: y cuando viniere algún otro maestro espiritual que le enseñare otra doctrina, comuníquela primero con su confesor, y mire muy bien cómo entra en ella y deja lo que sus maestros le han enseñado; que muchas personas, por dar fácilmente crédito a nuevas doctrinas, han perdido el espíritu y aun algunas la gracia y la fe (BMC 1. 117).

─¿Por qué se insiste tanto en la perseverancia?

─Porque hay algunos tan fáciles de se persuadir de cualquiera que les diga cosas de espíritu y oración, que aunque llevan buen modo de proceder, le mudan fácilmente con cualquier consejo que les den. Y como la perseverancia es la más principal parte para hallar este tesoro escondido que buscamos del buen espíritu, con la variedad y diversidad de medios que nace de diversos pareceres y consejos, viene la inconstancia, mutabilidad y falta de perseverancia; y todo el tiempo se les pasa en tejer y destejer como la tela de Penélope (BMC 1, 117).

─Aclaradas tan bien todas estas cosas, podemos dedicarnos ahora a solventar algunas dudas o a deshacer ciertas objeciones que suelen ponerse con bastante frecuencia. Sea ésta la primera: ¿solo el sacerdote puede ser director espiritual?

─No solo. Que por esta razón ordenó prudentísimamente la Madre Teresa de Jesús a sus monjas, que diesen cuenta de su espíritu a la prelada del monasterio; y cuando se les ofreciese alguna cosa más grave, llamasen al padre espiritual más docto y experimentado que pudiesen hallar para comunicarse, ora fuese clérigo, ahora fraile de cualquiera religión. Y como ella me comunicó algunas veces con lágrimas, temía que el demonio no introdujese dificultad en las monjas de dar cuenta de su espíritu a la prelada, o que los prelados no las constriñesen y apretasen a confesarse y comunicar su espíritu con solos los de su Orden; porque aunque todos sean muy Santos, muy doctos y muy devotos, en todas religiones tiene Dios ministros aprobados (BMC 1, 188).

─Otra duda. ¿Puede la dirección espiritual ser suplida con la lectura de ciertos libros?

─Sólo en caso de no hallar director. Y ello porque tiene la voz cierta fuerza y energía escondida, como dicen los filósofos, que es más provechosa para la luz que lo que se lee en los libros; porque el maestro espiritual oye las dudas del discípulo, responde a ellas e imprime la doctrina con más eficacia, lo cual no hacen los libros (BMC 1, 307).

─Para terminar, ¿cómo se compagina la exigencia de un director espiritual con lo que Cristo dijo de no llamar maestro a nadie en esta tierra?

─Muy sencillo. Como Cristo Jesús es camino, verdad y vida, él mismo enseña estos caminos en el interior del alma que trata de salvarse y perfeccionarse, y en lo exterior por medio de los doctores, confesores, predicadores y maestros de espíritu.


LAS LECTURAS

─Otro medio externo de perfección es la lectura. ¿Qué puede decir sobre ella?

 ─Doce principales maneras hay de espíritu que son como doce ventanas interiores por donde entran los buenos deseos y la luz en el libre albedrío: la primera es la oración vocal y lección de buenos libros (PA 281).

─¿Por qué es tan valiosa la lección de buenos libros?

─Suele acaecer que al punto que un alma lee un libro devoto y oye hablar de Cristo se recoge y torna al gusto de la devoción que había perdido. Además, acontece haber personas que con la oración vocal no se aprovechan ni tienen talento para meditación, y comenzando a leer en un libro se recogen (BMC 2, 173; 1, 77).

─¿Cómo debemos hacer la lectura para que resulte provechosa?

─Cuando leemos en los libros, ir despacio y con atención penetrando lo que se lee y haciendo cuenta que el libro es la boca de Dios que nos está enseñando, y tomar de lo que leemos lo que más nos conviene y dejar lo que no nos hace al caso (BMC 1, 308).

─¿Qué libros aconsejaría leer?

 ─Hay una manera de libros espirituales que no tratan de reglas de oración, sino recopilan los conceptos, devociones y motivos de las almas para amar a Dios, sabidos por oración, como el Soliloquio de San Agustín, el libro llamado Contemptus mundi, etc. Y estos suelen hacer gran fruto con la luz que despierta al amor divino y enternece la voluntad (BMC 1, 307).

Al oír lo de “Comtemptus mundi”, interrumpí a Gracián para decirle que ese librito había sido muy apreciado por la Madre Teresa. Asintió con un gesto de satisfacción. Viéndolo yo tan feliz (sin duda por el recuerdo de la Madre), aproveché para recabar su opinión sobre los libros de la misma Teresa de Jesús en orden a la lectura espiritual. Me dio la impresión de que había estado esperando mi pregunta, pues me respondió al punto:

─Algunas personas que han leído los libros de la Madre Teresa de Jesús y de otras personas espirituales, en que se contienen muchas grandezas de espíritu a que llegan las almas de mucha oración, han dicho que no convenía andar aquella doctrina pública e impresa, pues hay pocas almas que alcancen tantas grandezas. Y engáñanse éstos, que antes se animan los pecadores y pequeñuelos, y con la golosina de alcanzar semejantes riquezas se dan a la oración, así como, si a muchas damas pobres y desnudas que desean atavío y joyas, viniese una ataviada y enriquecida, y se las mostrase y dijese dónde las halló, las hace muy buena obra porque se animan a buscarlas (BMC 1, 61).

EL EJEMPLO

─El ejemplo es otro medio de perfección. ¿Podría decirme en qué sentido?

Antes de contestarme, Gracián me advirtió que sobre esto ya habíamos tratado algo en anteriores diálogos. Pero que, eso no obstante, no tenía dificultad en volver sobre lo mismo, ya que ahora lo estábamos enfocando desde otra ladera. Y así me dijo:

─ La imitación de los Santos leyendo y considerando sus vidas nos despierta en gran manera para más amar a Dios, así las vidas de los Santos antiguos como de los más nuevos y las vidas de los de nuestros tiempos (BMC 2, 209).

Le pregunté qué Santo sería el modelo ideal. No cayó en la trampa que yo, inconscientemente, le tendía. Es que con mi pregunta parecía estar invitándole a que hiciese comparaciones entre los Santos. Se fue con habilidad por la tangente, y me respondió:

 ─Así como mandó Dios a Moisés que hiciese el tabernáculo según el modelo que le mostró en el monte, así quiere que sus siervos miren y consideren con atención las obras, palabras, pensamientos y trabajos que Cristo hizo, padeció, habló y pensó, para que de allí tomen la regla de cómo han de obrar, padecer, hablar y pensar (BMC 1, 382).

Y al pedirle yo ahora si podía ahondar un poco en esa afirmación, me dio esta luminosa respuesta:

─La suma perfección no consiste en la unión inmediata con Dios con dejación de las operaciones del alma, sino en el obrar con imitación a Cristo, cuando las obras y ejercicios espirituales se hacen con pureza de conciencia y nacen del verdadero amor de Dios (BMC 1, 376).


EL AMOR DE LA CRUZ

─¿Por qué el amor a la cruz se coloca entre los medios de perfección?

─Porque no puede haber cosa más preciosa delante de Cristo que la cruz. Y aparte eso: ninguno que pone la mano al arado de la cruz, que es a quien Dios quiere llevar por afrentas y persecuciones, y mirare atrás hacia la sombra de su honra, es apto para el reino interior del verdadero espíritu (BMC 1, 49; 1, 124).

─Concretamente, ¿en qué consiste ese amor a la cruz?

─Dice el apóstol S. Pablo: Gloriamur in tribulationibus nostris. Aunque los consuelos y regalos son señales y premios del verdadero espíritu, no son menos ciertas y verdaderas señales las tribulaciones y cruz (BMC 1, 203).

─¿Qué cruces serían las mejores?

 ─Las pasivas y las interiores.
─Explíqueme eso de las pasivas.

─Entre las cruces, aquéllas son más provechosas para acrecentar el amor de Dios que son ordenadas por el mismo Dios que a sus más amados arguye y castiga (BMC 2, 158).

─Y las cruces interiores ¿qué significan?

─Cuanto es mayor y más delicada el alma que el cuerpo, son mayores, más sutiles, más vivas, más fuertes y más dolorosas las cruces del corazón que las de la carne. Por lo demás, ¿quién podrá contar las riquezas que se encierran en la cruz metida en el corazón? Que aunque la sagrada Escritura está llena de ello y la razón natural nos lo persuade, otra cosa es verlo por experiencia (PA 132; 127).

─Por último, querría conocer qué efectos positivos percibe, ya en esta vida, el amador de la cruz.

─ Así como tiene consuelo el que paga aunque le sea algún trabajo sacar los dineros de la bolsa, así se consuela el que padece en esta vida cruces interiores o exteriores, porque paga algo de lo que debe a Dios, al prójimo y a sí mismo (PA 199).





























XX

LA VIDA DE ORACION

 Una de las novedades más sobresalientes del Catecismo de la Iglesia católica -le recordé a Gracián- es que, de las cuatro partes en que se divide, una la dedica íntegramente al tema de la oración cristiana. Es una prueba de la importancia que la Iglesia le concede. Nosotros, siguiendo su ejemplo, podríamos hacer lo mismo: dedicar una considerable parte de los diálogos que nos restan a platicar en torno a la vida de oración. ¿Qué opina al respecto? Tampoco se inmutó Gracián en esta ocasión. Y opinó que sí, que lo que yo le proponía estaba muy bien. Valido de su beneplácito, proseguí:

─El Catecismo comienza con esta pregunta: “¿Qué es la oración?; y luego trata de su importancia, fuentes, expresiones, dificultades, etc. Comencemos también nosotros así, y preguntémonos: ¿Qué es la oración?

─Según escriben los Santos, oración es hablar con Dios o levantar el corazón a Dios o presentar a Dios nuestros deseos (BMC 1, 333).

─Esa es la definición más conocida. Pero ¿no hay otras que puedan perfilarnos mejor su naturaleza?

─Ciertamente. A la virtud de la oración llama San Juan Crisóstomo alma de nuestras obras, porque les da el ser, vida y merecimiento, mediante la caridad que en la voluntad enciende (BMC 1, 333).

─¿Habría otras definiciones?

 ─Apunte estas otras. La oración es muro de la ciudad de nuestra conciencia, cimiento del edificio espiritual, lastre del navío de la gracia, nervios del alma, agua en que viven nuestras potencias, que son como peces en el estanque de la conciencia, arma para pelear contra los enemigos invisibles y leña con que se enciende el fuego del amor de Dios (BMC 1, 333).

─¿Cuántas clases hay de oración?

─Hablando en líneas generales, la oración es en dos maneras: una vocal, otra mental. La vocal es cuando habla la boca y juntamente atiende el corazón a las palabras; porque cuando habla solamente la boca y no atiende el corazón a lo que dice, propiamente no es oración; y si lo es, será oración desatenta, de la que se queja Dios por el profeta Isaías, diciendo: Este pueblo con los labios me honra, más su corazón lejos está de mí. Oración mental es cuando callando la boca, habla el corazón con Dios a quien tiene presente en lo interior, y es la vida y espíritu de la oración vocal.

Con una explicación tan cabal, quise, antes de proseguir, hacerle esta pregunta fundamental:

─ ¿Qué es mejor la oración vocal o la mental?

Aquí Gracián me dio una respuesta que no me esperaba. Se expresó así:
─Voz del alma se llama la oración vocal, que cuando es atenta y encierra en sí la mental, es de mayor fruto que sola la mental, como es mejor todo el hombre compuesto de alma y cuerpo que el alma sola (BMC 2, 172).

─Volvamos a lo de antes. Empleó hace poco la expresión “hablando en líneas generales”. ¿Qué ha querido decir con eso?

─Pues que, hablando con más detalle, habría que decir que ocho figuras ponen los cantores, que llaman: máxima, longa, brevis, semibrevis, minima, seminima, corchea, semicorchea. Y según el número de estas ocho figuras hay ocho maneras de oración en donde se engendra el amor de Dios, las cuales se llaman oración vocal, meditación ordinaria, contemplación atenta, oración de quietud y centro del alma, visiones y revelaciones exteriores, palabras y asistencia amorosa de Dios en el alma con luz y alienación de sentidos (BMC 2, 227).

Aclarada la cosa con tanta precisión, cambié de enfoque y le recordé que había hablado también de presupuestos de la oración. Le pregunté cuántos eran. Me respondió:

─Son de dos clases: unos exigidos por la oración misma y otros por el orante.

─Comencemos por los primeros.

─La oración vocal y mental, según el glorioso Crisóstomo, es basis y fundamento de todos los bienes interiores y la que pone los materiales para la fábrica de todo el edificio espiritual; es alma del cuerpo de las buenas obras por quien viven los buenos deseos y tienen ser los firmes propósitos (BMC 2, 462).

─Veamos ahora los presupuestos por parte del orante.

─El conocimiento propio, y de él la humildad y contrición son las primeras piedras sobre que se asientan todos los bienes espirituales, y sin ellas todo este edificio de la oración va fundado sobre falso. A este propósito decía la Madre Teresa de Jesús muchas veces, que no sabía cómo era posible, que quien sigue oración tuviese vanagloria; pues la oración descubre quién es Dios para estimarle, y quién somos nosotros mismos para aborrecernos y abatirnos (BMC 1, 36).

─Los autores espirituales aluden también a ciertas condiciones para orar.

─Sí. Quien quisiere bien orar, procure tres cosas: la primera, pureza de conciencia. La segunda, quietud y sosiego de espíritu. La tercera, rectitud de intención.

─¿Le importaría explicarse un poco más?

─La pureza de conciencia es necesaria, que según dice el Señor por Isaías: Si levantaren sus manos llenas de Sangre de maldad, apartará sus ojos y no los oirá. Por quietud y sosiego de espíritu entiendo, que el alma vaya desembarazada de los negocios, cuidados y pensamientos que en la oración le pudieren perturbar. La rectitud de intención es que se mueva el alma a la oración por el fin más excelente que pudiera.

─Acaba de emplear la palabra “fin”. ¿De qué fin o fines se trata?

─Los fines, que ha de procurar llevar, son tres: el primero, para alcanzar de Dios por medio de la oración perdón de sus pecados, victoria contra las tentaciones, mortificación de sus apetitos y fortaleza para pelear contra sus enemigos; el segundo fin, para alcanzar de Dios gracia, merecimiento, virtudes, perfecciones y perseverancia en hacer su voluntad; el tercer fin, por la honra y gloria de Dios porque él quiere ser conocido, temido, adorado, amado, glorificado y reverenciado de sus criaturas, que le dan gusto y contento en ello. Y aunque en todas las obras de virtud se ejerciten estas cosas, más particular ejercicio de ellas hay en la oración donde se hace oficio de ángeles del cielo.

─Vengamos ahora a los frutos o efectos de la oración. Se ha dicho que afectan tanto a la mente como al corazón y a la voluntad. Procedamos por partes. ¿En qué sentido afectan a la mente?

─Dice Sto. Tomás de Aquino que supo muchas verdades de las que escribió, estudiándolas al candil muerto, y tratándolas con Dios en la oración, y recibió más luz que si leyera doctores sagrados (BMC 1, 182).

Le pregunté que cómo debía entenderse eso del Aquinatense. Me lo ilustró con dos expresivos ejemplos. Este fue el primero:

─La ventana por donde entra la luz es la oración. Porque, como Dios sea luz verdadera que alumbra todo hombre que viene a este mundo el que más tratare con él en la oración más luz recibirá. Llegaos a él, dice el Profeta, y recibiréis luz (BMC 1, 179).

─Luego me puso el segundo ejemplo:

 ─Así como la piedra cuando cae de muy alto cobra tan gran peso, que rompe la cabeza de quien da, y si mansamente la pusiesen con la mano no haría daño, así cuando una verdad de estas que sabemos por fe o por razón natural, cae del cielo en el alma del que tiene buena oración, la rinde y rompe los que le impedían la gracia (BMC 1, 180).

─Y ahora, ¿cómo afecta la oración al corazón?

 ─Entre Dios y nuestra alma está la pared de nuestro cuerpo que estorba, mientras estuviéremos en esta vida, que no le veamos rostro a rostro como le veremos en el cielo; mas cuando estamos en la oración y le amamos en lo interior de nuestro espíritu, enclava sus ojos divinos, que son de tanta fuerza que así como convirtieron a Pedro que le negó, y a la Magdalena y a Mateo y a otros grandes pecadores a quien miró con eficacia, así cuando de esta manera nos mira, nos convierte y derrite en amor (BMC 2, 170).

─Por último, ¿cómo afecta a la voluntad?

─Así como en el cuerpo del bienaventurado hay cuatro dotes que se llaman: impasibilidad, sutileza, claridad y ligereza, así parece que alcanzan los de esta vida en Cristo, aun en el mismo cuerpo, tales disposiciones, que viven con salud que les nace del contento de la oración, y sienten ligereza para las obras de la virtud y una sutileza y claridad en sí mismos, que les parece que ya son otros de los que eran (BMC 1, 326)[11].

─¿Podría darme, también aquí, otra razón de peso, como lo hizo antes al tratar de la mente?

─No tenemos otra mejor defensa en todas nuestras batallas que hacemos contra los demonios y hombres, cuando nos quieren hacer pecar que la oración, que es como el cuello por donde nos viene de nuestra cabeza, Cristo Jesús, el sustento de la gracia (BMC 2, 179).

─Quisiera, para concluir este primer apartado, que recapitulara todo el tema de los fines.

─Lo intentaré. Las mismas cosas y los mismos conceptos que sabemos por la razón natural y por la fe, cuando vienen en la oración, traen mayor claridad al entendimiento, y mayor ímpetu, mayor peso y mayor fuerza a la voluntad. Sabía yo por la razón natural ser bueno amar a Dios y guardar sus mandamientos, que son de la ley natural. Sabía también por la fe que Dios es trino y uno, que me redimió con su Sangre, etc.; estas mismas verdades vienen en la oración con tanta claridad y desengaño, que parece que entonces abro los ojos para entenderlas, y hacen tal obra y batería en el alma y vienen con tanta fuerza, cuanto va de lo vivo a lo pintado; porque, aunque antes las sabía, no hacían en mí impresión alguna, como quien ve un león pintado; mas después que las entiendo en la oración, causan en mi temor, y amor y afecto, como me espanta el león vivo  (BMC 1, 180).

─Volviendo al Catecismo, éste distingue entre oración y espíritu de oración. Ya conocemos la esencia de lo primero; pero, ¿cómo se adquiere lo segundo?

─El espíritu de oración misericordia es de Dios que hace a las almas y don que viene de arriba, del Padre de las lumbres, talento para ganar con él y hacienda que el despensero recibe de su Señor para emplear y tratar con ella (PA 280).

─De acuerdo. Pero insisto, ¿podríamos hacer algo para adquirirlo?

─Así como el labrador en sembrando la tierra no va luego otro día a segar el trigo, ni en plantando el árbol coge luego el fruto, y jamás ve crecer el trigo ni el árbol, sino que esperando y perseverando a que las aguas, nieves, hielos, sol y viento hagan su oficio, al cabo de algún tiempo lo ve crecido y maduro; así quien comienza oración, persevere y espere, purifique cada día más su conciencia, sufra hielos, sequedades, tentaciones y reciba inspiraciones divinas, que aunque no se vea ni sienta crecer, se hallará con buen espíritu (BMC 1, 122).

─Está bien. Pero, ¿cómo saber si lo tenemos?

─Es muy buen espíritu aprender de Cristo, que es manso y humilde de corazón, y cuando una persona sigue oración, que aunque sea de su naturaleza colérica y airada, con el espíritu que de ella saca, se hace mansa, habla con blandura a sus prójimos y les trata con benignidad, esta alma va aprovechada en espíritu verdadero (BMC 1, 38).

Cuando ya íbamos a despedirnos, le indiqué a Gracián que no podíamos marcharnos sin antes haber dado cumplida respuesta a no pocas dudas que, en torno a la oración, suelen plantearse los orantes. Estuvo de acuerdo conmigo, y lancé al aire la tan controvertida pregunta: ─¿Qué tiempo hemos de dedicar a la oración?

Me advirtió que, antes del cuánto, tendríamos que hablar del cómo. Y en este sentido enfatizó:

 ─Estime en más aquella hora, tiempo y obra de hablar con Dios, que ninguna otra del mundo que por entonces se le pudiera ofrecer. Pues a la verdad ningún negocio hay más importante que acordarse de Dios, tratar de su salvación, llorar sus pecados, reconocer su miseria, ejercitar las virtudes, pedir a Dios mercedes, granjear perfección, merecimiento, perseverancia y gloria, que es lo que en la oración se negocia. Y es que piensan algunos que es bajo espíritu y poco provechosa oración, cuando del ejercicio de ella se mueve el alma a los actos interiores o exteriores de las virtudes; y no hay oración más segura, más cierta y más provechosa (BMC 1, 335; 30).

─¿Y qué me dice respecto del tiempo?

─Aquí le digo esto: haga cuenta que por aquella hora o tiempo que se determina de rezar, ninguna otra cosa tiene que hacer, dilatando todos los cuidados para otros tiempos y ocasiones; y pues cuando se echa a dormir o se sienta a comer, cierra la puerta a los demás negocios y ejercicios, dando aquel tiempo al sustento de su cuerpo, no será mucho que para dar de comer el manjar celestial a su alma y descansar del trabajo ordinario que dan las criaturas, se desembarace de las ocupaciones y cuidados (BMC 1, 335).

─Los manuales de teología espiritual mantienen la tesis de que Dios se acomoda al paso del orante. ¿Cómo debe entenderse eso?

─Al principio da Dios consuelos y regalos a las almas que comienzan oración, aunque sean imperfectas. Lo segundo, ejercítalas en actos interiores y exteriores hechos con humildad. Lo tercero, les va aumentando el espíritu. Y finalmente, afervórales en el divino amor. Diré aún más: cuando Dios parece que se aparta del alma dejándola padecer sus sequedades, suele volver con mayor regalo y fruto a las conciencias perseverantes en el amor y la oración (BMC 2, 201; 172).

 ─Lo que no acabo de ver es por qué Dios actúa de ese modo...

─Así como a los niños tiernos los crían sus madres con leche, miel y manjares blandos y dulces, y les mascan los bocados para metérselos en la boca; mas cuando ya son crecidos y hechos hombres les dan a comer pan duro y manjares fuertes y trabajan ejercitando sus fuerzas, y después de haber trabajado, cuando llegan a la vejez y están sin fuerzas, descansan y tornan a comer manjares blandos y dulces, porque ya no tienen muelas para quebrantar los duros; así hace Dios con las almas, que cuando son principiantes y comienzan a entrar en oración mental, les suele dar lágrimas, ternuras y devoción sensible, y ya que los ve fuertes, les deja caer en sequedades y tentaciones y son perseguidos, atribulados y trabajados interior y exteriormente; mas después de haber trabajado en la viña del Señor, y que viéndose cansados y viejos se retiran a su rincón y se entregan al espíritu tratando con Dios a solas, les suele tornar a dar su Majestad regalos espirituales (BMC 2, 197).
─Acaba de decir que hemos de “tratar con Dios a solas? ¿En qué consiste ese trato? ¿Cómo comportarnos?

─Depende. Porque si estamos atribulados, es bien que nos acordemos que Dios es sumamente misericordioso para confiar en él; si tibios, que es suma bondad para amarle; si tristes y melancólicos, que es nuestra gloria y nuestra bienaventuranza para alegrarnos; si indevotos, que tiene majestad infinita para que la reverenciemos; si desaprovechados, que tiene infinita justicia para que le temamos, etc. Por no guardar esta diversa consideración de las excelencias divinas, han perdido algunos mucho fruto de oración (BMC 1, 337).

─Una última pregunta ¿cuál es la mejor oración?

─Una altísima y provechosísima manera de oración, que se puede llamar oración de unión, o oración unitiva u oración del alma unida; y esta es cuando Cristo dentro del alma, puesto de parte de la misma alma como si ella fuese, ora, pide, trata y habla con el mismo Cristo, puesto de parte del Padre Eterno y considerado en la misma esencia divina del Padre. De suerte que Cristo es el que pide mercedes al mismo Cristo, y lo que se pide es para Cristo, y por quien se pide es por los merecimientos de Cristo (BMC 1, 145).

─Para concluir, le agradecería que me resumiese en unas breves sentencias la importancia y necesidad de la oración.

Accedió gustoso a mi petición. Y he aquí su primera sentencia: “Dese a la oración y espíritu, teniendo sus horas concertadas en ella, que con esta espada se deshacen los lazos de Satanás” (BMC 1, 396).

─Enseguida esculpió la segunda sentencia, un poco más larga: “Aquel varón es más privilegiado de Dios, más privado del Rey eterno, más allegado al Emperador de la gloria, que más fácilmente trata con él en la oración, y entra y sale cuando quiere en los palacios reales de espíritu a conversar con los moradores del cielo, sin haber para él puerta cerrada” (BMC 2, 462)

─Al llegar a la tercera sentencia, me advirtió que más que sentencia, se trataba de una panoplia de diversos aforismos, con que iba a quintaesenciar dos tesis fundamentales en la vida de oración. La primera era negativa, y sonaba así: “Como el cuerpo sin alma se corrompe, la ciudad sin muros es saqueada de enemigos, el navío sin lastre se trastorna en la mar, el cuerpo sin nervios no tiene fuerza, el soldado desarmado fácilmente es vencido y los peces fuera del agua quedan en seco y se ahogan, y sin leña no se enciende fuego; así también nuestra alma, batida con tanta artillería de tentaciones, oprimida de nuestras malas inclinaciones y cercada de tantos vicios, si la oración le falta, muy a peligro está de ser saqueada, y puede con razón temer que se caiga el edificio de su aprovechamiento” (BMC 1, 333).

─La otra tesis, positiva, tenía unos  dejos de más altos vuelos: “Así como el sol, según dice Isaac el de Siria, con sus rayos alumbra, alegra, consuela, sustenta y da color a todo lo criado, es causa de la generación de los vivientes y produce los metales en las entrañas de la tierra, y faltando el sol todo quedaría en sombra y tinieblas; así la oración da luz al espíritu, alegra el corazón, afervora la voluntad, consuela la conciencia, sustenta la gracia y engendra en las entrañas de los varones espirituales las piedras preciosas de los dones y frutos del Espíritu Santo (BMC 2, 462).














































XXI

LAS MORADAS DEL CASTILLO INTERIOR

 Es de sobra conocido cómo Santa Teresa de Jesús se destacó, entre los restantes místicos de su tiempo, en describirnos por medio de un doble simbolismo: el agua y el castillo, el proceso o itinerario de la vida de oración. Trató de ello en su Vida y en Las Moradas respectivamente. Dado que Gracián tuvo tanto que ver con la existencia de ambos libros, le insinué que sería muy útil para nuestros lectores que pudiera ofrecernos una síntesis de esas enseñanzas teresianas, pasadas ya tantas veces por el filtro de su mente y de su corazón. Celebró la invitación que acababa de hacerle y, comenzando por el simbolismo del agua, se expresó en estos sencillos términos:

─ Así como hay señor del jardín y jardín, semilla, agua, yerbas, flores, frutas, y el jardinero que desmonta, despedrega, cava y labra y ara la tierra con gran trabajo para sembrar la semilla: y ya que comienza a nacer, la escarda y riega con cuatro maneras de agua; o la que saca a la fuerza de brazos del pozo, o la que con menos trabajo saca con artificio de bomba, o noria o agua de río o acequia que entra en el jardín, o agua que llueve del cielo, que ningún trabajo le cuesta; así en la oración y aprovechamiento del alma Dios es el dueño y patrón del jardín; el hortelano es el libre albedrío; el jardín la conciencia; la semilla la palabra de Dios o inspiración divina: Semen est verbum Dei; las plantas, los buenos hábitos; las flores, las virtudes; el fruto, el merecimiento[12].

Iba ya a hacerle una oportuna pregunta cuando él se me adelantó con la respuesta diciendo:

─Y lo que aquí es mucho de considerar es que el agua no significa la gracia habitual, en que algunos se han engañado, sino lo que llaman los teólogos prontitud para bien obrar, que esta cuesta trabajo a los principios, como sacar el agua a fuerza de brazos. Otras veces cuesta menos, cuando hay alguna perseverancia. Otras es casi como propia cuando hay hábito y costumbre. Y finalmente algunas veces es como agua que llueve del cielo, porque la abundancia es tanta, que obra en la tierra de la conciencia y virtudes heroicas; y esta agua no es la gracia habitual que es el principio del merecimiento de la gloria (BMC 1, 174).

Tras esta exposición tan exquisita sobre el agua, pasó enseguida a declarar, aunque con más detalle, y recorriendo con calma cada una de ellas, el tema de las Moradas.  Comenzó paladeando las palabras:

─Primeras moradas llamamos al primer estado del alma, que aunque ha salido de pecados mortales y se comienza a dar a la oración, no ha dejado muchas ocasiones, porque todavía juega, pasea y gusta de conversaciones peligrosas, galas demasiadas, oír comedias y cosas semejantes que no llegan a pecado mortal, pero son veniales, porque o son actos ociosos o peligrosos, y aunque lo sabe, se quiere estar con ellos (BMC 1, 80).

─¿Y qué hay que hacer para superar estas primeras Moradas?

─Tres maneras hay de temor, conviene a saber, temor servil, temor filial y temor reverencial. El temor servil, que es miedo de las penas del infierno, y de la pobreza, enfermedades, dolores, disgustos, afrentas y deshonra, que vienen en esta vida a muchos de los que pecan, es el que más hace al caso en estas primeras moradas (BMC 1, 80).

─Pasemos a las segundas Moradas.

─En el segundo estado aunque el alma procura salir de ocasiones y se va más recogiendo, todavía va combatida de muchas tentaciones y acosada de trabajos espirituales, como son malas imaginaciones, espíritu de blasfemia, escrúpulos, sequedades, melancolías y semejantes sabandijas; la luz es mayor que antes y va creciendo en el amor de Dios y si quisiere ir adelante, no se deje descaecer ni sea, como dice San Basilio, como los niños que rompen las cartillas cuando los azotan, sino como el marinero que se apercibe mejor cuando siente la tempestad (BMC 1, 81).

─Explíqueme cómo se hacer el tránsito a las terceras Moradas.

─Cuando el alma ha perseverado y peleado contra tentaciones y persecuciones, entra en otra tercera región y va aprovechando en más luz y pureza, aunque bien siente en sí sus pasiones fuertes, que le hacen mucha guerra, mas guíale el Señor por vía de la mortificación a mayor luz y mayor amor. Los que están en estas moradas son combatidos unos de unas y otros de otras pasiones, cada uno mire lo que es su contraria y haga contra ella resistencia (BMC 1, 81).

─¿Es muy positivo el haber entrado en estas Moradas?

─A los que por misericordia de Dios han vencido estos combates y, con la perseverancia, entrado a las terceras Moradas, ¿qué les diremos, sino: “bienaventurado el varón que teme al Señor”? Con razón le llamaremos bienaventurado, pues si no torna atrás, a lo que podemos entender, lleva camino seguro de salvación (BMC 1,1).

─Según su experiencia, ¿son muchas las almas que entran en las terceras Moradas?

─De las almas que han entrado a las terceras Moradas, por la bondad del Señor, creo hay muchas en el mundo: son muy deseosas de no ofender a su Majestad, aun de los pecados veniales se guardan, y de hacer penitencia amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse en obras de caridad, muy concertadas en su hablar y vestir y gobierno de casa los que las tienen (BMC 1,5).

─¿Cómo deberá ser el comportamiento del alma que se encuentra en este estado?

─Lo que me parece les haría mucho provecho a los que, por la bondad del Señor, están en este estado es estudiar mucho en la prontitud de la obediencia, y aunque no sean religiosos, sería gran cosa, como lo hacen muchas personas, tener a quien acudir, para no hacer en nada su voluntad, que es lo ordinario en que nos dañamos (BMC 2,12).

 ─Entremos en las cuartas Moradas.

─Para subir de este estado tercero a otro más perfecto, es muy necesaria la mortificación, que se alcanza con el conocimiento propio y atenta consideración de sí mismo, cuando el alma entrando dentro de su conciencia, va caminando hasta hallar a Cristo dentro del centro de su corazón.

─Describa, por favor, las ganancias de los que están en las cuartas Moradas.

─Quien entra en las cuartas moradas, que ha salido ya de ocasiones y tiene más fuerza contra las tentaciones y las persecuciones, lleva con más paciencia y con el temor de Dios y mortificación, tiene las pasiones más rendidas, fáltale la fuerza para contra el distraimiento del espíritu, desatención en la oración y semejantes, que se entran por cualquier resquicios, como lagartijas pequeñas; este estado es en que ha menester recogimiento (BMC 1, 81-82).

─Ahora ya estamos en las quintas Moradas. ¿En qué consisten?

─Las quintas moradas corresponden a la muerte del gusano, es, cuando el alma llega a la unión comenzada e imperfecta, en la cual ya muere al mundo porque se resuelve de no hacer cosa sino lo que agradare a Dios.

─¿Significa eso que ya se ha alcanzado la perfección?

─Todavía no. Pues aunque ha comenzado a entrar en esta unión, todavía le quedan muchas lagartijuelas que matar, que son algunas imperfecciones, como alguna falta de caridad con los prójimos, sequedades con los hermanos, tentarse y sentirse si le dicen algo desabrido de reputación, falta de atención al oficio divino, hacer caso de cosas que poco importan y otras muchas faltas de este jaez.

─Entonces, ¿quiénes logran entrar en estas Moradas?

─A esta unión y quintas moradas algunas almas llegan por vía de arrobamientos y otras por su meditación y contemplación ordinaria (BMC 1, 86).

─Ya estamos tocando el umbral de las sextas Moradas. ¿Cuál es su naturaleza?

─El sexto estado de almas espirituales que llama la Madre Teresa unión consumada, y corresponde a cuando vive la palomilla, en quien se ha convertido el gusano muerto, y rompe el capullo y vuela, es, cuando creciendo el espíritu en mayor pureza, luz y amor, porque se ha enmendado de muchas de las imperfecciones que decíamos en las quintas moradas, ya está resuelta el alma de todo punto a hacer y padecer cuanto pudiere por Cristo.

─Vista la naturaleza de las sextas Moradas, dígame, ¿cuáles son sus características?

─En este estado y moradas está más de asiento el alma en la oración de unión, y suele tener visiones, revelaciones, éxtasis y arrobamientos, comunicándosele Dios de muchas maneras, y lo que en ellas más se usa son trabajos interiores y exteriores; porque quien se va acercando tanto a Cristo crucificado, razón es que experimente más que otro a qué sabe la cruz de los trabajos (BMC 1, 86).

─¿Estamos, pues, ante una situación especial del alma?

─Muy especial. Los trabajos interiores que en las sextas moradas hay son de más estima y los podemos llamar cruces divinas; porque, aunque hieren y atormentan mucho, es sabroso el dolor que causan y de gran provecho la ganancia con que dejan. Son estos: memoria de los pecados pasados, que atormenta sobre manera ver que tan buen Dios haya sido ofendido; consideración de las imperfecciones presentes, que quita la vida ver que nunca nos acabemos de enmendar; las costumbres malas que se llevan tras si el alma, aunque con la luz que tiene vea su daño; la flaqueza que siente en sí para resistir, viendo que cualquier soplo le derriba; ver cuán presto se muda de sus buenos propósitos; no asegurarse con su espíritu interior, queja que tiene Marta de María, viendo lo poco que hace y padece en comparación de los ímpetus de su deseo; aflicción de no saber si va errado, considerando los yerros de otros que a su parecer yerran, y al parecer de ellos mismos van seguros; ver que pierde mucho tiempo.

Gracián había estado hablando todo el rato sin permitirse el más leve respiro. Ahora sí que lo tomó, tal vez para prepararse mejor a lo que iba decir, cuya evocación le traía al espíritu tantas resonancias añejas, es decir, le recordaba su dolorosa situación de tiempos pasados. Y así, refiriéndose al alma de las sextas Moradas, exclamó levantando la voz:

─Si tiene inquietud, la inquietud atormenta; si quietud, vive sin escrúpulos; de ahí nace tormento pensando si va engañado; temor de pecados ocultos y ajenos que le aflige, dudando si a la hora de la muerte le saldrán al camino estos pecados en que ahora no caía; celo de tantas almas como se pierden en innumerables reinos de infieles por no haber quien les lleve al bautismo; tormento de ver tantos pecados en la cristiandad; y no aflige menos ver tantos engañados con falso espíritu, y ser vírgenes locas los que parecían recogidos; ímpetus de amor de Dios que deshacen los huesos; deseos de morir impacientes por verse con Cristo. Estos y otros muchos trabajos y cruces interiores atormentan y afligen la triste palomica y la traen revoloteando que no sabe dónde asentar ni qué hacer, porque ninguna cosa le satisface (BMC 1, 88).

─Por fin llegamos a las últimas Moradas.

─Sí. Y no sé por dónde entrar en estas sétimas moradas; digo, que el sétimo estado del espíritu en que la mariposa muere, desentrañándose toda para dar fruto de sí, es cuando llega a la unión totalmente consumada y a la quietud en Cristo amado, o al centro del alma y al contacto de la divinidad y vida en Dios en que el alma está más libre de culpas, imperfecciones, pasiones, inquietudes y congojas de las que distraen o retardan y detienen el espíritu. Digo más libre, porque mientras viviéremos en este mundo, no puede faltar fruta de él, que son faltas y lágrimas y nunca jamás se ha de asegurar el espíritu para pensar que en cualquiera estado que esté, por alto que sea, no pueda volver atrás y caer: “Bienaventurado el varón que siempre está temeroso”, dice el Sabio (BMC 1, 86).

─¿Por qué esta Morada se presenta tan trascendente?

─Porque con este modo de oración se degüella el amor propio, principio de todo el daño espiritual, porque quitando de mi voluntad todas estas mis cosas y dándoselas a Cristo, que las tome por suyas, ya no está detenida mi alma en el mi que hace tan bajo y abemolado canto, como dice San Agustín hablando de la gloria donde se canta bien, porque non est meum nec tuum; no hay mi y sube al fa que es: Facere bonum, y al sol del soli Deo honor et gloria, y al la de la pureza de que dice Isaías: Lavamini, et mundi estote, etc. (BMC 1, 150).

Para perfilar su reflexión sobre las séptimas Moradas, Gracián me aseveró que en ellas se realiza el Matrimonio espiritual. Le pedí que me dijese unas pocas palabras sobre este soberano estado. Y él, más que unas pocas palabras, me regaló con este par de bellísimas descripciones:

─De una alta manera de oración nace en el alma el trueque con el Esposo, que es una manera de unión amorosa y divina, en la cual todas sus cosas las da y atribuye a Dios y toma las cosas de Dios por suyas propias. Este trueque y oración unitiva hizo Cristo con su Padre Eterno, diciendo: Todas mis cosas son tuyas y todas tus cosas son mías. De la misma manera hace el alma unida por amor el trueque con Cristo diciendo: Señor, desde este punto todas mis cosas sean vuestras; yo os las doy y pongo en vuestras manos, haced de ellas y de mi todo lo que quisiereis como de vuestra hacienda propia. Y todas vuestras cosas son mías y las tomo por propias. Vuestra honra, vuestra ley, vuestra Iglesia, vuestra fe, vuestro Padre y Madre y vuestros Santos, vuestra cruz, vuestras almas que hay en la tierra, etc. (BMC 2, 197)[13].

─Y es de advertir – y aquí me endilgó la segunda descripción- que así como el esposo tiene señorío sobre la esposa y hace de ella todo lo que quiere a su voluntad, así cuando el alma llega a tan gran rendimiento que en ninguna cosa resiste, como es cuando está en uno de este éxtasis (sic), entonces se dice que se junta con Cristo en matrimonio, y que es mayor unión que no aquella que se hace de dos luces que vienen de dos candelas; y que es semejante a la unión que se hace entre las dos aguas, la una que llueve del cielo y la otra del río, que no se puede apartar; y así como la mujer amancebada más fácilmente se puede apartar del amigo que la casada, porque la casada está unida con mayor vínculo, así para declarar esta mayor unión que viene con el rapto, la llamó la Madre Teresa unión de matrimonio (BMC 1, 170)[14].

La explicación había sido clara, extensa, erudita y rigurosa a partes iguales. Bien se merecía Gracián por ello un largo descanso; y así nos despedimos citándonos para el día siguiente.















XXII

CLASES DE ORACION
Alabanza y Acción de gracias

 Una vez explicadas con detalle las generalidades de la vida de oración, el Catecismo aborda el tema de sus clases o formas. Y nos enseña que hay cuatro: alabanza, acción de gracias, petición e intercesión (nos 553-556).

 Mientras yo le apuntaba a Gracián estas cosas, él asentía con la cabeza como diciéndome que también en su tiempo se enseñaban esas mismas cuatro clases o formas. Estando, pues, concordes con la materia del diálogo de hoy, quedamos en comenzar por el binomio alabanza-acción de gracias. Y sin más circunloquios, le recordé que el Catecismo define la alabanza como la forma de oración que, de manera más directa, reconoce que Dios es Dios; es totalmente desinteresada: canta a Dios por sí mismo y le da gloria por lo que Él es (nº 556). Gracián tuvo un gesto de aprobación, y dijo:

─Sí, bendecir la criatura a Dios, es loarle de palabras y hacer obras de servicio. Y se glorifica el Señor cuando cantamos sus misericordias (BMC 2, 407; PA 5).

─Se ha llegado a afirmar -recalqué entonces- que la intensidad de la alabanza corresponde al grado del amor de Dios que uno tiene...

─Ciertamente. Así como cuando uno bebe mucho vino y fuerte, queda caído sin sentido y vomitando del vino que bebió, así acaece a personas de mucho espíritu, que después de una oración impetuosa y fuerte, caen en la cuenta de cuán vano, caduco y perecedero es el vino de los respetos y deleites humanos, abren los ojos para no querer otra cosa sino a Dios y más Dios; y no saben abrir la boca, que no sea para cosas de espíritu, oración y alabanzas divinas, vomitando y dando a entender a todo el mundo la grandeza de aquel divino licor que les embriagó (BMC 1, 200).

─La alabanza, ¿siempre va dirigida a Dios?

─No necesariamente. Quien honra, loa y bendice a María, honra a Jesús, porque los bienes de la Madre le vienen por el Hijo. Quien honra y alaba a José, da alabanzas a Jesús y María, pues los bienes que se hallan en José redundan de María y Jesús (BMC 2, 337).

─También se ha dicho que la mejor oración de alabanza es la inspirada por el Espíritu Santo.

─No cabe duda. Que no en balde dice San Cipriano que nos hiciera más falta en el mundo el Salterio de David que este sol que nos alumbra (PA 203).

LA ACCION DE GRACIAS

 El Catecismo se refiere a la oración de acción de gracias con estas palabras: “La Iglesia da gracias a Dios incesantemente, sobre todo cuando celebra la Eucaristía, en la cual Cristo hace participar a la Iglesia de su acción de gracias al Padre. Todo acontecimiento se convierte para el cristiano en motivo de acción de gracias” (nº 558).
─¿Es la acción de gracias una forma obligatoria de orar?- lancé, de repente, la pregunta.

─Mándanos el Apóstol orar con hacimiento de gracias; el cual es un reconocimiento de los beneficios recibidos de las manos de Dios, cuando le damos gracias y loores por ellos, y es bien que antes que le pidamos mercedes nuevas, reconozcamos las antiguas que hemos recibido, porque a los agradecidos comunica sus bienes, y el desagradecimiento seca la fuente de la misericordia (BMC 1, 347).

─Recuerde algunas razones en pro de una constante acción de gracias.

─Así como el desagradecimiento cierra las puertas de la divina misericordia y detiene las manos de su magnificencia y liberalidad, así el alma que agradece las grandes mercedes que Dios ha hecho y hace al mundo de generación en generación y los beneficios particulares que hubiere recibido, recibirá de Dios grandes bienes, pues no le podemos pagar tan gran deuda con otra cosa mejor que con amor y agradecimiento (BMC 3, 366).

─Y ahora, una cuestión práctica: ¿cómo podemos excitar en nosotros la constante acción de gracias?

─Recordando que cuanto tenemos es beneficio recibido de la mano de Dios, y de nuestra parte sólo tenemos nada y pecado (BMC 1, 343).

─Sugiera algunos medios para perseverar en la oración de acción de gracias.

─Cuando con la luz de oración, mirándose el hombre a sí mismo y los rincones de su conciencia, halla alguna cosa buena, viendo que es dádiva de la mano de Dios sin su merecimiento, viene a espíritu de la gratitud, dando gracias al Señor por todo lo bueno que en sí ve, y por todos los males de que le ha librado y por todas las mercedes que ha recibido (BMC 1, 36).

─Permítame ahora una pregunta parecida a la de antes, aunque a otro propósito: la acción de gracias, ¿debe dirigirse siempre a Dios?

─No necesariamente. Porque, aunque es verdad que Dios es el principal autor de todos los bienes, y a él se debe el primer agradecimiento de nuestros beneficios; pero quiere que reconozcamos los medios por donde los recibimos y agradezcamos los que han sido instrumentos por donde Dios ha obrado con nosotros sus misericordias. Y así agradecemos a la Virgen la Encarnación porque dio el sí con el consentimiento en la venida del ángel, y porque nos parió al Redentor, según la carne (BMC 2, 382).

─En este mismo contexto pregunto ¿por qué enseña el Catecismo que “el cántico del Magnificat es la acción de gracias gozosa de la Virgen María y de la Iglesia”? (nº 547).

─Porque era la sacratísima Virgen María en extremo agradecida, como lo son todos los buenos y principalmente los que tienen nobleza; porque el desagradecimiento y olvido de beneficios recibidos es indicio de villanos y groseros corazones. Y conforme crece el agradecimiento y a su medida es el amor (BMC 2, 391).

XXIII

CLASES DE ORACION
Petición e intercesión

 Sobre la oración de petición le expliqué a Gracián que el Catecismo enseña lo siguiente: “La oración de petición puede adoptar diversas formas: petición de perdón o también súplica humilde y confiada por todas nuestras necesidades espirituales y materiales, pero la primera realidad que debemos desear es la llegada del Reino de Dios” (nº 553). Le satisfizo tanto esta enseñanza que, sin dejarme continuar, añadió de su propia cosecha con vibrante voz: “Sí, el amor de Dios es la petición más alta que puede hacer el alma y más necesaria para su bien (BMC 2, 155). Pero yo, viéndole poner tanto énfasis en el reino de Dios y en el amor de Dios, me interesé por saber dónde quedaba Jesucristo en la oración de petición. Me contestó con aplomo:

─El mejor maestro de espíritu y que más bien enseñó el trato secreto y seguro que hay entre el alma y Dios, fue Cristo Jesús; y hablando con sus discípulos les afirma, diciendo: “En verdad os digo que todo lo que pidiéredes al Padre en mi nombre lo alcanzareis; hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”. En estas palabras nos enseña el Señor el camino más cierto, derecho y breve para alcanzar todo lo que pidiéremos, y tener plenitud de gozo y henchimiento de espíritu en la oración, que es pedir al Padre en nombre de Cristo (BMC 1, 147).

Tomé pie de esto para preguntarle: ─¿Por qué es tan central el lugar de Cristo en nuestra oración de petición?

─Si un hombre pide pan a su enemigo, cierto es que no se lo dará; si se lo pide a su amigo, más confianza tiene de alcanzarlo; si lo pide a su padre, con más seguridad lo pide que a su amigo; pero si él mismo pidiese a sí mismo lo que puede, sabe y quiere darse ¿qué duda tendría de conseguir su petición? De la misma manera, quien pide a Dios la gloria y se quiere estar en pecado mortal y hecho enemigo suyo, no se la darán si no se convierte y hace penitencia; si pide como si fuese otro hombre, teniendo a Cristo por amigo o por padre, más esperanza tiene; pero si unido y junto con Cristo, como si el mismo Cristo pidiese siendo él mismo el que ha de dar, cobra tan gran confianza, que ninguna cosa parece se le negará de lo que pide, y orando con este modo y confianza, se abrasa más en amor, dilátase el corazón, ensánchase el deseo, asegúrase la conciencia y purifícase la oración (BMC 1, 145).

─¿Qué oración de petición es la más eficaz?

─Una altísima y provechosísima manera de oración, que se puede llamar oración de unión, o oración unitiva u oración del alma unida; y esta es cuando Cristo dentro del alma, puesto de parte de la misma alma como si ella fuese, ora, pide, trata y habla con el mismo Cristo, puesto de parte del Padre Eterno y considerado en la misma esencia divina del Padre. De suerte que Cristo es el que pide mercedes al mismo Cristo, y lo que se pide es para Cristo, y por quien se pide es por los merecimientos de Cristo (BMC 1, 145).

─Pero nuestras peticiones ¡no siempre son escuchadas!
─Como pedimos muchas veces cosas de la tierra, o guiados por el amor propio lo que nos da gusto, no nos espantemos no ser oídos, y aun es misericordia de nuestro buen padre negarnos algunas veces lo que pedimos, porque sabe muy bien que nos conviene que no se nos conceda. Como si un niño pidiese con eficacia a su padre alguna cosa que tiene ponzoña mayor bien le hace en negársela que en concedérsela (BMC 1, 350).

─Normalmente, ¿qué habría que pedirle a Dios?

─Dios prudentísimo es y nos ama prudentísimamente, y vemos que a quien pide trabajos se los da liberalísimamente, y muchas veces a quien le pide descansos le da trabajos; luego mejor es pedirle lo que nos da de mejor gana (PA 128).

─A propósito de trabajos y sufrimientos, ¿es bueno pedírselos a Dios? ¿O eso podría suponer caer en un cierto narcisismo, por no decir masoquismo?

─Pedir descanso y regalos contra la voluntad de Dios no es bueno; mas supuesta la voluntad de Dios y condicionalmente siendo para mayor gloria suya y mayor provecho de nuestra alma, no tengo por malo pedir tribulaciones (PA 127).

─Hablemos ahora de cifras, pesos y medidas. Y una primera pregunta: ¿Cuánto hay que pedir?

─Cuán enfadosas sean para Dios las almas apocadas y ruines que se contentan con pocas cosas, y aun esas van dudando si las alcanzarán o no. Pues a la verdad, para un Señor tan liberal, agravio le hacemos en pedirle poco (BMC 1, 350).

─Sigo con otra pregunta básica: ¿Cómo hay que pedir?

─Pidiendo fría y tibiamente, parece que nuestra misma tibieza y flojedad merece no ser oída, mas pidiendo con importunación, eficacia, perseverancia y fervor ¿qué cosa habrá que no la alcancemos? (BMC 1, 350).

─En semejantes circunstancias, ¿cuánto podemos obtener de Dios?

 ─Si miramos a lo que merecemos, ninguna cosa somos dignos de alcanzar; si a lo que Dios quiere y puede darnos, como su bondad es infinita, no tiene término en hacer mercedes, y cuando el alma abriere la boca del deseo en la petición, tanto alcanza de mercedes (BMC 1, 349).

─Y una última pregunta en este apartado: ¿Es igual de fructífera la oración de petición individual que la comunitaria?

 ─Así como un soldado solo, por valiente que sea, no tiene fuerzas contra un fortísimo gigante o contra muchos enemigos juntos, pero si este soldado pelea dentro de un escuadrón con ayuda de los otros soldados puestos en ordenanza, no hay gigante que le resista; de la misma manera, cuando el alma sola y a solas puesta en oración mental embiste, con sus deseos y peticiones con su Dios para alcanzar misericordia, como es tan flaca y sin merecimiento, poco puede hacer; mas si se mete en escuadrón y se junta y hace una misma cosa con Dios y con todos los Santos del cielo y de la tierra, de suerte que de todos los corazones juntos salga un deseo y una petición, aunque Dios es infinito Gigante, confíe que alcanzará de él todo cuanto quisiere y en cierta manera le rendirá a misericordia (BMC 2, 198).


 ORACION DE INTERCESION

 El Catecismo se muestra muy conciso al referirse a la oración de intercesión. Dice escuetamente: “La intercesión consiste en pedir en favor de otro. Esta oración nos une y conforma con la oración de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres, en particular por los pecadores. La intercesión debe extenderse también a los enemigos (nº 554)

Le pregunté a Gracián si también estaba ahora tan de acuerdo como antes, cuando el Catecismo habló de la oración de petición. Me respondió con un rotundo sí. Y que tan era así, que él mismo ya había escrito lo siguiente en sus buenos y lejanos tiempos: “Una cosa querría que tú guardases y todo el mundo: que comiences siempre en tu oración a rogar por tus émulos antes que por ti, y verás por experiencia lo que alcanzas, que es gran cosa tomar a Dios a palabras, diciéndole: “Señor, ya yo perdono a mis enemigos, y ruego por ellos que les deis tales y tales bienes y la gloria. Perdonadme vos a mí mis pecados y dadme lo que os pido. ¿Vos no decís que con la medida que midiéremos nos habéis de medir? Yo quiero bien a mis émulos, queredme Vos a mi bien” (PA 188).

─Sería muy bueno aprender a hacer bien la oración de intercesión.

─Cuando llega el alma a la oración, hace tres partes: Dios, que está en mí, a quien considero que es el que ora; Dios que está en el altar o en el cielo, a quien oro y pido mercedes; y Dios que está en el prójimo, para quien las pido. Y como estos tres todos es un mismo Dios, parécele al alma que ninguna cosa negará Dios a sí mismo, pidiéndola el mismo Dios para sí mismo, y así pide con tanta satisfacción y hartura, que un momento de esta oración es más provechoso que mucho tiempo que se gaste en otras (BMC 1, 416).

─¿Qué oración de intercesión es la mejor hecha y la más eficaz?

─En la buena oración se procede de Dios a Dios y se pide por Dios para Dios; que el alma que quiere orar bien, hace cuenta que Cristo ora en ella al mismo Cristo, y pide como a Señor la honra y gloria de Cristo, y al mismo Cristo pone por intercesor. Que es lo mismo que dice el Apóstol: Porque de él y en él y por él son todas las cosas; para él sea la gloria en los siglos de los siglos. Amén (BMC 2, 465).

─Supongo que en este tipo de oración se puede acudir a varios intercesores.

─El Santo Concilio Tridentino nos amonesta y ordena que seamos muy devotos de los Santos, y que los tratemos con mucha veneración y los pongamos por intercesores y abogados para con Nuestro Señor Jesucristo y la sacratísima Virgen María, su madre. Porque esta devoción e intercesión es de las cosas más aprobadas, más antiguas, más Santas y más conformes a los divinos decretos que tiene nuestra madre la Iglesia Católica (BMC 2, 373)
─Después de Jesús, ¿quién sería el mejor intercesor?

Gracián contestó haciendo, a su vez, una pregunta retórica como para dar más fuerza a sus palabras:

─¿Qué otra cosa es María sino paraíso de deleites donde nacen los cuatro ríos que son su humildad, caridad, misericordia y pureza que riegan todo el mundo con su intercesión? (BMC 2, 423).

─Y después de María, ¿quién iría a su zaga?

─Si de cualquier Santo podemos esperar favor e intercesión para con Cristo y su madre, y es bueno ser nuestro abogado y devoto ¿cuánto más conviene lo seamos, confiemos y busquemos la intercesión del glorioso San José, que siendo siervo de Cristo Jesús, tuvo oficio de su padre, y le mandó como si fuera señor; y siendo privado y vasallo del Rey y Reina del Cielo, a la Reina mandó como esposo, y el Rey del cielo le fue súbdito y obedeció como a padre? (BMC 2, 373).

Me satisfizo gratamente su respuesta. Pero, así y todo, sembró en mi ánimo una pequeña inquietud, que le manifesté: ¿Por qué acudir a la intercesión de San José antes que a la de otros Santos?

─Si honramos, loamos, llamamos bienaventurados y ponemos por intercesores y nos encomendamos con mucho fervor a San Francisco, Santo Domingo y los demás Santos, porque la Iglesia los ha canonizado por Santos nombrándolos siervos de Jesucristo, ¿con qué afecto, con qué devoción y fervor conviene que loemos, honremos, glorifiquemos, invoquemos, seamos devotos y pongamos por intercesor al glorioso San José, a quien la misma Iglesia, los evangelistas y el ángel y la gloriosísima Virgen María tiene canonizado por tan Santo, que le llama padre de Jesús que es muy más excelente nombre que siervo? (BMC 2, 398).


















XXIV

 LA MEDITACION CRISTIANA.

 Luego que el Catecismo ha expuesto la doctrina de la vida de oración en general, se refiere a lo que llama “Las expresiones de la oración”. Y enseña al respecto: “La tradición cristiana ha conservado tres modos principales de expresar y vivir la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Su rasgo común es el recogimiento del corazón” (nº 568).

 Nosotros ya hemos visto lo referente a la oración vocal, y más adelante trataremos de la oración contemplativa; ahora, pues, vamos a centrarnos en la meditación. El mismo Catecismo la define así: “La meditación es una reflexión orante, que, parte, sobre todo, de la Palabra de Dios en la Biblia; hace intervenir a la inteligencia, la imaginación, la emoción, el deseo, para profundizar nuestra fe, convertir el corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo; es una etapa preliminar hacia la unión de amor con el Señor” (nº 570).

 Ya algunas cosas de las que dice esta definición se han tocado al hablar de la oración cristiana. Por consiguiente, lo que más interesa en estos momentos es notar la diferencia que hay entre meditación, oración vocal y contemplación; así como examinar despacio su naturaleza y desarrollo. ¿Está de acuerdo con esto? -le pregunté a Gracián. Él, como de costumbre, aceptó complacido mi propuesta. De ahí que, sin más dilación, le sirviera la primera pregunta: ─¿Qué es la meditación?

 A lo que me respondió sin el menor titubeo:

─Meditación se llama el discurso del pensamiento y entendimiento para persuadir a la voluntad alguna virtud; como si meditamos en Cristo crucificado y se pone en el pensamiento la grandeza y bondad de este Señor, y luego discurre y piensa que, si siendo Dios tan excelente como es, el amor le puso en la cruz con los mayores trabajos que se pueden pensar, la prueba del amor será padecer trabajos; y así luego viene a la voluntad gana de padecer cruz y trabajos o consuelo con los que tiene y padece (BMC 1, 340).

─¿Luego entran aquí, como acaba de decir el Catecismo, la mente y la voluntad?

Sin duda. Así como el ama, cuando cría el niño, le masca el manjar y se lo mete en la boca, pero si el ama se lo tragase, el niño moriría de hambre; así el entendimiento medita y masca el concepto para que la voluntad ame; mas no se ha de convertir toda la oración en estudio, que se morirá y acabará el espíritu. De hecho la meditación que no tiene por fin el amor de Dios y del prójimo sino solamente la luz y el saber, más propiamente lo llamaremos estudio que meditación. Más aún: para que sea meditación verdadera, no es necesario que haya imágenes interiores, bastan las buenas razones que el entendimiento hace para persuadirse (BMC 1, 127; 2, 178; 1, 341).

─¿Cuál es el fundamento de la meditación cristiana?

─Así como toda la máquina de este mundo se mueve sobre los dos polos, ártico y antártico, así toda la máquina interior del espíritu se gobierna por meditación de dos cosas; quién es Dios y quién soy yo, que esta era la continua meditación de San Francisco. De la meditación de quién es Dios, nace la caridad, madre de todas las virtudes; y de la meditación de quién soy yo, nace el aborrecimiento propio y humildad con que se conservan y aumentan todas las perfecciones (BMC 1, 309).

─¿Y qué se sacaría más de la meditación del primer “polo”?

 ─La memoria de los grandes misterios y soberanas mercedes que otras veces ha recibido la Esposa de Cristo y la de sus llagas, la despiertan para más le amar, que son como el guardajoyas, la recámara o alacenas donde el rey guarda sus tesoros. Y así quien se viere con sequedad acuérdese de las mercedes que otras veces ha recibido en la oración (BMC 2, 158)[15].

─¿Y cuál sería el fruto del segundo “polo”?

─Piense muy despacio en todos sus pecados de la vida pasada, la gravedad, muchedumbre y daños de ellos, y todas las faltas e imperfecciones de la vida presente; la poca enmienda que ha tenido, las malas costumbres que le hacen fuerza y convidan a que torne a pecar, y los pecados ocultos y ajenos que le pueden condenar, la flaqueza que tiene en resistir a las tentaciones, la poca obediencia a las divinas inspiraciones, la dureza de su corazón para el bien, la inclinación para el mal, la inconstancia en los buenos propósitos, la facilidad en caer en algunas faltas, el perdimiento de tiempo y otras innumerables miserias, que si se meditan con verdadera atención, es imposible dejar de temer y afligirse el alma: mas esta tristeza, pues es según Dios, salutem stabilem operatur. 

─Llegados a este punto, tengo la necesidad de preguntarle: ¿qué es es preferible, la oración ordinaria o la extraordinaria?

─Quien en el tiempo de su oración meditase en los mandamientos de Dios y tratase con el Señor cómo los guardará con perfección, apuntando en qué quebranta algunos de ellos para enmendarse, en más estimaría su oración y espíritu que el de muchas personas, que dicen que hablan con Dios y que le ven, y que tienen revelaciones y visiones y que ven las almas que van al purgatorio o al infierno, o los pecados de los prójimos y cosas ocultas, aunque el vulgo estime éstas por más Santas, porque a la hora de la muerte no han de dar cuenta de las cosas altas y escondidas, que les vinieron de los soberanos y altísimos conceptos de teología que se les descubrieron, sino de cómo guardaron las leyes y mandamientos que Dios les puso (BMC 1 , 30).

─Sin embargo, la meditación ordinaria -llamada también oración mental- es bastante trabajosa y difícil, ¿qué hacer para que nos resulte más agradable?

─Mediante el deseo de la perfección y de allegarse a Jesús y el olvido del mundo, mortificación de pasiones, paciencia y perseverancia en la oración y paso para la vida contemplativa desde la activa, acudiendo a comunicar con Dios y las virtudes que se ejercitan, se alcanza la verdadera oración mental (BMC 2, 464).

─Relacionado con el tema de la dificultad está el de la perseverancia, ¿cómo lograr esta última?

─Procure perseverar el alma en la oración, ya que de ella se saca luz para la verdadera conversión y penitencia (BMC 1, 411).

─Sí, éste es el deseo; pero ¿cómo convertirlo en realidad?

─Quien ofrece a Dios un corazón contrito, trillado, machacado, desmenuzado y hecho polvos con la contrición y mortificación, muy agradable oración alcanza. De esta mortificación nace sufrir un cierto género de martirio y trabajo interior para perseverar en la oración mental, que saben por experiencia los que la ejercitan cuánto sudor cuesta esta perseverancia (BMC 2, 464).

─A pesar de lo cual, los autores espirituales concluyen que son pocos los que perseveran.

─Muchas personas se engañan teniendo por principal fin los sentimientos y gustos del apetito, y piénsanlos adquirir con el trabajo de la meditación, y si no lo hacen, se condenan por indevotos y tienen por tiempo perdido el que gastan, y se levantan y dejan la oración (BMC 1, 341).

─Para ir concluyendo, indique algunas razones por las que es imprescindible el ejercicio de la meditación.

─Aquí van dos. Primera: el verdadero discurso de la meditación no es otra cosa sino como quien pone los dedos en los trastes, que son como los puntos que ha de meditar y busca las consonancias o conveniencias que hay entre los misterios y las virtudes del alma. Con esta consonancia se rinde la voluntad y se hace una música y armonía dulcísima al Espíritu Santo que lanza el espíritu malo de la conciencia mejor que la música del arpa de David. Y segunda razón: así como los dientes mascan, desmenuzan y muelen lo que se ha de comer, así hace la meditación a lo que se ha de contemplar (BMC 2, 464; 2, 178).

─Por consiguiente, lo normal es que la meditación preceda a la contemplación.

 ─Es lo normal. Ya que, aunque acaece arrebatar Dios hasta el tercer cielo algún alma que esté desapercibida, lo ordinario es levantar el espíritu a los que halla ocupados en meditación (BMC 2, 462).











XXV

EL METODO DE LA ORACION MENTAL
La preparación

Los manuales de oración han empleado con frecuencia la palabra método para referirse a la meditación; que, por eso, también se la llama oración mental metódica, discursiva, etc. El Catecismo tiene esta hermosa parrafada sobre el particular: “Los métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador. Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús (nº 2707).

Recordarle a Gracián el tema de los métodos de oración como materia para nuestro diálogo de hoy, fue el mejor regalo que podía hacerle. No en vano esa había sido siempre una de sus enseñanzas preferidas. Así que, al pedirle ahora su opinión sobre lo dicho por el Catecismo, se despachó con esta catarata de palabras como si hubiera estado esperando hacía tiempo la ocasión:

─Aunque es verdad que el Espíritu Santo inspira a donde quiere y mueve al alma y la lleva por el orden que le parece, y así no puede haber mejor orden que el que Dios interiormente pone en la conciencia del que ora, con todo eso los Santos contaron siete partes de la oración mental, que puestas por su orden aprovechan a enderezar y encaminar este ejercicio al que comienza, y cuando el que ha días que se ejercita en oración se hallare seco y sin espíritu, vuelva con humildad como novicio a irse disponiendo por las mismas partes y caminos por donde comenzó, y con esto no volverá atrás, antes se conserva y entretiene hasta que Dios acuda con la luz y suavidad; que cuando hay ésta y plenitud de la voluntad en la caridad, no es menester guardar este orden, sino dejar las velas tendidas al viento del Espíritu Santo y navegar con la mayor velocidad posible en el aprovechamiento del amor. Tiene, pues, la oración mental siete partes, las cuales los autores llaman preparación, lección, meditación, contemplación, hacimiento de gracias, petición, conclusión o epílogo. Y en esto consiste el llamado método de oración (BMC 1, 336).

─Por lo que me ha dicho, veo que no es necesario seguir ese orden.

─No es necesario. Pues es de advertir que si comenzando por este orden a meditar: quién soy yo y quién es Dios, le detuvieren el espíritu levantándosele y comunicándole allí el henchimiento de sus deseos que pretende, no es bien romper aquel hilo por ejercitar todas las demás partes del método que quedan, que no es este negocio que se ha de tomar por tarea ni a destajo. Mas cuando cae de aquel espíritu y se halla seco y distraído, con entrar en otra nueva parte de la oración se torna a recoger. Como si estando en la preparación, meditación o contemplación, no halla espíritu, pasa a la petición o hacimiento de gracias con que tiene en qué ocuparse y poder bien gastar su tiempo, sin que salgo ocioso y desaprovechado (BMC 1, 338).

Con una respuesta tan esclarecedora pensé que ya íbamos a enfrascarnos en el desarrollo de la primera parte del método. Pero, antes de embarcarnos en ella, quiso Gracián hacerme notar que había dos clases de preparación: la próxima y la remota. Y que ésta estaba constituida por dos elementos, que, con frecuencia, eran imprescindibles: el silencio y la soledad.

Le rogué que tuviera a bien aclararme esto último detalladamente. Me replicó que lo haría con mucho gusto, pero con brevedad. Comenzó citándome un texto bíblico que englobaba los dos elementos: “Gran cosa es el silencio, pues como dice Isaías, es guarda de la paz interior y exterior; y la paz es obra del espíritu que mora en la soledad” (BMC 1, 111). Agregó enseguida que el silencio era tanto exterior como interior; y, dado que yo conocía de sobra el primero, se limitaría a hablarme del segundo. Por lo demás, este silencio interior tenía dos grados, de los que me hablaría oportunamente. Hechas estas acotaciones, acometió derechamente la explicación:

─Algunas veces el alma cesa de las operaciones de las potencias, y se mete con su Esposo en lo interior, que se llama porción superior de la razón, y quedan las potencias en silencio y quietud; porque ni los pies andan, ni las manos obran, ni la lengua habla, ni los ojos ven ni la imaginación forma imágenes, pero están todas despiertas y aparejadas para lo que les mandaren. Y este modo se llama silencio interior (BMC 1, 157).

─Y este silencio ¿qué utilidad puede tener para la oración? -se me ocurrió preguntarle.

─Es muy alto y muy excelente, porque aunque las potencias parece que no hacen nada, mucho sirven en estar prontas y aparejadas a lo que las mandaren; así como sirve el portero cuando está asentado a la puerta para dar o recibir recaudos, y hasta aquí es oración sobria y despierta.

─Me gustaría conocer sus efectos. 

─Silencio interior es una paz en todos los miembros del alma, un sosiego de la conciencia y quietud de todas las potencias que nace de las palabras secretas y escondidas que Dios habla dentro del corazón, según aquello del Real Profeta: Oiré lo que me habla dentro de mí mi Señor, porque hablará paz para sus siervos y en aquellos que se convierten al corazón (BMC 2, 469).

Pasó luego al otro grado del silencio interior:

─Cuando cesan todos los actos interiores y exteriores que las potencias del alma hacen con sus propias fuerzas, a esta cesación de actos se llama silencio profundo (BMC 1, 328).

─¿Cómo se debe entender esa profundidad?

─No queremos decir que el entendimiento deje de entender y la voluntad deje de amar, porque si eso fuese no sería obra meritoria, sino que aquella luz última que recibe el entendimiento después de la unión, no le viene ni la alcanza por su consideración y discurso sino por estar la voluntad unida con Dios.

Analizado ya suficientemente el tema del silencio, decidimos pasar al de la soledad, que algunos llaman recogimiento. Así presentó Gracián el tema: 

─Hay dos maneras de recogimiento: conviene a saber: interior y exterior. El exterior es, cuando la persona se aparta del trato y conversación de gentes, o se va a la soledad y se recoge y mete dentro de la celda cerrando tras sí la puerta, como dice Isaías, para que sin tener allí quien le estorbe, piense de día y de noche en la ley del Señor. Recogimiento interior es, cuando las potencias del alma están recogidas y atentas, oyendo lo que Dios interiormente habla y pronta para hacer su voluntad (BMC 1, 83).

Al llegar aquí, le pedí que me explicase brevemente la relación del silencio y de la soledad con la vida oración. Me respondió que la relación era de dos clases: activa y pasiva.

─¿Podría hablarme de la activa?

─Así como Cristo salió al huerto de Getsemaní y se puso en oración al Padre Eterno, así el alma tenga cada día un rato de oración mental, buscando lugar solitario y apartado del tráfago e inquietud que suele distraer (BMC 1, 403).

─¿Y en qué consiste la pasiva?
  
─A las almas que viven en silencio y soledad, visita Dios y las habla en el corazón, según aquellas palabras de Oseas: llevaréla a la soledad y hablaréla al corazón (BMC 2, 1818).

─A lo que entiendo, todo lo que me ha dicho hasta ahora se refiere a la preparación remota. ¿Qué me puede decir de la próxima?

─Que así como el que quiere dar una música primero templa el instrumento para tañer bien y se entona para bien cantar; y quien quiere ir a caza, apareja su arco, aljaba y flechas; y para hablar con el rey, quien con él quiere negociar se prepara y piensa lo que le ha de decir; así el alma cuando quiere entrar en la oración, es bien que temple la vihuela de su conciencia, apareje sus deseos y se prepare para hablar con su Dios, y aperciba lo que ha de hacer la oración.

─¿Qué condiciones requiere esta preparación?

─Tres. La primera, pensar atentamente quién soy yo que me atrevo a hablar con Dios, trayendo a la memoria mis pecados, considerando mi bajeza, inconstancia, poca virtud y poco merecimiento.

─La segunda es pensar quién es Dios con quien yo voy a hablar, y de aquí nace la reverencia, temor o amor que es menester llevar en la oración.

 ─La tercera condición es disponer lo que hemos de tratar con Dios, según que los tiempos, ocasiones y estado de nuestra conciencia lo requiere; y de aquí nace la atención y orden en la oración, el cual orden no es malo, pues dice el sabio que las cosas de Dios tienen orden.

─¿Podría omitirse la preparación?

─Podría. Pues es de notar, que hay algunas personas que están ya tan ejercitadas y aprovechadas en el espíritu, que al punto que se ponen a orar se hallan en la divina presencia con interior sentimiento y arrojan la voluntad al amor, gastando en amar a Dios la hora de la oración y aun todo el día. A éstas no les aconsejamos que dejen su estilo de oración y que tornen a seguir esta orden y guiarse por estos puntos que aquí van declarados, sino caminen sin volver atrás con la regla y orden del fuego encendido de amor.

─Explíqueme estas excepciones.

─Quien enseña a tañer vihuela aunque da regla para saber poner los dedos en los trastes, el que es ya músico y está enseñado, no es necesario que mire estas reglas ni a los trastes para poner los dedos, sino que taña con libertad, gusto y desenvoltura, pues ya está experto en el arte; pero el que comienza, si no se guiare por reglas y fuere mirando cómo pone los dedos tañendo poco a poco, no llegará a ser músico perfecto.

─¿Algo más sobre la preparación?

─Sí. Antes de entrar en la oración, haga un breve examen de todos los pecados, ahora estén confesados ahora no; y tenga dolor, contrición y arrepentimiento de ellos, con propósito firme de confesar a su tiempo los que no hubiere confesado (BMC 1, 334).

─¿Y cuál sería la finalidad de esta actitud?

─Bien encaminado va el que al principio de la oración se tiene por indigno de cualquier bien, y le parece que le basta, y aún le hace Dios muchas mercedes en dejarle poner allí de rodillas, y que pueda decir un Paternoster con la boca o levantar los ojos a una imagen pintada; al que así se humilla, Dios le ensalza en la oración (BMC 1, 387).

─Dígame si el examen y dolor de los pecados se exigen a todos los orantes.

─No, solo a los principiantes. Y por esta razón: la nuez, aunque es fruta de comer, tiene una corteza amarga y sucia que mancha los dedos de quien la quita, aunque después se enjuga y se cae, y debajo de ella tiene una cáscara dura; dentro de esta cáscara hay diversos repartimientos de hollejos, que si no se mondan, hace desabrida la nuez cuando se come, y son como calles intrincadas y desiguales. Propia figura de los principiantes que, aunque comienzan a tener oración, todavía se tienen sus pasiones amargas con que dan mal ejemplo a los que los tratan, así como la corteza verde ensucia los dedos; y así como tiene la cáscara dura tienen su dureza de corazón y resistencia a las inspiraciones divinas. Y aunque su voluntad es buena, está llena de revueltas e imperfecciones como lo está la fruta de la nuez dentro de sus hollejos (BMC 2, 201).

─Valdría la pena conocer cómo realizar ese examen provechosamente

─Es principio de gran luz para el conocimiento propio la meditación de las potencias y de sus operaciones, que son memoria, entendimiento, voluntad, apetitos y sentidos; obras, palabras y pensamientos, examinando muy despacio en qué estado están todas estas potencias y actos en lo que toca a la guarda de la ley de Dios (BMC 1, 309).

 Deseaba yo que Gracián, terminado el tema de la Preparación, pasase ya a abordar el de la lectura. Pero él me advirtió que, puesto que la lectura era una parte muy importante del método (que requería un tratamiento más exhaustivo), y dado que nosotros ya habíamos mantenido un diálogo tan extenso, bien podía el asunto esperar hasta el día siguiente.














































XXVI

LA LECCION O LECTURA

─¿Qué tienen que ver entre sí oración y lectura? -comencé preguntándole a Gracián aquella mañana apenas lo hube saludado. Y es que el papel de la lectura en la oración siempre me había fascinado; sobre todo a partir del día en que había leído el célebre aforismo de San Juan de la Cruz: “Buscad leyendo y hallaréis meditando”. ¿Por qué, pues, ese nexo tan estrecho entre oración y lectura? ¿Por qué extraño mecanismo ésta podía influir en aquella? Sabedor de mis inquietudes, Gracián se apresuró a salir a su encuentro, y en un Santiamén me largó esta reflexión entre musical y poética:

─Así como el contrapunto presupone el canto llano, y quien predica toma un tema que después declara diciendo sobre él las doctrinas y puntos que se le ofrecen, así quien ha de tener oración, después de haberse apercibido y preparado para entrar en ella, conviene que lea en algún libro para que teniendo en la memoria los conceptos que lee, pueda el espíritu contrapuntear con la meditación; y quien no leyere u oyere leer, por lo menos, acuérdese de algún punto oído otras veces sobre que pueda meditar, que esto sirve de lección (BMC 1, 339).

Le hice notar a Gracián que una explicación parecida a la suya la había visto yo en otra parte; y que, si no recordaba mal, a ese doble tipo de lectura se la conocía con los nombres respectivos de actual y rememorativa. Me lo confirmó con un expresivo gesto, y entonces aproveché para preguntarle qué normas habría que seguir para hacer una lectura provechosa. Me respondió:

 ─Quien quisiere acertar procure tres cosas en la lección. La primera atención, poniendo mucho cuidado en percibir muy bien lo que se va leyendo, y para esto no se determine luego a meditar sobre el primer punto que oyere perdiendo la atención a los demás, sino esté atento a todos los que se leen, porque después, de donde no piensa, se causa la devoción; y no ha de ser muy larga la lección sino breve y de cosas substanciales, graves y compendiosas.

Hizo una breve pausa y, enseguida, continuó con las otras dos “cosas” o normas:

─La segunda, oiga o lea con respeto la palabra haciendo cuenta que se las va diciendo el mismo Dios, porque de esta manera vendrá a hacer más caudal de ellas en lo interior de su alma, y moverse mejor a la devoción que pretende.

¡Preciosa norma! -quise interrumpirle, emocionado. Pero me contuve rápido para que continuase con la tercera.

─La tercera, escoja y eche mano de aquel punto o puntos que parece le han de hacer más fruto cuando los meditare; porque cuando con atención se va oyendo lo que se lee, siempre parece que está dando golpes el corazón que atienda a tal y tal punto.

Como suponía que no todas las lecturas tendrían el mismo valor en orden a la meditación, se lo hice notar. Y él entonces sentenció:
─Entre lo que es bien leer para meditar, lo que más hace al caso son los Evangelios y Divina Escritura.

─¿Y qué otros libros, además de la Biblia, recomendaría?

─También son buenos -respondió- los libros que mueven los afectos de nuestra alma, como los que tratan de la pasión de Cristo y de los cuatro paraderos, muerte, juicio, infierno, gloria y la gravedad de pecados y miseria de la vida humana.

Me extrañó que considerara la lectura de los paraderos tan importante hasta el punto de ponerla al lado de la misma pasión de Cristo. Me lo justificó:

─ “Acordándose como debe de estos paraderos (muerte, juicio, infierno y bienaventuranza) esté muy cierto, que in aeternum no pecará”, como dice el Sabio (BMC 1, 27).

Cambié súbitamente el rumbo de nuestro coloquio, haciéndole esta observación:

─Hasta aquí hemos hablado de libros. Ahora me gustaría conocer el nombre de algunos autores especialmente recomendados.

 ─Muchos Santos antiguos y modernos escribieron libros para meditar, como el glorioso San Agustín, San Bernardo, San Anselmo, San Buenaventura, Santa Gertrudis, Contemptus mundi, y muchos devocionarios se han impreso; y para ir las meditaciones por los días de la semana, fray Luis de Granada y fray Pedro de Alcántara y otros autores escriben muy a propósito (BMC 1, 340).

Me sorprendió gratamente que Gracián no dudase en recordar, entre los autores más recomendados, tanto a Granada, amigo suyo personal, como a Alcántara, el confesor de Santa Teresa. Asimismo, me emocionó oírle citar el “Contemptus mundi”, un librito al que la Madre Teresa era tan aficionada. Se lo hice notar y me confesó que a él le pasaba lo mismo que a la Madre Teresa. Y me dio esta razón:

─Yo tengo para mí que aquel divino tratado de "Contemptus mundi" es de esas palabras interiores, recogidas por el alma de quien le escribió en diversos tiempos; y por esa causa hace tan suave y agradable consonancia en el buen espíritu, que, dondequiera que abrieres para leer, parece habla contigo lo que más hay menester (PA 300).

Todo lo que había dicho Gracián hasta aquí se refería a la lectura actual. Por eso, antes de seguir adelante, le pregunté qué cosas había que revolver en la mente a la hora de la lectura rememorativa.

─Los artículos de la fe, los mandamientos de Dios y toda la doctrina cristiana, la declaración de la ley de Dios, según aquellas palabras: No se aparte el libro de la ley de tu boca, sino meditarás en él de día y de noche. Porque si tuviésemos ejercicio de meditar cada día un mandamiento de Dios con la declaración de él presto llegaríamos a vivir con rectitud, que es el fin que en la oración deseamos. Y todo esto sin olvidar el recuerdo de la pasión del Señor.

Salió otra vez a relucir la Pasión de Cristo. No acababa de entender por qué era tan importante esta meditación, pues la había recomendado para las dos lecturas, tanto para la actual como la rememorativa. Él se aprestó a darme tres razones para justificar su insistencia. La primera:

─Pues en el Señor se hallaron todas las penas y tribulaciones en grado más subido, no hay mejor remedio para ellas que poner los ojos en Cristo crucificado, y considerar su pasión por el orden que los libros devotos la escriben, sacando por fruto el consuelo en las tribulaciones y animarse para padecer por Cristo (BMC 1, 406).

Luego pasó a la segunda:

─La pasión del Señor nos ayuda a evitar el pecado, luego nos estimula a aceptar la voluntad de Dios y, finalmente, nos obtiene muchos frutos espirituales. De hecho, ¿quién hay que considere a Cristo en la cruz derramando en ella toda su Sangre por salvar un alma, si de veras le ama, que no le reviente el corazón con deseo de dar su vida y padecer trabajos por no le ofender, ni ponerse en ocasión de ello y llevar al cielo las almas que pudiere? (BMC 1, 208).

─Y sin esperar a que yo se lo pidiera, siguió desentrañando la tercera razón: “¿Qué trabajos y dolores podemos nosotros tener que no haya padecido Cristo mucho más y en más alto grado? Y pues todo nuestro consuelo es Cristo, cuando padeciéramos pongamos los ojos en este nuestro capitán y en las heridas que por nosotros padeció, y sigámosle negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz. Por eso, no deje la meditación de la pasión de Cristo, aunque algunas veces no halle en ella sensible compasión ni ternura. Y es que ninguna aflicción y desconsuelo pueden tener los hombres, que no la haya padecido Cristo en más subido grado, sufriéndolas con toda perfección por nuestras culpas y pecados. Resumiéndolo en pocas palabras: los mordidos de las venenosas serpientes, mirando en la serpiente de metal que Moisés colgó de un palo, Sanaban de las llagas y mordeduras; y los que se vieren desconsolados, atribulados, afligidos y perseguidos, pongan los ojos en Cristo crucificado y en su pasión, si quieren alcanzar consuelo y remedio para sus tribulaciones y trabajos (PA 199; BMC 1, 404; 1, 395).

Como acababa de asegurarme que la meditación de la Pasión reportaba tantos frutos espirituales, me preocupé de pedirle que me detallara algunos. Se avino a hacerlo, y lo hizo con tanta precisión y unción como si los estuviera leyendo:

─Así como aquel árbol de la ciudad Santa de Jerusalén llevaba doce frutos, así coge el alma otros doce del árbol de la cruz, meditando e imitando lo que Cristo padeció, que los llaman los Santos con estos nombres: meditación, porque no hay otra mejor que con la memoria de Cristo; admiración, porque se espanten los cielos de ver a Dios morir; compasión, que mueve mucho ver a Cristo padecer; temor, porque si en el árbol verde de Cristo tanta venganza toma Dios de mis pecados, en el seco de mí mismo que los cometí ¿qué pasará?; esperanza, que anima mucho ver a Cristo padecer tanto por salvarme; contrición, porque me pesa de haber ofendido a Dios y que mis pecados le hayan puesto en la cruz; amor de Dios, que es razón que ame a quien tanto por mí padeció; amor del prójimo y celo de las almas, por quien Cristo murió; agradecimiento de tan soberano beneficio, como fue morir Dios por darme vida; alegría, viendo que el Señor tan de veras quiere mi salvación pues muere por salvarme; finalmente unión con Cristo, metiéndose dentro de él para sufrir mis trabajos y dolores en su compañía (BMC 1 383).

Le comenté que eran muchos los efectos que acababa de enumerar, que si era normal que se produjeran tantos. Me contestó de una manera indirecta:

─Así como el aceite cuando se derrama en la tierra cunde y penetra con gran quietud y sosiego, así los conceptos amorosos de la oración cunden y penetran toda el alma sin estruendo, inquietud ni alboroto, sino con gran paz, sosiego y seguridad cuando son de Dios (BMC 2, 157).

Cambié otra vez el hilo de nuestra conversación. Y ésta vez fue para decirle:

─Los manuales de espiritualidad enseñan que ambas lecturas (la actual y la rememorativa) sirven también para obviar las distracciones que suelen asaltarnos durante el ejercicio de la oración. ¿Es eso así?

─En efecto, así es. Acaecido ha no poderse una persona recoger ni quietar su espíritu, y rezando vocalmente Pater nosters y Ave Marías en su rosario, o leyendo en un libro devoto, recogerse tanto que llega a hallar a Dios en el centro de su alma (BMC, 1 74).

Tras esta última cuestión, me recordó Gracián que, siguiendo el método, después de la lectura venía el tema de la meditación, ya que ésta es la finalidad de aquélla. Ahora bien, como nosotros ya habíamos tratado poco antes, y largamente, sobre la meditación, convenía que pasásemos inmediatamente a la contemplación.

Me pareció lógico. Con todo, le insinué si, antes de despedirnos, podía regalarme algunas palabritas sobre la oración visual o icónica (como la llaman algunos), y que el Catecismo resume así: “Habitualmente la meditación se hace con la ayuda de algún libro, las imágenes sagradas...” (nº 2705). Gracián accedió a mi ruego, pero antes de adentrarse en la materia, me hizo esta elemental observación:

─La oración vocal sin atención no es buena, y el adorar las imágenes, como si en el palo o piedra de ellas hubiese divinidad, es idolatría (BMC 1, 389).

Y a propósito de las imágenes me contó que él mismo, de joven, viviendo en Alcalá, tenía un cuadro de la Virgen sobre su mesa de estudio, y cada vez que lo miraba, su corazón se enardecía en amor a Dios y a su Madre. Y enseguida añadió que “lo mismo que decimos de imágenes pintadas, se entiende de las imágenes vivas”.

No capté bien lo que me estaba diciendo, aunque él tuvo la delicadeza de aclarármelo:

─Que un hombre es imagen viva de Cristo, y una mujer, de la Virgen María (BMC 1, 51)

─¿Y entonces? -le pregunté ignorando aún adónde quería ir a parar.

─Que hay que considerar y mirar al prójimo como a una imagen viva de Cristo, si es hombre, y si mujer, como a imagen de la Virgen María. Y así como nos aficionamos a una hermosa imagen no para ensuciarla ni destruirla sino para respetarla, reverenciarla y quererla porque nos trae a la memoria al Señor cuya imagen es, así cuando vemos al prójimo como a imagen de Dios, le hemos de amar con puro amor (BMC 1, 318).

Con esto me estaba enseñando que “mirar y considerar” al prójimo (hombre o mujer) como me lo acababa de presentar era una forma de hacer oración. Es decir, que la oración visual o icónica (sobre la que yo le había preguntado), no solo se podía hacer con esculturas, imágenes o cuadros pintados, sino también a través de personas vivas. Y para indicarme que no todos estaban capacitados para este tipo de oración, concluyó de esta manera:
  
─El basilisco emponzoña con sus ojos cuando mira, mas los ojos de la paloma son hermosos y agradables; y así es cuando miramos a los prójimos sin juzgar mal de ellos ni movernos a pecados, sino considerando que es Cristo el hombre que vemos y la Virgen María, si es mujer, pues no hay imágenes más parecidas y más vivas de Cristo y de su Madre (BMC 2, 177).

































XXVII

LAS RESTANTES PARTES DEL METODO

Al tener que centrar hoy nuestro diálogo sobre la contemplación como una parte del método, le confesé a Gracián que me sentía algo incómodo[16]. Me preguntó por qué. Y le di la razón: él había puesto la contemplación como una de las partes del método mientras que otros autores la eliminaban. En consecuencia, para Gracián, el método tenía siete partes; pero para otros autores, solo seis. ¿Con qué opinión quedarme? Admitió Gracián que tenía razón para sentirme incómodo, pero que eso no tenía por qué quitarme la paz. De hecho -añadió- podemos poner la contemplación como parte del método, o no (según los gustos), pero en ambos casos el método sigue manteniendo toda su validez y eficacia. Por este motivo -me aseguró-, él ya tenía pensado sobrevolar ese tema, es decir rozarlo apenas ahora, para estudiarlo a fondo en un tiempo más oportuno. Me tranquilizaron estas palabras. Y más reconfortado, me animé a preguntarle qué era lo que entendía por contemplación como parte del método. Me explicó:

─Llamo yo contemplación al detenimiento que hace el pensamiento en alguna cosa que se contempla, y a la aplicación de la voluntad cuando con asiento y quietud la quiere y desea.

─¿Y en qué se distingue de la meditación?

─Hacemos diferencia de la meditación a la contemplación, en que la meditación procede con discurso del entendimiento que va moviendo la voluntad; mas en la contemplación está conociendo atentamente el entendimiento con la luz que ya tiene adquirida, y estáse ejercitando la voluntad en el acto del deseo que ya tiene adquirido, como quien anduviese mirando muchas imágenes que hay en un aposento y reparase en alguna de la cual por algún rato no quita los ojos, y se está aficionando a su hermosura; así el entendimiento cuando medita va discurriendo por muchos conceptos y coligiendo unos de otros, y ésta es meditación; mas cuando se detiene en alguno en que halla luz y la voluntad se afervora en él, ésta llamamos aquí contemplación.

─¿Debe darse siempre la contemplación en el curso de la meditación?

─En absoluto. En este campo hay tantas variantes como orantes. Por ejemplo: muchas almas comienzan y acaban la oración en ella sin que preceda meditación ni discurso: otras están muchas horas y aun lo más del día en una sosegada presencia de Dios, gozando y amando de tal suerte, que se quejan de las hijas de Jerusalén, que son los cuidados, porque les despiertan; otros al cabo de la hora que han gastado en meditar, tienen algo de ella, y aún a veces se les va el tiempo en pelear con pensamientos impertinentes, y acaece que en un abrir y cerrar de ojos, les viene una luz y un ímpetu que les es de provecho para vivir bien muchos días y aun toda la vida.  Es decir, que de cualquier manera que el alma saque fruto, siempre se ha de alegrar y nunca deje de perseverar en la oración, que donde menos se piensa hay mayor ganancia.

─Aclarada ya suficientemente la función de la contemplación en el contexto de la meditación, estuvimos de acuerdo en pasar a la siguiente parte del método: el agradecimiento o el hacimiento de gracias.


EL HACIMIENTO DE GRACIAS

─¿Qué es, y por qué la acción de gracias entra a formar parte del método?

─Mándanos el Apóstol orar con hacimiento de gracias; el cual es un reconocimiento de los beneficios recibidos de las manos de Dios, cuando le damos gracias y loores por ellos, y es bien que antes que le pidamos mercedes nuevas, reconozcamos las antiguas que hemos recibido, porque a los agradecidos comunica sus bienes, y el desagradecimiento seca la fuente de la misericordia.

─¿Qué condiciones debe tener el hacimiento de gracias?

─Conviene que tenga estas tres. Y ésta es la primera: que sea concertado o seguido: que quiere decir, que salga del mismo espíritu de la contemplación que llevamos, y la vaya continuando para que no se quiebre el hilo de espíritu; y aunque podemos dar gracias a Dios por muchos beneficios, que comencemos por aquel que más corresponde a lo que íbamos contemplando; como si meditando los tormentos del infierno, y movidos al temor de ellos, comenzamos a dar gracias a Dios porque nos ha librado de tan insufribles penas.

─Veamos la segunda condición.

─Que ayude a ganar fruto en el mismo espíritu que se llevaba, aumentando y confirmando los propósitos ganados en la misma oración; como si dijésemos: Va el alma en la consideración de las penas del infierno con espíritu de temor y llega a dar gracias por haberle librado del infierno, y luego acuérdase de los demás beneficios, como es haberle Dios criado y redimido, etc. Y en la consideración de estos beneficios dando gracias por ellos, acuérdase estar más obligado al servicio de Dios y merecer más pena que otro ninguno por la ingratitud que tiene quien tanto debe y tan poco corresponde; y va aumentando con esto el mismo espíritu de temor que llevaba en la voluntad sin salir de él.

 No quiso Gracián perder el hilo de su discurso, y, por eso, antes de que yo pudiera distraerle, se apresuró a terminar su exposición:

─La tercera condición es que sea principio de confianza para entrar en la petición; porque quien pide a Dios mercedes con confianza, ninguna cosa se le negará, y es buen principio para entrar en la petición, engrandecer la confianza con la memoria de estos beneficios; como si el alma fuese diciendo; Muchas gracias te doy Señor, porque me criaste y redimiste y por los demás beneficios particulares etc., pues quien tanto ha recibido de Dios ¿qué le pedirá que ahora no lo alcance? Pídote, Señor, esto y esto, etc. Y como comienza la petición con la memoria de las mercedes recibidas, entra con ánimo, fervor y confianza a pedir, teniendo por cierto que ninguna cosa le negará Señor tan liberal.

─Sí, es lógico el hacimiento de gracias. Pero dígame, ¿por qué cosas habría que dar gracias a Dios?
─Los beneficios de que se ha de dar gracias a Dios, aunque son innumerables, puédense reducir a tres géneros. El primero contiene beneficios de la creación, el segundo, los de la redención, el tercero los otros beneficios particulares.

 Con esto terminamos lo concerniente a la acción de gracias, y franqueamos el paso a la penúltima parte del método: la petición.


 LA PETICION

─¿Cómo se justifica la petición como parte del método?

─Llegamos a la oración como pobres a pedir limosna a un gran Señor, rico de misericordia, como enfermos para alcanzar salud del verdadero médico de nuestras almas, como hambrientos a pedir pan al que abriendo su mano llena a todos de bendición, y como criaturas miserables y destituidas de todo bien, a su Dios y Criador. Y así la principal parte de la oración es la petición, la cual si lleva las condiciones que conviene, nunca deja de alcanzar lo que se pretende ni vuelve vacía; y muchas veces alcanza más de lo que pidió.

─¿Y cuáles son esas condiciones?

─Tres son las principales partes de la petición para que sea cual conviene.

Iba ya a pedirle la adecuada explanación, cuando él mismo se adelantó a dármela, y lo hizo de un tirón:

─La primera, humildad y confianza, que no es otra cosa sino que el que pide reconozca su indignidad, poco ser y valor, y que no merece alcanzar merced alguna.

─La segunda parte de la petición es que sea eficaz y que vaya con fervoroso y encendido deseo de alcanzar lo que pedimos. Porque pidiendo fría y tibiamente, parece que nuestra misma tibieza y flojedad merece no ser oída, más pidiendo con importunación, eficacia, perseverancia, y fervor ¿qué cosa habrá que no la alcancemos?

─La tercera parte de la buena petición es que vayamos ejercitando con actos interiores las virtudes que pedimos. Como si pedimos fe, hagamos acto de fe; y si pidiéremos humildad, acto de humildad reconociendo nuestra bajeza y deseando ser abatidos; porque cuando juntamente se ejercita la virtud y se pide, fácilmente se alcanza.


EL EPILOGO

 Por fin vamos a coronar la estructura septenaria del método con lo que algunos consideran su colofón o apéndice. ─¿En qué consiste?- le pregunté a Gracián.

─La séptima y última parte de la oración mental se llama epílogo o recopilación; en la cual se hace memoria de lo que se ha tratado y principalmente de lo que más eficacia hizo en la conciencia y se determina el alma de ejercitar aquellos deseos que ha tenido.
─¿Qué necesidad hay de esta parte final recopilatoria o compendiosa?

─Porque es principio del examen de conciencia y regla del aprovechamiento. Y así como cuando dos amigos se han hablado largamente en un negocio, ya que se quieren apartar se resuelven en los puntos más esenciales, diciendo el uno al otro: al fin, Señor, quedamos resueltos en esto y en esto, etc. pues yo lo voy a poner por obra y para eso haré tal y tal cosa, etc. Así el alma después de haber estado hablando algún tiempo con Dios, ya que se acaba la oración, se resuelve en lo más esencial que ha tratado, y hace memoria de aquellos puntos que le han hecho eficacia en el deseo y propone de ejercitarse en ellos.

─Explíqueme cómo se realiza concretamente el epílogo.

─En el epílogo el alma ha de hacer tres cosas. Primera: un breve examen de la oración que ha tenido para que si se viere distraído proponga enmendarse en la oración del día siguiente. Segunda: Haga memoria de aquellas palabras que mayor eficacia le han hecho en la oración para acordarse de ellas al tiempo de la necesidad y traerlas siempre en la boca y corazón, por remedio contra sus pasiones. Y la tercera y última: Haga determinación y propósito firme de poner por obra lo que en la oración le han dado a entender, arrojando con el mayor fervor y devoción que pudiere la voluntad en la virtud a que por entonces se viere movido, y haciendo muchos actos de ella.

Como acababa de hablar de propósitos, y firmes, le pedí que, para concluir, me dijera qué propósitos y cuántos debían ser esos.

─Los propósitos que se sacan de la oración son dos: conviene a saber, servir a Dios y hacer bien al prójimo: de estos dos propósitos nace el amor de Dios y del prójimo. Con estos dos afectos y propósitos cría el alma todas sus obras, palabras y pensamientos y les da la leche del merecimiento (BMC 2, 179).




















XXVIII

LA VIDA CONTEMPLATIVA

 A una pregunta, tan explícita como ésta: “Qué es la oración contemplativa?”, el Catecismo responde un tanto vagamente: “La oración contemplativa es una mirada sencilla a Dios en el silencio y el amor. Es un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual el que ora busca a Cristo, se entrega a la voluntad amorosa del Padre y recoge su ser bajo la acción del Espíritu. Santa Teresa de Jesús la define como una íntima relación de amistad: “estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (nº 571). Le recalqué a Gracián que la definición me había parecido algo vaga e imprecisa, y que si él no tendría alguna un poco más precisa y concreta.

─Lo intentaré. Contemplación es: una atención interior, que es cuando mira el alma de hito en hito sin apartarse ni divertirse de algún concepto sobrenatural que la va inflamando en el amor de Dios. Y esta asistencia sosegada y quieta, sin andar vacilando en diversos conceptos, suele ser principio de todo el bien espiritual; algunos la llaman contemplación, otros quietud de espíritu, otros morar dentro de sí, otros centro del corazón, otros atención interior o centro de la voluntad (BMC 1, 310).

─Aún veo la definición poco clara -me atreví a decirle-. Tal vez sería más clara si (como sucedió ayer a otro respecto) hiciéramos la diferencia entre contemplación y meditación.

─El entendimiento, cuando medita va discurriendo por muchos conceptos y coligiendo unos de otros, y ésta es meditación; mas cuando se detiene en alguno en que halla luz y la voluntad se afervora en él, ésta llamamos aquí contemplación. En otras palabras: es la contemplación pensamiento detenido, cuando el alma está con atención y quietud entendiendo en un concepto, a diferencia de la meditación que se discurre de un pensamiento en otro. Puedo declararlo todavía más con mi experiencia personal. Y es que acaecido me ha en sola esta palabra “Dios”, considerando su divinidad, omnipotencia, etc., hallar el alma tan gran henchimiento y satisfacción que no quería ni podía salir a otros pensamientos (BMC 1, 346; PA 285).

─Ahora ya está más claro. Pero antes de proseguir, una pregunta básica: ¿cuáles son los efectos de la contemplación?

 ─Son dos: uno es superficial; el otro, profundo.

─Oigamos el superficial.

─Así como cuando entran los rayos del sol en el aposento abriéndose la ventana, que alumbran los más escondidos rincones y descubren las telarañas, pajas y polvo y hasta los más mínimos átomos del aire, así cuando entra la luz sobrenatural en el alma unida por amor, se descubren en la conciencia los pecados pasados, las faltas e imperfecciones presentes, las pasiones desordenadas, las malas inclinaciones y las más mínimas ocasiones de ofender a Dios (BMC 1, 392).

─Y ahora veamos el profundo.
─Así como un hombre que estando en un aposento vuelve las espaldas y quita los ojos de todo lo que en él hay, y se va a una ventana a mirar el sol, y mirándole, queda deslumbrado de sus rayos y como ciego, pero después ve dentro de sus ojos innumerables espejados y ruedas de diversos colores, así el alma cuando vuelve las espaldas al conocimiento y deseo de todo lo criado, y se va a contemplar y amar sólo la divinidad de Dios, queda deslumbrado con una divina oscuridad y niebla que llama Dionisio divina caligo; mas cuando está así, no pierde nada de conocimiento y luz, antes le quedan innumerables conceptos de muchas cosas, especialmente de las que son necesarias para su salvación. De esta manera es la imitación de la divinidad de Cristo, porque ya el alma se va por sus pies a la ventana de la contemplación de la divinidad (BMC 1, 385).

─¿Cuántas clases de contemplación hay?

─El recogimiento interior es de dos maneras, conviene a saber: recogimiento natural y adquirido con propia industria, y recogimiento sobrenatural y dado. El natural es una fuerza que se hace el alma a sí misma para tener las potencias atentas a oír lo que dentro de sí le dice el corazón. Declara esto San Basilio con el ejemplo de quien está delante del rey y hablando con él, que se hace fuerza para tener las manos, pies y ojos quietos y compuestos, callando su boca para oír lo que el rey le dice, y ésta propiamente se llama atención interior. El recogimiento sobrenatural y dado del cielo es una merced que Dios hace al alma, cuando él mismo la mete dentro de sí, y con divinos lazos y ataduras tiene presas las potencias interiores y exteriores para que no ejerciten sus operaciones, que ni los ojos ven, ni los oídos oyen, ni la imaginación piensa ni el entendimiento discurre, etc (BMC 1, 83).

─De las dos clases, ¿cuál es la preferible?

─Por cualquier camino de contemplación que Dios llevare, ahora sea natural y ordinario ahora sobrenatural, va bien encaminada, si saca fruto de caridad, humildad, pureza y guarda de la ley (BMC 1, 371).

 ─Si la contemplación infusa viene de Dios, ¿cuándo la infunde?

─Es de notar que hay muchos que no tienen talento, cabeza ni habilidad para hacer meditaciones y discursos, y suele darles Dios excelentísima contemplación con quietud interior y recogimiento; y estos tales, si se ponen en la oración y comienzan a querer meditar a fuerza de brazos, como no aciertan, salen desabridos y desconfiados de poder alcanzar oración. Y porque no todas veces al principio que van a orar viene el espíritu de la contemplación, quietud y devoción que se procura, hanse hallado bien algunos de ellos con tomar un libro y estarse recogidos leyendo despacio y con sosiego, y en la misma lección les levanta el Señor el espíritu a contemplación altísima sin que preceda otra ninguna meditación (BMC 1, 339).

Habiendo visto ya lo esencial de la contemplación, o sea, la naturaleza, los efectos y las clases, le pregunté a Gracián si había algún otro punto interesante que valiese la pena tocar. Me insinuó que, en todo caso, nos quedaba el tema de las condiciones o partes. Le rogué que me hablara acerca de esto cuanto juzgara conveniente. Y él me obsequió con este excelente discurso:

─Tres partes suele tener la buena contemplación. La primera, que sea humilde, quiero decir, que aquel buen deseo que viene y aquel gusto o luz interior que le dan, le reconozca por don y merced de Dios, dándole gracias por habérsele dado, y siempre se tenga por indigno de cualquier bien; y cuando no le tuviere sino que le llevaren con sequedad dejándole con sus meditaciones y discursos, no se aflija y congoje ni quede descontento, como si le debiera algo y no le pagaran, porque en mano de Dios está hacer lo que quisiere de su hacienda, antes quede con humildad reconociéndose por indigno de cualquier quietud y merced de espíritu, y teniendo en mucho que le consientan estar allí hablando con Dios, pues merecía estar ardiendo en el infierno según sus culpas y pecados.

La segunda, que sea segura, que es ser acertada en el mayor aprovechamiento del espíritu. Porque suele haber gran engaño en tener por más alta contemplación a la más baja y por más segura la más peligrosa, por más Santa la más engañosa y por más delicada a la que nos hace perder el tiempo.

La tercera condición de la buena contemplación es que sea en manera de diálogo y coloquio, donde algunas veces el alma hable con Dios, otras veces calle y esté atenta esperando las palabras interiores y escondidas que suelen venir en este profundo silencio, atención y presencia de su Señor. Porque almas muy habladoras y que no quieren oír, sino hablárselo todo, suelen salir secas de la oración. Y es bien advertir, que muchas veces nuestro deseo o el eco y zumbido de los pensamientos que otras veces hemos tenido, se suelen venir en este tiempo a la consideración sin llamarlos, y piensan algunos que son palabras de Dios y danles crédito quedándose engañados con su amor propio (BMC 1, 347; 2, 199).

─Según todo lo dicho, ¿cuál es el principal fruto de la contemplación?

─El amor tiene por principio, la contemplación, así como el fuego se engendra algunas veces de la luz, cuando los rayos del sol recogidos en el anteojo de cristal abrasan la yesca en que hieren (BMC 1, 157).

─Para finalizar, tenga a bien contestarme a estas cuatro cuestiones, que siempre han sido muy controvertidas. Sea ésta la primera: ¿cuál es la característica esencial de la contemplación?

─Que es oscura. Porque así como la fe tiene oscuridad con que nos rendimos a creer sin querer entender de raíz, así en la alteza del amar y soberana contemplación hay cierta niebla y oscuridad, donde sin conocer y sin ver y a cierra ojos se conoce Dios más verdaderamente y es más amado.

─Segunda cuestión: ¿cuál es la piedra de toque de una auténtica oración contemplativa?

─Aquella contemplación es más excelente que más humilla y purifica la conciencia, y causa en ella mayor amor y temor de Dios y guarda de su ley y ejercicio de virtudes; y la que de esto se desviare, aunque tenga cosas que parezcan más altas y más extraordinarias y que parezcan más milagrosas, como visiones, revelaciones, sentimientos y cosas semejantes, es la menos buena y la más peligrosa (BMC 1, 347).

─Tercera cuestión: ¿qué es preferible: la meditación o la contemplación?
─¡Cuántos peligros puede haber en este camino de arrobamientos, que llama San Vicente Ferrer “rabiamenta mulierum”! Si yo negocio con el rey y alcanzo de él lo que quiero igualmente entrando por las puertas del palacio, llamando a los porteros y subiendo por mi escalera ¿qué se me da que no me lleven en volandas y por el aire a meter por la ventana a la sala donde está el rey?, antes voy más seguro, que quizá cuando me llevan por el aire, me dejaran caer y me haré pedazos. Ni más ni menos, sí yo negocio con Dios y alcanzo de él lo que pido en la oración, entrándome por la puerta de la fe, subiendo por la escalera de la meditación y llamando a los porteros de los Santos que intercedan ¿qué hace el caso que no me lleven en volandas con el rapto y éxtasis, pues alcanzo lo que pretendo por el camino ordinario de la meditación? (BMC 1, 161).

─Y la cuarta y última cuestión: cómo convencer de lo contrario a los que sostienen que la oración contemplativa es una pérdida de tiempo, o, en otras palabras, que es preferible la acción a la contemplación.

─No debe pensar nadie que cuando un siervo o sierva de Dios gasta mucho tiempo en oración mental o se está todo el día contemplando, aunque parece que está ociosa y sin hacer nada, que pierde tiempo y merecimiento cuando Dios no la llama para otra cosa, que no hay mejor ocupación, que dar gusto y agradar a Dios, que es lo que hace el alma que le contempla y ama (BMC 2, 185).




























CAPITULO XXIX

UN PRELUDIO DEL CATECISMO
(Comentarios al Pater y al Magnificat)

 Recorriendo las páginas del Catecismo -tomado como falsilla para nuestros diálogos- me encontré con una estupenda novedad, que el propio Catecismo pone al final como complemento de la amplia temática de la oración. Se trata de la explicación de la oración del Señor: Padre nuestro (n. 2759ss).

Comentándolo con Gracián, le dije que él ya se había adelantado al Catecismo en casi cuatro siglos. Y que, incluso lo había superado. En este sentido: en que, además del padrenuestro, tenía el comentario tanto al Avemaría (el Catecismo también lo tiene) como al Magníficat. Naturalmente, le felicité por su perspicacia y clarividencia y le propuse que hoy nuestro diálogo versara sobre ese triple comentario; comentarios que yo ya adivinaba fabulosos.

Gracián estuvo de acuerdo conmigo solo en parte. Pues me dijo que dichos comentarios no tenían nada de extraordinario, además, que el ocuparnos de los tres, nos exigiría un tiempo del que no disponíamos. Por todo ello nuestro diálogo debería limitarse al Padrenuestro y al Magnificat[17]. Quedamos en eso; y Gracián, tras un pequeño silencio, se dispuso a hacer una introducción general a la oración del Señor, que él solía llamar el “Paternoster”. Lo hizo con estas palabras:

 ─No puede haber mejor maestro de espíritu que Cristo Jesús, ni quien mejor enseñe la verdadera y provechosa oración. Y pues que, cuando los discípulos le preguntaron: Señor, enséñanos a orar, respondió: Cum oratis, dicite: Pater noster, etc., cierto es, que en esta divina petición se suma lo mejor que el alma puede desear y pedir a Dios. Más aún: Si Cristo, que es el mejor maestro de espíritu que hay en el mundo, pidiéndole los discípulos que les enseñase a orar, les respondió: “Cum oratis, dícite: Pater Noster, etc.”, la más esencial y segura oración que puede haber se contiene en el Paternoster (BMC 1, 32; PA 304).

─¿Hay, pues, que meditar con frecuencia el Paternoster? -osé interrumpirle.

─Considero que hay un no sé qué entre el Paternoster y la verdadera oración mental, que las almas bien encaminadas nunca le querrían quitar de la boca y del corazón. Por ello cosa maravillosa es que venga Dios del cielo a la tierra y nos enseñe el camino del espíritu más alto, más provechoso y más seguro que puede haber en el mundo, con palabras tan breves, tan claras y compendiosas como las del Paternoster. Y que, olvidados de esta doctrina, busquemos modos intrincados de oración, en que nos enlazar o detener para no llegar a lo más perfecto (BMC 1, 419; 31). 

Gracián decía verdades como puños. Como yo nunca había oído. Por eso, no quise dejarle proseguir sin que antes me brindase alguna breve reflexión en torno a la esencia del padrenuestro.
─En el Paternoster -señaló- se contienen siete buenos deseos. El primero, que Dios sea glorificado. El segundo, la salvación de las almas. El tercero, que nos dé el Señor su gracia y hagamos su voluntad. El cuarto, que nos dé los medios espirituales y temporales para alcanzarla, que se llaman pan. El quinto, que nos perdone nuestros pecados. El sexto, que nos dé victoria contra las tentaciones, y el séptimo, que nos libre de todo mal (BMC 1, 131).

Me había encantado su doctrina sobre los siete deseos del padrenuestro. Pero me sabía a poco. Por eso le insinué la posibilidad de ampliar un poco más más su contenido. Aceptó mi sugerencia, y prosiguió:

─En los buenos deseos consiste el buen espíritu, pues Cristo «es resplandor de su eterno Padre”, como declara Orígenes; virtud, verdad, vida, guía y luz de nuestras almas, como de las di­vinas letras colige San Gregorio Nacianceno, asegurándonos, que en esta doctrina que dio a sus Apóstoles de espíritu y forma de oración del Paternoster, se encierra lo sumo y más alto de lo que con Dios podemos tratar. A siete deseos se reducen, pues, todos los buenos que puede tener el alma.

─El primero, es desear y pedir la honra y gloria de Dios: esto se colige de estas palabras: Sanctificetur nomen tuum. El segundo, la salvación de nuestras almas y de las de todos los prójimos, que se declara diciendo: Adveniat Regnum tuum. El tercero, que cumplamos con perfección la voluntad de Dios; este se declara di­ciendo: Fiat voluntas tua, sicut in coelo et in terra. El cuarto, que Dios nos dé todos los medios temporales y espirituales de que tene­mos necesidad para salvarnos, llamados pan, y así decimos: Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. El quinto, perdón de pecados: dimitte nobis debita nostra, etc. El sexto, fortaleza contra las ten­taciones: Et ne nos inducas in tentationem. El séptimo y último, que nos libre de todo mal de pena y de culpa: Sed libera nos a malo, etc.

Si el alma está con ímpetu fervoroso y quiere arrojar la voluntad con la fuerza del amor, ¿qué mejor deseo y es­píritu puede tener que uno de estos siete, contenidos en el Paternoster? Si se halla tibia y no acierta a lo mejor, váyase por este camino que Dios la tiene enseñado. Si se halla desatenta, dígalo de palabra, que, como dicen Oseas y David: pues Dios crio el oído, bien oye y pues formó los ojos, bien considera, y así se han de tomar palabras en la boca, cuando estuviere seco el corazón. No ten­go paciencia con algunos, que se les hace oscuro e inaccesible el ca­mino del espíritu, siendo tan claro y manifiesto, como se contiene en el Paternoster.

Gracián pronunció este exordio con mucha vehemencia, como prueba de lo mucho que estimaba la oración dominical. Con semejante exordio avivó todavía más en mí el deseo de oírle profundizar en cada una de las siete peticiones. Y él que, al parecer, no estaba deseando otra cosa, continuó de esta manera:

Decimos primero Padre. Esta palabra a la letra significa aquel que tiene alguna virtud por la cual engendra hijo. Y así por ella e entendido nuestro Dios, el cual enviando en los corazones huma­nos gracia de amor verdadero, engendra hijos adoptivos de Su Majestad divina, a los cuales, como a hijos, mantiene primero con manjares de amorosas consolaciones y después con manjares recios y fuertes de virtudes perfectas hasta llegarlos a la edad de varones, en que puedan parecer ante su divino acatamiento en la gloria del cielo. Pues considerando por muy cierto que el amor solo es el que con Dios nos prohija, levanta tu afecto con encendido deseo, dicien­do estas o semejantes palabras: ¡Oh, Padre benignísimo! tú eres aquel que con la gracia de tu amor nos engendras como a hijos legítimos; entonces, Señor, seré yo tu hijo verdadero cuando dentro de mi morare tu amor. ¡Oh vida de amor, que tanto nos honras! ¡Oh buen Jesús!, ¿cuándo te amaré, o cuándo será que me vea yo contigo?

Síguese la segunda palabra en que dice nuestro y no mío. En la cual se da a entender la grandeza de su bondad, que no se con­tenta de comunicarse con uno solo que le diga: Padre mío, mas a muchos que todos juntos le digan Padre nuestro. Pues consi­derando que esta comunicación de quien hablamos, que es adoptivo prohijamiento, no se comunica sino donde está su amor, enciende el afecto al sobredicho deseo diciendo: ¡Oh, bondad, que así te derramas y comunicas a tus amadores! ¡Oh!, ¿cuándo tendré esta gracia de amarte que me haga capaz de tu Santa influencia?

Síguese la tercera palabra: Que estás en los cielos. En la cual se da a entender que muy de voluntad mora el Señor en aquellas almas que merecieren gozar espiritualmente de las propiedades de que el cielo está corporalmente dotado, porque vemos, lo primero, que el cielo está adornado de muchedumbre de estrellas, y así nuestra ánima lo debe estar de diversas virtudes para ser digna morada de Dios. Lo segundo, el cielo es muy firme y estable, en lo cual es entendida la firmeza muy constante que el ánima debe tener en apar­tar sus afectos de todas las cosas terrenas. Lo tercero, el cielo siempre se mueve, en lo cual se amonesta que nuestra alma nunca debe cesar de mover sus afectivos deseos a Dios con anagógicos y levantados actos y movimientos que suban a él.

Recogidas, pues, las propiedades ya dichas, por ellas se entiende que el ánima que ha de ser morada de su Dios, ha de tener cuidado y solicitud de adornarse de hermosas virtudes. Y para esto ha menester tener firmeza en resistir a los males y diligencia en traer continuos deseos de amor. Pues como la presencia del amor todo esto causa en el ánima que la posee, con este pensamiento levanta tu afecto y llora tu miseria diciendo: ¡Oh, ánima mía miserable!, ¿cuándo te veré yo vestida de celestiales virtudes, del todo apartada de los deseos de la tierra, y que con velocidad y ligereza te muevas a las celes­tiales moradas para que Dios, mi Señor, tenga por bien tenerte por casa propia de su habitación? ¡Oh anchura de amor, que ensanchas el ánima para que en ella quepa el Señor! ¡Oh Rey de la gloria!, ¿quién me la dará? Ensánchame tú, pues no basto yo, porque, cuando vinieres a mí, no estés peregrino y huésped dentro de mí.

Síguese la primera petición: Santificado sea el tu nombre. En estas palabras pide la esposa que le sea quitada toda la carga de terrenales y carnales deseos que la constriñen a se abatir a la tierra y la estorban de excitarse en los actos y movimientos del amor. Porque por la tierra es significada la terrena afición, y Santo quiere decir lo que está sin tierra, y por tanto, cuando dice que su nombre sea Santificado, quiere decir que su conocimiento, entendido por su San­tísimo nombre, sea librado de toda infección de los carnales deseos y sólo él resplandezca en su ánima. Lo cual todo viendo que con la presencia del amor se causa, levanta su afecto diciendo: ¡Oh, Pa­dre muy bueno!, ¿cuándo la lumbre del conocimiento de tu Santí­simo nombre será en mi Santificada, esto es, apartada de la tierra de los terrenos deseos, para que ella sola en mí resplandezca mo­viendo mis deseos con libres movimientos enderezados a ti solo? Bien veo, Señor, que nunca esto será hasta que tu amor tanto me ocupe, que otra cosa no pueda ya ver. ¡Oh!, ¿cuándo será? Oh!, ¿si será? ¡Oh!, ¿cuándo te amará con amor ardentísimo?

Síguese la segunda petición: Venga a nos, Señor, el tu reino. Entonces es dicho venir el reino de Dios en el ánima, cuando en tanta ma­nera crece la fuerza del amor ardentísimo, que no solamente reprime con velocísimos movimientos la rebeldía de los sentidos, así ex­teriores como interiores, quedando como señora de todo el reino espiritual, mas de tal manera rige todos los actos y ejercicios de sus potencias, que antes que salgan a obrar se le representan todas ante el juicio de la razón alumbrada por Dios; y todo aquello que ella juzgare ser más honroso y agradable a Dios, sin algún embargo y detenimiento y con toda presteza se pone por obra. De manera que toda el ánima con el cuerpo en todas las cosas está sujeta al regi­miento y leyes del rey celestial. Lo cual todo conociendo que sólo el amor lo puede obrar, levante a él su deseo encendido, diciendo: ¡Ay de mí miserable, cuántas veces reina en mi la soberbia, cuántas veces se enseñorea en mi la impaciencia y manda la gula! ¡Rey de los cielos!, qué haré para que lanzados de mi estos tiranos, tú solo reines en mi corazón y tú solo reinando en él me hagas rey? ¡Oh!, ¿cuándo será que tú reines en mí? Bien sé que nunca lo veré hasta que tu amor verdadero abrase mis entrañas.

 Síguese la tercera petición: Hágase tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo. Así como por cielo se entienden las ánimas perfectas por razón de las propiedades que en si tienen en la manera que arriba está declarado, así por la tierra son significados los peca­dores, por estar tan lejos del fuego del amor divino que el Hijo de Dios derramó desde el cielo en la tierra, y tan cautivos como están de las aficiones terrenales. Pues pide la Esposa con entrañable com­pasión que aquello que ella siente en su corazón, después que se hizo reino de Dios, sea comunicado a los pecadores terrenos, para que de terrenales se tornen celestiales, y con tanta ligereza se muevan al. cumplimiento de la voluntad divina, como en el cielo se mueven los ciudadanos de la gloria, o en el suelo las ánimas de los varones per­fectos que por la razón ya dicha son llamados cielos, pues con esta meditación encendida pide para sí y para los otros y dice: ¡Oh, Pa­dre nuestro verdadero!, ¿cuándo vendrá aquella hora en que tu vo­luntad se haga sin obstáculo alguno en mi corazón? entonces por cierto pienso yo verlo, cuando toda la mía sin rebeldía alguna estu­viere sujeta a tu divino querer. ¡Oh fuerza de amor que de dos haces uno!, ¿cuándo te veré de mi tan apoderada, que no baste yo para poderme apartar de aquel Señor con quien me juntas? ¡Oh, quien me diese mi voluntad ser la tuya y la tuya ser la mía!

Síguese la cuarta petición: Nuestro pan de cada día, dánosle hoy. Pide aquí pan, esto es, aumento de amor, que levante sus deseos a la unión divina, el cual se llama pan, porque así conforta las fuerzas es­pirituales del ánima como el pan material las del cuerpo. Dícese asi­mismo cotidiano, porque así como el cuerpo si no fuere mantenido cada día con pan, pierde poco a poco sus fuerzas, así el ánima, si con movimientos anagógicos y actos encendidos de amor no fuere cada día sustentada como con pan amoroso y divino, será casi imposible que no pierda su fervor y se relaje en tibieza. Mas entonces se siente ser de este pan mantenida, cuando con experiencia se ve ser movida a su Dios con continuos movimientos anagógicos del amor que cada día en ella se aumentan.

 La cual experiencia porque los no experimenta­dos la entiendan, sepas que no es otra cosa sino ver una libertad en sí misma para mover sus afectos a su Dios, sin ninguna pesa­dumbre, y por mejor decir, unos levantamientos ardentísimos de amor, los cuales parece que casi hacen fuerza al ánimo para levantarse a juntarse y unir con Dios por amor en tal manera, que casi no está en su mano contenerse sin moverse para Dios: lo cual el ánima ejer­citada conoce tan claro como si con los ojos del cuerpo viese un buey u otra cosa más palpable que tuviese delante y muy más cerca de sí. Pues sintiendo la virtud de este amor cotidiano, con soberano deseo lo pide a su Dios diciendo: ¡Oh, pan de ángeles, quién te comiese! ¡Oh, pan que a los cielos das mantenimiento!, ¿cuándo me juzgarás digno de tu refección? ¡Oh, mi Dios, y quién te amase! que en esto está el ser digno. Este es el comer de tan Santo manjar.

 Síguese la quinta petición: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Después que por algunos ejercicios en los movimientos anagógicos de amor, siente el ánima la suavidad del muy alto Señor, y conociéndose ser por la humana fla­queza ofuscados con muchedumbre de pecados veniales, que la tal áni­ma lejos debe estar de los mortales, y viéndose por el tal polvo im­pedida algún tanto del experimental sentimiento de las dulzuras di­vinas, que le es a ella intolerable tormento, por tanto pide con deseo ardentísimo ser de ellos librada por no parecer a Dios menos grata, lo cual todo sabe que tendrá cuando amare. Y así dice:

 ¡Oh Padre dulcísimo, cuándo te amaré! Bien sé que mis pecados te apartan de mí, pero también veo que no hay cosa que me aparte de ellos sino la fuerza de tu amor. ¡Oh deudas mías, con qué os pagaré! ¡Oh amor tan precioso, que así satisfaces! ¡Oh quién pu­diese de ti enriquecerse! ¡Oh, Señor mío, cuán cierto tendría el perdón de mis males, si con tan preciosa moneda, como es el amor, te pudiese pagar! ¡Oh Rey de gloria, dámela tú, pues excede a mis fuerzas poderla yo haber! ¡Oh!, ¿cuándo será? ¡Oh!, ¿si será?

 Síguese la sexta petición: Y no nos dejes caer en la tentación. Entonces el ánima es dejada caer en la tentación cuando por las muchas blanduras y lazos engañosos que el demonio la ofrece, en tal manera es enlazada, que casi ya consiente en sus importunos halagos, y habiendo por otra parte experimentado la dulzura del amor divino, le parece muerte en poco ni en mucho seguir al demonio y dejar a su Dios, y deshonra vergonzosa aun inclinar las orejas a oír sus razones quien las tiene ya usadas a las hablas divinas.

 Pues puesta su flaqueza entre el cielo y la tierra, y sintiendo la dificultad para el cielo y la prontitud a la tierra, suplica al Señor la socorra con su poderosa mano, librándola de semejantes peligros, y como toda su libertad consiste en amar a su Dios, por cuyo amor se junta y en­laza con él, por tanto con todas sus fuerzas procura juntarse con él con movimientos anagógicos de amor, diciendo: ¡Oh fortísimo li­brador nuestro! ¡Oh fuerza de nuestra virtud!, ¿quién confirmará mi flaqueza?, ¿quién me hará de flaco, esforzado? No hallo otra cosa sino la fuerza de tu amor. Oh, amor tan precioso, que ayuntando lo que te place, amasas lo flaco con lo fuerte y haces de lo flaco fuerte. Oh, cómo se amasaría la justa ira tuya con mis pecados, si vieses, Dios mío, cosa a ti tan amable en mi corazón como tu divino amor!

 Síguese la séptima petición: Mas líbranos del mal. Amén. Aquí pide ser librada de muchas inclinaciones malas que la traen a ofender a Dios: porque dado que el ánima experimentada en los amorosos ejercicios, sobre toda manera desee y con ansiosos suspiros aspire a la unión íntima de su Esposo, y trabaje con sus fuerzas por ser llevada al cielo donde él mora, mas por parte del cuerpo corruptible que para ello la agrava, y de la carne inficionada y mal inclinada que le contradice y se le rebela, por mucho que quiere levantar la inten­ción a su amado, muchas veces se halla sumida y anegada en el lodo y cieno de las aficiones terrenas; y como esto le sea sobre todo tor­mento, suplica ser librada diciendo: Líbranos de todo mal, no sólo de la culpa, mas aún de la pena, no tanto por escapar de ella cuanto porque con culpa no parezca sea la pena desagradable a su amado, o por la pena no sea algún tanto detenida sin ver su beatísima pre­sencia, la cual con ardentísimos deseos siempre codicia.

 Y como el amor ardentísimo sea el que lo sobredicho alcanza, con vivo deseo suspira con todo afecto, diciendo: ¡Oh gran mal!, ¿quién me librará? ¡Oh!, ¿cuándo mis males del todo huirán? ¡Oh amor ardiente!, ¡cómo los consumes, cómo alivias las almas que posees que ni pena consientes en ellas, y consumiendo su pena absuelves la culpa y las haces hábiles para ver sin dilación la esencia divina! ¡Oh, quién fuese digno de te poseer!

Hecha esta exposición tan fervorosa, Gracián, que no se sentía en absoluto fatigado, me propuso seguir con el comentario al Magníficat, o sea, a la Magníficat, como él decía, cual se acostumbraba en su tiempo. Y yo, que no estaba deseando otra cosa, le animé a hacerlo. Y entonces se expresó en los siguientes términos:

Así como Dios, dice San Irineo, habiendo criado a Adán for­mó a Eva, y la llamó madre de todos los vivientes, así, después de Cristo, quien mejor enseña el verdadero espíritu es María Virgen, Nuestra Señora y maestra de todo buen espíritu; que no en balde, dice San Ambrosio, la llamaron María, que en lengua siríaca, per­siana, caldea y hebrea, quiere decir estrella, señora, levantada y maes­tra, sino porque, como estrella, nos guía en las tinieblas interiores del alma; como señora y levantada, tuvo el más alto y excelente es­píritu que se halló en las criaturas; y como maestra nos le enseña, y principalmente en su canto de la Magníficat.

 Del cual se coligen siete grandezas y altezas a que el espíritu verdadero y seguro suele llegar. La primera se llama estima de Dios y de sus cosas; porque reconociendo en la oración a Dios por infinito, tenemos en grande estima y reputación cualquier cosa de su servicio, por pequeña que sea; y en su comparación menospreciamos las cosas criadas, por gran­des que parezcan, y las ponemos debajo de los pies, y eso quiere decir: Magníficat anima mea Dominum; engrandece mi alma al Señor.

 La segunda es el gozo, alegría, contento y regalo que viene al alma considerando ser Dios quien es, y tener los bienes que tiene; con el cual gozo y alegría nuestros desconsuelos y aflicciones no nos perturban, y eso es: Exultavit spiritus meus in Deo salutari meo: Regocijóse mi espíritu en Dios, que es mi salud.

 La tercera es profunda humildad y conocimiento propio de nuestra bajeza: porque así como el cielo se mueve en dos polos, llamados ártico y antártico, así este cielo interior del espíritu se gobierna sobre estos dos conocimientos: Quién es Dios y quién soy yo; de los cuales nunca salía San Francisco en su oración, que sin duda era buena y de buen espíritu; y de ellos nace el amor de Dios y la profunda humildad, tan agra­dable al Señor que hizo grandes bienes a la Virgen: Quia respexit humilitatem ancillae suae: Porque miró la humildad de su sierva.

 La cuarta, agradecimiento de los beneficios recibidos y que cada día re­cibimos de la mano de Dios, y de las misericordias que con nosotros usa de generación en generación: Quia fecit mihi magna, qui potens est; porque me ha dado grandes bienes el que es poderoso.
 La quinta, «temor de Dios, que es principio de la sabiduría. Y aunque el temor servil no es malo, el temor filial que tienen los Santos y el reverencial que tenía la Virgen, es lo sumo a que puede llegar un buen espíritu; que si Dios “derribó de las sillas del cielo a los poderosos ángeles y quitó aquel reino a los que fueron soberbios de corazón, obrando castigó con su poderoso brazo”: ¿quién no an­dará atravesado el corazón con clavos del temor?

 La sexta, fervor y hambre en los deseos, que es una eficacia interior que pone el buen espíritu en el alma, con que tomamos con mucha gana el servicio de nuestro Criador, a quien corresponde por premio la plenitud y hen­chimiento de corazón; porque, según dice la Virgen: esurientes implevit bonis: a los hambrientos llenó de bienes.

 La séptima y última, presencia unitiva de Cristo, que se declara en estas palabras: Suscepit Israel puerum suum: recibió Israel su niño; porque de las cua­tro presencias de Dios, que se llaman: presencia real o exterior, cual es la de las imágenes y del Santísimo Sacramento, presencia imagi­naria interior, presencia intelectual, y presencia unitiva; la más alta es ésta postrera. Israel quiere decir el que ve a Dios; y esta vista y presencia de Dios, como se puede alcanzar en esta vida, es cuando con ella recibe el alma su Cristo y le tiene presente, junto y unido consigo, que se le dio el Padre Eterno, usando de misericordia y cumpliendo la palabra que tenía dada a los padres antiguos, Abrahán y sus sucesores, y teniendo a este Cristo en el alma, desea, piensa y pide lo que desearía, pensaría y pediría Cristo, si fuese la misma persona que ora; y entonces está en el muy alto grado de espíritu, más de lo que se puede decir.

 La razón de que estas siete fuentes de espíritu, que hemos llamado grandezas, contenidas en la Magníficat, que es la principal doctrina que nos enseñó la Virgen, sean principio del verdadero y alto espíritu, es ésta. Lo primero en cuanto a la estima de Dios: ésta nace de la luz de la oración, con que se conoce ser Dios infi­nito, omnipotente, sabio, justiciero, etc. Y de este conocimiento se sigue que cualquier cosa de Dios, principalmente la voluntad divina, es de la misma grandeza, sabiduría y bondad, etc., y el alma por este camino engrandece y estima en su opinión la divina voluntad, más que a ninguna otra cosa criada, y anda buscando en qué cumplir esta voluntad de Dios.

 Y como ve que se cumple con la guarda de su ley y ejercicio de virtudes, estima en más y tiene en mayor repu­tación, no quebrantar un mínimo mandamiento de Dios o hacer un acto agradable a esta divina voluntad, que si le diesen todos los te­soros de la tierra y la hiciesen señora de todo el mundo. Y de aquí nace la verdadera observancia, la pureza del alma, el recato para guardarse de las ocasiones y los demás caminos seguros para ir a la bienaventuranza.

 Y a mi parecer esto quiso decir el apóstol S. Pa­blo en aquellas palabras: Omnia arbitratus sum ut stercora, ut Christum lucrifaciam: como quien dice: En comparación de hacer alguna obra agradable a Dios con que se enriquece la honra de Cristo, todo lo demás tengo por estiércol. Bien al contrario es esto de lo que hacen la gente engolfada en el mundo, que estiman en más un poco de de­leite, una miseria de hacienda y un punto de honra, que la voluntad de Dios; pues a trueque de no perderla, pecan y la quebrantan, menospreciando al Señor por su propio interés.
 El gozo y alegría en Dios, que dice aquí la Virgen, nace de la buena oración; el cual gozo no es solamente los júbilos y regalos espirituales, de quien después diremos, sino una complacencia, un con­tento que viene a la voluntad cuando en la oración ama a Dios; y, porque amar es desear bien para el amado, desea que Dios tenga todos los bienes que se pueden desear; y, considerando quién es Dios, se le descubre que este Dios tiene todos los bienes que el alma le podría desear.

 Que cuando se desea para un amigo lo que no tiene el amigo, se llama desiderium, pero cuando desea lo que posee se llama gozo; porque ya el que desea, tiene cumplido su deseo y está la voluntad en su centro. Desea una madre muchos bienes para su hijo, que ama; si le ve enfermo, deséale salud, si pobre, riquezas, y si abatido, honras, etc. Viénenle a decir, estando su hijo ausente, que se le han hecho rey y está muy rico, Santo, etc.; con esta nueva que le dan, le nace un gozo, regocijo, un contento y una alegría tan grande y extraordinaria, que aunque la madre en sí padezca en­fermedades y dolores, no parece que lo siente, porque se los deshace la alegría de ver a su hijo tan engrandecido.

 No de otra manera desea el alma para Dios, a quien ama más que madre a hijo, todo el bien que puede Dios tener. Danle nuevas en la verdadera oración de buen espíritu, que le declara, que su amigo Dios es infinito, tiene gloria infinita, es servido de innumerables ángeles, etc.

 Estas nuevas que le vienen con la luz de la oración, le dan tal contento, gozo y alegría, que olvidándose de todos sus trabajos, aflicciones y miserias, se emplea en glorificar, adorar, honrar y ensalzar a su Dios, y vive con tan gran paz y contento, que ninguna cosa le per­turba, siempre está alegre, siempre tiene quietud y sosiego. Y al­gunas veces suele redundar en el cuerpo de este contento salud y fuerzas y otros honestísimos gustos. Bien al contrario es esto de algunos de falso espíritu o de espíritus tristes, que, como dice el Sa­bio, “secan los huesos”, que toda la vida se les va en amar­guras de corazón y en temores y escrúpulos, con que pierden la salud del cuerpo y el aprovechamiento del alma.

 La humildad profunda, que es el tercer espíritu que nos enseña la Virgen, conserva todos los bienes del corazón, y nace del conocimiento de nosotros mismos, que nos viene con la luz de la verdadera oración; que así como quien entrase con una antorcha encendida en una cueva llena de telarañas, pecina, sapos y culebras, que antes no veía, le da gran horror y aborrecimiento tan sucia morada, así quien en­tra con la luz de la verdadera oración y espíritu dentro de si mis­mo y ve tantos pecados pasados, tantas faltas e imperfecciones presentes, tantas pasiones mal resistidas y las demás miserias, que son innumerables, es imposible que no le dé aborrecimiento, confusión y deseo de verse poco estimado, despreciado y perseguido.

 Decía la Madre Teresa de Jesús muchas veces, que no sabía cómo era posible, que quien sigue oración tuviese vanagloria; pues la oración descubre quien es Dios para estimarle, y quién somos nosotros mismos para aborrecernos y abatirnos. Y si la Virgen María y Jesucristo Nuestro Señor cuando consideraban sus almas, y no hallaban en ellas cosa que fuese desagradable a Dios, con todo eso eran los más humildes que hubo en la tierra, porque consideraban, que de su parte y cosecha eran nada, y que todo el bien le tenían de Dios, que a ésta llaman los contemplativos humildad hidalga, y a la otra que nace de consideración de pecado y faltas, llaman humildad villana, porque es a puro palo y consideración de pecados y defectos, de la cual dice David: Prius­quam humiliarer, ego deliqui: como quien dice: si me humillé, es por considerar los pecados que cometí; ¿cuánto es más razón, que nos humillemos los pecadores que tantas faltas hemos cometido?
 Y cuando con esta luz de oración, mirándose el hombre a sí mismo y los rincones de su conciencia, halla alguna cosa buena, vien­do que es dádiva de la mano de Dios sin su merecimiento, viene a espíritu de la gratitud, dando gracias al Señor por todo lo bueno que en sí ve, y por todos los males de que le ha librado y por todas las mercedes que ha recibido; y es muy buen espíritu dar gra­cias a Dios repitiendo muchas veces: Gloria Patri el Filio, etc. Baste lo dicho en declaración de las grandezas de espíritu que nos enseña la Virgen en su Magníficat, que son siete fuentes de oración y espíritu verdadero.









































XXX

LOS FENOMENOS EXTRAORDINARIOS

 La vida contemplativa suele traer aparejada cierta cantidad de fenómenos extraordinarios o místicos, que han sido causa de no pocas discusiones entre los teólogos. Gracián, durante toda su vida, se ejercitó con singular eficacia en el carisma del discernimiento, que el Espíritu Santo le había concedido con abundancia. Esto tuvo lugar especialmente durante sus estancias en Jaén, Évora y Lisboa. Fruto de todo lo cual fueron las luminosas páginas que nos dejó escritas sobre esta materia. Conocedor yo de semejantes cualidades, apenas saludé aquel día a Gracián, le propuse el tema de los fenómenos místicos para nuestro diálogo de hoy. Aceptó de buen grado, y entonces me anticipé a hacerle esta pregunta de carácter general:

─¿Qué me puede decir, de entrada, sobre los fenómenos místicos o extraordinarios?

Dio la impresión, una vez más, de que ya tenía preparada la respuesta.

─Ocho tonos o modos ponen los músicos por donde van ordenando el canto, principalmente el de los salmos de David, y ocho afectos hay en el amor divino que corresponden a estos tonos, y los podemos llamar devoción, ímpetus, fervor, júbilos, ternura, embriaguez del espíritu, éxtasis, rapto y unión (BMC 2, 226).

Me sentí un tanto decepcionado con esta respuesta. De ahí que le preguntara con cierto desvío: ─¿Es que no hay otros fenómenos, incluso de más hondo calado, en la historia de la espiritualidad?

─Claro que sí. Tenemos las visiones y revelaciones, las profecías, el hacer milagros y semejantes cosas sobrenaturales (BMC 1, 302).

─Y todas esas gracias extraordinarias, puesto que son dones divinos, ¿pueden y deben desearse?

 ─No.

─¿A qué viene una respuesta tan tajante?

─Viene a que los daños, los peligros e inconvenientes que se siguen de los arrobamientos, visiones y revelaciones, no tienen número. Quien los tiene va a peligro de ilusión, anda en bocas y lenguas de la gente; y si es loado, puede temer vanagloria; si vituperado, congoja y perdimiento de tiempo, ocupándole en sí y en los letrados para que examinen su espíritu (BMC 1, 161).

Quise saber en qué se fundaba para hablarme de una forma tan rotunda y cicatera. No se mordió la lengua, y me confesó con sencillez:

─Habiendo comunicado muy particularmente con la Madre Teresa de Jesús, ninguna cosa ella tanto temía como visiones y revelaciones por el peligro de ilusión que en ellas puede haber; y lo que más profesaba y enseñaba a sus hijas era la firmeza y constancia en la fe católica; y lo que movió a fundar los monasterios de carmelitas descalzas fue para que rogasen a Dios por los que pelean contra los herejes; y así ninguno piense leyendo en sus libros algunas visiones que por esta causa contienen mala doctrina (BMC 1, 235).

─Ya que ha salido este tema, dígame, ¿cuántas clases de visiones hay?

─Según los escolásticos las visiones son de tres clases. La primera visión corporal; la segunda visión espiritual e imaginaria: la tercera visión intelectual (BMC 2, 177ss).

─¿En qué consiste la corporal?

 ─La visión corporal o exterior es cuando con los ojos del cuerpo se ve alguna figura.

─¿Y de cuántas maneras suele acaecer esta visión?

─De tres maneras.

─Veámoslas.

─La primera cuando el mismo Cristo se manifiesta a los ojos corporales, como cuando se apareció a San Pedro al tiempo que le dijo en Roma: Domine, quo vadis?, o el mismo Dios por su mano forma las imágenes y figuras que se aparecen a los ojos; pues por sí solo puede hacer lo que hace con las causas segundas. La segunda, cuando los ángeles toman figura visible, formando cuerpos del aire o de otra manera y hablan y revelan a los hombres lo que Dios les manda de su parte, como cuando los tres ángeles aparecieron a Abrahán. La tercera, cuando no hay cosas exteriores que se vean, sino Dios, que pues es omnipotente lo puede hacer, pone en los ojos del que ve las especies e imagen en que habían de venir del objeto por medio del aire (BMC 1, 184).

─Pasemos a las visiones espirituales o imaginarias. ¿En qué consisten?

─Son cuando allá dentro de la imaginación y espíritu, sin que los ojos corporales vean cosa alguna, se representan imágenes y figuras, o se oyen palabras formadas sin que entren por los oídos carnales.

─¿Son ya seguras estas visiones?

─Aunque son más seguras que las exteriores, no son del todo ciertas y seguras; pues la melancolía, locura, mal humor y demonio también las pueden causar como los sueños del que ha comido el opio somnífero, de que dicen se suele hacer el ungüento de las brujas (BMC 1, 185).

─Por último, ¿qué me dice de la tercera manera de visiones?

─Son las intelectuales, y suceden cuando al entendimiento le vienen divinos y soberanos conceptos, o entiende el sentido de lo que Dios le quiso decir en las visiones exteriores e imaginarias.
─Y de estas visiones ¿cuántas clases hay?

─Hay dos maneras de visiones intelectuales: la primera, cuando viene al entendimiento la doctrina oculta con mucha claridad, peso, eficacia y moción del alma, sin que se vean figuras ni se oigan palabras interiores o exteriores, como cuando vino a Isaías aquel concepto: Ecce virgo concipiet, etc. La segunda, cuando habiéndose visto figuras exteriores con los ojos, o interiores con la imaginación, o habiéndose oído palabras exteriores a los oídos de la carne, o interiores sin sonido, el entendimiento entiende lo que Dios la quiere declarar por aquellas figuras o palabras sensibles que la representa (BMC 2, 186).

─Una pregunta práctica: ¿cuál de las tres visiones puede decirse que es la inferior?

─La visión corporal es la más incierta, menos segura y más sospechosa de todas, aunque el vulgo de los que no entienden espíritu la tiene en mayor admiración y estima; y la razón es, porque también puede venir de otras causas.

─¿De qué causas, por ejemplo?

─Viene algunas veces de los demonios. También viene de malos humores, como lo que escribe Hipócrates y Galeno de lo que hace la melancolía o miedo, quien va de noche y con miedo, juzgará que el arbolillo que ve es un gigante, etc. Y aun a veces con espejos, antojos o piedra triangular cristalina fabricados de cierta manera ven los ojos cosas que no son verdaderas sino aparentes, y los embaucadores suelen hacer de estos trampantojos muchos. Y aun a las veces el vino, a quien carga demasiado, le hace ver dos candelas donde no hay más que una. De aquí se sigue que estas visiones son las flacas, inciertas y menos seguras, pueden venir de tantas causas y algunas de poco momento (BMC 1, 184).

─Con todo y eso ¡también las visiones verdaderas tendrán su lado positivo!

─Los buenos fines y frutos que hacen las visiones y revelaciones verdaderas en las almas son: luz en el entendimiento para hallar el camino de la salvación, amor de Dios y del prójimo; fortaleza y ánimo para cosas grandes; paciencia en las tribulaciones; conocimiento propio con mortificación y obediencia; firmeza en la fe, y el ejercicio de todas las demás virtudes. Los frutos que hacen en otras almas y en la Iglesia son pureza, y quitar pecados, paz y evitar peligros, perfección, aumento de la fe y de la Iglesia, y los demás bienes que da el Señor mediante su luz (BMC 1, 194).

─Supongo que todo esto les acaecería a los Santos...

─Muchos años tuvo la Santa Madre Teresa de Jesús una de estas visiones imaginarias, trayendo continuamente presente una figura de Cristo muy hermoso resucitado con corona de espinas y llagas, de que hizo pintar una imagen que me dio a mí y yo se la di al duque de Alba Don Fernando de Toledo (BMC 1, 153).

─Antes de pasar a otro punto, quisiera dos palabritas suyas sobre tres cuestiones muy importantes, que vienen al caso. Se las enuncio brevemente. Primera, la utilidad de las visiones para terceras personas; segunda, la existencia de gracias místicas en los pecadores; tercera, los posibles engaños en todo este misterioso mundo.
Al oír mi triple pregunta, Gracián me replicó, sonriendo, que a las dos primeras cuestiones podría, ciertamente, dedicarles dos palabritas, como yo le había dicho; pero que la tercera exigiría una explicación más circunstanciada, si es que quería una respuesta completa. Me pareció muy oportuna su matización y, sin más, comenzamos por la primera cuestión: sobre si, aparte de para quien los experimenta, los fenómenos místicos son útiles para los demás.

─Es lo más ordinario que almas muy regaladas de Cristo, y que tienen éxtasis y raptos, visiones y revelaciones, vienen a ser muy provechosas en la Iglesia y a padecer grandes trabajos por el Señor, como se vio en San Francisco, Santo Domingo, Santa Clara , la Madre Teresa de Jesús y otros fundadores o reformadores de Religiones (BMC 2, 187).

─La cuestión que le presento ahora es un poco más delicada: ¿pueden darse los fenómenos místicos en un alma en pecado?

─Vino a mí una doncella que desde niña había tenido oración mental y en ella había alcanzado gran cosa de visiones, revelaciones, raptos, etc. Y como el demonio es sutil y la naturaleza flaca, cayó en un pecado torpe de los muy claros y de marca mayor, y ocupándole la vergüenza por la reputación en que los confesores la tenían, dejóle de confesar, perseverando en la frecuencia de las comuniones, que no en balde dicen los Concilios que conviene muchas veces dar confesores nuevos especialmente a monjas, y estaba con aquella aflicción del pecado mortal y de ver que comulgaba, tenía muy turbado su corazón. Permitió su pecado que oyó decir a una amiga suya, que nunca faltan de estas que se hacen predicadoras de mala doctrina y maestras de supersticiones, que cuando una persona tenía vergüenza de confesar un pecado grande, para que Dios le perdonase bastaba hacer un hoyo en la tierra, y meter allí la boca y que dijese el pecado y luego lo cubriese con la misma tierra. Hízolo ella así y vuelta a la oración, tornó a tener muchos mayores raptos, éxtasis, visiones, revelaciones y gustos que tenía antes que en el pecado cayese, con las cuales se aseguraba diciendo entre sí: Dios no suele hacer estas mercedes tan grandes sino en almas puras que están en estado de gracia; luego, pues, siento estos favores de Dios, señal es que no tengo que confesar aquel pecado, y así perseveraba en su ilusión. Permitió el Señor que con los sermones se aprovechó y se confesó (BMC 1, 160).

─Y ahora la tercera cuestión, a la que, como se dijo, hemos de dedicarle más tiempo: ¿qué engaños más frecuentes suelen acaecer en este mundo de los fenómenos sobrenaturales?

─Seré lo más breve posible en recopilar algunos avisos y engaños que suelen acontecer. Y todo ello colegido de lo experimentado por mí y de lo que los sagrados Doctores han escrito. Son seis esos engaños principales.

El primer engaño es de algunos que tienen siempre por cosa sobrenatural, buena y segura los efectos extraordinarios de la contemplación, como son las visiones, revelaciones y raptos, estimando en mucho las personas que los tienen. Engáñanse éstos, porque siendo de fe que Satanás se transfigura en ángel de luz, es de fe que puede haber engaños; y así es bien que se prueben los espíritus para ver si son de Dios.

 El segundo engaño es de estos mismos que desprecian a quien Dios no lleva por este camino extraordinario, teniendo en poco y menospreciando su oración como cosa ordinaria y natural, y diciendo que la contemplación de éstos procede de su propio ingenio y entendimiento, que no les ha dado Dios don de oración. Estos se engañan, porque el que con mirar una imagen del Crucifijo o ponerse en la iglesia delante del Santísimo Sacramento o con su ordinaria meditación, llegare a tanta caridad y unión como el que tiene visiones y revelaciones, será tan aprovechado, y aun va por camino más seguro, pues va por el ordinario y conocido.

 El tercer engaño es de estos mismos que desean y piden ternuras, regalos, visiones, revelaciones, arrobamientos y semejantes cosas extraordinarias; y como el alma más aprovechada es la que desea más amar y padecer, muy de ordinario este deseo de cosas preciosas y gustos en la oración, lleva alguna mezcla de amor propio o soberbia escondida; y por esta causa permite el Señor que en lugar de las visiones y revelaciones que piden, les vengan ilusiones y engaños, por donde pierdan en una hora lo que habían ganado trabajando en mucho tiempo.

 El cuarto engaño es de los que se ven secos y sin gustos y regalos y dones sobrenaturales, que ellos dicen, y dejan la oración, pareciéndoles pierden tiempo, y se salen desabridos y quejosos de que les den los gustos o dones que deseaban; y si estos, cuando así se ven, con humildad y paciencia tornasen a su meditación por los caminos ordinarios que ellos saben, volverían a entrar en espíritu, y por lo menos por la vía ordinaria llegarían al ejercicio de virtudes e irían aprovechando.

 El quinto engaño es de los que teniendo alguna visión o revelación de cosa particular no necesaria para Dios, de tal manera la creen y obedecen que luego la ponen por obra, como si fuese cierto ser mandamiento divino, y tienen mucho escrúpulo de tardarse o ser negligentes en obedecerla. Estos tales se engañan, lo primero creyendo a su propio espíritu; engáñanse lo segundo en creer que están obligados a poner por obra el mandamiento de la revelación, porque siendo de fe que Satanás se transfigura en ángel de luz, lo más ordinario no hay certidumbre bastante que sea mandamiento de Dios lo que le revelan, de suerte que haya escrúpulo si no le pusiere por obra. Por eso, aunque sea el demonio el que hace aquella figura de Cristo, para que, creyendo lo que dice contra la fe y buenas costumbres peque, tengo de estar firme en la fe y levantar el corazón a Dios que está en el cielo, sin inquietarme de lo que veo. Con esta razón persuadí a la Madre Teresa en un tiempo para que no se afligiese con ciertas visiones y revelaciones que tenía (BMC 1, 233).

 Sexto engaño es de algunas personas que van por contrario camino del que hemos dicho, juzgando cualquier cosa sobrenatural por ilusión y engaño. Estos tales murmuran de las almas espirituales, atribuyendo a su entendimiento y midiendo con sus fuerzas naturales los afectos de la oración, de donde se sigue que como no llegan ellos a cosas altas, paréceles que no las hay en otras almas, y las que las cuentan dicen que son engañosas.

 Dicho hemos seis engaños; pero sería nunca acabar si escribiese por extenso todos los daños que el demonio causa con las visiones y revelaciones falsas. Acaece venir a hablar con un alma el demonio, y por darle oídos, entrársele en el cuerpo y quedar endemoniada. Visto he decir a algunas personas que han visto el alma de fulano en el cielo, que no es menester decir misas por ella, e impiden los sufragios de la Iglesia, que no es menor inconveniente que los pasados. Otras que han visto almas en el infierno infamando aquel difunto y a sus parientes (BMC 1, 242).

 En fin, para concluir, demos ahora un aviso general para los que siguen vida espiritual. Sea el aviso: por cualquier camino de contemplación que Dios llevare, ahora sea natural y ordinario ahora sobrenatural, va bien encaminada, si saca fruto de caridad, humildad, pureza y guarda de la ley. Y por cualquier camino que vaya, va mal encaminada, si saca por fruto de la oración algún pecado o cosa mala. De aquí se sigue que ninguno se debe asegurar viendo que le lleva Dios por caminos sobrenaturales; ni tampoco debe temer, aunque vaya por ellos, si saca de la oración aprovechamiento en la virtud; ni es bien que ponga toda su eficacia en mudar estilo de oración sino alcanzar el fin que pretende, sea cualquiera el camino por donde le guiaren.

Una vez que Gracián hubo terminado con la doctrina de los daños, di en hacerle este comentario, tan liviano: ─ “¡Qué panorama tan sombrío acaba de describirnos!...”

Gracián se sonrió y, para iluminar un poquito un panorama tan sombrío, me dijo que prestara oídos a la siguiente anécdota, que él solía contar con frecuencia:

─Piensan los de poco entendimiento que en los fenómenos extraordinarios está la perfección, y procuran arrobamientos, que es principio de su daño: y otras personas procuran por ahí tener de comer, como una beata de quien decía una sobrinica suya preguntándole ¿cuándo se arrobaba su tía?, respondía: cuando viene la señora condesa (BMC 1, 161).



























XXXI

EXTASIS, RAPTOS Y ARROBAMIENTOS

─Como ya hemos visto, según los manuales de teología espiritual, los fenómenos místicos más importantes son estos: las visiones, las revelaciones y el éxtasis (rapto o arrobamiento). Nosotros ya hemos examinado suficientemente los primeros; vayamos ahora al éxtasis. Y comencemos por anotar que, de acuerdo a los referidos manuales, hay dos definiciones del éxtasis: una, etimológica; la otra, ideológica. ¿Podría recordárnoslas, empezando por la primera?

─Con mucho gusto -asintió Gracián-. Éxtasis es salir el alma de sí (BMC 1, 329).

─Perfecto. ¿Y la definición ideológica?

─Esta ha sufrido diversas formulaciones. Por ejemplo: éxtasis es un retiramiento del alma a su más escondido retrete de la porción superior para recibir las altísimas influencias del cielo, dejando desamparados los sentidos de la virtud natural que les solía dar (BMC 1, 365).

─Parece una definición un poco rebuscada...

─Pues entonces oiga esta otra: éxtasis es una oración de recogimiento, en la cual recoge todas sus fuerzas para poder recibir la soberana luz sin deslumbrarse, y el fuego que le envían del cielo sin abrasarse, dejando vacíos los sentidos de sus operaciones (BMC 1, 365).

─También me resulta algo alambicada ¿No tendrá ninguna un poco más clara y diáfana?

─Tal vez le sirva ésta: éxtasis es un olvido del alma de todo lo que solía acordarse por atender a la operación altísima sobrenatural, que la saltea y roba el conocimiento natural (BMC 1, 365).

─Ahora, sí. Pero me gustaría que lo esclareciese con algún ejemplo.

─Éxtasis es una turbación divina, en la cual se recoge toda la Sangre del alma, que es la virtud de todas las fuerzas naturales, al corazón de la porción superior, quedándose fríos todos los demás sentidos; y así como en una gran turbación se quedan los pies y manos fríos, porque la Sangre se recoge al corazón, así en la turbación sobrenatural que nace de la eficacia grande de algunos soberanos conceptos, se quedan los sentidos sin virtud para obrar, recogiéndose toda al entendimiento y voluntad. Y de la manera que si a un rey que tiene en su palacios diversos porteros y oficiales que guardan las puertas de los aposentos y entienden en su servicio, le viniese una nueva de gran turbación o le sobreviniese un súbito y no acostumbrado temor o alegría, o se le quemase el aposento donde reside, todos los criados acuden allá dejando las puertas abiertas y los oficios desamparados, así acuden todas las potencias y sentidos con su virtud natural a lo superior de la razón, cuando le viene algún gran espíritu o se abrasa con algún ardentísimo fuego de amor lo supremo del deseo donde reside (BMC 1, 365)

─Supongo que el éxtasis es prueba fehaciente de un gran amor de Dios.
─En absoluto. Tomemos dos madres que vean delante de sus ojos matar sus hijos, la una es muy alharaquienta y hazañera, que con el gran dolor se da de puñadas en la cara, mesa los cabellos y queda desmayada y sin habla: la otra es grave y sin alharacas, que, si bien se le salen algunas lágrimas de los ojos, aunque sienta más dolor de la muerte del hijo, no hace aquellas muestras ni visajes exteriores que la otra; así es en este caso, que la éxtasis y raptos son como alharacas de amor divino; pero no consiste en ellos la grandeza del amor y sentimiento, y es mucho mejor quedar con cordura y entereza, que no perderla (BMC 1, 159).

─Está claro como el agua. Con todo, el verdadero éxtasis producirá algunos efectos positivos...

─En el éxtasis y rapto cesan las potencias exteriores e interiores porque los sentidos de la vista, oído, etc. no ven ni oyen; cesa la imaginación y apetitos interiores, sólo el entendimiento y voluntad, que es el libre albedrio, en cierta manera duermen y en cierta manera velan; duerme el entendimiento, porque cesa de hacer discursos; vela, porque está entendiendo algún altísimo pensamiento, concepto y contemplación soberana; y la voluntad duerme, porque cesa de hacer los muchos actos de elección y consentimiento que suele, mas actualmente está ocupada en un acto soberano de amor de Dios con que está harta y satisfecha (BMC 2, 186)

─Acaba de decir que el entendimiento y la voluntad duermen y velan al mismo tiempo. ¿Cómo puede ser eso?

─Si el libre albedrío no obrase entendiendo y amando, no habría merecimiento en el alma cuando está arrobada, y sería mejor decir una Avemaría despierta que estar así veinte horas (BMC 2, 186).

─Enséñeme a distinguir entre el éxtasis auténtico y el falso.

─El éxtasis verdadero purifica y humilla al que le tiene; y así los verdaderos éxtasis se hallan en almas fervorosas, puras, humildes y dadas de veras al servicio del Señor, que los reciben con seguridad y sosiego, y no los desean, piden ni andan buscando y con ellos acrecientan más la caridad, pureza y humildad (BMC 1, 368).

─Si antes hemos visto los efectos del éxtasis, hablemos ahora de los frutos.

 ─Así como un conejuelo, con sus propios pies, por más que corra, no sale del coto de su dehesa, pero si un águila le arrebata entre las uñas y le lleva volando, en poco tiempo anda diez tanto más camino, y sale a otros prados dehesas y bosques que nunca había andado; así el alma con sus pies de su entendimiento y voluntad natural, anda poco camino, pero si le arrebata el águila: Provocans ad volandum filios suos, que enseña a volar sus hijos, que es Dios, en poquísimo tiempo la lleva a una alteza de conocimiento y amor, cual nunca había llegado, como le acaeció a San Pablo (BMC 1, 175).

─Y todo eso, ¿qué significa?

─Significa que lo más ordinario es, cuando el rapto y éxtasis es verdadero, aprovecharse más el alma en poco tiempo que suceden estos afectos, que en mucho tiempo que gastase en oración de la que el alma guía con la meditación y discursos hechos con sus propias fuerzas, así como más se riega la tierra en media hora que llueva del cielo a cántaros, que en mucho tiempo que anduviese el hortelano sacando agua del pozo a fuerza de brazos para regar las eras de su jardín. Más le aprovechó a San Pablo aquel poco tiempo de su rapto, que muchos años que estuviera estudiando y meditando en las cosas del cielo y ejercitando sus potencias (BMC 1, 166).

─¿Me está hablando de estas cosas por propia experiencia?

─No. Y no porque, Gloria a Dios, nunca me he visto con arrobamientos ni éxtasis, ni sé por experiencia qué cosas sean. Y digo que sea gloria a Dios porque siempre he aborrecido para mí las visiones y revelaciones exteriores, hacer milagros, éxtasis y raptos y semejantes dones y gracias que da Dios a los humildes (PA 309).

─¿Rechaza, por tanto, los éxtasis y arrobamientos?

─Completamente.

─¿Se puede saber la razón?

─Porque el que con mirar una imagen del Crucifijo o ponerse en la iglesia delante del Santísimo Sacramento o con su ordinaria meditación, llegare a tanta caridad y unión como el que tiene visiones y revelaciones, será tan aprovechado, y aun va por camino más seguro, pues va por el ordinario y conocido; y a la verdad, no se ha de mirar por dónde, sino dónde vamos a parar en la oración (BMC 1, 370).

Me pareció un argumento irrefutable, y me dejó plenamente satisfecho. Por eso, para ir ya concluyendo, le di un nuevo viraje a nuestro diálogo. Y así le hice notar a Gracián:

─No obstante todas sus cautelas a propósito de los éxtasis y arrobamientos, la historia de la Iglesia nos certifica que ha habido muchos Santos y otra gente espiritual que los ha tenido en abundancia, ¿no es así?

─Así es. Y recuerdo de repente un buen número de ellos. Por ejemplo, Juan Casiano escribe muchos raptos del abad Isaac y del abad Juan. San Bernardo tuvo muchos raptos, como cuentan Guillermo y Bernardo abades en su vida. De San Francisco los escribe S. Buenaventura; y de Sto. Tomás de Aquino, el glorioso San Antonio de Florencia; y de San Vicente Ferrer, fray Pedro RoSano. En las historias de San Francisco se escriben los raptos de San Bernardino y fray León, de Sta. Coleta, de Sta. Clara y de fray Junípero, fray Cristóbal y fray Gil, que todas las veces que le decían, paraíso, se arrobaba; y los muchachos por hacer burla de verle así, decían: paraíso, fray Gil. Del padre Ignacio de Loyola escriben en su vida que estuvo ocho días en un rapto (BMC 1, 161).

Después de una enumeración tan copiosa y exhaustiva pensé que Gracián iría a rectificar su actitud tan escéptica frente al mundo de lo sobrenatural. Pero, para que yo no siguiera soñando despierto, se adelantó a aclararme que todo lo que acababa de contarme no era más que la excepción que confirma la regla. Y lo justificó así:
─La Madre Teresa de Jesús, aunque tuvo muchos arrobamientos, como ella cuenta en sus libros, después se le quitaron de todo punto y cantidad de años antes que muriese no tuvo ninguno; y muchas veces trató ella conmigo esta materia llorando muy de veras el engaño y abuso que había en el mundo, de hacer caso de las que van por este camino, y no tener el respeto, obediencia y cuidado que se debe a los predicadores, confesores y prelados. Y así quien leyere sus libros, no se escandalice viendo que con tanta fuerza resistía a estas cosas sobrenaturales y no se aseguraba de ellas, aunque eran tan buenas y aprobadas, como de los mismos libros de colige (BMC 1, 162).

Deseaba que Gracián siguiese enriqueciéndome con su instructiva doctrina sobre otros fenómenos místicos menos importantes, tales como el don de lágrimas y la estigmatización. Pero, por no abusar de su paciencia, resolví dejar todos estos temas para un próximo encuentro.



































CAPITULO XXXII

OTROS FENOMENOS MÍSTICOS
Noche oscura. Estigmas. Don de lágrimas.

 La doctrina sobre los fenómenos extraordinarios más ordinarios (valga el juego de palabras), tales cono visiones, revelaciones y éxtasis había sido desarrollada en nuestros precedentes diálogos de una manera satisfactoria. Y eso, obviamente, debería haberme bastado. Pero fue precisamente la claridad y autoridad con que Gracián me había enseñado todas esas cosas lo que me movió a rogarle que hoy continuase desplegando ante mí el apasionante abanico de los restantes fenómenos místicos; al menos, de los más oídos.

 Me preguntó, muy atento, en cuáles estaba pensando, y yo le enumeré los siguientes (por el orden que más me interesaban): estigmatización, don de lágrimas, levitación, sueño de potencias, embriaguez espiritual, noche oscura, sutileza y gustos sensibles del cuerpo. No le mencioné ni la bilocación, ni el perfume espiritual porque de esto ya me había hablado abundantemente al inicio de nuestros diálogos. [18] Le pareció bien que comenzásemos por lo de los estigmas, y enarbolando su tan autorizada palabra, dijo:

─Acaece algunas veces ser tan grande el amor, que milagrosamente obra Dios en el cuerpo señales exteriores de Jesús. Esto le acaeció al seráfico padre San Francisco, que llegó a tan gran fuego de caridad y fue tal su ejercicio de mortificación, humildad, penitencia y pobreza, que en lo interior ni quería ni entendía ni apetecía cosa que no fuese Cristo, diciendo como San Pablo: Vivo yo, mas ya no yo, que vive Cristo en mí; y en señal de tan alta unión interior quiso el Señor que estando un día en oración, tomase un serafín su figura y le embistiese con las llagas imprimiéndoselas Cristo crucificado en quien siempre se gloriaba; y desde entonces ver a San Francisco era como ver a Cristo hecho un San Francisco, o ver un Francisco hecho Cristo crucificado (BMC 1. 427).

Satisfecho con el enfoque que acababa de hacerme de los estigmas, resolvimos pasar al don de lágrimas. Pero sobre este particular Gracián no dudó en hacerme algunas observaciones previas:

─Tres maneras hay de lágrimas: lágrimas de compunción, lágrimas de compasión y lágrimas de devoción y ternura, y por cualquier caño de estos tres que corra el espíritu de las lágrimas, es muy bueno y seguro, y es de mucho fruto; las primeras, porque purifican la conciencia; las segundas, porque despiertan el temor; las terceras, porque encienden el amor (BMC 1, 39).

─Hablemos de las primeras.

─Del conocimiento, luz y memoria de los pecados pasados, de las faltas presentes, de la flaqueza en el resistir, de la abundancia de pasiones, fuerza de los apetitos, inconstancia en los buenos propósitos y ocasiones en que el alma se va metida para caer cada día. dando Dios la luz en la oración, y de la gracia divina que enternece el alma y deshace las durezas interiores, nacen las lágrimas de compunción como las de San Pedro, de quien dice San Clemente, que acordándose de haber negado a Cristo, manaban de sus ojos y corrían con tanta abundancia que tenían hechas señales y regueros en sus mejillas, o como las de Santa Pelagia, que aunque primero fue deshonesta, después de convertida a Dios, derramaba tantas, que le pusieron por nombre Pelagia, como quien dice: pelagus lachrymarum, mar de lágrimas (BMC 1,394).

─Explíqueme lo de las segundas.

─Las lágrimas de compasión nacen del conocimiento de la pasión de Cristo y de los dolores y compasión de la Virgen, tormentos de los mártires, de las persecuciones y calamidades de la Iglesia, y de ver cuánta multitud de almas se condenan y cuán pocas se salvan (BMC 1, 394).

─Por fin, hablemos de las terceras, que, a lo que creo, son las únicas que suponen una gracia mística.

─Las lágrimas de devoción nacen de una divina ternura interior que da Dios graciosamente, cuando envía su palabra interior que derrite los hielos, y sopla el viento del Espíritu Santo, con que manan y corren las lágrimas de devoción en el alma (BMC 1, 394).

─Según todo lo expuesto, ¿cuáles son los efectos de las dos primeras clases de lágrimas?

─Cuando una persona ha llorado sus pecados con contrición, los ajenos con celo, las miserias del mundo con aflicción y los dolores de Cristo con compasión, en medio de todas estas lágrimas le sale el sol, y le nace en lo interior del alma una ternura, un consuelo y alegría como si el mismo Hijo de Dios con sus “benditas manos le limpiase las lágrimas de los ojos” regalando interiormente su alma, como una madre a un niño (BMC 1, 43).

─¿Cómo ha de comportarse el que tiene la tercera clase de lágrimas?

─Quien ha recibido el don de lágrimas téngase cuidado que no sean lágrimas demasiadas, y que se procure divertir [distraer] e ir a la mano el que las tuviere, porque suelen enflaquecer la cabeza y ser impedimento de la oración (BMC 1, 200).

Tras esta explicación tan precisa y detallada, fuimos a abordar el tema de la levitación, que Gracián llamaba elevación del cuerpo. Se expresó así:

También suele el Señor conceder a los cuerpos de sus grandes siervos una gran ligereza con que se levantan en alto, como le acaeció a San Buenaventura, a quien hallaron una vez una lanza levantado en el aire, muy resplandeciente; y lo mismo se lee de otros Santos, que también se han levantado en alto por ministerio de los ángeles, como subieron a Elías en el carro de fuego, y llevaron a Abacuc de los cabellos a dar de comer a Daniel, que estaba en el lago de los leones. Pero es mucho de notar la respuesta que nuestro Señor dió al tentador, cuando, pidiéndole que se arrojase del pináculo del templo, dijo: Quia angelis suis mandavit de te, etc., in manibus suis portabunt te, etc.: a sus ángeles ha mandado que te lleven en sus manos, le respondió: Non tentabis Dominum Deum tuum: No tentarás a tu Señor Dios. Como quien dice: No te pongas en buscar peligros con sucesos milagrosos, que ello es tentar a Dios; y así conviene bajar por la escalera en el camino derecho de la fe, no sea que pensando que son ángeles los que nos llevan, sean de­monios y nos dejen caer y hacer pedazos como hicieron a Simón Mago (BMC 1, 220).

Por asociación de ideas pasamos de la levitación al sueño de potencias. ¿En qué consiste?, le pregunté.

─Es un adormecimiento de todas las potencias, así interiores como exteriores, cuando cesan de sus discursos, porque el alma está ocupada en recibir cosas sobrenaturales tan alta, que no le queda fuerza para dar vigor natural a los otros sentidos y potencias. Como acaece quedarse un hombre pasmado cuando ve un extraordinario espectáculo y todos los sentidos se le van a aquello que está mirando (BMC 1, 468).

─¿Podría detallar un poco más este fenómeno?

─Sí; y lo vamos a hacer de la mano de dos grandes maestros espirituales. Escucha. San Epifanio tratando en estas materias dice estas palabras: Propter admirationis excellentiam venit homo in stuporem, inSaniam et soporem. Por la excelencia de la admiración viene el hombre a caer en embelesamiento, locura divina y sueño profundo. Llámale embelesamiento y embebecimiento, locura divina y sueño profundo; y dice que es de la manera como aquel sueño de Adán o el de José. Cuando le habló el ángel; y eso quiere decir la Madre Teresa cuando dice que las potencias están dormidas, embebecidas, embelesadas, atónitas, espantadas y embriagadas, y que es una gloriosa locura y celestial desatino (BMC 1, 172; 171).

─Veamos ya, para terminar, qué quieren decir los autores espirituales cuando hablan de la embriaguez de espíritu.

─No pierde el alma en esta embriaguez los sentidos como se pierden en los éxtasis y raptos, pero pierde la memoria y deseo de todo lo que no es Dios. Y así como el que está borracho, que todo su deseo es vino y más vino, así el alma cuando llega a esta embriaguez de amor, no desea otra cosa sino Dios y más Dios, y en todo lo demás no atina con prudencia humana; y aunque parezca que está fuera de sí, nunca estuvo con más cordura, sabiduría y discreción para las cosas divinas (BMC 2, 167).

Llegados aquí, le indiqué a Gracián que, cambiando de perspectiva, podíamos tratar el tema de la llamada noche oscura. Y comencé por preguntarle qué había de lo que dicen algunos autores espirituales, a saber, que los que están en ella padecen el azote de tres raros espíritus, llamados: spiritus vertiginis (escrúpulos), spiritus fornicationis (intensos pensamientos y deseos impuros) y spiritus blasphemiae: (fortísimos impulsos de blasfemar). Sobre el primer mal espíritu me aclaró:

─Así como una nave que va navegando en mar bonanza, con viento próspero y a vela tendida, si se le apega debajo de la proa el pececillo llamado rémora, que no es mayor que un lenguado y es de la misma hechura, la tiene y estorba de su navegación, pierde el mercader su ganancia, puédesele acabar el bastimento, calmar el viento, acometerla corsarios, y lo peor es, que gastándosele el buen tiempo, quizá le sobrevendrá alguna borrasca que dé con ella al traste, así las almas que se detienen del amor de Dios y del prójimo y de ejercitarse en obras de virtudes, por causa de rémoras de los escrúpulos, gastan su tiempo, pierden la ganancia que pudieran tener si navegaran adelante, acábaseles el sustento de la oración y van a peligro de tentaciones y ocasiones, con que tornan a los pecados de que antes salieron o dan en otros peores, con que se pierden (BMC 1, 119).

Quise saber por qué el spiritus vertiginis era tan dañino. Gracián me dijo que, aparte los efectos dichos, los escrúpulos también engendraban la niebla en el espíritu. Al preguntarle que era lo de la niebla, me explicó:

─Niebla es una oscuridad y sequedad que viene al alma cuando se le olvidan todas las razones que le consolaban y daban luz, y se queda con olvido padeciendo. Y como no ve fruto de sus trabajos ni cosa que consuele, cada pulga se le hace un elefante, como quien anda de noche, y cada mosquito le parece gigante; que cuando las cosas no fueran graves sino muy pequeñas, con sola esa niebla se padece una gran cruz (PA 133).

─¿Y qué hay de los otros dos espíritus?

─A algunas almas levántale el demonio en la imaginación, que es arrabal de la conciencia donde puede él entrar y salir muy a su salvo, unos pensamientos abominables y horrendos contra la fe, contra las imágenes, contra Cristo y su Madre, de tanta fealdad y abominación, que tiembla el alma de contarlos al confesor; y lo más engañoso que hay en ellos es, que vienen con tanto ímpetu y tanta fuerza y son tan porfiados y pegajosos, que el alma no los puede desechar tan presto y le parece que ha consentido y caído en ellos (BMC 1, 120).

─Todo eso lo causa el espíritu de fornicación. Pero, ¿y qué es lo que hace el espíritu de blasfemia?

─Suelen afligir demasiadamente a algunas almas devotas las tentaciones, especialmente la que llaman espíritu de blasfemia, que es de unos pensamientos abominables, horrendos y pegajosos de cosas heréticas y blasfemas, que le parece al alma que no los puede desechar de sí, porque los demonios ponen fuerza en ellos, no tanto para el consentimiento como para perturbar el espíritu (BMC 1, 405) [19] .

─Me gustaría que terminásemos el presente diálogo con el ánimo un poco más distendido. Por eso, tenga a bien explicarme qué significa eso que la teología espiritual califica de gustos milagrosos de los sentidos y otros gustos sensibles del cuerpo.

─Te lo explicaré con algunos ejemplos. Uno de los primeros de la orden del Cister, el cual como no arrostrase de buena gana a los manjares desabridos del refectorio y buscase otros con título de su salud, vio una vez visiblemente a la Virgen María, que con su benditísima mano daba a todos los frailes que entraban en refectorio, un bocado de una caja de conserva que ella traía, y llegando este a recibir lo que los demás, retiró la Señora su mano, diciendo; tú, hijo mío, no tienes necesidad de esta comida, que harto procuras otros manjares para tu salud. El Santo religioso llorando le rogaba no le privase de aquel regalo, que él le ofrecía, aunque muriese, no querer jamás otros manjares sino los que los demás frailes comían; y de allí adelante era mucho mayor el gusto que le daban las berzas desabridas, que cuantos faisanes comen los más regalados del mundo. Un fraile carmelita descalzo conocí yo, que porque ya está en la otra vida se puede decir, que cuando bebía el vino tinto muy malo y desabrido que entonces se daba en refectorio, acordándose de la Sangre de Cristo y haciendo cuenta que ponía la boca en la llaga del costado, era increíble el gusto y sabor que recibía. Oír delicadísimas músicas ya se ha visto en muchos siervos de dios, como San Francisco cuando oyó el son de la vihuela que le hacía el ángel. De visiones con los ojos ya hemos tratado muy largo. De olores basta lo de Sta. Catalina de Sena que le comunicó el Señor sobrenaturalmente tal manera de olor, que los pecados le hedían sin poderlos sufrir, y en las cosas divinas hallaba algunas veces divina fragancia. Encontró una vez una mujer principal que iba en mal estado, y fue tan grande la pesadumbre que sintió con el mal olor, que ainas[20] muriera. En el tacto bien se ve que acude Dios con regalo particular, como acudió a San Lorenzo estando sobre las brasas en las parrillas, que le parecía que estaba sobre rosas y flores. Pero es menester tener mucho tiento y traer mucho cuidado en que estas cosas gustosas exteriores no se apetezcan, pidan ni deseen, que suele en ello hacer el demonio muchas burlas (BMC 1, 221).
































XXXIII

LA UNION DIVINA

 La unión divina, mística o transformante es la cumbre del itinerario de la vida espiritual. Sobre este tema escribieron páginas bellísimas tanto fray Juan de la Cruz como la Madre Teresa de Jesús. Como Gracián fue director espiritual de Teresa, a más de fervoroso lector de sus escritos, pensé que era lógico que conociera a fondo este tema, y hasta que, sobre él, hubiera escrito y predicado no poco. Le pregunté tímidamente si estaba en lo cierto, y él me aseguró que había dado en la diana. En su actitud quise descubrir una invitación a que hoy, en nuestro diálogo, reflexionásemos sobre ese asunto. Espoleado por la confianza dada, solicité de él, como preludio de nuestro diálogo, unas explicaciones generales sobre la naturaleza de la unión mística. Su respuesta no pudo ser más regia:

─Cuando el alma se junta con el cuerpo, que de ella y del cuerpo se hace un hombre y resulta una vida porque el alma da vida al cuerpo y el cuerpo recibe vida del alma, entonces se dice el alma estar unida con el cuerpo. De la misma manera, cuando el alma se junta con Cristo y entra en el mismo yugo de la voluntad para la guarda de la ley y llevar entre los dos el arado de la cruz, se dice estar unida con Cristo. Y así como el alma unida con el cuerpo da vida y ser al cuerpo, así Dios unido con el alma da vida y ser al alma (BMC 1, 135).

─¿Cuántas clases hay de unión?

─Los teólogos místicos tratando de la unión, entre otras ponen cinco clases o géneros de ella. La primera llaman unio similitudinis, que es decir unión de semejanza, y es la que hay entre dos cosas que se parecen. La segunda, unio propinquitatis, unión de cercanía, cuando dos cosas están juntas una con otra, como cuando dos manos se juntan. La tercer, unio inhaesionis, que es decir, de apegamiento o aferramiento, como cuando la cera se pega a la pared. La cuarta, unio conversionis, cuando dos cosas por virtud del calor o de otra calidad se convierten en una, de la manera que del azúcar y membrillo o de otros simples se hace la mermelada y cualesquier otras conservas o letuarios. La quinta, unio naturalis, que se halla entre el alma y el cuerpo de que se compone un hombre (BMC 2, 426).

─Pero, en nuestro caso, ¿en qué consisten?

─El primero, unión de semejanza, propiamente es imitación de Cristo. El segundo, unión de cercanía es traer el alma cerca y presente a Dios donde nace la presencia de Dios. El tercero, unión de apegamiento con Cristo, cuando el alma se arroja en sus divinos brazos, de donde nace la confianza. El cuarto, unión de conversión mediante el fervor de la caridad, de donde nace el trueque divino que el alma hace con Cristo, cuando toma las cosas de Cristo como propias suyas y sus cuidados arroja en el corazón de Cristo. El quinto, unión de vida, cuando viven en Cristo (BMC 1, 323).

─Gustaría mucho de recibir una explicación más detallada sobre cada una de estas cinco clases de unión.

─Comencemos por la primera Hemos dicho que unión se llama una junta y liga entre el alma y Cristo. Pues bien: cuando después de haber contemplado su grandeza, se resuelve en no querer ni desear otra cosa sino lo que Cristo hiciere en ella, y ya no es otra su petición sino de la honra y gloria de Cristo, haciendo cuenta que está aniquilado y deshecho, y que en su lugar entró este Señor que vive dentro de sí; y con esta unión obra el alma todas las obras, dice las palabras y tiene los pensamientos que Cristo hiciera, dijera y tuviera; conforme al estado, talento, salud y edad y oficio que la misma tiene. De hecho, se une el entendimiento con el de Cristo, cuando el alma no admite pensamiento consentido indigno del pensamiento que Cristo tuviere, y digo consentido, porque los primeros movimientos no están en nuestra mano (BMC 1, 357; 323).

─Veamos la segunda clase.

─Acaece en el trato de Cristo con el alma: que unas veces la misma alma manda, y gobierna y emplea sus potencias en obras de servicio de Dios, como cuando manda a los pies que vayan a la estación[21], a las manos que den la limosna, a los ojos que vean imágenes de Cristo, y al entendimiento que medite y discurra, etc. Y entonces están muy bien empleadas las potencias, y el hombre cuando las ejercita por agradar al Señor, ama a Dios de todo su corazón, de toda su alma y de toda su mente: pero mejor están unidas, cuando todo este gobierno de las potencias nace de Cristo, trayéndole consigo el alma y pensando en él, y esto se hace teniendo a Cristo en su presencia, y que el gobierno nazca de los dos, según aquello: traía a Dios en mi presencia, porque él está a mi mano derecha para que no me mueva.

─Dejando a un lado la tercera clase (pues ya quedó clara con lo que se dijo del “apegamiento con Cristo”), pasemos a la cuarta.

─Nuestro divino Maestro, luz y guía de nuestras almas, Cristo Jesús, en una oración que hizo a su Eterno Padre nos enseña esta manera de orar cuando le dijo estas palabras que refiere S. Juan: Padre mío, todas mis cosas son vuestras y las vuestras son mías, y cuando otra vez le dice: ruégote, Padre, que sean una misma cosa y se unan conmigo, como yo y tu somos una misma cosa y se unan conmigo, como yo y tu somos una misma cosa y estamos unidos. De donde se sigue que así como Cristo unido con su Padre le entrega y pone todas sus cosas en sus manos y toma las del Padre Eterno por propias, así el alma devota y espiritual que quisiere esta divina unión, conviene que haga este divino trueque con Cristo, como el mercader de perlas cuando haya una preciosa, da toda su hacienda, desposéese de ella, entrega todo su caudal y pónele en las manos del dueño, llevándose la perla como suya propia a su casa (BMC 1, 149).

─Por último, la quinta clase de unión.

 Vivit in me Christus. Antes que Dios me criase, vivía yo en el Verbo Divino, según aquellas palabras de San Juan: Lo que se hizo en él era vida, y después que Dios me crió y me dio ser de alma y cuerpo, estoy compuesto de estas dos partes; la una es visible y la otra inteligible; para volver a gozar de la vista y amor de la divina esencia, en la cual yo estaba conocido y amado antes que Dios me criase, es necesario un medio que participe de mi naturaleza criada y de aquel Verbo Divino donde yo estaba en las ideas esenciales de las criaturas antes que las criase. Este medio entre mí y Dios, y este divino injerto de estos dos árboles, Dios y hombre, es Cristo; y para que yo viva eternamente y en vida perfecta, conviene que me haga una cosa con este Cristo y él viva en mí, y esta se llama unión con Cristo (BMC 1, 380).

─Además de las diversas clases de unión, los autores espirituales ponen también de relieve las diversas partes de la unión, ¿no?

─Así es. Demás de estas cinco especies y diferencias de unión, consideran los mismos teólogos cuatro partes de ella según cuatro maneras de potencias que se pueden unir.

La primera es la unión de sola la voluntad, cuando ella está rendida del todo a la voluntad de Dios, no obstante que el entendimiento ande distraído y lleno de pensamientos contrarios y el apetito esté rebelde y ciego con las pasiones y esta tal alma, aunque tiene dentro de sí gran guerra, como la voluntad no da consentimiento a los apetitos, está en estado de merecimiento, no obstante esta perturbación interior.

La segunda unión es del entendimiento, cuando después de unida la voluntad con el curso de la oración está ocupado en el conocimiento de Dios y de las obras de servicio.

La tercera, cuando con la mortificación y ejercicios espirituales el apetito y la imaginación están unidos con Cristo, habiendo ya cesado los pensamientos que suelen distraer y los movimientos de las pasiones que inquietan, y todos los gustos e imaginaciones están puestos en Cristo, por Cristo y para Cristo. A esta unión pocas almas llegan, y según que en ella estuvieren juntamente con las otras dos uniones, se goza en este mundo de una vida celestial, cual tendrían algunos de los padres del Yermo.

 La cuarta unión es del cuerpo, y ésta no se halló en criatura ninguna sino en el cuerpo de Cristo; pero de las demás uniones suele nacer un no sé qué en el cuerpo, que está de tan buen humor, que parece que los mismos pies se levantan para andar pasos en servicio de Dios, y las manos no reciben cansancio en el obrar y el corazón da saltos para irse con Cristo. Y mientras mayor fuere la caridad del alma, más unida está la voluntad, entendimiento y apetitos.

 Unión consumada es el supremo y último fin a que llega el alma que se pretende unir con Cristo, y suélese llamar matrimonio entre Dios y el alma; porque así como cuando un galán pretende una dama para casarse con ella, entonces llega a su fin, cuando consuma el matrimonio, así el alma, desde que comienza a servir a Dios y a darse a la oración, pretende juntarse con Dios; y cuando llega a lo sumo, se dice que consuma el matrimonio (BMC 2, 427; 1, 59).

─A todo esto, ¿cuáles son los efectos de la unión?

─Son de dos tipos. Unos afectan al entendimiento, y otros a la voluntad.

─Veamos los primeros.

─Así como en la esencia del Verbo Divino están las ideas de todas las criaturas, resplandecientes en la misma esencia divina, y del conocimiento de ellas y de su esencia el Padre engendra al Verbo, y estas criaturas cuando están idealmente en Dios, son la misma esencia de Dios, así en esta soberana cumbre de conocimientos y unión del alma con Dios, las criaturas que antes se conocían en sí y se amaban en sí y por sus particulares bienes, ya de ahí adelante se aman en Dios y se conocen en el mismo Dios.

─¡Maravillosos efectos! Conozcamos ahora a los que afectan a la voluntad.

─Así como el hierro ardiendo está todo empapado en fuego, así el alma unida con Cristo está toda abrasada en Dios. Esta comparación se colige de San Dionisio Aeropagita que decía: ignis divinus Deificos facit (BMC 1, 175).

─¿En qué orden se producen dichos efectos?

─Cuando se llega a lo supremo y última jornada de la vía unitiva, primero es lo supremo del amor y la unión del alma con Cristo, que lo supremo de la luz y conocimiento (BMC 1, 326).

─¿Qué pasos hay que dar para llegar a la unión?

─A la unión con Dios se llega por seis grados. El primero, conocimiento de la Sagrada Escritura en que se entiende la viva fe y palabra de Dios; el segundo es la oración mental y vocal; el tercero, la mortificación y desprecio del mundo, y por éste se llega al cuarto, que es el amor del prójimo, y principalmente la piedad y misericordia para con los pobres; y con el ejercicio de ella se llega al quinto, que es la excelencia del amor de Dios, de la cual se sube al sexto, que es imitación verdadera de Cristo y simplicidad deífica, que el Señor llama ojo simple que hace resplandeciente todo el cuerpo de las obras de merecimiento (BMC 2, 425).

─¿Quién sería el prototipo de unión con Dios en esta vida?

─Pues ninguna criatura más trató, acompañó y gozó de Cristo que María y José, y en ninguno se halló la fe, oración, mortificación, piedad e imitación de Cristo y caridad en más alto grado que en ellos, es cierto que en ninguno se hallaría en más alto grado la unión con Dios que en María y José (BMC 2, 426).
















XXXIV

EL MISTERIO DE MARIA

 El misterio de la Virgen María no es tratado por el Catecismo de un modo sistemático, o sea, al estilo de los manuales clásicos de Mariología, sino de una manera que podríamos llamar histórica. De forma parecida a como lo hace la constitución “Lumen Gentium”, en su famoso capítulo VIII. Por esta razón apenas se ha hablado de María en la exposición doctrinal precedente, ya que, tanto a Gracián como a mí, nos ha parecido lo mejor reservar al tema mariano para nuestras últimas conversaciones. Y de esta forma seguimos al Vaticano II, que quiso colocar la doctrina mariana en la cima de su magisterio sobre la vida espiritual de la Iglesia en sus distintos estamentos. Y acordamos que hubiera dos fases en nuestro coloquio. Primera, María considerada en sí misma y respecto de Dios; y luego, María en su relación con nosotros.

 Comencemos por las tres verdades fundamentales referentes a su persona, y que actualmente son dogmas: la inmaculada concepción de María y su Santidad personal, la maternidad divina y la virginidad perpetua. Y es que el dogma de la Asunción apenas es tratado por Gracián, dado que en su tiempo era una verdad aceptada generalmente por la Iglesia. Teniendo en cuenta todo esto, es lógico que iniciáramos el coloquio de hoy con esta pregunta:

─¿En qué sentido se puede hablar de la inmaculada concepción?

─El alma de Cristo Jesús es la suma pureza, regla y dechado de toda limpieza de corazón. Después de esta alma la de la sacratísima Virgen María es la más pura de todas las criaturas, porque nunca tuvo pecado original, mortal ni venial ni jamás hizo imperfección alguna (BMC 2, 446).

─Me gusta que haya rematado su respuesta como lo ha hecho. Y es que no pocos sedicentes teólogos, al hablar de la Inmaculada, se quedan en la ausencia del pecado original, pero no enfatizan la plenitud de gracia, que es el aspecto positivo del privilegio.

Gracián aprobó mi aportación a la teología mariana y se reafirmó en el hecho de que, al tratar de la Inmaculada, no podemos separar a la Virgen “sin pecado” de la “kejaritomene” de San Lucas, es decir, de la “gratia plena” de la Vulgata. Y adujo esta razón:

─Si en una balanza de un peso se pusiese sola María sin ninguna hacienda ni dote, y en la otra balanza todo lo demás criado que hay en el mundo, más pesa y más vale ella sola que cuanto hay. Por lo demás, yo no trato expresamente del alma de la sacratísima Virgen, que no hay entendimiento criado que pueda penetrar hasta donde ella llegó (BMC 2, 377; 1, 59).

─Con todo, ciertos autores antiguos sostuvieron que la Virgen cometió algunos pecados veniales, y que, en particular, pecó de impaciencia. ¿Qué le parece esta opinión?

─Que carece de fundamento. Las aflicciones y tribulaciones de la Virgen María no llevaron mezcla ni nacieron de imperfección alguna, sino que el Padre Eterno se las dio para mayor merecimiento suyo y mayor provecho nuestro, como la misma Señora dice por Jeremías en sus lamentaciones por estas palabras: Desde el cielo envió el Padre Eterno el fuego de la tribulación que me atormentó (BMC 1, 204).

─Entonces, ¿hay que desechar las pretendidas impaciencias, así como otros pecadillos veniales?

─Totalmente. La oración de la sacratísima Virgen María, y su unión y caridad y modo de proceder en espíritu, fue mejor, más excelente y de mayor estima y precio que la de San Pablo, San Francisco ni cualquier otro Santo de los que tuvieron raptos con alienación de potencias y de la sacratísima Virgen no se entiende que los tuviese ni quedasen enajenadas sus potencias y ella desmayada; porque si en algún tiempo lo hubiera de estar, fue al pie de la Cruz donde más le apretó el dolor y amor; y entonces dice San Juan; Stabat juxta Crucem; y declaran los Santos que no se desmayó; y así Cayetano en un opúsculo que hace de spasmo Virginis y otros muchos autores lo declaran, y se mandó que se quitase una misa que había en un cierto misal de Spasmo Virginis (BMC 1, 159).

─Examinados ya los temas de la Inmaculada y de la Santidad de María, pasemos al fundamental dogma de la maternidad divina: ¿Es María verdaderamente Madre de Dios?

─Una excelencia, entre otras, tiene María, y es que los evangelistas sagrados escriben de ella muy pocas palabras: llámanla madre de Jesús sin particularizar otros títulos y renombres. Hicieron esto como discretos cortesanos, pues en lay de buena crianza a quien se le ha dado título de majestad, no se puede llamar alteza, y si le han llamado alteza afrenta es decirle señoría. Es tan gran título ser madre de Dios, que habiéndosele dado los evangelistas, no se puede de ella decir otra cosa mayor (BMC 2, 377).

─¿Qué decir de la virginidad perpetua de María? No pocos siguen negándola. ¿Qué puede objetárseles?

─Entre otras cosas, ésta: Abdías Babilónico que vivió en el tiempo de los apóstoles, refiere que San José fue virgen con voto de castidad. Y San Jerónimo dice lo mismo contra Elvidio por estas palabras. ¿Tú dices, oh hereje que María no fue virgen?, pues yo digo que no sólo María pero también José fue virgen por causa de María.

─Pero tenemos ahí la manida cantinela de “los hermanos de Jesús.” ¿Cómo se responde a esta objeción?

 ─De dos maneras. He aquí la primera. Hay opinión de autores, así griegos como latinos, que sintieron que antes que José se desposase con la Virgen, fue casado con otra mujer en quien tuvo cuatro hijos, llamados San José el Justo, que entró en suertes con San Matías, Santiago el Menor, San Simón y San Judas, apóstoles, y dos hijas cuyos nombres eran Ester y Tamar, y dicen que esta primera mujer de San José se murió o fue por él repudiada primero que con la Virgen se desposase. Fúndanse estos autores en que la Sagrada Escritura llama a estos seis, hermanos de Jesús; y no siendo hijos de María virgen, porque esta señora quedó siempre virgen, síguese, dicen, que fueron hijos de José habidos en otra mujer.

Hizo un silencio, un poco forzado, tratando de ver mi reacción, que fue nula. Por eso, al ver pintada la decepción en mi rostro a causa de su respuesta, continuó enseguida como curándose en salud:

─Pero yo tengo por muy cierto en este caso lo que dice el Venerable Beda, que estos autores no tuvieron tal opinión sino que los herejes mezclaron entre su doctrina estas palabras de haber sido casado otra vez José; que es antigua costumbre de herejes mezclar sus errores con la buena doctrina de los Santos haciendo lo que los taberneros que mezclan agua en el vino, según dice Isaías (BMC 2, 441).

Le manifesté que me parecía muy acertada la observación del Venerable Beda; pero que estaba esperando la segunda razón o “manera” (de que me habló antes) para ver si era más sólida. Me aseguró que sí lo era, por ser una sentencia común entre los exegetas:

─Si se llaman hermanos de Jesús, es por ser antigua costumbre en la Sagrada Escritura llamarse hermanos los primos hermanos o los muy cercanos parientes, como Abrahán y Lot y el mismo Abrahán y Sara, que eran tío y sobrina, se llaman hermanos o porque estos seis eran hijos de hermana o prima hermana de María, madre de Jesús, se llaman hermanos de Jesús. Y con esto suficientemente se responde a la razón contraria (BMC 2,442)[22].

Desmenuzada ya la que podríamos llamar teología mariana, vimos conveniente ocuparnos de su riquísima espiritualidad. Para introducirnos en el tema recordé que el Catecismo recoge este bello texto del Concilio Vaticano II: “Especialmente desde el Sínodo de Éfeso el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las proféticas palabras de ella misma: Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso (LG 66). Basándome en este texto, le pregunté qué importancia debería darse a la veneración a María en la vida cristiana habitual. Esta fue su rápida respuesta:

─Pocas almas vienen a ser muy espirituales y Santas, que su principio no sea la devoción de la Virgen María (BMC 1, 85).

─Y en el contexto de esa veneración a María, ¿qué cabida tiene el culto litúrgico?

─Nuestra madre la Iglesia celebra nueve fiestas de Nuestra Señora, y es grande devoción decir nueve Padrenuestros y Avemarías en honra de nueve excelencias que tuvo la Virgen, pidiéndole por cada una nos alcance una particular gracia y virtud, según el orden siguiente. Por la fiesta de la Concepción, en que se celebra la virgen haber sido libre todo pecado. Por la Natividad, que nace como madre de gracia y misericordia, pedimos nos alcance gracia. Por su Santísima Presentación al templo, como madre de toda la devoción y religión, pedimos nos alcance devoción y que los religiosos seamos verdaderamente observantes de nuestras reglas. Por la Anunciación del Ángel y Encarnación del Verbo Divino, le pedimos nos alcance el amor de Dios. Por la Visitación de Santa Isabel, amor del prójimo y benignidad y misericordia. Por la fiesta que se llama Expectatio partus o nuestra Señora de la O, que nos alcance verdadera confianza. Por la Purificación le pedimos sea medianera con el Señor para que purifiquemos nuestras almas con verdadera penitencia. Por la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, cuando se le fabricó el tempo de Santa María la Mayor de roma, le pedimos nos alcance verdadera devoción y reverencia a los templos, sacramentos, imágenes todas cosas sagradas. Por su Santísima Asunción al cielo, pedimos nos alcance que vayamos a gozar de la bienaventuranza de la gloria (BMC 2, 103).

─Esto, sobre el culto litúrgico. ¿Y qué decir del culto no litúrgico?

─Una buena devoción podría ser ésta: rezar cinco Padrenuestros y Avemarías pidiendo a la Virgen por las grandezas que Dios le dio, contenidas en lo que significa este nombre María, que en lengua siriaca quiere decir señora; en la caldea, levantada sobre todo lo criado; en la hebrea, estrella de la mar, y en la misma, mirra o amarga, como lo fue en la pasión de su hijo; en la latina, mares de abundancia de todas las gracias, dones y perfecciones posibles, que el Señor le dé señorío sobre sus pasiones (BMC 2, 106).

─Hablemos ahora de la invocación a María.

─El primer paso que ha de dar quien quisiere hacer verdadera penitencia, es invocar la Virgen, pedirla le alcance este don de penitencia y tomarla por devota (BMC 1, 411).

─¿Cómo debemos invocar a María debidamente?

─En el soberano canto del Magníficat nos enseña la Virgen el verdadero espíritu y oración con que hemos de tratar con Dios, que es estima y engrandecimiento de las cosas divinas; alegría y conformidad con la divina voluntad; humildad profunda, agradecimiento de las divinas misericordias y mercedes, temor filial y reverencial, espíritu fervoroso con hambre y sed de justicia, unión con que recibamos al Niño Jesús en nuestros corazones. Supliquemos a la misma Virgen nos alcance estas siete excelencias de verdadero espíritu (BMC 2, 104).

El Catecismo se refiere también al amor que todo cristiano debe profesar a María. Le pregunté a Gracián por las razones de ese amor, y él, obviamente, adujo la maternidad espiritual de María para con nosotros como principal razón; y añadió:

─La Virgen María, como estrella, nos guía en las tinieblas interiores del alma; como señora y levantada, tuvo el más alto y excelente espíritu que se halló en las criaturas; y como maestra nos le enseña, y principalmente en su canto de la Magníficat (BMC 1, 33).

─Finalmente, el Catecismo nos invita a imitar a María. ¿Cuál es el fundamento de la imitación?

─Es la sacratísima Virgen maestra de toda perfección; fundó su casa de la sabiduría sobre siete columnas, que son siete doctrinas que nos enseña y siete virtudes que en ella nos declara para bien vivir en siete palabras que habló, escritas en los Evangelistas. Pero aún hay más: así como Dios, dice San Irineo, habiendo criado a Adán formó a Eva, y la llamó madre de todos los vivientes, así después de Cristo, quien mejor enseña el verdadero espíritu es María Virgen, Nuestra Señora y maestra de todo buen espíritu; que no en balde, dice San Ambrosio la llamaron María, que en lengua siríaca, persiana, caldea y hebrea, quiere decir estrella, señora, levantada y maestra (BMC 2, 103; 1, 33).

Esta respuesta de Gracián me pareció algo vaga e imprecisa. Deseando que fuera más explícito, le insté a que me detallara en qué virtudes concretas María era nuestro modelo. No se amilanó ante una demanda tan apremiante. Enseguida me remitió a los evangelios, ya que en ellos se nos muestra María, no solo como ejemplo en el ejercicio de la presencia de Dios y en hacer la voluntad divina, sino en ser un alma orante y el modelo acabado de vida activa y contemplativa.

A trueque de abusar de su paciencia, le pedí que tuviera a bien indicarme dónde se encontraba todo eso en los evangelios. El, antes de acceder a mi demanda, me advirtió que, junto a la explicación, iba a hacer también una aplicación espiritual a la vida cristiana. Se lo agradecí, y entonces se expresó con cierta solemnidad:

─Primeramente, debemos en cualquier ministerio que hiciéremos, levantar el espíritu a lo supremo de la divinidad como hacía la Virgen cuando trataba con Cristo. Recordemos luego cómo dijo la Virgen a los que servían a las bodas: Haced todo lo que Cristo os mandare; con que nos enseña que en todas nuestras cosas si queremos acertar, no busquemos otra que la voluntad de Dios y su mayor honra y gloria. Pidámosla nos la alcance de su Unigénito Hijo. Asimismo, pensemos que la Virgen en todos sus gozos siempre padeció angustias y aflicciones mezcladas con los regalos del espíritu, y al pie de la cruz, donde tuvo la más excelente oración que se puede imaginar, Stabat Mater dolorosa, juxta crucem lacrymosa. Finalmente, buena es Marta y buena es la vida activa que entiende en hacer bien a prójimos. Buena es Magdalena y la vida contemplativa que a solas se regala a los pies de Cristo, pero la que es perfectísima y semejante a María Virgen, es aquella en la cual se junta la activa con la contemplativa (BMC 1, 382; 2, 104; 1, 304; 2, 191).


























XXXV

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE SAN JOSE

 En el diálogo de hoy con Gracián di en comentarle el escaso lugar que siempre había ocupado San José en la mariología tradicional. Y cómo, al respecto, siempre me habían venido a las mientes las palabras de Jesús: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.  Pero, ¡qué pocos mariólogos han seguido ese mandato de Cristo (no separar lo que Dios ha unido) por lo que hace al matrimonio de María y José! Aunque ha habido (y aquí elevé la voz intencionadamente) una notable excepción: Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, y ello merced a su célebre obra “Josefina”.

Al oír este piropo, Gracián esbozó una sonrisa. Aproveché entonces para preguntarle cómo se le había ocurrido escribir esa auténtica enciclopedia sobre el patriarca San José. Y, más que eso, ese delicioso tratadito sobre la Sagrada Familia. Ya que, en su obra, no solo nos habla de San José, sino también de María, así como de las relaciones entre ambos, y de las de éstos con su hijo Jesús. Halagado por mis palabras, se dispuso a contarme el origen y avatares del escrito en cuestión. Comenzó así:

 ─Acaecióme día de Santa Catalina, del año 1596, estando en Roma hablando con el Maestro del Palacio Sacro, llegar dos carpinteros, mayordomos de la cofradía de San José, a pedirle licencia para imprimir un libro pequeño de oraciones y alabanzas de su Santo; negósela el Maestro y comenzaron a derramar lágrimas con tanta ternura, que a los dos nos enternecieron y a mí me mandó el mismo Maestro que leyese aquel libro, y para escribir del glorioso San José a satisfacción de sus cofrades, honra del Santo y bien de las almas, revolviese las librerías de Roma, que hay muchas y muy grandes, y buscase los libros de que pudiese sacar más cosas que escribir (BMC 2, 375).

─¿Y qué pasó entonces?

─Que busqué en las librerías y colegí un Sumario de lo que los sagrados doctores escriben sobre algunos lugares de la Biblia donde se hace mención de San José, y de muchas autoridades que se sacan de San Doroteo, San Andrés Cretense, San Atanasio y otros antiguos y raros Santos, y se hallan en el libro intitulado Biblioteca Sanctorum Patrum, en los libros de Surio y Lipomano en las vidas de San José, y fiestas de Nuestra Señora se leen muchas alabanzas suyas, escritas por Simeón Metafrastes, San Bernardo, San Crisóstomo, San Epifanio y otros gravísimos autores (BMC 2, 375).

─¿Y no consultó más autores?

─Sí; que vino también a mis manos un pedazo de historia de este glorioso Santo que leían los cristianos del Oriente y dicen que fue un sermón predicado por Nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos en alabanzas de su padre José; fue traducido de hebreo en latín el año de 1340, y hállase en el libro de la suma los dones de San José, que compuso Fr. Isidoro de Isolanis, milanés, dirigido al papa Adriano VI (BMC 2, 376).

─Y una vez reunido todo este material, ¿qué hizo?

─Hice imprimir ese Sumario, y vi por experiencia que en Italia y España hizo mucho fruto para mover los ánimos a la devoción de este Santo y de su Esposa; y habiéndole leído los arzobispos de Toledo, Valencia y otros prelados, ordenaron en sus diócesis que el día de San José fuera fiesta de guardar (BMC 2, 374).

Le manifesté a Gracián que me había parecido muy hermoso ese relato. Y que ahora, que nos disponíamos a profundizar en el misterio de San José, podríamos conducirnos parecidamente a como lo hicimos con la Virgen María. Es decir, con una primera parte hablando de su Santidad y prerrogativas, y una segunda refiriéndonos a su culto.

Asintió gustoso a mi sugerencia. Y entonces me pareció oportuno iniciar el diálogo con esta reflexión: el beato Juan XXIII dispuso que se introdujese una mención a San José en la primera plegaria eucarística; luego, recientemente, el papa Francisco ha dispuesto que se extienda dicha mención a otras Plegarias. ¿A qué obedece ese gesto de los Papas?

Gracián me dijo que, sin duda, ese gesto obedecía a que querían poner de resalto ante todos los creyentes la eximia Santidad de San José. Tomé ocasión de esta respuesta para preguntarle:

─¿Tan grande fue la Santidad de José?

─Cinco palabras hallo en el Evangelio, que se dicen de San José, las cuales declaradas con espíritu valen más que decir diez mil con sola la lengua. La primera, nómbrase José esposo de María; la segunda, padre de Jesús; la tercera, justo; la cuarta, muchas veces se dice que le aparecieron ángeles; la quinta, que estando pensando le hablaron en sueños (BMC 2, 467).

─¡Preciosa observación!

─Sí, pero incompleta. Sino, escuche: ningún otro fue ayo, padrino, tutor, dueño, padre de compañas, amo de leche, marido de su Madre, padre adoptivo y padre de tan buenas obras de Jesús como fue José; y si todos estos oficios requieren amor, no es menester mucho discurso para entender cuánto amó José a Jesús; y de ningún otro sino de José fue Cristo cliente, ahijado, pupilo o menor, familiar, adoptado y elegido por padre; luego demás de las razones universales por donde los otros Santos son amados, con todas estas más particulares razones de amor lo fue José, y con otro más particular amor, porque José, siendo padre, era hijo de su Hijo, etc., y así se redobla en esto la fuerza del amor. Y ninguna particularidad se lee de los Santos que más amaron y fueron amados, que no se halle con más ventajas entre José y Jesús (BMC 2, 402).

─Pero la Iglesia, los teólogos, los escritores espirituales ¡no siempre han pregonado esa Santidad! -me atreví a balbucir.

Gracián no estuvo de acuerdo con mi balbuceo. Y añadió que, en contra de lo que yo había opinado, ni siquiera la historia de la teología y de la espiritualidad católicas concordaba conmigo.

─Para demostrarlo -concluyó- bastaría con recordarle solo a unos cuantos autores de Occidente:
─San Jerónimo declara la justicia de José diciendo que se llama justo porque entre los antiguos padres del Viejo Testamento fue el que más participó de la fe y devoción con el Mesías prometido, y los antiguos con esta fe se salvaban, y sus obras y palabras eran figuras y profecías de Cristo y su merecimiento consistía en la esperanza del Mesías. José en respecto de ellos alcanzó la posesión, vio con sus ojos la salud de Israel y lumbre para revelación de las gentes; gozó de Cristo, que fue verdad y remate de todas aquellas figuras y profecías. San Agustín, tratando del patriarca José, estas palabras: era José casto en el cuerpo y puro en el alma, hermosos en el rostro y más hermoso de espíritu. Y habiendo sido este José figura del Esposo de la Virgen, con mucha más razón se dirá de nuestro José ser acabado en toda virtud interior y exterior. Alberto Magno, declarando la rectitud de José, toma entre manos estas dos palabras vir justus, y con ellas prueba hallarse en José todas la virtudes. El glorioso San Bernardo, declarando la justicia de José dice que lo mismo es llamarle la Escritura varón justo que varón perfecto (BMC 2, 422 ss).

─¡Bien por los autores de Occidente! Pero no ha citado ninguno del Oriente... ¿Podría, al menos, recordarme uno?

─San Juan Crisóstomo, con la elegancia de su boca de oro, compara el amor apreciativo de San Juan Bautista al amor apreciativo de José, y dice, que si el principio del amor de San Juan Bautista fue el abrazo de Cristo Jesús cuando estaba en el vientre de su Madre al tiempo de la visitación, y de allí quedó Santificado y exultavit infans in utero ¿qué de abrazos daría Jesús a José cuando niño, cuando mayorcico y en todo tiempo? ¿qué de veces le saludaría y se colgaría de su cuello, mostrándole amor e infundiéndole gracia? Y pues no leemos en la Sagrada Escritura ni en doctor alguno que los abrazos de Jesús dados a José fuesen de menos virtud que el abrazo que dio a San Juan Bautista, ¿por qué hemos de poner menores efectos? (BMC 2, 405).

Luego de esto pasamos de la teología a la espiritualidad. Y comencé formulándole esta pregunta: cómo se justificaba la devoción a San José y, en concreto, la veneración, teniendo, como tenemos, a la Virgen María como medianera de todas las gracias... He aquí su respuesta hermosamente razonada:

─Los bienes, consuelos y mercedes que reciben los devotos de San José, así espirituales como temporales y así en vida como en muerte, sería necesario de solo esto hacer un gran libro. Remítome a lo que experimentarán los que quisieren tomar esta devoción, certificándoles que si de veras le imitan y como verdaderos devotos le aman, honran y celebran su fiesta y por darle gusto sirven mucho a Dios, recibirán consuelo en sus tribulaciones, ánimo en los temores, fortaleza contra las tentaciones, firmeza en los propósitos, fervor en la oración, ternura de espíritu, regalos interiores, valor para obras heróicas, perseverancia en los bienes y una muy particular, muy afable, muy gustosa y muy provechosa devoción con la Virgen María, su esposa y ferviente amor a Cristo Jesús; y que en todos los sucesos de su vida y en la hora de su muerte hallarán un buen amigo que siempre esté a su lado aparejado para su defensa (BMC 2, 467).

Al preguntarle luego sobre el fundamento de la invocación a San José, me dio esta deliciosa explicación:

─San José es el primer Santo canonizado en la Iglesia Católica por boca del Espíritu Santo, escribiendo el proceso y sentencia de su canonización los sagrados evangelistas. Porque entonces se canoniza un Santo cuando la Iglesia declara ser justo, estimado de Dios y haber padecido por Cristo y tenido revelaciones, visiones y bienes sobrenaturales. Y pues en el Santo Evangelio se declara que fue Esposo de María, llamado padre de Jesús, varón justo, y que temió y se afligió y huyó a Egipto como perseguido, y los ángeles se le aparecieron y revelaron inefables misterios, el Evangelio determina estos artículos necesarios para la canonización, y así fue como Santo canonizado del Nuevo Testamento a quien conviene que celebremos y pongamos por intercesor para que nos alcance la bienaventuranza de la gloria y los bienes que en esta vida deseamos (BMC 2, 460).

─Salvando todo lo dicho -quise apretar un poco más las tuercas-, ¿no daría lo mismo acudir a la intercesión de cualquiera otro Santo?

─No. Entre los otros Santos, unos favorecen a un estado, otros a otro; unos alcanzan una virtud, otros otra; unos son medianeros para una gracia, y otros para otra. Este Santo es medianero, intercesor y abogado de todos los estados, para alcanzar todas las gracias, para todas las virtudes y para librar a quien de veras le llamare de todos los trabajos y peligros del mundo (BMC 2, 374).

─Muy firme se muestra en sus respuestas. ¿Es que conoce todas estas cosas por experiencia?

─Por experiencia propia y ajena. Entre las almas que he conocido más devotas de San José, fue una la Madre Teresa de Jesús, natural de Ávila, de noble linaje, fundadora en la tierra de promisión, que es la Iglesia, de monasterios de San José, de Carmelitas Descalzas, agradable en su trato y conversación, encendida en amor divino, suave en sus palabras, impetuosa en el obrar cosas grandes por Dios, y que dejó escrita doctrina muy verdadera y de mucho espíritu y con la devoción de este Santo venció muchas dificultades y ha hecho milagros en su vida y en su muerte (BMC 2, 374).




















XXXVI

HISTORIA DE LA SAGRADA FAMILIA

 Ya que estábamos encaminándonos al final de nuestros coloquios, me adelanté a indicarle a Gracián que, en mi opinión, el tema mariano-josefino quedaría incompleto, sino dedicásemos, al menos nuestra última conversación, a ahondar en el misterio de la Sagrada Familia. Es decir: en el amor que, como esposos, se prodigaron José y María, así como en el amor que ambos dispensaron al divino Niño; y en el amor que de él recibieron.

 Como no podía ser menos, me felicitó por la ocurrencia; y se ofreció, con talante risueño, a explicarme cómo había desarrollado él en sus escritos todo este delicado asunto. Entonces –y puesto que íbamos a hablar de María y José como esposos- me pareció que debía comenzar por esta elemental pregunta: ─¿Acaso fue predestinado José para esposo de María?

─El soberano Artífice del mundo, entre otras obras dignas de su omnipotencia, labró el alma de un carpintero, llamado José, para que fuese dignamente llamado esposo de María y padre de Jesús que en el leño de la cruz con tres clavos fabricó la salud en medio de la tierra (BMC 2, 378).

─¿Podría detallar esto un poco más?

─Sí. Dice un autor que si estuvieran juntos todos los hombres desde Adán, que fue el primero, hasta el último que nacerá en tiempo del antecristo, y entre todos ellos escogiera el Espíritu Santo, que es de sabiduría infinita y escudriña corazones, no echará mano de otro sino de José para esposo de su Esposa, Madre del Verbo divino e Hija del Eterno Padre (BMC 2, 381).

─Y esta predestinación, llegado el tiempo dispuesto por Dios, surtió su efecto, ¿no es así?

─Ciertamente. Nació San José en Belén de Judea, que está una legua de Jerusalén; y aunque noble, dicen los armenios que vino a pobreza, y fue necesario vender el poco patrimonio que tenía en Belén y aprender arte de carpintero, con que se fue a morar a Jerusalén para sustentarse y gozar de los sacrificios del Santo templo. Y estando en Jerusalén el año de la creación del mundo 3945 nació la soberana Virgen en las casas de su madre Santa Ana, que están a la puerta Áurea de aquella ciudad, y cuando llegó a edad de tres años fue presentada en el templo, donde estuvo once, ejercitándose en altísima oración, contemplación, virtudes y obras de labor para el culto divino (BMC 2, 379).

─Así, por lo menos, lo cuenta el apócrifo: “El protoevangelio de Santiago” -traté de echarle un capote-.Y después, ¿qué pasó?

─Cumplidos los catorce años, que era tiempo en que daban marido a las vírgenes que en el templo se criaban, deliberaron los sacerdotes de desposarla, aunque, como dice San Gregorio Niseno, les parecía cosa indigna sujetar con leyes de matrimonio a hombre mortal un alma y cuerpo de tan angelicales costumbres. Y oyéndole decir que tenía hecho voto de virginidad, no se atrevieron a deliberar de su estado, sin que primero se consultase con Dios en la oración, y de ella resultó ser voluntad divina que hiciesen venir al templo todos los mancebos por casar que se hallasen en Jerusalén de su tribu, y al que Dios señalase sobrenaturalmente la diesen por esposa. Venidos, floreció el báculo de José y sobre él se vio una paloma blanca, como refiere Germano y otros autores, y así desposaron con José a la que es vara de la raíz de Jesé, de donde salió la flor, Jesús Nazareno y fue Santificada por la paloma blanca del Espíritu Santo) (BMC 2, 379) [23].

─¿Cómo y dónde se verificó el desposorio?

─Este desposorio se hizo en un lugar diputado del templo, y por ser por palabras de presente entrega de dos ánimos en vínculo indivisible, fue verdadero y legítimo matrimonio, como tienen Santo Tomás y los demás Santos, no obstante la virginidad de los dos esposos. Porque según dice San Anselmo Hugo y Alberto, la virgen desde niña había hecho voto condicional de castidad, y las palabras de este voto, escribe Abdías Babilónico, que fueron reservadas el cumplimiento de él a la voluntad de Dios. Y de la misma manera le había hecho San José, como después diremos; mas entre ambos tuvieron particular revelación, que, aunque se desposasen, permanecerían vírgenes (BMC 2, 380).

─Y ya casados, ¿cómo vivieron sus relaciones conyugales?

─Cuando volvieron del templo desposados, la primera noche de la boda se descubrieron los corazones y con consentimiento de entrambos hicieron voto absoluto incondicional de castidad y permanecieron vírgenes, y por causa del verdadero matrimonio llama el ángel a la Virgen conjugem, que quiere decir casada, velada, mujer y esposa de José, y él se dice verdadero marido y esposo de María, porque la copula carnal no es de esencia del matrimonio como prueban los doctores escolásticos (BMC 2, 380).

─¿Fue difícil para José vivir virginalmente en el matrimonio con María?

─En absoluto. A San José o se le quitó el fomes peccati y la concupiscencia de la sensualidad o de tal manera le tuvo atado y encadenado, que no sintió rebeldía del apetito contra la razón. Refiere este privilegio el mismo Juan Gersón, y pruébase por que siendo predestinado ab eterno y criado y escogido para esposo de María, era conveniente tener tanta paz y concordia entre la sensualidad y razón, que ni un solo movimiento sintiera de sensualidad (BMC 2, 479).

─Se amaron, pues, como verdaderos esposos, pero amando a Dios sobre todas las cosas, como enseña la Biblia, ¿no es así?

─Así fue. No ha habido ni habrá en el mundo alma más unida con Cristo que la de la sacratísima Virgen María, su madre, esposa de José; y leemos en el Génesis la unión que los casados tienen por razón del matrimonio. Esta unión y vínculo matrimonial con María ninguno otro hombre del mundo la consiguió sino José, porque no tuvo ella otro marido ni él otra esposa; luego ninguno otro llegó a más alta unión con María y María fue la que más se llegó a Jesús; luego después de María ninguno llegó a más alta unión con Jesús que José (BMC 2, 428).

─Posteriormente, según los Evangelios, se trasladaron a Nazaret...

─Y poco tiempo después que llegaron a Nazaret, encarnó el Verbo divino en las entrañas de la Virgen y la acompañó José a la visitación de Santa Isabel, y según dicen los armenios, siempre caminaba a pie, guiando la bestia sobre que llevaba a su Esposa, que tenía José para los ministerios de su oficio. Detuviéronse cerca de tres meses en casa de Zacarías, y luego que volvieron a su casa de Nazaret acaeció lo que cuenta el Evangelio, de entender que la Virgen estaba preñada (BMC 2, 450).

─Lo cual fue para José causa de grandes dolores. Que no entiendo el porqué, dado que él estaba completamente ajeno a ello.

─Es muy sencillo. A San José le dieron en guarda la castidad de María, era noble y honrado y su verdadero esposo, y en amor más que padre; los dos hicieron voto de castidad juntos cuando se desposaron; viéndola ahora preñada y no entendiendo el misterio tuvo una de las mayores congojas que se han visto en corazón humano.

─Sobre el hecho de que José no entendiera el misterio ha corrido mucha tinta.

─Partiendo de la letra del Evangelio: “José como fuese justo y no quisiese difamar a María y ponerla ante la justicia, quísola dejar de secreto” hay tres opiniones.

─¿Cuál es la primera?

─La primera es de San Ambrosio y San Agustín, que dicen que José sabien­do que la Virgen estaba preñada y teniendo evidencia que él no había llegado a ella, juzgó determinadamente que estaba corrom­pida de otro varón.

─¿Es verosímil esta opinión?

─En un tiempo me pareció muy dura esta manera de decir por dos razones. La primera, porque parece que deroga a tanta Santidad como la de José haber tenido pensamiento consen­tido en tan gran perjuicio de la sacratísima Virgen. Y también porque siendo justa la ley que mandaba apedrear a las adúlteras, justo es el juez que la ejecuta, el testigo y escribano que hacen el proceso y el marido que denuncia; y así justicia fuera de José entregarla a la justicia, y parece que fuera injusto disimulando y dejando sin castigar lo que entendía que era adulterio; y si la misericordia le inclinaba a perdonar, llámese piadoso en esta obra pero no en excelencia justo.

Como su razonamiento me había sonado muy bien, me disponía a felicitarle efusivamente, cuando él me cortó en seco, retomando el hilo de su relato:

Después de haber considerado despacio esta manera de decir, no me parece dificultosa ni fuera de razón por tres causas. La pri­mera, porque así como muchas veces permite Dios que varones muy Santos den caídas para provecho universal de la Iglesia, como permitió que Sto. Tomás dudase y S. Pedro negase a Cristo para confirmar la fe de la resurrección, y para que los prelados, conociendo su fragilidad, usen con misericordia de las llaves y jurisdicción de la Iglesia; así quiso que San José, aunque sin pecar, creyese adulterio en María, para que confirmándose en la virginidad de su Esposa fuese notorio a todo el mundo el principal misterio de nuestra fe, que es el de la Encarnación y nacer Dios de madre virgen.

La segunda, Tomás y Pedro pecaron no creyendo y negando a Cristo. José en este caso, aunque juzgase el adulterio, no pecaba mortal ni venialmente, porque no estaba obligado a saber el misterio de la Encarnación, y teniendo señales de estar corrompida de otro, no era juicio temerario. Bien puede ser cuando ajustician a uno públicamente por matador, que aquel hombre sea inocente y le hayan levantado aquel falso testimonio, como suele acaecer muchas veces; mas el que oye el pregón y juzga que aquel hombre mató al otro, no peca, porque tiene causa suficiente para juzgarlo y no está obli­gado a saber lo intrínseco de la verdad. ¿Qué causa podía haber más justa para quitar la culpa de este juicio en José, que saber estar su mujer preñada y tener evidencia que no había él llegado a ella?

 La tercera, y que entiendo para mí que sintieron San Am­brosio y San Agustín, es que aunque José creyó el acto exterior del adulterio, nunca creyó ni juzgó que hubiese sido con consentimiento de la Virgen María, sino que, quizá, yendo por los caminos a las montañas de Judea cuando visitó a Santa Isabel o estando allá, al­guno la hubiese forzado, o imaginaría que estando durmiendo o con algún engaño, sin que ella tuviese culpa, le hubiese acaecido tan las­timoso suceso. Y cuando el acto exterior del pecado no nace del consentimiento de la voluntad no se imputa a culpa, de la suerte que respondían las Santas vírgenes a los tiranos que las amenazaban con que las habían de llevar a las casas públicas para que fuesen corrompidas por fuerza si no ado­rasen los ídolos; si tú hicieres eso, añadirás en mi la corona de martirio y no me quitarás la de la virginidad.

Creía yo que Gracián había puesto ya punto final a tan largo discurso, pero no era así, pues continuó impertérrito:

Supuestos estos tres puntos, se entiende que, aunque San José juzgase acto exterior de corrompimiento en su Esposa, no perdía nada de su Santidad, y no solamente no perdía nada pero antes en este acto mostró la suma excelencia de la justicia punitiva. Por­que el supremo y justísimo Juez, que es Dios, no condena por solo el acto exterior sino por la culpa del consentimiento interior de la voluntad; algunos hombres no hacen caso de lo interior y sólo acri­minan el acto exterior, pero un hombre justísimo como era José, entendiendo que su Esposa no tenía culpa ni había consentido en el adulterio, no la quiso difamar ni entregar a la justicia, imputándose a sí mismo la culpa de haberse descuidado de la guarda de aquella paloma cándida, oveja y joya preciosa que le encargaron, y se quiso castigar a sí mismo con la pena más grave que se le pudiera dar, que era apartarse de tan dulce, tan suave y tan Santa conversación como la de su Esposa, que lo sentía más que si se le apartara el alma de su cuerpo.

 Y lleno de arrepentimiento de este su descuido y mala guarda, se quería ir a un desierto para acabar su vida con lágrimas y penitencia, dejando a su Esposa en casa de su madre y hermanas, y queríase ir de secreto porque no se lo estorbasen. ¡Oh, varón justísimo, que busca en si las culpas para castigarlas y cierra los ojos a lo exterior poniéndolos en las raíces, que son lo interior, que mira Dios cuando escudriña corazones y entrañas!
Terminado, por fin, el improvisado panegírico, pasó a exponerme la segunda opinión, que yo no me imaginaba tan audaz.

 La segunda opinión en contrario extremo es que San José desde el punto de la Encarnación entendió aquel divino misterio, y supo que su esposa había de ser Madre de Dios y le había de parir que­dando virgen; y cuando la vio preñada, entendió que era por obra del Espíritu Santo, y quísola dejar por reverencia y respeto, teniéndose por indigno de morar en compañía de tanta majestad como Dios Eterno encarnado, y de ser servido de tan soberana reina como la Virgen María, madre de Dios (BMC 2, 417).

Curiosa opinión ésta. Ahora bien, si la anterior era tenida por dos grandes doctores de la Iglesia, ésta, ¿quiénes la sostienen?

 Esta opinión es de gravísimos autores. Orígenes, a quien refiere Canisio, dice estas palabras: “José era justo y la Virgen inmaculada, pero queríala dejar porque entendía y conocía en ella un misterio de gran virtud y un magnífico sacramento, aunque no se determinaba ser el de Emmanuel, por razón del cual se tenía por indigno de morar en su compañía.

─Parece una posición un tanto ambigua...

Y lo es. Porque aquí Orígenes, aunque declara que la quiso dejar por humildad, no se determina a conceder que del todo entendiese el misterio de la Encarnación.

─Entonces...

Entonces tenemos que San Jeró­nimo y San Bernardo expresamente dicen que S. José enten­dió aquel misterio y por humildad la quiso dejar.

─¿Y solo esos dos autores mantienen semejante teoría?

 ─Siguen a San Jeró­nimo y a San Bernardo muchos autores devotos de San José; y se halla en este caso una revelación de la misma gloriosa Virgen María a Santa Brígida, cuyas palabras son éstas: Desde que yo consentí al mensajero de Dios, viendo José en mi vientre que por virtud del Espíritu Santo había concebido y que iba creciendo, admiróse en gran manera; no porque sospechase mal sino acordándose de los dichos de los profetas que escribieron que el Hijo de Dios había de nacer de virgen; reputábase por indigno de servir a tal Madre, hasta que el ángel en sueños le mandó que no temiese, sino que con ca­ridad me ministrase. Hasta aquí son palabras de Santa Brígida.

─Todo muy instructivo. Pero, aparte la opinión de otros, ¿cuál es la suya?

─Mi opinión es que, siendo María verdadera esposa de José, sujeta a las leyes del matrimonio, y que comunicaba con José todos los secretos de su corazón, en negocio tan grave como quitarle un juicio temerario y apercibirle para servir al Mesías, no parece que se puede entender que luego que sucedió el misterio de la Encarnación no diese parte a José, de todo lo que con el ángel había pasado y José la daría el mismo crédito que si fuera ángel del cielo (BMC 2, 418).
─Y, ¿cómo armoniza todo eso con lo que refiere el evangelista Mateo de que José quiso dejarla?

─Ya se ha dicho antes. Pero repitámoslo: quísola dejar por reverencia y respeto, teniéndose por indigno de morar en compañía de tanta majestad como Dios Eterno encarnado, y de ser servido de tan soberana reina como la Virgen María, madre de Dios, de la manera que el glorioso San Pedro decía: Apártate, Señor, de mí que soy gran pecador, y Santa Isabel: ¿de dónde a mí, que venga la Madre de mi Señor a visitarme (BMC 2, 417) [24]

─Perdone mi insistencia; pero si eso es así, ¿por qué entonces tuvo que aparecérsele un ángel a José para revelarle el misterio?

─Cuando el ángel vino, no fue para revelarle el misterio que no sabía, sino para certificarle en él y para intimarle ser voluntad de Dios que acompañase y criase a su Unigénito Hijo, y que en esto le daría más gusto que en la humildad que mostraba (BMC 2, 417).

Al oír estas últimas reflexiones de Gracián, prorrumpí en un suspiro de alivio y satisfacción, y le dije sin poderme contener:

─¡Es eso mismo lo que siempre había pensado yo!...

A Gracián le sorprendió mi euforia, aunque yo fingí no apercibirme de su sorpresa. Y puesto que se había resuelto el espinoso asunto tan felizmente, sugerí que ya era tiempo de pasar al estudio de las relaciones de los padres -José y María- con el niño recién nacido. Podríamos comenzar por María, y me gustaría que me explicase cómo serían esas relaciones con Jesús, el trato, la solicitud amorosa de la madre...

Gracián se despachó tejiendo un discursito entreverado de medicina, mística y poesía:

─Dicen los que escriben de la anatomía, que de los pechos van ciertas venas o arterias al corazón y como están tan vecinos, hay gran conveniencia y comunicación entre estas dos partes del cuerpo. Considere, pues, quien tuviere alguna ternura qué sentiría el corazón de la Virgen cuando Dios Eterno siendo niño tierno mamase sus pechos y tuviese el pezón dentro de su boca; qué rayos de luz del cielo irían de aquel divino Sol al corazón de María en trueque de los rayos de leche que venían de sus pechos a su boca; qué centellas de fuego divino saltarían de aquella boca de fuego abrasador en pago del calor con que le abrigarían los pechos virginales; qué saetas de caridad atravesarían el corazón de la Madre todos las veces que el niño tomase la teta (BMC 2, 388).

─Esa escena tan tierna de María alimentando a Jesús, ¿qué frutos espirituales puede reportarle al que la contemple o se la imagine?

─Eficacísimo es el amor de Cristo y ternísimo cuando le consideramos en los brazos de la Virgen, su Madre, y mamando la suavísima y angélica leche de sus pechos o dentro de su sacratísimo vientre antes que naciese. Desde allí nos enseña doctrinas de pureza de alma, devoción, ternura y amor a la Virgen y otras innumerables virtudes (BMC 2, 211).

─Poco le duró a María tanta felicidad...

─Poco. Porque enseguida tuvo que participar de la zozobra y sobresalto que padeció José al tiempo que el rey Herodes buscaba su Niño para matarle.

─Pues ¿qué hizo José?

─Tomóle esta nueva tan desapercibido, que, según dicen los armenios, se salió de la ciudad como pudo con su Esposa; y dejóla escondida en una cueva de donde volvió otra vez a buscar algún cómodo y aviamiento para el camino y vio por sus ojos morir muchos inocentes (BMC 2, 454).

─Y entre tanto, ¿qué hacían María y Jesús?

─En la cueva, donde estaban, acaeció que la Virgen teniendo abundancia de leche en sus pechos más de lo que el Niño podía mamar, como dicen que suele acaecer a mujeres mozas recién paridas y bien acomplexionadas, despedía algunos rayos de ella en las piedras de la cueva, donde de buena gana pusieran sus bocas San Bernardo y San Agustín, y sucedió una gran maravilla, que las piedras quedaron blancas y tiernas como si fuesen de leche cuajada hasta el día de hoy, y tienen virtud para hacer venir la leche a la que cría y le falta, ahora sea mujer ahora sea hembra de ganado; y en este tiempo que estamos usan los turcos y moros de aquella tierra y deshacen aquellas piedras en agua, y danlas a beber a sus ovejas, vacas y yeguas, y vienen allí mujeres necesitadas de leche y todas hallan remedio. (BMC 2,454) [25] .

─Simpática leyenda. ¿Y qué siguió después?
─Que volvió el Santo José de la ciudad con su pobre aviamiento para tan largo camino, lleno de temores y sobresaltos, y con esta zozobra comenzaron a caminar huyendo del rey Herodes, y pareciéndole que le venían en el alcance, turbábase viendo soldados por el camino con temor no le arrebatasen su Niño de los brazos de la Esposa, como había visto hacer a otros. Para ir a Egipto podían ir por el desierto y por el poblado; en el desierto se recelaban de tigres, leones, sierpes, bestias, fieras y salteadores que por allí había en abundancia; la tierra poblada era de gentiles, enemigos capitales de Israel, y como no llevaba alabarderos ni ejércitos armados en guarda de su rey, de nada se aseguraba (BMC 2, 454).

─O sea, que, por mucho que se esforzasen, los peligros eran inevitables.

─Y reales. Pues escribe Pedro de Natalibus, que les salió a saltear un ladrón, mas en viendo el rostro del Niño y de la Madre, mudó la crueldad en ternura y la ferocidad en compasión, y en lugar de robar, los llevó a su cueva donde les dio para ayuda del camino. En ella lavó la Virgen los pañales de su Niño, y la mujer del ladrón lavó con la misma agua otro niño que tenía leproso, que quedó Sano de la lepra, el cual después de grande siguió el oficio de su padre hasta que fue preso por los romanos y murió crucificado al lado derecho de Cristo, y éste, dicen, que fue Dimas el buen ladrón (BMC 2, 454) [26].

─Es un misterio por qué decidieron hacer un viaje tan largo y azaroso.

─A José enviaba Dios su ángel con los mensajes de ir a Egipto y volver de Egipto, como al que era cabeza, para que José ejecutase sus mandamientos y gobernase la casa donde moraban María y Jesús. Dichoso José, que halló mujer tan fuerte, tan cabal y perfecta que vale más que todo el oro de Arabia y que las perlas y piedras preciosas traídas de los últimos fines de la tierra: que con razón confía en ella el corazón de su marido, pues jamás le dio un mínimo disgusto en todos los días de su vida (BMC 2, 394).

─¿Se sabe si fue muy larga su estancia en Egipto?

 ─Siete años permaneció José en Egipto con su Esposa y su Niño, desterrado entre gente idólatra, sin que tuviese en ella pariente ni amigo, casas ni viñas ni otro favor humano para sustentarse más que el trabajo de sus manos. Y aunque se cuenten muchas cosas que pasaron en Egipto, no las quiero referir por no encontrarme con algo de lo que se escribe en aquel libro apócrifo, que se llama. De infantia Salvatoris, reprobado por San Jerónimo y por el papa Pelagio (BMC 2,454).

─Me figuro que, una vez regresados a Nazaret, su vida sería tranquila y feliz.

─Y supone bien. Dice el Sabio Mulier bona pars bona, como quien dice, lo mejor que pude tener un hombre en su casa es una buena mujer; y en otra parte: Bienaventurado el que mora con una mujer cuerda. Pues ¿cuál será José por ser esposo de María? (BMC 2, 403).

─Concretamente, ¿en qué consistió esa felicidad o bienaventuranza?

─Llámase cielo en la tierra la vida de dos buenos casados, y gracia sobre gracia es la mujer Santa y honesta para el marido cuerdo y no hay piedra preciosa de ningún valor que se aprecie con la mujer fuerte y cabal; ¿pues qué sentiría este Santo teniendo tal compañera y tal esposa como María, madre de Dios?, ¿qué consuelo se puede imaginar mayor en el alma de José que verse desposado con la Virgen María?, ¿conocer una condición tan noble, un alma tan Santa, conversación tan agradable, compañía tan a su gusto en quien hallaba todo lo que pudiera desear en esta vida? (BMC 2, 458)

─Supongo que habría más causas de esa felicidad.

─Y supone otra vez bien. Así como por causa de la prudente Abigail no fue muerto Nabal, su marido, a manos de David, así las oraciones de las siervas de Dios alcanzan grandes bienes para sus maridos; y ninguna mujer casada de cuantas hubo en el mundo, mejor rogaría por su marido, con más cuidado le encomendaría a Dios ni mayores bienes y misericordias alcanzaría para su esposo que María para José. Porque siendo obligación de la esposa encomendar a Dios a su esposo, ninguna guardó mejor la ley y las obligaciones de su estado que María. Y así como fue perfecta virgen, fue también perfecta casada, y con tanta perfección guardó las leyes del matrimonio como las de la castidad (BMC 2, 348)

─Por descontado que tales oraciones de María serían de una enorme eficacia...

─¡Por descontado! El amor se muestra en querer bien a quien se ama, y querer bien es desear que la fuente de la bondad, que es Dios, comunique sus bienes a la criatura que bien se quiere; y según la grandeza de este deseo, amor y fuerza, es la eficacia y cuidado de la oración que por el amado se hace; y pues ningún marido del mundo ha sido ni será tan amado de su mujer como José de María, ninguno ha gozado tanto del fruto de sus oraciones. Suele ser grande el amor de las buenas mujeres para sus maridos; y como ninguna fue tan Santa y perfecta como María, ninguna se le igualó en la grandeza y perfección de este amor (BMC 2, 389)

─¿Qué argumentos se podrían aducir para probar la eficacia de la oración de María?

─Basta con el siguiente: si una vez que María saludó a Isabel y le hizo muestras de amor, quedó Santa Isabel gozosa y su hijo Santificado, de las muchas veces que saludaría María a José ¿cuál quedaría el alma de este Santo? (BMC 2, 401).

─Después de todo lo visto, bien se puede afirmar que San José fue el más afortunado de los mortales...

 ─Sin duda. ¡Dichoso tal carpintero José que mereció ser servido en la tierra de la Reina a quien todos los ángeles sirven en el cielo: dichosa comida guisada por tales manos como las de María, que en buen provecho entraría a José y se convertiría en Sangre aparejada para criar complexión sobre que asentase bien cualquier virtud y Santidad; ¿qué rey, emperador ni monarca ha habido en el mundo que haya sido servido de tales dos personas, María y Jesús, como lo fue José? (BMC 2, 393).

Llegados aquí, le hice notar a Gracián que hasta el presente sólo habíamos celebrado los gozos de San José, como si en su vida no hubiera habido dolores. Me contestó que, ciertamente, San José había experimentado en su vida tanto los unos como los otros. Y que él ya lo había demostrado con creces en su libro “Josefina”, donde uno de los capítulos se titula precisamente así: “De la paciencia y constancia que tuvo San José en sus trabajos y tribulaciones. Decláranse los cansancios, celo de alma, congoja, turbación, dificultades, cuidados, penas, angustias, zozobras, destierro y dolores de espíritu que sufrió mientras le duró la vida (BMC 2,449).

─Cambiemos de tema. Y es que hemos estado hablando mucho del influjo espiritual de María en José, pero poco al revés ¿Es que no lo hubo?

─Sí que lo hubo. Y para muestra basta un botón: es José como padre de María, porque hizo por ella tales obras que le debía más que al padre que la engendró y a la madre que la parió (BMC 2, 378).

─¿Cómo podría demostrarse semejante afirmación?

─Para ello basta que nombremos tres causas que dan a entender tres excelencias de José: la primera, por haber sido elegido por mano de Dios para esposo de su Madre; la segunda, haber sido dotado del Padre Eterno como marido de tal Esposa; la tercera, ser particularmente remunerado de Dios, por haberse servido de María, su esposa, para engendrar, parir y criar a su hijo Jesús (BMC 2, 378).

Le advertí a Gracián que esas tres causas que él había referido a las excelencias de José parecían más bien aludir a las excelencias de María. Él me dio la razón, pero sostuvo que en el caso de esos dos Santos esposos era inevitable: lo que se predicaba en honor de María redundaba siempre en honor de José, y viceversa, como lo demostraba esta oración que él mismo había compuesto tiempo atrás: “Dichoso José, que halló mujer tan fuerte, tan cabal y tan perfecta que vale más que todo el oro de Arabia y que las perlas y piedras preciosas traídas de los últimos fines de la tierra; que con razón confía en ella el corazón de su marido, pues jamás le dio un mínimo disgusto en todos los días de su vida (BMC 2, 393).


─Nuestra conversación, tan sabrosa, en torno a las relaciones entre José y María como esposos llegó a su término. Y es que, aparte de aquella excelente armonía conyugal, aún teníamos que examinar el comportamiento de ambos esposos como padres de Jesús. A este propósito le pedí que me contase cómo creía él que habría sido el trato de María con Jesús, y, asimismo, el trato de José. A lo de María me dijo:

─Esta Señora nunca se apartaba de la presencia y actual amor de Dios con gustos y regalos espirituales inefables, y juntamente criaba y servía a su Hijo y padecía trabajos por él (BMC 2, 191).

Sobre el comportamiento de José se explayó un poco más:

─Dicen los Santos que San José nunca se confesó ni pecó mortalmente. Y aunque no comulgase, se escribe de él que todas las veces que tomaba el Niño en sus brazos y le metía la comida en la boca siendo chiquito o recibiese de su mano bocados dados con amor, como suelen los niños dar a sus padres, era con tanta devoción, ternura, reverencia y amor, que excede a lo que otros sienten cuando reciben el Santísimo Sacramento (BMC 2, 429).

─Lo dicho hasta ahora -coincidí con Gracián- es suficiente para conocer la conducta de los padres respecto de su hijo Jesús. Pero, ¿cómo correspondería Jesús ante los efluvios amorosos de sus padres?

Gracián dio la respuesta rápidamente, como si la hubiera tenido preparada de antemano:

─Tengo por muy cierto que después del abrazo infinito entre el Padre Eterno y el Hijo, del cual procede el infinito amor, que es el Espíritu Santo, entre todos los otros principios de amor ninguno hubo más eficaz que los abrazos amorosos que Jesús daría a su madre, la Virgen y a su padre, José; y que así como por el abrazo de este mismo Hijo con su Padre Eterno procedía amor infinito, de estos abrazos con la Madre y Padre temporales procedió amor inaccesible y soberano (BMC 2, 405).

─Ha insistido todo el tiempo sobre los abrazos. Pero, ¿sólo abrazos daría Jesús a sus padres?

─El Niño Jesús, como niño besaría, regalaría, acariciaría y haría regalos a José y a María; pero aunque niño era Dios; aunque chiquito, infinito; aunque tierno, eterno y aunque recién nacido, omnipotente; y no sabiendo hablar, era la infinita sabiduría de su Padre, criador de su ayo José y de su madre la Virgen, y así todos los motivos de amor que hiciese en aquella edad, llevaban eficacia y virtud de divinidad escondida que penetraban el interior del alma; y sus besos producirían en el interior de los corazones de José y María todos aquellos regalos y excelencias de amor que se escriben en el libro de los Cantares y se consiguen del beso que deseaba la esposa, que para declararlos en José fuera menester escribir un gran libro (BMC 2, 391).

─Nada que objetar. Pero me surge una duda: ¿cómo podía Jesús amar tanto a José, si sabía que no lo había engendrado?

Otra vez salió Gracián con la respuesta atildada:

─Solamente es padre de Jesús el Padre Eterno que le engendró según la divinidad, y de la humanidad sola la Virgen es su madre, que le concibió en sus entrañas por obra del Espíritu Santo; pero dignamente se llama José padre de Jesús por diez razones y causas que son los oficios que ejercitó de padre, las cuales he resumido de los sagrados doctores: son haber sido ayo, padrino, padre de compañas, tutor, padre adoptivo, amo que crió, padre elegido, dueño, marido de su madre, y padre de buenas obras de Jesús (BMC 2, 399).

─¿Ha dicho que José fue padre adoptivo?

─El padre adoptivo verdaderamente tiene nombre de padre del que adopta y recibe por hijo, aunque no le haya engendrado. Por esta vía declara San Agustín ser llamado José padre de Jesús; porque le adoptó y eligió por hijo y le tuvo en su casa e hizo heredero de su hacienda. Además, cuando un padre engendra a un hijo dale lo más que le puede dar que es la vida del cuerpo; y por amor de José no mató Herodes ni quitó la vida a Jesús cuando le andaba a buscar y mató a los Inocentes; luego Jesús en cierta manera le debe la vida a José; dejo aparte las demás buenas obras de criarle, sustentarle, regalarle y amarle con más entrañable amor que ningún padre a su hijo (BMC 2, 400; 401).

─¿También ha dicho que José, además de padre adoptivo, fue tutor?

─El glorioso San Andrés Jerosolimitano llama a San José tutor de la Virgen María, y de la misma manera le llama San Agustín, y el tutor de la madre también lo es del hijo. Pero, aunque no lo fuera de la madre, Ruperto dice que Cristo fue como menor o pupilo cuya hacienda y herencia administró José que tuvo cuidado de sustentarle y alimentarle hasta que llegase a los años que manda la ley, y así fue su verdadero tutor (BMC 2, 400).

─¿Piensa que Jesús sentiría auténticos sentimientos filiales hacia San José?

─Así como el rey natural se llama rey y es obedecido, así el rey hecho por elección se llama rey y es obedecido por rey. Dice San Juan Damasceno que, aunque José no engendró a Jesús, ni fue su padre natural, Jesús le eligió por padre. Y después de hecha esta elección le obedece, respeta y reverencia como hijo y él ejercita su mando, superioridad y gobierno como padre de Jesús (BMC 2, 400).

─¿Qué frutos espirituales produciría en José su paternidad adoptiva?

─Bien sé que así como no se puede pesar ni medir la luz a libras ni palmos, así no podemos determinadamente entender a qué grado de pureza llegó el alma de San José; más bien sabemos que ningún otro habló con Dios más familiarmente, más tiempo y con más ocasiones de alcanzar mercedes, y, como hemos dicho otras veces, el trato exterior de José con la humanidad de Cristo no estorbaba, antes disponía a más alta comunicación de su alma con la divinidad de Dios (BMC 2, 447)

─¿Podría  regalarme con algunos ejemplos?

─Basten dos. Primero: considero venir al Santo viejo José de fuera de casa cansado de trabajar para sustentar su familia y abalanzársele con ímpetu el dulcísimo Niño Jesús, lleno de amor y agradecimiento, y colgársele del cuello dándole mil besos, y una sola vez de estas causaría en el mayores efectos que si treinta años estuviera en el desierto en contemplación (BMC 2, 428).

─¿Y el otro ejemplo?

─Aunque José besase aquel divino pecho estando el niño durmiendo, siempre el corazón de Jesús está velando, que jamás duerme ni se adormece el que es guarda de Israel; y si por una vez que durmió San Juan Evangelista, le llama el Señor el discípulo amado, ¿cuál será el amor de José que durmió tantas? Y no sólo José dormiría en el pecho de Jesús, pero innumerables veces Jesús se adormecería sobre el pecho de José (BMC 2, 404).

─Finalmente, para redondear nuestra teología y espiritualidad josefinas, permítame hacerle una pregunta de corte histórico: ¿Se sabe cuándo murió José? ¿Dónde? ¿A qué edad? En todo caso, queda claro que murió antes que Jesús...

A todas estas preguntas, algo impertinentes, Gracián contestó a tono con ellas, es decir, yéndose por la tangente:

─Preguntan algunos contemplativos por qué permitió Dios que José no asistiese al pie de la cruz como asistió la Virgen. Responde un autor grave que era tan tierno y fervoroso el amor de José, que sin duda muriera de la fuerza del dolor de ver morir a su hijo en la cruz; y no quiso Dios dar a la Madre dos tragos juntos, de que viese la muerte del Hijo y del Esposo amado. El amor de la Virgen era sin comparación mayor que el de José; y era de mejor metal más firme, más constante y más fuerte; y por eso la reservó Dios para aquel trago, porque sabía muy bien que lo pidiera sufrir sin perder la vida (BMC 2, 406).

─Como conclusión práctica, y cual broche de oro de toda nuestra conversación ¿qué enseñanzas se desprenden de esta prematura muerte de San José?

─Que si es gran consuelo a la hora de la muerte hallar a la cabecera un siervo de Dios que ayude a bien morir; ¿cuál sería el regalo y consuelo de José cuando pasó de esta vida que tuvo a Jesús a su cabecera de la una parte y de la otra María? Cristo le tenía las manos y le miraba y consolaba en la agonía, cerróle los ojos cuando expiró y llamó innumerable multitud de ángeles que le acompañaron en su tránsito (BMC 2, 483).






























POSTDATA

Gracián fue elegido, en vida de Santa Teresa (que tanto lo quiso), primer Provincial de la Descalcez.

Durante su provincialato, y antes y después de él (o sea, a lo largo de toda su vida religiosa) fundó numerosos conventos, tanto de frailes como de monjas carmelitas.

Fue expulsado de la Orden el 17 de febrero de 1592, quitándole el hábito que tanto había amado y por el que tanto había luchado y sufrido.

Estuvo cerca de dos años cautivo en los baños de Berbería.

Obtenida la libertad, desplegó un incansable apostolado repartiendo su actividad entre Italia, España y Flandes.

Murió en Bruselas el 21 de septiembre de 1614.

Fue rehabilitado en 1595 por el papa Clemente VIII.

Es de esperar que el proceso de su canonización dé pasos de gigante a partir de la celebración del cuarto centenario de su muerte.




LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI






















[1]Para comodidad de los lectores, todas las citas que figuran con paréntesis en el presente capítulo las agrupamos al final del mismo.
[2]Al igual que en el capítulo precedente, todas las citas de éste las tiene al lector al final del mismo.
[3]Jerónimo Gracián, Historia de las fundaciones, MHCT 1, p. 640.
[4]Resulta emotivo ver cómo Gracián alaba el epistolario de Santa Hildegarda de Bingen, a quien Benedicto XVI declararía doctora de la Iglesia unos cinco siglos después.
[5] Obras completas de la beata Ana de San Bartolomé, MHCT 5, p. 234).
[6]Coincide Gracián en esta doctrina de los grados del amor con el propio San Juan de la Cruz. Con la diferencia de que éste solo pone diez grados y Gracián doce. Pero, fundamentalmente, es la misma doctrina. Veamos, por ejemplo, cómo comienza fray Juan a desarrollar el tema: “El primer grado de amor hace enfermar al alma provechosamente.” Véase 2N, capítulos 19-20.
[7]Expresión italiana que Gracián habría leído u oído tantas veces durante su estancia en Italia.
[8]Sin nombrar a la Madre Teresa, repite los mismos versos de antes.
[9]Elabora aquí Gracián una magnífica síntesis de la teología del cielo, tal como la han presentado siempre los tratados de dogmática tradicionales.
[10]Enseña lo mismo que antes, pero desde otra perspectiva más reducida.
[11]Ya habló Gracián antes de esto mismo, pero fue en un contexto diverso.
[12] Véase este simbolismo teresiano de las cuatro maneras de regar un huerto en V 11,7.
[13]Resuena en este pasaje la “Oración del alma enamorada” de San Juan de la Cruz.
[14]Ver el simbolismo teresiano de las dos velas de cera y el agua del cielo en el río, en 7M 2,6.
[15]La “Esposa de Cristo” equivale al alma, o sea, al cristiano en oración. Está Gracián comentando aquí el versículo: “Béseme el Señor con el beso de su boca” del Cantar de los cantares.
[16]Recuérdese que, según Gracián, las partes del método son siete: preparación, lección, meditación, contemplación, hacimiento de gracias, petición y epílogo
[17]Se excluyó el comentario del Avemaría por estar ya en el Catecismo, y porque nuestro tiempo no nos permitía ocuparnos de los tres.
[18]Recordará el lector que eso tuvo lugar cuando me contó lo de las apariciones de la Madre Teresa, así como el olor especial que despedía su cuerpo en diversas circunstancias y ocasiones.
[19]Gracián coincide con San Juan de la Cruz, no solo en la enumeración de los tres espíritus, sino en la misma descripción de su naturaleza, y hasta en la terminología (spiritus vertiginis). Véase: 1N 14, 1-3.
[20]Covarrubias explica esta palabra en “Tesoro de la lengua castellana”: ainas. Lo que decimos en latín parum abfuit, ainas que cayera, poco faltó que cayese.
[21]Entre las diversas acepciones de la palabra estación, el diccionario trae ésta: “Visita que se hace por devoción a las iglesias o altares”.
[22]El Catecismo de la Iglesia católica responde exactamente igual que Gracián a la clásica objeción de “los hermanos de Jesús” (nº 99).
[23] Gracián, en su “Josefina”, concluye el tema de los desposorios de José con esta simpática noticia: “He leído que uno de estos mancebos pretendientes de este desposorio fue Agabo, y que le deseaba de tal suerte, que intentó por vía de nigrománticos alguna extraordinaria señal, y como no alcanzase tan buena dicha, determinóse de jamás conocer mujer, y fuese con los padres que entonces moraban en el Monte Carmelo, como dice Juan, patriarca, donde vivió Santísimamente y vino a ser de los primeros cristianos bautizados y uno de los setenta y dos discípulos de Cristo.”
[24] Es muy agradable constatar cómo Gracián, en este tema tan controvertido de “las dudas de José”, ya pensaba, sensatamente, como la mayoría de los mariólogos actuales. Reproduzco el siguiente texto de uno de los mejores autores contemporáneos: “En primer lugar, no creemos demostrado el silencio de María, que en las dos hipótesis precedentes se da por supues­to. Nos parece más natural que María, virgen y con ideal de virginidad, haya desvelado a su desposado, partícipe en los mismos ideales, su nueva situación milagrosa debida a la acción del Espíritu Santo. Esa es la situación, en su complejidad de hallarse encinta y de acción de Dios como causa, descrita en su doble elemento en el v.18, ante la que se encuentra José. Su temor es un temor ante el misterio, ¿podía, con conciencia tranquila hacerse pasar por padre del niño venido de Dios?
 En esta situación interviene el anuncio del ángel de Yahvé. Para su comprensión es necesario traducirlo con la mayor exactitud posible, de manera que la traducción deje traslucir los matices del texto: «José, hijo de David, no temas tomar con­tigo a María, tu esposa, porque, es verdad, lo que ha sido engendrado en ella es obra del espíritu Santo, pero dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de su pecados”. Cándido Pozo, María en la obra de la salvación, BAC, Madrid 1974, p. 231.
[25] Que el lector no se extrañe de ver a Gracián hacerse eco de esta leyenda. Cuando yo estuve hace unos años en Tierra Santa la oí contar de viva voz. Y reproduje lo que oí en una Vida de María que compuse poco después. He aquí la página en cuestión: “Lo que ocurrió poco después lo explican algunos colocando el escenario a unos 500 mts. de la cueva del nacimiento. Saliendo de la Basílica se encuentra uno con la gran plaza y, siguiendo la calle que va por la izquierda, se llega a la Gruta de la Leche. Es un Santuario antiguo del siglo V. El edificio no puede ser más romántico y evocador. Aumenta su encanto la explicación que ofrece un buen lego franciscano, explicación a la que muy bien podría limar algunas de sus aristas más fabulosas. Explica, en efecto, con actitud beatífica, que este es el lugar donde vivió la Sagrada Familia desde poco después del nacimiento de Jesús. A esta casita vinieron los Magos para adorarle. La estrella, que los guiaba, se desintegró y cayó en un pozo cercano (que nos señala tímidamente). Luego añade que aquí alimentaba María al niño y que, en cierta ocasión, dejó caer algunas gotas de su leche, por lo cual la roca se hizo blanca. Si ahora la vemos ennegrecida, se debe al humo de las velitas que encienden los devotos. ¡Negro estaba yo de oír tales explicaciones! Para terminar, nos hace ir donde una imagen sedente de María que está dando de mamar al niño, y nos dice que es milagrosa. Algunos peregrinos, emocionados, prorrumpen en un leve suspiro, y echan unas monedas en el cestillo que está a los pies de la estatua”. Vicente Martínez-Blat, Vida de María, escrita en el lugar de los hechos, Editorial CESJC, San José 1985, p. 26.

[26] Vale la pena anotar aquí que Santa Teresita escenifica esta misma leyenda en su obra de teatro “La huida a Egipto”. Véase: Teresa de Lisieux, Obras completas, Editorial CEST, Desierto de las Palmas 1997, pp. 760-762.



3 commenti:

  1. Se ci fosse libro con la traduzione italiana sarebbe ancora meglio?

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  2. Ovviamente si!!! Spero che qualche anima buona me lo invii, così che io possa pubblicarlo su questo sito.
    Danila

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