Compartiendo una publicacion sobre el padre Gracian
Un saludo desde
Guatemala deseandote la gracia y la paz de Dios.
El próximo sábado 21 de
septiembre, iniciamos el IV Centenario de la muerte del P. Jerónimo Gracián.
Con este motivo, los AMIGOS DE GRACIAN hemos publicado un libro sobre el P.
Gracián titulado "Las enseñanzas espirituales del Maestro Gracián",
escrito por el P. Vicente Martínez Blat, OCD, el cual te enviamos en formato
PDF como obsequio.
El P. Vicente, presenta
de manera temática las "enseñanzas espirituales" que encontramos
"dispersas" en los escritos de Gracián. No se trata, por tanto, de un
estudio crítico sobre la espiritualidad de Gracián sino de una presentación
temática de textos de Gracián.
Al elegir los temas, el
P. Vicente ha tomado como telón de fondo el esquema del Catecismo de la Iglesia
Católica. Siguiendo el Catecismo se nos van presentando las enseñanzas de
Gracián sobre Dios, la Trinidad, Jesucristo, el Espíritu Santo, la Virgen
María, la Oración...
Recordemos, al ir leyendo cada uno de los temas, que el P.
Gracián es hijo del siglo XVI y que habla desde la teologia, eclesiologia y
espiritualidad de su tiempo, lo cual no quita profundidad y vigencia a lo que
dice, pero nos ayuda a nosotros a ubicar su experiencia y su enseñanza en un
momento historico concreto.
Que la lectura del libro
sea un primer acercamiento a las "enseñanzas espirituales" del
Maestro Gracián.
Con nuestra amistad y nuestra oracion
Los Amigos de Gracián
Informati da Padre Nicola Galeno che una terziaria legnanese (la sottoscritta) ha pubblicato per esteso il loro libro, hanno così risposto:
Informati da Padre Nicola Galeno che una terziaria legnanese (la sottoscritta) ha pubblicato per esteso il loro libro, hanno così risposto:
Si, contenti, molto. Agradezco la publicacion para dar a conocer al P. Gracian.
I N D I C E
I N D I C E
PRIMERA PARTE
CAPITULO
PRIMERO........................................................................
CAPITULO
SEGUNDO............................................................................
CAPITULO TERCERO.........................................................................
CAPITULO
CUARTO..........................................................................
CAPITULO
QUINTO..............................................................................
CAPITULO SEXTO....................................................................................
SEGUNDA PARTE
1. Dios y sus atributos
2. El misterio de la Trinidad
3. Jesucristo
4. El Espíritu Santo y sus dones
5. La Iglesia
6. El estado religioso
7. La vida sacramental
8. Las virtudes teologales
9. Las virtudes cardinales
10. Las virtudes morales
11. Los frutos del Espíritu
12. Pecados e imperfecciones
13. Las pruebas y la tentación
14. Los novísimos o postrimerías
15. La vida de la gracia
16. El mérito temporal y el eterno
17. La Santidad cristiana
18. Medios internos de perfección
19. Medios externos de perfección
20. La vida de oración
21. Las moradas del castillo interior
22. La alabanza y la acción de gracias
23. La petición y la intercesión
24. La meditación
25. Métodos de oración mental
26. La lección o lectura
27. Las restantes partes del método
28. La vida contemplativa
29. Un preludio del Catecismo
30. Los fenómenos extraordinarios
31. Éxtasis, raptos y arrobamientos
32. Otros fenómenos místicos
33. La unión divina
34. El misterio de María
35. Teología y espiritualidad de San José
36. Historia de la Sagrada Familia
PROLOGO
La Asociación “Amigos de Gracián” está de
enhorabuena, de plácemes. Esta Asociación se fundó con ánimo de dar a conocer
la figura y espiritualidad del Venerable Padre Jerónimo Gracián, y ello con
vistas a su futura canonización. Con tal finalidad se compuso una oración de
carácter privado y se pensó en elaborar algunas oportunas publicaciones. Entre
otras: una biografía y un florilegio de sus escritos.
Con el libro que presentamos hoy podemos decir
que ya tenemos esas dos cosas, aunque a pequeña escala. De hecho, el libro se
titula “LAS ENSEÑANZAS DEL MAESTRO GRACIÁN”, y consta de dos partes. La
primera, más breve, sirve de soporte a la segunda, que es la fundamental. Así,
pues, la primera es una sucinta biografía de Gracián, pero escrita exclusivamente
por la pluma de Santa Teresa. En la segunda parte se nos ofrece una síntesis de
la teología y espiritualidad del Padre Gracián.
La aludida biografía se detiene en recordar las
entrañables relaciones del P. Jerónimo con la Madre Fundadora, relaciones que
tanto lo llenaron humanamente y lo enriquecieron espiritualmente.
Por lo que hace al florilegio (que está
articulado de una forma amena en plan de diálogo), algún lector habría esperado
más pensamientos de su espiritualidad (o solos ellos) y menos de teología y
mística. Pero, de hacerlo así, habríamos recortado y reducido su riquísimo
magisterio lamentablemente. Por lo mismo, los lectores tendrán que hacerse a su
estilo literario, que dista mucho de los gustos de nuestros contemporáneos.
Como iniciador de la Asociación “Amigos de
Gracián”, tengo el gusto de ofrecer el presente escrito, no solo a todos los
miembros de la Asociación, sino a todos los simpatizantes y admiradores de
Gracián. Que él nos bendiga abundantemente en este cuarto centenario de su
muerte que vamos a celebrar.
Fray Luis David Pérez OCD
Guatemala de la
Asunción, 26 agosto 2014
en la fiesta de la Transverberación de Santa Teresa
OBSERVACIONES
1. Este libro no es para leerlo de un tirón.
Si, no obstante, alguien se empeñara en ello, pronto se le caería de las manos.
2. El libro tiene que ser leído a capítulo por
día, meditándolo sin prisas, para sacar de su lectura las pertinentes
aplicaciones espirituales.
3. Las obras de Gracián, que he utilizado para
la elaboración de este libro son las siguientes: Dilucidario del verdadero espíritu; Mística teología; Itinerario de los
caminos de la perfección; De la oración mental y de sus partes y condiciones;
Vida del alma; Apología; Espíritu y modo de proceder en la oración; Lámpara
encendida; Del espíritu y devoción; Declaración del Paternoster y del avemaría;
Sumario de devociones; Suma breve de la confesión y comunión; Conceptos del divino
amor; Arte breve de amar a Dios; Música espiritual; Arte de bien morir;
Discurso del misterioso nombre de María; Regla de la Virgen María; Josefina;
Sermones; Manera de proceder de la Madre Ana de San Bartolomé.- Todos
estos libros están publicados en “Biblioteca mística carmelitana”, en tres
tomos (BMC 1,2,3), Burgos, 1931, 1932, 1933 respectivamente. Obviamente,
también he utilizado su obra cumbre: “Peregrinación de Anastasio” (PA), pero no
a través de BMC, sino sirviéndome de la estupenda edición de Juan Luis
Astigarraga, en MHCT 9, Roma 2001.
4. Nosotros, al copiar algunos -bastantes-
pasajes de las mencionadas obras de Gracián, nunca las citamos por su nombre,
sino que indicamos el lugar donde se encuentran los pasajes señalando
únicamente la correspondiente página de BMC. Con esto pretendemos hacer más
fluida y agradable la lectura, sin lastrarla con citas demasiado explícitas que
no casan con la finalidad de las presentes páginas. Por el mismo motivo,
algunos pasajes no tendrán la cita acostumbrada. Sepa el lector entonces que
ello obedece a que el lugar donde se encuentran estos pasajes, en la BMC, es el
mismo de la cita que los precede. Más aún, y siempre por idéntico motivo: en
los capítulos dedicados al tema de la oración apenas se ponen citas en los
pasajes, pues el lector fácilmente puede adivinar a qué libros (de los que
hemos enumerado antes) debe acudir para encontrarlos.
5. La última observación, que hacemos, es muy
importante para gustar más la lectura de nuestro libro: los pasajes de los
escritos de Gracián que se citan (o mejor diríamos, que se reproducen en este
libro) son rigurosamente textuales.
Solo las dos o tres primeras palabras (a veces una; la mayoría de las veces,
ninguna; y que se separan del texto de Gracián por un punto y seguido), son
meros recursos literarios. Y ello a fin de que los diálogos o conversaciones
(que constituyen la urdimbre de este libro) puedan funcionar con normalidad
PORTICO
Residía yo por aquel
entonces en el monasterio del Desierto de las Palmas cuando recibí un correo
electrónico de fray Luis David, religioso carmelita descalzo nicaragüense. Apreciaba
éste mi afición a redactar vidas de Santos, pues ya conocía estas cuatro: Santa
Teresa, San Juan de la Cruz, Santa Teresita y la Beata Isabel de la Trinidad.
Me sugería en su correo que haría una buena obra si me decidiera a componer,
con ocasión del cuarto centenario de su muerte, una biografía del Venerable Padre
Jerónimo Gracián. Ignoraba fray Luis que estaba lloviendo sobre mojado. Es
decir, que también a mí, desde mi juventud, me había seducido la entrañable
figura del amigo especial de Santa Teresa. Había sucedido eso exactamente en
mis años de teología cuando tuve la suerte de que cayera en mis manos la deliciosa
“Peregrinación de Anastasio”.
Así que, recibido el encargo, puse al
punto manos a la obra. La biografía, al igual que en todas mis obras
anteriores, me exigiría el empeño por lograr darle tres características: rigor
científico, calidad literaria y amenidad. Esto último me obligaba a no narrar
escuetamente los hechos, sino a insuflarles dinamismo. Es decir, que debía
penetrar en los entresijos del biografiado para detectar sus pensamientos y
sentimientos en los momentos más importantes de su vida, y consignarlos por
escrito. Ardua tarea, sin duda. Y es que, para satisfacer tamaño requisito,
debía empezar por leerme todos los escritos de Gracián y extraer de ellos las
notas pertinentes.
Pero no lo pensé dos veces: me dirigí,
raudo, a la biblioteca del monasterio, y allí topé con la estupenda “Biblioteca
mística carmelitana”, que contenía lo que deseaba y buscaba: todos los libros
de nuestro Padre Gracián publicados hasta hoy. En un par de meses me los zampé
todos. Una noche estaba devorando el último, llamado “Josefina”, cuando, rendido
por el cansancio, dejé caer mi cabeza adormecida sobre el libro. Fue sobre el
penúltimo capítulo, que se intitulaba: “San José fue varón angélico”.
Y tuve un sueño. Se me apareció un
fraile carmelita calvorota, de rostro ovalado, frente despejada, ojos vivos,
tez cetrina, sonrisa apenas esbozada, que parecía mirarme con cariño. Pensé
enseguida que podría ser el Venerable Gracián, pues tenía el mismo aire de los
cuadros en que lo había visto representado tantas veces.
Sin darme tiempo
para más especulaciones, el fraile, ahora con una sonrisa franca, me dijo que
me daba las gracias por la biografía que pensaba escribir, y me deseaba que
llegase a buen puerto; pero que, eso no obstante, él me agradecería que, antes
de esa obra, acometiese otra en que diese a conocer una síntesis de su doctrina
espiritual. Al fin y al cabo -vino a decirme- mi vida ya la resumí yo mismo en
mi “Peregrinación de Anastasio”, que se ha reeditado varias veces. En cambio,
los escritos que compuse con tanta ilusión para que sirvieran de alimento
espiritual a los católicos de todos los tiempos, apenas si se han reimpreso, y
hoy son unos perfectos desconocidos.
Le pregunté qué cómo sabía él que sus
libros no se habían leído. Me respondió que, sin duda, se había cumplido lo que
él, premonitoriamente, había escrito años atrás: “Bien seguros estarán mis
libros de ir a manos de los carnales [poco espirituales]; porque ni ellos
gastarán dineros en los comprar, ni tiempo en los leer; ni fatigarán su ingenio
para los entender, contentos con su cieno de los gustos y regalos del mundo;
que por nuestros pecados más gustan estos tales de leer libros de caballerías y
de vanidades que libros de espíritu y devoción (BMC 1, 20).
Me sorprendió ese discurso, tan
pesimista, que no me esperaba. Pero no tardé en reaccionar y, con cierto
rebozo, le objeté que su doctrina, después de pasados cuatro siglos, tenía para
los lectores de hoy serios inconvenientes. El primero era éste: que tales
escritos carecían de actualidad y, de publicarse, resultarían más bien obsoletos.
Cogió Gracián mis palabras al vuelo, y no dudó en contradecirme, con cierta
vehemencia, asegurándome que su doctrina no era más que una glosa de los
Evangelios: y, por consiguiente, sus escritos estaban hoy tan obsoletos como
los mismos Evangelios.
Me dejó
descolocado. No obstante, aún le puse una segunda objeción: que, aparte la
mayor o menor actualidad de sus escritos, el problema radicaba en que su
lectura no sería del agrado de los lectores de hoy. Y ello tanto por la
densidad cuanto por la profundidad de su doctrina. “No sucederá así, -me replicó
de nuevo- si se sabe presentar mi doctrina de una manera amena, a modo de
diálogo, como lo hice yo en mi autobiografía. Que ya dije al principio de ella:
“Escribo este discurso en estilo de diálogo, porque es más apacible” (PA 2).
Aún iba a ponerle
otra pega, tan osada como las anteriores, cuando me desperté suave y
placenteramente, y la visión, como era lógico, se esfumó como por ensalmo.
PRIMERA PARTE
CAPITULO PRIMERO
Como yo no atribuyo a mis sueños un
carácter sobrenatural, pero me sirven de estímulo y acicate, lo primero que
hice al día siguiente, después de las oraciones y rezos acostumbrados, fue
proveerme de una buena libreta y de una buena pluma, y me dirigí a la ermita
más próxima. Era la ermita de Los Desamparados. Ya allí, me acomodé en un
rústico banquillo (que había puesto exactamente 43 años atrás, lejana época en
que había vivido en este monasterio) y extendí mi mirada ávidamente hacia el
lejano horizonte, que se dividía entre el cielo azuleado y la mar azulenca,
casi a partes iguales. Ese mar mediterráneo que Gracián había surcado tantas
veces, unas con el ánimo encogido por la tristeza (recién expulso de su Orden),
otras con el corazón rebosante de júbilo, cuando regresó de su cautiverio
africano.
Me
reconcentré enseguida y le pedí al querido Padre Gracián que, aunque invisible,
se sentase a mi lado para responder a todas las preguntas que pensaba hacerle
sobre sus enseñanzas espirituales. Entre los dos mantendríamos un vivo y
esclarecedor diálogo a lo largo de todo el tiempo que hiciera falta.
Y
antes de comenzar con el tema propiamente dicho, nos pareció bien a entrambos
que sería provechoso para los lectores recordar, a grandes rasgos, las relaciones
de Gracián con la Madre Teresa, la fundadora del Carmelo; relaciones que
moldearon definitivamente la poliédrica personalidad de nuestro carmelita. Para
romper el fuego, me adelanté a decirle con toda ingenuidad:
─Supongo
que todo comenzó aquel feliz día en que se encontraron los dos, cara a cara, en
el conventito de Beas, ¿O no fue así?
─Pues
no, no fue así -me respondió rápidamente. Y enseguida me aclaró que su
felicidad había comenzado, no en Beas, sino en la diócesis de Alcalá, recién
ordenado sacerdote. Y sin que yo se lo pidiera, se puso a desgranar sus
recuerdos emocionadamente:
─Cuando salí del Colegio teólogo era de 24 años
cumplidos, y aquel año me había ordenado de misa y ejercitaba el oficio del
púlpito en Alcalá y algunos lugares a la redonda, y confesaba a alguna gente
espiritual y otras almas de toda suerte.
Hizo un pequeño silencio como para saborear la
evocación de aquellos felices días de misacantano, y prosiguió:
─Acaeció que un día del señor San Francisco, a
quien quiero mucho, me dio gana de ir a decir misa a un monasterio de monjas
Franciscas que se dice San Juan de la Penitencia. Y como llegase allí, hallé
cerrada la puerta de la iglesia y el sacristán ido a su casa. Supe que allí
cerca había otro monasterio de Descalzas que se decía la Concepción. Fuíme allá
a decir misa, y hallé que no la habían oído ni tenían quien se la dijese y que
tenían obligación de una cantada aquel día.
Le interrumpí para asegurarle que aquello
había sido una feliz coincidencia. Pero Gracián me corrigió afirmando que, más
que coincidencia, había sido un hecho providencial.
─Rogáronme -continuó- les cantase la misa; me
excusé con que no sabía cantar. Porfiaron que bastaba que lo hiciera en tono
llano; hícelo. Y les prediqué del Santo del día, asistiendo al sermón sola doña
Catalina de Mendoza, que después fue suegra de don Francisco de Cepeda, sobrino
de la Madre Teresa de Jesús.
Acabada la misa, me pidió la Priora que pasase
al locutorio, que quería hablarme, y contándome la soledad y necesidad que
pasaban, me rogó que tornase allá para predicarles algunas veces, y me añadió
no sé qué de Elías y San Ángelo. Como yo nunca había oído hablar de esos Santos
a ningún franciscano, y menos con tanto ímpetu, le pregunté que por qué ella sí
lo hacía, y qué tenían que ver esos Santos con la orden franciscana. Me dijo
entonces que ellas no eran Descalzas Franciscas, como yo había creído, sino que
eran Carmelitas Descalzas. Me admiré de oír el nombre de tal Orden (que no
conocía, y que me parecía una invención nueva), y entonces caí en la cuenta del
ridículo que había hecho hablándoles a unas carmelitas todo el tiempo de
nuestro Padre San Francisco.
Me hizo gracia ese error del bueno de Gracián, pero no se lo
comenté porque quería que llegase cuanto antes a la conclusión de su curioso
relato. Él continuó con la felicidad pintada en su rostro:
─Una de las monjas me rogó que la confesase. Le
respondí que no sabía su Regla y Constituciones, y que mal podía hacer aquel oficio
no sabiéndola. Dijo que en secreto me las prestaría para una noche. Lo hizo
así, yo la estudié en puntos y me agradaron Y como decían allí de la Madre
Teresa de Jesús, comencé a tenerle afición. Y acudí algunas veces a decir misa
y a predicar y confesar a aquellas Hermanas.
Acaeció que predicándoles un día de la
Presentación de Nuestra Señora, dije en el sermón que Nuestra Señora había sido
Fundadora y Madre de esta Orden. Después del sermón quedé con grande escrúpulo
de haber dicho aquello, por no lo haber 1eído, sino imaginado de mi cabeza. Y
por penitencia de aquel descuido propuse de leer y escudriñar todas las cosas
que tocasen a esta Orden y saberlas de raíz.
─Y ¿cómo hizo para adquirir ese conocimiento?-
le interrumpí ahora, picado por la curiosidad. Me respondió con aire de
satisfacción:
─Un día me fui al Carmen de los Calzados y pedí
que me diesen algún libro si tenían del origen e historias de su Orden.
Diéronme el Speculum Ordinis
con mucho contento. Tomando, pues, este libro entre manos, en pocos días le
estudié y puse en puntos todo el suceso de esta Orden desde que comenzó de
Elías hasta el estado en que estaba. Y comencé con este cuidado a escribir
cosas de esta Orden y sobre la Regla; y escribí un tratadillo de la vida de los
Profetas de la Orden.
─¿Y se puede saber qué hizo con esos escritos?
─Se los envié a la Madre Teresa de Jesús. Y
ella me respondió agradeciéndome el envío.
─Afortunado ciertamente. ¿Y qué ocurrió
después?
─Supe de las casas de Pastrana y Mancera y el
Colegio que poco antes se había fundado allí de Descalzos, y diome grandísimo
deseo de que fuese muy adelante esto de los Descalzos. Y andando con estos
pensamientos, diome gana muy grande de tomar el hábito de esta Orden, la cual
vocación me duraría más de un año, con continua batalla interior, hasta que
aquel gran Cazador que roba corazones, Dios de majestad y poder infinito, me
rindió.
Intervine en este momento para expresarle que
me había interesado muchísimo todo lo que me había referido. Pero que, con todo
y eso, estaba ardiendo en deseos de oírle ya el relato del primer encuentro
personal con la Madre Teresa. Se avino a satisfacer mi curiosidad, y continuó:
─Aunque por cartas me había comunicado con la Madre
Teresa de Jesús, no nos habíamos visto y deseábamos conocernos. Ofrecióse a
este tiempo que estaban fundados en Andalucía los conventos de Granada, La
Peñuela y Sevilla, venir la Madre a la fundación del convento de monjas de Beas
y haber de ir yo a Madrid, desde Sevilla, por causa de la Visita apostólica. Sucedió, pues, que llegando a Beas por
el principio de mayo, me vi con la Santa Madre. Y estuvimos más de un mes
tratando los negocios de la Orden y muchas cosas de espíritu, examinando ella
lo que yo sabía, y haciendo yo pruebas de su perfección y obediencia, unas
veces con mortificaciones, otras con preguntas dificultosas de oración; y de
todas maneras experimenté no haber conocido jamás alma que así me satisficiese
como la de la Santa Madre, y fue muy grande el amor que Dios puso en mi corazón
a ella y en ella para conmigo.
─¿Y recuerda algo en concreto de esos gloriosos
días?
─Sí, especialmente dos sucesos inolvidables. He
aquí el primero. En este mismo monasterio de Beas quise experimentar qué sentía
la Madre si la dejaba de dar la comunión y mortificarla en este caso. Y así,
concerté con una religiosa que estuviese aparejada para comulgar; y al tiempo
que llegó la Madre a comulgar, no le quise dar a Nro. Señor y mandé que se
llegase la otra y comulgase. Ella se puso en un canto del coro en oración, y
como después contó, fueron grandes los regalos y mercedes que Nro. Señor le
hizo en la consideración de su bajeza y de la indignidad que tiene un alma para
recibir tan alto huésped, y experimentó las mercedes que Dios hace a quien se
quieta dejando de comulgar por obediencia, y decía que en muchos tiempos no
recibió tantos favores del Señor.
─Y la otra anécdota, ¿en qué consistió?
─Ya que era Pascua del Espíritu Santo, para
experimentar la obediencia de la Madre Teresa, díjele que tratase con Nuestro
Señor y le pidiese luz para que declarase cuál sería mejor: ir desde allí a
fundar a Madrid, que se ofrecía entonces ocasión, o a Sevilla, donde tanto
importaba monasterio de monjas reformadas. Ella, después de haber tenido sobre
este caso oración, respondió que ya tenía luz de que convenía ir a Madrid,
porque teniendo allí casa de monjas se harían mejor los negocios de la Orden.
Le dije yo, con todo eso, que fuesen a Sevilla. Como pasaron dos o tres días,
después de haberle dicho que fuesen a Sevilla, sin que replicase por parte de
la fundación de Madrid, díjele que pues tenía hecho voto de hacer lo más
perfecto en negocios graves, y de su espíritu le habían asegurado los hombres
más doctos, más graves y más Santos de toda España que era bueno, y Nro. Señor
de la manera que solía hablarla la había dicho que fuese a fundar a Madrid, y
yo la mandaba ir a Sevilla, por qué no me había replicado. Respondióme que ni
aquella revelación ni todas cuantas hay en el mundo que tuviera le aseguraba
tanto de la voluntad de Dios como lo que el Prelado decía, porque la obediencia
tenía ella por fe ser voluntad de Dios y las revelaciones no.
─¿Se redujo a esos dos hechos su primer
encuentro con la Madre?
─No, que hubo algo más. Sólo que esotro lo supe
poco después por unos papeles que ella misma me entregó. Estaban escritos de su
puño y letra. He aquí lo que decían.
Y
al punto Gracián procedió a su lectura: “Año de 1575 en el mes de abril,
estando yo en la fundación de Beas, acertó a venir allí el Maestro fr. Jerónimo
Gracián de la madre de Dios, y habiéndome yo confesado con él algunas veces,
aunque no teniéndole en el lugar que a otros confesores había tenido para del
todo gobernarme por él, estando un día comiendo sin ningún recogimiento
interior, se comenzó mi alma a suspender y recoger de suerte que pensé me
quería venir algún arrobamiento, y representóseme esta visión con la brevedad
ordinaria, que es como un relámpago.
Parecióme que estaba
junto a mí Nuestro Señor Jesucristo de la forma que su Majestad se me suele
representar, y hacia el mismo lado derecho estaba el mismo maestro Gracián y yo
al izquierdo. Tomónos el Señor las manos derechas y juntólas, y díjome que éste
quería tomase en su lugar mientras viviese y que entrambos nos conformásemos
en todo, porque convenía así. Quedé con una seguridad tan grande de que era de
Dios, que aunque se me ponían delante todos los confesores que había tenido
mucho tiempo y a quien había seguido y debido mucho y que me hacían mucha
resistencia, la seguridad con que aquí quedé de que me convenía aquello, y el
alivio de parecer que había ya acabado de andar por el camino que iba con
diferentes pareceres y algunos que me hacían padecer algo por no me entender,
aunque jamás dejé a ninguno pareciéndome estaba la falta en mí, hasta que se
iba o yo me iba.
Tornóme otras dos veces a decir el Señor que
no temiese pues El me le daba, con diferentes palabras. Y así me determiné no
hacer otra cosa, y propuse en mí llevarlo adelante mientras viviese, siguiendo
en todo su parecer como no fuese notablemente contra Dios, de lo que estoy bien
cierta no será, porque el mismo propósito que yo tengo de seguir en todo lo más
perfecto creo tiene, según he entendido. He quedado con una paz y alivio tan
grande que me ha espantado.
El 2º día de Pascua de Espíritu Santo después de esta mi
determinación, viniendo yo a Sevilla, oímos misa en una ermita en Écija, y en
ella nos quedamos la siesta. Estando mis compañeras en la ermita y yo sola en
una sacristía que allí había, comencé a pensar la gran merced que me había
hecho el Espíritu Santo una víspera de esta Pascua, y diéronme grandes deseos
de hacerle un señalado servicio; y no hallaba cosa que no estuviese hecha. Y
acordé que, puesto que el voto de la obediencia tenía hecho, no en la manera
que se podía hacer de perfección, y representóseme que le sería agradable
prometer lo que ya tenía propuesto con el padre fr. Jerónimo; y por una parte
me parecía no hacía en ello nada, por otra se me hacía una cosa muy recia,
considerando que con los prelados no se descubre lo interior, y que en fin se
mudan y viene otro si con uno no se hallan bien, y que era quedar sin ninguna
libertad interior y exteriormente toda la vida. Y apretóme un poco y aun harto
para no lo hacer. Esta misma resistencia que hizo a mi voluntad me causó afrenta
y parecerme que ya había algo que no hacía por Dios ofreciéndoseme, de lo que
yo he huido siempre.
El caso es que apretó de manera la dificultad,
que no me parece he hecho cosa en mi vida, ni el hacer profesión, que me
hiciese más resistencia, fuera de cuando salí de casa de mi padre para ser
monja. Y fue la causa que no se me ponía delante lo que le quiero, antes
entonces como a extraño le consideraba, ni las partes [cualidades] que tiene,
sino sólo si sería bien hacer aquello por el Espíritu Santo. En las dudas que
se me representaban si sería servicio de Dios o no, creo estaba el detenerme. A
cabo de un rato de batalla, dióme el Señor una gran confianza, pareciéndome
que yo hacía aquella promesa por el Espíritu Santo, que obligado quedaba a
darle luz para que me la diese, junto con acordarme que me le había dado
Jesucristo Nuestro Señor; y con esto me hinqué de rodillas y prometí de hacer
todo cuanto me dijese por toda mi vida, como no fuese contra Dios ni los
prelados a quien tenía obligación. Advertí que no fuese sino en cosas graves
por quitar escrúpulos, y que de todas mis faltas y pecados no le encubriría
cosa a sabiendas, que también es esto más que lo que se hace con los prelados;
en fin, tenerle en lugar de Dios interior y exteriormente... Bendito sea el que
crió persona que me satisficiese de manera que yo me atreviese a hacer esto.
Paréceme ha de ser para gloria de Dios, y así torno a proponer ahora de no
hacer jamás mudanza.”
Acabada la lectura de tan preciosos
documentos, Gracián me comentó que, desde Beas se fue derecho a Madrid, donde
estaba ya negociado que el nuncio Ormaneto le diese un Breve para visitar y
reformar los conventos de todos los Descalzos y Calzados de Andalucía. Por su
parte, la Madre se partió para Sevilla a la fundación de aquel convento,
llevando consigo las Madres María de San José, Isabel de San Gabriel y otra que
murió supriora de Sevilla, acompañándolas el padre fray Gregorio Nacianceno.
CAPITULO SEGUNDO
Ayer, Gracián me había contado que el primer
encuentro que tuvo con la Madre fue en la villa de Beas, a la que ella había ido a
fundar un monasterio. Corría el año 1575. La Madre tenía ya 60 años, y él
apenas 30, y hacía muy poco que había tomado el hábito de Descalzo en Pastrana.
En realidad, yo sabía de él muchas cosas que ahora voy a referir, pues creo que
aunque las tendría bien conocidas, por modestia, no me las querría contar. Como
que la misma Madre Teresa, al escribir sobre él dejaba de decir muchas cosas pensando
pudiera venir a sus manos y apenarle. Y es que desde el primer momento la Madre
quedó prendada de él. Le veía hombre de muchas letras y entendimiento y
modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida. Según le contentó, no
le parecía le habían conocido los que se lo habían loado (1) [1].
Tan era así que tocar su fama era herirla a ella en la niña de sus ojos. Oír
una palabra contra él, no lo podía llevar (2). Alguna vez le dijo que no
querría que hiciese cosa que nadie pudiese decir que fue mal, que esto le
daría mucha pena (3).
En el extremado aprecio que la Madre le
profesaba no era ajeno el mismo Jesucristo. Por aquellos mismos días de Beas
-abril de 1575- a Teresa le vino un arrobamiento y tuvo una visión: se le
representó Jesucristo. Al lado derecho estaba el maestro Gracián y, al
izquierdo, Teresa. Tomó el Señor las manos derechas de ambos y las juntó, y le
dijo que quería tomase a Gracián en su lugar mientras viviese, y que entrambos
debían conformarse en todo (4).
Al mes siguiente
-camino de la fundación de Sevilla-, Teresa se encontró en Écija. Después de
oír misa en una ermita, donde se quedaron las religiosas que la acompañaban,
ella, sola, permaneció en la sacristía. Era la hora de la siesta. Como era el
segundo día de Pascua del Espíritu Santo, comenzó a pensar la gran merced que
le había hecho el Espíritu Santo una víspera de esta Pascua, y le dieron
grandes deseos de hacerle un señalado servicio. Al cabo de un rato, le dio el
Señor una gran confianza, se hincó de rodillas y prometió hacer todo cuanto Gracián
le ordenase, como no fuera pecado. En otras palabras: tenerle en lugar de Dios,
no sólo exterior sino interiormente. A Teresa le pareció que había hecho gran
cosa por el Espíritu Santo, y así quedó con gran satisfacción y alegría (5). Ya
en Sevilla, y a los pocos días de estar en la ciudad, se halló muy recogida
pidiendo a Dios por Gracián. Entonces entendió estas palabras: “Es mi verdadero
hijo, no le dejaré de ayudar” (6).
El 9 de agosto de
1575 -también en Sevilla- súbitamente le vino un recogimiento. Y su espíritu se
halló (dentro de sí) en una floresta y huerto muy deleitoso. Vio allí a
Gracián, nonada negro, sino con una hermosura extraña. Encima de la cabeza tenía
como una guirnalda de gran pedrería. Y muchas doncellas andaban delante de él con
ramos en las manos, todas en cánticos de alabanzas a Dios. Había una música de
pajaritos y ángeles, de que gozaba su alma, aunque Teresa no la oía. Pero sí
oyó estas palabras: “Este mereció estar entre vosotras, y date prisa si quieres
llegar a donde está él” (7).
Estos y otros
favores divinos explican que la Madre se deshiciera en elogios cuando hablaba
de él. Al jesuita Pablo Hernández, su confesor en Toledo y viejo amigo, le
decía que era uno de los grandes siervos de Dios que había tratado y de más
honestidad y limpieza de conciencia (8). Al P. Rubeo, General de la Orden, le
aseguraba que Gracián era como un ángel, y que si le conociese, se holgaría de
tenerle por hijo (9). Y a Isabel de Santo Domingo (que siendo Priora de
Pastrana, en 1572, le había conquistado para la Descalcez) le certificaba que,
por más que le trataba, “no había entendido aún el valor de este hombre.” Era
cabal en sus ojos, y para las monjas mejor que lo supieran pedir a Dios (10).
Ni que decir tiene
que, aparte de las cualidades morales, la Madre estaba prendada de sus dotes
intelectuales. No sabía adónde tenía cabeza para tanta trapaza e ingenio (11).
Actuaba con tanto talento que las cosas, tal como las hacía, no parecían
creederas (12). Y no sólo ella, también Julián de Ávila -y todos en general-
estaban perdidos por él (13). Con todo, decía, “el tiempo le quitará un poco de
la llaneza que tiene, aunque, cierto, es fruto de su Santidad” (14).
Todavía más: sus
dotes de gobierno no eran para descritas, siempre según la Madre. No habrá
ningún Superior “como su Padre Gracián” (15). Siempre acertaba en mandar (16).
Le habían dado poder sobre todos los descalzos y descalzas, y no les podía
venir cosa mejor (17). Ni ahora ni nunca habrá otro con quien así se pudiera
tratar. Todo lo cual se entendía porque, como le había escogido el Señor para
los principios de la Descalcez, y éstos no los habrá cada día, así tampoco
habrá otro semejante a él (18).
Mientras la Madre
le prodigaba tantas alabanzas, sus enemigos comenzaron a tramar su destrucción
y ruina. Y, a fuerza de delaciones y calumnias, lograron derribarle
parcialmente. Era el año 1577. El Nuncio Sega le sentenció y castigó con
dureza. Entre otras cosas, le prohibió taxativamente escribir a la Madre o
recibir cartas de ella. Por supuesto que obedeció. Pero, en espera de la
intimación de la sentencia, le escribió, profundamente dolido, una última
misiva. La Madre la recibió el día de Navidad, y contenía unos acentos tan
dramáticos, que, como ella misma confesó, "aunque tuviera muchos años de
su vida, no se le olvidara" (19). El contenido exacto de esta carta se
perdió; pero podemos rastrearlo gracias a la misiva que, sobre el mismo asunto,
y con infinita pena, él mismo envió a las carmelitas, y que por habérselo yo suplicado,
accedió a leérmela ahora. Decía así:
“Por el encerramiento perpetuo y no permitir
que aun los parientes vean el rostro, permite Dios que sean tenidas por libres;
en pago del continuo silencio y perpetua oración y presencia de Dios, que sean
tenidas por vanas; en pago de la perpetua mortificación, por livianas y
chocarreras; huelgo de ver este premio en esta vida porque espero de ver las
coronas de ello en la otra. Mas pésame de ser yo la ocasión por haber entendido
yo en esta Reforma, aunque forzado de la obediencia del Nuncio y mandado del
Rey, que de necesidad había de tener émulos en ella, y así les suplico me
perdonen por las entrañas de Jesucristo.
Y si los falsos testimonios que han
dicho tocaran solamente a mí, alegrárame mucho y agradeciérales a los que los
dicen, que me acuerdan estas faltas que mi amor propio me hace olvidar y mis
vicios ignorar. Mas porque sé cuán sin culpa están Vuestras Reverencias, a
quienes juntamente infaman, me pesa en el alma con presupuesto de hacer lo que
pudiere por no volver a entender con semejante gente, y rogar siempre a Nuestro
Señor en mis oraciones y sacrificios les dé tanta gracia y amor suyo como yo deseo.
Amén. De Alcalá de Henares, 22 de octubre de 1577. Menor hermano de Vuestras
Reverencias, FR. JERONIMO GRACIAN DE LA MADRE DE DIOS” (20).
Leída la carta, que
antaño había mandado a las religiosas, Gracián dio un suspiro. Como yo lo noté fatigado a causa de la lectura
de un documento que le recordaba cosas tan tristes, le sugerí que podríamos
dejar para otro día el resto de su narración. Le pareció de perlas, y así nos
retiramos a descansar.
______________________________________
Las 20 citas de este capítulo se refieren a los
escritos de Santa Teresa, en concreto, el Epistolario y Cuentas
de conciencia: E 23, 1 y E 24,1; E 159,7; E 113, 1; CC 29; CC 30;CC 32;
CC 34; E 342,4; E 45,2; E 298, 2; E 88,2; E 220,2; E 298,3; E 90, 1; E 159,2; E
109,2; E 26,4; E 220, 1; E 144, 4; BMC, 12, 289.
CAPITULO TERCERO
Al día siguiente
enhebró su apasionante relato con un halo de tristeza reflejado en su rostro. Y
es que, cuando evocaba ciertos acontecimientos dolorosos de la vida de la Madre
no podía evitar ponerse mohíno. Siguió, pues, contándome:
─La Madre, tras haber leído mi carta, pasó dos
días -el 25 y 26 de diciembre- con harta pena. Y no era para menos. Era tal el
cariño que me tenía que todo lo que a mí me dañaba le repercutía a ella. Me lo
había demostrado con gran claridad muchas veces. Entre otras, éstas: estando
yo en Peñaranda se me quejó de que ahora ya no merecía padecer ella, sino era
sentir lo que padecía quien bien quería, que era harto mayor trabajo (21) [2];
en otra ocasión me confió que había buscado el Señor buen término para que ella
padeciera en querer que se diesen los golpes donde le dolían más, que era en mí
(22); más aún: el temor que tenía siempre era que la habían de tocar en este
"Sancta Sanctorum" (así me llamaba), y era tentación harta lo que en
esto tenía, y a trueque de que no se hiciera esto, pasaría con que todo
lloviera sobre ella (23)…
Fueron días nefastos para la Madre. Y lo que le daba mayor
pesadumbre era que de los dichos -en especial los deshonestos- que se habían levantado
contra nosotros, yo pretendía hacer probanza, es decir, excusarme. Pensaba
ella que, puesto que eran disparates, lo mejor era reírse de ellos, y dejarlos
decir. A ella, en parte, le daban gusto. Hasta el punto de permitirse, incluso,
alguna que otra chanza al respecto. Cierto día en que yo me encontraba muy
abatido por las cosas tan feas que decían de entrambos, ella comenzó a reírse
diciéndome: “¿No me afrento yo, y háse de congojar él?” (24).
No obstante esta actitud tan pusilánime de
Gracián, la Madre Teresa decía que su perfección “la tenía espantada”. Y ello
porque gran tesoro tenía Dios encerrado en su alma, ya que él hacía oración
especial por quien le levantaba esos testimonios falsos (25). Tan falsos que,
si fuere menester, todas las monjas descalzas -con la Madre a la cabeza-
jurarían que nunca le habían oído palabra ni se había visto en él cosa que no
fuera para edificarlas (26).
─Por fortuna, -dijo Gracián retomando la
palabra y ruborizándose un poco- pasada la tormenta, y remansadas las aguas
momentáneamente, la prueba no dejó otra cosa que un aquilatamiento del amor de
la Madre por mí.
Y estaba en lo cierto. Sabía yo por las cartas
de la Madre que, de hecho, encontrarse lejos de él le hacía cada día más
soledad para su alma (27). En parte también porque, después que él andaba en
esas ausencias, ella no había podido tratar de su alma cosa que le diese alivio
(28). A veces, dejada la soledad que le hacía haber tanto que no sabía de él,
le era cosa recia no saber a dónde estaba (29). Por eso deseaba estar donde se
pudieran ver a menudo, que se consolara mucho su alma (30). Pero, ya que esto
no era posible, le recomendaba alabar a Dios que le hizo tan agradable con los
que le trataban, que a “la pobre Teresa” todo le cansaba, ya que nadie parecía
henchir el vacío que él había dejado; que no había apaciguar ni sosegarse su
alma si no era con Dios y con quien, como él, la entendía; que lo demás le era
tanta cruz que no lo podía encarecer (31).
Es comprensible, por tanto, que envidiara a
quienes tenían la dicha de convivir con él. Era la dicha que tenían las
descalzas de Sevilla. Él se encontraba allí por razones de su oficio. La Madre
escribió a las monjas diciéndoles que les tenía harta envidia la buena y
descansada manera con que gozaban de él; que no merecía ella tanto descanso, y
así no tenía por qué quejarse (32). Al año justo -y pasadas las Navidades-
volvió a escribirles con la misma cantinela: que qué buenas pascuas habrán
tenido, pues tenían allá a su padre, que así lo fueran para ella (33).
─Felizmente, -siguió diciendo Gracián en tono
confidencial que yo acogí con gran respeto-, la soledad y lejanía se rompían o
quedaban atenuadas de tanto en tanto. Causaba este efecto el esporádico carteo
entre los dos. Cuando ella me escribía, “no sabía acabar” (34). Aunque hacía
mucho que no recibía carta mía, y se quejaba por ello, ella no hacía sino
escribirme (35). Cuando yo le escribía, le era gran regalo a ella ver que “su
Gracián” no la olvidaba (36). Cada vez que veía cartas mías a menudo, querría besarme
de nuevo las manos (37). Si en alguna ocasión, yo pasaba por alto responderle
algo, me acusaba de haberme “tornado muy vizcaíno” (38). Por lo demás, decía
que mis cartas eran de provecho, no sólo para su alma sino para las demás
religiosas que, “como unos sermones se leían estando juntas todas” (39).
A
través de sus cartas, la Madre, no sólo se preocupaba de mi bien espiritual (llegó
a decirme que en lo que iba todo su descanso era en que Dios me guardase con
mucha Santidad), sino también de mi misma salud física. En esto era de una
solicitud rayana en el escrúpulo, un desvelo casi obsesivo (40).
Por ejemplo, encontrándose en Alcalá en 1578,
me confió que harta merced le hacía en estar tan gordo con todo el trabajo que
tenía (41). Al año siguiente, y estando todavía en la misma ciudad, me confesó
que, con la calor que hacía, no me querría ver en ese lugar (42). En el mes de
diciembre de 1581 me escribió a Salamanca rogándome que le hiciera saber cómo
estaba de los pies, que buen frío debía sufrir, y sospechaba que debía de tener
“frieras”, que no era otra cosa ese mal del que le había hablado. Además,
estaba con pena si había caído en ponerme más ropa, que hacía ya frío (43). A
mediados de octubre, y residiendo yo en Toledo, me recomendó que durmiera más,
y que me dejara de oración las horas que había de dormir (44). Por la Cuaresma
de 1581 se acordó mucho qué de mala color estaba el año pasado y me suplicaba,
por amor de Dios, que no me diese tanta prisa a sermones esa cuaresma ni
comiera pescados muy dañosos, porque aunque yo no lo echaba de ver, luego me
hacía mal (45).
No quise
interrumpir estos recuerdos de Gracián que él rememoraba con profunda humildad,
pues curiosamente, aunque hablaba de él, parecía hacerlo pensando solo en esa
mujer Santa que tanto le había amado. Así continuó diciendo casi en tono
divertido:
─Le preocupaba también que yo fuera tan mal jinete.
Le daban enojo tantas caídas;…me aconsejaba que sería bien me atasen para que
no pudiese caer. También le parecía “una locura” andar diez leguas en un día,
que en una albarda era para matar (46). Esto me lo escribió en 1575. Cinco años
después volvió sobre el mismo tema: traía temor que el machuelo que montaba no
había de ser bueno para mí, y creía sería bien que me comprase otro. Sólo temía
no comprase algo que “me derrocase”, que con el que tenía, como era chiquillo,
no se le daba tanto que cayese (47). En fin, que como ella no podía atenderme
personalmente, me pedía que me dejase cuidar de las monjas; y a su hermana,
Juana Ahumada, le aseguraba que, si fuera por allá “su Padre Gracián”, todo el
regalo y voluntad que me mostrare será hacérselo grande a ella (48).
Como se habrá observado, ternuras más
que de madre. Y es que así era como ella se sentía a mi respecto. Tanto que, al
año de haberme conocido, llegó a escribirme con increíble desenvoltura: “Estaba
yo pensando cuál querría más a vuestra paternidad de las dos: hallo que su
madre tiene marido y otros hijos que querer, y yo no tengo cosa en la tierra
sino este padre” (49).
Ese amor tan sin doblez, tan espontáneo, no
podía dejar de causarme extrañeza. Sobre todo, porque no me creía digno de él.
Por eso, un día me atreví a reprenderla advirtiéndole que no me quisiera tanto
ni me mostrase tanto regalo. Su reacción me espantó todavía más. Me dijo entre
risas socarronas y maliciosas sonrisas: “¿No sabe que cualquier alma, por
perfecta que sea, ha de tener un desaguadero? Déjeme a mí tener éste, que por
más que diga, no pienso mudar el estilo que llevo" (50).
Si a mí me espantaban tales salidas de la
Madre, lo que a ella le espantaba era que yo, siendo tan mozo, no me cansase de
ella, que era tan vieja. Pero ella misma daba la explicación: lo hacía Dios
porque se pudiera pasar la vida que le daba con tan poca salud y contento, si no
era en esto (5l).
Pero, en fin -y ya
termino- para que nunca me alarmara por ese amor tan especial que me profesaba,
me dijo algo en dos ocasiones que me tranquilizaron definitivamente. Lo
primero: que no le hacía impedimento lo que me quería más que si no fuese
persona (52). O sea, que me veía más como un ángel que como un hombre mortal.
Lo segundo me lo escribió desde Toledo: “Bien puede estar sin pena, que el
casamentero [Dios] fue tal y dio el nudo tan firme, que no llega a tanto la
bobería de la perfección, porque antes ayuda su memoria a alabar al Señor”
(53). Todo esto me lo reafirmó solemnemente más tarde al asegurarme, con palabras
que no tenían precio, que “siempre le había parecido un enviado de Dios y de su
bendita Madre, la cual me había traído a la Orden para ayuda suya” (54).
_____________________________________________
Las presentes citas se refieren al
epistolario de Santa Teresa y a su libro Fundaciones:
E 121,9; E 122,1; E 165,2; E 227; E 63,6; E 57,7; E 137,5; E 136,2; E 171,1; E 129,8;
E 165,6; E 216,5; E 223,1; E 109,12; E214,1; E 88,4; E95,1; E 120,4; E405,3; E
86,4; E 118,7; E 137,5; E 174,3 y E 72,5; E 104 1 E 106,2 y E 106,7; E 157, 3;
E 72,5; E 154,9; E 26,5; E 82,7; Esc p. 388; E 269,9 y 270; E 99,5; F 23,5;
CAPITULO CUARTO
Casi toda la noche me la pasé en blanco.
Dándole vueltas a todo lo que Gracián me había contado: ¡una amistad tan
especial e inaudita con la Madre Teresa! ¡Un trato más que de amigos, más que
de hermanos! ¡Como el de una madre con su hijo o el de un padre con su hija!
Apenas
vi a Gracián aquella mañana le
manifesté mi profunda gratitud por haberme contado con tanta sencillez y
humildad la historia de sus relaciones con la Madre. Y, puesto que se habían
querido tanto, quise saber si él había sentido mucho su partida al cielo, y
dónde se encontraba cuando se enteró de la luctuosa noticia. Me explicó con
cierto aire nostálgico reflejado en su rostro:
─Estaba yo visitando el convento de Beas
cuando vino la nueva de haberse ido al cielo la Santa Madre Teresa de Jesús; y
al tiempo que me dieron la carta, estaba allá dentro de la clausura, por
estárseles muriendo la Priora del convento llamada Catalina de Jesús. Las
monjas con esta nueva, y yo mismo, nos afligimos mucho, haciendo demostración
de gran sentimiento; pero recatábamos de mostrarle por amor de la priora que,
como estaba tan al cabo, temíamos le acabaríamos la vida, si le dijésemos esto.
Pero entendiendo la dicha priora la tristeza que tenían las monjas y yo,
hízonos llamar y díjome con gran instancia que dijese de qué estaba triste. Y
como yo lo encubriese por no darle pena, replicó ella: “No dejen de decirme la
verdad de todo; y si la tristeza que tienen es por haberse ido al cielo la Santa
Madre Teresa de Jesús, no es eso cosa nueva para mí; no me dará pena, aunque me
lo digan.”
Preguntéle yo muy de propósito por qué decía
aquello. Respondió que el mismo día que vine y dije misa en el monasterio, que
fue otro después del glorioso San Francisco, al tiempo que la quería comulgar a
la misma priora, le pareció que de hacia la parte del altar vio venir
visiblemente a la Santa Madre Teresa de Jesús con aquella misma forma que ella
solía venir a comulgar, y la dijo: “Hija, ya me voy al cielo; di que no tengan
pena de mi ausencia, que más ayudaré a la Orden desde allá que desde acá, y no
echen juicios sobre la causa de mi muerte, que lo último con que se me salió el
alma fue un ímpetu de oración.” [3]
Tras un relato tan emotivo, le pregunté si ese
mandato de la Madre de que no tuviesen pena de su ausencia se había cumplido en
su caso. Me respondió que sí, que no tuvo gran pena de su ausencia, sino
alegría de saberla ya en el cielo. Que la única pena que había sentido había
sido la de no haberse hallado presente en la hora de su muerte. No obstante, incluso
esa pena le había sido atenuada oportunamente. Y ello gracias al relato que le
hicieron de aquella dichosa muerte algunos testigos presenciales. Quise saber
de qué testigos se trataba, y me declaró que habían sido las monjas de Alba y,
en especial, la hermana Ana de San Bartolomé, pues con ella conversó sobre esto
estando en Amberes. Deseoso de conocer ese relato, ya que, por venir de quien
venía, debía de ser muy interesante, le pregunté si lo recordaba, porque me
gustaría oírlo de su boca. Me respondió que, para él, era imposible olvidarlo y
que, con mucho gusto, me lo regalaría, si tenía la paciencia de escucharle.
Y
este es el relato sobre la muerte de la Madre Teresa con que me obsequió
Gracián:
─Llegó la Santa Madre Teresa de Jesús a la
casa de Alba día de San Mateo apóstol a las seis de la tarde. Recibiéronla las
Hermanas con la reverencia y devoción que solían, tomando su bendición y
besándole la mano, la cual ella la daba con mucha alegría y apacibilidad, que
lo solía hacer pocas veces, diciéndoles palabras muy amorosas. Venía muy
cansada del camino y fatigada de muchos dolores; y así, se acostó luego
importunada de sus hijas, diciéndoles: Oh, válame Dios, hijas, y qué cansada me
siento y qué de años ha que no me acosté tan temprano. Bendito sea Dios que he
caído mala entre ellas».
Anduvo
ocho días levantada, y rezaba el Oficio divino aunque andaba muy mala y era
tanta su flaqueza, que no dejaba a los médicos entender la calentura que tenía.
Pidió que la Sangrasen por el quebrantamiento que traía. Hiciéronlo, y mandaron
que se estuviese en la cama, porque eran grandes las congojas y dolores que
padecía. Pidió la subiesen a una enfermería alta que tiene una reja al altar
mayor para ver misa, de donde la vio, y todo un día estuvo embebida en oración.
Estuvo
en esta enfermería dos días y una noche, y desde esta oración nunca más hizo
caso de lo que los médicos decían de su vida, y salió de ella pidiendo que el
Padre fray Antonio de Jesús, vicario provincial, que estaba allí, la entrase a
confesar. Entró luego, diciéndole que no nos dejase, sino que pidiese a Dios
muchos años de vida, pues era tan necesaria. Respondió que no era ya necesaria
su vida, que no se cansasen en esto, que ya tenía cerca su partida.
Estando
en estas pláticas, le dio una gran congoja, de manera que se le comenzó a
levantar el pecho. Vinieron los médicos con gran prisa y mandáronla bajar donde
antes estaba, por estar fría la enfermería. Dábanse prisa a aplicarle
medicinas; ella sonreíase, haciendo un ademán con la mano, diciendo: “Quítense
de ahí, que lo que no es no es.” Dióle perlesía en la lengua, que con
dificultad hablaba. Esto fue el martes. Y el miércoles por la mañana la echaron
unas ventosas sajadas, que admitió de muy buena gana por ser medicina penosa. Y
desde esta hora comenzó a decir con mucho espíritu, repitiendo muchas veces
estos versos: Cor contritum et
humiliatum, Deus, non despicies; y Cor mundum crea in me, Deus; y Ne projicias me a facie tua, el spiritum Sanctum tuum ne auferas a me.
Y este mesmo día en la tarde pidió el SSmo. Sacramento.
Estaba a este tiempo tan caída y mortal, que
no se podía levantar de la cama sin mucha ayuda de las Hermanas, mas así como
entró el SSmo. Sacramento, se sentó con mucha ligereza y grande fervor, y se le
puso el rostro tan encendido y grave, que no se dejaba mirar; estaba venerable
y hermosa, no como de la edad que tenía, sino como si fuera mucho más moza.
Acabado esto, preguntóla el Padre que si Dios la llevase de
esta enfermedad, ¿quería que la llevasen a Ávila o quedarse en Alba? A esto
respondió como que le daba pesadumbre oírlo, diciendo: “¿Tengo yo de tener cosa
propia? ¿Aquí no me darán un poco de tierra?” En toda esta noche no dejó de
padecer muchos dolores. Y a las siete de la mañana, el jueves, que era día del
señor San Francisco, se echó de un lado, el rostro sonrosado en la oración, en
la cual estuvo con tanto sosiego y quietud, que no se meneó más hasta las nueve
de la noche, que expiró, que fue a cuatro de octubre del año del Señor de mil y
quinientos y ochenta y dos, en el mismo día que se hizo el salto del año de los
diez días, porque luego otro día se contaron quince.
─¿Y qué hay de eso que
se corre de que ella conoció con antelación el día de su muerte?
─A ese propósito sé yo de esta Santa Madre,
que más de diez años antes que muriese sabía el tiempo de su muerte y lo traía
escrito en su breviario, y aunque no se colige con claridad, porque hay algunas
cifras suyas, pero sácase que de la edad que dicen algunos que subió al cielo
Nuestra Señora, le reveló Cristo que había de morir, que fue sesenta y ocho
años. Y sin duda ninguna, aunque la enfermedad no parecía grave a los ojos de
los médicos, desde aquella oración grande que tuvo en el coro, ella se desahució
de la vida para comenzar a vivir.
No se contentó Gracián
con hacerme esa escueta confidencia, sino que, acto seguido, añadió como para restarle
importancia a la noticia:
─Hace Su Majestad que los fundadores que dan
principio a alguna religión o congregación o manera de vivir, tengan vida y
muerte maravillosa para el bien de sus súbditos y para que hagan provecho los
preceptos que dejaren.
─Aparte eso -apostillé yo muy convencido-, lo
que más me admira aquí y ahora en la Madre es su actitud, tan alegre, ante la
muerte.
─Es lógico. Del Santísimo Sacramento del altar
dice el glorioso San Juan, que es verdadero pan que bajó del cielo y da vida al
mundo. Y pues esta sierva de Dios muy muchos años comulgó cada día con licencia
de los más doctos y graves hombres de España, ¿qué mucho que al tiempo de su
partida tuviera tal vida y fuera abrazada con su Vida, sin que se le hiciera
nuevo el partir de esta vida?
─También he oído decir que la muerte de la Madre
fue parecida a la de San Jerónimo.
─Sí, fue como la de San Jerónimo al pie de la
letra, pues como él, la Santa Madre despreció su sepultura, dio consejo a sus
hijas, recibió el SSmo. Sacramento con gran devoción, dijo versos de los
salmos, viéronse cosas celestiales a la hora de su partida, apareció a muchas
personas y quedó su cuerpo con gran fragancia de olor, como te quiero contar.
─Cosa que le agradezco
mucho, pues le estoy escuchando con sumo interés.
─Quedó, en acabando de expirar, su rostro
hermoso a maravilla y blanco como de alabastro, y las manos y pies con la misma
blancura, que parecía que se transparentaban, y tan tratables y agradables al
tacto de los vivos como si estuviera viva, que suele ser bien extraordinario
en los cuerpos muertos. Fue tan grande la fragancia de olor que salía de su Santo
cuerpo al tiempo que la aderezaban, que transcendía en toda la casa, y a las
hermanas que con ella estaban les fue necesario abrir las ventanas por no poder
sufrir la fuerza y demasía del olor, el cual quedó en todas sus vestiduras y
ropa y en las demás cosas que sirvieron en su enfermedad, en tanto extremo que
de a muchos meses una hermana lega, oliendo continuo aquel olor en la cocina y
buscando de dónde salía, halló debajo de una arca una salserita de sal con los
dedos señalados en ella, que le llevaban cuando estaba enferma, y de allí salía
aquel olor. Y otra hermana bien sierva de Dios de aquella casa carecía del
sentido del olfato; y afligiéndose, como ella no olía lo que las demás, llegóse
a sus Santos pies, y abrazada con ellos, los olió y quedó con su sentido vivo
para oler aquel mismo olor, y duróle en las manos la misma fragancia mucho
tiempo, de tal suerte, que aun en acabando de fregar le olían.
─¿Y no hubo algunas
otras señales?
─Muchas más. Y me gustaría contártelas,
especialmente las que acontecieron en su Santo cuerpo, ropa y vestiduras. Que
así como fue compañero en los trabajos y lo será después de resucitado el día
del juicio en el resplandor de la gloria, lo fue también en algunas maravillas
que Dios obró con él al tiempo y después de la muerte.
En Valladolid, en casa de la Condesa de
Ossorno y en otras partes, se enseñó un palillo pequeño de orozuz que la Santa
Madre metió en su boca para hacer como hisopillo poco antes que muriese; y
quedó con tanta fragancia de olor, que estando muchas señoras con cuentas y
guantes de ámbar, sobrepujó el olor del hisopillo.
Yo mismo, siendo
Provincial, y mi compañero fray Cristóbal de San Alberto, en el monasterio de
Alba fuimos importunados de las religiosas que descubriésemos el cuerpo, porque
tenían sospecha que le habían puesto desacomodadamente. Y yo, aunque lo rehusé
mucho, al fin le descubrí; y cavando de sobre el sepulcro más de una carretada
de cantos, cal y ladrillos, vimos cosas maravillosas que te quiero contar.
Cuanto a lo
primero, las piedras y ladrillos que sacaban echaban de sí un olor suavísimo; y
llegando cerca unos guantes de ámbar, perdieron el olor de todo punto y
quedaron con el olor del cuerpo. El ataúd hallamos rompido, y que se había
entrado toda el agua y humedad de la cal; y sacándole, estaba la madera y
vestidos podrida y el cuerpo ennegrecido de la cal. Llegando cerca del cuerpo,
olía con una fragancia muy grande y un olor tan fuerte, de suerte que casi no
se podía sufrir sin hacer daño a la cabeza, de la manera que huele el ámbar o
almizcle o algalia cuando está en la bujeta; pero de más lejos y aparte era
suavísimo olor. Estaba todo el cuerpo entero, sin falta de cosa alguna; y tan
grueso como si acabara de expirar, sin haberse enjugado nada, tanto que aun los
pechos estaban tan llenos como cuando estaba viva, y la Sangre como si fuera
fresca, habiendo ya más de dos años que estaba sepultada. Pusímosle hábito y
capa nuevo y en una arca grande de la sacristía, la cual quedó en el hueco en
el mismo lugar que antes estaba, tabicándolo, que estaba macizo; y las
vestiduras con que fue sepultada, que juntas con el cuerpo olían muy bien,
apartadas de él quedaron con el olor malo de la humedad.
─Y dígame ¿era éste el
mismo olor de cuando murió?
─No, que más suave era, como a la manera del
poquito de orozuz. Y más tarde en el sepulcro no olía siempre de una suerte,
porque en diversos días de Santos tenía diversidad de olores: unas veces a
azucenas y rosas, otras a bálsamo, y otras a olores celestiales de que gozaban
aquellas hermanas: cuando estaban en maitines junto a su sepulcro. Y unos días
olía más que otros, que no estaba siempre en un ser, y con más eficacia unas
veces que otras.
─Y una vez que la
Madre se fue al cielo, ¿ya no se hizo presente más en este mundo?
Gracián tardó un poco en responderme como si
estuviese midiendo las palabras. Tras esa breve pausa, me dijo que sí, que,
incluso a él mismo se le había aparecido en varias ocasiones; o, al menos, que
él la había sentido presente. Al manifestarle mi deseo de que me contase
algunos casos, se explayó así:
─Diré lo primero lo que me acaeció una
domínica cuarta de cuaresma estando rezando maitines como a las tres de la
mañana; y ninguna cosa estaba devoto, sino antes cansado y soñoliento.
Parecióme que alzando los ojos vi con ellos un rayo de luz, de figura piramidal,
que comenzaba la punta desde mis ojos y se iba dilatando hasta llegar al cielo;
y al cabo de esta luz, vi claramente a la Santa Madre Teresa de Jesús muy
resplandeciente con la misma luz, de edad más moza que ella murió, que sería
como de edad de cuarenta años, con su manto blanco. Y en un instante que esto
pasó, parece que me dijo estas palabras: “Los de acá y los de allá seamos unos
en pureza y en amor: los de acá gozando, vosotros padeciendo; y lo que nosotros
hacemos con la esencia divina, haced vosotros allá con el SSmo. Sacramento.” Todo
esto pasó en un momento.
─Mas quiero proseguir adelante contando otro
suceso. Otra vez, diciendo misa en un monasterio, paréceme haber tenido la
misma asistencia de la Madre juntamente con Nuestra Señora y Jesucristo nuestro
Señor crucificado. Y con mucha fuerza y veras me hicieron proponer que en todas
las cosas buscase la mayor honra y gloria de Dios. Lo segundo, que procurase la
mayor atención que pudiese a la misa. Lo tercero, que tuviese gran cuidado de
los negocios de la Orden. Lo cuarto, dióseme a entender esta regla de espíritu:
que no todo lo extraordinario de espíritu es de Dios ni todo es del demonio,
aunque quien lo tenga sea muy Santo o muy pecador, y que hacer regla general en
esto es principio de grandes engaños.
─A lo que veo, la Madre solo se le
aparecía en el coro o en la iglesia...
─No solo ahí, porque otra vez, estando
pidiendo a la misma Madre que no se apartase de mí, parece que respondió: “No
te apartes tú de Dios y no me apartaré yo de ti”. Razón clara es esa, que pues
los bienaventurados están en la eternidad transformados en el mismo Dios,
gozando de su divinidad, quien quisiere estar con ellos, no se aparte de su
Dios. Y cosas de este jaez, es decir, acordarme de la Madre y sentir su
presencia me acaeció otras veces.
─Le di a entender que me encantaría
conocerlas. Él, aunque se sentía incómodo por tener que hablar tanto de sí
mismo, tampoco quiso defraudarme. Con todo, me precisó que, puesto que se
trataba de algo accesorio y en lo que no valía la pena insistir demasiado, me
referiría solo dos sucesos. Fueron estos:
─Otro día, estando rezando las Horas
canónicas, y acordándoseme que las solía rezar muchas veces con la Santa Madre,
y procurando tenerla en la misma presencia como si me ayudara a rezar, paréceme
se me daba una luz para entender los salmos que iba diciendo, tan grande que de
cada palabra pudiera escribir muchos pliegos de papel. Y particularmente se me
declararon estos versos: Nisi quod ex
tua meditatio mea est, tunc forte periissem in humititate mea, que quiere
decir: si no me acordara de tu ley, perdiérame en mi humildad. Donde se me
declaró el daño que se hace con una pusilanimidad en los que gobiernan,
bautizada con título de humildad, porque la verdadera perfección consiste en un
deseo grande de que se guarde la ley de Dios con perfección.
Finalmente, otra vez, diciendo misa,
acordándome de los grandes ímpetus que solía tener la Santa Madre de morirse
por ver a Dios, que le eran más duros que la misma muerte, paréceme que me dio
a entender que procurase los mismos ímpetus en el deseo de hacer la voluntad de
Dios y lo más agradable a Su divina Majestad en esta vida, y que esto sería de
gran fruto. Asentóseme entonces este deseo con mayor eficacia y procuré
ejercitarme en este deseo.
Hizo un breve silencio y, dando muestras
de que ya no quería seguir hablando de sus cosas, concluyó:
─Innumerables otras cosas son las que me han
pasado, que nunca acabaría de contar. Mas como entiendo que ninguna de estas
que he dicho son sobrenaturales sino ordinarias y agudezas de mi proprio
ingenio, no quiero ocupar más tiempo en decirlas, que hago agravio a muchas
personas de verdadera oración y espíritu, de quien sé haberles acaecido cosas
sobrenaturales y altísimas que os pudiera contar. Mas porque ahora es tarde, quédese
para otro día.
CAPITULO QUINTO
Como por las últimas palabras de Gracián, intuí que quería
cambiar de tema, le propuse que podíamos dejar esas “cosas sobrenaturales y
altísimas, que les acaecieron a muchas personas de verdadera oración y
espíritu” (según me comentara ayer) para rastrear, siquiera someramente, la
influencia que en la doctrina espiritual del propio Gracián habían ejercido los
escritos de la Madre. Que para ello debíamos comenzar por establecer cuántos libros
había escrito, por qué los había hecho, cuál era su contenido y si él había
tenido algo que ver en su redacción o difusión. Aprobó cálidamente mi propuesta
y, apenas hube terminado de hablar, tomando él las aguas de más arriba,
puntualizó:
─No
soy yo tan pertinaz ni el que menos quiso a la Madre Teresa de Jesús, pero
entiendo que no hará tanto al caso decir sus maravillas, como sus virtudes; ni
sus visiones y aparecimientos, como su oración y continua obediencia; ni la
doctrina que haya revelado en muerte, como la que dejó escrita en vida. Que,
según dice San Juan Crisóstomo, las maravillas y milagros de un justo son como
la leche y la miel, y sus virtudes y fe como el pan y la carne. Y la leche y la
miel son dulces, pero no sustentan, antes, si se come mucho, hinchan y
corrompen, pero el pan y la carne sustentan y fortalecen. Así, las maravillas y
cosas extraordinarias de espíritu de esta sierva del Señor daránnos deleite,
pero el conocimiento de sus virtudes, eso es lo que más nos ha de hacer al
caso.
Tardé en
apercibirme de que ese improvisado panegírico que acababa de endilgarme no era
más que un pequeño desahogo. En efecto, sin solución de continuidad, prosiguió
con toda llaneza:
─Y
pasando ahora al tema de los escritos ha de saber que una de las cosas en que
más me caen en gusto los libros de la Madre Teresa de Jesús es que al tiempo
que va en una doctrina provechosa, parece que se le olvida y se divierte a unas
exclamaciones y a otra doctrina, no menos necesaria pero no a propósito de lo
que iba diciendo, y vuelve de a gran rato como olvidada de lo que trataba. Vese
claramente en el estilo, no ir escribiendo con el artificio del entendimiento
sino movida con la fuerza del espíritu y luz sobrenatural, cuya orden es no
tener orden sino provecho. Y ¿queréis ver a la clara cómo libros que nacen de
espíritu no tienen orden? Ninguno hay de los de romance más espiritual que el
Contemptus mundi, y no tiene orden ni principio ni cabo, sino que dondequiera
que abriéredes, aquello parece que es principio y cabo de lo que el alma ha
menester.
También me cae
en gracia ver unas ignorancias en que cae al cabo de haber escrito altísimas
delicadezas, que da bien a entender no nacer lo que escribe de la ciencia
natural adquirida por vía de discurso del entendimiento, sino de la ciencia
sobrenatural dada al entendimiento sin discurso y con quietud por vía de la
voluntad; como es al cabo que ha escrito grandes delicadezas y modos que tiene
el entendimiento en la parte superior, cae en que no es todo uno la imaginación
y el entendimiento, y el pensamiento que es la obra de la imaginación, y el
concepto que es la del entendimiento, siendo cosa muy sabida; y otras a este
tono. También me cae en gracia algunas proposiciones que dice arrojadizas, que
nacen de la confianza o gran fuerza del amor y parecen malsonantes en los oídos
de los que no han llegado a aquella alta cumbre de espíritu que ella tenía; mas
bien entendidas y declaradas al propósito que ella las dice son admirables y
católicas.
Tras una breve pausa,
ya entró decididamente en materia:
─El primer libro que la Madre escribió, se
llama el libro grande de su Vida. Contiene cuarenta y un capítulos en los
cuales declara cómo el Señor la comenzó a llamar desde niña, y la vocación que
le dio a la Religión y de la manera que fue procediendo en su espíritu y
devoción estando en ella, y las grandes mercedes que en ella recibió. Trata por
una admirable comparación del agua (de quien era muy aficionada) y las cuatro
maneras que hay de regar con agua, que son agua sacada del pozo, agua de noria,
agua de pie y agua del cielo, y las cuatro maneras que hay de modos de espíritu
y oración, pone al cabo grande multitud de visiones y revelaciones que tuvo, y
cómo se fundó el convento del glorioso San José de Ávila. Lleva un estilo tan
excelente y unas palabras tan sabrosas, que parece bien dictado por el Espíritu
Santo. Y si de alguna cosa se podría desagradar en algo, es en hacer demasiada
instancia escribiendo sus pecados y en quererse abatir y humillar exagerando
demasiadamente sus faltas; pero quien conoció su humildad, sabrá lo que padeció
en contar las mercedes grandes que recibió del Señor que en alguna manera
pudiera recibir tal mortificación de hacérselas contar si no es con el alivio
de exagerar sus faltas.
La
ocasión que la Madre tuvo de escribir este libro fue porque como le daba Dios
tantas cosas de visiones, revelaciones y, arrobamientos y ella era amiga de no
ser engañada, trataba con los más letrados que podía acerca de su espíritu:
unos la aseguraban; otros que diera higas a aquella visión que veía, que era
una figura de Jesucristo resucitado con una corona de espinas en la cabeza, que
le decía muchas cosas, así acerca de los monasterios que había de fundar como
de otros particulares sucesos; otros la aseguraban en que era Dios.
Ella buscaba siempre los hombres más doctos
que podía haber que fuesen menos aficionados a cosas extraordinarias de
espíritu; y como también éstos la asegurasen en que era bueno el espíritu que
llevaba, parecióles que los inquisidores le darían más luz.
Y
así, trató estos negocios con el inquisidor Soto, que después fue Obispo de
Salamanca. Respondióle que ellos no se entremetían en examinar esas cosas, sino
en castigar lo que fuese contra la fe; que hiciese un memorial de todas ellas y
le enviase al Padre Maestro Ávila, que estaba entonces en Montilla y era varón
muy espiritual, y le daría luz de todo. Ella, por esta ocasión y por mandado de
los confesores, escribió, en lugar de la relación de lo que pasaba en su
espíritu, este libro grande. Y el Padre Maestro Ávila le leyó, y en respuesta
le envió una carta.
─También escribió un
libro especialmente para sus monjas ¿verdad?
─Así es: el segundo libro que la Madre compuso
fue un libro de exhortaciones y avisos a las hermanas Descalzas Carmelitas de
Ávila, llamado Camino de Perfección,
donde bien provechosamente para las almas escribe del amor de Dios y del
prójimo, de la mortificación, oración, contemplación, y da muchos avisos para
ser verdaderas religiosas; declara en él el Pater noster y es libro de grande
erudición y provecho.
Yo leí ese libro que hizo imprimir en Évora el Ilmo señor don
Theotonio, arzobispo de aquella ciudad, y luego se imprimió en Madrid con
licencia que el Consejo real tuvo concedida para ello. Y me contentó
grandemente, porque la doctrina que allí pone de perfección y costumbres de religiosas,
bien parece que nace de un alma experimentada 40 años en religión, y ejercitada
en la perfección y vida espiritual y con luz interior del Espíritu Santo,
porque de otra manera no se acertarían a decir cosas tan altas y a propósito.
Llegado a este
punto me permití interrumpirle para recordar cómo algunos habían criticado el
libro porque decían que llevaba estilo muy de mujer, sin orden ni artificio,
haciendo unas digresiones largas y bajando a algunas menudencias que no eran
para impresas.
─Ninguna cosa tiene a mi parecer mejor -replicó
Gracián- que ese estilo que reprehenden, porque se va de tal manera acomodando
al ingenio de las mujeres y respondiendo a todas las menudencias que pasan en
sus corazones, que ningún hombre se supiera declarar de aquella manera, y
cualquier otro estilo artificioso no hiciera tanto fruto. Y a este propósito
diré que un librito, llamado Avisos,
que daba a sus hijas y los guardaba con mucho rigor, no sé si los compuso ella
o se los dieron los Padres que la confesaban. Mas ya hemos dicho harto de este
libro, vamos al tercero.
─Otro libro escribió la Santa Madre declarando
muchos lugares de los Cantares de Salomón, con tanto espíritu y soberano
estilo, que admiraba a quien le leyó. Era libro grande, y aunque no iba por el
orden que la sagrada Escritura lleva en los Cantares, declaraba algunos versos
con mucho provecho de las almas. Acaeció que comunicando con un confesor el
haberle escrito, se le mandó quemar, a lo cual obedeció sin réplica, y quemóle.
Habíanse trasladado de él dos o tres capítulos de la paz del alma que andan entre
sus papeles y son dignos de admiración, de los cuales se colige lo que debía de
haber en el libro.
No pude dejar de
reiterarle a Gracián mi pena porque la Madre Teresa hubiera quemado aquel
escrito. Me replicó entonces que, por asociación de ideas, ese lance le había
traído a la memoria a la famosa Maridiaz. Quise saber de quién se trataba:
─Era una labradorcita de cerca de Ávila, que
vivió en tiempo de la Madre Teresa de Jesús, de quien pudiera escribir grandes
cosas, alcanzó por la oración puntos tan altos y delicados de teología, que
venían a comunicar con ella grandes letrados de Salamanca. Y así no tuvo razón
el confesor que mandó a la misma Madre Teresa de Jesús quemar un libro que
había escrito sobre los Cantares, haciendo escrúpulo sin por qué, y un pedazo
que de ellos quedó (como dije antes), que había trasladado una monja, da
muestra cuál sería todo el libro (BMC 1, 182).
Ante mi repetido lamento a causa de la
quema realizada por la Madre, Gracián se creyó en la obligación de hacerme ver
el lado positivo:
─Podría ser que haya hecho más fruto ese libro
quemado que leído, porque ese ejemplo vivo de obediencia y humildad, no
replicando al confesor y teniendo tan en poco sus trabajos y conceptos que
luego quemase el libro, enseña más que cuantos conceptos ella pudiera hacer
sobre los Cantares. Porque por la mayor parte, somos amigos de la honra y
estimar nuestras cosas y no fáciles en arrojar y quemar lo que ha costado algún
trabajo de escribir y componer; y así, acaece que si un confesor nos dice lo
que no querríamos, mudamos uno y otro hasta que hallamos quien nos aconseje al
gusto de nuestro paladar. Por otra parte, si supieras de la manera que la Santa
Madre Teresa de Jesús escribía estos libros, ni te admirarías de haber quemado
el que compuso sobre los Cantares, ni tendrías temor de que haya error alguno
en los que quedaron enteros. Y esto quiero yo decir tratando del cuarto libro
que compuso, que es de Las Moradas,
que lo que pasó en ello sé por experiencia. Pero de todo esto hablaremos mañana
cumplidamente.
CAPITULO SEXTO
Como
yo ya conocía la providencial intervención de Gracián en la composición del
libro de Las Moradas y, por
otro lado, había oído decir que era el mejor libro que se había escrito después
de la Biblia, puse mis cinco sentidos en escuchar, sin perderme una sola
sílaba, lo que prometió ayer contarme sobre el referido libro. Comenzó con
cierto engolamiento en la voz:
─El libro de Las Moradas escribió la Beata Madre Teresa de Jesús por mi
causa, que siendo yo su prelado se le mandé escribir estando en Toledo. Mandéle
yo, su Prelado, por obediencia muy estrecha, que lo que se le acordase de cosas
de espíritu y oración lo escribiese, aunque fuesen algunas cosas ya dichas en
el libro grande [el libro de la “Vida”], para provecho de las hermanas y para
entender sus espíritus; y que llevase diferente estilo del que llevaba en el
libro grande de quien hablamos antes, porque allí particularizaba cosas que a
ella le habían acontecido, y el Prelado quería que fuera con doctrina llana y
universal. Ella obedeció y fue escribiendo el libro de Las Moradas. Y ninguna obediencia se le hacía pesada sino ésta,
por la vergüenza y confusión que le daba de ver que se hiciese caso de ella y
de lo que escribía, y ninguna cosa tenía de mayor gusto que mandárselo quemar;
y así, muy fácilmente obedeció cuando le mandaron quemar el libro sobre los
Cantares.
Y ninguno de sus libros escribiera si la
obediencia no se lo mandara, porque los confesores o los prelados le hicieron
escribir lo que escribió, y nunca se fiaba de cosa que hubiese escrito, sino
luego lo daba al mismo confesor o a otros teólogos para que le viesen, gustando
mucho que le quitasen y enmendasen y la tratasen como a ignorante: como acaeció
en este libro de Las Moradas,
que le leyeron delante de ella dos teólogos, y si alguna palabra había a que se
pudiese dar mal sentido, se la borraban con gran contento suyo.
─Pero, ¿de qué trata
el libro? -inquirí con cierta impaciencia. Él prosiguió sin alterarse:
─En este libro finge que el espíritu de la
oración es como un castillo en el cual hay siete moradas, que son siete estados
de espíritu en que el alma puede tener oración. Y porque en cada uno de estos
estados acaecen muchas cosas y hay diversidad de modos de oración, por eso
llama a cada uno de ellos moradas primeras o moradas segundas, y no morada. Y
porque mientras más va el alma entrando en Dios, más va entrando en sí hasta
llegar a la suprema y soberana unión, y mientras más fuera de sí está, más
imperfecciones tiene que se van quitando cuando va entrando más dentro de sí,
va procediendo este libro con un artificio maravilloso en la sabiduría y
teología mística, llevando desde sus principios la doctrina con un estilo tan
alto y comparaciones, que admira a quien lo lee. Declara muy en particular todo
lo que pertenece a la doctrina de los arrobamientos y paz del alma y la
soberana unión, que por mucho que de ello hayan otros escrito quizá no les
habrá comunicado el Señor tanta claridad para explicar estas cosas como allí
están declaradas.
─¿Queda algún otro libro importante? -le
pregunté.
─Sí; también escribió la Santa Madre un libro que
llaman de las Fundaciones, en
el cual escribe lo que le sucedió al tiempo de las fundaciones de los conventos
que ha hecho, nombra las personas que las favorecieron, sucesos raros que le
acaecían y los grandes trabajos que padecía. Es libro para gran consuelo de sus
hijas, viendo las mercedes que Dios le hacía cuando las fundaba; de grande
ánimo para los flacos, por el ejemplo de tan valerosa mujer, y que con tan poca
hacienda y favor hiciese cosas tan grandes; y pone confusión a los pusilánimes
y tibios, y finalmente, admiración a todo el mundo. Es el estilo por vía de
historia y que deleita a los que le leen con la suavidad de los sucesos que
lleva; y también declara doctrina de perfección y virtudes. No está en este libro
la fundación de Ávila, porque de eso trata en el libro grande, de quien
hablamos antes.
─¿Se acabaron ya los escritos?
No, porque, demás de estos libros,
escribió algunos tratados breves aunque bien compendiosos y provechosos de
todos los cuales se puede recopilar un libro que se intitula “De diversos
tratados”. Uno de estos es de cómo ha de visitar el Provincial que fuere las
monjas Carmelitas Descalzas. Dale para esto avisos de mucho provecho y es
doctrina de grande utilidad porque quien no hubiere tenido mucha experiencia, pensando
hacer fruto en la visita de estas hermanas, les hará mucho daño y
dificultosamente cualquier hombre que sea, por más ingenio que tenga, puede de
raíz entender las condiciones de las mujeres y allí se pintan de tal manera y
se dice cómo el Provincial se ha de haber con ellas que con mucha facilidad irá
haciendo fruto.
Finalmente compuso otro de unas Exclamaciones después de haber
comulgado. Es gran motivo para mover a devoción a cualquiera que lo leyere;
comienza por estas palabras “Oh, vida vida” etc. Otro compuso de unos efectos
de oración que comienza “El día de Ramos”; y otro de otros efectos de oración
que tuvo que comienza “Acabando de comulgar el 2° día de Cuaresma”; otro de lo
que le acaeció en el camino desde Beas a Sevilla, cuando iba a aquella fundación.
Y semejantes cosas están escritas en este libro, lo cual es para darte motivo
de alabar a Dios viendo lo que Su divina Majestad hace con un alma. Finalmente,
recuerdo que, al fin de las anotaciones que escribí sobre los Conceptos que hice imprimir de la B. Madre
Teresa de Jesús, recopilé la doctrina del amor de Dios, de que allí se trataba,
con un ejemplo del árbol, en que se hallan raíces, tronco, brazos, ramos,
hojas, flores y fruta, porque la doctrina abreviada y asentada sobre algún buen
ejemplo suele ser más clara y provechosa (BMC 1, 222).
─Aparte los libros susodichos, sabemos que
escribió muchas cartas, ¿cuántas, más o menos?
─Si se hubiesen de colegir las cartas que la Santa
Madre Teresa de Jesús escribió a diversas personas y la doctrina y avisos que
en ellas da con la mucha devoción que pone a quien la lee, sería un libro de
los más provechosos y deleitosos que hubiese. Gustaba harto nuestro católico
rey don Felipe cuando leía alguna carta suya, y no menos la serenísima
princesa de Portugal doña Joana, y los excelentísimos Duques de Alba, a quien
ella escribía muy a menudo, y otras muchas personas que guardan sus cartas como
una viva doctrina para su bien. Imitaba al glorioso apóstol San Pablo, de
quien era muy devota, en gobernar sus monasterios con cartas que de ordinario
escribía a todas las prioras, y a cualquiera otra monja que tuviese necesidad
de algún consuelo y aviso; y demás de esto, a los prelados y otros particulares
religiosos, para avisarlos y animarlos a las cosas de la Religión, les escribía
ordinariamente.
Y a todos los amigos y personas
principales que hacían los negocios de la Provincia, ella era quien con cartas
las incitaba, granjeaba y tenía contentos, cumpliendo con todos con tanta cortesanía,
discreción, aviso y espíritu, que pocas cartas he visto en mi vida que sean más
de estimar que las suyas. Escribía siempre por su mano una letra muy legible y
agradable, con tanta facilidad y velocidad como se suele escribir la procesada.
Y eran tantas las cartas que escribía, que muchas veces estaba hasta las doce y
la una de la noche escribiendo cartas y despachando correos.
Hizo una breve pausa,
y prosiguió columpiándose con este deseo:
─Bien quisiera yo que se recopilasen las cartas
más importantes, y se hiciese de ellas un libro, porque en tiempos venideros
aprovecharán harto aquellos avisos. Y vemos que aprovechan ahora las cartas que
escribió Santa Catalina de Sena al papa Gregorio onceno y al papa Urbano VI y a
otras muchas personas; y las epístolas de Constancia, hija del príncipe
Camarín, y las de Baptista, princesa de Flaminia; y no menos las de la damisela
milanesa; y aquel tratado de cartas de Genebria, hija de Leonardo Noguerola, y
las cartas de Santa Hildegardis[4]
y otras muchas, que no me quiero parar a contar, hicieron mucho provecho en su
tiempo, y también ahora en quien las lee. Y no menos, por cierto, hicieran
fruto las cartas de la Madre Teresa de Jesús.
SEGUNDA PARTE
I
DIOS Y SUS ATRIBUTOS
Familiarizados un poco más, gracias a
las páginas precedentes, con la personalidad de Gracián, nos resultará más
fácil ahora captar el significado que va a imprimir a sus respuestas en
nuestros sucesivos diálogos. Y para comprobar lo que antes nos dijo él mismo
sobre la actualidad de su doctrina, vimos lo más pertinente hacerle las
preguntas basándonos en el Compendio del Catecismo
de la Iglesia Católica. Y es que, como sabemos, el Catecismo es el
documento que actualiza como pocos la doctrina y enseñanzas de los Evangelios.
La armonía de la doctrina de Gracián con el Catecismo constituirá la mejor
piedra de toque de su vigencia. Así, pues, al iniciar aquel día nuestro primer
diálogo puse delante de Gracián esta elemental constatación:
─El
Catecismo comienza hablándonos de Dios: su naturaleza, sus atributos, etc. Y
nos enseña que es fácil conocerle ¿Es así?
─Sí,
el conocimiento de Dios se alcanza por las criaturas (BMC 1, 291).
─Y
¿cómo sucede eso concretamente?
─De
dos modos.
─Veamos
el primero.
─El
conocimiento de Dios se alcanza por las criaturas cuando quitando las
imperfecciones y faltas que en ellas conocemos, venimos en una noticia secreta
y oscura de quién es el Criador. Conocemos ser falta en el hombre ser mortal,
en el cielo ser finito, etc. Y llamamos a Dios inmortal, infinito, etc. Y
llámase esto teología mística a diferencia de otra que se llama simbólica.
─Y
la simbólica, ¿en qué consiste?
─En
ella conocemos al Criador por los bienes y perfecciones que vemos en la criatura,
atribuyéndolos a Dios en perfectísimo grado. Conocemos que un rey es poderoso
en algunas cosas, llamamos a Dios poderoso en todas, diciéndole omnipotente.
─¿Cuál
es la diferencia que hay entre ellas?
─Difieren
estas dos teologías, mística y simbólica, en lo que se diferencia la escultura
y pintura; que en la escultura se forma la imagen de bulto, quitando y
desbastando rajas y partes del madero; la pintura hace la imagen añadiendo
colores sobre la tabla que se pinta (BMC 1, 291).
─Por
la teología sé que esos dos modos son conocidos como de remoción y de
sublimación. Con todo, le agradecería que, para hacerlo más comprensible, nos
resumiese un poco lo que acaba de decirnos. Gracián accedió gustoso:
─Así
como hay dos maneras de hacer una figura; la primera, añadiendo algo, como hace
el pintor cuando añade colores sobre la tabla; la segunda, quitando y
desbaratando para hacer la estatua; así acaece en el conocimiento de Dios.
─Curiosa
y simpática explicación.
─Sí,
cuando vamos poniendo en Dios los colores de las virtudes que conocemos en las
criaturas, se llama teología simbólica, y de esta manera llamamos a Dios sabio,
fuerte, león, etc. que es como quien le está pintando con colores; pero el
conocimiento de Dios cuando quitamos las imperfecciones que conocemos en la
criatura, se llama teología mística. Vemos que es imperfección en la criatura
morir, quitámosla de Dios llamándole inmortal, infinito, porque no tiene fin,
etc. (BMC 1, 169).
─¿Qué
se desprende de todo esto?
─Dos
cosas muy importantes.
─¿Cuál
es la primera?
─Pensar
que el alma que está en este mundo metida en carne mortal, cuyo conocimiento
depende de la imaginación y sentidos y de la obra del entendimiento, y cuya
inclinación es a las cosas de esta vida, pueda unirse y juntarse con Cristo
inmediatamente y subir a esta divina unión sin el medio de las criaturas y sin
pasar por el conocimiento de ellas, es dificultosísimo y camino muy peligroso,
como quien quiere subir a lo alto sin escalera (BMC 1, 412).
─¿Y
la segunda?
─Que
de todo lo que viéremos y oyéremos, tomemos luz para nuestro aprovechamiento,
moviéndonos por las criaturas al conocimiento del Criador, y hagamos cuenta que
todo este mundo es un libro grande en que leemos por las letras de las cosas
visibles el conocimiento de las invisibles y la sempiterna virtud y divinidad
de Dios, como dice San Pablo (BMC 1, 308).
─¿Podría
detallar algo más todo eso?
─Sabiendo
por regla del apóstol San Pablo que las cosas altas e invisibles de Dios,
pueden venir en nuestro conocimiento por la contemplación de las criaturas, en
quien la luz divina resplandece, por el cual conocimiento llegamos a la unión
del amor de este mismo Señor en la cual consiste nuestra última perfección en
esta vida, es de saber, que el modo de proceder para más presto alcanzar la
unión, es este. Que vista con los ojos corporales alguna criatura, debes buscar
con el entendimiento, según que mejor pudieres y supieres, alguna de las
propiedades naturales que Dios le dio, y luego aplicar la misma propiedad
natural a algún bien que a semejanza de ella nuestra ánima deba tener, y luego
sentir que aquel bien se hallará en el ánima si tuviere el amor divino, lo cual
conocido, subir con el afecto deseando el tal amor en quien aquel bien se halla.
─¿Algún
ejemplo concreto?
─Aquí
lo tienes. Paseándote viste un árbol hermoso, consideras que aquel árbol lleva
verdura de hojas, hermosura de flores y provechosos frutos; esta es la
propiedad natural. Refiérelo luego al espíritu considerando que así el ánima
había de tener ramos verdes de buenas palabras, hermosura de flores olorosas,
de buenos ejemplos y provechosos frutos de buenas obras. Y considerando luego
que sólo el amor causa todos aquellos en el alma adonde mora, levanta el afecto
a desear aquel amor que tantos bienes en el ánima trae, diciendo con la cara y
corazón levantado: ¡Oh, buen Jesús!, cuando te amaré? ¡Oh Rey de los cielos!,
¿cuándo será que de tantos bienes me vea yo lleno? Bien sé que tu amor es mi
hermosura y fragancia, y carecer de él intolerable hedor y fealdad abominable.
¡Oh!, ¿cuándo te amaré con amor ardentísimo?
─Pero, ¿cómo debemos
actuar si las criaturas que se ven no son tan hermosas?
─Si la criatura que vieres fuere tan fea que
no puedas de ligero hallar en ella algún bien que apliques al espíritu, levanta
tu afecto en la manera ya dicha por meditación contraria, conviene a saber, que
vista aquella fealdad que en la criatura parece, te acuerdes que muy más
abominable y fea está el ánima que carece de este amor, y por consiguiente de
la tal fealdad se debe levantar al deseo del amor divino; el cual sólo puede
quitar la tal fealdad y dar hermosura cuando está presente, diciendo como
arriba: ¡Oh, Señor!, ¿cuándo te amaré para que sea yo ajeno de esta fealdad?
─Me gustaría escuchar
otro ejemplo, pero éste referido a un ser humano.
─Helo aquí. Si vieres un caballero encima de
un caballo y conoces que el freno lo rige para que no vaya desbocado según su
apetito, y las espuelas le aguijan para que no se pare cuando quisiere, mas que
corra con ligereza cuando el caballero quisiere, refiere luego al espíritu
estas propiedades del freno y de las espuelas y de la silla, aplícalo todo al
amor considerando que él solo causa estos efectos en el ánima donde mora, y
endereza tu afecto al deseo del amor, diciendo con corazón y ojos levantados al
cielo: ¡Oh freno sabroso, quién te poseyese o quién fuese enfrenado de amor! Y
nota que el principal intento de estos ejercicios consiste en aquel final
movimiento afectivo con que concluyes levantando tu voluntad a solo desear,
porque el fin de esta vía es acostumbrar la voluntad a que se aproveche de sus
actos propios de amar y se despegue de los que son fuera de ella.
─Además del
conocimiento de Dios por las criaturas, ¿se puede alcanzar por otros medios?
─Sí: por la Escritura y por la teología.
─Veamos lo de la
Escritura.
─Así como en la manera ya dicha de las criaturas,
ahora sean hermosas, ahora feas, se ha de levantar el afecto, así también por
la meditación de las Escrituras, así de las que hablan y prometen bienes como
de las que relatan o amenazan con males. Y lo primero se ha de entender el
sentido de la letra de ellas. Lo segundo aplicar aquel sentido a alguna cosa
espiritual del alma. Lo tercero referirlo todo al amor. Lo cuarto levantar el
afecto al deseo del amor por la meditación precedente, diciendo levantada la
cara, así del cuerpo como del ánima. ¡Oh, buen Jesús!, ¿cuándo te amaré?
¿Cuándo te desearé?, ¿cuándo me convertiré en ti? pues todos los bienes están
en ti, mi Dios.
─¿Y cómo es por la
teología?
─Teología,
nombre griego, se dice de Theos, que quiere decir Dios, y logos, que es lo
mismo que palabra, razonamiento, ciencia o razón. Y llámase razón los
pensamientos y deseos del libre albedrío, cuando van reglados con la voluntad
de Dios: que eso es vivir conforme a la razón. Mística, es lo mismo que
misteriosa, alta y excelente, secreta o escondida; y así mística teología
quiere decir ciencia de Dios misteriosa y secreta (BMC 1, 291).
─El
evangelista Juan da la definición de Dios diciendo que es Amor, ¿cómo se puede
justificar esta afirmación?
─Porque
lo que Dios más ama en esta vida es al hombre, pues murió por él (BMC I, 318).
─Por
otro lado si, como suele decirse, amor con amor se paga, ¿cómo puede corresponder
el hombre a Dios?
─Cuando
deseamos a Dios que sea Dios, de dos maneras lo deseamos. La primera,
alegrándonos de que Dios sea Dios y dándole gloria porque es Dios. La segunda
condicionalmente, diciendo: Señor, si vos no fuerais dios y en mi mano estuviera
daros el ser Dios, de muy buena gana os le diera, conforme aquello que decía San
Agustín: Señor, si yo fuera Dios y vos fuerais Agustín, yo os diera el ser de
Dios y me quedara con el ser de Agustín: y estos son los altísimos actos y
heroicos de amor en que se ejercita el alma y por ellos sube a la soberana
unión (BMC 1, 322).
─¿Aman
normalmente los hombres así a Dios?
─No,
porque muchos aman a Dios, pero no llegan a tanto grado que le den todo el
corazón, que es darle toda la voluntad, de suerte que saquen de ella todo el
amor propio de sí mismos y el de todas las criaturas: mas quien la ama en
supremo grado, ámale ex toto corde,
porque en el corazón y voluntad no admite amor de criatura que no sea en Dios y
para Dios (BMC 1, 65).
─Después
de enseñarnos el Catecismo que Dios es Amor, nos habla de sus atributos. Y
comienza por el de Creador. ¿Qué puede decir al respecto?
Gracián
agarró con fuerza el hilo del nuevo discurso, y sentenció:
─Crió
Dios todas las cosas y entre ellas al hombre a su imagen y semejanza para que
en ellas resplandeciesen sus atributos; en unas su sabiduría en otras su
omnipotencia y en otras su bondad y así las demás virtudes. En María y en José
según la perfección de sus almas resplandecen en tan alto grado los atributos
divinos, que, aunque no hubiera criado otra ninguna criatura, bastaban estas
dos para muestra de que su Criador es infinito y omnipotente, y tiene en sí los
demás atributos que resplandecen en todas las otras criaturas (BMC 2, 396).
─Pero,
en última instancia, ¿para qué creó Dios al hombre?
─Cuando Dios crio las almas, las ordenó
para el fin de la gloria (BMC 1, 2929).
─¿Sólo
las ordenó para la gloria, es decir, para la eterna bienaventuranza?
─Vayamos
por partes. Antístenes puso la suma felicidad en la alegría y contento, y que
nunca entre tristeza en el corazón. Epicuro en los deleites de la gula y carne.
Timón en la tranquilidad del ánimo y no padecer trabajos. Aun más acertados
anduvieron Anaxágoras que llamó bienaventurados a los que consideren las cosas
de esta vida y alcanzan saber sus causas: y Herilo a los que saben muchas
curiosidades y delicadezas de ingenio; y Pitágoras que llamaba bienaventuranza
el entender aquellos sus números que eran unas conveniencias de las esencias
criadas; y mucho más acertó, Aristóteles que usó la bienaventuranza en el
conocimiento de las cosas universales y de Dios, como primera causa de ellas; y
el divino Platón que dijo ser el conocimiento de la virtud, porque nos lleva a
Dios. Pero como Cristo es verdadero filósofo que el Padre Eterno, como dice
Isaías, le puso por preceptor de las gentes, él nos declaró que la
bienaventuranza en la otra vida es ver a Dios y a su Hijo Jesucristo: y en esta
vida el conocimiento de Dios y de Jesucristo, junto con el amor y caridad de
Dios y del prójimo (BMC 1, 37).
─Algunos
pregonan que redunda en menoscabo de la dignidad del hombre su sumisión a Dios
¿Están en lo cierto?
─Al contrario. Es reinar el servir a
Dios; son reyes señores los que le obedecen; libertad es el vasallaje y
servidumbre que le rinden sus amigos (BMC 2, 439).
─Según el Catecismo, otro atributo
divino es la conservación o providencia.
─Aunque algunas veces Dios se hace del
dormido y nos deja caer en la tormenta para que le despertemos y acudamos a él
desconfiando de nuestras fuerzas y no atribuyendo el fruto de la oración a
nuestros talentos, siempre despierta cuando le llamamos, y envía serenidad en
el corazón o mayor fruto de merecimiento con la perseverancia (BMC 1, 341).
─¿Qué
se sigue de adorar el atributo de la Providencia?
─Acaece
que algunas almas ponen toda su oración y espíritu en conformarse con la
voluntad de Dios y alegrarse de los bienes que Dios tiene, habiéndose resuelto
de no tener otro deseo sino de Dios. Y de aquí viene que viviendo ellos con
pureza y contemplando cuán gran bien es que Dios sea quien es, y cuán bien les
viene tener un Dios tan bueno y misericordioso, y no queriendo otra cosa sino
lo que Dios quiere, consideran que todos los sucesos nacen de la voluntad de
Dios; porque si son buenos, Dios los hace, y si malos, Dios los permite, y no
se mueve la hoja del árbol sin esta divina voluntad. De aquí es que ninguna
cosa que suceda les da pena; y como el alma está contenta y alegre con la
consideración de los bienes y gloria que tiene Dios, de este contento redunda
en el cuerpo la salud y fuerzas (BMC 1, 222).
─¿Cómo
se explica eso?
─A
los que ya se han resuelto en no querer más que a Dios o su divina voluntad,
ningún suceso les da pena sino sólo el pecar, porque todo lo demás o Dios lo
hace o Dios lo permite, y así Dios lo quiere; y como ven que Dios lo quiere y
se cumple su voluntad, todo les da gusto (BMC 1, 416).
─Esto
me hace pensar en la siguiente pregunta, repetida hasta la saciedad: ¿por qué
permite Dios el mal?
─Es
un misterio. Y en todo caso, a nosotros nos toca más que hacer esta oración:
“¡Oh, Dios mío, que ya sabemos ser condición vuestra para hacer bienes permitir
penas; para dar consuelos, comenzar por disgustos; para animar, favorecer y regalar,
entrar al principio de la oración reprendiendo y afligiendo el alma!” (BMC 2,
160).
─Se
ha dicho que los sufrimientos, aceptados con amor, redundan en bien tanto del
que los sufre como de los demás. Explique esto un poco.
─Vamos
allá. En cuanto a lo primero: son de mucho provecho los trabajos para alcanzar
perdón, pues son obras penales, y para andar un alma ceñida con la
mortificación y no se desvanecen con los bienes de esta vida. Y por lo que hace
a lo segundo: las almas a quien da Dios excesivos trabajos y persecuciones
reciben en recompensa inefables gustos y regalos espirituales, luz,
entendimiento y doctrina con que otros perseguidos se aprovechen y consuelen.
Por todo lo cual me resuelvo en que es más seguro y cierto espíritu el del
padecer que no el del gozar en esta vida (PA 127; 337).
─Similar
al atributo de la providencia es el de la misericordia...
─Sí,
y se glorifica el Señor cuando cantamos sus misericordias (PA 5).
─¿Cuáles
son las características de la misericordia?
─Dos.
─¿La primera?
─Que es efectiva. Y se prueba de este
modo: si Dios por amor de las almas dio un salto tan grande, como es del cielo
a la tierra, ¿qué mucho que las enriquezca con grandezas espirituales,
levantándolas de la tierra al cielo después de esta vida, y en ella a una
celestial vida, dotada de soberanos dones y raras misericordias? Pues no hay,
dice Paciano, oficial que no se deleite en perfeccionar, enriquecer y adornar
las obras de sus manos, y la más principal es el hombre criado de Dios a imagen
y semejanza suya (BMC 1, 133).
─Conozcamos
ahora la segunda característica.
─La
misericordia es infinita. Dice el glorioso San Ignacio, discípulo del discípulo
amado San Juan Evangelista, que siendo Dios, como es, Padre de misericordias y
Dios de toda consolación, y no teniendo número, fin ni tasa sus misericordias,
¿quién duda sino que abre su mano con algunas almas sus queridas, y las llena
de bendiciones, dádivas y grandezas interiores, tan altas y excelentes, que la
lengua humana no las acierta a contar? (BMC 1, 133).
─¿Cómo
debe incidir este atributo divino en nuestra vida cristiana?
─Líbreme
Dios de algunos que se tienen por muy espirituales y contemplativos, y tienen
un corazón tan duro, tan seco y tan cruel con sus hermanos, que por no perder
un punto de su reputación y quietud, dejarán ir las almas al infierno, o morir
de hambre y padecer otros trabajos por no les acudir con doctrina, consuelo,
favor o sustento. No han bebido éstos de la fuente de misericordia ni saben que
es propio de Dios, misericordia y perdonar (BMC 1, 40).
─Otros
atributos divinos son la eternidad y la inmutabilidad. ¿Qué puede decirnos de
ellos?
─Que
los dos tienen su aplicación en la vida espiritual. Pues así como Dios es
eterno e inmutable, así el verdadero espíritu causa en lo interior de la
conciencia la longanimidad, perseverancia y firmeza de corazón en el amor de
Dios y del prójimo, y en el ejercicio de las virtudes (BMC 1, 49).
─Finalmente,
una pregunta fundamental ¿qué utilidad puede reportarnos la consideración
frecuente de los divinos atributos?
─Es
de advertir, que pues entre otras excelencias que la oración tiene, una de
ellas es ser medicina de nuestras pasiones, para que curemos la que de presente
más nos atormenta, y para que alcancemos victoria contra aquel vicio en que el
apetito en aquel tiempo que vamos a la oración está más desenfrenado, hemos de
pensar de Dios según aquel atributo que más conviene para nuestro bien, y hemos
de considerar en Dios aquella virtud y excelencia divina, que hemos menester
para adquirir en nuestra conciencia la virtud que nos falta, según el viento de
la pasión que en ella corre y la tentación que más nos aprieta (BMC 1, 337).
II
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Después de habernos expuesto el
Catecismo el misterio de la existencia de Dios y de su esencia, pregunta cuál
es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Y responde que el
misterio de la Santísima Trinidad. Le sugerí a Gracián que podríamos centrar
hoy nuestro diálogo sobre esta trascendental verdad, y le pareció bien. Y yo,
para romper el fuego, le pregunté a bocajarro:
─¿Cómo
se podría hablar de este misterio de forma que resultase interesante para las
gentes de hoy?
─Dios
es uno en esencia y tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y antes que
criase las almas estaban todas en él como está la casa en la mente del artífice
antes que la fabrique, y allí las almas estaban con pureza, porque eran la
misma esencia purísima de Dios, según aquellas palabras de S. Juan: Lo que se
hizo en él era vida, y estaban entendidas y alumbradas con la luz infinita de
Dios (BMC 1, 292).
─¿Cómo
explicar hoy el misterio de la Trinidad?
─Como
siempre se ha hecho. El Verbo divino, que es el Hijo, procede del Padre por vía
de entendimiento y conocimiento de su esencia y de las criaturas; y con el
mismo amor con que el Padre e Hijo se aman espiran el Espíritu Santo (BMC 1,
292).
─¿Podría
declarar esto un poco más?
El
gusto que tiene el Padre Eterno de entender su esencia divina es tal, que por
este gusto y acto de amor procede de él y de su Hijo la persona infinita del
Espíritu Santo (BMC 2, 458).
─¿Cómo
se explica la unidad de las tres personas distintas?
─Porque
la esencia del Padre y del Hijo se comunica al Espíritu Santo.
─¿Tiene
este sublime misterio alguna derivación práctica para el creyente?
─Dos,
por lo menos.
─Veámoslas.
─He
aquí la primera. Así como en la bienaventuranza está el alma harta, llena de
todos bienes, que le nace de ver la esencia divina, amarla y de estar unida con
Dios, así en esta vida, cuando a una alma le viene luz de la bondad de Dios y
de la gloria esencial que las tres divinas personas tienen entre sí, y la
voluntad no desea otra cosa sino el bien para Dios, sin hacer caso de sí ni de
sus cosas, como esta luz y deseo la hinche el entendimiento y voluntad, y Dios
es tan grande, que en su comparación todas las cosas criadas son nada, queda el
alma harta y satisfecha (BMC 1, 201).
─¿La
segunda?
─Todos
deberíamos considerar al prójimo como si fuese un trono de la Santísima
Trinidad, en quien Dios está, pues está en todas las cosas criadas y
principalmente en nuestras almas por esencia, presencia y potencia. Y donde
está Dios está toda la Corte celestial acompañándole (BMC 1, 318).
─Concluyamos
nuestro apasionante diálogo con una pregunta de tipo teológico. ¿Está la Santísima
Trinidad del mismo modo en cualquier persona?
─No,
sino que lo está especialmente en el alma en gracia. El que ama, dijo el Señor,
guardará mis mandamientos y mi Padre y yo le amaremos y vendremos a él y
haremos morada en su corazón. En estas palabras se contiene el camino derecho
de la perfección del alma que comienza con deseo de servir y amar a Dios (BMC
1, 303).
III
JESUCRISTO
Ya sabemos que el Catecismo, que tiene
cuatro partes, dedica la primera a la explicación del símbolo de la fe. Por
eso, después de “Creo en Dios Padre” (que es lo que ya hemos visto) pasa a la
afirmación “Creo en Jesucristo hijo único de Dios”. ¿Seguimos también nosotros
ese orden? -pregunté a Gracián.
─Es
lógico -me respondió-. Pues, como ya dijo San Juan, nuestro Cristo es alfa y
omega, principio y fin; y así como es principio y fin de todo el mundo, lo es
de los espíritus (BMC 1, 89).
─Pues,
para empezar, una pregunta clave: ¿Quién es Jesucristo?
─Ego sum via, veritas et vita, dice
Nuestro Señor Jesucristo (BMC 1, 375).
─¿Qué
quiso darnos a entender con lo de via
o camino?
─Que
el que quisiere ir camino derecho a la gloria y en esta vida a la perfección,
no siga otros pasos que los de Cristo Jesús (BMC 1, 375).
─¿Y
con lo de veritas o verdad?
─El
que desea aprender verdadera doctrina, atienda a la que el Señor nos enseñó en
obras y palabras; y quien quisiere para su alma vida de gracia, de espíritu y
de gloria, imite lo más que pudiere en obras, palabras y pensamientos la vida
de Cristo, en quien, como dice el real Profeta, está la fuente de la vida (BMC 1, 375).
─Esto nos lleva a la
tercera afirmación, vita o
vida.
─Escucha a San
Pablo. Vivo ego; jam non ego; vivit in me Christus. En estas palabras se contiene el principio,
fin y medio de la perfección. El principio es el amor de Dios; el medio la
total aniquilación de sí mismo, y el fin la unión con Cristo. Y es que el
conocimiento de Cristo es lo que más mueve a su amor. Que no deja Dios de ser
amado por no ser amable y bueno, sino por no ser conocido (BMC 2, 164; 1, 376).
─Así,
pues, Cristo se llama camino, verdad y vida. Pero ¿solo es eso?
─El
alma enamorada dice a su Jesucristo: “Yo conozco, Señor, y confieso que vos
sois mi Padre y como a Padre os tengo de reverenciar, pues me decís: Si ego
Pater, ubi est honor meus. Sois también mi hijo, pues decís que el que hiciere
la voluntad de mi Padre es vuestra madre. Sois mi esposo, mi galán, mi maestro,
mi prelado, mi capitán, mi compañero, mi Señor, mi rey y mi Dios: yo, vuestra
hija, vuestra madre, vuestra hermana, vuestra esposa, vuestra enamorada,
vuestra discípula, vuestra súbdita, vuestro soldado, vuestra compañera, vuestra
esclava, vuestra vasalla y vuestra criatura. Dadme vos, Señor, que yo os ame
con reverencia, ternura, confianza, unión, fervor, luz, obediencia, fortaleza,
suavidad, humildad, temor y adoración, etc. (BMC 2, 213).
─Cristo,
en los Evangelios, también se llamó nuestro amigo.
─El
verdadero amor causa que el alma se aparte del amor de todas las criaturas y
sólo se abrace con Cristo, poniendo en él solo toda su confianza con desengaño
de que es vanidad amar a ningún otro hombre, y de los daños que del amor de las
criaturas se siguen, pues en comparación de Cristo u otra persona del mundo es
como árbol silvestre, dañoso y de mal fruto (BMC 2, 166).
─Y,
asimismo, en la Biblia se presenta como nuestro esposo.
─El
más hermoso, más noble, más rico y más principal hombre que se puede amar, en
comparación de la hermosura, riqueza, nobleza y bondad de mi Esposo, Cristo
Jesús, es como la adelfa, que aunque me parezcan hermosas las flores de su
conversación, me causan muerte de pecado; o como la retama, cuyo fruto es
amargo, o la encina que lleva bellotas, manjar de puercos, o el roble que da
agallas de vanidad (BMC 2, 166).
─Por otra parte, repetidas veces nos dice que
hemos de aprender de él, que es nuestro modelo.
─Pensando
un día sobre una doctrina que sembraban algunos hombres espirituales, que la
perfección consistía en la unión inmediata con Dios sin acto ninguno exterior e
interior, me vino una luz: que la verdadera perfección consiste en la imitación
de Cristo. Y es que no hay cosa que más importe para el verdadero amor y para
lección del alma que la imitación de Cristo, y tenerle por blanco y señal de
todos nuestros pensamientos y deseos que nacen del corazón y de las obras que
hacemos con nuestro brazo, imitando lo que él interior y exteriormente obró (PA
299; BMC 2, 381).
─¿Cuál
es el punto básico de la imitación?
─La
primera imitación de Cristo crucificado y primera parte del amor perfecto es
juntar la pureza y amor: que el alma sea blanca por la pureza y colorada por el
amor; blanca, que no admita cosa contra la voluntad de Dios, y colorada, porque
se ha de determinar de padecer hasta derramar Sangre por él, y por no le
ofender y hacer siempre su voluntad (BMC 2, 192).
─¡Qué
dicha alcanzar esa imitación! Pero, ¿cómo lograrlo?
─Cuando
la misma conciencia con su meditación y discurso va haciendo esta
transformación, sacándose de sí su voluntad, y en lugar de ella poniendo la
voluntad de Cristo, ayudándole la divina mano del Espíritu Santo, porque sin
ella aun para decir Jesús con la boca no tiene poder (BMC 1, 143).
─Sin
olvidar lo que antecede, también se ha dicho que Cristo es la puerta de la
oración.
─Sí.
Es de advertir que nuestro Cristo es principio de la vida espiritual, porque
los que comienzan a tener oración, muy bien encaminados van, cuando meditan un
paso de la pasión de Cristo, y con ella se enternecen y mueven; luego van
entrando más en la contemplación, y suéleles levantar el espíritu la grandeza
de la divinidad. Y cuando éstos dicen que les estorba la humanidad de Cristo,
no quieren decir otra cosa sino que no llevan ya aquel primer modo de meditar,
que era de principiantes; pero después de esta soberana contemplación, entran
otra vez en Cristo crucificado, juntándose y haciéndose una cosa con él (BMC 1,
89).
─Sin
embargo, algunos sostuvieron -y aún sostienen hoy-, que la humanidad de Cristo
estorbaba en los altos grados de oración, y hasta la Madre Teresa de Jesús se
vio precisada a intervenir en esa
polémica...
─Así
es. Algunos hay que dicen que es dañosa para la contemplación la meditación y
discurso de los misterios de Cristo. Y engáñanse estos, porque este es el
principio por donde comienzan las almas, y nunca se ha de quitar a los
principiantes (BMC 1, 381).
─¿Acaso
no enseña la teología que es Cristo, Dios y Hombre, el que propicia nuestra
unión con Dios?
─Ciertamente.
Así como la nube recibiendo los rayos del sol, queda arrebolada y trasformada
en el sol; el hierro, aunque sea duro y frío, con el fuego queda hecho fuego; y
la pera cocida en azúcar queda azucarada; y cuando un representante se viste
vestiduras reales, hace la figura de un rey: así el alma cuando recibe los del
sol Cristo Jesús, el calor del fuego abrasador, Dios Eterno, y se entrega toda
a la dulzura del suavísimo amor, y se viste de Cristo uniéndose con él, queda
transformada y transfigurada en Cristo (BMC 1, 400).
─Finalmente,
nuestra unión con Jesucristo, ¿qué frutos espirituales nos reporta?
─Así como Moisés de la costumbre de tratar y
hablar con Dios en el monte tenía el rostro tan resplandeciente que deslumbraba
los ojos que le miraban; así el alma que más tratare con Cristo alcanzará mayor
pureza. Porque la pureza del corazón es un resplandor que nace del sol de la
divina justicia; y ninguna cosa más se parece a la pureza que la luz (BMC 2,
447).
IV
EL ESPIRITU Y SUS
DONES
Tras exponernos el misterio de Cristo,
el Catecismo llega a este artículo de nuestra fe: “Creo en el Espíritu Santo”, e
inmediatamente enlaza con él los temas de la Iglesia y del apostolado. Le
pregunté a Gracián si era éste un orden adecuado, y si nosotros podíamos seguirlo
en nuestra conversación de hoy.
─Perfecto
-me respondió sin más-. Y añadió: Porque Espíritu en las divinas letras se
llama Dios, según aquellas palabras de Cristo por San Juan: “Dios es espíritu,
y los que adoran, conviene que adoren en espíritu y verdad”. La tercera persona
de la Santísima Trinidad se llama Espíritu Santo, conforme a lo que dijo el
ángel a la Virgen: “El Espíritu Santo vendrá en Ti, y la virtud del Altísimo te
hará sombra” (BMC 1, 21).
─¿Es
muy importante el Espíritu Santo para la vida cristiana?
─Importantísimo.
Dice el Espíritu Santo que nuestras buenas obras las hace Dios en nosotros, y
que Él solo es ayuda de Israel, siendo uno de sí mismo la perdición, pues no
tenemos de nuestra cosecha sino –como dice un Concilio- pecado y mentira (PA
211).
─Y,
sin duda, el Espíritu nos ayuda con sus dones.
─El
profeta Isaías escribe los siete dones en el capítulo once y en el capítulo
cuarto, cuando los llama “siete mujeres que se abrazaron con un buen varón” y
declara la glosa, que los siete dones del Espíritu Santo se abrazaron con
Cristo; porque en ninguna alma se hallaron más perfectamente como en la del
Señor; y él nos los dio y los tenemos por él, y a él se los debemos, que según
dice el Salmo: “Subiendo Cristo a lo alto, llevó cautiva la cautividad y dio
dones a los hombres”. Pero, por otra parte, es imposible que quien no guardare
recogimiento interior y exterior y no escondiere las gracias, misericordias y
dones que de Dios recibe, persevere mucho tiempo en el amor de Dios. Porque la
vanagloria o las alabanzas humanas o la conversación mundana la harán entibiar
y distraer del amor y caridad (BMC 1, 51; 2, 181).
─¿Cuántos
son los dones del Espíritu Santo?
Lo acabo de decir. Los dones del
Espíritu Santo son siete: sabiduría, entendimiento, ciencia y consejo, piedad,
fortaleza y temor; y así como en siete días crio Dios el mundo, con los siete
dones cría el espíritu sobrenatural, que es un mundo interior (BMC 1, 131).
─¿Hay
otros pasajes bíblicos en que se mencionen los dones?
─Entre
siete candeleros de oro vio S. Juan en el Apocalipsis al varón perfecto, a
quien llama “semejante al hijo del hombre” Estos siete candeleros son los
dones, que también se llaman “siete ojos en una piedra” por el profeta
Zacarías, y las siete columnas sobre que la divina Sabiduría edifica su casa. A
estos siete dones, dice San Cirilo van a parar todos los ejercicios
espirituales que disponen el alma para la perfección (BMC 1, 51).
─¿A
quién concede el Espíritu Santo sus dones?
─Los
dones del Espíritu Santo, aunque los da Dios a todos los justos en algún grado,
aunque no tengan oración, pero en grado más heroico dalos a los varones
espirituales; que a quien persevera en buena oración, con pureza de alma, luz
interior y fuego de amor divino, muy ordinariamente le da Dios don de sabiduría
y de consejo (BMC 1, 23).
─Me
gustaría que hablásemos de cada uno de los siete dones en particular. Podríamos
empezar por el primero: la sabiduría.
─Las
verdades de la fe no se ven con luz del sol de la evidencia hasta que vamos al
cielo, donde en el sol de la esencia divina resplandecen; mas acaece que el
Espíritu Santo, mediante el don de la sabiduría, da tanta luz en algunas almas,
que les parece tienen evidencia de ellas (BMC 1, 52).
─¿Algo
más sobre este don tan importante?
─El
don de la sabiduría pone más eficacia, fuerza, ímpetu y peso en lo que
entendemos. Pongamos por caso; entendía yo esta verdad, Cristo murió por mí;
infierno hay, etc. y era como quien ve un león pintado; más con el don de la
sabiduría en la buena oración, añade el Espíritu Santo en esta misma verdad tal
ímpetu, que me hace la moción y eficacia que si viese un león vivo, y va tanta
diferencia de lo uno a lo otro, cuanta hay de lo vivo a lo pintado (BMC 1, 52).
─El
don de entendimiento...
─Todos
los actos interiores y deseos y pensamientos de la oración nacen del
entendimiento y voluntad; y cuando el entendimiento está enriquecido por el
Espíritu Santo para entender con modo más gustoso, más cierto, más claro y más
eficaz lo que sabe por fe o lo que se alcanza por razón natural o por
sobrenatural luz, entonces tiene el don de entendimiento (BMC 1, 51).
─¿Querría
decirme algo más sobre este don?
─Así como quien sube por una cuesta
arriba, que va mirando las piedras, yerbas y fuentes que tiene delante de los
ojos, y acaece subir a la cumbre, donde con sola una ojeada descubre tantos
ríos, campos, montes, fuentes y arboledas, etc., que tiene bien que contar y
que escribir en muchos años de lo que vio con sola aquella vista; así acaece a
las almas a quien Dios quiere enriquecer con el don del entendimiento, que
aunque nunca hayan estudiado, y sean simples e ignorantes mujeres, que las sube
a una alteza de conocimiento tan grande, y abre una ventana en lo interior de
su conciencia, con que entienden tantos, tan altos y soberanos conceptos, que
pone admiración (BMC 1, 52).
─Pasemos
al don de ciencia.
─El
don de ciencia es como hermano del don del entendimiento, descubre conocimiento
de virtudes y perfecciones que el alma ha menester para salvarse, y así acaece,
que una persona ignorante dada al espíritu, llegando a tratar de oración y
virtudes, habla mejor de ellas que grandes letrados en filosofía moral
ofuscados en vicio (BMC 1, 53).
─Y
ahora el don de consejo.
─El
saber juzgar bien de los medios, viene del don del consejo, como el entender y
aprender las virtudes, viene del de la ciencia. Con el don del consejo descubre
Dios el modo de proceder el alma en lo más perfecto, y los medios más fáciles,
más claros, más breves y más derechos para la salvación y perfección de esta
vida (BMC 1, 53).
─Veamos
el don de fortaleza.
─El
don de la fortaleza es un ánimo que el Espíritu Santo da al que tiene buen
espíritu, con que se determina a hacer y padecer cosas grandes por Cristo; y
tiene en poco cualesquier que haga, por grandes que sean, y cualesquier
trabajos que padece, por insufribles que parezcan (BMC 1, 54).
─Llegamos
ahora al penúltimo de los dones.
─Es
el don de piedad una ternura interior que el alma tiene para con Dios con que
se ablande a todo lo que Dios quiere hacer de ella, y se pone como una cera
derretida a la impresión de cualquier sello divino, o una masa “de barro blanda
en las manos del alfarero” como dice Jeremías, para que haga de nosotros el vaso
que fuere servido. Para con el prójimo ablanda esta piedad nuestro corazón,
sintiendo cualquier trabajo y daño del prójimo como propio, y deseándole hacer
todo el bien que pudiéremos espiritual o corporalmente; y de aquí nacen todas
las obras de misericordia (BMC 1, 54).
─Y
ya, por fin, el último.
─El
temor es en tres maneras: la primera, temor servil, y lo principal de este
temor es de las penas del infierno y purgatorio; el cual para los nuevos y que
comienzan el camino del espíritu, es de mucha importancia; y así cuando tienen
algún dolor o trabajo, acuérdense cuán mayores y más intolerables son los del
infierno; y es a propósito llegar alguna vez el dedo al fuego y, viendo que no
se puede sufrir aquel dolor por un solo momento, moverse a temor del fuego
eterno. La segunda manera de temor se llama filial; que es temor de apartarse
de Dios, de darle disgusto y tenerle por enemigo. La tercera se llama temor
reverencial; que es el respeto y reverencia que se debe tener a Dios, como a
Criador Universal de todas las cosas, infinito, inmenso y omnipotente, etc (BMC
1, 404).
─Aunque
el temor servil no es malo, el temor filial que tienen los Santos y el
reverencial que tenía la Virgen, es lo sumo a que puede llegar un buen
espíritu; que si Dios “derribó de las sillas del cielo a los poderosos ángeles
y quitó aquel reino a los que fueron soberbios de corazón, obrando castigó con
su poderoso brazo” ¿quién no andará atravesado el corazón con clavos del temor?
(BMC 1, 34).
─El
temor de Dios, que es “principio de sabiduría” y por eso cuando los Santos
escriben de estos dones, comienzan por él es un encogimiento que tiene la
conciencia, mirando sus miserias, pecados, flaqueza y sus pocas fuerzas, con el
cual vive con recato para no se poner a peligro; calla con silencio para no
tropezar en la lengua, y guarda encerramiento para huir de las ocasiones. Porque
así como mirando la grandeza de Dios, que obra nuestras cosas en nosotros, como
dice San Pablo; “Todo lo puedo en aquel que me conforta”; y este es efecto del
don de la fortaleza así también poniendo los ojos en su poca virtud, su nada y
poco valor, y mirándose a los pies, como hace el pavón, deshace la rueda y
confiesa, que aún no puede decir “este nombre Jesús, sino con virtud del
Espíritu Santo” (BMC 1, 54).
─Magistral
es la lección que acaba de darnos sobre la teología de los dones. Tanto, que
mucho le agradecería que nos resumiese todo ello en términos breves y
apodícticos.
─Con mucho gusto. Comencemos por decir que
llámase Santo el varón enriquecido con dones del Espíritu Santo, que son siete,
conviene a saber, sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza
y temor de Dios (BMC 2, 429).
─El don de la sabiduría es un sobrenatural
conocimiento de las cosas del cielo, recibido con gusto y sabor de la voluntad;
dase a los que son más humildes y cercanos de Dios (BMC 2, 430).
─El don del entendimiento es la noticia y luz
de los secretos espirituales que pasan dentro de nuestras almas (BMC 2, 430).
─El don de la ciencia es una soberana luz, con
la cual, sin trabajo del estudio, sin la dificultad de aprender y sin espacio
de discurrir, se entiendan las ciencias criadas, principalmente la que trata de
Dios y de las virtudes con que se ahuyenta la ignorancia y el alma se fortifica
en la fe (BMC 2, 430).
Vengamos a los dones de la voluntad; el
primero de éstos es el de la fortaleza con la cual se resiste en las
adversidades y se vencen los enemigos y se defiende lo que bien queremos de sus
adversarios (BMC 2, 431).
─Tener el corazón inclinado a obras de
misericordia y para las inspiraciones divinas muy blando, esta blandura e
inclinación causa el don de piedad en las almas justas (BMC 2, 431).
─Hay temor natural, como cuando se teme la
muerte o infamia; temor servil, cuando se teme castigo y pena; temor filial,
que nace de la caridad, con que teme el alma apartarse de Dios y darle disgusto
y temor reverencial, que es el supremo de todos y nace de la profundísima
humildad, madre de toda la perfección, el cual temor es principio de la
sabiduría y cumbre de todas las virtudes, que son partes de justicia. Porque
con este temor se ejercita la religión, de él nace la observancia y obediencia,
y es principio del agradecimiento a las mercedes recibidas de Dios y primera
raíz del amor perfecto del prójimo, que da ser a la piedad, amistad y
liberalidad (BMC 2, 419).
V
LA IGLESIA APOSTOLICA
El Catecismo da esta espléndida definición de la Iglesia:
“Con el término “Iglesia” se designa al pueblo que Dios convoca y reúne desde
todos los confines de la tierra, para constituir la asamblea de todos aquellos
que, por la fe y el Bautismo, han sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo
y templo del Espíritu Santo (nº 147). Le pareció también a Gracián espléndida
esta definición, y convinimos los dos en que ese sería el tema de nuestro
diálogo; aunque él quiso completar antes lo dicho por el Catecismo con unas
palabritas sobre su fundación:
─Cristo Jesús para fabricar la Iglesia
Católica escoge por oficiales a los apóstoles y evangelistas, por peones a los
mártires, confesores y vírgenes y los demás que le ayudaron; pone los
materiales de su Sangre y Sacramentos; y primero que se dé martillada, o por
mejor decir, que le den las martilladas en pies y manos, enclavándole en la
cruz, escoge a José, carpintero viejo y experimentado, para que en compañía de
su Madre, todos tres estén tratando y platicando cómo se ha de hacer la fábrica
de la Iglesia y la obra de nuestra redención (BMC 2, 413).
─El Catecismo -dije yo para comenzar- llama a
la Iglesia el cuerpo místico de Cristo.
─Así
como Cristo tiene dos cuerpos, el cuerpo propio y el cuerpo místico, que es su
Iglesia, así el alma se hace una cosa con el cuerpo de Cristo, así con el
cuerpo herido como con el cuerpo místico de todos los estados de la Iglesia
atribulado (BMC 1, 89).
─La
Iglesia se llama y es Madre y Maestra.
─Ciertamente
es Madre. Más anda el niño y más alto ve cuando no anda en sus pies sino en los
del gigante que le lleva, y más mira desde los hombros del gigante; así el alma
más alto entiende y más camino anda de conocimiento de Dios cuando se rinde y
ciega, creyendo lo que Dios le tiene revelado en su Iglesia (BMC 1, 179).
─Pero
decíamos que también es Maestra...
─También.
A la luz inaccesible se camina por la viva fe y actos de ella y por el
verdadero rendimiento a lo que Dios nos tiene ya enseñado, y a todo lo que
tiene, cree y confiesa la Santa Madre Iglesia católica, romana, no queriendo ni
deseando ninguna otra luz particular (BMC 1, 73).
─Si
la Iglesia es maestra. ¿Qué hacer para no dudar de su magisterio?
─Así
como el rostro de Cristo se puso resplandeciente como el sol, así al alma
transfigurada en Cristo le viene una nueva luz y un nuevo resplandor de la
divinidad en la porción superior, que no se puede declarar en particular cómo
es, más de que aumenta tanto la certidumbre de la fe, que aunque no llegue a
evidencia, que esa no la puede haber en esta vida, cobra el alma tanta
seguridad de ser verdad lo que la fe de la Iglesia Romana enseña, que no le
queda rastro de duda en su corazón (BMC 1, 401).
─Siempre
se ha dicho que del amor a la Iglesia fluye el apostolado.
─El
alma herida del divino amor, unida con Cristo crucificado, que dio su vida y
derramó su Sangre por la salud de todas las almas del mundo, no puede dejar de
dar voces interiores como Raquel, diciendo a su Esposo Cristo: Da mihi liberos, alioquin moriar:
Señor, dadme hijos espirituales y que yo gane almas para vos, y que vaya
predicando por el mundo vuestra Santa fe, que me muero, y el celo de vuestra
honra y gloria y del bien de vuestra casa e Iglesia me come las entrañas (BMC
1, 398).
─Se
habla de dos clases de apostolado: el de la oración y el de la acción. ¿Qué
argumentos hay para fundamentar este último?
─En
personas públicas que están puestas para dar ejemplo en la Iglesia de Dios,
conviene muchas veces que las obras se hagan públicamente para que otros tomen
buen ejemplo, y viendo las buenas obras glorifiquen al Padre celestial, que
está en los cielos, y que por esconder el talento fue condenado el mal siervo
(BMC 1, 409).
─¿Solo
existe la razón del ejemplo?
─También
está la voluntad de Cristo de predicar por todo el mundo. Si la Madre Teresa de
Jesús, que fue atormentada con este celo, siendo monja y profesando clausura,
no hubiera salido de un convento, como algunos decían que hiciera, no hubiera
hecho tanto fruto en la Iglesia de Dios.
Da mihi liberos, alioquin moriar, decía Raquel llorando a su marido
Jacob; y así dice el alma celosa a su Cristo; Señor, dame hijos de gracia que
yo lleve al cielo, que me muero por hacer fruto en las almas (BMC 1, 216).
─¿Es
obligatorio el apostolado?
─Nadie
duda de cuán lejos están de verdadero y perfecto espíritu, los que pudiendo
hacer fruto en las almas, por no perder un poco de quietud o reputación, las
dejan de ayudar, especialmente si tienen oficio y talentos para ello, o los que
andan con sus hermanos en disensiones, y los tratan con fingimientos, dobleces,
calumnias, sequedades y otras señales y efectos de desamor, buscando por otras
partes otras riquezas espirituales, que aunque adornan el alma, no son el fundamento
y la vida del buen espíritu (BMC 1, 65).
─Pero
no me negará que hay ciertos apostolados peligrosos...
─No
lo niego. Por eso es verdad que ha de haber recato para que, con título de
hacer bien, consolar o animar a personas peligrosas, no se ponga nadie a
peligro de ofensa de Dios; porque quid
prodest homini, si universum mundum lucretur, animam vero suam detrimentum
patiatur? ¿qué le aprovecha aunque gane todo el mundo, si su alma padece
detrimento en la gracia, pureza y castidad?
─¿Cómo
tendría que actuar el que quisiera ser un buen apóstol?
─El
que quisiere aprovechar con su predicación y doctrina, imite a Cristo y siga
sus pisadas. Que así como Cristo en treinta años calló, con que era la infinita
sabiduría del Padre Eterno, estando recogido con su Madre la Virgen y su padre
José, así primero que salga uno para aprovechar y dar fruto a otros,
aprovéchese a su alma, ganando gracia y virtudes con el recogimiento (BMC 1,
397).
VI
EL ESTADO RELIGIOSO
Después de hablar de la Iglesia
misionera, declara el Catecismo que los fieles pertenecen a un triple estado
según su vocación: jerarquía, laicos, vida religiosa. La mayoría de los
católicos desconocen la naturaleza de la vida religiosa. Por ejemplo: cómo se
pertenece a ese estado; si, para abrazarlo, hay que sentir inclinación hacia
él; si debe, o no, preceder la llamada de Dios, etc. De todas estas cosas
podríamos hablar hoy. ¿Qué opina? -le espeté a Gracián aquella mañana, apenas nos
saludamos. Su opinión, no solo fue favorable, sino que, incluso, manifestó que
quería reflexionar sobre este tema a partir de su propia experiencia. Y comenzó
así:
─Tomé
el hábito en Pastrana, año de 1572 habiendo peleado casi año y medio con mi
vocación que no es pequeño tormento.
─Pues,
¿qué le sucedió?
─Todas
las razones naturales eran contrarias en mí a este estado; falta de salud,
flaqueza natural, obligación a mí y hermanos, y que había estudiado y
experimentado algunas dificultades que hay en las religiones, que me ponían muy
lejos de esta voluntad.
─Y
entonces, ¿qué pasó?
─Ocurrió
que todo esto peleaba, de una parte contra un encendido deseo que tenía de
servir a Nuestra Señora, y, de la otra, como comenzaba entonces la reformación
de esta su Orden, parecíame que me llamaba mi Señora para ella. Y era con tanta
fuerza este pensamiento, que me acaeció muchos meses tener cubierta con un velo
una muy hermosa imagen de la Virgen que tenía, porque parece que visiblemente
me hablaba para que en este nuevo ministerio la sirviese (PA 8).
─Tremendo
dilema el suyo.
─Y
tan tremendo. Porque esta irresolución, esta niebla, indeterminación,
fluctuación y dificultades, este mar de sospechas, esta batalla y reencuentro
de propósitos diversos, es una de las mayores congojas interiores que se hallan
en la almas; porque no se puede sufrir el estruendo que allá dentro pasa, las
razones contrarias las unas a las otras, en todo se ofrece dificultad, deséase
acertar y en todo parece que se yerra, con el parecer de los amigos no se
asegura porque la batería interior no admite consejo; falta la luz del
espíritu, siéntese desamparo interior, hállase la conciencia a solas entre las
dos cercas de las viñas, y por más palos que da la razón a la asnilla de la
sensualidad, como daba a la suya delante del ángel Balaam no quiere obedecer ni
cesan las tentaciones (BMC 2, 452).
─¿Y
en qué quedó la cosa?
─Que
di el paso en el buen camino y escogí Religión áspera en principios de
reformación, sabiendo que no me habían de faltar tribulaciones y afrentas y no
me arrepiento de haberlas pedido, puedo decir al Señor: Bonum mihi quia humiliasti me, ut discam justificationes tuas
(PA 128).
─Según
eso, ¿en qué consiste esencialmente la vida religiosa?
─Escuche
bien. Un Santo de los del Yermo, pidiéndole un su discípulo regla y
constituciones para bien vivir, le puso un crucifijo en las manos, diciendo que
aquella era su regla en que había de leer y guardar las virtudes religiosas: la
obediencia, con ver a Cristo obediente hasta la muerte y muerte de la cruz; la
pobreza, mirarle sin tener en qué reclinar su cabeza, teniendo las vulpejas
cuevas y las aves nidos; la castidad, viéndole tan ajeno de deleites y gustos
que lo llama Isaías varón de dolores (BMC 1, 383).
─¿Solo
en eso estriba la vida religiosa?
─Por
supuesto que no. Porque la buena religión consiste en la verdadera imitación de
Cristo crucificado, que allí se aprende la obediencia, castidad, pobreza,
penitencia, oración, paciencia, silencio, celo de almas y amor de Dios con
todas las demás virtudes necesarias en la Religión (BMC 2, 182).
─Y
semejante género de vida, ¿acaso no perjudica a la salud?
─Tiene
la respuesta en el siguiente ejemplo. Entre los primeros religiosos de
Pastrana, hubo uno llamado fray Benito de Jesús y la Virgen, que desde que
entró en la orden para fraile lego, se determinó a no hablar palabra ni tener
pensamiento que no fuese de amor de Dios y de Nuestra Señora, devoción del Santísimo
Sacramento y de las ánimas del purgatorio. Vino este a términos, que solamente
dormía tres horas de noche, y todo lo demás del tiempo o trabajaba a tejer seda
o estaba en oración delante el Santísimo Sacramento, y su comida era de
continuo pan y agua y con esta vida andaba tan gordo, colorado y contento, como
si tuviera los mayores regalos del mundo (BMC 1, 222).
─Vayamos
a examinar el primero de los votos.
─Es
la obediencia el primer voto de la Religión y el principio y como fundamento de
toda la vida religiosa, según dice el Santo Concilio Tridentino. Y por la fe
sabemos que la voluntad de la obediencia es voluntad de Dios, conforme a
aquellas palabras: El que a vosotros
oye, a mi oye, etc.
─¿Cómo
se entiende este voto?
─Si
amamos a este tan buen Dios, queriendo hacer su voluntad, esa es la del prelado
que es el arcaduz por do viene la voluntad de Dios (BMC 1, 342).
─Es
muy duro tener que someter nuestra voluntad a otro.
─Lo
parece, pero no es así. Porque no ha de tratar ningún superior con más imperio,
insolencia y arrogancia a su inferior que si fuese su hermano (BMC 2, 218).
─Se
dice que la obediencia es una virtud muy querida por Dios.
─Así es. Dije una vez yo a la Madre
Teresa de Jesús, que pidiese a Dios muy de veras le diese luz, si convenía
hacer una cosa de que tratábamos, que era muy importante, o dejarla de hacer;
respondióme, que tenía clara revelación que se hiciese. No obstante esto yo
ejecuté lo contrario guiándome por lo que me dictaba la razón. Ella calló y
obedeció, que era entonces mi súbdita, y después estando yo temeroso si había
acertado en ir contra la revelación de la madre, tornéla a mandar que pidiese
al Señor nos descubriese si íbamos bien. Respondió que el Señor le dijo estas
palabras: Bien hiciste en obedecer que por ese camino no se puede errar: lo que
yo te había dicho era muy bueno, mas por esto otro yo haré que suceda mucho
mejor, aunque os ha de costar muchos trabajos: sucedió así al pie de la letra
(BMC 1, 192).
A
este propósito se me ocurrió comentarle el dicho popular (muy común en la vida
religiosa) de que la obediencia hace milagros. Él me contestó que, por lo
menos, a veces obtenía el milagro de la humildad heroica. Y me hizo esta
divertida reflexión a modo de estrambote:
─¡Con
cuánto rigor y cuidado hacía guardar la Madre Teresa de Jesús a sus religiosas
una constitución que les puso, de que diesen a sus preladas cuenta de su
espíritu; y cuánto provecho halló una cierta alma, que teniendo repugnancia a
esto por estar tentada contra su mayor, la mandaron, y lo cumplió, dar cuenta
de su espíritu al gato, que aún la costaba trabajo tomarle porque era arisco,
que no hace Dios los milagros de andar sobre el estanque por sola la excelencia
del prelado, sino también por la obediencia y humildad del súbdito, como dijo San
Benito a San Plácido (BMC 1, 114).
─El
segundo voto es la castidad. Normalmente los autores espirituales sólo
consideran su aspecto negativo: reprimir los pensamientos, deseos y actos
deshonestos y practicar el celibato. Pero, ¿acaso no es eso una visión muy
pobre del voto?
─Gracián me dijo que sí, que era muy
pobre esa visión, pero que no todos los autores espirituales actuaban así. Y me
citó a la Madre Teresa de Jesús que insistía siempre a sus monjas que, por el
voto de castidad, la religiosa se desposaba con Cristo. Y para mostrarme cómo
en aquel tiempo esa era la idea general, me refirió cómo Ana de San Bartolomé
le había contado el comienzo de su vocación religiosa en estos términos:
“Cuando llegué a la edad de trece años cumplidos me querían mis hermanos casar
que ya mis padres eran muertos, y andando tratando de esto, vime afligida,
porque siempre había tenido deseo de la castidad. Mas un día determinéme a que
si yo hallara un hombre muy rico, muy hermoso, muy agradable, muy Santo y que
me ayudara al servicio de Dios y guardara castidad, que me holgara con tal
compañía. Estando en estos pensamientos, aparecióseme nuestro Señor Jesucristo,
hermosísimo, como lo había visto en el cielo, y hablándome con mucha ternura y
amor, me dijo: “Yo soy el hombre que tú buscas”. Desde entonces determiné de no
me casar y procurar cuanto pudiese ser monja”[5].
Y para completar su argumentario terminó contándome esta graciosa anécdota que
le acaeció estando preso de los turcos: “Díjome un moro, estando yo cautivo en
Berbería, disputando con él de la verdad de nuestra fe y de la falsedad de su
secta; mirad, dijo, cuán engañados estáis los cristianos, que a las vuestras
monjas que tenéis por más Santas y esposas de vuestro Cristo, consentís que
hablen y parlen en los locutorios desenvolturas, que nosotros a nuestras
mujeres, ni esclavas y negras no consentimos que nadie nos las vea el rostro”
(BMC 1, 102).
─¿Tiene,
pues, su importancia este voto?
─Entre
las virtudes que más resplandecen, la castidad puso sobre todas su silla,
porque ella es la hermosura del alma, la salud de las potencias, luz del
entendimiento, pues dice el Sabio: Que no mora la sabiduría en cuerpo sujeto a
pecados; corona en la lucha más fuerte que tenemos, que es la de nuestra
carne, y lo que más agrada a los ojos de Dios en nuestras conciencias. Los que
siguen al Cordero en la bienaventuranza adonde quiera que va, son vírgenes;
las desposadas del buen varón, que es Cristo, castas son y vírgenes, como dice San
Pablo; la Madre Virgen de almas castas quiere ser servida; no hay cosa que haga
parentesco entre los ángeles y los hombres mejor que la castidad, como dice S.
Ambrosio. Estos limpios de corazón verán a Dios, y le cantarán cantar nuevo de
alabanza.
─Se agradecería un consejo para ayudarse
en la práctica de este voto.
─La
experiencia enseñará a los que quisieren ser devotos de San José, que en las
batallas que se les ofrecieren contra los enemigos de la castidad, teniéndole
por particular patrón, alcanzarán victoria. Y así aconsejo a los que desean ser
perfectamente castos que tengan con él gran devoción (BMC 2, 444).
─Pasemos
al tercero de los votos. ¿Por qué la pobreza?
─Los
religiosos, demás del voto que de la pobreza tienen hecho, profesan de adorar,
seguir e imitar a Jesucristo, Salvador del mundo, que escogió ser tenido por
hijo de un pobre carpintero y de una Madre tan pobre, que, como dice San
Ignacio, no tenía sino lo que ganaba de comer con el trabajo de sus manos, de
quien nació, envuelto en unos pobres pañales, en un pesebre, sin tener hasta
que murió desnudo en la cruz donde poder reclinar su cabeza; que si
considerasen de veras esto, acabarían de amar esta soberana virtud de la
pobreza (BMC 2, 34).
─También
le agradecería aquí algún consejo para la práctica de este voto.
─Pobre se llama el que no tiene hacienda
superflua, y más pobre el que tiene deseo de no tener ninguna, y mucho más
pobre el que la poca que tiene la da a los pobres y sumamente pobre el que no
tiene nada y suda, trabaja y afana y da su misma persona para sustento de
pobres (BMC 2, 434).
─Parece muy
dificultoso este género de vida.
─Si
apretare la pobreza, pongan los ojos en Cristo crucificado, que no tenía sobre
qué reclinar su cabeza, teniendo las vulpejas del campo cuevas y las aves nidos
(BMC 1, 405).
─¿Cuáles
son los beneficios de la pobreza religiosa?
─Tenga
por muy cierto el religioso que de veras abrazare esta soberana virtud de la
pobreza y fuere verdadero pobre de hacienda y de voluntad, que alcanzará el
desposorio de Lía, que es la vida activa, y de Raquel, la vida contemplativa, y
las riquezas espirituales de la gracia: podrá ser caudillo de otras almas y
llevarlas al cielo, como Moisés; será esposo de Cristo nuestro rey, que es más
excelente que el esposo de Rut, y ungido por rey de la bienaventuranza, que es
mejor reino que el que alcanzó David; alcanzará el celo y espíritu de Elías y
abrírsele han los ojos del conocimiento con que vea enriquecido el hijo de su
libre albedrío más que el hijo de Tobías; y será verdadero sacerdote, sucesor
de San Pedro y predicador del Evangelio, como San Pablo y los demás apóstoles.
─Por
último, ¿qué hemos de entender por el bíblico “Bienaventurados los pobres en el
espíritu?”
─Pobres
de espíritu se llaman tres suertes de personas. Lo primero, los que con
espíritu y voluntad desechan la hacienda. Lo segundo, los que no tienen ni
quieren vanidades, honras ni viento en que fabricar castillo, cuales son los
humildes. Lo tercero, llamando espíritu a los deseos, los que tienen solo un
deseo, que es el agradar a Dios y al prójimo y desechan los demás.
VII
LA VIDA SACRAMENTAL
El
catecismo enlaza el tema trasanterior de la Iglesia con la doctrina de los Sacramentos
mediante estas palabras: “Cristo ha confiado los sacramentos a su Iglesia. Son
de la Iglesia y para la Iglesia”. Mi primera pregunta de hoy sería: ¿Qué se
entiende por sacramento?
─Defínese el
sacramento: señal sensible que Santifica el alma (BMC 2, 428).
─¿Son importantes los
sacramentos?
─Ninguna
cosa tanto aprovecha para la pureza del alma como frecuentar los Sacramentos,
que con ellos se lavan las manchas que cada día, por nuestra flaqueza, nos
ensucian (BMC 1, 28).
─Sabemos
que los sacramentos son siete. De ellos hay dos (la confesión y la Eucaristía)
que ofrecen, en la práctica, una mayor dificultad para los fieles. Hablemos,
pues, de ellos. ¿Qué es la confesión? ¿Por qué frecuentar este sacramento?
─Después
que el Señor Sanó los leprosos, mandó que se fuesen a mostrar a los sacerdotes,
dando por esto a entender que habiéndose puesto el alma en gracia por la
verdadera contrición, es necesario confiese sus pecados ofreciendo al Señor los
becerros de sus labios, que dice el Profeta en sacrificio y mostrándole el
rostro de su conciencia, que le es muy agradable, como dice el Esposo (BMC 1,
297).
─¿Habrá
que confesarse después de cometido un pecado mortal o podrá diferirse la
confesión?
─Por
ser caso que pasó por mis manos y muy a propósito de esta materia, diré lo que
ha pocos años me acaeció estando en cierto pueblo a predicar. Vino allí un bandolero
de los más afamados revoltosos y estragados de aquella tierra, que había cinco
años que no se confesaba, y persuadiéndole se confesase porque andaba en
peligro de la vida, respondió como responden otros semejantes, que él no podía
morir sin confesión, porque traía consigo una oración impresa que fue revelado
por uno que mataron bandoleros en Cataluña y cortaron la cabeza, y la cabeza
cortada pidió confesión y se confesó, que quien aquella oración trajese
consigo, no podía morir sin confesarse primero, que en este caso de nóminas
supersticiosas hay harto daño entre gente vulgar; no aprovechó porfiar con él,
que no creyese en aquellas revelaciones; y de ahí a pocas horas caminando él y
otros tres o cuatro encontraron una tropa de sus enemigos y arcabuceándose, al
desventurado le dieron en la cabeza a los principios de la escaramuza con que
cayó muerto sin decir, Dios valedme, quedando otros dos mal heridos que de ahí
a poco murieron (BMC 1, 237).
─¿Por
qué, a pesar de confesarse a menudo, algunos no dejan el pecado?
─Muchas
personas, aunque confiesan a menudo, no alcanzan espíritu ni salen de pecado
por una de tres faltas: la primera, porque la confesión no es entera, dejándose
de confesar algún pecado o circunstancia de las que es necesario declarar, por
vergüenza, por temor o por negligencia y mal examen. La segunda, por falta de
contrición y dolor de haber ofendido a Dios; que hay muchas personas tan
metidas en su amor propio y entregadas a sus pasiones, que siempre se están en
los pecados, sin arrepentirse como conviene. La tercera, por falta de propósito
firme de nunca más pecar, como acontece a los que se confiesan sin querer salir
de las ocasiones (BMC 1, 27).
─Esta
tercera causa, ¿es, por ventura, la fuente más habitual de las recaídas?
─Lo
es. Pero hay que estar atentos para no atribuir siempre las recaídas a esa
causa. Y así tropiezan algunos escrupulosos que viéndose flacos en el resistir
a las tentaciones o llenos de pasiones fuertes o de malas costumbres, con que
tornan luego al vómito, piensan que cuando se confiesan no tienen propósito
firme, pues luego tornaron a caer, y que las confesiones que han hecho no han
sido válidas y querrían les dejasen hacer muchas confesiones generales. Pero
aunque este tal conozca su flaqueza y poca perseverancia, no por eso deja de
tener propósito de no pecar cuando se confiesa, y esto basta, que por eso mandó
el Señor a San Pedro que no solamente absolviese del pecado siete veces sino
setenta veces siete (BMC 1, 298).
─En
este momento me pareció oportuno preguntarle a Gracián qué tendría que hacer el
cristiano para no recaer tanto en el pecado. Me respondió que la clave estaba
en hacer un buen acto de contrición. Y añadió:
─Es
la contrición dolor de la voluntad por haber ofendido a Dios amado sobre todas
cosas del mundo. Y digo dolor de la voluntad que no es necesario que sea del
cuerpo, como dolor de la cabeza, etc. Ni dolor del apetito, como el que siente
una madre que se le ha muerto su hijo, que llora con ternura, aunque si hubiese
este dolor no es malo, sino dolor de la razón, que es aborrecimiento del pecado
cometido, enojo e indignación contra el pecado y no querer haberle hecho con
tristeza de haberle cometido, como tiene un avariento cuando pierde su
hacienda, un soberbio cuando le afrentan y quitan su honra. Y digo dolor de los
pecados por ser ofensa de Dios; porque el que se duele del daño o le pesa de
apartarse de la ocasión del pecado, como la mujer que se aflige y llora por
haberse ausentado su galán y con solas esas lágrimas se viene a confesar, no
trae buena contrición (BMC 1, 296).
─Demos
ahora un gran salto y pasemos a la Eucaristía -le propuse a Gracián-. Al
exponer este sacramento, el Catecismo distingue tres aspectos o realidades: la Santa
misa, la comunión y la presencia real. ¿Por cuál empezamos?
─Por la Misa, que es raíz de las otras
dos, y la de mayor importancia.
─¿Por qué tiene tanta importancia?
─El
alma herida del amor de Dios desea hacer por él la mayor obra que puede; y no
se puede imaginar obra mayor, que la misma obra que Cristo hizo en la cruz,
pues con ella redimió el linaje humano. Esta obra hace el sacerdote cuando
celebra la misa, y por eso se llama Cristo sacerdote eterno según el orden de
Melquisedec (BMC 1, 420).
─Pero
vayamos ahora al meollo de nuestro asunto: ¿qué es la Misa?
─Todas
las naciones del mundo hacían sacrificios a sus dioses; los egipcios
sacrificaban espigas a la diosa Isis, como cuenta Heliodoro, los escitas,
caballos, al dios Marte, como refiere Herodoto, los atenienses, como dice Pausanías,
mezclaban trigo y cebada, y llegaba un buey a comer de ello, el cual
sacrificaban; los tebanos sacrificaban estatuas de sus hijos y mujeres, como se
colige de Alejandro ab Alexandro, los griegos, dos partes de ovejas, unas
blancas y otras negras, como dice el mismo autor, los romanos una cordera
coronada, y, finalmente, los hebreos, los corderos y becerros de que hablan las
divinas letras, y con estos sacrificios quedaban ellos satisfechos. ¿Pues qué
tiene que ver todo esto con el altísimo sacrificio del Altar, Cristo
crucificado, tan infinito como el Padre Eterno, que ofrecemos a Dios en la
misa? (BMC 1, 420).
─Quisiera
conocer los frutos que se siguen de participar en la Santa Misa.
─Así
como si a un hombre hambriento le ponen una mesa llena de buenos manjares, come
de ellos lo que quiere hasta que quede harto, así acaece que el alma unida con
Cristo, mientras más le crece el amor, más se le aumenta el deseo y el hambre
de hacer obras mayores, padecer mayores trabajos y recibir las mayores dádivas
que pudiere por Cristo; y como todas las cosas criadas no llegan a henchir este
vacío y deseo, siempre se queda el alma hambrienta; mas en la misa se le pone
una mesa y banquete delante con los mayores manjares que le pueden hartar (BMC
1, 419).
─¿Por
qué la Santa misa agrada tanto a Dios?
─Por
varias razones. Comienzo por la primera. No hay vasallo ninguno ni criado,
súbdito ni amigo que no guste de hacer un buen presente y dar una buena dádiva
a su señor, a su amigo y a su rey, y como el alma ve lo que merece Dios y lo
mucho que se le debe, querríale dar todo el mundo, si pidiese y fuese suyo, y
cuando en la misa ve que lleva al Padre Eterno por dádiva y por presente a su
Unigénito Hijo y todos sus merecimientos, muerte y pasión, y que no hay don ni
presente que le sea más agradable, con esto se harta y satisface (BMC 1, 421).
─¿La
segunda razón?
─Así
como el Sacramento del Altar no se diferencia de Cristo crucificado en otra
cosa más que en la forma y especies sacramentales, que en lo demás es el mismo
Cristo, así el sacrificio de la misa no difiere de la obra de la redención que
hizo Cristo, más que en la forma con que se hace, porque no es Sangrienta como
fue aquélla; y por esta causa dice el papa Alejandro: no hay obra mayor en el
mundo que el sacrificio de la misa, en la cual se ofrece al Padre Eterno el
cuerpo y Sangre de Cristo (BMC 1, 420).
─Oigamos
ya la última razón.
─Desea
el alma unida con Cristo padecer por él las mayores afrentas, dolores,
tormentos y muerte que pudiere y desea que estas pasiones, dolores y trabajos,
sean agradables a Dios y viendo que en la misa se ofrecen al Padre Eterno todas
las afrentas, dolores y trabajos de Cristo, y que no hay cosa más agradable a
Dios para remisión de los pecados que ofrecerle esta muerte y Sangre, haciendo
el alma lo que es de su parte para incorporarse con ella; de aquí es que con la
misa, en la cual se ofrecen al Eterno Padre todas las pasiones y muerte de
Cristo por nuestros pecados, se harta y satisface, y así decía el papa Julio
escribiendo a los obispos de Egipto: con la pasión y muerte de Cristo se
deleita Dios y se nos perdonan los pecados (BMC 1, 420).
─La
otra realidad eucarística es la comunión. ¿Cuáles son sus principales efectos?
─Son
de tres clases: espirituales, físicos y místicos.
─Veamos
los primeros.
─Así
como el que entra en la bodega donde hierve el mosto, y, con el gran tufo que
recibe queda fuera de sí, o el que bebe vino muy fuerte de muchas cubas que hay
en la bodega queda borracho, así el alma, cuando comulga con mucho espíritu,
queda embriagada, fuera de sí y dentro de Dios, y allí le dan luz cómo ha de
ordenar la caridad y por el orden que ha de ir amando a Dios y a las criaturas
(BMC 2, 167).
─¿Cómo
se notan los efectos físicos?
─Se ve muchas veces que almas que acaban de
comulgar y cuando llegaron al altar, llevaban pesadumbre y mala disposición en
el cuerpo, e iban con dolores de cabeza y estómago, etc. Saliendo de la
comunión, quedan tan aliviadas y de buena disposición, que ellas mismas se
admiran de sí, porque parece que los mismos pies se les van para andar en
buenos pasos, y las manos para hacer buenas obras, y se les quita toda la
pesadumbre que antes tenían.
─Por último, ¿en qué consisten los efectos
místicos?
─Algunos
refieren para este propósito una opinión de S. Cirilo, que dice que el Santísimo
Sacramento en algunas almas que bien le reciben, demás de los efectos
espirituales, causa una calidad corporal en el cuerpo de donde nace esta salud
y contento, la cual en la otra vida se vuelve en lumbre de gloria.
─Algo
peregrina parece esta sentencia...
─En
algún tiempo yo la defendí en escuelas, en la universidad de Alcalá de Henares,
con harta gritería y contradicción de muchos doctores que la extrañaron, y
ahora no me parece que atribuyamos esta salud, fuerzas y contento de algunos
siervos de Dios a esta calidad real, sino de la simpatía que nace de la
hermandad que hay entre el alma y cuerpo que, como están tan juntos y unidos, de
los efectos del alma redundan efectos y muestras en el cuerpo (BMC 1, 222).
─Es
una rectificación que le honra. Pero platiquemos ya sobre el tercer aspecto: la
presencia real de Jesús en el tabernáculo.
─Cristo en el
Sacramento es el que harta el alma y se llama pan, y este nombre de pan en
griego quiere decir todo, así este todo que hinche el alma y la pone en su
centro y causa esta hartura, es el Santísimo Sacramento del Altar (BMC 1, 315).
─De
aquí se desprende que el católico debería ser un alma profundamente
eucarística.
─Debería.
Que así lo fueron los Santos. En abono de esto recuerdo que tuvimos entre los
Carmelitas descalzos un religioso llamado fray Francisco de Jesús, el Indigno,
que sirvió cuando mancebo al padre maestro Ávila, y después ejercitó oficio de
enseñar la doctrina cristiana a los niños; yo le di el hábito para fraile lego,
y le envié a los reinos de Congo en Etiopía con otros dos compañeros
sacerdotes, que bautizaron gran número de almas de aquella gentilidad;
ordenándole de misa el obispo de Santo Tomé en aquellas partes, y volvió a
España, donde hizo fruto con su predicación, supliendo con su mucho espíritu
las letras que le faltaban. Este siervo de Dios tenía grande afecto al Santísimo
Sacramento, y cuando se celebraba la fiesta de Corpus Christi, salía de sí de
regocijo interior, y siendo seglar, enseñando los niños, juntábalos, y él se
disfrazaba e iba con ellos delante de la procesión, danzando como un David
delante del arca del Señor (BMC 1, 197).
VIII
LAS VIRTUDES FUNDAMENTALES
Concluido
el tema de los Sacramentos, el Catecismo comienza la tercera parte de su
tratado, y la titula: “La vocación del hombre: la vida en el Espíritu”. Y es en
este lugar donde estudia específicamente el asunto de las virtudes. Mi primera
pregunta para Gracián hoy, apenas nos vimos, fue directa, elemental, sin ningún
embozo: ¿Son realmente necesarias las virtudes para la vida en el Espíritu?
─Es imposible que el árbol nacido de buena
planta, plantado en tierra fértil, bien regado y visitado del cielo, cultivado
con mucha diligencia dé mal fruto y le deje de dar bueno. De la misma suerte,
dice Filón, un hombre de buen linaje, empleado en oficios y ejercicios,
virtuosos, visitado con gracia e inspiraciones del cielo, cuyo trato es con
personas Santas, no dará mal fruto de pecado ni dejará de tener pureza, caridad
y perfección (BMC 2, 448).
─La teología siempre nos ha enseñado que las
virtudes teologales son tres, y cuatro las cardinales ¿Es lo correcto?
─Lo es. Creamos en esto a los Gregorios:
Niseno y Nacianceno, que nos dicen que cuando en la oración nos moviéremos a
hacer actos de fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza,
y de cualquiera de sus especies o partes, asegurémonos que vamos caminando con
buen espíritu (BMC 1, 31).
─No faltan quienes sostienen que serían
preferibles las gracias místicas a las virtudes.
─Grave error. Quien
quisiere ver si va aprovechando en espíritu, vea si aprovecha en las virtudes,
que sin ellas, por más visiones, revelaciones y raptos que tenga, su espíritu
será flaco o engañoso (BMC 1, 31).
─Hablemos
de la fe. ¿Dónde radica su importancia?
─La
fe viva es principio de todo bien, la falta de esta fe viva es principio de
grandes abominaciones (PA 310).
─Dice
la teología que la fe tiene estas tres características: razonable, cierta y
oscura. Podríamos reflexionar un poco sobre ellas. ¿Por qué es razonable?
─Es
razonable porque el alma tiene dos ojos: el uno es el de la razón natural y el
otro el de la fe viva. Con el uno alcanza la sabiduría, prudencia y discreción
humana, y con el otro la sabiduría divina y el amor y caridad de Dios (BMC 2,
180).
─Es
también cierta.
─Sin
duda. Que por algo dijo Santo Tomás de Aquino que es más sabia una viejecita
cristiana que los sabios gentiles; porque ellos no saben esta verdad, que Dios
es trino y uno y que encarnó, y la viejecita cristiana, aunque sea rústica, lo
cree (BMC 1, 179).
─¿Por
qué es oscura?
─Dice
San Dionisio: Caligo divina est
inaccesibilis lux. Corresponde esta divina oscuridad al rendimiento de
la fe que tiene el alma, cuando sabiendo que no puede alcanzar por sus propias
fuerzas los misterios de la fe católica, se ciega y rinde a no los querer
escudriñar ni entender sino creerlos a pie juntillas (BMC 1, 329).
─Se
dice, por otra parte, que la fe es el fundamento de las otras dos virtudes.
─Ciertamente. El que entra por la puerta
de la fe y sube por las escaleras de la meditación y contemplación ordinaria y
natural al trono de la caridad y deseo de hacer la voluntad de Dios, o habla y
se encomienda a una imagen de Cristo, como la Iglesia lo acostumbra, o va al Santísimo
Sacramento del altar a pedirle mercedes, va más seguro (BMC 1, 370).
─Ocupémonos
ahora de la esperanza. Se afirma que un sinónimo de esta virtud es la
confianza.
─Y
es una buena afirmación. Hay que tener una verdadera confianza en que Dios nos
quiere tanto, que cualquier suceso que nos viene es para mayor bien nuestro (PA
384).
─Algunos
consejos para ejercitar la esperanza...
─Aunque
parezca que falta lo necesario para la vida, no te apartes de Dios y haz lo que
te manda, que pues sustenta las avecillas y viste los lirios del campo, y no
hay padre que, si su hijo le pide pan, le dé piedra, y si le pide huevo, le dé
escorpión, y él es tu verdadero padre, sé cierto que no te faltará convirtiendo
el agua de tus trabajos en vino de refrigerio, si esperas en él con verdadera
confianza (BMC 2 , 369).
Haciendo
ahora un paréntesis, le pregunté a Gracián por qué, según algunos autores, la
cima de la esperanza es el abandono. Me contestó:
─El
abandono consiste en una aniquilación total, es decir, en un cesar la voluntad
de todo punto de querer cosa que no sea Dios, olvidando y dejando todas las
criaturas y arrojándose en los brazos de solo el Criador, y así dice: Deus meus, et omnia; dilectus meus mihi, et
ego illi. No quiero decir en esta doctrina que el alma aparta la
voluntad del amor de la Virgen María y de los Santos y del cumplimiento de la
ley divina, aunque esté unida con Cristo, sino que después de estar así unida,
a todas estas cosas y a todos los prójimos ama y conoce dentro del mismo Dios y
en Dios y para Dios (BMC 1, 329).
─Entremos
ahora en el campo de la caridad. Y antes que nada, ¿cómo podría definirla?
─La caridad y divino amor, según el Apóstol San Pablo, es el fin del
precepto que nace de puro corazón, buena conciencia y fe no fingida; es
cumplimiento de la ley y la mayor de todas las virtudes y el preciosísimo
tesoro y oro encendido que nos aconseja San Juan que compremos; el fuego que
Dios vino a poner al mundo, madre de las virtudes y la que hace que los
hombres sean más semejantes a Dios que ninguna otra virtud, y, según dice San
Próspero, es propia virtud de los Santos y el calor natural que da vida, sin la
cual quien no ama queda en muerte, y sólo con ella, dice San Bernardo, puede el
alma de alguna manera pagar a Dios lo que le debe.
─Se
la ha llamado la reina de las virtudes.
─Con
toda razón. En ninguna cosa tanto se agrada a Dios, como en que amemos al
prójimo como a nosotros mismos (BMC 1, 117).
─También
dice el Apóstol que la caridad es el carisma más excelente.
─Y
dice muy bien. Éxtasis, raptos, visiones, milagros, gustos de la oración, etc.
son atavíos de la caridad, que es reina de las virtudes y no la esencia de
ella; y puede ser que en una alma se hallen verdaderas revelaciones y raptos,
que son piedras preciosísimas, y no por eso tendrá mayor caridad y mayor gracia
que otra, cuando sin tener rapto, visión ni gusto, con mayor deseo se emplea en
el servicio de Dios y en el amor del prójimo por Dios, porque esta tal tendrá
más gracias, más caridad, mayores virtudes y merecimientos (BMC 1,159).
─Enseñando
como enseña el Catecismo que la caridad es una virtud con que se ama a Dios
sobre todas las cosas, ¿qué acto de caridad sería el más excelente?
─Lo
más perfecto del amor es arrojarse el alma a todo lo que fuere voluntad de Dios,
y una verdadera determinación de hacer y padecer por Cristo mezclada con la
contemplación, afecto y gusto de amor, y amar y contemplar y juntamente hacer y
padecer por Cristo.
─¿Se quiere decir con esto
que el amor tiene grados?
─Sí, y son doce los grados de caridad que los Santos
escriben para que procuremos ir subiendo de grado en grado hasta la soberana
unión; la cual es la cumbre de la caridad, y la perla preciosa y el más
excelente deseo del que quisiere llegar al fin que pretende de la perfección[6].
─Le pedí a Gracián que me los desgranara con
calma; que yo, por mi parte, y dado el interés que había despertado en mí la
noticia, prometía no interrumpirle lo más mínimo. Me agradeció el gesto; pues
me contó que él, cuando tocaba este tema, se trasponía de tal forma que se
olvidaba de lo que tenía alrededor. Pronto pude comprobarlo. Comenzó
fogosamente:
─El primer grado de amor es en el cual el amor facit
languere utiliter;
hace enfermar con provecho. Esto es un descaecimiento y un cesar de las cosas
del mundo, con que el alma ya no anda tan bulliciosa y ganosa de ellas como
solía, sino que cayendo en la cuenta de la bajeza que son, se le caen los
brazos para tratarlas. Nace del deseo de servir al Señor y del conocimiento de
la vanidad que tienen en sí las cosas perecederas.
─El segundo quaerere Deum incesanter: buscar a Dios y su Santo
servicio sin cesar jamás. Y esto se ve que hace cuando en todo lo que trata
querría hallar a Dios y su servicio. Con este amor se levantaba la esposa de
su cama, donde no podía reposar porque no hallaba allí a su amado de noche, y
decía a los que topaba preguntando por él: ¿Habéis visto por ventura al amado
de mi alma? Quiere decir que el alma que busca a Jesús en la cama de su propia
voluntad echada y descuidada, no le hallará; por tanto es menester que levante
el espíritu, y que ande preguntando por él.
─El tercero, operari indesinenter: obrar sin cesar, porque en las
obras que se hacen por Dios, se ve quién le ama, y cuando de veras ama, que no
se le hacen un día los siete años de servicio de Labán por alcanzar la hermosa
Raquel de la quietud de espíritu. Mi trabajo, dice San Bernardo, no es de una
hora, y si más fuere, no lo siento según el gran amor que tengo.
─El cuarto, sustinere infatigabiliter, sufrir muchos trabajos sin
cansarse. Dice San Agustín que aunque haya muchas cosas grandes y pesadas que
hacer, el amor las hace fáciles, pocas y livianas; y la razón es porque el que
ama a Jesús trabajado, siempre está deseando trabajos por él.
─El quinto es, appetere impatienter, apetecer a Dios sin paciencia
cuando no tiene paciencia para aguardar, sino conociendo cuán bueno es,
querría luego gozar de él, o no tiene paciencia para esperar ni dilatar las
cosas de su Santo servicio. Desea y falta mi alma en los palacios del Señor,
decía David. Quiere decir, que tiene tan gran deseo que le falta la paciencia
para esperar, y se aflige y desfallece viendo que no se cumplen sus deseos.
Decía Raquel a Jacob: Dame hijos, si no moriréme. Otro tanto dice cualquier
alma que ama de veras a Jesucristo, pidiéndole hijos de merecimiento; y de
aquí nace quitar toda la ociosidad y andar diligente en el servicio de Dios.
─El sexto, currere velociter, que es correr con gran ligereza en
el camino de Dios, aumentando más y más buenas obras del servicio de su divina
Majestad. De esta yerba estaba herido el corazón del Real Profeta cuando decía:
Así como el ciervo desea las corrientes de las aguas, así desea mi alma a ti mi
Dios. Dice S. Bernardo: El que ama ardientemente, corre con mayor ligereza y
alcanza a Dios con mayor presteza.
─El séptimo, audere vehementer, que es un gran atrevimiento que
recibe el alma con Dios, porque la perfecta caridad, según dice el Apóstol,
lanza de sí el temor. A este atrevimiento se llega por el camino de mucho
respeto y temor de Dios, considerando la grandeza de la divina Majestad, y
yendo poco a poco entendiendo ser infinita su bondad y misericordia como lo es
la justicia y majestad, se va atreviendo hasta llegar a la consideración de la
infinita bondad, que le hace perder todo el temor y cobrar un gran atrevimiento.
No de otra suerte la Santa Ester iba temblando y turbada al principio que entró
en la presencia del rey Asuero, más después que le vio extender el cetro y
reconoció la gana que tenía de hacerle mercedes, sentóse a su lado y libró su
pueblo, y con imperio mandó ahorcar al traidor de Amán. Dice el bienaventurado San
Bernardo estas palabras, hablando de este atrevimiento: ¡Oh, Santa ánima!, ten
reverencia, porque éste es tu Dios, y ¿por ventura no has de llegar a él sino a
adorarle, porque la honra del rey ama el juicio y respeto?; yo confieso que eso
es verdad, mas cuando el amor corre a rienda suelta, ni aguarda juicio ni se
templa con consejo ni se refrena con vergüenza ni se sujeta a la razón. Hasta
aquí son palabras de San Bernardo.
─El octavo, astringere indissolubiliter, que es abrazar apretando
fuertemente a Dios con los dos brazos del entendimiento y voluntad, y cuando
el mismo Señor abraza consigo al alma, la causa de este abrazo es el amor,
según dice el gran Dionisio, porque hace abrazar y juntar los dos corazones que
se aman; y si el alma es discreta, no ha de soltar a su Dios hasta que le dé la
bendición de la manera que el buen Jacob luchaba, abrazado fuertemente con
Dios, y aunque le quedó coja la pierna izquierda y él trasudando y cansado de
luchar, con ánimo fuerte le decía: Vive el Señor, que no te tengo de soltar
hasta que me eches la bendición.
─El nono, ardere utiliter, que es abrasarse el corazón y el alma con fuego
del amor; y aunque cuando se comienza sea poco el calor, vase después
afervorando el corazón hasta que lanza de sí llamaradas de amor, que no
solamente abrasan las potencias interiores haciéndolas andar conforme a la
voluntad del Señor, pero también salen a componer lo exterior, y después que
está el alma bien encendida en sí, salta la llama hasta encender los corazones
de los prójimos. De este fuego habla el Real Profeta cuando dice: Encendióse mi
corazón dentro de mí y creciendo la meditación, dio llamaradas de fuego de
amor; y el glorioso Apóstol: Anden hirviendo en amor vuestros espíritus. Y no
es mucho, que si Nuestro Señor es fuego abrasador y vino a traer fuego a la
tierra de los hombres dando su espíritu en lenguas de fuego, que el alma que de
veras le ama se le abrase el corazón.
─El décimo y último grado de amor, que es la
perfección de la vida cristiana, es la unión perfecta con Dios y la imitación y
semejanza perfecta de Cristo, de que muy a la larga escribí en otras partes
(BMC 2, 43-45).
Al concluir una exposición tan brillante,
felicité efusivamente a Gracián. Y le rogué que, como complemento, tuviese a
bien despejarme dos dudas. La primera fue ésta:
─¿Por qué dice San Pablo que la caridad, entre
otras cosas, es educada y afable?
─Porque
si de razón del amor es el gusto, dice San Agustín, y los que se aman con mal
amor se tratan con afabilidad sensual; los que se aman con amor espiritual,
¿por qué se han de tratar con disgusto y acedia? (BMC 1, 126).
─La
segunda duda es un interrogante, que no pocos se hacen con frecuencia: si uno
estuviera con Dios en la oración, y se le atravesara una obra urgente de
caridad ¿qué sería preferible: seguir hablando con Dios o dejar a Dios para
atender al hermano?
─Dios
nos libre del amor propio que suele engañar a muchos en la oración, cuando con
título de algún bien se apartan de la caridad. Tanto más cuanto el hacer la
voluntad de Dios es el primer fruto del amor, como dijo el Señor a los
discípulos cuando le querían dar de comer habiendo estado con la Samaritana: mi
manjar es hacer la voluntad de mi Padre que me envió (BMC 1 49; 2, 207).
IX
VIRTUDES CARDINALES
Al día siguiente le propuse a Gracián el
tema de nuestro diálogo con estas escuetas palabras: el Catecismo nos enseña que
las cuatro virtudes cardinales se llaman así porque agrupan a todas las demás y
constituyen las bases de la vida virtuosa. Tratándose de un tema tan
importante, valdría la pena que examinásemos despacio cada una de esas virtudes.
¿Qué le parece? A él, como de costumbre, le pareció muy bien. Así que comencé,
sin más demora, a formularle la siguiente pregunta: ¿qué debemos entender por
la virtud de la prudencia?
─Lo
explicaré con un ejemplo. Así como el caballo duro de boca que no obedece al
freno, fácilmente despeña al que va encima, así el libre albedrío, aferrado con
su propio parecer, muy a peligro va de ilusiones y de perder el buen espíritu
(BMC 1, 127).
Me
satisfizo una respuesta tan clara y didáctica; y, por eso, pasé enseguida al
examen de la segunda virtud: la justicia. Pero aquí Gracián me puso sobre aviso
diciéndome que tenía que saber que esa virtud merecía una consideración más
amplia que las restantes. Y ello porque debíamos hablar de justicia, no solo en
sentido abstracto y concreto, sino también en el sentido general y particular.
Le
agradecí la aclaración, y le invité a que comenzásemos por acotar el sentido
abstracto.
─En
este sentido justicia se llama aquella rectitud que tenía el hombre antes que
cayese en pecado original, con la cual la razón estaba perfectamente ajustada
con Dios y los apetitos sujetos a la razón sin la rebeldía con que quedaron
después del pecado, que es la ley de los miembros y de la carne repugnante a la
ley del espíritu, que dice San Pablo (BMC 2, 422).
─Veamos
ahora el sentido concreto.
─En
este sentido justicia es la observancia de la ley natural, que consiste en amar
a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, y en los propósitos
primeros: apártate de mal y haz bien; y en la regla: Lo que no quieres para ti,
no quieras para otro: que todo esto es lumbre impresa en nuestra alma del
rostro de Dios, con que nacemos (BMC 1, 29).
─Ya
hemos visto los sentidos abstracto y concreto, ¿cuál es el universal o general?
─Consiste
en pagar el hombre a todos lo que les está obligado. Debe a Dios reverencia
como a criador, amor como a padre y temor como a juez. Debe a su prójimo,
obediencia a los mayores, benevolencia a los iguales, beneficencia a los
inferiores. Para consigo mismo está obligado a guardar pureza en los
pensamientos, verdad en las palabras y recta intención en las obras. Y cuando
en ninguna cosa de estas nueve faltare, entonces anda al justo y vive con
rectitud (BMC 2, 423).
─Finalmente,
¿qué se entiende por justicia particular?
─Es
no hacer agravio a nadie y dar a cada uno lo que se le debe. Divídese en
distributiva, que es aquella que distribuye el premio conforme al merecimiento
de cada uno, y conmutativa, cuando se anda al justo en los contratos sin
agraviar al prójimo. Ponen por partes de la justicia a la religión, piedad,
observancia de leyes, obediencia, agradecimiento, castigo de culpas, verdad,
amistad y liberalidad; que son virtudes contrarias a la superstición, impiedad,
menosprecio de leyes, desobediencia a los superiores, ingratitud de los
beneficios, disimular sin castigo las culpas, mentira, adulación y avaricia
(BMC 2, 415).
─Le
agradecería que me resumiera toda esta doctrina en pocas palabras.
─Así
como una viga está justa cuando no falta ni sobra del lugar y sitio donde se ha
he asentar, que es su fin, o cuando viene al justo de la medida y regla por
donde se labró; así el alma entonces está justa cuando en todo busca el
servicio de Dios, que es su fin, o cuando viene conforme a la regla por donde
ha de vivir, que es la ley (BMC 2, 421).
─Entremos
ahora en el reducto de la fortaleza. Como todas las virtudes, se infunde en el
alma por el bautismo, ¿no es así?
─Merced
a esta virtud, aunque grande es la fuerza del demonio en acometer a los que ve
que siguen oración y espíritu, no se descuida el Señor de comunicar fortaleza
sobrenatural a los que con amor se procuran unir con él, con la cual dicen: In te inimicos nostros ventilabimus cornu
(BMC 1, 395).
─Dicen
que la fortaleza es la madre de la paciencia...
─Sí.
Y los medios para alcanzar paciencia y para perseverar y caminar adelante en el
espíritu, son cinco. El primero, desconfianza propia de sus fuerzas y confianza
en Dios. El segundo, tratar con personas espirituales experimentadas que le
vayan dando luz. El tercero, desear cruz por Cristo y no apetecer regalos
interiores ni exteriores. El cuarto, no se espante de sus caídas, ni por ellas
desespere ni se abandone, sino acuda a la confesión y vaya adelante con los
ejercicios espirituales. Finalmente, resuélvase muy de veras en que haga Dios
en él su voluntad (BMC 1, 81).
─A
lo que veo, la paciencia es una virtud de primer orden...
─Ninguna
cosa puede dar más gusto a Dios que padecer trabajos y llevar su cruz con
paciencia, pues la caridad, como dice el Apóstol, no consiste en hablar con
lenguas de hombres, ni ángeles, ni en tener visiones, revelaciones y profecías,
hacer milagros, ni en dar muchas limosnas ni hacer grandes penitencias, aunque
sea dando su cuerpo para que arda, pues todo esto sin caridad no es nada ni
vale nada, sino en tener paciencia, benignidad y no irritarse contra los que
persiguen, etc. (PA 196).
─Deme
algún consejo para ejercitar la paciencia.
─El
que no sufre sus trabajos y murmura contra los perseguidores, anda buscando
venganzas y procura volver por su honra, cuando es bueno abandonarla por Dios:
aunque haga milagros y tenga cuántas éxtasis y revelaciones quisiere, no le
tendré en tanto ni de tan buen espíritu, como al que con paciencia sufre las
persecuciones (BMC 1, 49).
Como
veía que Gracián se refería con tanto entusiasmo a esta virtud, tuve prisa (lo
contrario de la paciencia) por conocer cuáles eran sus principales efectos. El
me aseguró que eran dos. Le rogué entonces que me hablase ya del primero:
─Cuando
Dios da las enfermedades y dolores y el alma con paciencia y mansedumbre las
recibe, agradeciéndoselas como soberanas mercedes, porque traen a la memoria
los dolores de Jesucristo crucificado, entonces con las enfermedades suele en
muchas personas crecer el espíritu por vía de la participación de la Cruz (BMC
1, 111).
─¿Y
el segundo efecto?
─Son
también causa del amor de Dios las persecuciones, tribulaciones y afrentas
sufridas con paciencia por Cristo, así como del movimiento de dos palos o de los
golpes del eslabón y pedernal se engendra el fuego (BMC 2, 158).
─Para
concluir este apartado, me gustaría una sentencia, aforismo o apotegma que
resumiese toda esta doctrina tan necesaria.
─Sufre
tus tribulaciones corporales o espirituales, y principalmente la sequedad de
espíritu, si quieres hallar a Dios. Porque no corona sino a los que pelean, ni
le hallan amoroso sino los que en las mayores contradicciones le buscan con
paciencia (BMC 2, 368).
─Por
último, hablemos de la templanza, que es definida por el Catecismo como la
virtud que asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos.
─No
hay señal más verdadera del espíritu, que cuando un alma se siente afligida,
perseguida, atribulada y trabajada, ahora sea con trabajos exteriores, cuales
son hambre, sed, frío, calor, cansancio, dolores, afrentas, calumnias, infamias
y otros muchos, ahora sea con interiores, cuales son las melancolías,
tristezas, sequedades de espíritu, escrúpulos, miedos, turbaciones,
imaginaciones importunas y el que llaman espíritu de blasfemia y los demás, se
va a la oración y se consuela con Cristo crucificado y de allí saca espíritu de
paciencia y sufrimiento (BMC 1, 42).
─Luego
la templanza exige refrenar nuestra inclinación a los placeres, así como
aceptar los dolores con resignación, ¿no es así?
─Perfectamente.
Para ello debemos recordar que hay tres maneras de dolor. El primer dolor es
del cuerpo, que experimenta quién tiene una herida, llaga, postema u otra
enfermedad. El segundo es el dolor sensible del apetito, como lo que duele una
afrenta, lo que siente una madre cuando se le muere su hijo, aunque el cuerpo
no tenga dolor alguno. El tercero es el dolor del espíritu, que es muy más
interior, más agudo, más sutil y más fuerte que cualquiera de los dolores que
he nombrado, cuanto es mayor y mejor el alma que el cuerpo y más delicado el
espíritu que la carne (BMC 2, 455).
X
VIRTUDES MORALES
La humildad
Aparte de las virtudes cardinales, que
son las principales, sabemos que existe una amplia gama de otras virtudes,
llamadas propiamente morales. Puesto que es imposible examinarlas todas, una a
una, detengámonos solo en la humildad: una virtud moral tan importante que la Madre
Teresa ya nos regaló en su tiempo con aquella insuperable definición: “Humildad
es andar en verdad” (6 M 10, 7). Cuando yo terminé de hablar, Gracián
apostilló:
─Es
la humildad primer principio y fundamento de todos los espirituales bienes, y
así mientras el alma no bajare y se apartare de su soberbia, propia estima y
vanagloria, no será coronada (BMC 2, 180).
─Y
de esta afirmación, ¿qué se desprende?
─Se
desprende que quien quisiere ir muy seguro en todas las cosas espirituales,
dese lo más que pudiere a la humildad, que ella es el lastre que tiene firme el
navío de nuestro espíritu y la que asegura todos los caminos de la oración (BMC
1, 372).
─¿Por
qué es tan provechosa la humildad?
─Cuando
el alma baja al abismo de la nada, trayendo a la memoria que de nuestra cosecha
somos nada y valemos nada, y que todo el bien que tenemos son beneficios
recibidos de la mano de Dios, por los cuales estamos obligados a servirle más,
en lo cual siempre faltamos, se humilla con una perfectísima y Santísima
humildad, que se hallaba en Cristo y en su Madre la Virgen en quien no había
habido pecado alguno (BMC 1, 409).
─Quisiera
saber qué pasos tenemos que dar para alcanzar la humildad...
─El
primer paso que el alma que quiere amor verdadero de Dios ha de dar y primer
escalón donde ha de poner el pie es el conocimiento propio, conocer sus pecados
pasados que cometió, las faltas presentes que cada día hace, las pasiones
fuertes y las ocasiones urgentes que tiene, y la inconstancia de sus deseos, la
rebeldía de su corazón, la instabilidad en sus propósitos, la fuerza de su amor
propio, sus inclinaciones y malos hábitos y costumbres y todo lo demás que le
estorba de subir al perfecto amor. Que de este propio conocimiento nace la
humildad, donde se funda todo el edificio del espíritu, y el cuidado de
purificarle y deseo de comenzar a amar a Dios. Y el que no le tiene ni le está
arraigado en él, fácilmente sale de la caridad y de la gracia, sigue sus
apetitos y aún admite pecados que van creciendo en algunas personas de falso
espíritu en tal manera que llegan cerca de ser herejías (BMC 2, 160).
─¿Cómo
hacer para progresar en esta virtud y perseverar en ella?
─Para
lo primero basta tener presente que la humildad profunda conserva todos los
bienes del corazón, y nace del conocimiento de nosotros mismos, que nos viene
con la luz de la verdadera oración. En cuanto a lo segundo es muy buen espíritu
aprender de Cristo, que es manso y humilde de corazón, y cuando una persona
sigue oración, que aunque sea de su naturaleza colérica y airada, con el
espíritu que de ella saca, se hace mansa, habla con blandura a sus prójimos y
les trata con benignidad, esta alma va aprovechada en espíritu verdadero (BMC
1, 35; 1, 38).
A
este punto se me ocurrió comentar con Gracián que los frutos de la humildad deberían
ser muchos y muy sustanciosos. Él me explicó que todos esos frutos se podían
reducir a dos categorías: frutos de orden psicológico y frutos de orden moral.
─Vemos
el primero, si no tiene inconveniente.
─Maravillosa
cosa es de ver cómo del abatimiento y aborrecimiento propio, se levanta en el
alma una grandeza y excelencia interior que siente dentro de sí, con la cual no
se trocaría por todos los príncipes y reyes del mundo, antes los tiene a todos
debajo de los pies, porque ya ni tiene que temer ni qué esperar de los hombres
(PA 189).
Luego
le pedí la explicación del segundo, es decir, los frutos de orden moral; y ésta
fue su respuesta:
─Así
como el fuego derrite la cera, así el buen espíritu ablanda el corazón, causando
la benignidad y apacibilidad para con todos, bien contraria a la dureza y
esquiveza que tienen algunos que piensan son espirituales, mas están tan lejos
del verdadero espíritu, cuanto lo están de la benignidad que fue tan amada del
benignísimo Jesús, que de sí mismo dice: Que deprendamos a ser mansos y humildes de corazón (BMC 1, 50).
─A
este respecto Cristo pronunció esta definitiva sentencia: “El que se humillare
será enaltecido”. ¿Cómo y dónde podemos comprobar la realización de estas
palabras?
─Puede
comprobarse en el mismo Cristo y en su Madre. Primero, en Cristo. No sin causa
dice Job: Que Dios fundó la tierra sobre la nada, dando a entender, que la
humildad es principio de toda la vida de amor, y sin ella no se conserva el
buen espíritu. Por causa de esta virtud ensalzó el Padre Eterno a Cristo,
porque se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, y mientras más profunda
fuere en la humildad, más firme y más alto se levanta el edificio de la vida
espiritual (BMC 1, 409).
Sin
darme la posibilidad de intervenir (pues aún estaba él en el uso de la
palabra), Gracián terminó su discurso:
─Luego,
en María. En el cielo el trono de la Virgen está colocado sobre todos los
tronos de los apóstoles y serafines, y ninguna otra criatura merece asentarse
en él; y así como en el cielo, siendo grande es humilde, en la tierra, siendo
humilde es grande y no pierde punto de su grandeza por su humildad (BMC 2,
393).
─No
quiero que termine nuestro diálogo sin hacerle antes una última y difícil
pregunta: ¿puede haber mixtificaciones en la humildad? Y en caso afirmativo,
¿cómo detectarlas?
─La
humildad falsa y engañosa, que más verdaderamente es pusilanimidad, hace que el
hombre ponga los ojos en sus fuerzas y talentos, y con ella mida sus deseos y
pensamientos, y como las ve tan flacas, pierde el ánimo para emprender cosas
grandiosas (BMC 1, 398).
XI
LOS FRUTOS DEL ESPIRITU
Como coronamiento de la doctrina sobre
las virtudes el Catecismo trae la enseñanza de los dones y los frutos del
Espíritu. De los dones ya se habló bastante cuando reflexionamos sobre el
Espíritu Santo. Ahora debemos tratar sobre los frutos; teniendo, sin embargo,
bien presente que el Catecismo dedica al tema muy poco espacio: solo un
parágrafo. Que exactamente dice así: “Los frutos del Espíritu Santo son
perfecciones plasmadas en nosotros como primicias de la gloria eterna. La
tradición de la Iglesia enumera doce: caridad, gozo, paz, paciencia,
longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia
y castidad (Ga 5, 22-23).
Dado que el Catecismo trata el asunto
tan escasamente (señal de la poca importancia que le concede), no tiene sentido
que nosotros le dediquemos mucho tiempo. Por eso, más que detenernos en la
explicación de todos los frutos, será conveniente centrarnos solo en dos, los
dos que tienen una mayor actualidad: el gozo y la paz. Nuestro mundo tiene una
urgente necesidad de ambos: un mundo que va a la deriva y naufraga a diario en
un océano de tristezas, pesimismo y angustias, y un mundo que cruje y se
despedaza en una diabólica cadena de guerras interminables. Aplaudió Gracián,
complaciente, mi improvisada perorata, y se aprestó a escuchar mi primera
pregunta. Se la formulé así:
─¿Por
qué se dice que el gozo es fruto del Espíritu?
─Porque el verdadero espíritu causa gozo
interior. Es imposible, siendo Dios tan amoroso, dulce y suave, dejar de dar
contento a quien trata con él; pero los que andan llenos de amargura de
corazón, no los juzgaré por de buen espíritu (BMC 1, 49).
─¿Es
el gozo espiritual propio de la condición cristiana?
─Y
tanto. La alegría espiritual es contraria al espíritu triste, de quien dice el
sabio que seca los huesos, y tiene su origen en el rendimiento de la voluntad
de Dios, y deseo de darle en todo gusto y contento, según aquellas palabras del
real Profeta: alegraos en Dios, y regocijaos los justos y gloriaos en él los
que tenéis rectitud de corazón (BMC 1, 195).
─¿Quiere
decir eso que la aflicción de espíritu destierra el gozo del alma?
─A
veces la produce. Cuando un alma está afligida y le parece que se le abre el
cielo, y se serena el aire y que el mismo Señor le limpia las lágrimas de los
ojos con sus divinas manos, este gusto, regalo y alegría se llama consuelo
divino, porque viene después de aflicción, trabajo y tribulación; y tanto es
más sabroso cuanto con él más se mitiga la pena, aflicción y tristeza pasada
(BMC 1, 198).
─Pero
eso no significa que el gozo permanece siempre en el mismo grado...
─No.
Porque cuando la alegría espiritual crece con unos ímpetus de gozo interior, no
continuado, sino a tiempos, como unas risadas que da el alma dentro de sí
cuando recibe buenas dádivas el corazón, entonces se llama júbilo. Es más
fuerte este ímpetu que el de la alegría, y dura poco tiempo, pero en lo que
dura, ensancha el corazón, dilata las venas del alma, afervora los deseos y
engendra la devoción (BMC 1, 196).
─Ha
dicho que el júbilo dura poco. ¿Nunca tiene una duración larga?
─Depende.
Así como la alegría espiritual es una continuada paz y serenidad del alma en
hacer la voluntad de Dios, así los continuados júbilos y risadas interiores,
que duran mucho tiempo y traen el alma con impetuosa alegría, que parece que da
saltos de placer, se llama regocijo interior, porque el gusto es más crecido,
el placer más abundante, la suavidad mayor y el contento más grande (BMC 1,
197).
─Cambiemos
de tema y vayamos a la paz. ¿Por qué es fruto del Espíritu?
─El
profeta Isaías, declarando el fruto del verdadero espíritu, pone la paz, cuando
dice: erit opus justitiae pax:
será la obra de la justicia la paz (BMC 1, 41).
Añadió
enseguida Gracián que debía saber que había tres clases de paz: paz para
consigo mismo, paz para con el prójimo y paz para con Dios (BMC 1, 41). No las
conocía y le pedí que me las explicase. Fue breve en su explicación:
─La paz para con Dios consiste en rendirse en
todo a su divina voluntad; la paz para con el prójimo, no querer contienda con
nadie, y paz para consigo mismo cuando causa quietud dentro del corazón. Todo
esto es fruto del buen espíritu; mas los amigos de revueltas, bandos,
enemistades y que siempre andan inquietos y perturbados en el corazón, no
proceden con buen espíritu (BMC 1, 49).
─Según
eso, ¿hay paces que no son fruto del Espíritu?
─Muchas
veces el demonio, transfigurado en el ángel de luz, pone paz y alegría falsa en
gente engañada, que no hacen caso de las ofensas y faltas en que están caídos,
por haber llegado a la dureza e insensibilidad de corazón; y esta paz no la
quiere el Señor, sino el cuchillo de la mortificación y penitencia, y no hay
mayor señal de ser alegría verdadera, que cuando ha precedido mucha tristeza de
contrición, mucho temor de Dios y mucha guerra de mortificación (BMC 1, 196).
XII
LOS PECADOS Y LA
IMPERFECCION
Le hice notar a Gracián, al inicio de
nuestro diálogo de hoy, que el Catecismo, del florido campo de las virtudes,
dones y frutos del Espíritu ingresaba directamente, sin solución de
continuidad, en el oscuro mundo del pecado. Que nosotros también podríamos
hacerlo así, y preguntarnos, de entrada, en qué consiste el pecado y cuántas
clases de pecados hay. Estuvo Gracián de acuerdo con mi propuesta, y antes de
que yo pudiera formularle ninguna pregunta, quiso él adelantarse y, a modo de
premisa, me hizo esta somera exposición:
─Pureza
de alma es carecer de pecados y faltas y manchas que ensucian el corazón. Y
para tratar de la suma pureza y dar luz a quien quisiere alcanzarla, dividamos
las manchas del alma en dos maneras. Primeramente pecados, que se dividen en
original, mortal y venial. Lo segundo, imperfecciones, que se llaman así las
faltas que aunque no sean culpables, impiden el aumento de la perfección del
espíritu, cuales son el dejarse llevar de condiciones naturales dañosas, la
tibieza que no llega a ser culpa, y el perdimiento de tiempo y dejar pasar las
ocasiones de merecer (BMC 2, 446).
─De
esas tres clases de pecado, sabemos que el más grave es el mortal. Pero, ¿qué
consecuencias acarrea?
─Con
el pensamiento consentido de pecado mortal pierde el alma la gracia y se
condena para siempre... Y es pecado mortal dejarse infamar un hombre público y
que está obligado a volver por su honra (BMC 2,78; PA 40).
─Por lo que acaba de decir, ¿cuál debe ser la
principal preocupación del cristiano?
─La
primera cosa que ha de hacer quien quisiere salvarse y alcanzar el verdadero
espíritu con perfección, es limpiar y purificar su alma de todo pecado mortal,
y en cuanto le sea posible, de venial e imperfección; porque si la quiere tener
en pecado mortal, despídase de todo bien, y mientras más limpia estuviere de
pecados veniales e imperfecciones, más aparejada estará para recibir los rayos
de “la luz del sol de la divina Justicia” (BMC 1, 26).
─Los
pecados veniales, ¿también son relativamente graves?
─Responde
tú mismo sabiendo que en ninguna cosa puede ser el alma más agradable al Señor
que en cumplir sus leyes, deseando con esto hacer la voluntad de Dios, y que
ninguna ley hay pequeña, pues se encierra en el cumplirla tan gran bien como es
dar contento a su Criador y hacer su voluntad (BMC 1, 306).
─Entonces,
¿hay que esforzarse seriamente por evitar los pecados veniales?
─Atiende bien: quien no pusiere
diligencia en apartarse de los pecados veniales cuanto pudiere, no sentirá en
sí el olor divino del bálsamo del espíritu que se destruye por las moscas de
los pecados veniales que en ellos caen y se mueren (BMC 1, 301).
─Pero
¡es tan fácil caer en ellos!...
─Sería
yo muy necio y muy soberbio si jurase que de las culpas livianas y pecados
veniales-que se absuelven con agua bendita- en que cae el justo siete veces al
día, haberme yo librado toda la vida.
─¿Y
qué decir de las imperfecciones?
─Raposillas
pequeñuelas son las imperfecciones que detienen el alma para que no ame más a
Dios, las cuales se han de buscar y cazar con mucha diligencia, si quisiere
florecer en perfección y virtudes heroicas (BMC 2, 172).
─Pero,
como dije antes respecto de los pecados veniales, ¡es tan difícil verse libre
de imperfecciones!...
─Difícil,
pero no imposible. Tenga cada día su examen de conciencia para ver en lo que ha
caído, y examine sus imperfecciones para irse en ellas a la mano. Recátese de
no ponerse en ocasiones (BMC 1, 27).
─¿Cuál
es la causa de que cometamos tantas imperfecciones?
─La
ociosidad dañosa es polilla del espíritu. Hay obras ociosas, palabras ociosas y
pensamientos ociosos; llámanse palabras ociosas, las que no aprovechan para el
bien de sí mismo, o para la honra de Dios o provecho del prójimo (BMC 1, 302).
Me
agradó sobremanera cómo Gracián había definido las imperfecciones, así como el
remedio para evitarlas. Le propuse entonces que excogitara otro remedio similar
para evitar los pecados veniales. A esto me dijo que lo que yo pretendía era
imposible, y por esta razón:
─Siete
veces al día cae el justo, y es nuestra naturaleza tan flaca, las ocasiones tan
grandes, las pasiones tan fuertes, los demonios tan diligentes, que no
solamente en pecados veniales pero en otros más graves suelen caer algunos de
los que estaban más ejercitados en la virtud y espíritu, y así bienaventurado
el que siempre anda temeroso, que aunque sea más espiritual que David, más
sabio que Salomón y más fuerte que Sansón, si se descuida, una mujercilla le
hará negar a Cristo, como hizo a S. Pedro: El que está en pie, dice el Señor,
mire no caiga (BMC 1, 410).
Le
pregunté si con lo que acababa de decirme quería significar que los pecados
veniales eran inevitables; y que, por lo tanto, eso explicaría la multitud de
pensamientos y sentimientos pecaminosos que nos asaltan continuamente. Se
apresuró a sacarme del error:
─Los
primeros movimientos cuando el alma no consiente ni con negligencia y pereza
los detiene, no es pecado, antes en aquella batalla se merece, y es gran
consuelo para algunos saber, que, aunque dure el pensamiento mucho espacio, si
el alma da pena y está batallando, ni peca con este pensamiento ni aún le
estorba el buen espíritu, antes con esta pelea se hace robusto y después de la
tentación vienen grandes bienes espirituales, como vinieron los ángeles a
servir a Cristo cuando venció al demonio (BMC 1, 102).
─Según
todo eso, lo malo no es caer, sino no levantarse, ni arrepentirse ¿es así?
─Así
es. El que parte o se aparta del pecado mortal para caminar a la perfección, la
primera jornada que ha de andar es la penitencia; que esta es el crisol donde
se afina la plata y el oro, quitando la escoria del pecado, como se colige de
Isaías; la agricultura que despedrega la tierra del alma y escarda las malas
yerbas para dar buen fruto, como dice Jeremías; medicina con que Sana el alma
enferma en pecados y lavatorio con que se limpia de la Sangre de las ofensas
divinas en que se revolcaba, como se colige de Ezequiel; vuelo del águila
espiritual con que se renueva, mediante el calor que recibe con el amor,
bajando al estanque del agua fría del temor y contrición con que se caen las
plumas viejas de los pecados, y salen los cañoncitos nuevos de buenos
propósitos, y donde la culebra deja el cuero viejo de la mala vida, haciendo
fuerza para entrar por los agujeros de la piedra que es Cristo y quedar
remozada (BMC 1, 296).
─¿Algunos
consejos para no caer en el pecado?
─Procure
el alma un verdadero deseo de agradar a Dios y de amarle, que el amor de Dios
es verdadero principio de la conversión; y aunque sea como pudiere, haga
algunos actos de amor de Dios (BMC 1, 411).
─¿Tan
poderoso es ese deseo?
─Tan
poderoso. Los actos interiores de las virtudes, que son pensamientos y deseos
de ellas, es muy alta y excelente oración y seguro espíritu, y esto se hace
poniéndose en presencia de Dios y de los Santos, y aunque no hable nada con la
boca, ejercitándose en pensamientos y deseos de las virtudes; como es pensar y
desear, quien quiere hacer actos de la fe, que si se hallase entre herejes, por
no faltar un punto de la fe, se dejaría martirizar, etc., y así en las demás
virtudes (BMC 1, 31).
─¿De
dónde le viene al deseo tanta fuerza?
─Es
verdad que nuestras fuerzas son cortas, y la carne es flaca, mas el espíritu es
pronto, y el deseo del hombre puede caminar muchas más leguas que lo que pone
en ejecución (BMC 1, 418).
─Tenga
a bien explicarme eso un poquito.
─Así
como se mezclan dos aguas, la que llueve del cielo con la de la fuente, así se
mezclan nuestros deseos con los de Dios, y se hacen todos unos, según aquello
que dijo el Señor a la Samaritana; Harásele una fuente de agua viva que salta
hasta la bienaventuranza. Y por San Juan: El que creyere en mí, manarán de su
alma ríos, y esto decía del espíritu que habían de recibir los que creyesen en
él. Donde se ve que el espíritu de Dios es como agua añadida a otra agua, o
como cuando se mezcla una gota de agua con el vino; que así como aquella gota
de agua cae dentro del vino, y luego se dilata, y se torna y convierte en vino,
así la poquedad de nuestros deseos, cuando nos resolvemos a no hacer cosa que
Dios no desee, cae sobre los deseos de Dios, y se van dilatando y haciéndose
uno (BMC 1, 175).
Llegados
a este punto, le pedí a Gracián que me indicase cuál debería ser, en su
opinión, la actitud habitual del cristiano en su lucha contra el pecado. Me
trazó este hermoso programa:
─Sería
bien que se dispusiese el alma a tal grado de pureza, que esté como está el
fuego en su esfera. Verdad es que siempre hay que llorar de que siete veces al
día cae el justo. Este grado de pureza es, cuando se pretende vivir sin pecados
mortales, sin veniales, sin imperfecciones y sin desemejanzas de Cristo. Llamo
desemejanzas de Cristo, obras, palabras y pensamientos que parece no hiciera,
dijera, ni tuviera Cristo si viviera en esta vida en el mismo estado, oficio,
ejercicio, y tuviera los mismos intentos, salud y complexión que tiene la
persona espiritual que pretende esta pureza (BMC 1, 161).
─Cambiemos
ahora la perspectiva. Y puesto que una de las exigencias del pecado perdonado
es la penitencia, hablemos de ella. ¿Cuándo y cómo habría que hacerla?
─La
penitencia es de dos clases: activa y pasiva.
─¿Quién
hace penitencia activa?
─El
que llora bien sus pecados y toma gusto en las asperezas y penitencias del
cilicio, disciplina y ayunos, porque le parece satisface en esta vida y evita
las penas eternas.
─¿Cómo
hacer la penitencia pasiva?
─Tomando
las afrentas, desprecios y tribulaciones por penitencia de los pecados de la
vida pasada, y con eso recíbese gran alivio y quítase la pena y amargura de
corazón que pudieran causar (PA 190).
Conociendo
la vida de Gracián, adiviné enseguida que, tanto por lo dicho como por la forma
de decirlo, estaba respirando por la propia herida. No quise mortificarle
insinuándoselo, sino que seguí con mis preguntas, y así le dije:
─¿Y
cuándo hay que actuar así?
─Cuando
la tristeza está ya en campaña, las lágrimas en los ojos y el dolor en el
corazón por las afrentas recibidas -que, al fin, se sienten y de otra manera no
serían cruz-, acuérdase el alma de sus pecados, y junta esta memoria con sus
penas; y de todo esto, a río revuelto, pesca buenos peces de verdadera
contrición y verdadera penitencia (PA 190).
─Para
finalizar, ¿bastaría con que esa penitencia fuera superficial, o ha de ser
profunda?
─Qué
tal haya de ser la verdadera penitencia y conversión, ninguno nos lo enseña
mejor que Cristo resucitado. Porque así como cuando resucitó tornó a la vida y
venció la muerte, así el alma que hace verdadera penitencia, sale de la muerte
del pecado y alcanza la vida de gracia: levántate tú, que duermes y resucita de
los muertos, y alumbraráte Cristo, dice el Apóstol (BMC 1, 410).
XIII
LAS PRUEBAS Y LA TENTACION
Muy unido con el tema del pecado está el
de la tentación. El Catecismo no se refiere a la tentación dentro de la
explicación del “Credo”, sino a la hora de comentar estas dos peticiones del
padrenuestro: “No nos dejes caer en la tentación” y “Y líbranos del mal”.
Respecto de lo primero explica que debemos discernir entre la “prueba”, que nos
hace crecer en el bien, y la “tentación”, que conduce al pecado y a la muerte.
En cuanto a lo segundo afirma que el mal designa la persona de Satanás, que se
opone a Dios y que es el “seductor del mundo entero” (nºs 596-597).
Sospeché
yo que el doble tema de hoy -las pruebas y la tentación- irían a darnos mucho
juego, es decir, a procurarnos una conversación agradable y provechosa. Por la
sencilla razón de que Gracián, a lo largo de su vida, había acumulado una profunda
y dilatada experiencia sobre ambos temas. No me lo desmintió; y entonces
decidimos empezar nuestra plática con el enojoso tema de la tentación y el
tentador. ¿Con qué objeto? Para luego dedicarnos con sosiego al estudio
teológico de las “pruebas”, que en Gracián se caracterizaron por un larguísimo
rosario de tribulaciones y persecuciones. Comencé por una pregunta que nos
sirviese como telón de fondo de todo nuestro coloquio:
─El
demonio, pues es su oficio, se esfuerza por hacernos caer en la tentación. Pero
nosotros, ¿podemos resistirle fácilmente?
─Procure
el siervo de Dios de no se dejar llevar de la avaricia, raíz de todo mal, como
dice el Apóstol, aunque le prometan todos los reinos del mundo, para que caiga;
que haciéndose un poco de fuerza, saldrá vencedor, pondrá los demonios debajo
de sus pies y gozará de la compañía de los ángeles en la bienaventuranza (BMC
1, 396).
─¿Cuándo
tienta más el demonio: después de la conversión, en la juventud o al final de
nuestra vida?
─El
verdadero siervo de Cristo no dejará de tener pelea mientras le durare la vida
sobre la tierra, pues fue tentado su capitán; es tan desvergonzado, insolente y
atrevido el demonio, que, como dice el mismo Job, sórbese los ríos de la gente
mundana, y no se maravilla, espera que el Jordán, que es Cristo, después de
bautizado en el río Jordán, le entre por la boca. Lo que hace al caso es que el
que se llega al servicio de Dios, esté con temor y apareje su alma para la
tentación, como dice el Sabio (BMC 1, 395).
─¿Qué
motivo tiene el demonio para tentarnos?
─Lo
que más pretende el demonio es desviarnos del verdadero camino de la gloria y
perfección; y no tiene mejor traza que transfigurarse en ángel de luz para
hacernos quebrantar alguno de los mandamientos de la ley, que por mínimo que
sea, mínimo será llamado en el reino de los cielos el que le quebrantare (BMC
1, 236).
─¿Qué
virus nos inocula o cómo actúa el demonio a la hora de tentarnos?
─Gracián
me dijo que todo dependía del estado del alma, de si se trataba de
principiantes o aprovechados en el camino de perfección. Le pedí que me explicitase
un poco todo eso, y comenzó con el caso de los principiantes:
─Tengo
por trazo del demonio que uno encubra los pensamientos, solape las tentaciones
y con una engañosa soberbia o desesperación, calle su interior, que entonces se
pudren allá dentro; y con los vapores podridos que de ellos salen, y van a la
imaginación, se han destruido muchas almas (PA 160).
Luego
se refirió a los aprovechados:
─Para
quitar la oración y el espíritu, usa el demonio una traza que parece para
engañar niños, y es, que hace espantosos ruidos en el oratorio para sacer de
él. Otras veces pone temor de las calumnias y persecuciones de los hombres para
traer el alma afligida y desconsolada, y que ande buscando reparos y defensas y
juzgando malicias de sus émulos, que quizá no les pasa a ellos por el
pensamiento y que gaste en esto el tiempo de su oración. Otras veces, como el
que quiere hacer caer un niño que corre por una sala, le da un gran grito
diciendo, ¡ábate! Que caerás, así pone temores de no poder perseverar en la
virtud o de no salvarse (BMC 1, 120).
─Ha
dicho antes que podemos resistir al tentador, ¿cómo lograrlo eficazmente?
─De
dos maneras -me explicó Gracián-: con la oración y con el amor.
Y
sin que yo llegase a pedírselo, me detalló cada una de esas dos maneras.
Primero, la oración:
─Si
se levantaren contra mi todas las batallas y poderíos del mundo, no los temeré;
porque mi Cristo está a mi lado derecho para que no me hagan volver el pie
atrás; una cosa sola pediré al Señor, que siempre more yo en su casa todos los
días de mi vida y con oración y espíritu me dé fuerzas para resistir las
tentaciones del enemigo (BMC 1, 395).
Respecto
del amor, dijo:
─Es
cosa maravillosa que así como con el fuego se abrasan todas las espinas, así
con el amor de Dios en las personas espirituales que viven en Cristo, se
deshacen todas las tentaciones (BMC 1, 395).
Estábamos
cansados ya ambos de tanta plática sobre el tentador y las tentaciones; así que
convinimos en pasar al tema de las pruebas. Y antes de entrar en materia,
Gracián me hizo esta interesante observación: que no solo existían las pruebas
individuales, sino que también pasaban por muchas clases de pruebas los países,
las sociedades, las familias y los grupos de toda índole. Y me añadió: “Muchas
veces permite Dios sucesos gravísimos de donde se siguen grandes daños, o los
trama el demonio sin culpa ninguna de las partes” (PA 26). Agradecí la
información, y di entonces en preguntarle algo del abecé de la ascética: que
por qué Dios permitía las pruebas. Él me contestó recurriendo, una vez más, a
su vena mística:
─Así
como es buena la esterilidad en el campo donde nace el tesoro, meter las uvas y
las aceitunas en el lagar para sacar el vino y aceite, azotar el gato para que
dé el algalia, así lo es permitir Dios tribulaciones y trabajos en esta vida,
por los grandes bienes que en ellos nacen y quien los cuenta canta sus
misericordias (PA 2).
─¿Qué
efectos positivos se le siguen al alma de sufrir las pruebas?
Aquí
Gracián acudió a su propia experiencia, pero no quiso confesarlo abiertamente;
sólo me dijo:
─Conozco
una persona que viéndose en una de estas congojas nacida de dificultades e
irresolución, le sucedió hallarse desnudo con esposas en las manos, cautivo en
poder de turcos, sentenciado, a su parecer, para acabar la vida remando en una
galeota, que es tal vida, que muchos escogieran antes la muerte, y, si no
pecasen, se la tomarían por sus manos, y con todo eso, porque aquel suceso le
quitaba la congoja de la irresolución que tenía, y le pareció que entrando Dios
de por medio, determinaba lo que había de ser de sí mientras viviese sin que su
voluntad propia tuviese parte en esta resolución, no sólo no se afligió con el
cautiverio, antes recibió sumo contento y alegría (BMC 2,452).
Me
llamó la atención el final de su discurso. Y entonces se me ocurrió hacerle una
pregunta algo capciosa: ─¿Acaso para tener contento y alegría hay que pasar necesariamente
por sufrir pruebas?
El
no atendió a la materialidad de mis palabras, sino a su sentido, y me contestó
tirando por elevación:
─Así
como no hay cosa gustosa y sabrosa en el mundo que no nazca de asperezas,
desabrimientos, vilezas y cosas semejantes, así los regalos y gusto del
espíritu nacen de tribulaciones y trabajos espirituales y corporales. La miel
se labra en un corcho áspero por las abejas que tienen aguijones con que pican.
El ámbar gris es vómito de la ballena, cuando ha comido ningún manjar asqueroso
para su estómago. El almizcle nace de un animalejo como perrillo enterrado y
podrido debajo de la tierra. El algalia se saca de una parte asquerosa de un
gato disforme. El oro más fino se coge en los desiertos llenos de leones de
Arabia. El cristal de roca nace en los montes más elevados de Finlandia. Los
diamantes y piedras preciosas en los lugares más ásperos de la India. La seda
nace de las babas de unos asquerosísimos gusanos. Finalmente al trigo, vino y
aceite, principal sustento de los hombres, precede el trillo, molino, prensa y
lagar. De la misma manera la miel de los gustos interiores, los aguijones de
los calumniadores: nace de los trabajos y tribulaciones. Quien quisiere gozar
del vino divino que embriagó los Apóstoles, comprar aceite con que su lámpara
encendida con luz de desengaño, y comer del pan y trigo de las escogidos,
apercíbase para padecer en esta vida persecuciones y trabajos.
Otra
vez me chocó el final de su discursito, y, en consecuencia, de nuevo le lancé
una pregunta maliciosilla. Fue ésta:
─Además
del vino embriagador, del aceite y del trigo, que acaba de mencionar, ¿no
podría explicarnos lo mismo con un poco más de concreción y realismo?
─Puedo
hablar, gloria a Dios, con alguna experiencia, y no me pesa decirlo así, porque
si tribulamur pro vestra exhortatione,
et salute es por de los muchos frutos, grandes bienes, innumerables e
inefables consuelos y regalos que de las tribulaciones se siguen. Quiero contar
algunos: causan lo primero luz y desengaño en el entendimiento, según aquellas
palabras: Vexatio dat intellectum:
Acuérdase el alma de Dios acudiendo a él, cuando se ve afligida de quien en los
buenos sucesos temporales se olvida. Causan los trabajos firmeza en la fe,
porque así como a una mala mujer para deshonrarla de ser muy pública decimos,
es una tal probada, así en los trabajos se prueba si uno es verdadero
cristiano, según aquellas palabras de Santiago: Ut probatio fidei vestrae, multo pretiosior auro, inveniatur in
gloriam, laudem, et honorem in tempore retributionis, para que vuestra
fe probada como el oro en la fragua de la tribulación sea para honra y gloria
de Dios. Con las tribulaciones se ejercita la esperanza como la ejercitaba el
que dijo: Etiam si me occiderit,
sperabo in eum. Enciéndese la caridad, como cuando se sopla y enciéndese
la lumbre, para que más arda, se rocían las brasas en la fragua del hierro. Con
ellas se alcanza la paciencia de quien se dice que, opus perfectum habet, que en ella consiste la perfección (BMC 1,
206).
Ciertamente
Gracián fue más realista ahora al describir los efectos positivos de las
pruebas, pero estropeó su exposición con tanto latinajo a troche y moche. De
todos modos, satisfecho con su respuesta, le propuse cambiar de tercio, y que,
dejando el lado místico de nuestra conversación, nos centráramos más en el
aspecto práctico; y a poder ser, lo ejemplificáramos con su vida y experiencia.
Aceptó el envite, resignado, y como para demostrármelo, exclamó con viveza:
“¡Oh si entendieses las delicadezas de las trazas de Dios y cómo suele
perseguir a uno por medio de justos, Santos y hermanos -que es la mayor de
todas las persecuciones- sin culpa de ninguna de las partes!” (PA 72).
Le
pregunté que a qué venía aquello, y él, por toda respuesta prosiguió con su
discurso:
─Entre
las persecuciones y afrentas que ennegrecen más la honra en este mundo llevan
la ventaja las causadas por los propios hermanos, especialmente si son tenidos
por Santos y no persiguen con mala intención, sino por llevar adelante sus
opiniones contrarias en los negocios a la opinión del perseguido, porque como
todos les creen por ser muchos, no puede la persona perseguida alzar cabeza ni
se osa disculpar por no culpar a sus hermanos dando a entender que le persiguen
sin culpa, y así se resuelve de abrazarse con las afrentas, vivir toda la vida
sin honra ni estima de los hombres, recogiéndose en lo interior de su corazón
para amar, temer y esperar en solo Dios (BMC 2,158).
Haciendo
un paréntesis le pregunté si, acaso, ese tipo de pruebas podía evitarse. Me
contestó con la voz algo apagada:
─Cuando
la persecución viene [la permite] de Dios, el alma no tiene reparo [defensa]
ninguno. Y Dios persigue cuando quiere, no solo permitiendo que los malos
maltraten a los que no lo son -que claro está que no se mueve la hoja del árbol
sin la voluntad de Dios- sino también ayudando a la persecución por medio de
buenos (PA 70).
Cuando
recordaba todas estas cosas (de las que él había sido infeliz protagonista),
Gracián parecía amohinarse. Para levantarle el ánimo, le dije que tantas
pruebas superadas habrían tenido su recompensa. Me lo confirmó diciendo:
─Quien
hubiese padecido muchas afrentas con silencio y amor de los que le persiguen, y
no pusiere los ojos en cosa criada y perseverare en la oración, con pureza, luz
y caridad, podrá decir algo de esta grandeza de ánimo y riqueza de espíritu que
por palabras no se sabe declarar que sea, más de que son bienaventurados los
pobres y los que padecen; que suyo es este reino de los cielos.
─¿Por
qué ha dicho que “por palabras, no se sabe declarar”?
─Porque
la maravillosa transfiguración del alma, aunque la da Dios como quiere y cuando
quiere, lo más ordinario es venir después de algún gran trabajo, afrenta e
infamia, padecida por Cristo, así como la gloria viene después de los trabajos
de esta vida, y la gracia habiendo precedido la penitencia, y la salud después
de la purga amarga, que es como el consuelo con que Dios limpia las lágrimas de
los ojos con sus benditas manos a los que hace llorar con alguna gran
persecución (BMC 1, 401).
─¿Cómo
hizo para arrostrar tanta afrenta y persecución?
─Sé
que en el que me persigue está Dios por esencia, presencia y potencia; bien
quisiera yo que para mí el sagrario fuera más agradable, pero cierro los ojos a
lo externo y no a lo que contiene (PA 185).
─¿Sólo
basta un acto de fe? ¿No hace falta nada más?
─Cuando
Dios quiere animar a un siervo suyo, para padecer algún gran trabajo por él, lo
previene con bendiciones y dádivas de dulzura; como se transfiguró su Hijo
antes que entrase en la batalla de su pasión (BMC 1, 401).
─Antes
de despedirnos querría que me contestara a unas cuantas preguntas bien precisas
sobre el complejo mundo de las pruebas y tribulaciones. Aquí va la primera:
Estas pruebas, ¿tienen siempre un efecto positivo?
─Estas
tribulaciones interiores y exteriores suelen ser causa de caídas en pecado a
quien de ellas no se sabe aprovechar; mas para el siervo de Dios que las lleva
con paciencia son espinas en que nace la rosa del amor divino (BMC 2, 165).
─Y
ahora una cuestión más difícil, pero que tiene tanto sus defensores como sus
detractores: ¿Podemos desear las pruebas y tribulaciones?
─Las
tribulaciones en esta vida, por ser fruto de la cruz de Cristo, han de ser más
estimadas que las honras, riquezas, descansos y todos los bienes temporales y
gustos espirituales que pueden al hombre suceder (PA 2).
─Más
de uno diría que eso es egoísmo; quizá hasta encubierto masoquismo.
─No
hace mal el enfermo que pide y da dineros por la purga, jarabes y Sangrías,
sabiendo que son medios con que se alcanza la salud. ¿Qué medios hay más claros
para la salud eterna, que las tribulaciones, con que se alcanza la y paciencia?
(PA 128).
─¿Luego
me confirma que no peca de
masoquismo quien apetece las pruebas?
─Lo
confirmo. Y aún digo más: hay quienes desean y piden las cruces, dolores,
afrentas y trabajos con tanto ímpetu, como desean los avarientos el oro, los
soberbios la honra y los flojos el descanso; y Dios, que sabe muy bien la
ganancia que en esto hay, les suele cumplir sus peticiones y algunas veces en
tanta abundancia de tribulación, que ya les pesa de haber pedido cruz. Mas este
deseo y petición nunca es dañosa, que nunca permite el Señor que nadie sea
tentado más de lo que puede llevar (BMC 1, 406).
─Siendo
esto así, ¿qué es preferible: una vida repleta de consuelos espirituales o una
vida plagada de tribulaciones?
─Yo
vi en Nápoles dos almas, la una que siempre gozaba, llamada Sor Ursula, que
desde la hora que comulgaba por la mañana hasta cerca de la noche estaba en un
continuo arrobamiento gozando del amor, y había veinte y cinco años, y, aunque
el papa Sixto V la hizo examinar muy bien, no se descubrió ser falso. La otra,
llamada Sor Isabela, había más tiempo que padecía increíbles enfermedades, dolores,
persecuciones y tribulaciones interiores, y a esta segunda vi hacer milagros, y
a la otra no, y así me resuelvo en que es más seguro y cierto espíritu el del
padecer que no el del gozar en esta vida (BMC 1, 207).
─Y
ya lo último. ¿Qué actitud hemos de adoptar ante las pruebas y la tribulación?
─Cuando
el alma está atribulada de veras, el mayor daño de la tribulación es la
ceguedad, porque parece que se ciega la razón y falta la luz del entendimiento;
y con los golpes de los trabajos vienen ímpetus de venganza y de hacer cosas
tan contrarias a lo que conviene, que si el alma los pusiese por obra siguiendo
su propio parecer, se hallaría muy engañada y caída en pecados (PA 202).
XIV
LOS NOVISIMOS O
POSTRIMERIAS
Cuando en la Profesión de la fe se llega
al artículo “Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna”, el
Catecismo expone el tema de los Novísimos, y afirma que son cuatro, a saber:
muerte, juicio, infierno y gloria. Y luego, al punto, añade un cuarto: el
Purgatorio (202 ss). Al mostrarle a Gracián la temática de hoy, me advirtió
enseguida que, de los cinco novísimos, él se había dedicado a escribir
especialmente sobre los dos que juzgaba más positivos: la muerte y la gloria;
pero que de los otros apenas si había alguna mención en sus escritos. De esa
manera me estaba indicando por qué cauces debería discurrir nuestra
conversación. Se lo agradecí sinceramente, y me apresté a hacerle la primera
pregunta:
─¿Cuál
es la principal característica de la muerte?
─Que
es imprevista. No sabemos en qué tiempo nos tomará la muerte, mas sabemos
cierto que es bueno prevenirla y ejercitarnos en las diligencias que para
tenerla buena conviene se hagan. Y así, es muy importante cosa para que ya que
sea subitánea no sea improvisa, que entre los siete días de la semana escojamos
uno para morir, y en los otros seis hagamos todas las diligencias que hemos de
hacer cuando viniere la verdadera muerte (BMC 2, 274).
─¿Qué
utilidad se sigue de meditar en la muerte?
─La
memoria de la muerte, dice San Juan Clímaco, meditar en ella y traerla delante
de los ojos, nos es más necesario que el pan que comemos, y aunque es amarga su
memoria dice Diógenes, que se hace muy dulce al que se ejercita en su
meditación. Hartas cosas nos trae la muerte a la memoria; las miserias y
dolores que sentimos, los muchos que vemos enterrar cada día y las muertes
repentinas y desgraciadas, que si tuviésemos entendimiento, nunca nos habíamos
de olvidar de la muerte, y con esta memoria la tendremos buena (BMC 2, 274).
─Sería
muy útil conocer algún recurso para tener frecuente memoria de la muerte.
─Es
muy acertada regla para vivir bien, cuando el alma por la mañana despierta,
decir y pensar muy de veras: ahora nazco al mundo, a la noche me tengo de
morir, no me queda más de este día para hacer penitencia de mis pecados y
granjear la gloria, pues todo el tiempo que hasta ahora he vivido ha sido
tiempo perdido y mal gastado (BMC 1, 393).
─¿Habría
que hacer esto todos los días?
─El
que no lo está hoy, mañana estará menos aparejado, y si hoy oyeres la voz de
Dios no te endurezcas ni te tardes de convertir al Señor difiriéndolo de día en
día, y según dice Horacio: Omnem crede
diem tibi diluxisse supremam. Grata superveniet quae non sperabitur hora.
Como quien dice, si tú tienes cada día por la última, te vendrá la hora de la
muerte, aunque no la esperabas, muy agradable (BMC 2, 276).
─Agradecería
que me iluminara eso con algún ejemplo.
─Estábase
muriendo mi madre que fue gran sierva de Dios, y poco antes que ella expirase
me levanté de su cabecera, que le ayudaba a bien morir, porque expiraba y moría
una niña de siete años, su nieta y mi sobrina a quien ella amaba tiernamente, y
cuando volví, preguntóme: ¿Es muerta la niña? Y yo no le respondí a propósito
por no darle pena, entremetiendo otras razones de Dios de las que son buenas en
aquella hora; dijo con mucha quietud y rostro alegre: Hacienda somos de Dios,
tome su hacienda y llévela cuando él quisiere, y con mucha paz y sosiego dio su
alma al Criador, cumpliéndole su divina Majestad un deseo que había tenido, con
esperanza muy viva, de que cuando ella muriese me había de hallar yo a su
cabecera, y así viniendo pocos años antes a punto de muerte de otra enfermedad,
decíanle que la querían olear y que se aparejase para morir, dijo: Oleen en
hora buena, mas yo no me tengo de morir sin tener a mi maestro a la cabecera;
estaba yo entones cautivo en poder de turcos, sin esperanza de rescate (BMC 1,
151).
─¿Por
qué es bueno estar preparados, ya desde ahora, para la muerte?
─Pues
estando con la congoja de la enfermedad, con los dolores y cuidados de las
medicinas no tenemos tanto lugar, entendimiento ni fuerzas para prevenir tan
dificultosa jornada, hagamos la prevención cuanto tenemos más salud y
aprovechémonos del tiempo que Dios nos da y no durmamos con la lanza de la
imaginación de larga vida y jarro de agua del deleite, como dormía Saúl. Por
otra parte, quien en la vida pasada se ha descuidado de servir a Dios, apetece
restaurar todas las pérdidas con un bien morir, que “tota la vita honora”[7]
(BMC 2, 275; 1, 212).
─Ya
hemos visto, pues, cómo comportarnos con vistas a nuestra propia muerte. Pero,
¿cómo actuar ante la ajena?
─Las
demasiadas lágrimas, sentimientos y aflicciones y malos tratamientos de la
persona, no son de provecho ni para el difunto ni para quien le llora (BMC 1,
199)
─En
este mismo orden de cosas, respóndame a esta pregunta tan actual: ¿Es lícito
desearse la muerte?
─El
simple deseo no es pecado. Porque así como los pollitos de las gallinas, cuando
tienen vida, desean impetuosamente que se rompa la cáscara del huevo para salir
a ver la luz del sol y gozarse de andar en compañía de su madre, así algunas
almas que vienen con vida de espíritu, desean sumamente que se rompa la cáscara
de este cuerpo para gozar de la vista del sol de la divina esencia en compañía
de Cristo Jesús que se compara a la gallina, diciendo: qué de veces quise
amparar tus hijos como la gallina ampara sus pollitos debajo de sus alas, etc.
(BMC 1, 212).
─¿Solo
hay esa razón?
─Hay
muchas más. Por ejemplo: es tan amable la hermosura divina y la compañía de
Cristo y de la Virgen y de los ángeles y bienaventurados del cielo, y es tan
enfadosa y aborrecible esta vida, llena de peligros, engaños y disgustos, y da
tanta pena que un tan buen Dios sea ofendido de muchas almas, y que la propia
no acaba de amar a Dios como querría, que de todas estas avenidas y arroyos
corre un impetuosísimo río de deseo de morir que mata, por muriendo ir a gozar
de la vida eterna que se espera. Con este fue atormentada la Madre Teresa de
Jesús algún tiempo, cuando cantaba con muy buena voz y mucha gracia y espíritu:
Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero (BMC 1,
212).
Con
mis anteriores preguntas yo había intentado que Gracián dijese algo sobre la
eutanasia, pero él no se dio por enterado. Y con razón, ya que, en su tiempo,
el tema carecía de actualidad. Por eso me limité a subrayar ahora lo
interesadas que me parecían las razones que me acababa de dar. Y le pregunté si
no existían otras más desinteresadas, más altruistas, por decirlo de alguna
manera.
─Sí
que existen -me dijo.- Por ejemplo, si nos acordásemos de la muerte tan cruel e
ignominiosa que Cristo padeció por nuestro amor, ¿quién hay que no desease muy
de veras dar la vida por Cristo? Y sabiendo que el camino de trabajos, muertes
y martirios es el que han llevado los más Santos del cielo, sin duda no
aborreceríamos la muerte, antes la desearíamos con muchas veras, como desea el
cautivo y encarcelado salir de la cárcel a la libertad y reino. Y de aquí es
que abrasada, en el amor de Dios decía un alma: Vivo sin vivir en mí y tan alta
vida espero, que muero porque no muero (BMC 2, 275)[8].
─Examinada
ya suficientemente la teología de la muerte, es hora de reflexionar sobre los
restantes novísimos o postrimerías. El Purgatorio es el primero. ¿En qué
consiste?
─En sufrir intolerables penas por faltas
pequeñas (BMC 1, 316).
─¿Podemos
evitarlo?
─Recibidas
las tribulaciones como penitencia de los pecados pasados, son muy buen género
de satisfacción, porque mejores azotes son los dados por la mano de Dios, que
van más libres de amor propio, que los que nosotros nos damos muchas veces por
nuestro gusto. Las tribulaciones purifican el alma quitando de las penas que
había de pasar en purgatorio por los pecados pasados, límpianla y lávanla de
los veniales e imperfecciones presentes (BMC 1, 206).
─Esto,
respecto de nosotros. Pero, ¿podemos acortar el purgatorio a los demás?
─Habíasele muerto a una madre un hijo único
que tenía; derramaba por él muchas lágrimas indiscretas, olvidada de favorecer
su alma con los sufragios de la Iglesia; aparecióle el mancebo con una ropa muy
larga, llena en la falda de mucha agua que le impedía el caminar y no alcanzar
a otros compañeros que iban delante de él muy resplandecientes, y dijo: Dios os
lo perdone, madre, que si el tiempo que habéis gastado en derramar estas
lágrimas, hubiérades empleado en hacer bien por mi alma, ya estuviera fuera de
purgatorio, y alcanzara a mis compañeros que se van delante de mí a la gloria
(BMC 1, 199).
─Cambiemos de tono.
Hemos visto que el Purgatorio es temporal, y el infierno eterno. Y, según el
Catecismo, consiste en la condenación eterna de todos aquellos que mueren, por
libre elección, en pecado mortal (nº 212). A partir de esto, ¿cómo es posible
que, según refiere la historia, ha habido almas piadosas que han deseado ser
sepultadas en el infierno?
─He
visto almas que con ímpetu de amor de padecer por Cristo desean y dicen que
querrían ir al infierno por padecer los tormentos de los demonios, y he conocido
quien reprende este ímpetu diciendo que el infierno por ninguna cosa se ha de
desear. Mas quien esto reprende no entiende que el que tiene este deseo para
agradar a Dios, no apetece la culpa sino la pena del infierno, como la
apetecían los Santos por más padecer (BMC 1, 213).
─Finalmente,
¿qué es el cielo?
─La
junta del alma con Dios en la gloria con la unión que se llama beatífica, de la
cual unión resulta la vida eterna (BMC 1, 135).
─Me
gustaría que ampliase esta idea.
─Las
partes de la bienaventuranza de la gloria se pueden reducir a siete, que se
llaman: la primera, unión beatífica, que es la que otros llaman comprehensión y
juntarse el alma del bienaventurado con la esencia divina, consumando el
matrimonio espiritual que comenzó por la fe y se celebró en la gracia. La
segunda, la elevación del alma con la lumbre que llaman de gloria para poder
ver a Dios. La tercera la visión de la divina esencia en que dicen algunos de
los teólogos que consiste la esencia de la bienaventuranza. La cuarta, la
fruición y gozo, contento, regalo y gloria eterna que nace del amor de Dios,
visto cara a cara. La quinta, la compañía y conversación con los
bienaventurados en el cielo empíreo. La sexta, las coronas que llaman
laureolas, que se dan por premio accidental, la colorada, como de rubíes, a los
mártires, la blanca, como de diamantes, a las vírgenes, y la verde, como de
esmeraldas, a los confesores, que son gozos particulares que reciben. La
séptima y última, los dotes que Dios da al cuerpo glorificado en pago de lo que
padeció sirviendo al alma y padeciendo trabajos en este mundo. Porque tendrá
claridad siete veces mayor que el sol, ligereza más que el viento, sutileza
como el pensamiento, impasibilidad con que no siente trabajo ni dolor (BMC 1,
134)[9].
─Se
dice que los bienaventurados tienen en la gloria bienes del alma y bienes del
cuerpo...
─Tiene
el bienaventurado doce bienes en la gloria, que se llama visión de la esencia
divina, amor fruitivo, seguridad eterna, que los teólogos las nombran visio, fruitio et comprehensio. Tiene
demás de esto cuatro dotes el cuerpo glorificado que son claridad, ligereza,
sutileza e impasibilidad. Gozan los Santos del cielo de tres laureolas y
coronas: la una es blanca de las vírgenes; la segunda colorada, de los
mártires, y la tercera verde, de los confesores. Gozan finalmente de la
compañía de los Santos y de la serenidad del cielo empíreo, que es el lugar de
los bienaventurados (BMC 2, 198)[10].
─Esas
dotes del cuerpo, ¿son exclusivas de los bienaventurados?
─Es
Dios tan bueno y misericordioso que no solamente enriquece las almas de sus
siervos, sino también concede dádivas y mercedes a los cuerpos, que sujetándose
a ellas como esclavos se emplean en su Santo servicio. Y así como en la gloria
concede a los cuerpos de los bienaventurados cuatro dotes, llamados claridad,
ligereza, sutileza e impasibilidad, así en esta vida comunica a algunos cuerpos
de almas muy espirituales semejantes dádivas milagrosas (BMC 1, 217).
─¿A
quiénes se conceden tales dotes?
─Parece
que alcanzan tales disposiciones los que viven con salud que les nace del
contento de la oración, y sienten ligereza para las obras de la virtud y una
sutileza y claridad en sí mismos, que les parece que ya son otros de los que
eran (BMC 1, 326).
─A
tenor de lo dicho, ¡es indudable que podemos vivir el cielo en la tierra!
─Los
que no andan en espíritu ni se les levanta el pensamiento a más de lo que ven
por los ojos, no acaban de creer ni atinar cómo sea que un siervo de Dios,
viviendo en esta vida con trabajos y estando encerrado en la clausura de un
convento o cargado de hierros en una prisión oscura, o cuando camina por la
calle o por el campo, tenga mayores regalos, gustos y contentos, que si se
pasease por los huertos pensiles de Babilonia, y gozase de los jardines,
florestas y palacios suntuosamente adornados del mundo, gozando de la fragancia
de las flores, canto de las aves, frescura de las fuentes y deleite de las
delicadas pinturas y tapicerías. Más quien anda en espíritu y verdad y mete los
ojos dentro de los reales palacios que tiene en el reino interior de su
corazón; y aunque esté encerrado en una pequeña celda o cárcel, sabe enviar el
pensamiento a pasear por los jardines de la bienaventuranza, este tal goza
verdaderamente de la conversación celestial (BMC 1, 227).
XV
LA VIDA DE LA GRACIA
Una vez que ha expuesto el tema de las virtudes y del pecado,
el Catecismo toca el de la gracia, y comienza con esta pregunta: ¿Qué es la
gracia que justifica y qué otros tipos de gracia existen? (nos
423-424). Nosotros podríamos proceder de la misma manera y, en consecuencia,
preguntarnos, de entrada, qué es la gracia. Aceptada por Gracián mi sugerencia,
contestó así a la pregunta que yo acababa de hacer:
─Está
dentro del alma enamorada de Cristo la divina gracia, el favor, inspiración,
luz y vocación interior de Dios con que se riegan las potencias y crece el
fruto de las virtudes y merecimientos. Esta gracia es agua viva porque da vida
al alma; nace de la fuente de la vida, que es Dios, y es principio de la vida
eterna (BMC 2, 183).
─¿Cuántas
y cuáles clases de gracia hay?
─A
quien sirve a Dios, y se convierte y deja los pecados, haciendo verdadera
penitencia, dale Dios la gracia habitual que Sana el alma y quita el pecado,
porque así lo tiene prometido; y al que obra con esta gracia, dale por premio y
salario el aumento de ella, y de las virtudes y el merecimiento de la gloria; y
aunque es gracia de Dios y procede de la divina inspiración y gracia preveniente,
que puede Dios dar a quien quisiere y también negarla; pero supuesta la
ordenación y palabra divina, en cierta manera podría pedir a Dios por justicia
la gracia el que se convierte con verdadera penitencia y el aumento de ella y
mayor gloria quien más le sirve (BMC 1, 55).
─Sería
provechoso recordar algunos frutos de la gracia.
─El
hombre que vive en estado de gracia, ejercita tres vidas, conviene a saber,
vida activa, con que hace obras de virtud, principalmente las de la penitencia
con que se purifica; vida contemplativa, empleándose en considerar y conocer
las cosas divinas; vida unitiva, que es vida de amor (BMC 1, 293).
─¿Podemos
adquirir la gracia con solo desearla?
─La
gracia es don de Dios y no se puede alcanzar por nuestras fuerzas, con todo eso
es necesario que se disponga el alma con la penitencia para recibirla (BMC 1,
338).
─Según
el Catecismo, nadie puede saber si está en gracia, sino es por especial
revelación...
─¡Gran
bondad de Dios!, que así como no quiso que supiésemos si estábamos en gracia, o
no, pero con mucha certidumbre sabemos si hemos pecado; y no viendo la gracia,
vemos los pecados: y el encubrirnos la gracia, es porque no nos aseguremos ni
desvanezcamos ni nos descuidemos con ella (BMC 1, 62).
─Presénteme
algún medio o recurso para aumentar la gracia.
─El
alma que ama merece mucha gloria, mucha gracia y aumento del mismo amor (BMC 1,
316).
─¿Podría
apuntarme otros medios?
─Hay
almas deseosísimas de padecer afrentas, enfermedades, dolores y hacer
penitencias y asperezas por Cristo, sabiendo ser aquel el camino más derecho de
alcanzar más gracia y más gloria (BMC 1, 213).
─También
enseña el Catecismo que la gracia habitual puede perderse. ¿Cómo sucede?
─Está
Dios unido en las almas por gracia, porque demás de darles el ser y vida
natural, se junta con ellas por amor, y las está amando y dando vida de gracia,
y de esta suerte no está Dios unido con las almas de los pecadores y
condenados, y se dice; “Longe a peccatoribus salus”: lejos está Dios de los
pecadores, porque los pecados hacen esta división y apartamiento. Nuestros
pecados han hecho división entre nosotros y Dios, y la vida que de aquí resulta
se llama vida de gracia (BMC 1, 135).
─¿Qué
impedimentos existen para el don de la gracia?
─El
desagradecimiento cierra las puertas de la gracia. Por eso más de una vez me he
dicho que si la más mínima cosa que Dios ha usado conmigo recibiera un turco de
Berbería, bastara para hacerle gran Santo, y yo he destruido la hacienda de mi
Señor (PA 310; PA 6).
─Si
la ingratitud impide la infusión de la gracia, ¿hay algo que impida también su
crecimiento?
─Lo que estorba para el amor de Dios y
para el aumento de la gracia y virtudes es el pecado, el demonio, la frialdad
de espíritu y todo lo que es contrario al fervor (BMC 2, 183).
─Los
teólogos hablan de la gracia curativa y de la repentina o tumbativa. ¿Cómo
puede explicarme la primera?
─Sabemos
que, aunque no hemos estado en el infierno, hemos caído en pecados por los
cuales estamos obligados a padecer la pena eterna, y no sabemos si nos los han
perdonado; sabemos de cierto que, mediante la gracia divina, y nuestra
diligencia y penitencia y obras que hiciéremos, confiados en Dios, alcanzaremos
perdón: no se nos pase este día, que no sabemos si es el postrero, y pues
esperamos eternidad de gloria y por cualquiera obra buena se merece, hagamos
las buenas que de presente pudiéremos sin esperar a la mañana (BMC 2, 276).
─¿Y
qué puede decirme de la gracia repentina?
─Bien
sabemos que aunque en tiempos pasados haya sido Pablo perseguidor de la
Iglesia, Magdalena pecadora en la ciudad, Mateo publicano y Dimas ladrón y
salteador de caminos, con un solo acto y disposición y un fuerte, vehemente y
eficaz llamamiento puede Dios derribar del caballo, absolver de las culpas,
hacer apóstol y poner en posesión del paraíso. Porque siendo Dios infinito, en
un instante puede obrar pureza en cualquier corazón por rebelde y manchado que
haya sido (BMC 2, 446).
─Y
ya para terminar, ¿cómo es posible conservar la gracia?
─Conviene
que el que quisiere conservar las gracias y mercedes que recibe y recibir otras
mayores, las guarde dentro de su corazón y las selle con el sello del secreto,
si no es cuando a causa de que el demonio no le engañe con ilusiones, diere
parte de su espíritu a otras personas, que ha de ser a pocas, doctas,
espirituales y experimentadas para que le aseguren en su modo de proceder (BMC
2, 182).
XVI
EL MERITO TEMPORAL Y
EL ETERNO
Después del tema de la gracia, el
Catecismo presenta la doctrina sobre el mérito. Y lo define de esta manera: “El
mérito es lo que da derecho a la recompensa por una obra buena (nº 426). Le confesé
a Gracián que el tema me parecía de escaso interés. Pero que, con todo, como era
un corolario de la teología de la gracia, no podíamos pasarlo por alto, si
queríamos ofrecer una panorámica completa de la vida espiritual. Vio Gracián
con buenos ojos mi razonamiento, y me apresté a iniciar el diálogo
preguntándole qué entendía por mérito. Dio un pequeño rodeo para explicarse:
─Los
provechos que se siguen de amar a Dios obrando las potencias en el ejercicio de
las virtudes, son ciertos, son claros, son seguros, son aprobados con
innumerables palabras de la Sagrada Escritura; y pues las obras del que está en
estado de gracia, siendo buenas, son meritorias de gloria ¿qué cosa más clara
que obrar bien? (BMC 1, 161).
─Además
de por el ejercicio de las virtudes, ¿de qué otra forma se merece?
─No
huelen los ungüentos sino desmenuzados, ni el grano de fruto a treinta, sesenta
y ciento, dice San Gregorio papa, sino habiendo pasado por vientos, nieves y
soles; así nadie piense que ha de venir a recibir los premios sino por grandes
trabajos, “ni será coronado sino quien legítimamente peleare” (BMC 1, 42).
─Ha
hablado de grandes trabajos. ¿A qué se refiere?
─Por
San Mateo en el capítulo quinto declaró el Señor las bienaventuranzas que son:
pobreza, mansedumbre, lloro, hambre y sed de justicia, misericordia, limpieza
de corazón, paz y paciencia en las tribulaciones. Y aunque estas ocho parecen
ásperas y desabridas a la carne, inclinada a la riqueza, venganza, contento,
descanso, amor propio, odio y poca paciencia, tienen escondidos en sí, demás
del premio de la gloria, a los que las siguen, tan soberanos premios en esta
vida, que no hay lengua humana que los acabe de declarar (BMC 1, 42).
─En
igualdad de condiciones, ¿quién merece más por las mismas obras?
─Acaece
que un alma con las virtudes y trabajos que otra, y quizá no tantos, hace sus
obras con tal fervor y espíritu y tan agradables a Dios, que merece más en un
día que la otra en un año (BMC 1, 24).
─¿Significa
eso que la medida del mérito es la caridad?
─Exactamente. Tanto cuanto un alma ama a
Dios, tanto es amado de Dios y tanta mayor gloria tiene; pues a la medida de la
caridad se da la bienaventuranza de la gloria (BMC 2, 460).
─Todo
esto es la doctrina perenne de la Iglesia. Pero ¡cuán pocos cristianos han
obrado en consecuencia!
─Lamentablemente.
Y si bien miramos en ello, el principal engaño de los luteranos y
principalmente de los herejes llamados puritanos, es quitar el merecimiento de
la gracia y las obras del libre albedrío, y dejarlo todo a lo pasivo y al
merecimiento de la pasión de Cristo con sola la fe, diciendo: sola FIDES sufficit (BMC 1, 386).
Como
estábamos ya para concluir nuestro diálogo, solicité de Gracián tres cosas: que
me resumiera un poco todo lo que habíamos platicado, que señalara brevemente
los principales enemigos del mérito y que indicara cómo éstos podrían ser identificados.
No tardó en complacerme atentamente, y me regaló estas tres cautelas:
─Primera.
Al alma que flacamente ama a Dios y tiene por último fin las dulzuras y regalos
del amor, no se le levantan sus pensamientos a obras grandes ni a sufrir
grandes trabajos (BMC 2, 193).
─Segunda.
No basta la pureza interior de los buenos deseos, si las obras son malas, ni
las buenas obras, si son malos los deseos del corazón (BMC 2, 177).
─Tercera.
Por el son que hace el músico, dice Laurencio Justiniano, se entiende la música
que alcanza, y si sabe bien el arte, tañe y canta agradablemente; así de la
oración salen las buenas obras y las mismas son muestra de la oración que está
en el espíritu (BMC 2, 462).
XVII
LA SANTIDAD CRISTIANA
Cuando llega el Catecismo a las palabras
del CREDO: “Creo en la Santa Iglesia católica” comenta que la Iglesia es Santa
porque “Dios Santísimo es su autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por ella,
para Santificarla y hacerla Santificante; el Espíritu Santo la vivifica con la
caridad”. Y acto seguido hace esta afirmación: “La Santidad es la vocación de
cada uno de sus miembros y el fin de toda su actividad” (nº 165). Partiendo de
estos presupuestos, acordamos Gracián y yo que hoy nuestro diálogo versaría
sobre la Santidad o perfección cristiana. Y, para ir directamente al grano,
comenzó él mismo haciendo una exhaustiva descripción de la Santidad:
─La
perfección, según se colige de los doctores sagrados, es la nata de todas las
virtudes, cumbre de la caridad, remate de la ley, fin de la religión,
excelencia del espíritu, paradero de los ejércitos de oración, puerto de la
navegación del alma y lo sumo de bien a que puede llegar en esta vida. Y
hablando más en particular, perfección es unión entre Dios y el alma. Porque
así como Dios es el fin, la excelencia, la suma, el remate, paradero, puerto y
principio de todo lo que tiene ser, y es infinitamente bueno y perfecto, así en
juntarse y llegarse el alma a él consiste su perfección. Y aquel será más
perfecto que más se juntare con Dios y más malo el que más se apartare de él (BMC
2, 424).
─¿Cuáles
son los fundamentos de la perfección?
─El
principio de toda la perfección es la oración y luego el menosprecio del mundo,
de ahí se va al aborrecimiento propio, de donde nace la caridad, cuyo fin es la
unión (BMC 2, 425).
─También
dijo antes, si recuerdo bien, que la perfección es cumbre de la caridad.
─Sí,
y en su doble aspecto: caridad para con Dios y caridad para con el prójimo.
─Hablemos
del primer aspecto.
─Es
el amor de Dios principio de todo nuestro bien, consumación y fin de las perfecciones;
y así como Dios es alfa y omega, principio y fin, así el divino amor, aunque en
grado imperfecto, es principio de todas las vías y caminos de la perfección, y
en grado perfecto es el fin de todas ellas (BMC 1, 315).
─Veamos
ahora el segundo aspecto.
─Cristo
nuestro bien, que entiende mejor que nadie en qué consiste la perfección del
alma, la puso en amar a los enemigos cuando dijo: Amad a vuestros enemigos. Y
así este camino del amor de los enemigos es el más claro y el más derecho para
el cielo, aunque más dificultoso a los que vivimos en esta vida, llenos de
pasiones y de miserias de Adán (BMC 1, 218).
─¿Por
qué pone tanto el énfasis en el amor a los demás?
─Llama
Platón unidad a la unión y bien a la perfección, y tiene andado mucho camino para
alcanzarla quien es dado a la piedad y misericordia con los prójimos (BMC 2,
425).
─Se
ha referido hace poco a las vías y caminos de perfección. ¿De qué se trata?
─En
la distancia desde el pecado a la perfección, hay tres vías o caminos más
dificultosos de entender y obrar que el camino de la culebra sobre la piedra y
de la nao sobre la mar y del águila cuando sube al cielo, de que hace mención
el sabio Rey. La primera vía o camino se llama purgativa, porque en ella se
purga y limpia el alma del pecado y alcanza pureza. La segunda, iluminativa,
con que se alumbra el alma de la ignorancia y alcanza luz. La tercera, unitiva,
con que sale de la frialdad y tibieza de corazón y alcanza el fin de amor, que
es unir y juntarse con Dios. Es la vía purgativa como la que hace la culebra
sobre la piedra cuando deja el cuero viejo y se remoza. La iluminativa, como la
que hace la nao sobre las aguas de la sabiduría, y la unitiva, como la del
águila cuando sube a lo alto de la perfección, porque en el discurso que el
alma lleva en esta vida lo que pretende es pureza, luz y amor (BMC 1, 292).
Tras
esta disertación tan hermosa, Gracián no quiso tocar otro punto sin ahondar
antes en la necesidad e importancia de la vía purgativa. Comenzó aludiendo a su
necesidad:
─Procure
el siervo de Dios que quisiere camino derecho examinar en sí las faltas nacidas
de su mal hábito y costumbre o de sus pasiones y apetitos o de la ignorancia, y
váyase purificando en quitar de sí estas faltas, si quiere llegar a la
perfección (BMC 1, 304).
Luego
recalcó la importancia de este modo:
─Es
de tanta importancia esta verdadera guarda de las leyes natural, divina y
humana, y el purgarse y limpiarse el hombre de los defectos y faltas de ella,
que aunque no tuviésemos otro ejercicio y cuidado, bastaría este solo para
alcanzar la salvación y perfección (BMC 1, 305).
Cuando
terminó momentáneamente de hablar, aproveché el resquicio para saber en qué fundaba
todo lo que acababa de explicarme. Me respondió con esta impagable sentencia:
─Como
fue el hombre criado para Dios como para su último y verdadero fin, cuando
todas sus obras, palabras y pensamientos se encaminaren a la gloria de Dios,
entonces viene al justo y está labrado a compás y nivel de la divina voluntad y
es perfecto; y esto no lo hace una sola virtud sino todas juntas (BMC 2, 421).
Cambié
rápidamente el sesgo de la conversación, y le formulé esta pregunta bien
comprometida:
─¿Se
puede realmente alcanzar la perfección en esta vida?
─Ninguna
alma tiene tanta luz y sabiduría que no tenga alguna ignorancia y le falte
muchas cosas que saber; y ninguna ama tanto y se une a Cristo y se quieta y
vive, que llegue a lo sumo del amor, unión, quietud y vida; que por más Santo y
perfecto que uno sea, siempre le queda que andar y que subir en el camino de la
perfección (BMC 1, 60).
─Pero,
en definitiva, su obtención, ¿es fácil o difícil?
─Poco
a poco se va entrando en las cosas del espíritu, y con paciencia, y
perseverancia todo se viene a alcanzar; que Zamora no se toma en una hora, ni a
los Santos les ha costado poco trabajo y poco tiempo alcanzar las riquezas
espirituales que alcanzaron; y mientras el alma anduviera peleando y sufriendo
las repugnancias interiores, más se dispone para que Dios obre con ella
sobrenaturalmente y la dé en un instante todo lo que desea (BMC 1, 155).
─Ya
que ha citado a los Santos, hablemos de ellos. Su recuerdo, ¿puede sernos útil
para crecer en la Santidad?
─Los
Santos, como dice San Gregorio Nacianceno son nuestros capitanes y maestros;
son nuestros médicos, dice Laurencio Justiniano y los puertos donde nos
acogemos en las tempestades espirituales, dice el mismo Crisóstomo, y fuentes
de donde bebemos la buena doctrina y ungüentos con que curamos las llagas y
heridas, como refiere San Juan Damasceno, y son nuestros pastores que nos
apacientan con las yerbas más Sanas de las virtudes, y abrevan con el agua más
clara de la buena doctrina, como dice Clemente Alejandrino. Y finalmente son
los rayos del sol de divina justicia, por donde nos comunica la luz de su
sabiduría y el calor de su caridad. Pues quien quisiere esta luz, este amor,
este reparo en sus tempestades y peligros de alma, salud en sus llagas
espirituales, y ser guiado, enseñado y amaestrado para no errar el camino de la
bienaventuranza, tome el consejo que sus amigos dan al Santo Patriarca Job,
diciendo: Llama si tienes algún Santo abogado en el cielo que te favorezca y
ayude en tus tribulaciones (BMC 1, 225).
─Hay
tantos Santos como caminos de Santidad, ¿no es cierto?
─Así
es. Puesto que, diciendo los Santos que la honra es como la sombra de la
virtud, algunos caminan sin honra, con afrentas, infamias, desprecios y
abatimientos porque no desean otra cosa en este mundo, y Dios les lleva por ese
camino, no por falta de virtud, sino antes en señal de gran perfección, porque
les da el sol sobre la cabeza y caminan al mediodía, como Cristo, que siendo
quien era, le afrentaban y calumniaban los fariseos (BMC 1, 59).
─En
última instancia, ¿qué función desempeñan los Santos en la vida cristiana?
─Primeramente,
los Santos son como antorchas encendidas, que nos dan luz en las tinieblas de
esta vida; y así como quien quisiere salir buen pintor, dice San Macario, busca
las pinturas más perfectas de que retratar e imitar, así el alma que en esta
vida quisiere tener luz y hacer una viva pintura en su alma, converse con los Santos
del cielo; tráigales delante de los ojos, y cuando celebra sus fiestas, imite
sus virtudes. Y en segundo lugar, quien va por un camino dificultoso y áspero,
donde hay diversas sendas y traviesas en que fácilmente se puede perder, busca
un buen caminante que por haberle andado, sabe bien el camino, y le lleva
consigo por guía para que le enseñe y diga los malos pasos y le acompañe como
hizo el ángel Rafael a Tobías, así quien no se quisiere perder en las muchas
traviesas de esta vida, busque algunos Santos de los de la otra a quien procure
imitar; lea sus historias, considere sus costumbres, que esto propiamente es
tener devoción de los Santos (BMC
1, 224).
─Se
suele decir que las apariencias engañan. ¿Se aplica este refrán también a los Santos?
─No
es bien juzgar a nadie de bueno o mal espíritu por las muestras exteriores del
cuerpo; aquel es más Santo que más amare a Dios y al prójimo y tuviere más luz
y pureza, siquiera vaya por un camino, siquiera por otro (BMC 1, 223).
─En
conclusión, que tampoco se debe juzgar a nadie por su temperamento o carácter.
─No
se puede juzgar por lo exterior quién sea más Santo. San Jacobino, de la orden
de San Francisco, cuyo cuerpo está en Santa María la Nova de Nápoles, que hace
muchos milagros, andaba siempre flaco, enfermo y lloroso, y San Bernardino que
era su contemporáneo, siempre le veían riendo, Sano y colorado; díjole un día:
¿cómo andáis, Bernardino, tan alegre y Sano? ¿No veis los muchos pecados que se
hacen contra Dios, etc.? Respondíale San Bernardino: andad que primero me
canonizarán a mí que no a vos, y así fue. No era menos Santo en Valencia fray
Nicolás Factor, de la orden de San Francisco, que el padre fray Luis Beltrán,
de la de Sto. Domingo; el Factor andaba siempre alegre, Sano y riéndose, y el
fray Luis Beltrán afligido, macilento y triste; y todo nacía de una misma
fuente y principio de amor de Dios y del prójimo, aunque corrían por diversos
caños, así como Heráclito y Crátilo de la misma consideración de la vanidad del
mundo, uno siempre lloraba y otro siempre reía (BMC 2, 223).
─En
resumen, que, por lo que veo, lo único que cuenta es la Santidad interior, la
cual sólo es conocida por Dios....
─Son
los Santos rayos del sol de la divina Justicia, por donde nos viene la luz,
como dice Basilio, arroyos que manan del río de cristal, que tiene dentro de sí
el abismo de misericordia, Cristo Jesús, y del mar abundante de gracia, María,
por donde nos comunican sus bienes, como dice San Juan Damasceno; centellas del
fuego infinito que vino a poner fuego de amor de Dios en la tierra y quiere que
las almas se abrasen, como refiere el mismo Basilio: son siervos y vasallos
amados del Señor y Señora del mundo. Son, finalmente, los privados del Rey
eterno, Cristo Jesús y de la Reina Virgen Santísima, su madre, con cuyo medio
alcanzamos favor; y teniéndolos por medianeros y abogados ante nuestro Juez
eterno, esperamos alcanzar buena sentencia en el juicio final (BMC 2, 373).
XVIII
MEDIOS INTERNOS DE
PERFECCIÓN
Presencia. Inhabitación. Jaculatorias.
Aquel día comencé mi encuentro con Gracián
con estas palabras: “Los autores espirituales siempre han enseñado que, para
alcanzar la perfección, tenemos a nuestra disposición varios medios, tanto
internos como externos. Hoy podríamos conversar sobre los internos, que son
tres, y que no son distintos entre sí radicalmente, sino complementarios. Son
los siguientes (y tienen una larga tradición a sus espaldas): la presencia de
Dios, la inhabitación trinitaria y el uso de las jaculatorias.” Gracián, como
de costumbre, aceptó a carga cerrada mi planteamiento; por lo que, sin pérdida
de tiempo, me dispuse a hacerle la primera pregunta:
─El
ejercicio de la presencia de Dios, ¿en qué se funda?
─Está Dios en el alma y dentro del alma por
esencia, presencia y potencia, como está en todas las cosas del mundo dándoles
ser; y si de ellas se apartase, se aniquilarían, que por esta causa llamaron
los filósofos a Dios, alma del mundo, no porque Dios reciba ser de la criatura
ni se sustente en ella, como el alma se sustenta en el cuerpo, sino de la
manera que la esponja está dentro del mar, que la mar la sustenta y penetra, y
en cualquier parte de la esponja hay agua del mar (BMC 1, 135).
─¿Cuándo,
especialmente, habrá que ejercitarse en la Presencia de Dios?
─De la manera que una hermosa doncella,
mientras más despacio y con más curiosidad se viste y atavía por la mañana,
sale más galana y agradable para las bodas que la esperan; así el alma que a la
media noche se levanta a orar y a la mañana torna a su oración, y en todos
tiempos procura la presencia de Dios (BMC 2, 462).
─Deben de ser notables los efectos de vivir
esa Presencia...
─Los que viven de esa forma, en lo exterior
traen el rostro alegre con modestia y una risa en la boca sin descompostura,
porque la presencia de Dios refrena el exceso de la alegría exterior, y en lo
interior de ninguna cosa se perturban, afligen y escandalizan, porque están en
el centro de sus deseos, que es la guarda de la divina ley (BMC 1, 196).
─¿Cuántas clases hay de Presencia?
─Cuatro presencias hay de Dios, que se llaman:
presencial real o exterior, cual es la de las imágenes y del Santísimo
Sacramento, presencia imaginaria interior, presencia intelectual y presencia
unitiva; la más alta es ésta postrera (BMC 1, 34).
─Dejemos a un lado la presencia exterior y la
imaginaria (ya que sus mismos nombres nos muestran lo que son) y oigámosle
hablar de la presencia interior.
─Atención interior llamamos una presencia de Dios, conociendo
su infinita bondad, majestad y misericordia y las demás perfecciones; la cual
levanta el alma sobre sí y la pone atentamente contemplando las cosas de su
Señor; y cuando así está atenta, no osa rebullirse ni quitar los ojos de aquel
divino espectáculo, con la cual atención se va poco a poco encendiendo y
afervorando y como penetrándose toda de luz y deseos, recibiendo la abundancia
que de la divina presencia le nace; y es tan grande el ímpetu que algunas veces
aquí se ofrece, que no pudiéndolo sufrir, prorrumpe en actos interiores,
grandes y fervorosos, o en palabras tiernas y amorosas que dice (BMC 1, 355).
─Habíamos quedado en que la presencia interior
es de dos clases: intelectual y unitiva. ¿En qué consiste la intelectual?
─Acaece en la oración, que habiendo el
alma peleado algún tiempo con la sequedad del espíritu, frialdad de corazón o
alguna tentación fuerte que la apretó con aflicción y tristeza demasiada,
sobreviene una presencia de Dios con luz de su infinita bondad, omnipotencia,
sabiduría, o una asistencia de Cristo dentro del alma, que consuela, anima y
alegra el corazón, pero con mezcla de una ternura y queja amorosa al mismo
Señor, porque le ha dejado padecer (BMC 1, 199).
─¿Sólo
se da la Presencia intelectual en tales circunstancias?
─No
solo. Porque hay una manera de quietud de espíritu o atención interior en la
cual los sentidos no están abiertos, perdidos ni arrobados, pero cesan de sus
operaciones porque les hace fuerza una cierta presencia interior de Dios vivo,
que parece arrobamiento, aunque en realidad de verdad no lo es, porque no hay
alienación de sentidos ni es menester ninguna fuerza para despertar al alma (PA
307).
─¿En
qué consiste la Presencia unitiva?
─Cuando
en nosotros mismos traemos a Cristo y andamos unidos y juntos con él, haciendo
las obras, diciendo las palabras y teniendo los pensamientos que Cristo haría,
diría y tendría si estuviese en nosotros mismos y en nuestro lugar, como el
representante que se viste las vestiduras de rey y, representando su figura,
hace las obras y meneos y dice las palabras que diría si fuese el rey. Y esta
manera de presencia de Dios que llaman unitiva, es la más excelente y
provechosa de todas (BMC 1, 313).
─¿Qué
utilidad reporta el ejercicio de la Presencia?
─Para
la oración aprovecha procurar andar entre día en la presencia de Dios porque
presto se recoge el que nunca se derrama (BMC 1, 341).
─¿Podemos
malograr esa Presencia divina en nosotros?
─La
amargura del corazón, que es una demasiada tristeza, distrae de la presencia de
Dios e impide los actos interiores del amor divino (BMC 1, 302).
LA
INHABITACIÓN TRINITARIA
─De
un tiempo a esta parte, a la presencia del Dios trino en nuestras almas los
autores espirituales le han dado el nombre de “Inhabitación trinitaria”. Le
hago la misma pregunta que antes, ¿cuál es el fundamento de la Inhabitación?
─El
que ama, dijo el Señor, guardará mis mandamientos y mi Padre y yo le amaremos y
vendremos a él y haremos morada en su corazón. En estas palabras se contiene el
camino derecho de la perfección del alma que comienza con deseo de servir y
amar a Dios (BMC 1, 303).
─¿Por
qué dice “Vendremos”? ¿Es que Dios va y viene?
─Dícese
que viene Dios al alma, aunque nunca se aparta de ella según aquello de San
Pablo: Dios no está lejos de nosotros porque en él vivimos y nos movemos y
estamos, así como está en todas las cosas criadas por esencia, presencia y
potencia; sino dícese que viene Dios al alma, porque el alma misma se mueve y
va para Dios (BMC 2, 184).
─¿Y
cómo sucede esto?
─Este
ir el alma a Dios y venir Dios al alma, acaece de muchas maneras. Lo primero,
por fe; lo segundo por gracia; lo tercero, por amor; lo cuarto, por actual
contemplación; lo quinto, por afecto de la voluntad y acto interior de caridad;
lo sexto, por una manera de sentir dentro de sí el alma la presencia de Dios
que la hace estar atenta, reverenciándole, amándole y temiéndole (BMC 2, 184).
─¿Cuáles
son los frutos de la Inhabitación?
─Piensan
algunos que el verdadero espíritu consiste solamente en sentimientos del
corazón, ternuras del alma, visiones, revelaciones, raptos y cosas semejantes;
el verdadero espíritu nace de la pureza, luz y caridad. Estas da el Padre, Hijo
y Espíritu Santo a quien guardare sus mandamientos, viniendo a su corazón (BMC
1, 29).
─¿Podría
ampliar esta idea tan hermosa?
─Sí,
escuche de nuevo: “El que me ama a mí, guardaría mis mandamientos, y mi Padre
le amará y yo le amaré, y vendremos a él y haremos morada en su corazón.” En
estas palabras es de notar que el principio de esta vida en Cristo es el amor
con que el alma ama a Dios, el medio, que Dios ame al alma, y el fin que Dios
venga a morar en ella. Vienen las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu
Santo a morar en el alma que vive en Cristo enriqueciéndola el Padre con pureza,
fortaleza y firmeza, el Hijo con luz, atención a la oración vocal y presencia
de Dios, el Espíritu Santo comunicándole más amor de Dios, amor del prójimo y
amor de los enemigos en más abundancia que antes tenía (BMC 1, 324).
LAS
JACULATORIAS
─Ya
es hora de acometer el estudio sobre al tercer medio interno de perfección: las
jaculatorias. Y antes que nada, ¿qué papel juegan las jaculatorias en el camino
de la perfección?
─Creo
que hay gran engaño en muchos que toman a destajo acabar gran número de
oraciones vocales y devociones que tienen, aunque sea diciendo sin atención. Yo
más querría, como dice San Pablo, decir cinco palabras con espíritu que diez
mil con sola la lengua (PA 283).
─¿Cuándo
se deben hacer las jaculatorias?
─Cuando
el alma se ve tibia y fría, y que no puede tener oración y levantar su
espíritu, y no sabe por dónde entrar ni qué tratar con Dios, calla y hace
cuenta que oye a Cristo que habla con su Padre, y aunque sea con la boca, dice
muchas veces las palabras que dijo Cristo a su Padre Eterno: Pater, ignosce illis, etc. In manus tuas Domine, etc y las demás
(BMC 1, 149).
─¿Qué
clase de jaculatorias recomendaría?
─Sería
muy buena curiosidad colegir de los Evangelios y escribir en un cuadernito
todas las palabras que Cristo habló con su Padre Eterno, y saberlas de memoria
para decirlas con la boca, que con esto se despierta mucho el espíritu (BMC 1,
149).
─Finalmente,
¿son tan útiles las jaculatorias?
A
esta pregunta mía, tan superficial, Gracián no quiso contestarme directamente,
sino acudiendo a su propia experiencia; y lo hizo con esta deliciosa confesión:
─He
hallado gran fruto en las oraciones vocales que llaman jaculatorias,
especialmente en las palabras del Padre Nuestro, que se me pasaban muchas horas
repitiendo con la boca Sanctificetur
nomen tuum, teniendo en el corazón el deseo de lo que allí se encerraba
(PA 283).
XIX
MEDIOS EXTERNOS DE PERFECCION
Dirección. Lectura. Ejemplo. Amor a la cruz.
Como el diálogo de hoy era continuación,
o mejor dicho, la segunda parte del de ayer, sin ningún preámbulo le presenté a
Gracián el temario que nos tocaba desarrollar. Dio afablemente el visto bueno,
y se dispuso a escuchar mi proposición:
─Los
medios externos de la perfección son cuatro -precisé-, y obedecen a estos
nombres, ya clásicos: la dirección espiritual, la lectura espiritual, el
ejemplo o testimonio, el amor a la cruz. Podríamos comenzar por el primero, que
siempre ha sido considerado como uno de los principales, y al que actualmente
algunos prefieren darle el nombre de “Acompañamiento”. ¿Por qué es necesaria la
dirección espiritual o el Acompañamiento?
Gracián,
que de este asunto tenía una superlativa experiencia, me contestó con cierto
sentido del humor:
─Ninguno
nació enseñado del vientre de su madre, y todos estamos llenos de ignorancias y
tinieblas que nos quedaron del pecado original y si para las groseras, fáciles,
como las corporales, hemos menester buenos maestros y perfectos preceptores;
para alcanzar espíritu que es salud, necesario es buen médico y para aprender
esta cortesía espiritual de tratar con Dios, buen ayo, como declara Clemente
Alejandrino (BMC 1, 112).
─Me
gustaría escucharle otras razones, si las hubiere.
─No
podemos caminar, dice Basilio, por estos caminos y sendas tan intrincadas del
espíritu sin llevar buena guía, ni acertar a cultivar la tierra de nuestra
conciencia, dice San Gregorio Nacianceno sin buen labrador que nos industrie,
ni salir, dice Ruperto de las tinieblas e ignorancias interiores sin luz de
buen maestro, confesor y padre espiritual. Dichoso quien le hallare tal, que le
anime para empresas grandes, desengañe y dé luz en sus ignorancias (BMC 1,
112).
─A
propósito de esto, respóndame a la siguiente cuestión de orden práctico: cuando
no tenemos a mano un buen director, ¿habremos de buscarlo necesariamente en otra
parte?
─Si
los filósofos rodeaban el mundo por hallar quien les diese luz de la filosofía,
como hizo Platón dando vuelta a Italia, y Apolonio Tianeo a toda la India, por
buscar aquellos maestros que llamaban de la mesa del sol, y los padres antiguos
caminaban muchas leguas en los yermos por buscar maestro, habiendo tan pocos
verdaderamente obreros en tanta mies, quien no buscara con diligencia maestro
que le haga al caso, quéjese de su descuido (BMC 1, 113).
─Se
observa hoy cierta reticencia hacia la dirección espiritual. ¿Cuál podría ser
el motivo?
─Es
la soberbia y presunción la polilla que deshace todo el espíritu y el gusano
que roe esta yedra de la verdadera oración, y de una hora para otra la seca.
Por tanto tome cualquiera mi consejo, o por mejor decir el de nuestro Señor,
escrito por Ezequiel, y en sus cosas nunca se asegure de sí mismo, que es el
amor propio gran embustero, sino vaya al Profeta que es el confesor o padre
espiritual, con sinceridad de corazón dele cuenta de su espíritu, que su Divina
Majestad dice por Ezequiel: “que se pondrá en la boca del Profeta para que
acierte a darle buen consejo” (BMC 1, 113).
─Y
supongo que esa polilla y ese gusano (que acaba de mencionar) hacen mucho daño.
─¡Qué
de hombres han caído del espíritu verdadero por hacer caso y asegurarse de su
sabiduría y experiencia! Que por el mismo caso que a uno le parece que sabe de
cosas de espíritu y se puede asegurar consigo mismo, aunque sea un altísimo
serafín como lo era el lucero de la mañana, de quien dice Isaías que cayó del
cielo aunque se adornaba de piedras preciosas, se hallará, sin saber cómo en
grandes miserias y desventuras (BMC 1, 113).
Me
interesé entonces, a causa de todo lo oído, por conocer las cualidades que
debía tener el buen director espiritual. Gracián me señaló dos principalmente:
el sentido común y el sentido pedagógico. La curiosidad me empujó enseguida a
preocuparme por el primero. La explicación que me brindó me hizo mucha gracia:
─Es
yerro en la teología mística querer llevar un maestro espiritual a todos los
otros por el camino que Dios a él le lleva, pues los caminos del espíritu son
diversos (BMC 1, 387).
─Esto,
por lo que hace al sentido común. Pero, el sentido pedagógico, ¿a qué se
refiere?
─El
niño no se ve ir creciendo, sino al principio mama leche y empáñanle y tráenle
en brazos, y después comienza a comer manjares blandos, hasta que viene a ser
hombre y trabaja y obra, mas al cabo que llega a la vejez torna como niño a los
manjares blandos, tiernos y dulces. Así el alma a los principios tiene
necesidad de maestro que la vaya llevando poco a poco; dale Dios la leche de
dulzuras espirituales para que persevere, y cuando va más adelante, cobra más
fuerza, hasta venir a estado que come el pan duro, y sin regalos se ejercita en
hacer y padecer cosas heroicas por Cristo. Mas cuando persevera mucho tiempo,
se halla con verdadero espíritu y con la dulzura de la plenitud e hinchimiento
que se da por corona a los que perseveraren hasta el fin (BMC 1, 122).
─Con
eso que dice parece suponer que hay directores malos...
─No
cabe duda. Dice San Agustín que así como los sordos cuando ven hablar, como no
oyen las palabras, les parece que el menear de los labios es sin provecho, o
juzgan que dicen mal de ellos, y casi siempre son maliciosos, así confesores
ignorantes que no saben de espíritu, guiando almas espirituales” (BMC 1, 128).
─Preocupémonos
ahora del dirigido, ¿qué cualidades deberían adornarle?
─Dos principalmente: la humildad y la
perseverancia.
─¿Por
qué la humildad?
─Dice
el glorioso San Bernardo que hasta que San Pablo cayó del caballo abajo, no
dijo: Domine, quid me vis facere?
Cuando se rindió, entonces se convirtió y se le cayeron de los ojos las
escamas. Mientras no hubiese blandura interior a las divinas inspiraciones, a
los mandatos de los superiores, consejos de los amigos y doctrina de los que
más saben, tenga por sospechoso su espíritu; ciego va y engañado (BMC 1, 127).
─Y
lo de la perseverancia, ¿a qué alude?
─Quien
tiene buen maestro de espíritu y ha comenzado un camino y modo de oración con
que se halla bien, sígale y continúe sin andar mudando a casa paso devociones:
y cuando viniere algún otro maestro espiritual que le enseñare otra doctrina,
comuníquela primero con su confesor, y mire muy bien cómo entra en ella y deja
lo que sus maestros le han enseñado; que muchas personas, por dar fácilmente
crédito a nuevas doctrinas, han perdido el espíritu y aun algunas la gracia y
la fe (BMC 1. 117).
─¿Por
qué se insiste tanto en la perseverancia?
─Porque
hay algunos tan fáciles de se persuadir de cualquiera que les diga cosas de
espíritu y oración, que aunque llevan buen modo de proceder, le mudan
fácilmente con cualquier consejo que les den. Y como la perseverancia es
la más principal parte para hallar este tesoro escondido que buscamos del buen
espíritu, con la variedad y diversidad de medios que nace de diversos pareceres
y consejos, viene la inconstancia, mutabilidad y falta de perseverancia; y todo
el tiempo se les pasa en tejer y destejer como la tela de Penélope (BMC 1,
117).
─Aclaradas
tan bien todas estas cosas, podemos dedicarnos ahora a solventar algunas dudas
o a deshacer ciertas objeciones que suelen ponerse con bastante frecuencia. Sea
ésta la primera: ¿solo el sacerdote puede ser director espiritual?
─No
solo. Que por esta razón ordenó prudentísimamente la Madre Teresa de Jesús a
sus monjas, que diesen cuenta de su espíritu a la prelada del monasterio; y
cuando se les ofreciese alguna cosa más grave, llamasen al padre espiritual más
docto y experimentado que pudiesen hallar para comunicarse, ora fuese clérigo,
ahora fraile de cualquiera religión. Y como ella me comunicó algunas veces con
lágrimas, temía que el demonio no introdujese dificultad en las monjas de dar
cuenta de su espíritu a la prelada, o que los prelados no las constriñesen y
apretasen a confesarse y comunicar su espíritu con solos los de su Orden;
porque aunque todos sean muy Santos, muy doctos y muy devotos, en todas
religiones tiene Dios ministros aprobados (BMC 1, 188).
─Otra
duda. ¿Puede la dirección espiritual ser suplida con la lectura de ciertos
libros?
─Sólo
en caso de no hallar director. Y ello porque tiene la voz cierta fuerza y
energía escondida, como dicen los filósofos, que es más provechosa para la luz
que lo que se lee en los libros; porque el maestro espiritual oye las dudas del
discípulo, responde a ellas e imprime la doctrina con más eficacia, lo cual no
hacen los libros (BMC 1, 307).
─Para
terminar, ¿cómo se compagina la exigencia de un director espiritual con lo que
Cristo dijo de no llamar maestro a nadie en esta tierra?
─Muy
sencillo. Como Cristo Jesús es camino, verdad y vida, él mismo enseña estos
caminos en el interior del alma que trata de salvarse y perfeccionarse, y en lo
exterior por medio de los doctores, confesores, predicadores y maestros de
espíritu.
LAS
LECTURAS
─Otro
medio externo de perfección es la lectura. ¿Qué puede decir sobre ella?
─Doce principales maneras hay de
espíritu que son como doce ventanas interiores por donde entran los buenos
deseos y la luz en el libre albedrío: la primera es la oración vocal y lección
de buenos libros (PA 281).
─¿Por qué es tan
valiosa la lección de buenos libros?
─Suele
acaecer que al punto que un alma lee un libro devoto y oye hablar de Cristo se
recoge y torna al gusto de la devoción que había perdido. Además, acontece
haber personas que con la oración vocal no se aprovechan ni tienen talento para
meditación, y comenzando a leer en un libro se recogen (BMC 2, 173; 1, 77).
─¿Cómo
debemos hacer la lectura para que resulte provechosa?
─Cuando
leemos en los libros, ir despacio y con atención penetrando lo que se lee y
haciendo cuenta que el libro es la boca de Dios que nos está enseñando, y tomar
de lo que leemos lo que más nos conviene y dejar lo que no nos hace al caso
(BMC 1, 308).
─¿Qué
libros aconsejaría leer?
─Hay una manera de libros espirituales
que no tratan de reglas de oración, sino recopilan los conceptos, devociones y
motivos de las almas para amar a Dios, sabidos por oración, como el Soliloquio de San Agustín, el libro
llamado Contemptus mundi, etc.
Y estos suelen hacer gran fruto con la luz que despierta al amor divino y
enternece la voluntad (BMC 1, 307).
Al
oír lo de “Comtemptus mundi”, interrumpí a Gracián para decirle que ese librito
había sido muy apreciado por la Madre Teresa. Asintió con un gesto de
satisfacción. Viéndolo yo tan feliz (sin duda por el recuerdo de la Madre),
aproveché para recabar su opinión sobre los libros de la misma Teresa de Jesús
en orden a la lectura espiritual. Me dio la impresión de que había estado esperando
mi pregunta, pues me respondió al punto:
─Algunas
personas que han leído los libros de la Madre Teresa de Jesús y de otras
personas espirituales, en que se contienen muchas grandezas de espíritu a que
llegan las almas de mucha oración, han dicho que no convenía andar aquella
doctrina pública e impresa, pues hay pocas almas que alcancen tantas grandezas.
Y engáñanse éstos, que antes se animan los pecadores y pequeñuelos, y con la
golosina de alcanzar semejantes riquezas se dan a la oración, así como, si a
muchas damas pobres y desnudas que desean atavío y joyas, viniese una ataviada
y enriquecida, y se las mostrase y dijese dónde las halló, las hace muy buena
obra porque se animan a buscarlas (BMC 1, 61).
EL
EJEMPLO
─El
ejemplo es otro medio de perfección. ¿Podría decirme en qué sentido?
Antes
de contestarme, Gracián me advirtió que sobre esto ya habíamos tratado algo en
anteriores diálogos. Pero que, eso no obstante, no tenía dificultad en volver
sobre lo mismo, ya que ahora lo estábamos enfocando desde otra ladera. Y así me
dijo:
─
La imitación de los Santos leyendo y considerando sus vidas nos despierta en
gran manera para más amar a Dios, así las vidas de los Santos antiguos como de
los más nuevos y las vidas de los de nuestros tiempos (BMC 2, 209).
Le
pregunté qué Santo sería el modelo ideal. No cayó en la trampa que yo,
inconscientemente, le tendía. Es que con mi pregunta parecía estar invitándole
a que hiciese comparaciones entre los Santos. Se fue con habilidad por la
tangente, y me respondió:
─Así como mandó Dios a Moisés que
hiciese el tabernáculo según el modelo que le mostró en el monte, así quiere
que sus siervos miren y consideren con atención las obras, palabras,
pensamientos y trabajos que Cristo hizo, padeció, habló y pensó, para que de
allí tomen la regla de cómo han de obrar, padecer, hablar y pensar (BMC 1,
382).
Y
al pedirle yo ahora si podía ahondar un poco en esa afirmación, me dio esta
luminosa respuesta:
─La
suma perfección no consiste en la unión inmediata con Dios con dejación de las
operaciones del alma, sino en el obrar con imitación a Cristo, cuando las obras
y ejercicios espirituales se hacen con pureza de conciencia y nacen del
verdadero amor de Dios (BMC 1, 376).
EL
AMOR DE LA CRUZ
─¿Por
qué el amor a la cruz se coloca entre los medios de perfección?
─Porque
no puede haber cosa más preciosa delante de Cristo que la cruz. Y aparte eso:
ninguno que pone la mano al arado de la cruz, que es a quien Dios quiere llevar
por afrentas y persecuciones, y mirare atrás hacia la sombra de su honra, es
apto para el reino interior del verdadero espíritu (BMC 1, 49; 1, 124).
─Concretamente,
¿en qué consiste ese amor a la cruz?
─Dice
el apóstol S. Pablo: Gloriamur in
tribulationibus nostris. Aunque los consuelos y regalos son señales y
premios del verdadero espíritu, no son menos ciertas y verdaderas señales las
tribulaciones y cruz (BMC 1, 203).
─¿Qué
cruces serían las mejores?
─Las pasivas y las interiores.
─Explíqueme
eso de las pasivas.
─Entre
las cruces, aquéllas son más provechosas para acrecentar el amor de Dios que
son ordenadas por el mismo Dios que a sus más amados arguye y castiga (BMC 2,
158).
─Y
las cruces interiores ¿qué significan?
─Cuanto
es mayor y más delicada el alma que el cuerpo, son mayores, más sutiles, más
vivas, más fuertes y más dolorosas las cruces del corazón que las de la carne.
Por lo demás, ¿quién podrá contar las riquezas que se encierran en la cruz
metida en el corazón? Que aunque la sagrada Escritura está llena de ello y la
razón natural nos lo persuade, otra cosa es verlo por experiencia (PA 132;
127).
─Por
último, querría conocer qué efectos positivos percibe, ya en esta vida, el
amador de la cruz.
─
Así como tiene consuelo el que paga aunque le sea algún trabajo sacar los
dineros de la bolsa, así se consuela el que padece en esta vida cruces interiores
o exteriores, porque paga algo de lo que debe a Dios, al prójimo y a sí mismo
(PA 199).
XX
LA VIDA DE ORACION
Una de las novedades más sobresalientes
del Catecismo de la Iglesia católica -le recordé a Gracián- es que, de las
cuatro partes en que se divide, una la dedica íntegramente al tema de la
oración cristiana. Es una prueba de la importancia que la Iglesia le concede.
Nosotros, siguiendo su ejemplo, podríamos hacer lo mismo: dedicar una considerable
parte de los diálogos que nos restan a platicar en torno a la vida de oración.
¿Qué opina al respecto? Tampoco se inmutó Gracián en esta ocasión. Y opinó que
sí, que lo que yo le proponía estaba muy bien. Valido de su beneplácito,
proseguí:
─El
Catecismo comienza con esta pregunta: “¿Qué es la oración?; y luego trata de su
importancia, fuentes, expresiones, dificultades, etc. Comencemos también
nosotros así, y preguntémonos: ¿Qué es la oración?
─Según escriben los Santos, oración es hablar
con Dios o levantar el corazón a Dios o presentar a Dios nuestros deseos (BMC
1, 333).
─Esa es la definición más conocida. Pero ¿no
hay otras que puedan perfilarnos mejor su naturaleza?
─Ciertamente. A la virtud de la oración llama San
Juan Crisóstomo alma de nuestras obras, porque les da el ser, vida y
merecimiento, mediante la caridad que en la voluntad enciende (BMC 1, 333).
─¿Habría
otras definiciones?
─Apunte estas otras. La oración es muro
de la ciudad de nuestra conciencia, cimiento del edificio espiritual, lastre
del navío de la gracia, nervios del alma, agua en que viven nuestras potencias,
que son como peces en el estanque de la conciencia, arma para pelear contra los
enemigos invisibles y leña con que se enciende el fuego del amor de Dios (BMC
1, 333).
─¿Cuántas
clases hay de oración?
─Hablando en líneas generales, la oración es
en dos maneras: una vocal, otra mental. La vocal es cuando habla la boca y
juntamente atiende el corazón a las palabras; porque cuando habla solamente la
boca y no atiende el corazón a lo que dice, propiamente no es oración; y si lo
es, será oración desatenta, de la que se queja Dios por el profeta Isaías,
diciendo: Este pueblo con los labios
me honra, más su corazón lejos está de mí. Oración mental es cuando
callando la boca, habla el corazón con Dios a quien tiene presente en lo
interior, y es la vida y espíritu de la oración vocal.
Con una explicación tan cabal, quise, antes de
proseguir, hacerle esta pregunta fundamental:
─ ¿Qué es mejor la oración vocal o la mental?
Aquí Gracián me dio una respuesta que no me
esperaba. Se expresó así:
─Voz del alma se llama la oración vocal, que
cuando es atenta y encierra en sí la mental, es de mayor fruto que sola la
mental, como es mejor todo el hombre compuesto de alma y cuerpo que el alma
sola (BMC 2, 172).
─Volvamos a lo de antes. Empleó hace poco la
expresión “hablando en líneas generales”. ¿Qué ha querido decir con eso?
─Pues que, hablando con más detalle, habría
que decir que ocho figuras ponen los cantores, que llaman: máxima, longa,
brevis, semibrevis, minima, seminima, corchea, semicorchea. Y según el
número de estas ocho figuras hay ocho maneras de oración en donde se engendra
el amor de Dios, las cuales se llaman oración vocal, meditación ordinaria,
contemplación atenta, oración de quietud y centro del alma, visiones y
revelaciones exteriores, palabras y asistencia amorosa de Dios en el alma con
luz y alienación de sentidos (BMC 2, 227).
Aclarada la cosa con tanta precisión, cambié
de enfoque y le recordé que había hablado también de presupuestos de la
oración. Le pregunté cuántos eran. Me respondió:
─Son de dos clases: unos exigidos por la
oración misma y otros por el orante.
─Comencemos por los primeros.
─La
oración vocal y mental, según el glorioso Crisóstomo, es basis y fundamento de
todos los bienes interiores y la que pone los materiales para la fábrica de
todo el edificio espiritual; es alma del cuerpo de las buenas obras por quien
viven los buenos deseos y tienen ser los firmes propósitos (BMC 2, 462).
─Veamos
ahora los presupuestos por parte del orante.
─El conocimiento propio, y de él la humildad y
contrición son las primeras piedras sobre que se asientan todos los bienes
espirituales, y sin ellas todo este edificio de la oración va fundado sobre falso.
A este propósito decía la Madre Teresa de Jesús muchas veces, que no sabía cómo
era posible, que quien sigue oración tuviese vanagloria; pues la oración
descubre quién es Dios para estimarle, y quién somos nosotros mismos para
aborrecernos y abatirnos (BMC 1, 36).
─Los autores espirituales aluden también a
ciertas condiciones para orar.
─Sí. Quien quisiere bien orar, procure tres
cosas: la primera, pureza de conciencia. La segunda, quietud y sosiego de
espíritu. La tercera, rectitud de intención.
─¿Le importaría explicarse un poco más?
─La pureza de conciencia es necesaria, que
según dice el Señor por Isaías: Si levantaren sus manos llenas de Sangre de
maldad, apartará sus ojos y no los oirá. Por quietud y sosiego de espíritu
entiendo, que el alma vaya desembarazada de los negocios, cuidados y
pensamientos que en la oración le pudieren perturbar. La rectitud de intención
es que se mueva el alma a la oración por el fin más excelente que pudiera.
─Acaba de emplear la palabra “fin”. ¿De qué
fin o fines se trata?
─Los fines, que ha de procurar llevar, son
tres: el primero, para alcanzar de Dios por medio de la oración perdón de sus
pecados, victoria contra las tentaciones, mortificación de sus apetitos y
fortaleza para pelear contra sus enemigos; el segundo fin, para alcanzar de
Dios gracia, merecimiento, virtudes, perfecciones y perseverancia en hacer su
voluntad; el tercer fin, por la honra y gloria de Dios porque él quiere ser
conocido, temido, adorado, amado, glorificado y reverenciado de sus criaturas,
que le dan gusto y contento en ello. Y aunque en todas las obras de virtud se
ejerciten estas cosas, más particular ejercicio de ellas hay en la oración
donde se hace oficio de ángeles del cielo.
─Vengamos ahora a los frutos o efectos de la
oración. Se ha dicho que afectan tanto a la mente como al corazón y a la
voluntad. Procedamos por partes. ¿En qué sentido afectan a la mente?
─Dice Sto. Tomás de Aquino que supo muchas
verdades de las que escribió, estudiándolas al candil muerto, y tratándolas con
Dios en la oración, y recibió más luz que si leyera doctores sagrados (BMC 1,
182).
Le pregunté que cómo debía entenderse eso del
Aquinatense. Me lo ilustró con dos expresivos ejemplos. Este fue el primero:
─La
ventana por donde entra la luz es la oración. Porque, como Dios sea luz
verdadera que alumbra todo hombre que viene a este mundo el que más tratare con
él en la oración más luz recibirá. Llegaos a él, dice el Profeta, y recibiréis
luz (BMC 1, 179).
─Luego
me puso el segundo ejemplo:
─Así como la piedra cuando cae de muy
alto cobra tan gran peso, que rompe la cabeza de quien da, y si mansamente la
pusiesen con la mano no haría daño, así cuando una verdad de estas que sabemos
por fe o por razón natural, cae del cielo en el alma del que tiene buena
oración, la rinde y rompe los que le impedían la gracia (BMC 1, 180).
─Y
ahora, ¿cómo afecta la oración al corazón?
─Entre Dios y nuestra alma está la pared
de nuestro cuerpo que estorba, mientras estuviéremos en esta vida, que no le
veamos rostro a rostro como le veremos en el cielo; mas cuando estamos en la
oración y le amamos en lo interior de nuestro espíritu, enclava sus ojos
divinos, que son de tanta fuerza que así como convirtieron a Pedro que le negó,
y a la Magdalena y a Mateo y a otros grandes pecadores a quien miró con
eficacia, así cuando de esta manera nos mira, nos convierte y derrite en amor
(BMC 2, 170).
─Por
último, ¿cómo afecta a la voluntad?
─Así
como en el cuerpo del bienaventurado hay cuatro dotes que se llaman:
impasibilidad, sutileza, claridad y ligereza, así parece que alcanzan los de
esta vida en Cristo, aun en el mismo cuerpo, tales disposiciones, que viven con
salud que les nace del contento de la oración, y sienten ligereza para las
obras de la virtud y una sutileza y claridad en sí mismos, que les parece que
ya son otros de los que eran (BMC 1, 326)[11].
─¿Podría darme,
también aquí, otra razón de peso, como lo hizo antes al tratar de la mente?
─No
tenemos otra mejor defensa en todas nuestras batallas que hacemos contra los
demonios y hombres, cuando nos quieren hacer pecar que la oración, que es como
el cuello por donde nos viene de nuestra cabeza, Cristo Jesús, el sustento de
la gracia (BMC 2, 179).
─Quisiera,
para concluir este primer apartado, que recapitulara todo el tema de los fines.
─Lo
intentaré. Las mismas cosas y los mismos conceptos que sabemos por la razón
natural y por la fe, cuando vienen en la oración, traen mayor claridad al
entendimiento, y mayor ímpetu, mayor peso y mayor fuerza a la voluntad. Sabía
yo por la razón natural ser bueno amar a Dios y guardar sus mandamientos, que
son de la ley natural. Sabía también por la fe que Dios es trino y uno, que me
redimió con su Sangre, etc.; estas mismas verdades vienen en la oración con
tanta claridad y desengaño, que parece que entonces abro los ojos para
entenderlas, y hacen tal obra y batería en el alma y vienen con tanta fuerza, cuanto
va de lo vivo a lo pintado; porque, aunque antes las sabía, no hacían en mí
impresión alguna, como quien ve un león pintado; mas después que las entiendo
en la oración, causan en mi temor, y amor y afecto, como me espanta el león
vivo (BMC 1, 180).
─Volviendo
al Catecismo, éste distingue entre oración y espíritu de oración. Ya conocemos
la esencia de lo primero; pero, ¿cómo se adquiere lo segundo?
─El
espíritu de oración misericordia es de Dios que hace a las almas y don que
viene de arriba, del Padre de las lumbres, talento para ganar con él y hacienda
que el despensero recibe de su Señor para emplear y tratar con ella (PA 280).
─De
acuerdo. Pero insisto, ¿podríamos hacer algo para adquirirlo?
─Así
como el labrador en sembrando la tierra no va luego otro día a segar el trigo,
ni en plantando el árbol coge luego el fruto, y jamás ve crecer el trigo ni el
árbol, sino que esperando y perseverando a que las aguas, nieves, hielos, sol y
viento hagan su oficio, al cabo de algún tiempo lo ve crecido y maduro; así
quien comienza oración, persevere y espere, purifique cada día más su
conciencia, sufra hielos, sequedades, tentaciones y reciba inspiraciones
divinas, que aunque no se vea ni sienta crecer, se hallará con buen espíritu (BMC
1, 122).
─Está
bien. Pero, ¿cómo saber si lo tenemos?
─Es
muy buen espíritu aprender de Cristo, que es manso y humilde de corazón, y
cuando una persona sigue oración, que aunque sea de su naturaleza colérica y
airada, con el espíritu que de ella saca, se hace mansa, habla con blandura a
sus prójimos y les trata con benignidad, esta alma va aprovechada en espíritu
verdadero (BMC 1, 38).
Cuando
ya íbamos a despedirnos, le indiqué a Gracián que no podíamos marcharnos sin
antes haber dado cumplida respuesta a no pocas dudas que, en torno a la
oración, suelen plantearse los orantes. Estuvo de acuerdo conmigo, y lancé al
aire la tan controvertida pregunta: ─¿Qué tiempo hemos de dedicar a la oración?
Me
advirtió que, antes del cuánto, tendríamos que hablar del cómo. Y en este
sentido enfatizó:
─Estime en más aquella hora, tiempo y
obra de hablar con Dios, que ninguna otra del mundo que por entonces se le
pudiera ofrecer. Pues a la verdad ningún negocio hay más importante que
acordarse de Dios, tratar de su salvación, llorar sus pecados, reconocer su
miseria, ejercitar las virtudes, pedir a Dios mercedes, granjear perfección,
merecimiento, perseverancia y gloria, que es lo que en la oración se negocia. Y
es que piensan algunos que es bajo espíritu y poco provechosa oración, cuando
del ejercicio de ella se mueve el alma a los actos interiores o exteriores de
las virtudes; y no hay oración más segura, más cierta y más provechosa (BMC 1,
335; 30).
─¿Y
qué me dice respecto del tiempo?
─Aquí
le digo esto: haga cuenta que por aquella hora o tiempo que se determina de
rezar, ninguna otra cosa tiene que hacer, dilatando todos los cuidados para
otros tiempos y ocasiones; y pues cuando se echa a dormir o se sienta a comer,
cierra la puerta a los demás negocios y ejercicios, dando aquel tiempo al
sustento de su cuerpo, no será mucho que para dar de comer el manjar celestial
a su alma y descansar del trabajo ordinario que dan las criaturas, se
desembarace de las ocupaciones y cuidados (BMC 1, 335).
─Los
manuales de teología espiritual mantienen la tesis de que Dios se acomoda al
paso del orante. ¿Cómo debe entenderse eso?
─Al
principio da Dios consuelos y regalos a las almas que comienzan oración, aunque
sean imperfectas. Lo segundo, ejercítalas en actos interiores y exteriores
hechos con humildad. Lo tercero, les va aumentando el espíritu. Y finalmente,
afervórales en el divino amor. Diré aún más: cuando Dios parece que se aparta
del alma dejándola padecer sus sequedades, suele volver con mayor regalo y
fruto a las conciencias perseverantes en el amor y la oración (BMC 2, 201;
172).
─Lo que no acabo de ver es por qué Dios actúa
de ese modo...
─Así
como a los niños tiernos los crían sus madres con leche, miel y manjares
blandos y dulces, y les mascan los bocados para metérselos en la boca; mas
cuando ya son crecidos y hechos hombres les dan a comer pan duro y manjares
fuertes y trabajan ejercitando sus fuerzas, y después de haber trabajado,
cuando llegan a la vejez y están sin fuerzas, descansan y tornan a comer
manjares blandos y dulces, porque ya no tienen muelas para quebrantar los
duros; así hace Dios con las almas, que cuando son principiantes y comienzan a
entrar en oración mental, les suele dar lágrimas, ternuras y devoción sensible,
y ya que los ve fuertes, les deja caer en sequedades y tentaciones y son
perseguidos, atribulados y trabajados interior y exteriormente; mas después de
haber trabajado en la viña del Señor, y que viéndose cansados y viejos se
retiran a su rincón y se entregan al espíritu tratando con Dios a solas, les
suele tornar a dar su Majestad regalos espirituales (BMC 2, 197).
─Acaba
de decir que hemos de “tratar con Dios a solas? ¿En qué consiste ese trato? ¿Cómo
comportarnos?
─Depende.
Porque si estamos atribulados, es bien que nos acordemos que Dios es sumamente
misericordioso para confiar en él; si tibios, que es suma bondad para amarle;
si tristes y melancólicos, que es nuestra gloria y nuestra bienaventuranza para
alegrarnos; si indevotos, que tiene majestad infinita para que la
reverenciemos; si desaprovechados, que tiene infinita justicia para que le
temamos, etc. Por no guardar esta diversa consideración de las excelencias
divinas, han perdido algunos mucho fruto de oración (BMC 1, 337).
─Una
última pregunta ¿cuál es la mejor oración?
─Una
altísima y provechosísima manera de oración, que se puede llamar oración de
unión, o oración unitiva u oración del alma unida; y esta es cuando Cristo
dentro del alma, puesto de parte de la misma alma como si ella fuese, ora,
pide, trata y habla con el mismo Cristo, puesto de parte del Padre Eterno y
considerado en la misma esencia divina del Padre. De suerte que Cristo es el
que pide mercedes al mismo Cristo, y lo que se pide es para Cristo, y por quien
se pide es por los merecimientos de Cristo (BMC 1, 145).
─Para
concluir, le agradecería que me resumiese en unas breves sentencias la
importancia y necesidad de la oración.
Accedió
gustoso a mi petición. Y he aquí su primera sentencia: “Dese a la oración y
espíritu, teniendo sus horas concertadas en ella, que con esta espada se
deshacen los lazos de Satanás” (BMC 1, 396).
─Enseguida
esculpió la segunda sentencia, un poco más larga: “Aquel varón es más
privilegiado de Dios, más privado del Rey eterno, más allegado al Emperador de
la gloria, que más fácilmente trata con él en la oración, y entra y sale cuando
quiere en los palacios reales de espíritu a conversar con los moradores del
cielo, sin haber para él puerta cerrada” (BMC 2, 462)
─Al
llegar a la tercera sentencia, me advirtió que más que sentencia, se trataba de
una panoplia de diversos aforismos, con que iba a quintaesenciar dos tesis
fundamentales en la vida de oración. La primera era negativa, y sonaba así:
“Como el cuerpo sin alma se corrompe, la ciudad sin muros es saqueada de
enemigos, el navío sin lastre se trastorna en la mar, el cuerpo sin nervios no
tiene fuerza, el soldado desarmado fácilmente es vencido y los peces fuera del
agua quedan en seco y se ahogan, y sin leña no se enciende fuego; así también
nuestra alma, batida con tanta artillería de tentaciones, oprimida de nuestras
malas inclinaciones y cercada de tantos vicios, si la oración le falta, muy a
peligro está de ser saqueada, y puede con razón temer que se caiga el edificio
de su aprovechamiento” (BMC 1, 333).
─La
otra tesis, positiva, tenía unos dejos de más altos vuelos: “Así como el sol, según dice Isaac
el de Siria, con sus rayos alumbra, alegra, consuela, sustenta y da color a
todo lo criado, es causa de la generación de los vivientes y produce los
metales en las entrañas de la tierra, y faltando el sol todo quedaría en sombra
y tinieblas; así la oración da luz al espíritu, alegra el corazón, afervora la
voluntad, consuela la conciencia, sustenta la gracia y engendra en las entrañas
de los varones espirituales las piedras preciosas de los dones y frutos del
Espíritu Santo (BMC 2, 462).
XXI
LAS MORADAS DEL
CASTILLO INTERIOR
Es de sobra conocido cómo Santa Teresa
de Jesús se destacó, entre los restantes místicos de su tiempo, en describirnos
por medio de un doble simbolismo: el agua y el castillo, el proceso o
itinerario de la vida de oración. Trató de ello en su Vida y en Las Moradas
respectivamente. Dado que Gracián tuvo tanto que ver con la existencia de ambos
libros, le insinué que sería muy útil para nuestros lectores que pudiera
ofrecernos una síntesis de esas enseñanzas teresianas, pasadas ya tantas veces
por el filtro de su mente y de su corazón. Celebró la invitación que acababa de
hacerle y, comenzando por el simbolismo del agua, se expresó en estos sencillos
términos:
─
Así como hay señor del jardín y jardín, semilla, agua, yerbas, flores, frutas,
y el jardinero que desmonta, despedrega, cava y labra y ara la tierra con gran
trabajo para sembrar la semilla: y ya que comienza a nacer, la escarda y riega
con cuatro maneras de agua; o la que saca a la fuerza de brazos del pozo, o la
que con menos trabajo saca con artificio de bomba, o noria o agua de río o
acequia que entra en el jardín, o agua que llueve del cielo, que ningún trabajo
le cuesta; así en la oración y aprovechamiento del alma Dios es el dueño y
patrón del jardín; el hortelano es el libre albedrío; el jardín la conciencia;
la semilla la palabra de Dios o inspiración divina: Semen est verbum Dei; las
plantas, los buenos hábitos; las flores, las virtudes; el fruto, el
merecimiento[12].
Iba
ya a hacerle una oportuna pregunta cuando él se me adelantó con la respuesta
diciendo:
─Y
lo que aquí es mucho de considerar es que el agua no significa la gracia
habitual, en que algunos se han engañado, sino lo que llaman los teólogos
prontitud para bien obrar, que esta cuesta trabajo a los principios, como sacar
el agua a fuerza de brazos. Otras veces cuesta menos, cuando hay alguna
perseverancia. Otras es casi como propia cuando hay hábito y costumbre. Y
finalmente algunas veces es como agua que llueve del cielo, porque la
abundancia es tanta, que obra en la tierra de la conciencia y virtudes
heroicas; y esta agua no es la gracia habitual que es el principio del
merecimiento de la gloria (BMC 1, 174).
Tras
esta exposición tan exquisita sobre el agua, pasó enseguida a declarar, aunque
con más detalle, y recorriendo con calma cada una de ellas, el tema de las
Moradas. Comenzó paladeando las
palabras:
─Primeras
moradas llamamos al primer estado del alma, que aunque ha salido de pecados
mortales y se comienza a dar a la oración, no ha dejado muchas ocasiones,
porque todavía juega, pasea y gusta de conversaciones peligrosas, galas
demasiadas, oír comedias y cosas semejantes que no llegan a pecado mortal, pero
son veniales, porque o son actos ociosos o peligrosos, y aunque lo sabe, se
quiere estar con ellos (BMC 1, 80).
─¿Y
qué hay que hacer para superar estas primeras Moradas?
─Tres
maneras hay de temor, conviene a saber, temor servil, temor filial y temor
reverencial. El temor servil, que es miedo de las penas del infierno, y de la
pobreza, enfermedades, dolores, disgustos, afrentas y deshonra, que vienen en
esta vida a muchos de los que pecan, es el que más hace al caso en estas
primeras moradas (BMC 1, 80).
─Pasemos
a las segundas Moradas.
─En
el segundo estado aunque el alma procura salir de ocasiones y se va más
recogiendo, todavía va combatida de muchas tentaciones y acosada de trabajos
espirituales, como son malas imaginaciones, espíritu de blasfemia, escrúpulos,
sequedades, melancolías y semejantes sabandijas; la luz es mayor que antes y va
creciendo en el amor de Dios y si quisiere ir adelante, no se deje descaecer ni
sea, como dice San Basilio, como los niños que rompen las cartillas cuando los
azotan, sino como el marinero que se apercibe mejor cuando siente la tempestad
(BMC 1, 81).
─Explíqueme
cómo se hacer el tránsito a las terceras Moradas.
─Cuando
el alma ha perseverado y peleado contra tentaciones y persecuciones, entra en
otra tercera región y va aprovechando en más luz y pureza, aunque bien siente
en sí sus pasiones fuertes, que le hacen mucha guerra, mas guíale el Señor por
vía de la mortificación a mayor luz y mayor amor. Los que están en estas
moradas son combatidos unos de unas y otros de otras pasiones, cada uno mire lo
que es su contraria y haga contra ella resistencia (BMC 1, 81).
─¿Es
muy positivo el haber entrado en estas Moradas?
─A
los que por misericordia de Dios han vencido estos combates y, con la
perseverancia, entrado a las terceras Moradas, ¿qué les diremos, sino:
“bienaventurado el varón que teme al Señor”? Con razón le llamaremos
bienaventurado, pues si no torna atrás, a lo que podemos entender, lleva camino
seguro de salvación (BMC 1,1).
─Según
su experiencia, ¿son muchas las almas que entran en las terceras Moradas?
─De
las almas que han entrado a las terceras Moradas, por la bondad del Señor, creo
hay muchas en el mundo: son muy deseosas de no ofender a su Majestad, aun de
los pecados veniales se guardan, y de hacer penitencia amigas, sus horas de
recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse en obras de caridad, muy
concertadas en su hablar y vestir y gobierno de casa los que las tienen (BMC
1,5).
─¿Cómo
deberá ser el comportamiento del alma que se encuentra en este estado?
─Lo
que me parece les haría mucho provecho a los que, por la bondad del Señor,
están en este estado es estudiar mucho en la prontitud de la obediencia, y
aunque no sean religiosos, sería gran cosa, como lo hacen muchas personas,
tener a quien acudir, para no hacer en nada su voluntad, que es lo ordinario en
que nos dañamos (BMC 2,12).
─Entremos en las cuartas Moradas.
─Para
subir de este estado tercero a otro más perfecto, es muy necesaria la
mortificación, que se alcanza con el conocimiento propio y atenta consideración
de sí mismo, cuando el alma entrando dentro de su conciencia, va caminando
hasta hallar a Cristo dentro del centro de su corazón.
─Describa,
por favor, las ganancias de los que están en las cuartas Moradas.
─Quien
entra en las cuartas moradas, que ha salido ya de ocasiones y tiene más fuerza
contra las tentaciones y las persecuciones, lleva con más paciencia y con el
temor de Dios y mortificación, tiene las pasiones más rendidas, fáltale la
fuerza para contra el distraimiento del espíritu, desatención en la oración y
semejantes, que se entran por cualquier resquicios, como lagartijas pequeñas;
este estado es en que ha menester recogimiento (BMC 1, 81-82).
─Ahora
ya estamos en las quintas Moradas. ¿En qué consisten?
─Las
quintas moradas corresponden a la muerte del gusano, es, cuando el alma llega a
la unión comenzada e imperfecta, en la cual ya muere al mundo porque se
resuelve de no hacer cosa sino lo que agradare a Dios.
─¿Significa
eso que ya se ha alcanzado la perfección?
─Todavía
no. Pues aunque ha comenzado a entrar en esta unión, todavía le quedan muchas
lagartijuelas que matar, que son algunas imperfecciones, como alguna falta de
caridad con los prójimos, sequedades con los hermanos, tentarse y sentirse si
le dicen algo desabrido de reputación, falta de atención al oficio divino,
hacer caso de cosas que poco importan y otras muchas faltas de este jaez.
─Entonces,
¿quiénes logran entrar en estas Moradas?
─A
esta unión y quintas moradas algunas almas llegan por vía de arrobamientos y
otras por su meditación y contemplación ordinaria (BMC 1, 86).
─Ya
estamos tocando el umbral de las sextas Moradas. ¿Cuál es su naturaleza?
─El
sexto estado de almas espirituales que llama la Madre Teresa unión consumada, y
corresponde a cuando vive la palomilla, en quien se ha convertido el gusano
muerto, y rompe el capullo y vuela, es, cuando creciendo el espíritu en mayor
pureza, luz y amor, porque se ha enmendado de muchas de las imperfecciones que
decíamos en las quintas moradas, ya está resuelta el alma de todo punto a hacer
y padecer cuanto pudiere por Cristo.
─Vista
la naturaleza de las sextas Moradas, dígame, ¿cuáles son sus características?
─En
este estado y moradas está más de asiento el alma en la oración de unión, y
suele tener visiones, revelaciones, éxtasis y arrobamientos, comunicándosele
Dios de muchas maneras, y lo que en ellas más se usa son trabajos interiores y
exteriores; porque quien se va acercando tanto a Cristo crucificado, razón es
que experimente más que otro a qué sabe la cruz de los trabajos (BMC 1, 86).
─¿Estamos,
pues, ante una situación especial del alma?
─Muy
especial. Los trabajos interiores que en las sextas moradas hay son de más
estima y los podemos llamar cruces divinas; porque, aunque hieren y atormentan
mucho, es sabroso el dolor que causan y de gran provecho la ganancia con que
dejan. Son estos: memoria de los pecados pasados, que atormenta sobre manera
ver que tan buen Dios haya sido ofendido; consideración de las imperfecciones
presentes, que quita la vida ver que nunca nos acabemos de enmendar; las
costumbres malas que se llevan tras si el alma, aunque con la luz que tiene vea
su daño; la flaqueza que siente en sí para resistir, viendo que cualquier soplo
le derriba; ver cuán presto se muda de sus buenos propósitos; no asegurarse con
su espíritu interior, queja que tiene Marta de María, viendo lo poco que hace y
padece en comparación de los ímpetus de su deseo; aflicción de no saber si va
errado, considerando los yerros de otros que a su parecer yerran, y al parecer
de ellos mismos van seguros; ver que pierde mucho tiempo.
Gracián
había estado hablando todo el rato sin permitirse el más leve respiro. Ahora sí
que lo tomó, tal vez para prepararse mejor a lo que iba decir, cuya evocación
le traía al espíritu tantas resonancias añejas, es decir, le recordaba su
dolorosa situación de tiempos pasados. Y así, refiriéndose al alma de las
sextas Moradas, exclamó levantando la voz:
─Si
tiene inquietud, la inquietud atormenta; si quietud, vive sin escrúpulos; de
ahí nace tormento pensando si va engañado; temor de pecados ocultos y ajenos
que le aflige, dudando si a la hora de la muerte le saldrán al camino estos
pecados en que ahora no caía; celo de tantas almas como se pierden en
innumerables reinos de infieles por no haber quien les lleve al bautismo;
tormento de ver tantos pecados en la cristiandad; y no aflige menos ver tantos
engañados con falso espíritu, y ser vírgenes locas los que parecían recogidos;
ímpetus de amor de Dios que deshacen los huesos; deseos de morir impacientes
por verse con Cristo. Estos y otros muchos trabajos y cruces interiores
atormentan y afligen la triste palomica y la traen revoloteando que no sabe
dónde asentar ni qué hacer, porque ninguna cosa le satisface (BMC 1, 88).
─Por
fin llegamos a las últimas Moradas.
─Sí.
Y no sé por dónde entrar en estas sétimas moradas; digo, que el sétimo estado
del espíritu en que la mariposa muere, desentrañándose toda para dar fruto de
sí, es cuando llega a la unión totalmente consumada y a la quietud en Cristo
amado, o al centro del alma y al contacto de la divinidad y vida en Dios en que
el alma está más libre de culpas, imperfecciones, pasiones, inquietudes y
congojas de las que distraen o retardan y detienen el espíritu. Digo más libre,
porque mientras viviéremos en este mundo, no puede faltar fruta de él, que son
faltas y lágrimas y nunca jamás se ha de asegurar el espíritu para pensar que
en cualquiera estado que esté, por alto que sea, no pueda volver atrás y caer:
“Bienaventurado el varón que siempre está temeroso”, dice el Sabio (BMC 1, 86).
─¿Por qué esta Morada
se presenta tan trascendente?
─Porque
con este modo de oración se degüella el amor propio, principio de todo el daño
espiritual, porque quitando de mi voluntad todas estas mis cosas y dándoselas a
Cristo, que las tome por suyas, ya no está detenida mi alma en el mi que hace
tan bajo y abemolado canto, como dice San Agustín hablando de la gloria donde
se canta bien, porque non est meum nec
tuum; no hay mi y sube al fa que es: Facere bonum, y al sol del soli Deo honor et gloria, y al la de la pureza de que dice Isaías: Lavamini, et mundi estote, etc. (BMC
1, 150).
Para
perfilar su reflexión sobre las séptimas Moradas, Gracián me aseveró que en
ellas se realiza el Matrimonio espiritual. Le pedí que me dijese unas pocas
palabras sobre este soberano estado. Y él, más que unas pocas palabras, me
regaló con este par de bellísimas descripciones:
─De
una alta manera de oración nace en el alma el trueque con el Esposo, que es una
manera de unión amorosa y divina, en la cual todas sus cosas las da y atribuye
a Dios y toma las cosas de Dios por suyas propias. Este trueque y oración
unitiva hizo Cristo con su Padre Eterno, diciendo: Todas mis cosas son
tuyas y todas tus cosas son mías. De la misma manera hace el alma unida por
amor el trueque con Cristo diciendo: Señor, desde este punto todas mis cosas
sean vuestras; yo os las doy y pongo en vuestras manos, haced de ellas y de mi
todo lo que quisiereis como de vuestra hacienda propia. Y todas vuestras cosas
son mías y las tomo por propias. Vuestra honra, vuestra ley, vuestra Iglesia,
vuestra fe, vuestro Padre y Madre y vuestros Santos, vuestra cruz, vuestras
almas que hay en la tierra, etc. (BMC 2, 197)[13].
─Y
es de advertir – y aquí me endilgó la segunda descripción- que así como el
esposo tiene señorío sobre la esposa y hace de ella todo lo que quiere a su
voluntad, así cuando el alma llega a tan gran rendimiento que en ninguna cosa
resiste, como es cuando está en uno de este éxtasis (sic), entonces se dice que
se junta con Cristo en matrimonio, y que es mayor unión que no aquella que se
hace de dos luces que vienen de dos candelas; y que es semejante a la unión que
se hace entre las dos aguas, la una que llueve del cielo y la otra del río, que
no se puede apartar; y así como la mujer amancebada más fácilmente se puede
apartar del amigo que la casada, porque la casada está unida con mayor vínculo,
así para declarar esta mayor unión que viene con el rapto, la llamó la Madre
Teresa unión de matrimonio (BMC 1, 170)[14].
La
explicación había sido clara, extensa, erudita y rigurosa a partes iguales.
Bien se merecía Gracián por ello un largo descanso; y así nos despedimos
citándonos para el día siguiente.
XXII
CLASES DE ORACION
Alabanza y Acción de
gracias
Una vez explicadas con detalle las
generalidades de la vida de oración, el Catecismo aborda el tema de sus clases
o formas. Y nos enseña que hay cuatro: alabanza, acción de gracias, petición e
intercesión (nos 553-556).
Mientras yo le apuntaba a Gracián estas
cosas, él asentía con la cabeza como diciéndome que también en su tiempo se
enseñaban esas mismas cuatro clases o formas. Estando, pues, concordes con la
materia del diálogo de hoy, quedamos en comenzar por el binomio alabanza-acción
de gracias. Y sin más circunloquios, le recordé que el Catecismo define la
alabanza como la forma de oración que, de manera más directa, reconoce que Dios
es Dios; es totalmente desinteresada: canta a Dios por sí mismo y le da gloria
por lo que Él es (nº 556). Gracián tuvo un gesto de aprobación, y dijo:
─Sí,
bendecir la criatura a Dios, es loarle de palabras y hacer obras de servicio. Y
se glorifica el Señor cuando cantamos sus misericordias (BMC 2, 407; PA 5).
─Se
ha llegado a afirmar -recalqué entonces- que la intensidad de la alabanza
corresponde al grado del amor de Dios que uno tiene...
─Ciertamente.
Así como cuando uno bebe mucho vino y fuerte, queda caído sin sentido y
vomitando del vino que bebió, así acaece a personas de mucho espíritu, que
después de una oración impetuosa y fuerte, caen en la cuenta de cuán vano,
caduco y perecedero es el vino de los respetos y deleites humanos, abren los
ojos para no querer otra cosa sino a Dios y más Dios; y no saben abrir la boca,
que no sea para cosas de espíritu, oración y alabanzas divinas, vomitando y
dando a entender a todo el mundo la grandeza de aquel divino licor que les
embriagó (BMC 1, 200).
─La
alabanza, ¿siempre va dirigida a Dios?
─No
necesariamente. Quien honra, loa y bendice a María, honra a Jesús, porque los
bienes de la Madre le vienen por el Hijo. Quien honra y alaba a José, da
alabanzas a Jesús y María, pues los bienes que se hallan en José redundan de
María y Jesús (BMC 2, 337).
─También
se ha dicho que la mejor oración de alabanza es la inspirada por el Espíritu Santo.
─No
cabe duda. Que no en balde dice San Cipriano que nos hiciera más falta en el
mundo el Salterio de David que este sol que nos alumbra (PA 203).
LA
ACCION DE GRACIAS
El Catecismo se refiere a la oración de
acción de gracias con estas palabras: “La Iglesia da gracias a Dios incesantemente,
sobre todo cuando celebra la Eucaristía, en la cual Cristo hace participar a la
Iglesia de su acción de gracias al Padre. Todo acontecimiento se convierte para
el cristiano en motivo de acción de gracias” (nº 558).
─¿Es
la acción de gracias una forma obligatoria de orar?- lancé, de repente, la
pregunta.
─Mándanos
el Apóstol orar con hacimiento de gracias; el cual es un reconocimiento de los
beneficios recibidos de las manos de Dios, cuando le damos gracias y loores por
ellos, y es bien que antes que le pidamos mercedes nuevas, reconozcamos las
antiguas que hemos recibido, porque a los agradecidos comunica sus bienes, y el
desagradecimiento seca la fuente de la misericordia (BMC 1, 347).
─Recuerde
algunas razones en pro de una constante acción de gracias.
─Así
como el desagradecimiento cierra las puertas de la divina misericordia y
detiene las manos de su magnificencia y liberalidad, así el alma que agradece
las grandes mercedes que Dios ha hecho y hace al mundo de generación en
generación y los beneficios particulares que hubiere recibido, recibirá de Dios
grandes bienes, pues no le podemos pagar tan gran deuda con otra cosa mejor que
con amor y agradecimiento (BMC 3, 366).
─Y
ahora, una cuestión práctica: ¿cómo podemos excitar en nosotros la constante
acción de gracias?
─Recordando
que cuanto tenemos es beneficio recibido de la mano de Dios, y de nuestra parte
sólo tenemos nada y pecado (BMC 1, 343).
─Sugiera
algunos medios para perseverar en la oración de acción de gracias.
─Cuando
con la luz de oración, mirándose el hombre a sí mismo y los rincones de su
conciencia, halla alguna cosa buena, viendo que es dádiva de la mano de Dios
sin su merecimiento, viene a espíritu de la gratitud, dando gracias al Señor por
todo lo bueno que en sí ve, y por todos los males de que le ha librado y por
todas las mercedes que ha recibido (BMC 1, 36).
─Permítame
ahora una pregunta parecida a la de antes, aunque a otro propósito: la acción
de gracias, ¿debe dirigirse siempre a Dios?
─No
necesariamente. Porque, aunque es verdad que Dios es el principal autor de
todos los bienes, y a él se debe el primer agradecimiento de nuestros
beneficios; pero quiere que reconozcamos los medios por donde los recibimos y
agradezcamos los que han sido instrumentos por donde Dios ha obrado con
nosotros sus misericordias. Y así agradecemos a la Virgen la Encarnación porque
dio el sí con el consentimiento en la venida del ángel, y porque nos parió al
Redentor, según la carne (BMC 2, 382).
─En
este mismo contexto pregunto ¿por qué enseña el Catecismo que “el cántico del
Magnificat es la acción de gracias gozosa de la Virgen María y de la Iglesia”?
(nº 547).
─Porque
era la sacratísima Virgen María en extremo agradecida, como lo son todos los
buenos y principalmente los que tienen nobleza; porque el desagradecimiento y
olvido de beneficios recibidos es indicio de villanos y groseros corazones. Y
conforme crece el agradecimiento y a su medida es el amor (BMC 2, 391).
XXIII
CLASES DE ORACION
Petición e
intercesión
Sobre la oración de petición le expliqué
a Gracián que el Catecismo enseña lo siguiente: “La oración de petición puede
adoptar diversas formas: petición de perdón o también súplica humilde y
confiada por todas nuestras necesidades espirituales y materiales, pero la
primera realidad que debemos desear es la llegada del Reino de Dios” (nº 553). Le
satisfizo tanto esta enseñanza que, sin dejarme continuar, añadió de su propia
cosecha con vibrante voz: “Sí, el amor de Dios es la petición más alta que
puede hacer el alma y más necesaria para su bien (BMC 2, 155). Pero yo,
viéndole poner tanto énfasis en el reino de Dios y en el amor de Dios, me
interesé por saber dónde quedaba Jesucristo en la oración de petición. Me
contestó con aplomo:
─El
mejor maestro de espíritu y que más bien enseñó el trato secreto y seguro que
hay entre el alma y Dios, fue Cristo Jesús; y hablando con sus discípulos les
afirma, diciendo: “En verdad os digo que todo lo que pidiéredes al Padre en mi
nombre lo alcanzareis; hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y
recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”. En estas palabras nos enseña
el Señor el camino más cierto, derecho y breve para alcanzar todo lo que
pidiéremos, y tener plenitud de gozo y henchimiento de espíritu en la oración,
que es pedir al Padre en nombre de Cristo (BMC 1, 147).
Tomé
pie de esto para preguntarle: ─¿Por qué es tan central el lugar de Cristo en
nuestra oración de petición?
─Si
un hombre pide pan a su enemigo, cierto es que no se lo dará; si se lo pide a
su amigo, más confianza tiene de alcanzarlo; si lo pide a su padre, con más
seguridad lo pide que a su amigo; pero si él mismo pidiese a sí mismo lo que
puede, sabe y quiere darse ¿qué duda tendría de conseguir su petición? De la
misma manera, quien pide a Dios la gloria y se quiere estar en pecado mortal y
hecho enemigo suyo, no se la darán si no se convierte y hace penitencia; si
pide como si fuese otro hombre, teniendo a Cristo por amigo o por padre, más
esperanza tiene; pero si unido y junto con Cristo, como si el mismo Cristo
pidiese siendo él mismo el que ha de dar, cobra tan gran confianza, que ninguna
cosa parece se le negará de lo que pide, y orando con este modo y confianza, se
abrasa más en amor, dilátase el corazón, ensánchase el deseo, asegúrase la
conciencia y purifícase la oración (BMC 1, 145).
─¿Qué
oración de petición es la más eficaz?
─Una
altísima y provechosísima manera de oración, que se puede llamar oración de
unión, o oración unitiva u oración del alma unida; y esta es cuando Cristo
dentro del alma, puesto de parte de la misma alma como si ella fuese, ora,
pide, trata y habla con el mismo Cristo, puesto de parte del Padre Eterno y
considerado en la misma esencia divina del Padre. De suerte que Cristo es el
que pide mercedes al mismo Cristo, y lo que se pide es para Cristo, y por quien
se pide es por los merecimientos de Cristo (BMC 1, 145).
─Pero
nuestras peticiones ¡no siempre son escuchadas!
─Como
pedimos muchas veces cosas de la tierra, o guiados por el amor propio lo que
nos da gusto, no nos espantemos no ser oídos, y aun es misericordia de nuestro
buen padre negarnos algunas veces lo que pedimos, porque sabe muy bien que nos
conviene que no se nos conceda. Como si un niño pidiese con eficacia a su padre
alguna cosa que tiene ponzoña mayor bien le hace en negársela que en
concedérsela (BMC 1, 350).
─Normalmente,
¿qué habría que pedirle a Dios?
─Dios
prudentísimo es y nos ama prudentísimamente, y vemos que a quien pide trabajos
se los da liberalísimamente, y muchas veces a quien le pide descansos le da
trabajos; luego mejor es pedirle lo que nos da de mejor gana (PA 128).
─A
propósito de trabajos y sufrimientos, ¿es bueno pedírselos a Dios? ¿O eso
podría suponer caer en un cierto narcisismo, por no decir masoquismo?
─Pedir
descanso y regalos contra la voluntad de Dios no es bueno; mas supuesta la
voluntad de Dios y condicionalmente siendo para mayor gloria suya y mayor
provecho de nuestra alma, no tengo por malo pedir tribulaciones (PA 127).
─Hablemos
ahora de cifras, pesos y medidas. Y una primera pregunta: ¿Cuánto hay que
pedir?
─Cuán
enfadosas sean para Dios las almas apocadas y ruines que se contentan con pocas
cosas, y aun esas van dudando si las alcanzarán o no. Pues a la verdad, para un
Señor tan liberal, agravio le hacemos en pedirle poco (BMC 1, 350).
─Sigo
con otra pregunta básica: ¿Cómo hay que pedir?
─Pidiendo
fría y tibiamente, parece que nuestra misma tibieza y flojedad merece no ser
oída, mas pidiendo con importunación, eficacia, perseverancia y fervor ¿qué
cosa habrá que no la alcancemos? (BMC 1, 350).
─En
semejantes circunstancias, ¿cuánto podemos obtener de Dios?
─Si miramos a lo que merecemos, ninguna
cosa somos dignos de alcanzar; si a lo que Dios quiere y puede darnos, como su
bondad es infinita, no tiene término en hacer mercedes, y cuando el alma
abriere la boca del deseo en la petición, tanto alcanza de mercedes (BMC 1,
349).
─Y
una última pregunta en este apartado: ¿Es igual de fructífera la oración de
petición individual que la comunitaria?
─Así como un soldado solo, por valiente
que sea, no tiene fuerzas contra un fortísimo gigante o contra muchos enemigos
juntos, pero si este soldado pelea dentro de un escuadrón con ayuda de los
otros soldados puestos en ordenanza, no hay gigante que le resista; de la misma
manera, cuando el alma sola y a solas puesta en oración mental embiste, con sus
deseos y peticiones con su Dios para alcanzar misericordia, como es tan flaca y
sin merecimiento, poco puede hacer; mas si se mete en escuadrón y se junta y
hace una misma cosa con Dios y con todos los Santos del cielo y de la tierra,
de suerte que de todos los corazones juntos salga un deseo y una petición,
aunque Dios es infinito Gigante, confíe que alcanzará de él todo cuanto
quisiere y en cierta manera le rendirá a misericordia (BMC 2, 198).
ORACION DE INTERCESION
El Catecismo se muestra muy conciso al
referirse a la oración de intercesión. Dice escuetamente: “La intercesión
consiste en pedir en favor de otro. Esta oración nos une y conforma con la
oración de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres, en
particular por los pecadores. La intercesión debe extenderse también a los
enemigos (nº 554)
Le
pregunté a Gracián si también estaba ahora tan de acuerdo como antes, cuando el
Catecismo habló de la oración de petición. Me respondió con un rotundo sí. Y
que tan era así, que él mismo ya había escrito lo siguiente en sus buenos y
lejanos tiempos: “Una cosa querría que tú guardases y todo el mundo: que
comiences siempre en tu oración a rogar por tus émulos antes que por ti, y
verás por experiencia lo que alcanzas, que es gran cosa tomar a Dios a palabras,
diciéndole: “Señor, ya yo perdono a mis enemigos, y ruego por ellos que les
deis tales y tales bienes y la gloria. Perdonadme vos a mí mis pecados y dadme
lo que os pido. ¿Vos no decís que con la medida que midiéremos nos habéis de
medir? Yo quiero bien a mis émulos, queredme Vos a mi bien” (PA 188).
─Sería
muy bueno aprender a hacer bien la oración de intercesión.
─Cuando
llega el alma a la oración, hace tres partes: Dios, que está en mí, a quien
considero que es el que ora; Dios que está en el altar o en el cielo, a quien
oro y pido mercedes; y Dios que está en el prójimo, para quien las pido. Y como
estos tres todos es un mismo Dios, parécele al alma que ninguna cosa negará
Dios a sí mismo, pidiéndola el mismo Dios para sí mismo, y así pide con tanta
satisfacción y hartura, que un momento de esta oración es más provechoso que
mucho tiempo que se gaste en otras (BMC 1, 416).
─¿Qué
oración de intercesión es la mejor hecha y la más eficaz?
─En
la buena oración se procede de Dios a Dios y se pide por Dios para Dios; que el
alma que quiere orar bien, hace cuenta que Cristo ora en ella al mismo Cristo,
y pide como a Señor la honra y gloria de Cristo, y al mismo Cristo pone por
intercesor. Que es lo mismo que dice el Apóstol: Porque de él y en él y por él
son todas las cosas; para él sea la gloria en los siglos de los siglos. Amén
(BMC 2, 465).
─Supongo
que en este tipo de oración se puede acudir a varios intercesores.
─El
Santo Concilio Tridentino nos amonesta y ordena que seamos muy devotos de los Santos,
y que los tratemos con mucha veneración y los pongamos por intercesores y
abogados para con Nuestro Señor Jesucristo y la sacratísima Virgen María, su
madre. Porque esta devoción e intercesión es de las cosas más aprobadas, más
antiguas, más Santas y más conformes a los divinos decretos que tiene nuestra
madre la Iglesia Católica (BMC 2, 373)
─Después
de Jesús, ¿quién sería el mejor intercesor?
Gracián
contestó haciendo, a su vez, una pregunta retórica como para dar más fuerza a
sus palabras:
─¿Qué
otra cosa es María sino paraíso de deleites donde nacen los cuatro ríos que son
su humildad, caridad, misericordia y pureza que riegan todo el mundo con su
intercesión? (BMC 2, 423).
─Y
después de María, ¿quién iría a su zaga?
─Si
de cualquier Santo podemos esperar favor e intercesión para con Cristo y su
madre, y es bueno ser nuestro abogado y devoto ¿cuánto más conviene lo seamos,
confiemos y busquemos la intercesión del glorioso San José, que siendo siervo
de Cristo Jesús, tuvo oficio de su padre, y le mandó como si fuera señor; y
siendo privado y vasallo del Rey y Reina del Cielo, a la Reina mandó como
esposo, y el Rey del cielo le fue súbdito y obedeció como a padre? (BMC 2,
373).
Me
satisfizo gratamente su respuesta. Pero, así y todo, sembró en mi ánimo una
pequeña inquietud, que le manifesté: ¿Por qué acudir a la intercesión de San
José antes que a la de otros Santos?
─Si
honramos, loamos, llamamos bienaventurados y ponemos por intercesores y nos
encomendamos con mucho fervor a San Francisco, Santo Domingo y los demás Santos,
porque la Iglesia los ha canonizado por Santos nombrándolos siervos de
Jesucristo, ¿con qué afecto, con qué devoción y fervor conviene que loemos,
honremos, glorifiquemos, invoquemos, seamos devotos y pongamos por intercesor
al glorioso San José, a quien la misma Iglesia, los evangelistas y el ángel y
la gloriosísima Virgen María tiene canonizado por tan Santo, que le llama padre
de Jesús que es muy más excelente nombre que siervo? (BMC 2, 398).
XXIV
LA MEDITACION CRISTIANA.
Luego que el Catecismo ha expuesto la
doctrina de la vida de oración en general, se refiere a lo que llama “Las
expresiones de la oración”. Y enseña al respecto: “La tradición cristiana ha
conservado tres modos principales de expresar y vivir la oración: la oración
vocal, la meditación y la oración contemplativa. Su rasgo común es el
recogimiento del corazón” (nº 568).
Nosotros ya hemos visto lo referente a
la oración vocal, y más adelante trataremos de la oración contemplativa; ahora,
pues, vamos a centrarnos en la meditación. El mismo Catecismo la define así:
“La meditación es una reflexión orante, que, parte, sobre todo, de la Palabra
de Dios en la Biblia; hace intervenir a la inteligencia, la imaginación, la
emoción, el deseo, para profundizar nuestra fe, convertir el corazón y
fortalecer la voluntad de seguir a Cristo; es una etapa preliminar hacia la unión
de amor con el Señor” (nº 570).
Ya algunas cosas de las que dice esta
definición se han tocado al hablar de la oración cristiana. Por consiguiente,
lo que más interesa en estos momentos es notar la diferencia que hay entre meditación,
oración vocal y contemplación; así como examinar despacio su naturaleza y
desarrollo. ¿Está de acuerdo con esto? -le pregunté a Gracián. Él, como de
costumbre, aceptó complacido mi propuesta. De ahí que, sin más dilación, le
sirviera la primera pregunta: ─¿Qué es la meditación?
A lo que me respondió sin el menor
titubeo:
─Meditación
se llama el discurso del pensamiento y entendimiento para persuadir a la
voluntad alguna virtud; como si meditamos en Cristo crucificado y se pone en el
pensamiento la grandeza y bondad de este Señor, y luego discurre y piensa que,
si siendo Dios tan excelente como es, el amor le puso en la cruz con los
mayores trabajos que se pueden pensar, la prueba del amor será padecer
trabajos; y así luego viene a la voluntad gana de padecer cruz y trabajos o
consuelo con los que tiene y padece (BMC 1, 340).
─¿Luego
entran aquí, como acaba de decir el Catecismo, la mente y la voluntad?
Sin
duda. Así como el ama, cuando cría el niño, le masca el manjar y se lo mete en
la boca, pero si el ama se lo tragase, el niño moriría de hambre; así el
entendimiento medita y masca el concepto para que la voluntad ame; mas no se ha
de convertir toda la oración en estudio, que se morirá y acabará el espíritu.
De hecho la meditación que no tiene por fin el amor de Dios y del prójimo sino
solamente la luz y el saber, más propiamente lo llamaremos estudio que
meditación. Más aún: para que sea meditación verdadera, no es necesario que
haya imágenes interiores, bastan las buenas razones que el entendimiento hace
para persuadirse (BMC 1, 127; 2, 178; 1, 341).
─¿Cuál
es el fundamento de la meditación cristiana?
─Así
como toda la máquina de este mundo se mueve sobre los dos polos, ártico y
antártico, así toda la máquina interior del espíritu se gobierna por meditación
de dos cosas; quién es Dios y quién soy yo, que esta era la continua meditación
de San Francisco. De la meditación de quién es Dios, nace la caridad,
madre de todas las virtudes; y de la meditación de quién soy yo, nace el
aborrecimiento propio y humildad con que se conservan y aumentan todas las perfecciones
(BMC 1, 309).
─¿Y
qué se sacaría más de la meditación del primer “polo”?
─La memoria de los grandes misterios y
soberanas mercedes que otras veces ha recibido la Esposa de Cristo y la de sus
llagas, la despiertan para más le amar, que son como el guardajoyas, la recámara
o alacenas donde el rey guarda sus tesoros. Y así quien se viere con sequedad
acuérdese de las mercedes que otras veces ha recibido en la oración (BMC 2,
158)[15].
─¿Y
cuál sería el fruto del segundo “polo”?
─Piense
muy despacio en todos sus pecados de la vida pasada, la gravedad, muchedumbre y
daños de ellos, y todas las faltas e imperfecciones de la vida presente; la
poca enmienda que ha tenido, las malas costumbres que le hacen fuerza y
convidan a que torne a pecar, y los pecados ocultos y ajenos que le pueden
condenar, la flaqueza que tiene en resistir a las tentaciones, la poca
obediencia a las divinas inspiraciones, la dureza de su corazón para el bien,
la inclinación para el mal, la inconstancia en los buenos propósitos, la
facilidad en caer en algunas faltas, el perdimiento de tiempo y otras
innumerables miserias, que si se meditan con verdadera atención, es imposible
dejar de temer y afligirse el alma: mas esta tristeza, pues es según Dios, salutem stabilem operatur.
─Llegados
a este punto, tengo la necesidad de preguntarle: ¿qué es es preferible, la
oración ordinaria o la extraordinaria?
─Quien
en el tiempo de su oración meditase en los mandamientos de Dios y tratase con
el Señor cómo los guardará con perfección, apuntando en qué quebranta algunos
de ellos para enmendarse, en más estimaría su oración y espíritu que el de
muchas personas, que dicen que hablan con Dios y que le ven, y que tienen
revelaciones y visiones y que ven las almas que van al purgatorio o al
infierno, o los pecados de los prójimos y cosas ocultas, aunque el vulgo estime
éstas por más Santas, porque a la hora de la muerte no han de dar cuenta de las
cosas altas y escondidas, que les vinieron de los soberanos y altísimos
conceptos de teología que se les descubrieron, sino de cómo guardaron las leyes
y mandamientos que Dios les puso (BMC 1 , 30).
─Sin
embargo, la meditación ordinaria -llamada también oración mental- es bastante
trabajosa y difícil, ¿qué hacer para que nos resulte más agradable?
─Mediante
el deseo de la perfección y de allegarse a Jesús y el olvido del mundo,
mortificación de pasiones, paciencia y perseverancia en la oración y paso para
la vida contemplativa desde la activa, acudiendo a comunicar con Dios y las
virtudes que se ejercitan, se alcanza la verdadera oración mental (BMC 2, 464).
─Relacionado
con el tema de la dificultad está el de la perseverancia, ¿cómo lograr esta
última?
─Procure
perseverar el alma en la oración, ya que de ella se saca luz para la verdadera
conversión y penitencia (BMC 1, 411).
─Sí,
éste es el deseo; pero ¿cómo convertirlo en realidad?
─Quien
ofrece a Dios un corazón contrito, trillado, machacado, desmenuzado y hecho
polvos con la contrición y mortificación, muy agradable oración alcanza. De
esta mortificación nace sufrir un cierto género de martirio y trabajo interior
para perseverar en la oración mental, que saben por experiencia los que la
ejercitan cuánto sudor cuesta esta perseverancia (BMC 2, 464).
─A
pesar de lo cual, los autores espirituales concluyen que son pocos los que
perseveran.
─Muchas
personas se engañan teniendo por principal fin los sentimientos y gustos del
apetito, y piénsanlos adquirir con el trabajo de la meditación, y si no lo
hacen, se condenan por indevotos y tienen por tiempo perdido el que gastan, y
se levantan y dejan la oración (BMC 1, 341).
─Para
ir concluyendo, indique algunas razones por las que es imprescindible el
ejercicio de la meditación.
─Aquí
van dos. Primera: el verdadero discurso de la meditación no es otra cosa sino
como quien pone los dedos en los trastes, que son como los puntos que ha de
meditar y busca las consonancias o conveniencias que hay entre los misterios y
las virtudes del alma. Con esta consonancia se rinde la voluntad y se hace una
música y armonía dulcísima al Espíritu Santo que lanza el espíritu malo de la
conciencia mejor que la música del arpa de David. Y segunda razón: así como los
dientes mascan, desmenuzan y muelen lo que se ha de comer, así hace la
meditación a lo que se ha de contemplar (BMC 2, 464; 2, 178).
─Por
consiguiente, lo normal es que la meditación preceda a la contemplación.
─Es lo normal. Ya que, aunque acaece
arrebatar Dios hasta el tercer cielo algún alma que esté desapercibida, lo
ordinario es levantar el espíritu a los que halla ocupados en meditación (BMC
2, 462).
XXV
EL METODO DE LA
ORACION MENTAL
La preparación
Los
manuales de oración han empleado con frecuencia la palabra método para
referirse a la meditación; que, por eso, también se la llama oración mental
metódica, discursiva, etc. El Catecismo tiene esta hermosa parrafada sobre el
particular: “Los métodos de meditación son tan diversos como diversos son los
maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se
parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador. Pero
un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo,
por el único camino de la oración: Cristo Jesús (nº 2707).
Recordarle
a Gracián el tema de los métodos de oración como materia para nuestro diálogo
de hoy, fue el mejor regalo que podía hacerle. No en vano esa había sido
siempre una de sus enseñanzas preferidas. Así que, al pedirle ahora su opinión
sobre lo dicho por el Catecismo, se despachó con esta catarata de palabras como
si hubiera estado esperando hacía tiempo la ocasión:
─Aunque
es verdad que el Espíritu Santo inspira a donde quiere y mueve al alma y la
lleva por el orden que le parece, y así no puede haber mejor orden que el que
Dios interiormente pone en la conciencia del que ora, con todo eso los Santos
contaron siete partes de la oración mental, que puestas por su orden aprovechan
a enderezar y encaminar este ejercicio al que comienza, y cuando el que ha días
que se ejercita en oración se hallare seco y sin espíritu, vuelva con humildad
como novicio a irse disponiendo por las mismas partes y caminos por donde
comenzó, y con esto no volverá atrás, antes se conserva y entretiene hasta que
Dios acuda con la luz y suavidad; que cuando hay ésta y plenitud de la voluntad
en la caridad, no es menester guardar este orden, sino dejar las velas tendidas
al viento del Espíritu Santo y navegar con la mayor velocidad posible en el
aprovechamiento del amor. Tiene, pues, la oración mental siete partes, las
cuales los autores llaman preparación, lección, meditación, contemplación,
hacimiento de gracias, petición, conclusión o epílogo. Y en esto consiste el
llamado método de oración (BMC 1, 336).
─Por
lo que me ha dicho, veo que no es necesario seguir ese orden.
─No
es necesario. Pues es de advertir que si comenzando por este orden a meditar:
quién soy yo y quién es Dios, le detuvieren el espíritu levantándosele y
comunicándole allí el henchimiento de sus deseos que pretende, no es bien
romper aquel hilo por ejercitar todas las demás partes del método que quedan,
que no es este negocio que se ha de tomar por tarea ni a destajo. Mas cuando
cae de aquel espíritu y se halla seco y distraído, con entrar en otra nueva
parte de la oración se torna a recoger. Como si estando en la preparación,
meditación o contemplación, no halla espíritu, pasa a la petición o hacimiento
de gracias con que tiene en qué ocuparse y poder bien gastar su tiempo, sin que
salgo ocioso y desaprovechado (BMC 1, 338).
Con
una respuesta tan esclarecedora pensé que ya íbamos a enfrascarnos en el
desarrollo de la primera parte del método. Pero, antes de embarcarnos en ella,
quiso Gracián hacerme notar que había dos clases de preparación: la próxima y
la remota. Y que ésta estaba constituida por dos elementos, que, con
frecuencia, eran imprescindibles: el silencio y la soledad.
Le
rogué que tuviera a bien aclararme esto último detalladamente. Me replicó que
lo haría con mucho gusto, pero con brevedad. Comenzó citándome un texto bíblico
que englobaba los dos elementos: “Gran cosa es el silencio, pues como dice
Isaías, es guarda de la paz interior y exterior; y la paz es obra del espíritu
que mora en la soledad” (BMC 1, 111). Agregó enseguida que el silencio era tanto
exterior como interior; y, dado que yo conocía de sobra el primero, se
limitaría a hablarme del segundo. Por lo demás, este silencio interior tenía
dos grados, de los que me hablaría oportunamente. Hechas estas acotaciones, acometió
derechamente la explicación:
─Algunas
veces el alma cesa de las operaciones de las potencias, y se mete con su Esposo
en lo interior, que se llama porción superior de la razón, y quedan las
potencias en silencio y quietud; porque ni los pies andan, ni las manos obran,
ni la lengua habla, ni los ojos ven ni la imaginación forma imágenes, pero
están todas despiertas y aparejadas para lo que les mandaren. Y este modo se
llama silencio interior (BMC 1, 157).
─Y
este silencio ¿qué utilidad puede tener para la oración? -se me ocurrió preguntarle.
─Es
muy alto y muy excelente, porque aunque las potencias parece que no hacen nada,
mucho sirven en estar prontas y aparejadas a lo que las mandaren; así como
sirve el portero cuando está asentado a la puerta para dar o recibir recaudos,
y hasta aquí es oración sobria y despierta.
─Me
gustaría conocer sus efectos.
─Silencio
interior es una paz en todos los miembros del alma, un sosiego de la conciencia
y quietud de todas las potencias que nace de las palabras secretas y escondidas
que Dios habla dentro del corazón, según aquello del Real Profeta: Oiré lo que
me habla dentro de mí mi Señor, porque hablará paz para sus siervos y en
aquellos que se convierten al corazón (BMC 2, 469).
Pasó
luego al otro grado del silencio interior:
─Cuando
cesan todos los actos interiores y exteriores que las potencias del alma hacen
con sus propias fuerzas, a esta cesación de actos se llama silencio profundo
(BMC 1, 328).
─¿Cómo
se debe entender esa profundidad?
─No
queremos decir que el entendimiento deje de entender y la voluntad deje de
amar, porque si eso fuese no sería obra meritoria, sino que aquella luz última
que recibe el entendimiento después de la unión, no le viene ni la alcanza por
su consideración y discurso sino por estar la voluntad unida con Dios.
Analizado
ya suficientemente el tema del silencio, decidimos pasar al de la soledad, que
algunos llaman recogimiento. Así presentó Gracián el tema:
─Hay
dos maneras de recogimiento: conviene a saber: interior y exterior. El exterior
es, cuando la persona se aparta del trato y conversación de gentes, o se va a
la soledad y se recoge y mete dentro de la celda cerrando tras sí la puerta,
como dice Isaías, para que sin tener allí quien le estorbe, piense de día y de
noche en la ley del Señor. Recogimiento interior es, cuando las potencias del
alma están recogidas y atentas, oyendo lo que Dios interiormente habla y pronta
para hacer su voluntad (BMC 1, 83).
Al
llegar aquí, le pedí que me explicase brevemente la relación del silencio y de
la soledad con la vida oración. Me respondió que la relación era de dos clases:
activa y pasiva.
─¿Podría
hablarme de la activa?
─Así como Cristo salió al huerto de Getsemaní
y se puso en oración al Padre Eterno, así el alma tenga cada día un rato de
oración mental, buscando lugar solitario y apartado del tráfago e inquietud que
suele distraer (BMC 1, 403).
─¿Y en qué consiste la
pasiva?
─A
las almas que viven en silencio y soledad, visita Dios y las habla en el
corazón, según aquellas palabras de Oseas: llevaréla a la soledad y hablaréla
al corazón (BMC 2, 1818).
─A
lo que entiendo, todo lo que me ha dicho hasta ahora se refiere a la
preparación remota. ¿Qué me puede decir de la próxima?
─Que
así como el que quiere dar una música primero templa el instrumento para tañer
bien y se entona para bien cantar; y quien quiere ir a caza, apareja su arco,
aljaba y flechas; y para hablar con el rey, quien con él quiere negociar se
prepara y piensa lo que le ha de decir; así el alma cuando quiere entrar en la
oración, es bien que temple la vihuela de su conciencia, apareje sus deseos y
se prepare para hablar con su Dios, y aperciba lo que ha de hacer la oración.
─¿Qué condiciones requiere esta preparación?
─Tres. La primera, pensar atentamente quién
soy yo que me atrevo a hablar con Dios, trayendo a la memoria mis pecados,
considerando mi bajeza, inconstancia, poca virtud y poco merecimiento.
─La segunda es pensar quién es Dios con quien
yo voy a hablar, y de aquí nace la reverencia, temor o amor que es menester
llevar en la oración.
─La tercera condición es disponer lo que hemos de tratar con
Dios, según que los tiempos, ocasiones y estado de nuestra conciencia lo
requiere; y de aquí nace la atención y orden en la oración, el cual orden no es
malo, pues dice el sabio que las cosas de Dios tienen orden.
─¿Podría omitirse la preparación?
─Podría. Pues es de notar, que hay algunas
personas que están ya tan ejercitadas y aprovechadas en el espíritu, que al
punto que se ponen a orar se hallan en la divina presencia con interior
sentimiento y arrojan la voluntad al amor, gastando en amar a Dios la hora de
la oración y aun todo el día. A éstas no les aconsejamos que dejen su estilo de
oración y que tornen a seguir esta orden y guiarse por estos puntos que aquí
van declarados, sino caminen sin volver atrás con la regla y orden del fuego
encendido de amor.
─Explíqueme estas excepciones.
─Quien enseña a tañer vihuela aunque da regla
para saber poner los dedos en los trastes, el que es ya músico y está enseñado,
no es necesario que mire estas reglas ni a los trastes para poner los dedos,
sino que taña con libertad, gusto y desenvoltura, pues ya está experto en el
arte; pero el que comienza, si no se guiare por reglas y fuere mirando cómo
pone los dedos tañendo poco a poco, no llegará a ser músico perfecto.
─¿Algo más sobre la preparación?
─Sí. Antes de entrar en la oración, haga un
breve examen de todos los pecados, ahora estén confesados ahora no; y tenga
dolor, contrición y arrepentimiento de ellos, con propósito firme de confesar a
su tiempo los que no hubiere confesado (BMC 1, 334).
─¿Y cuál sería la finalidad de esta actitud?
─Bien encaminado va el que al principio de la
oración se tiene por indigno de cualquier bien, y le parece que le basta, y aún
le hace Dios muchas mercedes en dejarle poner allí de rodillas, y que pueda
decir un Paternoster con la
boca o levantar los ojos a una imagen pintada; al que así se humilla, Dios le
ensalza en la oración (BMC 1, 387).
─Dígame si el examen y
dolor de los pecados se exigen a todos los orantes.
─No, solo a los principiantes. Y por esta
razón: la nuez, aunque es fruta de comer, tiene una corteza amarga y sucia que
mancha los dedos de quien la quita, aunque después se enjuga y se cae, y debajo
de ella tiene una cáscara dura; dentro de esta cáscara hay diversos
repartimientos de hollejos, que si no se mondan, hace desabrida la nuez cuando
se come, y son como calles intrincadas y desiguales. Propia figura de los
principiantes que, aunque comienzan a tener oración, todavía se tienen sus
pasiones amargas con que dan mal ejemplo a los que los tratan, así como la corteza
verde ensucia los dedos; y así como tiene la cáscara dura tienen su dureza de
corazón y resistencia a las inspiraciones divinas. Y aunque su voluntad es
buena, está llena de revueltas e imperfecciones como lo está la fruta de la
nuez dentro de sus hollejos (BMC 2, 201).
─Valdría la pena
conocer cómo realizar ese examen provechosamente
─Es principio de gran luz para el conocimiento
propio la meditación de las potencias y de sus operaciones, que son memoria,
entendimiento, voluntad, apetitos y sentidos; obras, palabras y pensamientos,
examinando muy despacio en qué estado están todas estas potencias y actos en lo
que toca a la guarda de la ley de Dios (BMC 1, 309).
Deseaba yo que Gracián, terminado el tema de la Preparación,
pasase ya a abordar el de la lectura. Pero él me advirtió que, puesto que la
lectura era una parte muy importante del método (que requería un tratamiento
más exhaustivo), y dado que nosotros ya habíamos mantenido un diálogo tan
extenso, bien podía el asunto esperar hasta el día siguiente.
XXVI
LA LECCION O LECTURA
─¿Qué tienen que ver entre sí oración y
lectura? -comencé preguntándole a Gracián aquella mañana apenas lo hube
saludado. Y es que el papel de la lectura en la oración siempre me había
fascinado; sobre todo a partir del día en que había leído el célebre aforismo
de San Juan de la Cruz: “Buscad leyendo y hallaréis meditando”. ¿Por qué, pues,
ese nexo tan estrecho entre oración y lectura? ¿Por qué extraño mecanismo ésta
podía influir en aquella? Sabedor de mis inquietudes, Gracián se apresuró a
salir a su encuentro, y en un Santiamén me largó esta reflexión entre musical y
poética:
─Así
como el contrapunto presupone el canto llano, y quien predica toma un tema que
después declara diciendo sobre él las doctrinas y puntos que se le ofrecen, así
quien ha de tener oración, después de haberse apercibido y preparado para
entrar en ella, conviene que lea en algún libro para que teniendo en la memoria
los conceptos que lee, pueda el espíritu contrapuntear con la meditación; y
quien no leyere u oyere leer, por lo menos, acuérdese de algún punto oído otras
veces sobre que pueda meditar, que esto sirve de lección (BMC 1, 339).
Le hice notar a Gracián que una explicación parecida
a la suya la había visto yo en otra parte; y que, si no recordaba mal, a ese
doble tipo de lectura se la conocía con los nombres respectivos de actual y
rememorativa. Me lo confirmó con un expresivo gesto, y entonces aproveché para
preguntarle qué normas habría que seguir para hacer una lectura provechosa. Me
respondió:
─Quien quisiere acertar procure tres cosas en la lección. La
primera atención, poniendo mucho cuidado en percibir muy bien lo que se va
leyendo, y para esto no se determine luego a meditar sobre el primer punto que
oyere perdiendo la atención a los demás, sino esté atento a todos los que se
leen, porque después, de donde no piensa, se causa la devoción; y no ha de ser
muy larga la lección sino breve y de cosas substanciales, graves y
compendiosas.
Hizo una breve pausa y, enseguida, continuó
con las otras dos “cosas” o normas:
─La segunda, oiga o lea con respeto la palabra
haciendo cuenta que se las va diciendo el mismo Dios, porque de esta manera
vendrá a hacer más caudal de ellas en lo interior de su alma, y moverse mejor a
la devoción que pretende.
¡Preciosa norma! -quise interrumpirle,
emocionado. Pero me contuve rápido para que continuase con la tercera.
─La tercera, escoja y eche mano de aquel punto
o puntos que parece le han de hacer más fruto cuando los meditare; porque
cuando con atención se va oyendo lo que se lee, siempre parece que está dando
golpes el corazón que atienda a tal y tal punto.
Como suponía que no todas las lecturas
tendrían el mismo valor en orden a la meditación, se lo hice notar. Y él
entonces sentenció:
─Entre lo que es bien leer para meditar, lo que
más hace al caso son los Evangelios y Divina Escritura.
─¿Y qué otros libros, además de la Biblia,
recomendaría?
─También son buenos -respondió- los libros que
mueven los afectos de nuestra alma, como los que tratan de la pasión de Cristo
y de los cuatro paraderos, muerte, juicio, infierno, gloria y la gravedad de
pecados y miseria de la vida humana.
Me extrañó que considerara la lectura de los
paraderos tan importante hasta el punto de ponerla al lado de la misma pasión
de Cristo. Me lo justificó:
─ “Acordándose
como debe de estos paraderos (muerte, juicio, infierno y bienaventuranza) esté
muy cierto, que in aeternum no
pecará”, como dice el Sabio (BMC 1, 27).
Cambié súbitamente el rumbo de nuestro
coloquio, haciéndole esta observación:
─Hasta aquí hemos hablado de libros. Ahora me
gustaría conocer el nombre de algunos autores especialmente recomendados.
─Muchos Santos antiguos y modernos escribieron libros para
meditar, como el glorioso San Agustín, San Bernardo, San Anselmo, San
Buenaventura, Santa Gertrudis, Contemptus
mundi, y muchos devocionarios se han impreso; y para ir las meditaciones
por los días de la semana, fray Luis de Granada y fray Pedro de Alcántara y
otros autores escriben muy a propósito (BMC 1, 340).
Me sorprendió gratamente que Gracián no dudase
en recordar, entre los autores más recomendados, tanto a Granada, amigo suyo
personal, como a Alcántara, el confesor de Santa Teresa. Asimismo, me emocionó
oírle citar el “Contemptus mundi”, un librito al que la Madre Teresa era tan aficionada.
Se lo hice notar y me confesó que a él le pasaba lo mismo que a la Madre Teresa.
Y me dio esta razón:
─Yo tengo para mí que aquel divino tratado de
"Contemptus mundi" es de esas palabras interiores, recogidas por el
alma de quien le escribió en diversos tiempos; y por esa causa hace tan suave y
agradable consonancia en el buen espíritu, que, dondequiera que abrieres para
leer, parece habla contigo lo que más hay menester (PA 300).
Todo lo que había dicho Gracián hasta aquí se
refería a la lectura actual. Por eso, antes de seguir adelante, le pregunté qué
cosas había que revolver en la mente a la hora de la lectura rememorativa.
─Los artículos de la fe, los mandamientos de
Dios y toda la doctrina cristiana, la declaración de la ley de Dios, según
aquellas palabras: No se aparte el libro de la ley de tu boca, sino meditarás
en él de día y de noche. Porque si tuviésemos ejercicio de meditar cada día un
mandamiento de Dios con la declaración de él presto llegaríamos a vivir con
rectitud, que es el fin que en la oración deseamos. Y todo esto sin olvidar el
recuerdo de la pasión del Señor.
Salió otra vez a relucir la Pasión de Cristo.
No acababa de entender por qué era tan importante esta meditación, pues la
había recomendado para las dos lecturas, tanto para la actual como la
rememorativa. Él se aprestó a darme tres razones para justificar su
insistencia. La primera:
─Pues
en el Señor se hallaron todas las penas y tribulaciones en grado más subido, no
hay mejor remedio para ellas que poner los ojos en Cristo crucificado, y
considerar su pasión por el orden que los libros devotos la escriben, sacando
por fruto el consuelo en las tribulaciones y animarse para padecer por Cristo (BMC
1, 406).
Luego
pasó a la segunda:
─La pasión del Señor nos ayuda a evitar el
pecado, luego nos estimula a aceptar la voluntad de Dios y, finalmente, nos
obtiene muchos frutos espirituales. De hecho, ¿quién hay que considere a Cristo
en la cruz derramando en ella toda su Sangre por salvar un alma, si de veras le
ama, que no le reviente el corazón con deseo de dar su vida y padecer trabajos
por no le ofender, ni ponerse en ocasión de ello y llevar al cielo las almas
que pudiere? (BMC 1, 208).
─Y sin esperar a que yo se lo pidiera, siguió
desentrañando la tercera razón: “¿Qué trabajos y dolores podemos nosotros tener
que no haya padecido Cristo mucho más y en más alto grado? Y pues todo nuestro
consuelo es Cristo, cuando padeciéramos pongamos los ojos en este nuestro
capitán y en las heridas que por nosotros padeció, y sigámosle negándonos a
nosotros mismos y tomando nuestra cruz. Por eso, no deje la meditación de la
pasión de Cristo, aunque algunas veces no halle en ella sensible compasión ni ternura.
Y es que ninguna aflicción y desconsuelo pueden tener los hombres, que no la
haya padecido Cristo en más subido grado, sufriéndolas con toda perfección por
nuestras culpas y pecados. Resumiéndolo en pocas palabras: los mordidos de las
venenosas serpientes, mirando en la serpiente de metal que Moisés colgó de un
palo, Sanaban de las llagas y mordeduras; y los que se vieren desconsolados,
atribulados, afligidos y perseguidos, pongan los ojos en Cristo crucificado y
en su pasión, si quieren alcanzar consuelo y remedio para sus tribulaciones y
trabajos (PA 199; BMC 1, 404; 1, 395).
Como
acababa de asegurarme que la meditación de la Pasión reportaba tantos frutos
espirituales, me preocupé de pedirle que me detallara algunos. Se avino a
hacerlo, y lo hizo con tanta precisión y unción como si los estuviera leyendo:
─Así
como aquel árbol de la ciudad Santa de Jerusalén llevaba doce frutos, así coge
el alma otros doce del árbol de la cruz, meditando e imitando lo que Cristo
padeció, que los llaman los Santos con estos nombres: meditación, porque no hay
otra mejor que con la memoria de Cristo; admiración, porque se espanten los
cielos de ver a Dios morir; compasión, que mueve mucho ver a Cristo padecer;
temor, porque si en el árbol verde de Cristo tanta venganza toma Dios de mis
pecados, en el seco de mí mismo que los cometí ¿qué pasará?; esperanza, que
anima mucho ver a Cristo padecer tanto por salvarme; contrición, porque me pesa
de haber ofendido a Dios y que mis pecados le hayan puesto en la cruz; amor de Dios,
que es razón que ame a quien tanto por mí padeció; amor del prójimo y celo de
las almas, por quien Cristo murió; agradecimiento de tan soberano beneficio,
como fue morir Dios por darme vida; alegría, viendo que el Señor tan de veras
quiere mi salvación pues muere por salvarme; finalmente unión con Cristo,
metiéndose dentro de él para sufrir mis trabajos y dolores en su compañía (BMC
1 383).
Le
comenté que eran muchos los efectos que acababa de enumerar, que si era normal
que se produjeran tantos. Me contestó de una manera indirecta:
─Así
como el aceite cuando se derrama en la tierra cunde y penetra con gran quietud
y sosiego, así los conceptos amorosos de la oración cunden y penetran toda el
alma sin estruendo, inquietud ni alboroto, sino con gran paz, sosiego y
seguridad cuando son de Dios (BMC 2, 157).
Cambié
otra vez el hilo de nuestra conversación. Y ésta vez fue para decirle:
─Los
manuales de espiritualidad enseñan que ambas lecturas (la actual y la
rememorativa) sirven también para obviar las distracciones que suelen
asaltarnos durante el ejercicio de la oración. ¿Es eso así?
─En
efecto, así es. Acaecido ha no poderse una persona recoger ni quietar su
espíritu, y rezando vocalmente Pater nosters y Ave Marías en su rosario, o
leyendo en un libro devoto, recogerse tanto que llega a hallar a Dios en el
centro de su alma (BMC, 1 74).
Tras
esta última cuestión, me recordó Gracián que, siguiendo el método, después de
la lectura venía el tema de la meditación, ya que ésta es la finalidad de
aquélla. Ahora bien, como nosotros ya habíamos tratado poco antes, y
largamente, sobre la meditación, convenía que pasásemos inmediatamente a la
contemplación.
Me
pareció lógico. Con todo, le insinué si, antes de despedirnos, podía regalarme
algunas palabritas sobre la oración visual o icónica (como la llaman algunos),
y que el Catecismo resume así: “Habitualmente la meditación se hace con la
ayuda de algún libro, las imágenes sagradas...” (nº 2705). Gracián accedió a mi
ruego, pero antes de adentrarse en la materia, me hizo esta elemental
observación:
─La
oración vocal sin atención no es buena, y el adorar las imágenes, como si en el
palo o piedra de ellas hubiese divinidad, es idolatría (BMC 1, 389).
Y
a propósito de las imágenes me contó que él mismo, de joven, viviendo en
Alcalá, tenía un cuadro de la Virgen sobre su mesa de estudio, y cada vez que
lo miraba, su corazón se enardecía en amor a Dios y a su Madre. Y enseguida añadió
que “lo mismo que decimos de imágenes pintadas, se entiende de las imágenes vivas”.
No
capté bien lo que me estaba diciendo, aunque él tuvo la delicadeza de
aclarármelo:
─Que
un hombre es imagen viva de Cristo, y una mujer, de la Virgen María (BMC 1, 51)
─¿Y
entonces? -le pregunté ignorando aún adónde quería ir a parar.
─Que
hay que considerar y mirar al prójimo como a una imagen viva de Cristo, si es
hombre, y si mujer, como a imagen de la Virgen María. Y así como nos
aficionamos a una hermosa imagen no para ensuciarla ni destruirla sino para
respetarla, reverenciarla y quererla porque nos trae a la memoria al Señor cuya
imagen es, así cuando vemos al prójimo como a imagen de Dios, le hemos de amar
con puro amor (BMC 1, 318).
Con
esto me estaba enseñando que “mirar y considerar” al prójimo (hombre o mujer)
como me lo acababa de presentar era una forma de hacer oración. Es decir, que la
oración visual o icónica (sobre la que yo le había preguntado), no solo se
podía hacer con esculturas, imágenes o cuadros pintados, sino también a través
de personas vivas. Y para indicarme que no todos estaban capacitados para este
tipo de oración, concluyó de esta manera:
─El
basilisco emponzoña con sus ojos cuando mira, mas los ojos de la paloma son
hermosos y agradables; y así es cuando miramos a los prójimos sin juzgar mal de
ellos ni movernos a pecados, sino considerando que es Cristo el hombre que
vemos y la Virgen María, si es mujer, pues no hay imágenes más parecidas y más
vivas de Cristo y de su Madre (BMC 2, 177).
XXVII
LAS RESTANTES PARTES DEL METODO
Al tener que centrar hoy nuestro diálogo sobre
la contemplación como una parte del método, le confesé a Gracián que me sentía
algo incómodo[16]. Me
preguntó por qué. Y le di la razón: él había puesto la contemplación como una
de las partes del método mientras que otros autores la eliminaban. En
consecuencia, para Gracián, el método tenía siete partes; pero para otros
autores, solo seis. ¿Con qué opinión quedarme? Admitió Gracián que tenía razón
para sentirme incómodo, pero que eso no tenía por qué quitarme la paz. De hecho
-añadió- podemos poner la contemplación como parte del método, o no (según los
gustos), pero en ambos casos el método sigue manteniendo toda su validez y
eficacia. Por este motivo -me aseguró-, él ya tenía pensado sobrevolar ese
tema, es decir rozarlo apenas ahora, para estudiarlo a fondo en un tiempo más
oportuno. Me tranquilizaron estas palabras. Y más reconfortado, me animé a
preguntarle qué era lo que entendía por contemplación como parte del método. Me
explicó:
─Llamo yo contemplación al detenimiento que
hace el pensamiento en alguna cosa que se contempla, y a la aplicación de la
voluntad cuando con asiento y quietud la quiere y desea.
─¿Y en qué se distingue de la meditación?
─Hacemos diferencia de la meditación a la
contemplación, en que la meditación procede con discurso del entendimiento que
va moviendo la voluntad; mas en la contemplación está conociendo atentamente el
entendimiento con la luz que ya tiene adquirida, y estáse ejercitando la
voluntad en el acto del deseo que ya tiene adquirido, como quien anduviese
mirando muchas imágenes que hay en un aposento y reparase en alguna de la cual
por algún rato no quita los ojos, y se está aficionando a su hermosura; así el
entendimiento cuando medita va discurriendo por muchos conceptos y coligiendo
unos de otros, y ésta es meditación; mas cuando se detiene en alguno en que
halla luz y la voluntad se afervora en él, ésta llamamos aquí contemplación.
─¿Debe darse siempre la contemplación en el
curso de la meditación?
─En absoluto. En este campo hay tantas
variantes como orantes. Por ejemplo: muchas almas comienzan y acaban la oración
en ella sin que preceda meditación ni discurso: otras están muchas horas y aun
lo más del día en una sosegada presencia de Dios, gozando y amando de tal suerte,
que se quejan de las hijas de Jerusalén, que son los cuidados, porque les
despiertan; otros al cabo de la hora que han gastado en meditar, tienen algo de
ella, y aún a veces se les va el tiempo en pelear con pensamientos
impertinentes, y acaece que en un abrir y cerrar de ojos, les viene una luz y
un ímpetu que les es de provecho para vivir bien muchos días y aun toda la
vida. Es decir, que de cualquier
manera que el alma saque fruto, siempre se ha de alegrar y nunca deje de
perseverar en la oración, que donde menos se piensa hay mayor ganancia.
─Aclarada ya suficientemente la función de la
contemplación en el contexto de la meditación, estuvimos de acuerdo en pasar a
la siguiente parte del método: el agradecimiento o el hacimiento de gracias.
EL HACIMIENTO DE GRACIAS
─¿Qué es, y por qué la acción de gracias entra
a formar parte del método?
─Mándanos el Apóstol orar con hacimiento de
gracias; el cual es un reconocimiento de los beneficios recibidos de las manos
de Dios, cuando le damos gracias y loores por ellos, y es bien que antes que le
pidamos mercedes nuevas, reconozcamos las antiguas que hemos recibido, porque a
los agradecidos comunica sus bienes, y el desagradecimiento seca la fuente de
la misericordia.
─¿Qué condiciones debe tener el hacimiento de
gracias?
─Conviene que tenga estas tres. Y ésta es la
primera: que sea concertado o seguido: que quiere decir, que salga del mismo
espíritu de la contemplación que llevamos, y la vaya continuando para que no se
quiebre el hilo de espíritu; y aunque podemos dar gracias a Dios por muchos
beneficios, que comencemos por aquel que más corresponde a lo que íbamos
contemplando; como si meditando los tormentos del infierno, y movidos al temor
de ellos, comenzamos a dar gracias a Dios porque nos ha librado de tan
insufribles penas.
─Veamos la segunda condición.
─Que ayude a ganar fruto en el mismo espíritu
que se llevaba, aumentando y confirmando los propósitos ganados en la misma
oración; como si dijésemos: Va el alma en la consideración de las penas del
infierno con espíritu de temor y llega a dar gracias por haberle librado del
infierno, y luego acuérdase de los demás beneficios, como es haberle Dios
criado y redimido, etc. Y en la consideración de estos beneficios dando gracias
por ellos, acuérdase estar más obligado al servicio de Dios y merecer más pena
que otro ninguno por la ingratitud que tiene quien tanto debe y tan poco
corresponde; y va aumentando con esto el mismo espíritu de temor que llevaba en
la voluntad sin salir de él.
No quiso Gracián perder el hilo de su discurso, y, por eso,
antes de que yo pudiera distraerle, se apresuró a terminar su exposición:
─La tercera condición es que sea principio de
confianza para entrar en la petición; porque quien pide a Dios mercedes con
confianza, ninguna cosa se le negará, y es buen principio para entrar en la
petición, engrandecer la confianza con la memoria de estos beneficios; como si
el alma fuese diciendo; Muchas gracias te doy Señor, porque me criaste y
redimiste y por los demás beneficios particulares etc., pues quien tanto ha
recibido de Dios ¿qué le pedirá que ahora no lo alcance? Pídote, Señor, esto y
esto, etc. Y como comienza la petición con la memoria de las mercedes
recibidas, entra con ánimo, fervor y confianza a pedir, teniendo por cierto que
ninguna cosa le negará Señor tan liberal.
─Sí, es lógico el hacimiento de gracias. Pero
dígame, ¿por qué cosas habría que dar gracias a Dios?
─Los beneficios de que se ha de dar gracias a
Dios, aunque son innumerables, puédense reducir a tres géneros. El primero
contiene beneficios de la creación, el segundo, los de la redención, el tercero
los otros beneficios particulares.
Con esto terminamos lo concerniente a la acción de gracias, y
franqueamos el paso a la penúltima parte del método: la petición.
LA PETICION
─¿Cómo se justifica la petición como parte del
método?
─Llegamos a la oración como pobres a pedir
limosna a un gran Señor, rico de misericordia, como enfermos para alcanzar
salud del verdadero médico de nuestras almas, como hambrientos a pedir pan al
que abriendo su mano llena a todos de bendición, y como criaturas miserables y
destituidas de todo bien, a su Dios y Criador. Y así la principal parte de la
oración es la petición, la cual si lleva las condiciones que conviene, nunca
deja de alcanzar lo que se pretende ni vuelve vacía; y muchas veces alcanza más
de lo que pidió.
─¿Y cuáles son esas condiciones?
─Tres son las principales partes de la
petición para que sea cual conviene.
Iba ya a pedirle la adecuada explanación,
cuando él mismo se adelantó a dármela, y lo hizo de un tirón:
─La primera, humildad y confianza, que no es
otra cosa sino que el que pide reconozca su indignidad, poco ser y valor, y que
no merece alcanzar merced alguna.
─La segunda parte de la petición es que sea
eficaz y que vaya con fervoroso y encendido deseo de alcanzar lo que pedimos. Porque
pidiendo fría y tibiamente, parece que nuestra misma tibieza y flojedad merece
no ser oída, más pidiendo con importunación, eficacia, perseverancia, y fervor
¿qué cosa habrá que no la alcancemos?
─La tercera parte de la buena petición es que
vayamos ejercitando con actos interiores las virtudes que pedimos. Como si
pedimos fe, hagamos acto de fe; y si pidiéremos humildad, acto de humildad
reconociendo nuestra bajeza y deseando ser abatidos; porque cuando juntamente
se ejercita la virtud y se pide, fácilmente se alcanza.
EL EPILOGO
Por fin vamos a coronar la estructura septenaria del método
con lo que algunos consideran su colofón o apéndice. ─¿En qué consiste?- le
pregunté a Gracián.
─La séptima y última parte de la oración
mental se llama epílogo o recopilación; en la cual se hace memoria de lo que se
ha tratado y principalmente de lo que más eficacia hizo en la conciencia y se
determina el alma de ejercitar aquellos deseos que ha tenido.
─¿Qué necesidad hay de esta parte final
recopilatoria o compendiosa?
─Porque es principio del examen de conciencia
y regla del aprovechamiento. Y así como cuando dos amigos se han hablado
largamente en un negocio, ya que se quieren apartar se resuelven en los puntos
más esenciales, diciendo el uno al otro: al fin, Señor, quedamos resueltos en
esto y en esto, etc. pues yo lo voy a poner por obra y para eso haré tal y tal
cosa, etc. Así el alma después de haber estado hablando algún tiempo con Dios,
ya que se acaba la oración, se resuelve en lo más esencial que ha tratado, y
hace memoria de aquellos puntos que le han hecho eficacia en el deseo y propone
de ejercitarse en ellos.
─Explíqueme cómo se realiza concretamente el
epílogo.
─En el epílogo el alma ha de hacer tres cosas.
Primera: un breve examen de la oración que ha tenido para que si se viere
distraído proponga enmendarse en la oración del día siguiente. Segunda: Haga
memoria de aquellas palabras que mayor eficacia le han hecho en la oración para
acordarse de ellas al tiempo de la necesidad y traerlas siempre en la boca y
corazón, por remedio contra sus pasiones. Y la tercera y última: Haga
determinación y propósito firme de poner por obra lo que en la oración le han
dado a entender, arrojando con el mayor fervor y devoción que pudiere la
voluntad en la virtud a que por entonces se viere movido, y haciendo muchos
actos de ella.
Como acababa de hablar de propósitos, y
firmes, le pedí que, para concluir, me dijera qué propósitos y cuántos debían
ser esos.
─Los propósitos que se sacan de la oración son
dos: conviene a saber, servir a Dios y hacer bien al prójimo: de estos dos
propósitos nace el amor de Dios y del prójimo. Con estos dos afectos y
propósitos cría el alma todas sus obras, palabras y pensamientos y les da la
leche del merecimiento (BMC 2, 179).
XXVIII
LA VIDA CONTEMPLATIVA
A una pregunta, tan explícita como ésta:
“Qué es la oración contemplativa?”, el Catecismo responde un tanto vagamente:
“La oración contemplativa es una mirada sencilla a Dios en el silencio y el
amor. Es un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual el que ora
busca a Cristo, se entrega a la voluntad amorosa del Padre y recoge su ser bajo
la acción del Espíritu. Santa Teresa de Jesús la define como una íntima
relación de amistad: “estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos
nos ama” (nº 571). Le recalqué a Gracián que la definición me había parecido algo
vaga e imprecisa, y que si él no tendría alguna un poco más precisa y concreta.
─Lo
intentaré. Contemplación es: una atención interior, que es cuando mira el alma
de hito en hito sin apartarse ni divertirse de algún concepto sobrenatural que
la va inflamando en el amor de Dios. Y esta asistencia sosegada y quieta, sin
andar vacilando en diversos conceptos, suele ser principio de todo el bien
espiritual; algunos la llaman contemplación, otros quietud de espíritu, otros
morar dentro de sí, otros centro del corazón, otros atención interior o centro
de la voluntad (BMC 1, 310).
─Aún
veo la definición poco clara -me atreví a decirle-. Tal vez sería más clara si
(como sucedió ayer a otro respecto) hiciéramos la diferencia entre contemplación
y meditación.
─El
entendimiento, cuando medita va discurriendo por muchos conceptos y coligiendo
unos de otros, y ésta es meditación; mas cuando se detiene en alguno en que
halla luz y la voluntad se afervora en él, ésta llamamos aquí contemplación. En
otras palabras: es la contemplación pensamiento detenido, cuando el alma está con
atención y quietud entendiendo en un concepto, a diferencia de la meditación
que se discurre de un pensamiento en otro. Puedo declararlo todavía más con mi
experiencia personal. Y es que acaecido me ha en sola esta palabra “Dios”,
considerando su divinidad, omnipotencia, etc., hallar el alma tan gran
henchimiento y satisfacción que no quería ni podía salir a otros pensamientos
(BMC 1, 346; PA 285).
─Ahora
ya está más claro. Pero antes de proseguir, una pregunta básica: ¿cuáles son
los efectos de la contemplación?
─Son dos: uno es superficial; el otro, profundo.
─Oigamos
el superficial.
─Así
como cuando entran los rayos del sol en el aposento abriéndose la ventana, que
alumbran los más escondidos rincones y descubren las telarañas, pajas y polvo y
hasta los más mínimos átomos del aire, así cuando entra la luz sobrenatural en
el alma unida por amor, se descubren en la conciencia los pecados pasados, las
faltas e imperfecciones presentes, las pasiones desordenadas, las malas
inclinaciones y las más mínimas ocasiones de ofender a Dios (BMC 1, 392).
─Y
ahora veamos el profundo.
─Así
como un hombre que estando en un aposento vuelve las espaldas y quita los ojos
de todo lo que en él hay, y se va a una ventana a mirar el sol, y mirándole,
queda deslumbrado de sus rayos y como ciego, pero después ve dentro de sus ojos
innumerables espejados y ruedas de diversos colores, así el alma cuando vuelve
las espaldas al conocimiento y deseo de todo lo criado, y se va a contemplar y
amar sólo la divinidad de Dios, queda deslumbrado con una divina oscuridad y
niebla que llama Dionisio divina
caligo; mas cuando está así, no pierde nada de conocimiento y luz, antes
le quedan innumerables conceptos de muchas cosas, especialmente de las que son
necesarias para su salvación. De esta manera es la imitación de la divinidad de
Cristo, porque ya el alma se va por sus pies a la ventana de la contemplación
de la divinidad (BMC 1, 385).
─¿Cuántas
clases de contemplación hay?
─El
recogimiento interior es de dos maneras, conviene a saber: recogimiento natural
y adquirido con propia industria, y recogimiento sobrenatural y dado. El
natural es una fuerza que se hace el alma a sí misma para tener las potencias
atentas a oír lo que dentro de sí le dice el corazón. Declara esto San Basilio
con el ejemplo de quien está delante del rey y hablando con él, que se hace
fuerza para tener las manos, pies y ojos quietos y compuestos, callando su boca
para oír lo que el rey le dice, y ésta propiamente se llama atención interior.
El recogimiento sobrenatural y dado del cielo es una merced que Dios hace al
alma, cuando él mismo la mete dentro de sí, y con divinos lazos y ataduras
tiene presas las potencias interiores y exteriores para que no ejerciten sus
operaciones, que ni los ojos ven, ni los oídos oyen, ni la imaginación piensa
ni el entendimiento discurre, etc (BMC 1, 83).
─De
las dos clases, ¿cuál es la preferible?
─Por
cualquier camino de contemplación que Dios llevare, ahora sea natural y
ordinario ahora sobrenatural, va bien encaminada, si saca fruto de caridad,
humildad, pureza y guarda de la ley (BMC 1, 371).
─Si la contemplación infusa viene de
Dios, ¿cuándo la infunde?
─Es
de notar que hay muchos que no tienen talento, cabeza ni habilidad para hacer
meditaciones y discursos, y suele darles Dios excelentísima contemplación con
quietud interior y recogimiento; y estos tales, si se ponen en la oración y
comienzan a querer meditar a fuerza de brazos, como no aciertan, salen
desabridos y desconfiados de poder alcanzar oración. Y porque no todas veces al
principio que van a orar viene el espíritu de la contemplación, quietud y
devoción que se procura, hanse hallado bien algunos de ellos con tomar un libro
y estarse recogidos leyendo despacio y con sosiego, y en la misma lección les
levanta el Señor el espíritu a contemplación altísima sin que preceda otra
ninguna meditación (BMC 1, 339).
Habiendo
visto ya lo esencial de la contemplación, o sea, la naturaleza, los efectos y
las clases, le pregunté a Gracián si había algún otro punto interesante que
valiese la pena tocar. Me insinuó que, en todo caso, nos quedaba el tema de las
condiciones o partes. Le rogué que me hablara acerca de esto cuanto juzgara
conveniente. Y él me obsequió con este excelente discurso:
─Tres partes suele tener la buena
contemplación. La primera, que sea humilde, quiero decir, que aquel buen deseo
que viene y aquel gusto o luz interior que le dan, le reconozca por don y
merced de Dios, dándole gracias por habérsele dado, y siempre se tenga por
indigno de cualquier bien; y cuando no le tuviere sino que le llevaren con
sequedad dejándole con sus meditaciones y discursos, no se aflija y congoje ni
quede descontento, como si le debiera algo y no le pagaran, porque en mano de
Dios está hacer lo que quisiere de su hacienda, antes quede con humildad
reconociéndose por indigno de cualquier quietud y merced de espíritu, y
teniendo en mucho que le consientan estar allí hablando con Dios, pues merecía
estar ardiendo en el infierno según sus culpas y pecados.
La segunda, que sea segura, que es ser
acertada en el mayor aprovechamiento del espíritu. Porque suele haber gran
engaño en tener por más alta contemplación a la más baja y por más segura la
más peligrosa, por más Santa la más engañosa y por más delicada a la que nos
hace perder el tiempo.
La tercera condición de la buena contemplación
es que sea en manera de diálogo y coloquio, donde algunas veces el alma hable
con Dios, otras veces calle y esté atenta esperando las palabras interiores y
escondidas que suelen venir en este profundo silencio, atención y presencia de
su Señor. Porque almas muy habladoras y que no quieren oír, sino hablárselo
todo, suelen salir secas de la oración. Y es bien advertir, que muchas veces
nuestro deseo o el eco y zumbido de los pensamientos que otras veces hemos
tenido, se suelen venir en este tiempo a la consideración sin llamarlos, y piensan
algunos que son palabras de Dios y danles crédito quedándose engañados con su
amor propio (BMC 1, 347; 2, 199).
─Según
todo lo dicho, ¿cuál es el principal fruto de la contemplación?
─El
amor tiene por principio, la contemplación, así como el fuego se engendra
algunas veces de la luz, cuando los rayos del sol recogidos en el anteojo de
cristal abrasan la yesca en que hieren (BMC 1, 157).
─Para
finalizar, tenga a bien contestarme a estas cuatro cuestiones, que siempre han
sido muy controvertidas. Sea ésta la primera: ¿cuál es la característica
esencial de la contemplación?
─Que
es oscura. Porque así como la fe tiene oscuridad con que nos rendimos a creer
sin querer entender de raíz, así en la alteza del amar y soberana contemplación
hay cierta niebla y oscuridad, donde sin conocer y sin ver y a cierra ojos se
conoce Dios más verdaderamente y es más amado.
─Segunda
cuestión: ¿cuál es la piedra de toque de una auténtica oración contemplativa?
─Aquella
contemplación es más excelente que más humilla y purifica la conciencia, y
causa en ella mayor amor y temor de Dios y guarda de su ley y ejercicio de
virtudes; y la que de esto se desviare, aunque tenga cosas que parezcan más
altas y más extraordinarias y que parezcan más milagrosas, como visiones,
revelaciones, sentimientos y cosas semejantes, es la menos buena y la más
peligrosa (BMC 1, 347).
─Tercera
cuestión: ¿qué es preferible: la meditación o la contemplación?
─¡Cuántos
peligros puede haber en este camino de arrobamientos, que llama San Vicente
Ferrer “rabiamenta mulierum”! Si yo negocio con el rey y alcanzo de él lo que
quiero igualmente entrando por las puertas del palacio, llamando a los porteros
y subiendo por mi escalera ¿qué se me da que no me lleven en volandas y por el
aire a meter por la ventana a la sala donde está el rey?, antes voy más seguro,
que quizá cuando me llevan por el aire, me dejaran caer y me haré pedazos. Ni
más ni menos, sí yo negocio con Dios y alcanzo de él lo que pido en la oración,
entrándome por la puerta de la fe, subiendo por la escalera de la meditación y
llamando a los porteros de los Santos que intercedan ¿qué hace el caso que no
me lleven en volandas con el rapto y éxtasis, pues alcanzo lo que pretendo por
el camino ordinario de la meditación? (BMC 1, 161).
─Y
la cuarta y última cuestión: cómo convencer de lo contrario a los que sostienen
que la oración contemplativa es una pérdida de tiempo, o, en otras palabras,
que es preferible la acción a la contemplación.
─No
debe pensar nadie que cuando un siervo o sierva de Dios gasta mucho tiempo en
oración mental o se está todo el día contemplando, aunque parece que está
ociosa y sin hacer nada, que pierde tiempo y merecimiento cuando Dios no la
llama para otra cosa, que no hay mejor ocupación, que dar gusto y agradar a
Dios, que es lo que hace el alma que le contempla y ama (BMC 2, 185).
CAPITULO XXIX
UN PRELUDIO DEL CATECISMO
(Comentarios al Pater
y al Magnificat)
Recorriendo
las páginas del Catecismo -tomado como falsilla para nuestros diálogos- me
encontré con una estupenda novedad, que el propio Catecismo pone al final como
complemento de la amplia temática de la oración. Se trata de la explicación de
la oración del Señor: Padre nuestro (n. 2759ss).
Comentándolo
con Gracián, le dije que él ya se había adelantado al Catecismo en casi cuatro
siglos. Y que, incluso lo había superado. En este sentido: en que, además del
padrenuestro, tenía el comentario tanto al Avemaría (el Catecismo también lo
tiene) como al Magníficat. Naturalmente, le
felicité por su perspicacia y clarividencia y le propuse que hoy nuestro
diálogo versara sobre ese triple comentario; comentarios que yo ya adivinaba
fabulosos.
Gracián
estuvo de acuerdo conmigo solo en parte. Pues me dijo que dichos comentarios no
tenían nada de extraordinario, además, que el ocuparnos de los tres, nos
exigiría un tiempo del que no disponíamos. Por todo ello nuestro diálogo
debería limitarse al Padrenuestro y al Magnificat[17].
Quedamos en eso; y Gracián, tras un pequeño silencio, se dispuso a hacer una
introducción general a la oración del Señor, que él solía llamar el “Paternoster”.
Lo hizo con estas palabras:
─No puede haber mejor maestro de
espíritu que Cristo Jesús, ni quien mejor enseñe la verdadera y provechosa
oración. Y pues que, cuando los discípulos le preguntaron: Señor, enséñanos a
orar, respondió: Cum oratis,
dicite: Pater noster, etc., cierto es, que en esta divina
petición se suma lo mejor que el alma puede desear y pedir a Dios. Más aún: Si
Cristo, que es el mejor maestro de espíritu que hay en el mundo, pidiéndole los
discípulos que les enseñase a orar, les respondió: “Cum oratis, dícite: Pater Noster, etc.”, la más esencial y
segura oración que puede haber se contiene en el Paternoster (BMC 1, 32; PA
304).
─¿Hay,
pues, que meditar con frecuencia el Paternoster?
-osé interrumpirle.
─Considero
que hay un no sé qué entre el Paternoster
y la verdadera oración mental, que las almas bien encaminadas nunca le querrían
quitar de la boca y del corazón. Por ello cosa maravillosa es que venga Dios
del cielo a la tierra y nos enseñe el camino del espíritu más alto, más
provechoso y más seguro que puede haber en el mundo, con palabras tan breves, tan
claras y compendiosas como las del Paternoster. Y que, olvidados de esta
doctrina, busquemos modos intrincados de oración, en que nos enlazar o detener
para no llegar a lo más perfecto (BMC 1, 419; 31).
Gracián decía verdades como puños. Como yo
nunca había oído. Por eso, no quise dejarle proseguir sin que antes me brindase
alguna breve reflexión en torno a la esencia del padrenuestro.
─En el Paternoster
-señaló- se contienen siete buenos deseos. El primero, que Dios sea
glorificado. El segundo, la salvación de las almas. El tercero, que nos dé el
Señor su gracia y hagamos su voluntad. El cuarto, que nos dé los medios
espirituales y temporales para alcanzarla, que se llaman pan. El quinto, que
nos perdone nuestros pecados. El sexto, que nos dé victoria contra las
tentaciones, y el séptimo, que nos libre de todo mal (BMC 1, 131).
Me había encantado su doctrina sobre los siete
deseos del padrenuestro. Pero me sabía a poco. Por eso le insinué la
posibilidad de ampliar un poco más más su contenido. Aceptó mi sugerencia, y
prosiguió:
─En
los buenos deseos consiste el buen espíritu, pues Cristo «es resplandor de su
eterno Padre”, como declara Orígenes; virtud, verdad, vida, guía y luz de
nuestras almas, como de las divinas letras colige San Gregorio Nacianceno,
asegurándonos, que en esta doctrina que dio a sus Apóstoles de espíritu y forma
de oración del Paternoster, se
encierra lo sumo y más alto de lo que con Dios podemos tratar. A siete deseos
se reducen, pues, todos los buenos que puede tener el alma.
─El
primero, es desear y pedir la honra y gloria de Dios: esto se colige de estas
palabras: Sanctificetur nomen tuum.
El segundo, la salvación de nuestras almas y de las de todos los prójimos, que
se declara diciendo: Adveniat Regnum
tuum. El tercero, que cumplamos con perfección la voluntad de Dios; este
se declara diciendo: Fiat voluntas
tua, sicut in coelo et in terra. El cuarto, que Dios nos dé todos los
medios temporales y espirituales de que tenemos necesidad para salvarnos,
llamados pan, y así decimos: Panem
nostrum quotidianum da nobis hodie. El quinto, perdón de pecados: dimitte nobis debita nostra, etc. El
sexto, fortaleza contra las tentaciones: Et ne nos inducas in tentationem. El séptimo y último, que nos
libre de todo mal de pena y de culpa: Sed
libera nos a malo, etc.
Si
el alma está con ímpetu fervoroso y quiere arrojar la voluntad con la fuerza
del amor, ¿qué mejor deseo y espíritu puede tener que uno de estos siete,
contenidos en el Paternoster?
Si se halla tibia y no acierta a lo mejor, váyase por este camino que Dios la
tiene enseñado. Si se halla desatenta, dígalo de palabra, que, como dicen Oseas
y David: pues Dios crio el oído, bien oye y pues formó los ojos, bien
considera, y así se han de tomar palabras en la boca, cuando estuviere seco el
corazón. No tengo paciencia con algunos, que se les hace oscuro e inaccesible
el camino del espíritu, siendo tan claro y manifiesto, como se contiene en el Paternoster.
Gracián pronunció este exordio con mucha
vehemencia, como prueba de lo mucho que estimaba la oración dominical. Con semejante
exordio avivó todavía más en mí el deseo de oírle profundizar en cada una de
las siete peticiones. Y él que, al parecer, no estaba deseando otra cosa, continuó
de esta manera:
─Decimos primero Padre. Esta palabra a la letra
significa aquel que tiene alguna virtud por la cual engendra hijo. Y así por
ella e entendido nuestro Dios, el cual enviando en los corazones humanos
gracia de amor verdadero, engendra hijos adoptivos de Su Majestad divina, a los
cuales, como a hijos, mantiene primero con manjares de amorosas consolaciones y
después con manjares recios y fuertes de virtudes perfectas hasta llegarlos a
la edad de varones, en que puedan parecer ante su divino acatamiento en la
gloria del cielo. Pues considerando por muy cierto que el amor solo es el que
con Dios nos prohija, levanta tu afecto con encendido deseo, diciendo estas o
semejantes palabras: ¡Oh, Padre benignísimo! tú eres aquel que con la gracia de
tu amor nos engendras como a hijos legítimos; entonces, Señor, seré yo tu hijo
verdadero cuando dentro de mi morare tu amor. ¡Oh vida de amor, que tanto nos
honras! ¡Oh buen Jesús!, ¿cuándo te amaré, o cuándo será que me vea yo contigo?
Síguese la segunda
palabra en que dice nuestro y no mío. En la cual se da a entender la grandeza
de su bondad, que no se contenta de comunicarse con uno solo que le diga:
Padre mío, mas a muchos que todos juntos le digan Padre nuestro. Pues considerando
que esta comunicación de quien hablamos, que es adoptivo prohijamiento, no se
comunica sino donde está su amor, enciende el afecto al sobredicho deseo
diciendo: ¡Oh, bondad, que así te derramas y comunicas a tus amadores! ¡Oh!,
¿cuándo tendré esta gracia de amarte que me haga capaz de tu Santa influencia?
Síguese la tercera
palabra: Que estás en los cielos. En la cual se da a entender que muy de
voluntad mora el Señor en aquellas almas que merecieren gozar espiritualmente
de las propiedades de que el cielo está corporalmente dotado, porque vemos, lo
primero, que el cielo está adornado de muchedumbre de estrellas, y así nuestra
ánima lo debe estar de diversas virtudes para ser digna morada de Dios. Lo
segundo, el cielo es muy firme y estable, en lo cual es entendida la firmeza
muy constante que el ánima debe tener en apartar sus afectos de todas las
cosas terrenas. Lo tercero, el cielo siempre se mueve, en lo cual se amonesta
que nuestra alma nunca debe cesar de mover sus afectivos deseos a Dios con
anagógicos y levantados actos y movimientos que suban a él.
Recogidas, pues, las
propiedades ya dichas, por ellas se entiende que el ánima que ha de ser morada
de su Dios, ha de tener cuidado y solicitud de adornarse de hermosas virtudes.
Y para esto ha menester tener firmeza en resistir a los males y diligencia en
traer continuos deseos de amor. Pues como la presencia del amor todo esto causa
en el ánima que la posee, con este pensamiento levanta tu afecto y llora tu
miseria diciendo: ¡Oh, ánima mía miserable!, ¿cuándo te veré yo vestida de
celestiales virtudes, del todo apartada de los deseos de la tierra, y que con
velocidad y ligereza te muevas a las celestiales moradas para que Dios, mi
Señor, tenga por bien tenerte por casa propia de su habitación? ¡Oh anchura de
amor, que ensanchas el ánima para que en ella quepa el Señor! ¡Oh Rey de la
gloria!, ¿quién me la dará? Ensánchame tú, pues no basto yo, porque, cuando
vinieres a mí, no estés peregrino y huésped dentro de mí.
Síguese la primera
petición: Santificado sea el tu nombre. En estas palabras pide la esposa que le
sea quitada toda la carga de terrenales y carnales deseos que la constriñen a
se abatir a la tierra y la estorban de excitarse en los actos y movimientos del
amor. Porque por la tierra es significada la terrena afición, y Santo quiere
decir lo que está sin tierra, y por tanto, cuando dice que su nombre sea Santificado,
quiere decir que su conocimiento, entendido por su Santísimo nombre, sea
librado de toda infección de los carnales deseos y sólo él resplandezca en su
ánima. Lo cual todo viendo que con la presencia del amor se causa, levanta su
afecto diciendo: ¡Oh, Padre muy bueno!, ¿cuándo la lumbre del conocimiento de
tu Santísimo nombre será en mi Santificada, esto es, apartada de la tierra de
los terrenos deseos, para que ella sola en mí resplandezca moviendo mis deseos
con libres movimientos enderezados a ti solo? Bien veo, Señor, que nunca esto
será hasta que tu amor tanto me ocupe, que otra cosa no pueda ya ver. ¡Oh!,
¿cuándo será? Oh!, ¿si será? ¡Oh!, ¿cuándo te amará con amor ardentísimo?
Síguese la segunda
petición: Venga a nos, Señor, el tu reino. Entonces es dicho venir el reino de
Dios en el ánima, cuando en tanta manera crece la fuerza del amor ardentísimo,
que no solamente reprime con velocísimos movimientos la rebeldía de los
sentidos, así exteriores como interiores, quedando como señora de todo el
reino espiritual, mas de tal manera rige todos los actos y ejercicios de sus
potencias, que antes que salgan a obrar se le representan todas ante el juicio
de la razón alumbrada por Dios; y todo aquello que ella juzgare ser más honroso
y agradable a Dios, sin algún embargo y detenimiento y con toda presteza se
pone por obra. De manera que toda el ánima con el cuerpo en todas las cosas
está sujeta al regimiento y leyes del rey celestial. Lo cual todo conociendo
que sólo el amor lo puede obrar, levante a él su deseo encendido, diciendo: ¡Ay
de mí miserable, cuántas veces reina en mi la soberbia, cuántas veces se
enseñorea en mi la impaciencia y manda la gula! ¡Rey de los cielos!, qué haré
para que lanzados de mi estos tiranos, tú solo reines en mi corazón y tú solo
reinando en él me hagas rey? ¡Oh!, ¿cuándo será que tú reines en mí? Bien sé
que nunca lo veré hasta que tu amor verdadero abrase mis entrañas.
Síguese la tercera petición: Hágase tu
voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo. Así como por cielo se
entienden las ánimas perfectas por razón de las propiedades que en si tienen en
la manera que arriba está declarado, así por la tierra son significados los
pecadores, por estar tan lejos del fuego del amor divino que el Hijo de Dios
derramó desde el cielo en la tierra, y tan cautivos como están de las aficiones
terrenales. Pues pide la Esposa con entrañable compasión que aquello que ella
siente en su corazón, después que se hizo reino de Dios, sea comunicado a los
pecadores terrenos, para que de terrenales se tornen celestiales, y con tanta
ligereza se muevan al. cumplimiento de la voluntad divina, como en el cielo se
mueven los ciudadanos de la gloria, o en el suelo las ánimas de los varones perfectos
que por la razón ya dicha son llamados cielos, pues con esta meditación
encendida pide para sí y para los otros y dice: ¡Oh, Padre nuestro verdadero!,
¿cuándo vendrá aquella hora en que tu voluntad se haga sin obstáculo alguno en
mi corazón? entonces por cierto pienso yo verlo, cuando toda la mía sin
rebeldía alguna estuviere sujeta a tu divino querer. ¡Oh fuerza de amor que de
dos haces uno!, ¿cuándo te veré de mi tan apoderada, que no baste yo para
poderme apartar de aquel Señor con quien me juntas? ¡Oh, quien me diese mi
voluntad ser la tuya y la tuya ser la mía!
Síguese la cuarta
petición: Nuestro pan de cada día, dánosle hoy. Pide aquí pan, esto es, aumento
de amor, que levante sus deseos a la unión divina, el cual se llama pan, porque
así conforta las fuerzas espirituales del ánima como el pan material las del
cuerpo. Dícese asimismo cotidiano, porque así como el cuerpo si no fuere
mantenido cada día con pan, pierde poco a poco sus fuerzas, así el ánima, si
con movimientos anagógicos y actos encendidos de amor no fuere cada día
sustentada como con pan amoroso y divino, será casi imposible que no pierda su
fervor y se relaje en tibieza. Mas entonces se siente ser de este pan
mantenida, cuando con experiencia se ve ser movida a su Dios con continuos
movimientos anagógicos del amor que cada día en ella se aumentan.
La cual experiencia porque los no
experimentados la entiendan, sepas que no es otra cosa sino ver una libertad
en sí misma para mover sus afectos a su Dios, sin ninguna pesadumbre, y por
mejor decir, unos levantamientos ardentísimos de amor, los cuales parece que
casi hacen fuerza al ánimo para levantarse a juntarse y unir con Dios por amor
en tal manera, que casi no está en su mano contenerse sin moverse para Dios: lo
cual el ánima ejercitada conoce tan claro como si con los ojos del cuerpo
viese un buey u otra cosa más palpable que tuviese delante y muy más cerca de
sí. Pues sintiendo la virtud de este amor cotidiano, con soberano deseo lo pide
a su Dios diciendo: ¡Oh, pan de ángeles, quién te comiese! ¡Oh, pan que a los
cielos das mantenimiento!, ¿cuándo me juzgarás digno de tu refección? ¡Oh, mi
Dios, y quién te amase! que en esto está el ser digno. Este es el comer de tan Santo
manjar.
Síguese la quinta petición: Perdónanos
nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Después que
por algunos ejercicios en los movimientos anagógicos de amor, siente el ánima
la suavidad del muy alto Señor, y conociéndose ser por la humana flaqueza
ofuscados con muchedumbre de pecados veniales, que la tal ánima lejos debe
estar de los mortales, y viéndose por el tal polvo impedida algún tanto del
experimental sentimiento de las dulzuras divinas, que le es a ella intolerable
tormento, por tanto pide con deseo ardentísimo ser de ellos librada por no
parecer a Dios menos grata, lo cual todo sabe que tendrá cuando amare. Y así
dice:
¡Oh Padre dulcísimo, cuándo te amaré!
Bien sé que mis pecados te apartan de mí, pero también veo que no hay cosa que
me aparte de ellos sino la fuerza de tu amor. ¡Oh deudas mías, con qué os
pagaré! ¡Oh amor tan precioso, que así satisfaces! ¡Oh quién pudiese de ti
enriquecerse! ¡Oh, Señor mío, cuán cierto tendría el perdón de mis males, si
con tan preciosa moneda, como es el amor, te pudiese pagar! ¡Oh Rey de gloria,
dámela tú, pues excede a mis fuerzas poderla yo haber! ¡Oh!, ¿cuándo será?
¡Oh!, ¿si será?
Síguese la sexta petición: Y no nos
dejes caer en la tentación. Entonces el ánima es dejada caer en la tentación
cuando por las muchas blanduras y lazos engañosos que el demonio la ofrece, en
tal manera es enlazada, que casi ya consiente en sus importunos halagos, y
habiendo por otra parte experimentado la dulzura del amor divino, le parece
muerte en poco ni en mucho seguir al demonio y dejar a su Dios, y deshonra
vergonzosa aun inclinar las orejas a oír sus razones quien las tiene ya usadas
a las hablas divinas.
Pues puesta su flaqueza entre el cielo y
la tierra, y sintiendo la dificultad para el cielo y la prontitud a la tierra,
suplica al Señor la socorra con su poderosa mano, librándola de semejantes
peligros, y como toda su libertad consiste en amar a su Dios, por cuyo amor se
junta y enlaza con él, por tanto con todas sus fuerzas procura juntarse con él
con movimientos anagógicos de amor, diciendo: ¡Oh fortísimo librador nuestro!
¡Oh fuerza de nuestra virtud!, ¿quién confirmará mi flaqueza?, ¿quién me hará
de flaco, esforzado? No hallo otra cosa sino la fuerza de tu amor. Oh, amor tan
precioso, que ayuntando lo que te place, amasas lo flaco con lo fuerte y haces
de lo flaco fuerte. Oh, cómo se amasaría la justa ira tuya con mis pecados, si
vieses, Dios mío, cosa a ti tan amable en mi corazón como tu divino amor!
Síguese la séptima petición: Mas
líbranos del mal. Amén. Aquí pide ser librada de muchas inclinaciones malas que
la traen a ofender a Dios: porque dado que el ánima experimentada en los
amorosos ejercicios, sobre toda manera desee y con ansiosos suspiros aspire a
la unión íntima de su Esposo, y trabaje con sus fuerzas por ser llevada al
cielo donde él mora, mas por parte del cuerpo corruptible que para ello la
agrava, y de la carne inficionada y mal inclinada que le contradice y se le
rebela, por mucho que quiere levantar la intención a su amado, muchas veces se
halla sumida y anegada en el lodo y cieno de las aficiones terrenas; y como
esto le sea sobre todo tormento, suplica ser librada diciendo: Líbranos de
todo mal, no sólo de la culpa, mas aún de la pena, no tanto por escapar de ella
cuanto porque con culpa no parezca sea la pena desagradable a su amado, o por
la pena no sea algún tanto detenida sin ver su beatísima presencia, la cual
con ardentísimos deseos siempre codicia.
Y como el amor ardentísimo sea el que lo
sobredicho alcanza, con vivo deseo suspira con todo afecto, diciendo: ¡Oh gran
mal!, ¿quién me librará? ¡Oh!, ¿cuándo mis males del todo huirán? ¡Oh amor
ardiente!, ¡cómo los consumes, cómo alivias las almas que posees que ni pena
consientes en ellas, y consumiendo su pena absuelves la culpa y las haces
hábiles para ver sin dilación la esencia divina! ¡Oh, quién fuese digno de te
poseer!
Hecha esta exposición
tan fervorosa, Gracián, que no se sentía en absoluto fatigado, me propuso
seguir con el comentario al Magníficat,
o sea, a la Magníficat, como él
decía, cual se acostumbraba en su tiempo. Y yo, que no estaba deseando otra
cosa, le animé a hacerlo. Y entonces se expresó en los siguientes términos:
─Así como Dios, dice San Irineo, habiendo criado
a Adán formó a Eva, y la llamó madre de todos los vivientes, así, después de
Cristo, quien mejor enseña el verdadero espíritu es María Virgen, Nuestra
Señora y maestra de todo buen espíritu; que no en balde, dice San Ambrosio, la
llamaron María, que en lengua siríaca, persiana, caldea y hebrea, quiere decir
estrella, señora, levantada y maestra, sino porque, como estrella, nos guía en
las tinieblas interiores del alma; como señora y levantada, tuvo el más alto y
excelente espíritu que se halló en las criaturas; y como maestra nos le
enseña, y principalmente en su canto de la Magníficat.
Del cual se coligen siete grandezas y
altezas a que el espíritu verdadero y seguro suele llegar. La primera se llama
estima de Dios y de sus cosas; porque reconociendo en la oración a Dios por
infinito, tenemos en grande estima y reputación cualquier cosa de su servicio,
por pequeña que sea; y en su comparación menospreciamos las cosas criadas, por
grandes que parezcan, y las ponemos debajo de los pies, y eso quiere decir: Magníficat anima mea Dominum;
engrandece mi alma al Señor.
La segunda es el gozo, alegría, contento
y regalo que viene al alma considerando ser Dios quien es, y tener los bienes
que tiene; con el cual gozo y alegría nuestros desconsuelos y aflicciones no
nos perturban, y eso es: Exultavit
spiritus meus in Deo salutari meo: Regocijóse mi espíritu en Dios, que
es mi salud.
La tercera es profunda humildad y
conocimiento propio de nuestra bajeza: porque así como el cielo se mueve en dos
polos, llamados ártico y antártico, así este cielo interior del espíritu se
gobierna sobre estos dos conocimientos: Quién es Dios y quién soy yo; de los
cuales nunca salía San Francisco en su oración, que sin duda era buena y de
buen espíritu; y de ellos nace el amor de Dios y la profunda humildad, tan agradable
al Señor que hizo grandes bienes a la Virgen: Quia respexit humilitatem ancillae suae: Porque miró la humildad
de su sierva.
La cuarta, agradecimiento de los
beneficios recibidos y que cada día recibimos de la mano de Dios, y de las
misericordias que con nosotros usa de generación en generación: Quia fecit mihi magna, qui potens est;
porque me ha dado grandes bienes el que es poderoso.
La quinta, «temor de Dios, que es
principio de la sabiduría. Y aunque el temor servil no es malo, el temor filial
que tienen los Santos y el reverencial que tenía la Virgen, es lo sumo a que
puede llegar un buen espíritu; que si Dios “derribó de las sillas del cielo a
los poderosos ángeles y quitó aquel reino a los que fueron soberbios de
corazón, obrando castigó con su poderoso brazo”: ¿quién no andará atravesado
el corazón con clavos del temor?
La sexta, fervor y hambre en los deseos,
que es una eficacia interior que pone el buen espíritu en el alma, con que
tomamos con mucha gana el servicio de nuestro Criador, a quien corresponde por
premio la plenitud y henchimiento de corazón; porque, según dice la Virgen: esurientes implevit bonis: a los
hambrientos llenó de bienes.
La séptima y última, presencia unitiva
de Cristo, que se declara en estas palabras: Suscepit Israel puerum suum: recibió Israel su niño; porque de
las cuatro presencias de Dios, que se llaman: presencia real o exterior, cual
es la de las imágenes y del Santísimo Sacramento, presencia imaginaria
interior, presencia intelectual, y presencia unitiva; la más alta es ésta
postrera. Israel quiere decir el que ve a Dios; y esta vista y presencia de
Dios, como se puede alcanzar en esta vida, es cuando con ella recibe el alma su
Cristo y le tiene presente, junto y unido consigo, que se le dio el Padre
Eterno, usando de misericordia y cumpliendo la palabra que tenía dada a los
padres antiguos, Abrahán y sus sucesores, y teniendo a este Cristo en el alma,
desea, piensa y pide lo que desearía, pensaría y pediría Cristo, si fuese la
misma persona que ora; y entonces está en el muy alto grado de espíritu, más de
lo que se puede decir.
La razón de que estas siete fuentes de
espíritu, que hemos llamado grandezas, contenidas en la Magníficat, que es la principal doctrina que nos enseñó la
Virgen, sean principio del verdadero y alto espíritu, es ésta. Lo primero en
cuanto a la estima de Dios: ésta nace de la luz de la oración, con que se
conoce ser Dios infinito, omnipotente, sabio, justiciero, etc. Y de este
conocimiento se sigue que cualquier cosa de Dios, principalmente la voluntad
divina, es de la misma grandeza, sabiduría y bondad, etc., y el alma por este
camino engrandece y estima en su opinión la divina voluntad, más que a ninguna
otra cosa criada, y anda buscando en qué cumplir esta voluntad de Dios.
Y como ve que se cumple con la guarda de
su ley y ejercicio de virtudes, estima en más y tiene en mayor reputación, no
quebrantar un mínimo mandamiento de Dios o hacer un acto agradable a esta
divina voluntad, que si le diesen todos los tesoros de la tierra y la hiciesen
señora de todo el mundo. Y de aquí nace la verdadera observancia, la pureza del
alma, el recato para guardarse de las ocasiones y los demás caminos seguros
para ir a la bienaventuranza.
Y a mi parecer esto quiso decir el
apóstol S. Pablo en aquellas palabras: Omnia
arbitratus sum ut stercora, ut Christum lucrifaciam: como quien dice: En
comparación de hacer alguna obra agradable a Dios con que se enriquece la honra
de Cristo, todo lo demás tengo por estiércol. Bien al contrario es esto de lo
que hacen la gente engolfada en el mundo, que estiman en más un poco de deleite,
una miseria de hacienda y un punto de honra, que la voluntad de Dios; pues a
trueque de no perderla, pecan y la quebrantan, menospreciando al Señor por su
propio interés.
El gozo y alegría en Dios, que dice aquí
la Virgen, nace de la buena oración; el cual gozo no es solamente los júbilos y
regalos espirituales, de quien después diremos, sino una complacencia, un contento
que viene a la voluntad cuando en la oración ama a Dios; y, porque amar es
desear bien para el amado, desea que Dios tenga todos los bienes que se pueden
desear; y, considerando quién es Dios, se le descubre que este Dios tiene todos
los bienes que el alma le podría desear.
Que cuando se desea para un amigo lo que
no tiene el amigo, se llama desiderium,
pero cuando desea lo que posee se llama gozo; porque ya el que desea, tiene
cumplido su deseo y está la voluntad en su centro. Desea una madre muchos
bienes para su hijo, que ama; si le ve enfermo, deséale salud, si pobre,
riquezas, y si abatido, honras, etc. Viénenle a decir, estando su hijo ausente,
que se le han hecho rey y está muy rico, Santo, etc.; con esta nueva que le
dan, le nace un gozo, regocijo, un contento y una alegría tan grande y
extraordinaria, que aunque la madre en sí padezca enfermedades y dolores, no
parece que lo siente, porque se los deshace la alegría de ver a su hijo tan
engrandecido.
No de otra manera desea el alma para
Dios, a quien ama más que madre a hijo, todo el bien que puede Dios tener.
Danle nuevas en la verdadera oración de buen espíritu, que le declara, que su
amigo Dios es infinito, tiene gloria infinita, es servido de innumerables
ángeles, etc.
Estas nuevas que le vienen con la luz de
la oración, le dan tal contento, gozo y alegría, que olvidándose de todos sus
trabajos, aflicciones y miserias, se emplea en glorificar, adorar, honrar y
ensalzar a su Dios, y vive con tan gran paz y contento, que ninguna cosa le perturba,
siempre está alegre, siempre tiene quietud y sosiego. Y algunas veces suele
redundar en el cuerpo de este contento salud y fuerzas y otros honestísimos
gustos. Bien al contrario es esto de algunos de falso espíritu o de espíritus
tristes, que, como dice el Sabio, “secan los huesos”, que toda la vida se les va
en amarguras de corazón y en temores y escrúpulos, con que pierden la salud
del cuerpo y el aprovechamiento del alma.
La humildad profunda, que es el tercer
espíritu que nos enseña la Virgen, conserva todos los bienes del corazón, y
nace del conocimiento de nosotros mismos, que nos viene con la luz de la
verdadera oración; que así como quien entrase con una antorcha encendida en una
cueva llena de telarañas, pecina, sapos y culebras, que antes no veía, le da
gran horror y aborrecimiento tan sucia morada, así quien entra con la luz de
la verdadera oración y espíritu dentro de si mismo y ve tantos pecados
pasados, tantas faltas e imperfecciones presentes, tantas pasiones mal
resistidas y las demás miserias, que son innumerables, es imposible que no le dé
aborrecimiento, confusión y deseo de verse poco estimado, despreciado y
perseguido.
Decía la Madre Teresa de Jesús muchas
veces, que no sabía cómo era posible, que quien sigue oración tuviese
vanagloria; pues la oración descubre quien es Dios para estimarle, y quién
somos nosotros mismos para aborrecernos y abatirnos. Y si la Virgen María y
Jesucristo Nuestro Señor cuando consideraban sus almas, y no hallaban en ellas
cosa que fuese desagradable a Dios, con todo eso eran los más humildes que hubo
en la tierra, porque consideraban, que de su parte y cosecha eran nada, y que
todo el bien le tenían de Dios, que a ésta llaman los contemplativos humildad
hidalga, y a la otra que nace de consideración de pecado y faltas, llaman
humildad villana, porque es a puro palo y consideración de pecados y defectos,
de la cual dice David: Priusquam
humiliarer, ego deliqui: como quien dice: si me humillé, es por
considerar los pecados que cometí; ¿cuánto es más razón, que nos humillemos los
pecadores que tantas faltas hemos cometido?
Y cuando con esta luz de oración,
mirándose el hombre a sí mismo y los rincones de su conciencia, halla alguna
cosa buena, viendo que es dádiva de la mano de Dios sin su merecimiento, viene
a espíritu de la gratitud, dando gracias al Señor por todo lo bueno que en sí
ve, y por todos los males de que le ha librado y por todas las mercedes que ha
recibido; y es muy buen espíritu dar gracias a Dios repitiendo muchas veces: Gloria Patri el Filio, etc. Baste lo
dicho en declaración de las grandezas de espíritu que nos enseña la Virgen en
su Magníficat, que son siete fuentes de oración y espíritu verdadero.
XXX
LOS FENOMENOS EXTRAORDINARIOS
La vida contemplativa suele traer
aparejada cierta cantidad de fenómenos extraordinarios o místicos, que han sido
causa de no pocas discusiones entre los teólogos. Gracián, durante toda su
vida, se ejercitó con singular eficacia en el carisma del discernimiento, que
el Espíritu Santo le había concedido con abundancia. Esto tuvo lugar
especialmente durante sus estancias en Jaén, Évora y Lisboa. Fruto de todo lo
cual fueron las luminosas páginas que nos dejó escritas sobre esta materia.
Conocedor yo de semejantes cualidades, apenas saludé aquel día a Gracián, le
propuse el tema de los fenómenos místicos para nuestro diálogo de hoy. Aceptó
de buen grado, y entonces me anticipé a hacerle esta pregunta de carácter
general:
─¿Qué
me puede decir, de entrada, sobre los fenómenos místicos o extraordinarios?
Dio
la impresión, una vez más, de que ya tenía preparada la respuesta.
─Ocho
tonos o modos ponen los músicos por donde van ordenando el canto,
principalmente el de los salmos de David, y ocho afectos hay en el amor divino
que corresponden a estos tonos, y los podemos llamar devoción, ímpetus, fervor,
júbilos, ternura, embriaguez del espíritu, éxtasis, rapto y unión (BMC 2, 226).
Me
sentí un tanto decepcionado con esta respuesta. De ahí que le preguntara con
cierto desvío: ─¿Es que no hay otros fenómenos, incluso de más hondo calado, en
la historia de la espiritualidad?
─Claro
que sí. Tenemos las visiones y revelaciones, las profecías, el hacer milagros y
semejantes cosas sobrenaturales (BMC 1, 302).
─Y
todas esas gracias extraordinarias, puesto que son dones divinos, ¿pueden y
deben desearse?
─No.
─¿A
qué viene una respuesta tan tajante?
─Viene
a que los daños, los peligros e inconvenientes que se siguen de los
arrobamientos, visiones y revelaciones, no tienen número. Quien los tiene va a
peligro de ilusión, anda en bocas y lenguas de la gente; y si es loado, puede
temer vanagloria; si vituperado, congoja y perdimiento de tiempo, ocupándole en
sí y en los letrados para que examinen su espíritu (BMC 1, 161).
Quise
saber en qué se fundaba para hablarme de una forma tan rotunda y cicatera. No
se mordió la lengua, y me confesó con sencillez:
─Habiendo
comunicado muy particularmente con la Madre Teresa de Jesús, ninguna cosa ella
tanto temía como visiones y revelaciones por el peligro de ilusión que en ellas
puede haber; y lo que más profesaba y enseñaba a sus hijas era la firmeza y
constancia en la fe católica; y lo que movió a fundar los monasterios de
carmelitas descalzas fue para que rogasen a Dios por los que pelean contra los
herejes; y así ninguno piense leyendo en sus libros algunas visiones que por
esta causa contienen mala doctrina (BMC 1, 235).
─Ya
que ha salido este tema, dígame, ¿cuántas clases de visiones hay?
─Según
los escolásticos las visiones son de tres clases. La primera visión corporal;
la segunda visión espiritual e imaginaria: la tercera visión intelectual (BMC
2, 177ss).
─¿En
qué consiste la corporal?
─La visión corporal o exterior es cuando
con los ojos del cuerpo se ve alguna figura.
─¿Y
de cuántas maneras suele acaecer esta visión?
─De
tres maneras.
─Veámoslas.
─La
primera cuando el mismo Cristo se manifiesta a los ojos corporales, como cuando
se apareció a San Pedro al tiempo que le dijo en Roma: Domine, quo vadis?, o el
mismo Dios por su mano forma las imágenes y figuras que se aparecen a los ojos;
pues por sí solo puede hacer lo que hace con las causas segundas. La segunda,
cuando los ángeles toman figura visible, formando cuerpos del aire o de otra
manera y hablan y revelan a los hombres lo que Dios les manda de su parte, como
cuando los tres ángeles aparecieron a Abrahán. La tercera, cuando no hay cosas
exteriores que se vean, sino Dios, que pues es omnipotente lo puede hacer, pone
en los ojos del que ve las especies e imagen en que habían de venir del objeto
por medio del aire (BMC 1, 184).
─Pasemos
a las visiones espirituales o imaginarias. ¿En qué consisten?
─Son
cuando allá dentro de la imaginación y espíritu, sin que los ojos corporales
vean cosa alguna, se representan imágenes y figuras, o se oyen palabras
formadas sin que entren por los oídos carnales.
─¿Son
ya seguras estas visiones?
─Aunque
son más seguras que las exteriores, no son del todo ciertas y seguras; pues la
melancolía, locura, mal humor y demonio también las pueden causar como los
sueños del que ha comido el opio somnífero, de que dicen se suele hacer el
ungüento de las brujas (BMC 1, 185).
─Por
último, ¿qué me dice de la tercera manera de visiones?
─Son
las intelectuales, y suceden cuando al entendimiento le vienen divinos y
soberanos conceptos, o entiende el sentido de lo que Dios le quiso decir en las
visiones exteriores e imaginarias.
─Y
de estas visiones ¿cuántas clases hay?
─Hay
dos maneras de visiones intelectuales: la primera, cuando viene al
entendimiento la doctrina oculta con mucha claridad, peso, eficacia y moción
del alma, sin que se vean figuras ni se oigan palabras interiores o exteriores,
como cuando vino a Isaías aquel concepto: Ecce virgo concipiet, etc. La
segunda, cuando habiéndose visto figuras exteriores con los ojos, o interiores
con la imaginación, o habiéndose oído palabras exteriores a los oídos de la
carne, o interiores sin sonido, el entendimiento entiende lo que Dios la quiere
declarar por aquellas figuras o palabras sensibles que la representa (BMC 2,
186).
─Una
pregunta práctica: ¿cuál de las tres visiones puede decirse que es la inferior?
─La
visión corporal es la más incierta, menos segura y más sospechosa de todas,
aunque el vulgo de los que no entienden espíritu la tiene en mayor admiración y
estima; y la razón es, porque también puede venir de otras causas.
─¿De
qué causas, por ejemplo?
─Viene
algunas veces de los demonios. También viene de malos humores, como lo que
escribe Hipócrates y Galeno de lo que hace la melancolía o miedo, quien va de
noche y con miedo, juzgará que el arbolillo que ve es un gigante, etc. Y aun a
veces con espejos, antojos o piedra triangular cristalina fabricados de cierta
manera ven los ojos cosas que no son verdaderas sino aparentes, y los
embaucadores suelen hacer de estos trampantojos muchos. Y aun a las veces el
vino, a quien carga demasiado, le hace ver dos candelas donde no hay más que
una. De aquí se sigue que estas visiones son las flacas, inciertas y menos
seguras, pueden venir de tantas causas y algunas de poco momento (BMC 1, 184).
─Con
todo y eso ¡también las visiones verdaderas tendrán su lado positivo!
─Los
buenos fines y frutos que hacen las visiones y revelaciones verdaderas en las
almas son: luz en el entendimiento para hallar el camino de la salvación, amor
de Dios y del prójimo; fortaleza y ánimo para cosas grandes; paciencia en las
tribulaciones; conocimiento propio con mortificación y obediencia; firmeza en
la fe, y el ejercicio de todas las demás virtudes. Los frutos que hacen en
otras almas y en la Iglesia son pureza, y quitar pecados, paz y evitar
peligros, perfección, aumento de la fe y de la Iglesia, y los demás bienes que
da el Señor mediante su luz (BMC 1, 194).
─Supongo
que todo esto les acaecería a los Santos...
─Muchos
años tuvo la Santa Madre Teresa de Jesús una de estas visiones imaginarias,
trayendo continuamente presente una figura de Cristo muy hermoso resucitado con
corona de espinas y llagas, de que hizo pintar una imagen que me dio a mí y yo
se la di al duque de Alba Don Fernando de Toledo (BMC 1, 153).
─Antes
de pasar a otro punto, quisiera dos palabritas suyas sobre tres cuestiones muy
importantes, que vienen al caso. Se las enuncio brevemente. Primera, la
utilidad de las visiones para terceras personas; segunda, la existencia de gracias
místicas en los pecadores; tercera, los posibles engaños en todo este
misterioso mundo.
Al
oír mi triple pregunta, Gracián me replicó, sonriendo, que a las dos primeras
cuestiones podría, ciertamente, dedicarles dos palabritas, como yo le había
dicho; pero que la tercera exigiría una explicación más circunstanciada, si es
que quería una respuesta completa. Me pareció muy oportuna su matización y, sin
más, comenzamos por la primera cuestión: sobre si, aparte de para quien los
experimenta, los fenómenos místicos son útiles para los demás.
─Es
lo más ordinario que almas muy regaladas de Cristo, y que tienen éxtasis y
raptos, visiones y revelaciones, vienen a ser muy provechosas en la Iglesia y a
padecer grandes trabajos por el Señor, como se vio en San Francisco, Santo
Domingo, Santa Clara , la Madre Teresa de Jesús y otros fundadores o
reformadores de Religiones (BMC 2, 187).
─La
cuestión que le presento ahora es un poco más delicada: ¿pueden darse los
fenómenos místicos en un alma en pecado?
─Vino
a mí una doncella que desde niña había tenido oración mental y en ella había
alcanzado gran cosa de visiones, revelaciones, raptos, etc. Y como el demonio
es sutil y la naturaleza flaca, cayó en un pecado torpe de los muy claros y de
marca mayor, y ocupándole la vergüenza por la reputación en que los confesores
la tenían, dejóle de confesar, perseverando en la frecuencia de las comuniones,
que no en balde dicen los Concilios que conviene muchas veces dar confesores
nuevos especialmente a monjas, y estaba con aquella aflicción del pecado mortal
y de ver que comulgaba, tenía muy turbado su corazón. Permitió su pecado
que oyó decir a una amiga suya, que nunca faltan de estas que se hacen
predicadoras de mala doctrina y maestras de supersticiones, que cuando una
persona tenía vergüenza de confesar un pecado grande, para que Dios le
perdonase bastaba hacer un hoyo en la tierra, y meter allí la boca y que dijese
el pecado y luego lo cubriese con la misma tierra. Hízolo ella así y vuelta a
la oración, tornó a tener muchos mayores raptos, éxtasis, visiones,
revelaciones y gustos que tenía antes que en el pecado cayese, con las cuales
se aseguraba diciendo entre sí: Dios no suele hacer estas mercedes tan grandes
sino en almas puras que están en estado de gracia; luego, pues, siento estos favores
de Dios, señal es que no tengo que confesar aquel pecado, y así perseveraba en
su ilusión. Permitió el Señor que con los sermones se aprovechó y se confesó
(BMC 1, 160).
─Y
ahora la tercera cuestión, a la que, como se dijo, hemos de dedicarle más tiempo:
¿qué engaños más frecuentes suelen acaecer en este mundo de los fenómenos sobrenaturales?
─Seré
lo más breve posible en recopilar algunos avisos y engaños que suelen
acontecer. Y todo ello colegido de lo experimentado por mí y de lo que los
sagrados Doctores han escrito. Son seis esos engaños principales.
El primer engaño es de algunos que tienen
siempre por cosa sobrenatural, buena y segura los efectos extraordinarios de la
contemplación, como son las visiones, revelaciones y raptos, estimando en mucho
las personas que los tienen. Engáñanse éstos, porque siendo de fe que Satanás
se transfigura en ángel de luz, es de fe que puede haber engaños; y así es bien
que se prueben los espíritus para ver si son de Dios.
El segundo engaño es de estos mismos que desprecian a quien
Dios no lleva por este camino extraordinario, teniendo en poco y menospreciando
su oración como cosa ordinaria y natural, y diciendo que la contemplación de
éstos procede de su propio ingenio y entendimiento, que no les ha dado Dios don
de oración. Estos se engañan, porque el que con mirar una imagen del Crucifijo
o ponerse en la iglesia delante del Santísimo Sacramento o con su ordinaria
meditación, llegare a tanta caridad y unión como el que tiene visiones y
revelaciones, será tan aprovechado, y aun va por camino más seguro, pues va por
el ordinario y conocido.
El tercer engaño es de estos mismos que desean y piden
ternuras, regalos, visiones, revelaciones, arrobamientos y semejantes cosas
extraordinarias; y como el alma más aprovechada es la que desea más amar y
padecer, muy de ordinario este deseo de cosas preciosas y gustos en la oración,
lleva alguna mezcla de amor propio o soberbia escondida; y por esta causa
permite el Señor que en lugar de las visiones y revelaciones que piden, les
vengan ilusiones y engaños, por donde pierdan en una hora lo que habían ganado
trabajando en mucho tiempo.
El cuarto engaño es de los que se ven secos y sin gustos y
regalos y dones sobrenaturales, que ellos dicen, y dejan la oración,
pareciéndoles pierden tiempo, y se salen desabridos y quejosos de que les den
los gustos o dones que deseaban; y si estos, cuando así se ven, con humildad y
paciencia tornasen a su meditación por los caminos ordinarios que ellos saben,
volverían a entrar en espíritu, y por lo menos por la vía ordinaria llegarían
al ejercicio de virtudes e irían aprovechando.
El quinto engaño es de los que teniendo alguna visión o
revelación de cosa particular no necesaria para Dios, de tal manera la creen y
obedecen que luego la ponen por obra, como si fuese cierto ser mandamiento
divino, y tienen mucho escrúpulo de tardarse o ser negligentes en obedecerla. Estos
tales se engañan, lo primero creyendo a su propio espíritu; engáñanse lo
segundo en creer que están obligados a poner por obra el mandamiento de la
revelación, porque siendo de fe que Satanás se transfigura en ángel de luz, lo
más ordinario no hay certidumbre bastante que sea mandamiento de Dios lo que le
revelan, de suerte que haya escrúpulo si no le pusiere por obra. Por eso,
aunque sea el demonio el que hace aquella figura de Cristo, para que, creyendo
lo que dice contra la fe y buenas costumbres peque, tengo de estar firme en la
fe y levantar el corazón a Dios que está en el cielo, sin inquietarme de lo que
veo. Con esta razón persuadí a la Madre Teresa en un tiempo para que no se
afligiese con ciertas visiones y revelaciones que tenía (BMC 1, 233).
Sexto engaño es de algunas personas que van por contrario
camino del que hemos dicho, juzgando cualquier cosa sobrenatural por ilusión y
engaño. Estos tales murmuran de las almas espirituales, atribuyendo a su
entendimiento y midiendo con sus fuerzas naturales los afectos de la oración,
de donde se sigue que como no llegan ellos a cosas altas, paréceles que no las
hay en otras almas, y las que las cuentan dicen que son engañosas.
Dicho hemos seis engaños; pero sería
nunca acabar si escribiese por extenso todos los daños que el demonio causa con
las visiones y revelaciones falsas. Acaece venir a hablar con un alma el
demonio, y por darle oídos, entrársele en el cuerpo y quedar endemoniada. Visto
he decir a algunas personas que han visto el alma de fulano en el cielo, que no
es menester decir misas por ella, e impiden los sufragios de la Iglesia, que no
es menor inconveniente que los pasados. Otras que han visto almas en el
infierno infamando aquel difunto y a sus parientes (BMC 1, 242).
En fin, para concluir, demos ahora un
aviso general para los que siguen vida espiritual. Sea el aviso: por cualquier
camino de contemplación que Dios llevare, ahora sea natural y ordinario ahora
sobrenatural, va bien encaminada, si saca fruto de caridad, humildad, pureza y
guarda de la ley. Y por cualquier camino que vaya, va mal encaminada, si saca
por fruto de la oración algún pecado o cosa mala. De aquí se sigue que ninguno
se debe asegurar viendo que le lleva Dios por caminos sobrenaturales; ni
tampoco debe temer, aunque vaya por ellos, si saca de la oración
aprovechamiento en la virtud; ni es bien que ponga toda su eficacia en mudar
estilo de oración sino alcanzar el fin que pretende, sea cualquiera el camino
por donde le guiaren.
Una
vez que Gracián hubo terminado con la doctrina de los daños, di en hacerle este
comentario, tan liviano: ─ “¡Qué panorama tan sombrío acaba de describirnos!...”
Gracián
se sonrió y, para iluminar un poquito un panorama tan sombrío, me dijo que
prestara oídos a la siguiente anécdota, que él solía contar con frecuencia:
─Piensan
los de poco entendimiento que en los fenómenos extraordinarios está la
perfección, y procuran arrobamientos, que es principio de su daño: y otras
personas procuran por ahí tener de comer, como una beata de quien decía una
sobrinica suya preguntándole ¿cuándo se arrobaba su tía?, respondía: cuando
viene la señora condesa (BMC 1, 161).
XXXI
EXTASIS, RAPTOS Y ARROBAMIENTOS
─Como
ya hemos visto, según los manuales de teología espiritual, los fenómenos
místicos más importantes son estos: las visiones, las revelaciones y el éxtasis
(rapto o arrobamiento). Nosotros ya hemos examinado suficientemente los
primeros; vayamos ahora al éxtasis. Y comencemos por anotar que, de acuerdo a
los referidos manuales, hay dos definiciones del éxtasis: una, etimológica; la
otra, ideológica. ¿Podría recordárnoslas, empezando por la primera?
─Con
mucho gusto -asintió Gracián-. Éxtasis es salir el alma de sí (BMC 1, 329).
─Perfecto.
¿Y la definición ideológica?
─Esta
ha sufrido diversas formulaciones. Por ejemplo: éxtasis es un retiramiento del
alma a su más escondido retrete de la porción superior para recibir las
altísimas influencias del cielo, dejando desamparados los sentidos de la virtud
natural que les solía dar (BMC 1, 365).
─Parece
una definición un poco rebuscada...
─Pues
entonces oiga esta otra: éxtasis es una oración de recogimiento, en la cual
recoge todas sus fuerzas para poder recibir la soberana luz sin deslumbrarse, y
el fuego que le envían del cielo sin abrasarse, dejando vacíos los sentidos de
sus operaciones (BMC 1, 365).
─También
me resulta algo alambicada ¿No tendrá ninguna un poco más clara y diáfana?
─Tal
vez le sirva ésta: éxtasis es un olvido del alma de todo lo que solía acordarse
por atender a la operación altísima sobrenatural, que la saltea y roba el
conocimiento natural (BMC 1, 365).
─Ahora,
sí. Pero me gustaría que lo esclareciese con algún ejemplo.
─Éxtasis
es una turbación divina, en la cual se recoge toda la Sangre del alma, que es
la virtud de todas las fuerzas naturales, al corazón de la porción superior,
quedándose fríos todos los demás sentidos; y así como en una gran turbación se
quedan los pies y manos fríos, porque la Sangre se recoge al corazón, así en la
turbación sobrenatural que nace de la eficacia grande de algunos soberanos
conceptos, se quedan los sentidos sin virtud para obrar, recogiéndose toda al
entendimiento y voluntad. Y de la manera que si a un rey que tiene en su
palacios diversos porteros y oficiales que guardan las puertas de los aposentos
y entienden en su servicio, le viniese una nueva de gran turbación o le
sobreviniese un súbito y no acostumbrado temor o alegría, o se le quemase el
aposento donde reside, todos los criados acuden allá dejando las puertas
abiertas y los oficios desamparados, así acuden todas las potencias y sentidos
con su virtud natural a lo superior de la razón, cuando le viene algún gran
espíritu o se abrasa con algún ardentísimo fuego de amor lo supremo del deseo
donde reside (BMC 1, 365)
─Supongo
que el éxtasis es prueba fehaciente de un gran amor de Dios.
─En
absoluto. Tomemos dos madres que vean delante de sus ojos matar sus hijos, la
una es muy alharaquienta y hazañera, que con el gran dolor se da de puñadas en
la cara, mesa los cabellos y queda desmayada y sin habla: la otra es grave y
sin alharacas, que, si bien se le salen algunas lágrimas de los ojos, aunque
sienta más dolor de la muerte del hijo, no hace aquellas muestras ni visajes
exteriores que la otra; así es en este caso, que la éxtasis y raptos son como
alharacas de amor divino; pero no consiste en ellos la grandeza del amor y
sentimiento, y es mucho mejor quedar con cordura y entereza, que no perderla
(BMC 1, 159).
─Está
claro como el agua. Con todo, el verdadero éxtasis producirá algunos efectos
positivos...
─En
el éxtasis y rapto cesan las potencias exteriores e interiores porque los sentidos
de la vista, oído, etc. no ven ni oyen; cesa la imaginación y apetitos
interiores, sólo el entendimiento y voluntad, que es el libre albedrio, en
cierta manera duermen y en cierta manera velan; duerme el entendimiento, porque
cesa de hacer discursos; vela, porque está entendiendo algún altísimo
pensamiento, concepto y contemplación soberana; y la voluntad duerme, porque
cesa de hacer los muchos actos de elección y consentimiento que suele, mas
actualmente está ocupada en un acto soberano de amor de Dios con que está harta
y satisfecha (BMC 2, 186)
─Acaba
de decir que el entendimiento y la voluntad duermen y velan al mismo tiempo.
¿Cómo puede ser eso?
─Si
el libre albedrío no obrase entendiendo y amando, no habría merecimiento en el
alma cuando está arrobada, y sería mejor decir una Avemaría despierta que estar
así veinte horas (BMC 2, 186).
─Enséñeme
a distinguir entre el éxtasis auténtico y el falso.
─El
éxtasis verdadero purifica y humilla al que le tiene; y así los verdaderos
éxtasis se hallan en almas fervorosas, puras, humildes y dadas de veras al
servicio del Señor, que los reciben con seguridad y sosiego, y no los desean,
piden ni andan buscando y con ellos acrecientan más la caridad, pureza y
humildad (BMC 1, 368).
─Si
antes hemos visto los efectos del éxtasis, hablemos ahora de los frutos.
─Así como un conejuelo, con sus propios
pies, por más que corra, no sale del coto de su dehesa, pero si un águila le
arrebata entre las uñas y le lleva volando, en poco tiempo anda diez tanto más
camino, y sale a otros prados dehesas y bosques que nunca había andado; así el
alma con sus pies de su entendimiento y voluntad natural, anda poco camino,
pero si le arrebata el águila: Provocans
ad volandum filios suos, que enseña a volar sus hijos, que es Dios, en
poquísimo tiempo la lleva a una alteza de conocimiento y amor, cual nunca había
llegado, como le acaeció a San Pablo (BMC 1, 175).
─Y
todo eso, ¿qué significa?
─Significa
que lo más ordinario es, cuando el rapto y éxtasis es verdadero, aprovecharse
más el alma en poco tiempo que suceden estos afectos, que en mucho tiempo que
gastase en oración de la que el alma guía con la meditación y discursos hechos
con sus propias fuerzas, así como más se riega la tierra en media hora que
llueva del cielo a cántaros, que en mucho tiempo que anduviese el hortelano
sacando agua del pozo a fuerza de brazos para regar las eras de su jardín. Más
le aprovechó a San Pablo aquel poco tiempo de su rapto, que muchos años que
estuviera estudiando y meditando en las cosas del cielo y ejercitando sus
potencias (BMC 1, 166).
─¿Me
está hablando de estas cosas por propia experiencia?
─No.
Y no porque, Gloria a Dios, nunca me he visto con arrobamientos ni éxtasis, ni
sé por experiencia qué cosas sean. Y digo que sea gloria a Dios porque siempre
he aborrecido para mí las visiones y revelaciones exteriores, hacer milagros,
éxtasis y raptos y semejantes dones y gracias que da Dios a los humildes (PA
309).
─¿Rechaza,
por tanto, los éxtasis y arrobamientos?
─Completamente.
─¿Se
puede saber la razón?
─Porque
el que con mirar una imagen del Crucifijo o ponerse en la iglesia delante del Santísimo
Sacramento o con su ordinaria meditación, llegare a tanta caridad y unión como
el que tiene visiones y revelaciones, será tan aprovechado, y aun va por camino
más seguro, pues va por el ordinario y conocido; y a la verdad, no se ha de
mirar por dónde, sino dónde vamos a parar en la oración (BMC 1, 370).
Me
pareció un argumento irrefutable, y me dejó plenamente satisfecho. Por eso,
para ir ya concluyendo, le di un nuevo viraje a nuestro diálogo. Y así le hice
notar a Gracián:
─No
obstante todas sus cautelas a propósito de los éxtasis y arrobamientos, la
historia de la Iglesia nos certifica que ha habido muchos Santos y otra gente
espiritual que los ha tenido en abundancia, ¿no es así?
─Así
es. Y recuerdo de repente un buen número de ellos. Por ejemplo, Juan Casiano
escribe muchos raptos del abad Isaac y del abad Juan. San Bernardo tuvo muchos
raptos, como cuentan Guillermo y Bernardo abades en su vida. De San Francisco
los escribe S. Buenaventura; y de Sto. Tomás de Aquino, el glorioso San Antonio
de Florencia; y de San Vicente Ferrer, fray Pedro RoSano. En las historias de San
Francisco se escriben los raptos de San Bernardino y fray León, de Sta. Coleta,
de Sta. Clara y de fray Junípero, fray Cristóbal y fray Gil, que todas las
veces que le decían, paraíso, se arrobaba; y los muchachos por hacer burla de
verle así, decían: paraíso, fray Gil. Del padre Ignacio de Loyola escriben en
su vida que estuvo ocho días en un rapto (BMC 1, 161).
Después
de una enumeración tan copiosa y exhaustiva pensé que Gracián iría a rectificar
su actitud tan escéptica frente al mundo de lo sobrenatural. Pero, para que yo
no siguiera soñando despierto, se adelantó a aclararme que todo lo que acababa
de contarme no era más que la excepción que confirma la regla. Y lo justificó así:
─La
Madre Teresa de Jesús, aunque tuvo muchos arrobamientos, como ella cuenta en
sus libros, después se le quitaron de todo punto y cantidad de años antes que
muriese no tuvo ninguno; y muchas veces trató ella conmigo esta materia
llorando muy de veras el engaño y abuso que había en el mundo, de hacer caso de
las que van por este camino, y no tener el respeto, obediencia y cuidado que se
debe a los predicadores, confesores y prelados. Y así quien leyere sus libros,
no se escandalice viendo que con tanta fuerza resistía a estas cosas
sobrenaturales y no se aseguraba de ellas, aunque eran tan buenas y aprobadas,
como de los mismos libros de colige (BMC 1, 162).
Deseaba
que Gracián siguiese enriqueciéndome con su instructiva doctrina sobre otros
fenómenos místicos menos importantes, tales como el don de lágrimas y la
estigmatización. Pero, por no abusar de su paciencia, resolví dejar todos estos
temas para un próximo encuentro.
CAPITULO XXXII
OTROS FENOMENOS
MÍSTICOS
Noche oscura.
Estigmas. Don de lágrimas.
La doctrina sobre los fenómenos
extraordinarios más ordinarios (valga el juego de palabras), tales cono
visiones, revelaciones y éxtasis había sido desarrollada en nuestros
precedentes diálogos de una manera satisfactoria. Y eso, obviamente, debería haberme
bastado. Pero fue precisamente la claridad y autoridad con que Gracián me había
enseñado todas esas cosas lo que me movió a rogarle que hoy continuase
desplegando ante mí el apasionante abanico de los restantes fenómenos místicos;
al menos, de los más oídos.
Me preguntó, muy atento, en cuáles
estaba pensando, y yo le enumeré los siguientes (por el orden que más me
interesaban): estigmatización, don de lágrimas, levitación, sueño de potencias,
embriaguez espiritual, noche oscura, sutileza y gustos sensibles del cuerpo. No
le mencioné ni la bilocación, ni el perfume espiritual porque de esto ya me había
hablado abundantemente al inicio de nuestros diálogos. [18]
Le pareció bien que comenzásemos por lo de los estigmas, y enarbolando su tan
autorizada palabra, dijo:
─Acaece
algunas veces ser tan grande el amor, que milagrosamente obra Dios en el cuerpo
señales exteriores de Jesús. Esto le acaeció al seráfico padre San Francisco,
que llegó a tan gran fuego de caridad y fue tal su ejercicio de mortificación,
humildad, penitencia y pobreza, que en lo interior ni quería ni entendía ni
apetecía cosa que no fuese Cristo, diciendo como San Pablo: Vivo yo, mas ya no
yo, que vive Cristo en mí; y en señal de tan alta unión interior quiso el Señor
que estando un día en oración, tomase un serafín su figura y le embistiese con
las llagas imprimiéndoselas Cristo crucificado en quien siempre se gloriaba; y
desde entonces ver a San Francisco era como ver a Cristo hecho un San
Francisco, o ver un Francisco hecho Cristo crucificado (BMC 1. 427).
Satisfecho
con el enfoque que acababa de hacerme de los estigmas, resolvimos pasar al don
de lágrimas. Pero sobre este particular Gracián no dudó en hacerme algunas
observaciones previas:
─Tres
maneras hay de lágrimas: lágrimas de compunción, lágrimas de compasión y
lágrimas de devoción y ternura, y por cualquier caño de estos tres que corra el
espíritu de las lágrimas, es muy bueno y seguro, y es de mucho fruto; las
primeras, porque purifican la conciencia; las segundas, porque despiertan el
temor; las terceras, porque encienden el amor (BMC 1, 39).
─Hablemos
de las primeras.
─Del
conocimiento, luz y memoria de los pecados pasados, de las faltas presentes, de
la flaqueza en el resistir, de la abundancia de pasiones, fuerza de los
apetitos, inconstancia en los buenos propósitos y ocasiones en que el alma se
va metida para caer cada día. dando Dios la luz en la oración, y de la gracia
divina que enternece el alma y deshace las durezas interiores, nacen las
lágrimas de compunción como las de San Pedro, de quien dice San Clemente, que
acordándose de haber negado a Cristo, manaban de sus ojos y corrían con tanta
abundancia que tenían hechas señales y regueros en sus mejillas, o como las de Santa
Pelagia, que aunque primero fue deshonesta, después de convertida a Dios,
derramaba tantas, que le pusieron por nombre Pelagia, como quien dice: pelagus
lachrymarum, mar de lágrimas (BMC 1,394).
─Explíqueme
lo de las segundas.
─Las
lágrimas de compasión nacen del conocimiento de la pasión de Cristo y de los
dolores y compasión de la Virgen, tormentos de los mártires, de las
persecuciones y calamidades de la Iglesia, y de ver cuánta multitud de almas se
condenan y cuán pocas se salvan (BMC 1, 394).
─Por
fin, hablemos de las terceras, que, a lo que creo, son las únicas que suponen
una gracia mística.
─Las
lágrimas de devoción nacen de una divina ternura interior que da Dios
graciosamente, cuando envía su palabra interior que derrite los hielos, y sopla
el viento del Espíritu Santo, con que manan y corren las lágrimas de devoción
en el alma (BMC 1, 394).
─Según
todo lo expuesto, ¿cuáles son los efectos de las dos primeras clases de
lágrimas?
─Cuando
una persona ha llorado sus pecados con contrición, los ajenos con celo, las
miserias del mundo con aflicción y los dolores de Cristo con compasión, en
medio de todas estas lágrimas le sale el sol, y le nace en lo interior del alma
una ternura, un consuelo y alegría como si el mismo Hijo de Dios con sus
“benditas manos le limpiase las lágrimas de los ojos” regalando interiormente
su alma, como una madre a un niño (BMC 1, 43).
─¿Cómo
ha de comportarse el que tiene la tercera clase de lágrimas?
─Quien
ha recibido el don de lágrimas téngase cuidado que no sean lágrimas demasiadas,
y que se procure divertir [distraer] e ir a la mano el que las tuviere, porque
suelen enflaquecer la cabeza y ser impedimento de la oración (BMC 1, 200).
Tras
esta explicación tan precisa y detallada, fuimos a abordar el tema de la
levitación, que Gracián llamaba elevación del cuerpo. Se expresó así:
─También suele el Señor conceder a los cuerpos de
sus grandes siervos una gran ligereza con que se levantan en alto, como le
acaeció a San Buenaventura, a quien hallaron una vez una lanza levantado en el
aire, muy resplandeciente; y lo mismo se lee de otros Santos, que también se
han levantado en alto por ministerio de los ángeles, como subieron a Elías en
el carro de fuego, y llevaron a Abacuc de los cabellos a dar de comer a Daniel,
que estaba en el lago de los leones. Pero es mucho de notar la respuesta que
nuestro Señor dió al tentador, cuando, pidiéndole que se arrojase del pináculo
del templo, dijo: Quia angelis suis
mandavit de te, etc., in
manibus suis portabunt te, etc.: a sus ángeles ha mandado que te lleven
en sus manos, le respondió: Non
tentabis Dominum Deum tuum: No tentarás a tu Señor Dios. Como quien
dice: No te pongas en buscar peligros con sucesos milagrosos, que ello es
tentar a Dios; y así conviene bajar por la escalera en el camino derecho de la
fe, no sea que pensando que son ángeles los que nos llevan, sean demonios y
nos dejen caer y hacer pedazos como hicieron a Simón Mago (BMC 1, 220).
Por asociación de ideas
pasamos de la levitación al sueño de potencias. ─ ¿En qué consiste?, le pregunté.
─Es
un adormecimiento de todas las potencias, así interiores como exteriores,
cuando cesan de sus discursos, porque el alma está ocupada en recibir cosas
sobrenaturales tan alta, que no le queda fuerza para dar vigor natural a los
otros sentidos y potencias. Como acaece quedarse un hombre pasmado cuando ve un
extraordinario espectáculo y todos los sentidos se le van a aquello que está
mirando (BMC 1, 468).
─¿Podría
detallar un poco más este fenómeno?
─Sí;
y lo vamos a hacer de la mano de dos grandes maestros espirituales. Escucha. San
Epifanio tratando en estas materias dice estas palabras: Propter admirationis excellentiam venit homo
in stuporem, inSaniam et soporem. Por la excelencia de la admiración
viene el hombre a caer en embelesamiento, locura divina y sueño profundo. Llámale
embelesamiento y embebecimiento, locura divina y sueño profundo; y dice que es
de la manera como aquel sueño de Adán o el de José. Cuando le habló el ángel; y
eso quiere decir la Madre Teresa cuando dice que las potencias están dormidas,
embebecidas, embelesadas, atónitas, espantadas y embriagadas, y que es una
gloriosa locura y celestial desatino (BMC 1, 172; 171).
─Veamos
ya, para terminar, qué quieren decir los autores espirituales cuando hablan de
la embriaguez de espíritu.
─No
pierde el alma en esta embriaguez los sentidos como se pierden en los éxtasis y
raptos, pero pierde la memoria y deseo de todo lo que no es Dios. Y así como el
que está borracho, que todo su deseo es vino y más vino, así el alma cuando
llega a esta embriaguez de amor, no desea otra cosa sino Dios y más Dios, y en
todo lo demás no atina con prudencia humana; y aunque parezca que está fuera de
sí, nunca estuvo con más cordura, sabiduría y discreción para las cosas divinas
(BMC 2, 167).
Llegados
aquí, le indiqué a Gracián que, cambiando de perspectiva, podíamos tratar el
tema de la llamada noche oscura. Y comencé por preguntarle qué había de lo que
dicen algunos autores espirituales, a saber, que los que están en ella padecen
el azote de tres raros espíritus, llamados: spiritus vertiginis (escrúpulos), spiritus fornicationis (intensos pensamientos y deseos impuros)
y spiritus blasphemiae:
(fortísimos impulsos de blasfemar). Sobre el primer mal espíritu me aclaró:
─Así
como una nave que va navegando en mar bonanza, con viento próspero y a vela
tendida, si se le apega debajo de la proa el pececillo llamado rémora, que no
es mayor que un lenguado y es de la misma hechura, la tiene y estorba de su
navegación, pierde el mercader su ganancia, puédesele acabar el bastimento,
calmar el viento, acometerla corsarios, y lo peor es, que gastándosele el buen
tiempo, quizá le sobrevendrá alguna borrasca que dé con ella al traste, así las
almas que se detienen del amor de Dios y del prójimo y de ejercitarse en obras
de virtudes, por causa de rémoras de los escrúpulos, gastan su tiempo, pierden
la ganancia que pudieran tener si navegaran adelante, acábaseles el sustento de
la oración y van a peligro de tentaciones y ocasiones, con que tornan a los
pecados de que antes salieron o dan en otros peores, con que se pierden (BMC 1,
119).
Quise
saber por qué el spiritus vertiginis
era tan dañino. Gracián me dijo que, aparte los efectos dichos, los escrúpulos
también engendraban la niebla en el espíritu. Al preguntarle que era lo de la
niebla, me explicó:
─Niebla
es una oscuridad y sequedad que viene al alma cuando se le olvidan todas las
razones que le consolaban y daban luz, y se queda con olvido padeciendo. Y como
no ve fruto de sus trabajos ni cosa que consuele, cada pulga se le hace un
elefante, como quien anda de noche, y cada mosquito le parece gigante; que
cuando las cosas no fueran graves sino muy pequeñas, con sola esa niebla se
padece una gran cruz (PA 133).
─¿Y
qué hay de los otros dos espíritus?
─A
algunas almas levántale el demonio en la imaginación, que es arrabal de la
conciencia donde puede él entrar y salir muy a su salvo, unos pensamientos
abominables y horrendos contra la fe, contra las imágenes, contra Cristo y su
Madre, de tanta fealdad y abominación, que tiembla el alma de contarlos al
confesor; y lo más engañoso que hay en ellos es, que vienen con tanto ímpetu y
tanta fuerza y son tan porfiados y pegajosos, que el alma no los puede desechar
tan presto y le parece que ha consentido y caído en ellos (BMC 1, 120).
─Todo
eso lo causa el espíritu de fornicación. Pero, ¿y qué es lo que hace el
espíritu de blasfemia?
─Suelen
afligir demasiadamente a algunas almas devotas las tentaciones, especialmente
la que llaman espíritu de blasfemia, que es de unos pensamientos abominables,
horrendos y pegajosos de cosas heréticas y blasfemas, que le parece al alma que
no los puede desechar de sí, porque los demonios ponen fuerza en ellos, no
tanto para el consentimiento como para perturbar el espíritu (BMC 1, 405) [19]
.
─Me
gustaría que terminásemos el presente diálogo con el ánimo un poco más
distendido. Por eso, tenga a bien explicarme qué significa eso que la teología
espiritual califica de gustos milagrosos de los sentidos y otros gustos
sensibles del cuerpo.
─Te
lo explicaré con algunos ejemplos. Uno de los primeros de la orden del Cister,
el cual como no arrostrase de buena gana a los manjares desabridos del
refectorio y buscase otros con título de su salud, vio una vez visiblemente a
la Virgen María, que con su benditísima mano daba a todos los frailes que
entraban en refectorio, un bocado de una caja de conserva que ella traía, y llegando
este a recibir lo que los demás, retiró la Señora su mano, diciendo; tú, hijo
mío, no tienes necesidad de esta comida, que harto procuras otros manjares para
tu salud. El Santo religioso llorando le rogaba no le privase de aquel regalo,
que él le ofrecía, aunque muriese, no querer jamás otros manjares sino los que
los demás frailes comían; y de allí adelante era mucho mayor el gusto que le
daban las berzas desabridas, que cuantos faisanes comen los más regalados del
mundo. Un fraile carmelita descalzo conocí yo, que porque ya está en la otra
vida se puede decir, que cuando bebía el vino tinto muy malo y desabrido que
entonces se daba en refectorio, acordándose de la Sangre de Cristo y haciendo
cuenta que ponía la boca en la llaga del costado, era increíble el gusto y
sabor que recibía. Oír delicadísimas músicas ya se ha visto en muchos siervos
de dios, como San Francisco cuando oyó el son de la vihuela que le hacía el
ángel. De visiones con los ojos ya hemos tratado muy largo. De olores basta lo
de Sta. Catalina de Sena que le comunicó el Señor sobrenaturalmente tal manera
de olor, que los pecados le hedían sin poderlos sufrir, y en las cosas divinas
hallaba algunas veces divina fragancia. Encontró una vez una mujer principal
que iba en mal estado, y fue tan grande la pesadumbre que sintió con el mal
olor, que ainas[20] muriera. En
el tacto bien se ve que acude Dios con regalo particular, como acudió a San
Lorenzo estando sobre las brasas en las parrillas, que le parecía que estaba
sobre rosas y flores. Pero es menester tener mucho tiento y traer mucho cuidado
en que estas cosas gustosas exteriores no se apetezcan, pidan ni deseen, que
suele en ello hacer el demonio muchas burlas (BMC 1, 221).
XXXIII
LA UNION DIVINA
La unión divina, mística o transformante
es la cumbre del itinerario de la vida espiritual. Sobre este tema escribieron
páginas bellísimas tanto fray Juan de la Cruz como la Madre Teresa de Jesús.
Como Gracián fue director espiritual de Teresa, a más de fervoroso lector de
sus escritos, pensé que era lógico que conociera a fondo este tema, y hasta
que, sobre él, hubiera escrito y predicado no poco. Le pregunté tímidamente si
estaba en lo cierto, y él me aseguró que había dado en la diana. En su actitud quise
descubrir una invitación a que hoy, en nuestro diálogo, reflexionásemos sobre
ese asunto. Espoleado por la confianza dada, solicité de él, como preludio de
nuestro diálogo, unas explicaciones generales sobre la naturaleza de la unión
mística. Su respuesta no pudo ser más regia:
─Cuando
el alma se junta con el cuerpo, que de ella y del cuerpo se hace un hombre y
resulta una vida porque el alma da vida al cuerpo y el cuerpo recibe vida del
alma, entonces se dice el alma estar unida con el cuerpo. De la misma manera,
cuando el alma se junta con Cristo y entra en el mismo yugo de la voluntad para
la guarda de la ley y llevar entre los dos el arado de la cruz, se dice estar
unida con Cristo. Y así como el alma unida con el cuerpo da vida y ser al
cuerpo, así Dios unido con el alma da vida y ser al alma (BMC 1, 135).
─¿Cuántas
clases hay de unión?
─Los
teólogos místicos tratando de la unión, entre otras ponen cinco clases o
géneros de ella. La primera llaman unio
similitudinis, que es decir unión de semejanza, y es la que hay entre
dos cosas que se parecen. La segunda, unio
propinquitatis, unión de cercanía, cuando dos cosas están juntas una con
otra, como cuando dos manos se juntan. La tercer, unio inhaesionis, que es decir, de apegamiento o aferramiento,
como cuando la cera se pega a la pared. La cuarta, unio conversionis, cuando dos cosas por virtud del calor o de
otra calidad se convierten en una, de la manera que del azúcar y membrillo o de
otros simples se hace la mermelada y cualesquier otras conservas o letuarios.
La quinta, unio naturalis, que
se halla entre el alma y el cuerpo de que se compone un hombre (BMC 2, 426).
─Pero,
en nuestro caso, ¿en qué consisten?
─El
primero, unión de semejanza, propiamente es imitación de Cristo. El segundo,
unión de cercanía es traer el alma cerca y presente a Dios donde nace la
presencia de Dios. El tercero, unión de apegamiento con Cristo, cuando el alma
se arroja en sus divinos brazos, de donde nace la confianza. El cuarto, unión
de conversión mediante el fervor de la caridad, de donde nace el trueque divino
que el alma hace con Cristo, cuando toma las cosas de Cristo como propias suyas
y sus cuidados arroja en el corazón de Cristo. El quinto, unión de vida, cuando
viven en Cristo (BMC 1, 323).
─Gustaría
mucho de recibir una explicación más detallada sobre cada una de estas cinco
clases de unión.
─Comencemos
por la primera Hemos dicho que unión se llama una junta y liga entre el alma y
Cristo. Pues bien: cuando después de haber contemplado su grandeza, se resuelve
en no querer ni desear otra cosa sino lo que Cristo hiciere en ella, y ya no es
otra su petición sino de la honra y gloria de Cristo, haciendo cuenta que está
aniquilado y deshecho, y que en su lugar entró este Señor que vive dentro de
sí; y con esta unión obra el alma todas las obras, dice las palabras y tiene
los pensamientos que Cristo hiciera, dijera y tuviera; conforme al estado,
talento, salud y edad y oficio que la misma tiene. De hecho, se une el
entendimiento con el de Cristo, cuando el alma no admite pensamiento consentido
indigno del pensamiento que Cristo tuviere, y digo consentido, porque los
primeros movimientos no están en nuestra mano (BMC 1, 357; 323).
─Veamos
la segunda clase.
─Acaece
en el trato de Cristo con el alma: que unas veces la misma alma manda, y
gobierna y emplea sus potencias en obras de servicio de Dios, como cuando manda
a los pies que vayan a la estación[21],
a las manos que den la limosna, a los ojos que vean imágenes de Cristo, y al
entendimiento que medite y discurra, etc. Y entonces están muy bien empleadas
las potencias, y el hombre cuando las ejercita por agradar al Señor, ama a Dios
de todo su corazón, de toda su alma y de toda su mente: pero mejor están
unidas, cuando todo este gobierno de las potencias nace de Cristo, trayéndole
consigo el alma y pensando en él, y esto se hace teniendo a Cristo en su
presencia, y que el gobierno nazca de los dos, según aquello: traía a Dios en
mi presencia, porque él está a mi mano derecha para que no me mueva.
─Dejando
a un lado la tercera clase (pues ya quedó clara con lo que se dijo del
“apegamiento con Cristo”), pasemos a la cuarta.
─Nuestro
divino Maestro, luz y guía de nuestras almas, Cristo Jesús, en una oración que
hizo a su Eterno Padre nos enseña esta manera de orar cuando le dijo estas
palabras que refiere S. Juan: Padre mío, todas mis cosas son vuestras y las
vuestras son mías, y cuando otra vez le dice: ruégote, Padre, que sean una
misma cosa y se unan conmigo, como yo y tu somos una misma cosa y se unan
conmigo, como yo y tu somos una misma cosa y estamos unidos. De donde se sigue
que así como Cristo unido con su Padre le entrega y pone todas sus cosas en sus
manos y toma las del Padre Eterno por propias, así el alma devota y espiritual
que quisiere esta divina unión, conviene que haga este divino trueque con
Cristo, como el mercader de perlas cuando haya una preciosa, da toda su
hacienda, desposéese de ella, entrega todo su caudal y pónele en las manos del
dueño, llevándose la perla como suya propia a su casa (BMC 1, 149).
─Por
último, la quinta clase de unión.
─Vivit
in me Christus. Antes que
Dios me criase, vivía yo en el Verbo Divino, según aquellas palabras de San
Juan: Lo que se hizo en él era vida, y después que Dios me crió y me dio ser de
alma y cuerpo, estoy compuesto de estas dos partes; la una es visible y la otra
inteligible; para volver a gozar de la vista y amor de la divina esencia, en la
cual yo estaba conocido y amado antes que Dios me criase, es necesario un medio
que participe de mi naturaleza criada y de aquel Verbo Divino donde yo estaba
en las ideas esenciales de las criaturas antes que las criase. Este medio entre
mí y Dios, y este divino injerto de estos dos árboles, Dios y hombre, es
Cristo; y para que yo viva eternamente y en vida perfecta, conviene que me haga
una cosa con este Cristo y él viva en mí, y esta se llama unión con Cristo (BMC
1, 380).
─Además
de las diversas clases de unión, los autores espirituales ponen también de
relieve las diversas partes de la unión, ¿no?
─Así
es. Demás de estas cinco especies y diferencias de unión, consideran los mismos
teólogos cuatro partes de ella según cuatro maneras de potencias que se pueden
unir.
La
primera es la unión de sola la voluntad, cuando ella está rendida del todo a la
voluntad de Dios, no obstante que el entendimiento ande distraído y lleno de
pensamientos contrarios y el apetito esté rebelde y ciego con las pasiones y
esta tal alma, aunque tiene dentro de sí gran guerra, como la voluntad no da
consentimiento a los apetitos, está en estado de merecimiento, no obstante esta
perturbación interior.
La
segunda unión es del entendimiento, cuando después de unida la voluntad con el
curso de la oración está ocupado en el conocimiento de Dios y de las obras de
servicio.
La
tercera, cuando con la mortificación y ejercicios espirituales el apetito y la
imaginación están unidos con Cristo, habiendo ya cesado los pensamientos que
suelen distraer y los movimientos de las pasiones que inquietan, y todos los
gustos e imaginaciones están puestos en Cristo, por Cristo y para Cristo. A
esta unión pocas almas llegan, y según que en ella estuvieren juntamente con
las otras dos uniones, se goza en este mundo de una vida celestial, cual
tendrían algunos de los padres del Yermo.
La cuarta unión es del cuerpo, y ésta no
se halló en criatura ninguna sino en el cuerpo de Cristo; pero de las demás
uniones suele nacer un no sé qué en el cuerpo, que está de tan buen humor, que
parece que los mismos pies se levantan para andar pasos en servicio de Dios, y
las manos no reciben cansancio en el obrar y el corazón da saltos para irse con
Cristo. Y mientras mayor fuere la caridad del alma, más unida está la voluntad,
entendimiento y apetitos.
Unión consumada es el supremo y último
fin a que llega el alma que se pretende unir con Cristo, y suélese llamar
matrimonio entre Dios y el alma; porque así como cuando un galán pretende una
dama para casarse con ella, entonces llega a su fin, cuando consuma el
matrimonio, así el alma, desde que comienza a servir a Dios y a darse a la oración,
pretende juntarse con Dios; y cuando llega a lo sumo, se dice que consuma el
matrimonio (BMC 2, 427; 1, 59).
─A
todo esto, ¿cuáles son los efectos de la unión?
─Son
de dos tipos. Unos afectan al entendimiento, y otros a la voluntad.
─Veamos
los primeros.
─Así
como en la esencia del Verbo Divino están las ideas de todas las criaturas,
resplandecientes en la misma esencia divina, y del conocimiento de ellas y de
su esencia el Padre engendra al Verbo, y estas criaturas cuando están
idealmente en Dios, son la misma esencia de Dios, así en esta soberana cumbre
de conocimientos y unión del alma con Dios, las criaturas que antes se conocían
en sí y se amaban en sí y por sus particulares bienes, ya de ahí adelante se
aman en Dios y se conocen en el mismo Dios.
─¡Maravillosos
efectos! Conozcamos ahora a los que afectan a la voluntad.
─Así
como el hierro ardiendo está todo empapado en fuego, así el alma unida con
Cristo está toda abrasada en Dios. Esta comparación se colige de San Dionisio
Aeropagita que decía: ignis divinus
Deificos facit (BMC 1, 175).
─¿En
qué orden se producen dichos efectos?
─Cuando
se llega a lo supremo y última jornada de la vía unitiva, primero es lo supremo
del amor y la unión del alma con Cristo, que lo supremo de la luz y conocimiento
(BMC 1, 326).
─¿Qué
pasos hay que dar para llegar a la unión?
─A
la unión con Dios se llega por seis grados. El primero, conocimiento de la
Sagrada Escritura en que se entiende la viva fe y palabra de Dios; el segundo
es la oración mental y vocal; el tercero, la mortificación y desprecio del
mundo, y por éste se llega al cuarto, que es el amor del prójimo, y
principalmente la piedad y misericordia para con los pobres; y con el ejercicio
de ella se llega al quinto, que es la excelencia del amor de Dios, de la cual
se sube al sexto, que es imitación verdadera de Cristo y simplicidad deífica,
que el Señor llama ojo simple que hace resplandeciente todo el cuerpo de las
obras de merecimiento (BMC 2, 425).
─¿Quién
sería el prototipo de unión con Dios en esta vida?
─Pues
ninguna criatura más trató, acompañó y gozó de Cristo que María y José, y en
ninguno se halló la fe, oración, mortificación, piedad e imitación de Cristo y
caridad en más alto grado que en ellos, es cierto que en ninguno se hallaría en
más alto grado la unión con Dios que en María y José (BMC 2, 426).
XXXIV
EL MISTERIO DE MARIA
El misterio de la Virgen María no es
tratado por el Catecismo de un modo sistemático, o sea, al estilo de los
manuales clásicos de Mariología, sino de una manera que podríamos llamar
histórica. De forma parecida a como lo hace la constitución “Lumen Gentium”, en
su famoso capítulo VIII. Por esta razón apenas se ha hablado de María en la
exposición doctrinal precedente, ya que, tanto a Gracián como a mí, nos ha
parecido lo mejor reservar al tema mariano para nuestras últimas
conversaciones. Y de esta forma seguimos al Vaticano II, que quiso colocar la
doctrina mariana en la cima de su magisterio sobre la vida espiritual de la
Iglesia en sus distintos estamentos. Y acordamos que hubiera dos fases en
nuestro coloquio. Primera, María considerada en sí misma y respecto de Dios; y
luego, María en su relación con nosotros.
Comencemos por las tres verdades
fundamentales referentes a su persona, y que actualmente son dogmas: la
inmaculada concepción de María y su Santidad personal, la maternidad divina y
la virginidad perpetua. Y es que el dogma de la Asunción apenas es tratado por
Gracián, dado que en su tiempo era una verdad aceptada generalmente por la
Iglesia. Teniendo en cuenta todo esto, es lógico que iniciáramos el coloquio de
hoy con esta pregunta:
─¿En
qué sentido se puede hablar de la inmaculada concepción?
─El
alma de Cristo Jesús es la suma pureza, regla y dechado de toda limpieza de
corazón. Después de esta alma la de la sacratísima Virgen María es la más pura
de todas las criaturas, porque nunca tuvo pecado original, mortal ni venial ni
jamás hizo imperfección alguna (BMC 2, 446).
─Me
gusta que haya rematado su respuesta como lo ha hecho. Y es que no pocos
sedicentes teólogos, al hablar de la Inmaculada, se quedan en la ausencia del
pecado original, pero no enfatizan la plenitud de gracia, que es el aspecto
positivo del privilegio.
Gracián
aprobó mi aportación a la teología mariana y se reafirmó en el hecho de que, al
tratar de la Inmaculada, no podemos separar a la Virgen “sin pecado” de la
“kejaritomene” de San Lucas, es decir, de la “gratia plena” de la Vulgata. Y
adujo esta razón:
─Si
en una balanza de un peso se pusiese sola María sin ninguna hacienda ni dote, y
en la otra balanza todo lo demás criado que hay en el mundo, más pesa y más
vale ella sola que cuanto hay. Por lo demás, yo no trato expresamente del alma
de la sacratísima Virgen, que no hay entendimiento criado que pueda penetrar hasta
donde ella llegó (BMC 2, 377; 1, 59).
─Con
todo, ciertos autores antiguos sostuvieron que la Virgen cometió algunos
pecados veniales, y que, en particular, pecó de impaciencia. ¿Qué le parece
esta opinión?
─Que
carece de fundamento. Las aflicciones y tribulaciones de la Virgen María no
llevaron mezcla ni nacieron de imperfección alguna, sino que el Padre Eterno se
las dio para mayor merecimiento suyo y mayor provecho nuestro, como la misma
Señora dice por Jeremías en sus lamentaciones por estas palabras: Desde el
cielo envió el Padre Eterno el fuego de la tribulación que me atormentó (BMC 1,
204).
─Entonces,
¿hay que desechar las pretendidas impaciencias, así como otros pecadillos
veniales?
─Totalmente.
La oración de la sacratísima Virgen María, y su unión y caridad y modo de
proceder en espíritu, fue mejor, más excelente y de mayor estima y precio que
la de San Pablo, San Francisco ni cualquier otro Santo de los que tuvieron
raptos con alienación de potencias y de la sacratísima Virgen no se entiende
que los tuviese ni quedasen enajenadas sus potencias y ella desmayada; porque
si en algún tiempo lo hubiera de estar, fue al pie de la Cruz donde más le
apretó el dolor y amor; y entonces dice San Juan; Stabat juxta Crucem; y declaran los Santos que no se desmayó; y
así Cayetano en un opúsculo que hace de
spasmo Virginis y otros muchos autores lo declaran, y se mandó que se
quitase una misa que había en un cierto misal de Spasmo Virginis (BMC 1, 159).
─Examinados
ya los temas de la Inmaculada y de la Santidad de María, pasemos al fundamental
dogma de la maternidad divina: ¿Es María verdaderamente Madre de Dios?
─Una
excelencia, entre otras, tiene María, y es que los evangelistas sagrados
escriben de ella muy pocas palabras: llámanla madre de Jesús sin particularizar
otros títulos y renombres. Hicieron esto como discretos cortesanos, pues en lay
de buena crianza a quien se le ha dado título de majestad, no se puede llamar
alteza, y si le han llamado alteza afrenta es decirle señoría. Es tan gran
título ser madre de Dios, que habiéndosele dado los evangelistas, no se puede
de ella decir otra cosa mayor (BMC 2, 377).
─¿Qué
decir de la virginidad perpetua de María? No pocos siguen negándola. ¿Qué puede
objetárseles?
─Entre
otras cosas, ésta: Abdías Babilónico que vivió en el tiempo de los apóstoles,
refiere que San José fue virgen con voto de castidad. Y San Jerónimo dice lo
mismo contra Elvidio por estas palabras. ¿Tú dices, oh hereje que María no fue
virgen?, pues yo digo que no sólo María pero también José fue virgen por causa
de María.
─Pero
tenemos ahí la manida cantinela de “los hermanos de Jesús.” ¿Cómo se responde a
esta objeción?
─De dos maneras. He aquí la primera. Hay
opinión de autores, así griegos como latinos, que sintieron que antes que José
se desposase con la Virgen, fue casado con otra mujer en quien tuvo cuatro
hijos, llamados San José el Justo, que entró en suertes con San Matías, Santiago
el Menor, San Simón y San Judas, apóstoles, y dos hijas cuyos nombres eran
Ester y Tamar, y dicen que esta primera mujer de San José se murió o fue por él
repudiada primero que con la Virgen se desposase. Fúndanse estos autores en que
la Sagrada Escritura llama a estos seis, hermanos de Jesús; y no siendo hijos
de María virgen, porque esta señora quedó siempre virgen, síguese, dicen, que
fueron hijos de José habidos en otra mujer.
Hizo
un silencio, un poco forzado, tratando de ver mi reacción, que fue nula. Por
eso, al ver pintada la decepción en mi rostro a causa de su respuesta, continuó
enseguida como curándose en salud:
─Pero
yo tengo por muy cierto en este caso lo que dice el Venerable Beda, que estos
autores no tuvieron tal opinión sino que los herejes mezclaron entre su
doctrina estas palabras de haber sido casado otra vez José; que es antigua costumbre
de herejes mezclar sus errores con la buena doctrina de los Santos haciendo lo
que los taberneros que mezclan agua en el vino, según dice Isaías (BMC 2, 441).
Le
manifesté que me parecía muy acertada la observación del Venerable Beda; pero
que estaba esperando la segunda razón o “manera” (de que me habló antes) para
ver si era más sólida. Me aseguró que sí lo era, por ser una sentencia común
entre los exegetas:
─Si
se llaman hermanos de Jesús, es por ser antigua costumbre en la Sagrada
Escritura llamarse hermanos los primos hermanos o los muy cercanos parientes,
como Abrahán y Lot y el mismo Abrahán y Sara, que eran tío y sobrina, se llaman
hermanos o porque estos seis eran hijos de hermana o prima hermana de María,
madre de Jesús, se llaman hermanos de Jesús. Y con esto suficientemente se
responde a la razón contraria (BMC 2,442)[22].
Desmenuzada
ya la que podríamos llamar teología mariana, vimos conveniente ocuparnos de su
riquísima espiritualidad. Para introducirnos en el tema recordé que el Catecismo
recoge este bello texto del Concilio Vaticano II: “Especialmente desde el
Sínodo de Éfeso el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente
en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las proféticas
palabras de ella misma: Me llamarán
bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que
es poderoso (LG 66). Basándome en este texto, le pregunté qué
importancia debería darse a la veneración a María en la vida cristiana
habitual. Esta fue su rápida respuesta:
─Pocas
almas vienen a ser muy espirituales y Santas, que su principio no sea la
devoción de la Virgen María (BMC 1, 85).
─Y
en el contexto de esa veneración a María, ¿qué cabida tiene el culto litúrgico?
─Nuestra
madre la Iglesia celebra nueve fiestas de Nuestra Señora, y es grande devoción
decir nueve Padrenuestros y Avemarías en honra de nueve excelencias que tuvo la
Virgen, pidiéndole por cada una nos alcance una particular gracia y virtud,
según el orden siguiente. Por la fiesta de la Concepción, en que se celebra la
virgen haber sido libre todo pecado. Por la Natividad, que nace como madre de
gracia y misericordia, pedimos nos alcance gracia. Por su Santísima
Presentación al templo, como madre de toda la devoción y religión, pedimos nos
alcance devoción y que los religiosos seamos verdaderamente observantes de
nuestras reglas. Por la Anunciación del Ángel y Encarnación del Verbo Divino,
le pedimos nos alcance el amor de Dios. Por la Visitación de Santa Isabel, amor
del prójimo y benignidad y misericordia. Por la fiesta que se llama Expectatio
partus o nuestra Señora de la O, que nos alcance verdadera confianza. Por la
Purificación le pedimos sea medianera con el Señor para que purifiquemos
nuestras almas con verdadera penitencia. Por la fiesta de Nuestra Señora de las
Nieves, cuando se le fabricó el tempo de Santa María la Mayor de roma, le
pedimos nos alcance verdadera devoción y reverencia a los templos, sacramentos,
imágenes todas cosas sagradas. Por su Santísima Asunción al cielo, pedimos nos
alcance que vayamos a gozar de la bienaventuranza de la gloria (BMC 2, 103).
─Esto,
sobre el culto litúrgico. ¿Y qué decir del culto no litúrgico?
─Una
buena devoción podría ser ésta: rezar cinco Padrenuestros y Avemarías pidiendo
a la Virgen por las grandezas que Dios le dio, contenidas en lo que significa
este nombre María, que en lengua siriaca quiere decir señora; en la caldea,
levantada sobre todo lo criado; en la hebrea, estrella de la mar, y en la
misma, mirra o amarga, como lo fue en la pasión de su hijo; en la latina, mares
de abundancia de todas las gracias, dones y perfecciones posibles, que el Señor
le dé señorío sobre sus pasiones (BMC 2, 106).
─Hablemos
ahora de la invocación a María.
─El
primer paso que ha de dar quien quisiere hacer verdadera penitencia, es invocar
la Virgen, pedirla le alcance este don de penitencia y tomarla por devota (BMC
1, 411).
─¿Cómo
debemos invocar a María debidamente?
─En
el soberano canto del Magníficat nos enseña la Virgen el verdadero espíritu y
oración con que hemos de tratar con Dios, que es estima y engrandecimiento de
las cosas divinas; alegría y conformidad con la divina voluntad; humildad
profunda, agradecimiento de las divinas misericordias y mercedes, temor filial
y reverencial, espíritu fervoroso con hambre y sed de justicia, unión con que
recibamos al Niño Jesús en nuestros corazones. Supliquemos a la misma Virgen
nos alcance estas siete excelencias de verdadero espíritu (BMC 2, 104).
El
Catecismo se refiere también al amor que todo cristiano debe profesar a María.
Le pregunté a Gracián por las razones de ese amor, y él, obviamente, adujo la
maternidad espiritual de María para con nosotros como principal razón; y
añadió:
─La
Virgen María, como estrella, nos guía en las tinieblas interiores del alma;
como señora y levantada, tuvo el más alto y excelente espíritu que se halló en
las criaturas; y como maestra nos le enseña, y principalmente en su canto de la
Magníficat (BMC 1, 33).
─Finalmente,
el Catecismo nos invita a imitar a María. ¿Cuál es el fundamento de la
imitación?
─Es
la sacratísima Virgen maestra de toda perfección; fundó su casa de la sabiduría
sobre siete columnas, que son siete doctrinas que nos enseña y siete virtudes
que en ella nos declara para bien vivir en siete palabras que habló, escritas
en los Evangelistas. Pero aún hay más: así como Dios, dice San Irineo, habiendo
criado a Adán formó a Eva, y la llamó madre de todos los vivientes, así después
de Cristo, quien mejor enseña el verdadero espíritu es María Virgen, Nuestra
Señora y maestra de todo buen espíritu; que no en balde, dice San Ambrosio la
llamaron María, que en lengua siríaca, persiana, caldea y hebrea, quiere decir
estrella, señora, levantada y maestra (BMC 2, 103; 1, 33).
Esta
respuesta de Gracián me pareció algo vaga e imprecisa. Deseando que fuera más
explícito, le insté a que me detallara en qué virtudes concretas María era
nuestro modelo. No se amilanó ante una demanda tan apremiante. Enseguida me
remitió a los evangelios, ya que en ellos se nos muestra María, no solo como
ejemplo en el ejercicio de la presencia de Dios y en hacer la voluntad divina, sino
en ser un alma orante y el modelo acabado de vida activa y contemplativa.
A
trueque de abusar de su paciencia, le pedí que tuviera a bien indicarme dónde
se encontraba todo eso en los evangelios. El, antes de acceder a mi demanda, me
advirtió que, junto a la explicación, iba a hacer también una aplicación
espiritual a la vida cristiana. Se lo agradecí, y entonces se expresó con
cierta solemnidad:
─Primeramente,
debemos en cualquier ministerio que hiciéremos, levantar el espíritu a lo
supremo de la divinidad como hacía la Virgen cuando trataba con Cristo.
Recordemos luego cómo dijo la Virgen a los que servían a las bodas: Haced todo
lo que Cristo os mandare; con que nos enseña que en todas nuestras cosas si
queremos acertar, no busquemos otra que la voluntad de Dios y su mayor honra y
gloria. Pidámosla nos la alcance de su Unigénito Hijo. Asimismo, pensemos que
la Virgen en todos sus gozos siempre padeció angustias y aflicciones mezcladas
con los regalos del espíritu, y al pie de la cruz, donde tuvo la más excelente
oración que se puede imaginar, Stabat
Mater dolorosa, juxta crucem lacrymosa. Finalmente, buena es Marta y
buena es la vida activa que entiende en hacer bien a prójimos. Buena es
Magdalena y la vida contemplativa que a solas se regala a los pies de Cristo,
pero la que es perfectísima y semejante a María Virgen, es aquella en la cual
se junta la activa con la contemplativa (BMC 1, 382; 2, 104; 1, 304; 2, 191).
XXXV
TEOLOGÍA Y
ESPIRITUALIDAD DE SAN JOSE
En el diálogo de hoy con Gracián di en
comentarle el escaso lugar que siempre había ocupado San José en la mariología
tradicional. Y cómo, al respecto, siempre me habían venido a las mientes las
palabras de Jesús: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Pero, ¡qué pocos mariólogos han seguido
ese mandato de Cristo (no separar lo que Dios ha unido) por lo que hace al
matrimonio de María y José! Aunque ha habido (y aquí elevé la voz
intencionadamente) una notable excepción: Jerónimo Gracián de la Madre de Dios,
y ello merced a su célebre obra “Josefina”.
Al
oír este piropo, Gracián esbozó una sonrisa. Aproveché entonces para
preguntarle cómo se le había ocurrido escribir esa auténtica enciclopedia sobre
el patriarca San José. Y, más que eso, ese delicioso tratadito sobre la Sagrada
Familia. Ya que, en su obra, no solo nos habla de San José, sino también de
María, así como de las relaciones entre ambos, y de las de éstos con su hijo
Jesús. Halagado por mis palabras, se dispuso a contarme el origen y avatares
del escrito en cuestión. Comenzó así:
─Acaecióme día de Santa Catalina, del
año 1596, estando en Roma hablando con el Maestro del Palacio Sacro, llegar dos
carpinteros, mayordomos de la cofradía de San José, a pedirle licencia para
imprimir un libro pequeño de oraciones y alabanzas de su Santo; negósela el
Maestro y comenzaron a derramar lágrimas con tanta ternura, que a los dos nos
enternecieron y a mí me mandó el mismo Maestro que leyese aquel libro, y para
escribir del glorioso San José a satisfacción de sus cofrades, honra del Santo
y bien de las almas, revolviese las librerías de Roma, que hay muchas y muy
grandes, y buscase los libros de que pudiese sacar más cosas que escribir (BMC
2, 375).
─¿Y
qué pasó entonces?
─Que
busqué en las librerías y colegí un Sumario de lo que los sagrados doctores
escriben sobre algunos lugares de la Biblia donde se hace mención de San José,
y de muchas autoridades que se sacan de San Doroteo, San Andrés Cretense, San
Atanasio y otros antiguos y raros Santos, y se hallan en el libro intitulado
Biblioteca Sanctorum Patrum, en los libros de Surio y Lipomano en las vidas de San
José, y fiestas de Nuestra Señora se leen muchas alabanzas suyas, escritas por
Simeón Metafrastes, San Bernardo, San Crisóstomo, San Epifanio y otros
gravísimos autores (BMC 2, 375).
─¿Y
no consultó más autores?
─Sí;
que vino también a mis manos un pedazo de historia de este glorioso Santo que
leían los cristianos del Oriente y dicen que fue un sermón predicado por
Nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos en alabanzas de su padre José; fue
traducido de hebreo en latín el año de 1340, y hállase en el libro de la suma
los dones de San José, que compuso Fr. Isidoro de Isolanis, milanés, dirigido
al papa Adriano VI (BMC 2, 376).
─Y
una vez reunido todo este material, ¿qué hizo?
─Hice
imprimir ese Sumario, y vi por experiencia que en Italia y España hizo mucho
fruto para mover los ánimos a la devoción de este Santo y de su Esposa; y
habiéndole leído los arzobispos de Toledo, Valencia y otros prelados, ordenaron
en sus diócesis que el día de San José fuera fiesta de guardar (BMC 2, 374).
Le
manifesté a Gracián que me había parecido muy hermoso ese relato. Y que ahora,
que nos disponíamos a profundizar en el misterio de San José, podríamos
conducirnos parecidamente a como lo hicimos con la Virgen María. Es decir, con una
primera parte hablando de su Santidad y prerrogativas, y una segunda
refiriéndonos a su culto.
Asintió
gustoso a mi sugerencia. Y entonces me pareció oportuno iniciar el diálogo con esta
reflexión: el beato Juan XXIII dispuso que se introdujese una mención a San
José en la primera plegaria eucarística; luego, recientemente, el papa
Francisco ha dispuesto que se extienda dicha mención a otras Plegarias. ¿A qué
obedece ese gesto de los Papas?
Gracián
me dijo que, sin duda, ese gesto obedecía a que querían poner de resalto ante
todos los creyentes la eximia Santidad de San José. Tomé ocasión de esta respuesta
para preguntarle:
─¿Tan
grande fue la Santidad de José?
─Cinco
palabras hallo en el Evangelio, que se dicen de San José, las cuales declaradas
con espíritu valen más que decir diez mil con sola la lengua. La primera,
nómbrase José esposo de María; la segunda, padre de Jesús; la tercera, justo;
la cuarta, muchas veces se dice que le aparecieron ángeles; la quinta, que
estando pensando le hablaron en sueños (BMC 2, 467).
─¡Preciosa
observación!
─Sí,
pero incompleta. Sino, escuche: ningún otro fue ayo, padrino, tutor, dueño,
padre de compañas, amo de leche, marido de su Madre, padre adoptivo y padre de
tan buenas obras de Jesús como fue José; y si todos estos oficios requieren
amor, no es menester mucho discurso para entender cuánto amó José a Jesús; y de
ningún otro sino de José fue Cristo cliente, ahijado, pupilo o menor, familiar,
adoptado y elegido por padre; luego demás de las razones universales por donde
los otros Santos son amados, con todas estas más particulares razones de amor
lo fue José, y con otro más particular amor, porque José, siendo padre, era
hijo de su Hijo, etc., y así se redobla en esto la fuerza del amor. Y ninguna
particularidad se lee de los Santos que más amaron y fueron amados, que no se
halle con más ventajas entre José y Jesús (BMC 2, 402).
─Pero
la Iglesia, los teólogos, los escritores espirituales ¡no siempre han pregonado
esa Santidad! -me atreví a balbucir.
Gracián
no estuvo de acuerdo con mi balbuceo. Y añadió que, en contra de lo que yo
había opinado, ni siquiera la historia de la teología y de la espiritualidad
católicas concordaba conmigo.
─Para
demostrarlo -concluyó- bastaría con recordarle solo a unos cuantos autores de
Occidente:
─San
Jerónimo declara la justicia de José diciendo que se llama justo porque entre los
antiguos padres del Viejo Testamento fue el que más participó de la fe y
devoción con el Mesías prometido, y los antiguos con esta fe se salvaban, y sus
obras y palabras eran figuras y profecías de Cristo y su merecimiento consistía
en la esperanza del Mesías. José en respecto de ellos alcanzó la posesión, vio
con sus ojos la salud de Israel y lumbre para revelación de las gentes; gozó de
Cristo, que fue verdad y remate de todas aquellas figuras y profecías. San
Agustín, tratando del patriarca José, estas palabras: era José casto en el
cuerpo y puro en el alma, hermosos en el rostro y más hermoso de espíritu. Y
habiendo sido este José figura del Esposo de la Virgen, con mucha más razón se
dirá de nuestro José ser acabado en toda virtud interior y exterior. Alberto
Magno, declarando la rectitud de José, toma entre manos estas dos palabras vir justus, y con ellas prueba
hallarse en José todas la virtudes. El glorioso San Bernardo, declarando la
justicia de José dice que lo mismo es llamarle la Escritura varón justo que
varón perfecto (BMC 2, 422 ss).
─¡Bien
por los autores de Occidente! Pero no ha citado ninguno del Oriente... ¿Podría,
al menos, recordarme uno?
─San
Juan Crisóstomo, con la elegancia de su boca de oro, compara el amor
apreciativo de San Juan Bautista al amor apreciativo de José, y dice, que si el
principio del amor de San Juan Bautista fue el abrazo de Cristo Jesús cuando
estaba en el vientre de su Madre al tiempo de la visitación, y de allí quedó Santificado
y exultavit infans in utero
¿qué de abrazos daría Jesús a José cuando niño, cuando mayorcico y en todo
tiempo? ¿qué de veces le saludaría y se colgaría de su cuello, mostrándole amor
e infundiéndole gracia? Y pues no leemos en la Sagrada Escritura ni en doctor
alguno que los abrazos de Jesús dados a José fuesen de menos virtud que el
abrazo que dio a San Juan Bautista, ¿por qué hemos de poner menores efectos?
(BMC 2, 405).
Luego
de esto pasamos de la teología a la espiritualidad. Y comencé formulándole esta
pregunta: cómo se justificaba la devoción a San José y, en concreto, la
veneración, teniendo, como tenemos, a la Virgen María como medianera de todas
las gracias... He aquí su respuesta hermosamente razonada:
─Los
bienes, consuelos y mercedes que reciben los devotos de San José, así espirituales
como temporales y así en vida como en muerte, sería necesario de solo esto
hacer un gran libro. Remítome a lo que experimentarán los que quisieren
tomar esta devoción, certificándoles que si de veras le imitan y como
verdaderos devotos le aman, honran y celebran su fiesta y por darle gusto
sirven mucho a Dios, recibirán consuelo en sus tribulaciones, ánimo en los
temores, fortaleza contra las tentaciones, firmeza en los propósitos, fervor en
la oración, ternura de espíritu, regalos interiores, valor para obras heróicas,
perseverancia en los bienes y una muy particular, muy afable, muy gustosa y muy
provechosa devoción con la Virgen María, su esposa y ferviente amor a Cristo
Jesús; y que en todos los sucesos de su vida y en la hora de su muerte hallarán
un buen amigo que siempre esté a su lado aparejado para su defensa (BMC 2,
467).
Al
preguntarle luego sobre el fundamento de la invocación a San José, me dio esta
deliciosa explicación:
─San
José es el primer Santo canonizado en la Iglesia Católica por boca del Espíritu
Santo, escribiendo el proceso y sentencia de su canonización los sagrados
evangelistas. Porque entonces se canoniza un Santo cuando la Iglesia declara
ser justo, estimado de Dios y haber padecido por Cristo y tenido revelaciones,
visiones y bienes sobrenaturales. Y pues en el Santo Evangelio se declara que
fue Esposo de María, llamado padre de Jesús, varón justo, y que temió y se
afligió y huyó a Egipto como perseguido, y los ángeles se le aparecieron y
revelaron inefables misterios, el Evangelio determina estos artículos
necesarios para la canonización, y así fue como Santo canonizado del Nuevo
Testamento a quien conviene que celebremos y pongamos por intercesor para que
nos alcance la bienaventuranza de la gloria y los bienes que en esta vida
deseamos (BMC 2, 460).
─Salvando
todo lo dicho -quise apretar un poco más las tuercas-, ¿no daría lo mismo
acudir a la intercesión de cualquiera otro Santo?
─No.
Entre los otros Santos, unos favorecen a un estado, otros a otro; unos alcanzan
una virtud, otros otra; unos son medianeros para una gracia, y otros para otra.
Este Santo es medianero, intercesor y abogado de todos los estados, para
alcanzar todas las gracias, para todas las virtudes y para librar a quien de
veras le llamare de todos los trabajos y peligros del mundo (BMC 2, 374).
─Muy
firme se muestra en sus respuestas. ¿Es que conoce todas estas cosas por experiencia?
─Por
experiencia propia y ajena. Entre las almas que he conocido más devotas de San
José, fue una la Madre Teresa de Jesús, natural de Ávila, de noble linaje,
fundadora en la tierra de promisión, que es la Iglesia, de monasterios de San
José, de Carmelitas Descalzas, agradable en su trato y conversación, encendida
en amor divino, suave en sus palabras, impetuosa en el obrar cosas grandes por
Dios, y que dejó escrita doctrina muy verdadera y de mucho espíritu y con la
devoción de este Santo venció muchas dificultades y ha hecho milagros en su
vida y en su muerte (BMC 2, 374).
XXXVI
HISTORIA DE LA SAGRADA
FAMILIA
Ya que estábamos encaminándonos al final
de nuestros coloquios, me adelanté a indicarle a Gracián que, en mi opinión, el
tema mariano-josefino quedaría incompleto, sino dedicásemos, al menos nuestra
última conversación, a ahondar en el misterio de la Sagrada Familia. Es decir:
en el amor que, como esposos, se prodigaron José y María, así como en el amor
que ambos dispensaron al divino Niño; y en el amor que de él recibieron.
Como no podía ser menos, me felicitó por
la ocurrencia; y se ofreció, con talante risueño, a explicarme cómo había
desarrollado él en sus escritos todo este delicado asunto. Entonces –y puesto
que íbamos a hablar de María y José como esposos- me pareció que debía comenzar
por esta elemental pregunta: ─¿Acaso fue predestinado José para esposo de
María?
─El
soberano Artífice del mundo, entre otras obras dignas de su omnipotencia, labró
el alma de un carpintero, llamado José, para que fuese dignamente llamado
esposo de María y padre de Jesús que en el leño de la cruz con tres clavos
fabricó la salud en medio de la tierra (BMC 2, 378).
─¿Podría
detallar esto un poco más?
─Sí.
Dice un autor que si estuvieran juntos todos los hombres desde Adán, que fue el
primero, hasta el último que nacerá en tiempo del antecristo, y entre todos
ellos escogiera el Espíritu Santo, que es de sabiduría infinita y escudriña
corazones, no echará mano de otro sino de José para esposo de su Esposa, Madre
del Verbo divino e Hija del Eterno Padre (BMC 2, 381).
─Y
esta predestinación, llegado el tiempo dispuesto por Dios, surtió su efecto,
¿no es así?
─Ciertamente.
Nació San José en Belén de Judea, que está una legua de Jerusalén; y aunque
noble, dicen los armenios que vino a pobreza, y fue necesario vender el poco
patrimonio que tenía en Belén y aprender arte de carpintero, con que se fue a
morar a Jerusalén para sustentarse y gozar de los sacrificios del Santo templo.
Y estando en Jerusalén el año de la creación del mundo 3945 nació la soberana
Virgen en las casas de su madre Santa Ana, que están a la puerta Áurea de
aquella ciudad, y cuando llegó a edad de tres años fue presentada en el templo,
donde estuvo once, ejercitándose en altísima oración, contemplación, virtudes y
obras de labor para el culto divino (BMC 2, 379).
─Así,
por lo menos, lo cuenta el apócrifo: “El protoevangelio de Santiago” -traté de echarle
un capote-.Y después, ¿qué pasó?
─Cumplidos
los catorce años, que era tiempo en que daban marido a las vírgenes que en el
templo se criaban, deliberaron los sacerdotes de desposarla, aunque, como dice San
Gregorio Niseno, les parecía cosa indigna sujetar con leyes de matrimonio a
hombre mortal un alma y cuerpo de tan angelicales costumbres. Y oyéndole decir
que tenía hecho voto de virginidad, no se atrevieron a deliberar de su estado,
sin que primero se consultase con Dios en la oración, y de ella resultó ser
voluntad divina que hiciesen venir al templo todos los mancebos por casar que
se hallasen en Jerusalén de su tribu, y al que Dios señalase sobrenaturalmente
la diesen por esposa. Venidos, floreció el báculo de José y sobre él se vio una
paloma blanca, como refiere Germano y otros autores, y así desposaron con José
a la que es vara de la raíz de Jesé, de donde salió la flor, Jesús Nazareno y
fue Santificada por la paloma blanca del Espíritu Santo) (BMC 2, 379) [23].
─¿Cómo
y dónde se verificó el desposorio?
─Este
desposorio se hizo en un lugar diputado del templo, y por ser por palabras de
presente entrega de dos ánimos en vínculo indivisible, fue verdadero y legítimo
matrimonio, como tienen Santo Tomás y los demás Santos, no obstante la
virginidad de los dos esposos. Porque según dice San Anselmo Hugo y Alberto, la
virgen desde niña había hecho voto condicional de castidad, y las palabras de
este voto, escribe Abdías Babilónico, que fueron reservadas el cumplimiento de
él a la voluntad de Dios. Y de la misma manera le había hecho San José, como
después diremos; mas entre ambos tuvieron particular revelación, que, aunque se
desposasen, permanecerían vírgenes (BMC 2, 380).
─Y
ya casados, ¿cómo vivieron sus relaciones conyugales?
─Cuando
volvieron del templo desposados, la primera noche de la boda se descubrieron
los corazones y con consentimiento de entrambos hicieron voto absoluto
incondicional de castidad y permanecieron vírgenes, y por causa del verdadero
matrimonio llama el ángel a la Virgen conjugem, que quiere decir casada,
velada, mujer y esposa de José, y él se dice verdadero marido y esposo de
María, porque la copula carnal no es de esencia del matrimonio como prueban los
doctores escolásticos (BMC 2, 380).
─¿Fue
difícil para José vivir virginalmente en el matrimonio con María?
─En
absoluto. A San José o se le quitó el fomes peccati y la concupiscencia de la
sensualidad o de tal manera le tuvo atado y encadenado, que no sintió rebeldía
del apetito contra la razón. Refiere este privilegio el mismo Juan Gersón, y
pruébase por que siendo predestinado ab eterno y criado y escogido para esposo
de María, era conveniente tener tanta paz y concordia entre la sensualidad y
razón, que ni un solo movimiento sintiera de sensualidad (BMC 2, 479).
─Se
amaron, pues, como verdaderos esposos, pero amando a Dios sobre todas las
cosas, como enseña la Biblia, ¿no es así?
─Así
fue. No ha habido ni habrá en el mundo alma más unida con Cristo que la de la sacratísima
Virgen María, su madre, esposa de José; y leemos en el Génesis la unión que los
casados tienen por razón del matrimonio. Esta unión y vínculo matrimonial con
María ninguno otro hombre del mundo la consiguió sino José, porque no tuvo ella
otro marido ni él otra esposa; luego ninguno otro llegó a más alta unión con
María y María fue la que más se llegó a Jesús; luego después de María ninguno
llegó a más alta unión con Jesús que José (BMC 2, 428).
─Posteriormente,
según los Evangelios, se trasladaron a Nazaret...
─Y
poco tiempo después que llegaron a Nazaret, encarnó el Verbo divino en las
entrañas de la Virgen y la acompañó José a la visitación de Santa Isabel, y
según dicen los armenios, siempre caminaba a pie, guiando la bestia sobre que
llevaba a su Esposa, que tenía José para los ministerios de su oficio.
Detuviéronse cerca de tres meses en casa de Zacarías, y luego que volvieron a
su casa de Nazaret acaeció lo que cuenta el Evangelio, de entender que la
Virgen estaba preñada (BMC 2, 450).
─Lo
cual fue para José causa de grandes dolores. Que no entiendo el porqué, dado
que él estaba completamente ajeno a ello.
─Es
muy sencillo. A San José le dieron en guarda la castidad de María, era noble y
honrado y su verdadero esposo, y en amor más que padre; los dos hicieron voto
de castidad juntos cuando se desposaron; viéndola ahora preñada y no
entendiendo el misterio tuvo una de las mayores congojas que se han visto en
corazón humano.
─Sobre
el hecho de que José no entendiera el misterio ha corrido mucha tinta.
─Partiendo
de la letra del Evangelio: “José como fuese justo y no quisiese difamar a María
y ponerla ante la justicia, quísola dejar de secreto” hay tres opiniones.
─¿Cuál es la primera?
─La
primera es de San Ambrosio y San Agustín, que dicen que José sabiendo que la
Virgen estaba preñada y teniendo evidencia que él no había llegado a ella,
juzgó determinadamente que estaba corrompida de otro varón.
─¿Es verosímil esta
opinión?
─En
un tiempo me pareció muy dura esta manera de decir por dos razones. La primera,
porque parece que deroga a tanta Santidad como la de José haber tenido
pensamiento consentido en tan gran perjuicio de la sacratísima Virgen. Y
también porque siendo justa la ley que mandaba apedrear a las adúlteras, justo
es el juez que la ejecuta, el testigo y escribano que hacen el proceso y el
marido que denuncia; y así justicia fuera de José entregarla a la justicia, y
parece que fuera injusto disimulando y dejando sin castigar lo que entendía que
era adulterio; y si la misericordia le inclinaba a perdonar, llámese piadoso en
esta obra pero no en excelencia justo.
Como su razonamiento me había sonado muy bien,
me disponía a felicitarle efusivamente, cuando él me cortó en seco, retomando
el hilo de su relato:
─Después de haber considerado despacio esta
manera de decir, no me parece dificultosa ni fuera de razón por tres causas. La
primera, porque así como muchas veces permite Dios que varones muy Santos den
caídas para provecho universal de la Iglesia, como permitió que Sto. Tomás
dudase y S. Pedro negase a Cristo para confirmar la fe de la resurrección, y
para que los prelados, conociendo su fragilidad, usen con misericordia de las
llaves y jurisdicción de la Iglesia; así quiso que San José, aunque sin pecar,
creyese adulterio en María, para que confirmándose en la virginidad de su
Esposa fuese notorio a todo el mundo el principal misterio de nuestra fe, que
es el de la Encarnación y nacer Dios de madre virgen.
La segunda, Tomás y
Pedro pecaron no creyendo y negando a Cristo. José en este caso, aunque juzgase
el adulterio, no pecaba mortal ni venialmente, porque no estaba obligado a
saber el misterio de la Encarnación, y teniendo señales de estar corrompida de
otro, no era juicio temerario. Bien puede ser cuando ajustician a uno
públicamente por matador, que aquel hombre sea inocente y le hayan levantado
aquel falso testimonio, como suele acaecer muchas veces; mas el que oye el
pregón y juzga que aquel hombre mató al otro, no peca, porque tiene causa
suficiente para juzgarlo y no está obligado a saber lo intrínseco de la
verdad. ¿Qué causa podía haber más justa para quitar la culpa de este juicio en
José, que saber estar su mujer preñada y tener evidencia que no había él
llegado a ella?
La tercera, y que entiendo para mí que
sintieron San Ambrosio y San Agustín, es que aunque José creyó el acto
exterior del adulterio, nunca creyó ni juzgó que hubiese sido con
consentimiento de la Virgen María, sino que, quizá, yendo por los caminos a las
montañas de Judea cuando visitó a Santa Isabel o estando allá, alguno la
hubiese forzado, o imaginaría que estando durmiendo o con algún engaño, sin que
ella tuviese culpa, le hubiese acaecido tan lastimoso suceso. Y cuando el acto
exterior del pecado no nace del consentimiento de la voluntad no se imputa a
culpa, de la suerte que respondían las Santas vírgenes a los tiranos que las
amenazaban con que las habían de llevar a las casas públicas para que fuesen
corrompidas por fuerza si no adorasen los ídolos; si tú hicieres eso, añadirás
en mi la corona de martirio y no me quitarás la de la virginidad.
Creía yo que Gracián
había puesto ya punto final a tan largo discurso, pero no era así, pues continuó
impertérrito:
─Supuestos estos tres puntos, se entiende que,
aunque San José juzgase acto exterior de corrompimiento en su Esposa, no perdía
nada de su Santidad, y no solamente no perdía nada pero antes en este acto
mostró la suma excelencia de la justicia punitiva. Porque el supremo y
justísimo Juez, que es Dios, no condena por solo el acto exterior sino por la
culpa del consentimiento interior de la voluntad; algunos hombres no hacen caso
de lo interior y sólo acriminan el acto exterior, pero un hombre justísimo
como era José, entendiendo que su Esposa no tenía culpa ni había consentido en
el adulterio, no la quiso difamar ni entregar a la justicia, imputándose a sí
mismo la culpa de haberse descuidado de la guarda de aquella paloma cándida,
oveja y joya preciosa que le encargaron, y se quiso castigar a sí mismo con la
pena más grave que se le pudiera dar, que era apartarse de tan dulce, tan suave
y tan Santa conversación como la de su Esposa, que lo sentía más que si se le
apartara el alma de su cuerpo.
Y lleno de arrepentimiento de este su
descuido y mala guarda, se quería ir a un desierto para acabar su vida con
lágrimas y penitencia, dejando a su Esposa en casa de su madre y hermanas, y
queríase ir de secreto porque no se lo estorbasen. ¡Oh, varón justísimo, que
busca en si las culpas para castigarlas y cierra los ojos a lo exterior poniéndolos
en las raíces, que son lo interior, que mira Dios cuando escudriña corazones y
entrañas!
Terminado, por fin, el
improvisado panegírico, pasó a exponerme la segunda opinión, que yo no me
imaginaba tan audaz.
─La
segunda opinión en contrario extremo es que San José desde el punto de la
Encarnación entendió aquel divino misterio, y supo que su esposa había de ser
Madre de Dios y le había de parir quedando virgen; y cuando la vio preñada,
entendió que era por obra del Espíritu Santo, y quísola dejar por reverencia y
respeto, teniéndose por indigno de morar en compañía de tanta majestad como
Dios Eterno encarnado, y de ser servido de tan soberana reina como la Virgen
María, madre de Dios (BMC 2, 417).
─Curiosa opinión ésta. Ahora bien, si la anterior
era tenida por dos grandes doctores de la Iglesia, ésta, ¿quiénes la sostienen?
─Esta
opinión es de gravísimos autores. Orígenes, a quien refiere Canisio, dice estas
palabras: “José era justo y la Virgen inmaculada, pero queríala dejar porque
entendía y conocía en ella un misterio de gran virtud y un magnífico
sacramento, aunque no se determinaba ser el de Emmanuel, por razón del cual se
tenía por indigno de morar en su compañía.
─Parece una posición
un tanto ambigua...
─Y lo es. Porque aquí Orígenes, aunque declara
que la quiso dejar por humildad, no se determina a conceder que del todo
entendiese el misterio de la Encarnación.
─Entonces...
─Entonces tenemos que San Jerónimo y San
Bernardo expresamente dicen que S. José entendió aquel misterio y por humildad
la quiso dejar.
─¿Y solo esos dos
autores mantienen semejante teoría?
─Siguen a San Jerónimo y a San Bernardo
muchos autores devotos de San José; y se halla en este caso una revelación de
la misma gloriosa Virgen María a Santa Brígida, cuyas palabras son éstas: Desde
que yo consentí al mensajero de Dios, viendo José en mi vientre que por virtud
del Espíritu Santo había concebido y que iba creciendo, admiróse en gran
manera; no porque sospechase mal sino acordándose de los dichos de los profetas
que escribieron que el Hijo de Dios había de nacer de virgen; reputábase por
indigno de servir a tal Madre, hasta que el ángel en sueños le mandó que no
temiese, sino que con caridad me ministrase. Hasta aquí son palabras de Santa
Brígida.
─Todo
muy instructivo. Pero, aparte la opinión de otros, ¿cuál es la suya?
─Mi
opinión es que, siendo María verdadera esposa de José, sujeta a las leyes del
matrimonio, y que comunicaba con José todos los secretos de su corazón, en
negocio tan grave como quitarle un juicio temerario y apercibirle para servir
al Mesías, no parece que se puede entender que luego que sucedió el misterio de
la Encarnación no diese parte a José, de todo lo que con el ángel había pasado
y José la daría el mismo crédito que si fuera ángel del cielo (BMC 2, 418).
─Y,
¿cómo armoniza todo eso con lo que refiere el evangelista Mateo de que José
quiso dejarla?
─Ya
se ha dicho antes. Pero repitámoslo: quísola dejar por reverencia y respeto,
teniéndose por indigno de morar en compañía de tanta majestad como Dios Eterno
encarnado, y de ser servido de tan soberana reina como la Virgen María, madre
de Dios, de la manera que el glorioso San Pedro decía: Apártate, Señor, de mí
que soy gran pecador, y Santa Isabel: ¿de dónde a mí, que venga la Madre de mi Señor
a visitarme (BMC 2, 417) [24]
─Perdone
mi insistencia; pero si eso es así, ¿por qué entonces tuvo que aparecérsele un
ángel a José para revelarle el misterio?
─Cuando
el ángel vino, no fue para revelarle el misterio que no sabía, sino para
certificarle en él y para intimarle ser voluntad de Dios que acompañase y
criase a su Unigénito Hijo, y que en esto le daría más gusto que en la humildad
que mostraba (BMC 2, 417).
Al
oír estas últimas reflexiones de Gracián, prorrumpí en un suspiro de alivio y
satisfacción, y le dije sin poderme contener:
─¡Es
eso mismo lo que siempre había pensado yo!...
A
Gracián le sorprendió mi euforia, aunque yo fingí no apercibirme de su
sorpresa. Y puesto que se había resuelto el espinoso asunto tan felizmente, sugerí
que ya era tiempo de pasar al estudio de las relaciones de los padres -José y
María- con el niño recién nacido. Podríamos comenzar por María, y me gustaría
que me explicase cómo serían esas relaciones con Jesús, el trato, la solicitud
amorosa de la madre...
Gracián
se despachó tejiendo un discursito entreverado de medicina, mística y poesía:
─Dicen
los que escriben de la anatomía, que de los pechos van ciertas venas o arterias
al corazón y como están tan vecinos, hay gran conveniencia y comunicación entre
estas dos partes del cuerpo. Considere, pues, quien tuviere alguna ternura qué
sentiría el corazón de la Virgen cuando Dios Eterno siendo niño tierno mamase
sus pechos y tuviese el pezón dentro de su boca; qué rayos de luz del cielo
irían de aquel divino Sol al corazón de María en trueque de los rayos de leche
que venían de sus pechos a su boca; qué centellas de fuego divino saltarían de
aquella boca de fuego abrasador en pago del calor con que le abrigarían los
pechos virginales; qué saetas de caridad atravesarían el corazón de la Madre
todos las veces que el niño tomase la teta (BMC 2, 388).
─Esa
escena tan tierna de María alimentando a Jesús, ¿qué frutos espirituales puede
reportarle al que la contemple o se la imagine?
─Eficacísimo
es el amor de Cristo y ternísimo cuando le consideramos en los brazos de la
Virgen, su Madre, y mamando la suavísima y angélica leche de sus pechos o
dentro de su sacratísimo vientre antes que naciese. Desde allí nos enseña
doctrinas de pureza de alma, devoción, ternura y amor a la Virgen y otras
innumerables virtudes (BMC 2, 211).
─Poco
le duró a María tanta felicidad...
─Poco.
Porque enseguida tuvo que participar de la zozobra y sobresalto que padeció
José al tiempo que el rey Herodes buscaba su Niño para matarle.
─Pues
¿qué hizo José?
─Tomóle
esta nueva tan desapercibido, que, según dicen los armenios, se salió de la
ciudad como pudo con su Esposa; y dejóla escondida en una cueva de donde volvió
otra vez a buscar algún cómodo y aviamiento para el camino y vio por sus ojos
morir muchos inocentes (BMC 2, 454).
─Y
entre tanto, ¿qué hacían María y Jesús?
─En
la cueva, donde estaban, acaeció que la Virgen teniendo abundancia de leche en
sus pechos más de lo que el Niño podía mamar, como dicen que suele acaecer a
mujeres mozas recién paridas y bien acomplexionadas, despedía algunos rayos de
ella en las piedras de la cueva, donde de buena gana pusieran sus bocas San
Bernardo y San Agustín, y sucedió una gran maravilla, que las piedras quedaron
blancas y tiernas como si fuesen de leche cuajada hasta el día de hoy, y tienen
virtud para hacer venir la leche a la que cría y le falta, ahora sea mujer
ahora sea hembra de ganado; y en este tiempo que estamos usan los turcos y
moros de aquella tierra y deshacen aquellas piedras en agua, y danlas a beber a
sus ovejas, vacas y yeguas, y vienen allí mujeres necesitadas de leche y todas
hallan remedio. (BMC 2,454) [25]
.
─Simpática
leyenda. ¿Y qué siguió después?
─Que
volvió el Santo José de la ciudad con su pobre aviamiento para tan largo camino,
lleno de temores y sobresaltos, y con esta zozobra comenzaron a caminar huyendo
del rey Herodes, y pareciéndole que le venían en el alcance, turbábase viendo
soldados por el camino con temor no le arrebatasen su Niño de los brazos de la
Esposa, como había visto hacer a otros. Para ir a Egipto podían ir por el
desierto y por el poblado; en el desierto se recelaban de tigres, leones,
sierpes, bestias, fieras y salteadores que por allí había en abundancia; la
tierra poblada era de gentiles, enemigos capitales de Israel, y como no llevaba
alabarderos ni ejércitos armados en guarda de su rey, de nada se aseguraba (BMC
2, 454).
─O
sea, que, por mucho que se esforzasen, los peligros eran inevitables.
─Y
reales. Pues escribe Pedro de Natalibus, que les salió a saltear un ladrón, mas
en viendo el rostro del Niño y de la Madre, mudó la crueldad en ternura y la
ferocidad en compasión, y en lugar de robar, los llevó a su cueva donde les dio
para ayuda del camino. En ella lavó la Virgen los pañales de su Niño, y la
mujer del ladrón lavó con la misma agua otro niño que tenía leproso, que quedó Sano
de la lepra, el cual después de grande siguió el oficio de su padre hasta que
fue preso por los romanos y murió crucificado al lado derecho de Cristo, y
éste, dicen, que fue Dimas el buen ladrón (BMC 2, 454) [26].
─Es
un misterio por qué decidieron hacer un viaje tan largo y azaroso.
─A
José enviaba Dios su ángel con los mensajes de ir a Egipto y volver de Egipto,
como al que era cabeza, para que José ejecutase sus mandamientos y gobernase la
casa donde moraban María y Jesús. Dichoso José, que halló mujer tan fuerte, tan
cabal y perfecta que vale más que todo el oro de Arabia y que las perlas y
piedras preciosas traídas de los últimos fines de la tierra: que con razón
confía en ella el corazón de su marido, pues jamás le dio un mínimo disgusto en
todos los días de su vida (BMC 2, 394).
─¿Se
sabe si fue muy larga su estancia en Egipto?
─Siete años permaneció José en Egipto
con su Esposa y su Niño, desterrado entre gente idólatra, sin que tuviese en
ella pariente ni amigo, casas ni viñas ni otro favor humano para sustentarse
más que el trabajo de sus manos. Y aunque se cuenten muchas cosas que pasaron
en Egipto, no las quiero referir por no encontrarme con algo de lo que se escribe
en aquel libro apócrifo, que se llama. De
infantia Salvatoris, reprobado por San Jerónimo y por el papa Pelagio
(BMC 2,454).
─Me
figuro que, una vez regresados a Nazaret, su vida sería tranquila y feliz.
─Y
supone bien. Dice el Sabio Mulier bona pars bona, como quien dice, lo mejor que
pude tener un hombre en su casa es una buena mujer; y en otra parte:
Bienaventurado el que mora con una mujer cuerda. Pues ¿cuál será José por ser
esposo de María? (BMC 2, 403).
─Concretamente,
¿en qué consistió esa felicidad o bienaventuranza?
─Llámase
cielo en la tierra la vida de dos buenos casados, y gracia sobre gracia es la
mujer Santa y honesta para el marido cuerdo y no hay piedra preciosa de ningún
valor que se aprecie con la mujer fuerte y cabal; ¿pues qué sentiría este Santo
teniendo tal compañera y tal esposa como María, madre de Dios?, ¿qué consuelo
se puede imaginar mayor en el alma de José que verse desposado con la Virgen
María?, ¿conocer una condición tan noble, un alma tan Santa, conversación tan
agradable, compañía tan a su gusto en quien hallaba todo lo que pudiera desear
en esta vida? (BMC 2, 458)
─Supongo
que habría más causas de esa felicidad.
─Y
supone otra vez bien. Así como por causa de la prudente Abigail no fue muerto
Nabal, su marido, a manos de David, así las oraciones de las siervas de Dios
alcanzan grandes bienes para sus maridos; y ninguna mujer casada de cuantas
hubo en el mundo, mejor rogaría por su marido, con más cuidado le encomendaría
a Dios ni mayores bienes y misericordias alcanzaría para su esposo que María
para José. Porque siendo obligación de la esposa encomendar a Dios a su esposo,
ninguna guardó mejor la ley y las obligaciones de su estado que María. Y así
como fue perfecta virgen, fue también perfecta casada, y con tanta perfección
guardó las leyes del matrimonio como las de la castidad (BMC 2, 348)
─Por
descontado que tales oraciones de María serían de una enorme eficacia...
─¡Por
descontado! El amor se muestra en querer bien a quien se ama, y querer bien es
desear que la fuente de la bondad, que es Dios, comunique sus bienes a la
criatura que bien se quiere; y según la grandeza de este deseo, amor y fuerza,
es la eficacia y cuidado de la oración que por el amado se hace; y pues ningún
marido del mundo ha sido ni será tan amado de su mujer como José de María,
ninguno ha gozado tanto del fruto de sus oraciones. Suele ser grande el amor de
las buenas mujeres para sus maridos; y como ninguna fue tan Santa y perfecta
como María, ninguna se le igualó en la grandeza y perfección de este amor (BMC
2, 389)
─¿Qué
argumentos se podrían aducir para probar la eficacia de la oración de María?
─Basta
con el siguiente: si una vez que María saludó a Isabel y le hizo muestras de
amor, quedó Santa Isabel gozosa y su hijo Santificado, de las muchas veces que
saludaría María a José ¿cuál quedaría el alma de este Santo? (BMC 2, 401).
─Después
de todo lo visto, bien se puede afirmar que San José fue el más afortunado de
los mortales...
─Sin duda. ¡Dichoso tal carpintero José
que mereció ser servido en la tierra de la Reina a quien todos los ángeles
sirven en el cielo: dichosa comida guisada por tales manos como las de María,
que en buen provecho entraría a José y se convertiría en Sangre aparejada para
criar complexión sobre que asentase bien cualquier virtud y Santidad; ¿qué rey,
emperador ni monarca ha habido en el mundo que haya sido servido de tales dos
personas, María y Jesús, como lo fue José? (BMC 2, 393).
Llegados
aquí, le hice notar a Gracián que hasta el presente sólo habíamos celebrado los
gozos de San José, como si en su vida no hubiera habido dolores. Me contestó
que, ciertamente, San José había experimentado en su vida tanto los unos como
los otros. Y que él ya lo había demostrado con creces en su libro “Josefina”,
donde uno de los capítulos se titula precisamente así: “De la paciencia y
constancia que tuvo San José en sus trabajos y tribulaciones. Decláranse los cansancios,
celo de alma, congoja, turbación, dificultades, cuidados, penas, angustias,
zozobras, destierro y dolores de espíritu que sufrió mientras le duró la vida
(BMC 2,449).
─Cambiemos
de tema. Y es que hemos estado hablando mucho del influjo espiritual de María
en José, pero poco al revés ¿Es que no lo hubo?
─Sí
que lo hubo. Y para muestra basta un botón: es José como padre de María, porque
hizo por ella tales obras que le debía más que al padre que la engendró y a la
madre que la parió (BMC 2, 378).
─¿Cómo
podría demostrarse semejante afirmación?
─Para
ello basta que nombremos tres causas que dan a entender tres excelencias de
José: la primera, por haber sido elegido por mano de Dios para esposo de su
Madre; la segunda, haber sido dotado del Padre Eterno como marido de tal
Esposa; la tercera, ser particularmente remunerado de Dios, por haberse servido
de María, su esposa, para engendrar, parir y criar a su hijo Jesús (BMC 2,
378).
Le
advertí a Gracián que esas tres causas que él había referido a las excelencias
de José parecían más bien aludir a las excelencias de María. Él me dio la
razón, pero sostuvo que en el caso de esos dos Santos esposos era inevitable:
lo que se predicaba en honor de María redundaba siempre en honor de José, y
viceversa, como lo demostraba esta oración que él mismo había compuesto tiempo
atrás: “Dichoso José, que halló mujer tan fuerte, tan cabal y tan perfecta que
vale más que todo el oro de Arabia y que las perlas y piedras preciosas traídas
de los últimos fines de la tierra; que con razón confía en ella el corazón de
su marido, pues jamás le dio un mínimo disgusto en todos los días de su vida
(BMC 2, 393).
─Nuestra
conversación, tan sabrosa, en torno a las relaciones entre José y María como
esposos llegó a su término. Y es que, aparte de aquella excelente armonía
conyugal, aún teníamos que examinar el comportamiento de ambos esposos como
padres de Jesús. A este propósito le pedí que me contase cómo creía él que habría
sido el trato de María con Jesús, y, asimismo, el trato de José. A lo de María
me dijo:
─Esta
Señora nunca se apartaba de la presencia y actual amor de Dios con gustos y
regalos espirituales inefables, y juntamente criaba y servía a su Hijo y
padecía trabajos por él (BMC 2, 191).
Sobre
el comportamiento de José se explayó un poco más:
─Dicen
los Santos que San José nunca se confesó ni pecó mortalmente. Y aunque no comulgase,
se escribe de él que todas las veces que tomaba el Niño en sus brazos y le
metía la comida en la boca siendo chiquito o recibiese de su mano bocados dados
con amor, como suelen los niños dar a sus padres, era con tanta devoción,
ternura, reverencia y amor, que excede a lo que otros sienten cuando reciben el
Santísimo Sacramento (BMC 2, 429).
─Lo
dicho hasta ahora -coincidí con Gracián- es suficiente para conocer la conducta
de los padres respecto de su hijo Jesús. Pero, ¿cómo correspondería Jesús ante
los efluvios amorosos de sus padres?
Gracián
dio la respuesta rápidamente, como si la hubiera tenido preparada de antemano:
─Tengo
por muy cierto que después del abrazo infinito entre el Padre Eterno y el Hijo,
del cual procede el infinito amor, que es el Espíritu Santo, entre todos los
otros principios de amor ninguno hubo más eficaz que los abrazos amorosos que
Jesús daría a su madre, la Virgen y a su padre, José; y que así como por el
abrazo de este mismo Hijo con su Padre Eterno procedía amor infinito, de estos
abrazos con la Madre y Padre temporales procedió amor inaccesible y soberano
(BMC 2, 405).
─Ha
insistido todo el tiempo sobre los abrazos. Pero, ¿sólo abrazos daría Jesús a
sus padres?
─El
Niño Jesús, como niño besaría, regalaría, acariciaría y haría regalos a José y
a María; pero aunque niño era Dios; aunque chiquito, infinito; aunque tierno,
eterno y aunque recién nacido, omnipotente; y no sabiendo hablar, era la
infinita sabiduría de su Padre, criador de su ayo José y de su madre la Virgen,
y así todos los motivos de amor que hiciese en aquella edad, llevaban eficacia
y virtud de divinidad escondida que penetraban el interior del alma; y sus
besos producirían en el interior de los corazones de José y María todos
aquellos regalos y excelencias de amor que se escriben en el libro de los
Cantares y se consiguen del beso que deseaba la esposa, que para declararlos en
José fuera menester escribir un gran libro (BMC 2, 391).
─Nada
que objetar. Pero me surge una duda: ¿cómo podía Jesús amar tanto a José, si sabía
que no lo había engendrado?
Otra
vez salió Gracián con la respuesta atildada:
─Solamente
es padre de Jesús el Padre Eterno que le engendró según la divinidad, y de la
humanidad sola la Virgen es su madre, que le concibió en sus entrañas por obra
del Espíritu Santo; pero dignamente se llama José padre de Jesús por diez
razones y causas que son los oficios que ejercitó de padre, las cuales he
resumido de los sagrados doctores: son haber sido ayo, padrino, padre de
compañas, tutor, padre adoptivo, amo que crió, padre elegido, dueño, marido de
su madre, y padre de buenas obras de Jesús (BMC 2, 399).
─¿Ha
dicho que José fue padre adoptivo?
─El
padre adoptivo verdaderamente tiene nombre de padre del que adopta y recibe por
hijo, aunque no le haya engendrado. Por esta vía declara San Agustín ser
llamado José padre de Jesús; porque le adoptó y eligió por hijo y le tuvo en su
casa e hizo heredero de su hacienda. Además, cuando un padre engendra a un hijo
dale lo más que le puede dar que es la vida del cuerpo; y por amor de José no
mató Herodes ni quitó la vida a Jesús cuando le andaba a buscar y mató a los
Inocentes; luego Jesús en cierta manera le debe la vida a José; dejo aparte las
demás buenas obras de criarle, sustentarle, regalarle y amarle con más
entrañable amor que ningún padre a su hijo (BMC 2, 400; 401).
─¿También
ha dicho que José, además de padre adoptivo, fue tutor?
─El
glorioso San Andrés Jerosolimitano llama a San José tutor de la Virgen María, y
de la misma manera le llama San Agustín, y el tutor de la madre también lo es
del hijo. Pero, aunque no lo fuera de la madre, Ruperto dice que Cristo fue
como menor o pupilo cuya hacienda y herencia administró José que tuvo cuidado
de sustentarle y alimentarle hasta que llegase a los años que manda la ley, y
así fue su verdadero tutor (BMC 2, 400).
─¿Piensa
que Jesús sentiría auténticos sentimientos filiales hacia San José?
─Así
como el rey natural se llama rey y es obedecido, así el rey hecho por elección
se llama rey y es obedecido por rey. Dice San Juan Damasceno que, aunque José
no engendró a Jesús, ni fue su padre natural, Jesús le eligió por padre. Y
después de hecha esta elección le obedece, respeta y reverencia como hijo y él
ejercita su mando, superioridad y gobierno como padre de Jesús (BMC 2, 400).
─¿Qué
frutos espirituales produciría en José su paternidad adoptiva?
─Bien
sé que así como no se puede pesar ni medir la luz a libras ni palmos, así no
podemos determinadamente entender a qué grado de pureza llegó el alma de San José;
más bien sabemos que ningún otro habló con Dios más familiarmente, más tiempo y
con más ocasiones de alcanzar mercedes, y, como hemos dicho otras veces, el
trato exterior de José con la humanidad de Cristo no estorbaba, antes disponía
a más alta comunicación de su alma con la divinidad de Dios (BMC 2, 447)
─¿Podría
regalarme con algunos ejemplos?
─Basten
dos. Primero: considero venir al Santo viejo José de fuera de casa cansado de
trabajar para sustentar su familia y abalanzársele con ímpetu el dulcísimo Niño
Jesús, lleno de amor y agradecimiento, y colgársele del cuello dándole mil
besos, y una sola vez de estas causaría en el mayores efectos que si treinta
años estuviera en el desierto en contemplación (BMC 2, 428).
─¿Y
el otro ejemplo?
─Aunque
José besase aquel divino pecho estando el niño durmiendo, siempre el corazón de
Jesús está velando, que jamás duerme ni se adormece el que es guarda de Israel;
y si por una vez que durmió San Juan Evangelista, le llama el Señor el
discípulo amado, ¿cuál será el amor de José que durmió tantas? Y no sólo José
dormiría en el pecho de Jesús, pero innumerables veces Jesús se adormecería
sobre el pecho de José (BMC 2, 404).
─Finalmente,
para redondear nuestra teología y espiritualidad josefinas, permítame hacerle
una pregunta de corte histórico: ¿Se sabe cuándo murió José? ¿Dónde? ¿A qué
edad? En todo caso, queda claro que murió antes que Jesús...
A
todas estas preguntas, algo impertinentes, Gracián contestó a tono con ellas,
es decir, yéndose por la tangente:
─Preguntan
algunos contemplativos por qué permitió Dios que José no asistiese al pie de la
cruz como asistió la Virgen. Responde un autor grave que era tan tierno y
fervoroso el amor de José, que sin duda muriera de la fuerza del dolor de ver
morir a su hijo en la cruz; y no quiso Dios dar a la Madre dos tragos juntos,
de que viese la muerte del Hijo y del Esposo amado. El amor de la Virgen era
sin comparación mayor que el de José; y era de mejor metal más firme, más
constante y más fuerte; y por eso la reservó Dios para aquel trago, porque
sabía muy bien que lo pidiera sufrir sin perder la vida (BMC 2, 406).
─Como
conclusión práctica, y cual broche de oro de toda nuestra conversación ¿qué
enseñanzas se desprenden de esta prematura muerte de San José?
─Que
si es gran consuelo a la hora de la muerte hallar a la cabecera un siervo de
Dios que ayude a bien morir; ¿cuál sería el regalo y consuelo de José cuando
pasó de esta vida que tuvo a Jesús a su cabecera de la una parte y de la otra
María? Cristo le tenía las manos y le miraba y consolaba en la agonía, cerróle
los ojos cuando expiró y llamó innumerable multitud de ángeles que le
acompañaron en su tránsito (BMC 2, 483).
POSTDATA
Gracián
fue elegido, en vida de Santa Teresa (que tanto lo quiso), primer Provincial de
la Descalcez.
Durante
su provincialato, y antes y después de él (o sea, a lo largo de toda su vida
religiosa) fundó numerosos conventos, tanto de frailes como de monjas
carmelitas.
Fue
expulsado de la Orden el 17 de febrero de 1592, quitándole el hábito que tanto
había amado y por el que tanto había luchado y sufrido.
Estuvo
cerca de dos años cautivo en los baños de Berbería.
Obtenida
la libertad, desplegó un incansable apostolado repartiendo su actividad entre Italia,
España y Flandes.
Murió
en Bruselas el 21 de septiembre de 1614.
Fue
rehabilitado en 1595 por el papa Clemente VIII.
Es
de esperar que el proceso de su canonización dé pasos de gigante a partir de la
celebración del cuarto centenario de su muerte.
LAUS DEO VIRGINIQUE
MATRI
[1]Para comodidad de los lectores, todas las citas que figuran con
paréntesis en el presente capítulo las agrupamos al final del mismo.
[2]Al igual que en el capítulo precedente, todas las citas de éste las tiene
al lector al final del mismo.
[3]Jerónimo Gracián, Historia de las fundaciones, MHCT 1, p. 640.
[4]Resulta emotivo ver cómo Gracián alaba el epistolario de Santa
Hildegarda de Bingen, a quien Benedicto XVI declararía doctora de la Iglesia
unos cinco siglos después.
[6]Coincide Gracián en esta doctrina de los grados del amor con el propio
San Juan de la Cruz. Con la diferencia de que éste solo pone diez grados y
Gracián doce. Pero, fundamentalmente, es la misma doctrina. Veamos, por
ejemplo, cómo comienza fray Juan a desarrollar el tema: “El primer grado de
amor hace enfermar al alma provechosamente.” Véase 2N, capítulos 19-20.
[7]Expresión italiana que Gracián habría leído u oído tantas veces durante
su estancia en Italia.
[8]Sin nombrar a la Madre Teresa, repite los mismos versos de antes.
[9]Elabora aquí Gracián una magnífica síntesis de la teología del cielo,
tal como la han presentado siempre los tratados de dogmática tradicionales.
[10]Enseña lo mismo que antes, pero desde otra perspectiva más reducida.
[11]Ya habló Gracián antes de esto mismo, pero fue en un contexto diverso.
[12] Véase este simbolismo teresiano de las cuatro maneras de regar un
huerto en V 11,7.
[13]Resuena en este pasaje la “Oración del alma enamorada” de San Juan de
la Cruz.
[14]Ver el simbolismo teresiano de las dos velas de cera y el agua del
cielo en el río, en 7M 2,6.
[15]La “Esposa de Cristo” equivale al alma, o sea, al cristiano en oración.
Está Gracián comentando aquí el versículo: “Béseme el Señor con el beso de su
boca” del Cantar de los cantares.
[16]Recuérdese que, según Gracián, las partes del método son siete:
preparación, lección, meditación, contemplación, hacimiento de gracias,
petición y epílogo
[17]Se excluyó el comentario del Avemaría por estar ya en el Catecismo, y
porque nuestro tiempo no nos permitía ocuparnos de los tres.
[18]Recordará el lector que eso tuvo lugar cuando me contó lo de las
apariciones de la Madre Teresa, así como el olor especial que despedía su
cuerpo en diversas circunstancias y ocasiones.
[19]Gracián coincide con San Juan de la Cruz, no solo en la enumeración de
los tres espíritus, sino en la misma descripción de su naturaleza, y hasta en
la terminología (spiritus vertiginis). Véase: 1N 14, 1-3.
[20]Covarrubias explica esta palabra en “Tesoro de la lengua castellana”:
ainas. Lo que decimos en latín parum abfuit, ainas que cayera, poco
faltó que cayese.
[21]Entre las diversas acepciones de la palabra estación, el
diccionario trae ésta: “Visita que se hace por devoción a las iglesias o
altares”.
[22]El Catecismo de la Iglesia católica responde exactamente igual que
Gracián a la clásica objeción de “los hermanos de Jesús” (nº 99).
[23] Gracián, en su “Josefina”, concluye el tema de los desposorios de José
con esta simpática noticia: “He leído que uno de estos mancebos pretendientes
de este desposorio fue Agabo, y que le deseaba de tal suerte, que intentó por
vía de nigrománticos alguna extraordinaria señal, y como no alcanzase tan buena
dicha, determinóse de jamás conocer mujer, y fuese con los padres que entonces
moraban en el Monte Carmelo, como dice Juan, patriarca, donde vivió
Santísimamente y vino a ser de los primeros cristianos bautizados y uno de los
setenta y dos discípulos de Cristo.”
[24] Es muy agradable constatar cómo Gracián, en este tema tan
controvertido de “las dudas de José”, ya pensaba, sensatamente, como la mayoría
de los mariólogos actuales. Reproduzco el siguiente texto de uno de los mejores
autores contemporáneos: “En
primer lugar, no creemos demostrado el silencio de María, que en las dos
hipótesis precedentes se da por supuesto. Nos parece más natural que María, virgen y con
ideal de virginidad, haya
desvelado a su desposado, partícipe en los mismos ideales, su nueva situación
milagrosa debida a la acción del
Espíritu Santo. Esa es la situación, en su complejidad de hallarse encinta y de acción de Dios como
causa, descrita en su
doble elemento en el v.18, ante la que se encuentra José. Su temor es un temor ante el misterio,
¿podía, con conciencia
tranquila hacerse pasar por padre del niño venido de Dios?
En esta situación interviene el anuncio
del ángel de Yahvé. Para su
comprensión es necesario traducirlo con la mayor exactitud posible, de manera que la traducción
deje traslucir los
matices del texto: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu esposa, porque, es verdad, lo que ha sido engendrado en ella es obra del espíritu Santo, pero
dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de su pecados”. Cándido Pozo, María en la obra de la salvación,
BAC, Madrid 1974, p. 231.
[25] Que el lector no se extrañe de ver a Gracián hacerse eco de esta
leyenda. Cuando yo estuve hace unos años en Tierra
Santa la oí contar de viva voz. Y reproduje lo que oí en una Vida de María
que compuse poco después. He aquí la página en cuestión: “Lo que ocurrió poco
después lo explican algunos colocando el escenario a unos 500 mts. de la cueva
del nacimiento. Saliendo de la Basílica se encuentra uno con la gran plaza y,
siguiendo la calle que va por la izquierda, se llega a la Gruta de la Leche. Es
un Santuario antiguo del siglo V. El edificio no puede ser más romántico y
evocador. Aumenta su encanto la explicación que ofrece un buen lego
franciscano, explicación a la que muy bien podría limar algunas de sus aristas
más fabulosas. Explica, en efecto, con actitud beatífica, que este es el lugar
donde vivió la Sagrada Familia desde poco después del nacimiento de Jesús. A
esta casita vinieron los Magos para adorarle. La estrella, que los guiaba, se
desintegró y cayó en un pozo cercano (que nos señala tímidamente). Luego añade
que aquí alimentaba María al niño y que, en cierta ocasión, dejó caer algunas
gotas de su leche, por lo cual la roca se hizo blanca. Si ahora la vemos
ennegrecida, se debe al humo de las velitas que encienden los devotos. ¡Negro
estaba yo de oír tales explicaciones! Para terminar, nos hace ir donde una
imagen sedente de María que está dando de mamar al niño, y nos dice que es
milagrosa. Algunos peregrinos, emocionados, prorrumpen en un leve suspiro, y
echan unas monedas en el cestillo que está a los pies de la estatua”. Vicente
Martínez-Blat, Vida de María, escrita en el lugar de los hechos,
Editorial CESJC, San José 1985, p. 26.
[26] Vale la pena anotar aquí que Santa Teresita escenifica esta misma
leyenda en su obra de teatro “La huida a Egipto”. Véase: Teresa de Lisieux, Obras
completas, Editorial CEST, Desierto de las Palmas 1997, pp. 760-762.
Se ci fosse libro con la traduzione italiana sarebbe ancora meglio?
RispondiEliminaOvviamente si!!! Spero che qualche anima buona me lo invii, così che io possa pubblicarlo su questo sito.
RispondiEliminaDanila